Fidel Castro es uno de los grandes malentendidos del siglo XX
Abel Sierra Madero (Matanzas, 1976), luego de La nación sexuada (2002) y Del otro lado del espejo (2006), este último merecedor del Premio Casa de las Américas, publica ahora Fidel Castro, el Comandante Playboy. Sexo, Revolución y Guerra Fría, un libro que nos sirve de pretexto para abordar con él los hilos fundamentales que recorren el texto: política, medios de prensa o ritos sexuales tamizados, como si se tratara de un filtro fotográfico, por la mirada ideológica.
Háblanos un poco del origen de este libro, cómo surgió y por qué. ¿Fue una investigación previa que acabó organizándose y concretándose en un volumen, o fue la idea de escribir el libro lo que motivó la investigación?
Todo empezó con una relectura de Castro’s Cuba, Cuba’s Fidel (1967), del fotorreportero Lee Lockwood. Supe entonces que la revista Playboy había publicado como adelanto un fragmento de la entrevista de Lockwood con el dictador cubano. Esa pista me llevó a rastrear la relación de Castro con Playboy, la icónica revista de entretenimiento para adultos.
Aunque estaba prohibida en Cuba, Playboy le permitió a Castro llegar a millones de personas. La sección “The Playboy Interview” fue durante varias décadas uno de los espacios más leídos del mundo. Además, la revista sirvió para asentar debates sobre la “normalización” de las relaciones de Estados Unidos con Cuba y el fin del embargo durante la década de 1970 y principios de la de 1980.
Playboy, como demuestro en el libro, se convirtió no solo en una plataforma para el Comandante, sino también en una suerte de canal secreto (back channel) a través del cual se gestionaron algunas negociaciones entre políticos y lobistas con el gobierno cubano.
El libro no fue pensado inicialmente como tal. Fue un proyecto que creció poco a poco. En 2015 había escrito un capítulo para un volumen que planeaba publicar junto a la historiadora Lillian Guerra, una de las voces más importantes de los estudios cubanos de los últimos años. El capítulo sobre Fidel Castro y sus affaires con la revista Playboy era una especie de bonus track de ese libro. En ese momento yo me encontraba en medio de mi doctorado en New York University; la imposibilidad de cumplir con los plazos editoriales junto al rigor del programa de doctorado, me hizo tomar la decisión de posponer ese proyecto, aunque no hemos dejado de colaborar. De hecho, algunas de las imágenes que aparecen en el libro provienen de su archivo personal.
Mientras tanto, seguí investigando sobre la presencia de Fidel Castro en la cultura impresa estadounidense durante la Guerra Fría y fueron saliendo otros temas. El proyecto comenzó a crecer y a integrar otras fuentes. Se aceleró luego de la muerte del Comandante en noviembre de 2016. Ha sido bien difícil porque tuve que escribir, al mismo tiempo que este libro, una tesis doctoral de más de trescientas páginas de un tema totalmente diferente. De locos.
He tratado de posicionarme desde lugares menos comunes y romper con el marco binario tradicional conformado por las narrativas anticomunistas y por aquellas que toman a Fidel Castro como un referente moral. Como categorías de identidad política, el anticastrismo y el castrismo se articularon en una unidad constitutiva de amor y de odio, retroalimentándose mutuamente. Creo que ese ha sido uno de los errores del exilio: no generar un relato histórico más allá del anticastrismo.
Ante semejante epíteto en portada: Fidel Castro, el Comandante Playboy, el lector pudiera pensar en primera instancia que te referirás a un comandante mujeriego y seductor, ¿no? Sin embargo, tu título apunta mucho más allá…
El título del libro es un gesto orientado, por una parte, al análisis de las relaciones del Comandante con Playboy y, por otra, a desmontar los lugares desde donde se ha construido la mística y el carisma del dictador.
La mitología de Fidel Castro pasó también por la sexualidad y por su representación como bad boy y latin lover. Abbot Howard “Abbie” Hoffman, fundador del Youth International Party (Yippies), por ejemplo, fue uno de los que sucumbió a sus encantos. Dijo que Fidel era algo así como “un pene poderoso naciendo, y cuando él está alto y recto, la muchedumbre inmediatamente se transforma”.
Además, confesó que hubiera querido tener el estilo de Andy Warhol combinado con el de Fidel: “Warhol entiende los medios modernos. Castro tiene la pasión para el cambio social. No es fácil. Uno es un maricón y el otro es el epítome de la virilidad”. Pero entre los dos, Hoffman prefería al caudillo cubano: “Si el país se vuelve más represivo tenemos que convertirnos en Castros. Si el país es más tolerante, debemos convertirnos en Warhols”.
