Por Eduardo Lolo
Estudiar a profundidad la poesía es como querer
asir lo inasible. Porque es el caso que la poesía es mucho más que un ejemplo
de género literario. El autor, usualmente entre bambalinas en el resto del
espectro genérico, ocupa casi siempre el primer plano en cada poema. Pudiera
decirse que un poeta se escribe, describe y descubre a sí mismo en cada poesía.
Todo poema, si es genuino, lleva impregnado un autorretrato del espíritu de su
progenitor. No importa que el tema sea el mar, o un hecho heroico, o el amor;
el poeta o poetisa se convierte en ola, espada, caricia. Toda obra poética, sin
el hálito vital del creador de verso en verso, no es más que ‒en el mejor de
los casos‒ un conglomerado de palabras armoniosamente imbricadas. Porque la
poesía, en su atemporal raíz primigenia semejante en todos los idiomas, es,
simplemente, inefable. Como el alma misma.
Lo anterior me ha venido a la mente tras la
lectura de Poetas cubanos en Nueva York.
Estudios Críticos (1978-2018), del profesor Octavio de la Suarée. En esta
colección de ensayos su autor nos invita a un recorrido por el corpus poético
de cubanos exiliados en Nueva York. De la Suarée va de la voz más alta de la
poesía en español escrita en esta ciudad (José Martí), a compatriotas representativos
de generaciones varias que le han seguido sangrando estrofas. Se unen,
entonces, tres elementos que terminan, a la postre, conformando uno solo:
versos, exilio y ciudad. Esta última es, también, poesía. Nueva York es la
ciudad que nunca duerme porque el alma tampoco duerme nunca. Por otra parte, el
exilio, como desgarradora experiencia del tiempo, jamás descansa, siempre
presente hasta en las sombras del sueño, en vigilia sin pausa al faltar la
almohada olorosa a la tierra originaria de cada cual. Versos, destierro y
ciudad se confabulan, entonces, en su interpretación por parte del alma
adolorida. Ese es el sello de la poesía de los cubanos exiliados entre
rascacielos sustituyendo palmas, donde la nieve intenta, inútilmente,
reemplazar el génesis de trópico personal de cada uno de los creadores
estudiados en esta compilación publicada por la Editorial de la Academia de la
Historia de Cuba en el Exilio, Corp. y disponible en Amazon.com.
La misma comienza con un esencial prólogo de
Grisel Maduro quien destaca, refiriéndose al autor, “su cabal comprensión del
ejercicio de la crítica.” Comprender no sólo el porqué de la poesía, sino su
cómo, por quién y para qué, hace del esfuerzo del crítico una tarea semejante a
la de un nuevo Sísifo, sorprendido cada vez que una estrofa rebelde a su
análisis lo devuelve al punto de partida; la cúspide de nuevo perdida entre
nubes de vocablos. Y a esa tarea se ha dedicado Octavio de la Suarée, como
prueba la obra que hoy comentamos, por más de 40 años. Sus autores viven (o
vivieron), compartiendo angustias comunes al crítico. Los versos estudiados no
le eran lejanos o desconocidos a Octavio en tanto que experiencias vitales
compartidas. Quienes viven en el exilio desviven en el tiempo. No en el tiempo
general, sino en el que les fuera truncado, obligados a aprenden a vivir en un
nuevo e imprevisto tiempo que les esperaba emboscado al doblar de la historia.
Además del ya nombrado José Martí, son estudiados
en esta colección, alma en ristre, Alina Galliano, Iraida Iturralde, José
Corrales, Rafael Bordao, Octavio Armand y Ángel Cuadra. Desconozco si De la
Suarée escribe poesía; pero de la forma en que trata los autores analizados tal
parece que ya él había “sentido” las obras que examina de esos bardos. El
paisaje histórico compartido por los creadores estudiados y el crítico
(nacionalidad, exilio, ciudad; que es decir, destierro, nostalgia,
desesperanza) es el mismo en que se mueven las ánimas de los unos y el otro.
Además, no debe olvidarse que los buenos poetas son aquellos que escriben los
versos que muchos de sus lectores ya llevaban dentro, pues sus plumas, en
última instancia, no son más que el vehículo para comunicar en palabras lo que
otros ya habían sentido o vislumbrado en trazos de tiempo compartido o vidas
vividas, soñadas o por vivir.
Hay dos ensayos que armonizan autores varios, ya
sea en un período específico [“Cuarenta años (1959-1999) de poesía cubana en
Nueva York”] o fuera de la geografía neoyorquina (“‘Silencio, memorias,
sueños’: tres temas de la poesía cubana en los EE.UU.”). Estos dos estudios
constituyen en opinión de este lector, por la amplitud y profundidad con que
desarrollan sus tesis, dos piezas antológicas de la crítica de la poesía cubana
del destierro, de seguro llamadas a ser puntos de referencia obligatoria del
tema por parte de investigadores futuros.
En resumen, estamos en presencia de una obra que
reúne la respuesta de un lector con conocimiento de causa (y efectos) con la
meticulosidad de un serio estudioso de la literatura cubana fuera de Cuba que,
paradójicamente, nunca ha dejado de ser en la Patria. Se trata de un destacado
ejemplo de crítica literaria; pero también de historiografía, agrupando el registro
histórico que, en versos, nos dejaran los autores estudiados. Al final quedan,
implícitamente, las memorias de un lector activo con dominio de las
herramientas de crítica y análisis literario obtenidas en sus muchos años de
estudio y docencia. Leer esta colección de ensayos es una sentida invitación a
la lectura de los incluidos
en su nómina. O lo que es igual, un abrir puertas vestidas de páginas para que todos
tengamos, al menos, un atisbo del alma, apesadumbrada aunque vital, de la
poesía cubana del exilio.
Nueva York, otoño de 2019.
*Tomado del Website del autor: http://eduardololo.com
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