Por Enrique Del Risco
En
la mañana del 13 de julio de 1994 la radio cubana
anunciaba con una celeridad extraña cuando de noticias importantes se
trata: “Zozobró embarcación robada por elementos antisociales. En la
madrugada de hoy, elementos antisociales sustrajeron por la fuerza una
embarcación del puerto de La Habana con el fin de abandonar ilegalmente
el país”.
En los días siguientes la propaganda oficial se enfocó en los términos
“robo”, “antisociales”,
“naufragio”. A la semana del hundimiento del remolcador “Trece de Marzo”
en un
noticiero televisivo presentaron a uno de los sobrevivientes declarando
que los
únicos culpables del naufragio de la nave era eran él y los que lo
acompañaron
en la fuga al escapar en una embarcación demasiado vieja como para
resistir la
navegación en alta mar.
Ya para entonces radio Martí llevaba días difundiendo declaraciones
de sobrevivientes que se habían comunicado por teléfono desde La Habana. Gracias
a eso supimos que de las 72 personas que viajaban en el “Trece de Marzo” se habían
ahogado treinta y siete, diez de las cuales eran niños entre seis meses y doce
años de edad. Que los que huían no eran antisociales sino trabajadores del
puerto. Que precisamente ellos en los meses previos se habían encargado de
reparar y poner a punto la embarcación. Y que el remolcador había sido hundido
intencionalmente por cuatro naves que estaban esperándolo a la salida de la
bahía y tras perseguirlo embistieron al “Trece de Marzo” y les lanzaron chorros
de agua para hundirlo.
La
más detallada información oficial sobre el hundimiento
del “Trece de Marzo” la dio Fidel Castro en persona. Ya el hecho era
suficientemente escandaloso
como para que no bastaran las versiones de los amanuenses de turno. En
la suya Fidel
presentaba a un grupo de obreros del puerto que en su afán por recuperar
su
instrumento de trabajo -el remolcador- chocan accidentalmente con el
remolcador
y lo hunden. No menciona los chorros de agua, reconocidos en una versión
oficial anterior y justifica a los responsables directos del hundimiento
diciendo:
“El comportamiento de los obreros fue ejemplar porque trataron de que no
les
robaran su barco”. Descarta cualquier posibilidad de enjuiciarlos por la
muerte de casi cuatro decenas de personas diciendo “¿Qué
les vamos a decir ahora? ¿Que dejen que les roben los barcos, sus medios
de
trabajo? ¿Qué vamos a hacer con esos trabajadores que no querían que les
robaran su barco, que hicieron un esfuerzo verdaderamente patriótico,
pudiéramos decir, para que no les robaran el barco? ¿Qué les vamos a
decir?”.
Fidel Castro pudo desentenderse de los que hundieron el
remolcador, cuestionar su decision de perseguirlo. Pudo incluso haber simulado un juicio y un castigo. Pero con ello habría
anulado el objetivo principal del hundimiento del remolcador: advertirle a
todos los cubanos de lo que les esperaba si insistían en escaparse de la isla.
La
versión de Fidel Castro terminaba confirmando, aunque
sea indirectamente, la de los sobrevivientes. Todo el que conozca el
funcionamiento de Cuba sabe lo impensable que resulta que un grupo de
trabajadores
del Estado asuman la iniciativa de tomar cuatro barcos del Estado para
perseguir otro en fuga. Que de ser sorprendidos durante el asedio al
barco prófugo su mayor preocupación consistiría en demostrar que no
intentaban escapar junto al remolcador.
Los detalles mencionados en todas las versiones,
oficiales o no, hacen pensar que todo sucedió más o menos así: alertado de que
un buen grupo de personas tenía un plan para escapar de la isla usando un
remolcador del puerto de La Habana Fidel Castro en persona decide poner en
marcha un plan. No se trataba de detener a las 72 personas mientras abordaban
la embarcación. Ni luego, mientras salían de la bahía. Se trataba
de hundirlos en alta mar con discreción suficiente como para que pareciera un
accidente aunque no tanta sutileza como para que el resto de los cubanos no
captaran la advertencia: A partir de entonces no habría contemplaciones con nadie ni se detendrían ni ante mujeres o niños.
Pero
para llevar a cabo el plan no usarían a las tropas guardacostas, que
serían la opción más lógica, sino a los trabajadores del
puerto. Para que pareciera una acción de la clase obrera en defensa de
los
intereses. Fidel Castro tenía debilidad porque sus actos
represivos parecieran iniciativa espontánea del pueblo. Ese mismo pueblo
al que
había privado de toda capacidad para tomar sus propias iniciativas
políticas. Había empleado
esa táctica incontables veces antes del hundimiento del remolcador y
también después.
Como al crear las llamadas Brigadas de Respuesta Rápida, supuesta
organización popular espontánea destinada a reprimir a la oposición. O
al usar
un contingente de obreros de la construcción en labores represivas
cuando en realidad disfrazaba a la policía secreta de constructores para
repartir
golpes a nombre del pueblo trabajador. Tal recurso puede parecer
ridículo pero
al menos para el que tenga suficientes deseos de creérselo, funciona.
Por eso quien quiera que haya organizado la operación (y
algo de esa envergadura en aquellos días solo podía tener un nombre) debió
hacer apostar los barcos en las afueras de la bahía. Para que todo ocurriera en
alta mar, sin testigos ni sobrevivientes. Eso explica que no se detuvieran cuando
las mujeres les mostraron que viajan con niños. O que no les bastara con
embestir el barco o dispararle con cañones de agua y que incluso una vez
hundido el remolcador los barcos atacantes dieran vueltas alrededor de los sobrevivientes
para terminarlos de ahogar. De acuerdo con estos solo fueron rescatados por un
barco guardacostas que apareció milagrosamente al aproximarse un barco mercante
al lugar del hundimiento.
Un crimen perfecto. Al menos si en tu idea de la
perfección encaja la muerte de casi cuarenta personas y, entre ellas, diez niños.
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