Por Amir Valle
Existen los libros “aplasta egos”. Y 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada, del escritor cubano Manuel Gayol Mecías, es uno de esos libros. Se trata de obras que te obligan a detenerte, a reflexionar sobre tus propios egos y a decirte: “¿cómo no se me ocurrió a mí escribir algo así?”, con envidia sana.
Gayol, autor de varios libros que entran en esa categoría, logra con este el que creo es el más documentado antídoto intelectual contra esa idiotez nacionalista que durante años los cubanos, tanto en la isla como el exilio, hemos padecido, gritando nuestra enfermedad a los cuatro vientos con argumentos que sólo un nacionalismo barato enfermizo puede generar: “islita pequeña de la que han nacido nombres esenciales de la cultura universal”, “país marcado por improntas históricas que nos colocan en el centro del mundo”, “gente con una gracia única”, o exageraciones al estilo de “la playa más linda”, “los mejores amantes”, “la música más sabrosa”, “el mejor ron”, “el tabaco más aromático”, “los bailarines más expertos”, etc. Sentencias que no se sostienen en lo más mínimo apenas miras a los lados, te despojas de todas esas taras y analizas que cualquier otro ciudadano de este planeta podría esgrimir argumentos similares sobre su país, su cultura, su gente.
Gayol Mecías hace un recorrido memorioso (léase intuitivo y analítico) por los estamentos fundacionales, los comportamientos y las diversas esencias que configuran eso que algunos llaman “la identidad del ser cubano”. Una verdadera proeza, es justo decirlo. Porque en estas páginas no sólo aparecen cuestionamientos muy serios a esa isla imaginada con la que todos cargamos; a las raíces y a las consecuencias de esas mixturas culturales/raciales para el concepto de nación; a los históricos contrapunteos entre la Cuba real y la que cada uno de nosotros (en dependencia de nuestras circunstancias íntimas, y de la Historia) concebimos; al encontronazo perpetuo de esas “sensibilidades” y “dones” que originan el relajo, el choteo, la risa escapista a modo de supervivencia; al daño antropológico de esa predilección por el líder o de la autocensura como estrategia definitoria del comportamiento social…, y muchas otras cosas.
Libro, además de abarcador, profundo, que hurga en estos complejos temas con las armas del historiador, del filósofo, del antropólogo, del sociólogo y, lo más interesante, del cubano simple que mira su entorno con ojo cómplice, nostálgico y crítico a la vez. Porque, y esta es una de sus mayores virtudes, la complicidad y la cercanía que Gayol Mecías no niega llevar como marca del cubano que él mismo es, no es impedimento para que tome distancia de los sucesos, comportamientos e imaginería social en los que se centra su análisis configurando una perspectiva científica seria, objetiva, sosegada, que le permite dilucidar los límites de lo beneficioso y lo dañino de estos elementos en cualquier acercamiento desprejuiciado sobre conceptos tan controvertidos y difíciles como identidad, transculturación, nación, patria, revolución, caudillismo, entre otros.
Momentos luminosos, cegadores incluso, tiene 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada: el desmembramiento juicioso de las partes esenciales de eso que el autor llama “ajiaco de los genes”, con el cual intenta explicar las razones de esa imperfección que, aunque muchos lo nieguen, son un rasgo notorio en el comportamiento ético y social de los cubanos; la exposición sobre algo que podemos llamar “el tablero de las posibilidades” de todos esos matices que configuran el tan llevado y traído “choteo cubano”, y cómo ciertos equívocos y extremos (el relajo, la pachanga) nos convierte a los cubanos, al mismo tiempo, en víctimas y victimarios de ese “don/tara” según se mire; el esclarecimiento del peligro sociológico de la asunción como “estrategias de supervivencia” de categorías tan peligrosas como el silencio, la censura, la autocensura, la credulidad oportunista, el suicidio físico y social, la obnubilación con los Mesías; hasta llegar incluso a hechos fundamentales pero muy concretos como el exilio histórico (mediante incisiones muy precisas que intentan definir el verdadero aporte a la nación de esa parte de la diáspora) o “ese dictador que todo cubano lleva dentro” (especialmente notorio aquí serían los cambios injertados en el “ego” nacional por la egolatría mesiánica de Fidel Castro y su personalísimo estilo de vida y dirigencia).
Cuba, el ser diverso y la isla imaginada es un libro que molestará a muchos de esos que cargan con bullicioso orgullo esa supuesta condición de “elegidos” de los cubanos; resultará incómodo para quienes, desde la política, han intentado insuflar esa supuesta singularidad a favor de sus intereses en ambas orillas del tema Cuba; y echará por tierra las tesis de una supuesta superioridad histórica, regional, cultural, usualmente esgrimida por unos cuantos idiotas nacionalistas. Porque es muy difícil, hasta doloroso, entender que Cuba es apenas una islita cada vez más insignificante para la historia del mundo (aun cuando nadie niegue que en ciertas etapas, por su posición geográfica más que por otras cosas, estuvo entre los protagonistas de la Historia, con mayúsculas); es duro entender que los cubanos somos tan singulares como cualquier otro ciudadano de este mundo…, y aún más descorazonador es saber que precisamente por andarnos creyendo ciertas cosas, por andar escuchando ciegamente a ciertos Mesías (el síndrome del flautista de Hamelin, lo llama Gayol Mecías) y por caminar por la vida mirándonos nuestro hermoso ombligo sin ver nuestras otras escandalosas imperfecciones, podemos mostrar muy pocos elementos de los que realmente presumir, mientras con jolgorio, griterío y espíritu de choteo hemos ido acumulando muchísimas más cosas (taras, desviaciones y comportamientos errados) de las cuales deberíamos avergonzarnos.
Un libro este, en fin, grande, necesario, controvertido, pendenciero, retador (además de exquisitamente documentado y delineado hasta en sus más áridas connotaciones científicas) que nos permita reflexionar sobre nuestras verdaderas esencias, valores, virtudes, contradicciones e imperfecciones; en suma, sobre esas complejidades humanas, sociales, históricas que, más allá de las etiquetas que nos colgamos, configuran nuestra más genuina singularidad.
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