Así, el dictador cubano se convirtió en un objeto de deseo y de fascinación.
Fidel Castro y la Revolución Cubana son uno de los más grandes malentendidos del siglo XX que la Historia se encargará de poner en su lugar. De eso estoy seguro. Su legado es una gran distorsión y es muy cuestionable.
Fidel Castro secuestró y personalizó una revolución que no le pertenecía. Muchos de los que lideraron la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, y tenían un proyecto más liberal e inclusivo, acabaron fusilados, encarcelados o exilados. Prometió restaurar libertades y derechos fundamentales y terminó instaurando un régimen autoritario que instaló campos de trabajo forzado, fomentó la violencia de Estado, vació de contenido la figura del ciudadano y arruinó al país por seis décadas, desplazando a millones de personas.
Aunque la base fundamental de su retórica era el antimperialismo, Fidel puso a Cuba bajo la órbita expansionista de Moscú y siguió reproduciendo el modelo de monocultivo y de monoexportación que había sido nuestro lastre fundamental como nación. Su gestión política y económica fue desastrosa y casi todos sus proyectos terminaron siendo un rotundo fracaso.
Los niveles de desigualdad y de vulnerabilidad de la población cubana hoy son alarmantes. Ni la educación ni la salud son gratuitas, aunque la propaganda oficial se empeñe en demostrar lo contrario. Cuba se ha convertido en un país post-socialista controlado por una élite militar, que genera un modelo de extracción de la fuerza de trabajo que sorprendería al mismísimo Marx…
Pero eso forma parte de otra discusión.
El Comandante encarnó las fantasías de la utopía revolucionaria y una alternativa a las burocracias del “socialismo real” y al capitalismo intervencionista de Washington. Alrededor de su figura se construyó un campo de afectos muy poderoso, que se mantiene aún en la actualidad entre sectores de la izquierda que desconocen la dimensión del drama cubano y que tienen a Estados Unidos y al embargo como la principal fuente de todos los problemas de la Isla.
En uno de los capítulos de mi libro analizo precisamente el papel de la izquierda en la construcción de Cuba como un parque temático, puesto en función de sus necesidades afectivas e ideológicas, cuando no sexuales. La idea de que Cuba era Fidel y que Fidel era Cuba, y no una formación más abarcadora, es una de las distorsiones más grandes que produjeron esas narrativas.
En tu trabajo con el archivo, como explicas en la introducción del libro, has terminado haciéndote de una gran cantidad de magazines de pulp fiction, tabloides de chismes y revistas eróticas estadounidenses relacionadas con la figura de Castro. ¿Qué destino le aguarda a esa colección privada, que tal vez sea única en el mundo? ¿Seguirá creciendo? ¿Podremos esperar acaso una exposición?
He comprado cientos de revistas en subastas realizadas en la plataforma digital Ebay (alguien tendrá que estudiar el papel de Ebay en los procesos de democratización y de descentralización del archivo). Esos materiales son la base de este libro y han conformado una colección bastante rara que sigue creciendo.
Por el momento pretendo conservarla. La idea, sí, es realizar una exposición. Ando buscando instituciones interesadas en el proyecto.
También en la introducción, te refieres a tu libro como “el fragmento de una biografía de Fidel Castro o una historia de la Revolución que todavía está por escribirse”.
Fidel Castro generó mucho material biográfico dentro y fuera de Cuba. La biografía se convirtió en un fenómeno de masas desde Stefan Zweig. Pero ese tipo de relatos generalmente se regodean en lo anecdótico, en el fetiche, y muy pocas veces en el análisis. Tienden a sobredimensionar a los personajes y terminan por distorsionarlo todo.
No creo en géneros estables ni fijados; pero considero que una biografía de Castro que capture toda su complejidad, más allá de la idolatría o la fascinación, aún no se ha escrito. Tanto su figura como la historia de la Revolución deben ser sometidos a debate. Esas discusiones tienen que llegar a los lenguajes públicos globales para poder incidir en los manuales escolares, en los programas de estudio de las universidades, en el mundo del cine y en los medios de comunicación.
