Por Enrique Del Risco
Las experiencias de una chica germano-americana en una década de vida en Cuba es la materia con la que estaba fabricada la novela gráfica Adiós mi Habana de Anna Velfort. Ya eso bastaría para resultarles interesante a los cazadores de curiosidades etnológicas. Pero lo es mucho más si se precisa que la década en cuestión es la que va desde el año 1962 al 72. O que la chica acompaña a su padrastro norteamericano y a su madre alemana, comunistas convencidos que viajan a Cuba para incorporarse a la última encarnación de la Revolución Mundial. O que la protagonista fue testigo única de aquella pequeña, privilegiada (pero no menos vigilada) sociedad de compañeros de viaje venidos del extranjero en acto de solidaridad revolucionaria. Pero el descubrimiento de la protagonista de su propia homosexualidad convierte Adiós mi Habana en documento excepcional. En historia de cómo funcionó en aquellos años fundadores de todo lo que vendría después el mecanismo de vigilancia y represión a los homosexuales cubanos a lo largo del sistema educativo y laboral cubano: desde menos de un año de la proclamación del carácter socialista del régimen hasta entrado ya en el llamado Quinquenio Gris.
Las experiencias de una chica germano-americana en una década de vida en Cuba es la materia con la que estaba fabricada la novela gráfica Adiós mi Habana de Anna Velfort. Ya eso bastaría para resultarles interesante a los cazadores de curiosidades etnológicas. Pero lo es mucho más si se precisa que la década en cuestión es la que va desde el año 1962 al 72. O que la chica acompaña a su padrastro norteamericano y a su madre alemana, comunistas convencidos que viajan a Cuba para incorporarse a la última encarnación de la Revolución Mundial. O que la protagonista fue testigo única de aquella pequeña, privilegiada (pero no menos vigilada) sociedad de compañeros de viaje venidos del extranjero en acto de solidaridad revolucionaria. Pero el descubrimiento de la protagonista de su propia homosexualidad convierte Adiós mi Habana en documento excepcional. En historia de cómo funcionó en aquellos años fundadores de todo lo que vendría después el mecanismo de vigilancia y represión a los homosexuales cubanos a lo largo del sistema educativo y laboral cubano: desde menos de un año de la proclamación del carácter socialista del régimen hasta entrado ya en el llamado Quinquenio Gris.
Sin muchas más pretensiones aparentes que las de contar su experiencia vital durante lo que suelen calificar como uno de los acontecimientos más importantes del pasado siglo Veltfort consigue un relato fascinante. Sobre todo si se lo compara con la mayoría de los novelistas que han entrado en dicho período a la caza de esa ballena blanca que es la novela de la Revolución Cubana. Con el más sencillo y directo de los estilos que se limita a seguir las peripecias de la protagonista Veltfort rescata una historia reveladora en su propia elementalidad. La protagonista verá el descubrimiento de su sexualidad convertido en pesadilla y sus romances cubanos en razón de Estado. A todo esto se añade tanto detallismo gráfico documental y narrativo (vale recordar que su autora es también la del blog El Archivo de Connie) que lo convierte en un documento de primera mano de aquellos años tan convulsos como edulcorados por sus cronistas. Allí la ya mitológica noche de las tres Pes con su apresamiento multitudinario de “prostitutas, pájaros y proxenetas” tiene fecha precisa: el 11 de octubre de 1962, apenas tres días antes del inicio de la llamada Crisis de los Misiles. Allí aprendemos que la famosa Operación Hippie con el que recogieron buena parte de los jóvenes habaneros aficionados al rock ocurrió el 25 de septiembre de 1968, días antes de que Fidel Castro proclamara en el octavo aniversario de los CDR que “en nuestra capital […] dio por presentarse un cierto ‘fenomenito’ entre grupos de jovenzuelos[…] influidos entre otras cosas por la propaganda imperialista, que les dio por comenzar a hacer pública ostentación de sus desvergüenzas”.
Llama la atención la frescura con que está contado el relato. La ingenuidad que le evita contaminar al personaje de aquellos días con la experiencia adquirida posteriormente. Más bien ocurre lo contrario. La ingenuidad juvenil parece contagiar el epílogo donde la autora se pregunta por qué fue objeto de una persecución tan enconada por parte de las autoridades “¿Por qué tanta atención sobre una estudiante extranjera sin importancia […]?” para terminar achacando tal encono a las maquinaciones de una conocida. Como si después de diseccionarlo con tal detalle se le escapara una enseñanza elemental de un sistema como el cubano: la de que allí, al igual que con la Cosa Nostra, no hay nada personal. Que la esencia misma de un sistema como aquel consiste en no subestimar nada. En dedicarle la máxima atención a seres mucho más insignificantes que una estudiante extranjera. En cambio y aunque no lo diga directamente queda claro que si bien el castrismo no inventó la homofobia sí puede atribuirse el copyright de su instrumentalización política en la historia cubana. La vieja homofobia que estimulada e ideologizada sirvió no solo para controlar a los homosexuales cubanos sino mantener a toda la población en el trance totalitario de exigir y dar cuentas de lo más íntima de sí. Y de dicha estatalización de lo íntimo emanó buena parte de su control sobre toda la sociedad. Adiós mi Habana es, en fin, un libro muy recomendable. Sobre todo si se trata de hacerle un regalo de cumpleaños a Mariela Castro, tan desinformada, la pobre.
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