Es bien difícil porque las grandes editoriales, periódicos como The New York Times o algunas revistas de circulación mundial como Slate y The Nation, entre otras, controlan celosamente lo que se publica sobre Castro y la Revolución. Pareciera que los cubanos estamos excluidos para contar nuestra historia en esos espacios. Por lo general, siempre alguien habla por nosotros. Es el síntoma de una política.
Lo mismo sucede con los Cuban Studies en Estados Unidos. Este campo ha estado contaminado por relaciones clientelares que han establecido históricamente académicos estadounidenses con comisarios culturales y funcionarios. Existe un contrato tácito que implica cierta condescendencia política con respecto al régimen cubano. Las voces críticas suelen ser castigadas y penalizadas con la prohibición de entrar a la Isla.
La profesora y artista cubanoamericana Coco Fusco, por ejemplo, ha sido detenida varias veces en el aeropuerto de La Habana y regresada a Miami en el mismo avión, por su apoyo a artistas independientes. Este no es un caso aislado, sino una práctica sistemática que lleva produciéndose mucho tiempo.
Salvo excepciones, la mayoría de los “expertos” sobre Cuba en Estados Unidos evitan hacer declaraciones públicas sobre la realidad política en la Isla. Algunos se manifiestan con vehemencia con respecto a violaciones de derechos humanos en otros lugares; pero con respecto a Cuba, su silencio es escandaloso. Es como si el repertorio de herramientas analíticas y categorías que usan para criticar otras realidades, no aplicaran al caso cubano. De este modo, Cuba se ha constituido como un espacio excepcional en los procesos de producción de conocimiento.
¿Qué crees que significa, para el lector cubano común y corriente de hoy, asomarse a este, digamos, “adelanto de biografía” que ya has escrito? ¿Qué esperas que le aporte tu libro? Más allá de los historiadores, o de los especialistas: ¿con qué lectores te gustaría conectar?
En este libro trato de contar una historia diferente de la Guerra Fría utilizando fuentes no convencionales, que van desde las revistas eróticas, la literatura de viajes, el rumor o el chisme, hasta el cómic y las tramas de pulp fiction. Me involucro en un proceso de deconstrucción de la figura del Fidel Castro a partir de las fantasías populares que se produjeron en Estados Unidos, y aquellas generadas por la izquierda global. Creo que el archivo que rescato, y comparto con los lectores, es una de mis contribuciones.
Nunca he escrito para un lector específico y he tratado de manejar unos códigos que rompan con la jerga académica, para que las ideas puedan circular con más fluidez y tengan mayor alcance. Algunas veces lo he logrado, otras no tanto. Pero quiero conectar con todos los lectores posibles.
¿Esperas, algún día de tu vida, poder publicar este libro en Cuba?
Ojalá. En el futuro todos los libros censurados y prohibidos por el comisariado cultural, durante estas décadas, deberían publicarse en Cuba.
Imagino un fondo editorial que pueda encargarse del asunto. Creo que para que se produzca el cambio hay que imaginarlo, soñarlo.
Eres especialista en cuestiones de sexualidad, políticas LGBTQ, etc. Tus ensayos anteriores exploran esos temas en el contexto de la historia y la cultura cubanas. ¿Cómo se relaciona El Comandante Playboy con el conjunto de tus libros? ¿Cuánto hay de ruptura, o de proximidad, con los asuntos que has estudiado anteriormente?
Creo que el proyecto de Historia de la Sexualidad en Cuba que empecé a finales de la década de 1990, está llegando a su fin. Siempre he tratado de ubicarme en los puntos ciegos y en los silencios de la Historia. El sexo era uno de ellos, y me interesaba como instancia de imaginación política, su relación con el nacionalismo y con procesos de exclusión social.
Michel Foucault demostró que la sexualidad no era un tema de segundo orden o colateral a las narrativas nacionales, sino que estaban en el centro de los procesos de institucionalización y de organización de la sociedad moderna. La teoría marxista, preocupada por el tema de las clases y la economía, no lo entendió hasta hace muy poco. Yo he tratado de contribuir con mis investigaciones y mis ensayos a que la sexualidad se integre a la historiografía, a los estudios cubanos y latinoamericanos como una preocupación importante y no como un elemento decorativo, de atrezo.
El Comandante Playboy forma parte de una transición temática y disciplinar que empezó hace algún tiempo. Ahora mis preocupaciones están orientadas a la política de la memoria.
En Cuba hay una crisis de memoria histórica y el escenario poscomunista se articula precisamente sobre un proceso de lavado y borrado de la memoria. Los regímenes totalitarios, sobre todo aquellos enquistados en el tiempo, tienden a producir narrativas que diluyen el pasado de represión para distorsionar el alcance de la tragedia. Borrón y cuenta nueva, dicen algunos.
El caso cubano no es una excepción. Hay fuerzas que promueven un futuro amnésico y un olvido colectivo; fuerzas que diluyen y acomodan el pasado para que no pueda usarse en el presente o en el futuro político. El papel de los historiadores y de los intelectuales públicos es trabajar para que eso no suceda. El pasado tiene que convertirse en una herramienta para pensar el futuro y para los procesos de administración de la justicia.
No puede soñarse con una Cuba en democracia sino pensamos en estas cuestiones. Tiene que haber una ley de memoria redactada para el día después. Y ese día va a llegar, más tarde o más temprano.
Colocas como epígrafe al volumen esta frase de Svetlana Boym: “The past has become much more unpredictable than the future”. A día de hoy, y varios libros después, ¿qué nos diría Abel Sierra Madero cuando se habla del futuro de Cuba?
La frase de Svetlana Boym es muy poderosa porque de alguna manera resume el presente y futuro de las sociedades poscomunistas. Su libro The Future of Nostalgia es una gran contribución para entender los afectos en estos países, en especial ese tema de la nostalgia.
La Revolución Cubana fue, entre otras cosas, una maquinaria, una industria de producción de afectos que traspasó sus propias fronteras, y eso es muy difícil de desmontar, porque esos afectos se tradujeron en un pensamiento de tipo religioso y no en la racionalidad del análisis crítico. Ese campo de afectos se generó desde el cine, la literatura, la música, y se conecta con las vivencias de la gente.
Si tomamos en cuenta lo sucedido en las sociedades de Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas, incluida Rusia, no es difícil imaginar el futuro de Cuba: economía deprimida, agudización de la desigualdad y la pobreza, resurgimiento de la religión, la homofobia, el racismo y el pensamiento extremo; gobiernos autoritarios, corrupción, etcétera.
En resumen: ausencia de un Estado de derecho. Ya se ha demostrado que el tiempo histórico no es lineal ni continuo; ya sabemos que nunca se cumplió la promesa de la democracia tras la caída de esos regímenes.
Este escenario que he descrito, que por cierto ya se instaló en la Isla, ha venido creando una especie de añoranza, una nostalgia por el pasado comunista. Y la nostalgia hay que atenderla con mucho interés y cuidado, por el tipo de memoria colectiva que genera.
Lo mismo sucede con aquellos que idealizan la década de 1980 solo porque había más enlatados en las tiendas, o electrodomésticos de fabricación soviética, cuando en realidad fue un período oscuro para el arte y para el desarrollo del país.
El reto es construir una comunidad nacional que tenga un sentido crítico del pasado y que convierta la nostalgia en una categoría política. He visto comentarios en redes sociales de personas emocionadas con teleseries de guerra o de aventuras donde se enmascaraba la propaganda, o con canciones que prometían hundirnos en el mar antes de “traicionar la gloria que se ha vivido”. Eso es preocupante y triste.
Vivimos también en un mundo cada vez más predecible y aburrido, que tiende a la homogenización. Un mundo donde no hay riesgo cultural, en el que los libros que más se venden son los de cocina o de autoayuda. Las mismas cadenas de fast food, la misma estética, el mismo street art en New York, Miami o Praga. La experiencia de las mayorías pasa por las redes sociales y, para que un lugar merezca la pena, debe ser ante todo “instagramable”. El capital simbólico pasa por los likes y por los followers. Un mundo cada vez más polarizado donde los discursos sobre el bienestar social se asocian al comunismo y no a la socialdemocracia.
El argumento de Svetlana Boym, con el que empiezo mi libro, también se conecta con la producción de conocimiento acerca de la naturaleza de los regímenes autoritarios. En ese sentido, considero que es fundamental la creación de nuevos consensos e imágenes sobre la Historia de la Revolución. Si ya conocemos el futuro, y no pinta nada bien, el ejercicio más productivo sería regresar al pasado y convertirlo en una instancia más compleja de imaginación nacional, precisamente para que no se repita.
Jorge Edwards señaló que las revoluciones “siempre serán juzgadas con mayor benevolencia que las contrarrevoluciones. Hay razones sólidas para que esto sea así. En las revoluciones el horror puede coexistir con la grandeza”.
Por lo pronto, es muy probable que esto sea cierto.
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