Por Waldo González López
«A los libros no se les describe, se les lee. […] A los hombres erectos, no se les cita, se les honra». Agustín Tamargo
Mientras disfrutaba la enriquecedora
lectura de Rehenes de Castro (Testimonio del Presidio Político de
Cuba), tuve la suerte de conocer, en el acto de investidura de su
ingreso a la Academia de Historia de Cuba en el Exilio, a su autor, el valiente
luchador anticastrista y anticomunista Ernesto Díaz Rodríguez (al que ya
admiraba por su incambiable actitud, reflejada a lo largo de veintidós años en
varias de las ergástulas implantadas por el tirano y sanguinario Castro), quien
evidencia no pocas de sus virtudes vertidas en su libro, del que me ocupo
ahora.
En su «Introducción», no
dice Ernesto, con su sencillez espartana que convence:
Corría el mes de mayo de 1983, cuando
comencé a escribir Rehenes de Castro, esta obra literaria que es
parte importante de mi vida. No voy a hablar del alto precio pagado en
sacrificio para llegar a acumular las experiencias que hoy comparto con
ustedes, porque más grande que todos los tormentos de la cárcel es la
satisfaccion de haber servido con amor y decoro a la sagrada causa de la
Libertad de Cuba.
Ante todo, se trata de una fecunda
lectura, que me recuerda tres títulos afines, con los que conforma una
invaluable tetralogía por su alta calidad, tales Contra toda esperanza,
de Armando Valladares, Procesado en el Paraíso. Un poeta que vivió la
guerra, de Ismael Sambra y ¡Pobre Cuba! Mis memorias,
de Alberto Müller, heroicos prisioneros durante años.
Entre otros
méritos de Rehenes de Castro (publicado en 1995 por Linden
Lane Press, con prólogo del recordado periodista Agustín Tamargo) figuran en
primer lugar: la modestia del autor, quien [fundador de Alpha 66] nacería en Cojímar,
humilde poblado de pescadores próximo a La Habana, porque evidencia la
mencionada cualidad de «los pobres de la Tierra», tal denominara Martí a la
gente sencilla, con quien quería el mayor cubano su suerte echar.
A esta, le añado otras que, propias del narrador y poeta,
resultan valiosos conceptos demostrados a lo largo de las 570 páginas, como el
sentido de la amistad, la dignidad, la fraternidad y la valentía, sin que
falten la bonhomía, el humor y, en precisos instantes, la ironía, que
enriquecen su prosa, no pocas veces poética, otro mérito de la obra.
Hay en el libro abundantes momentos
que confirman la enorme valía de Rehenes de Castro, en sus amenos
77 capítulos. Por solo mencionar algunos memorables, reproduzco un fragmento
del primero que inicia este excelente volumen, al que leemos como una ferviente
novela: «Los presos políticos plantados» (que luego abordara en una inolvidada
serie Lilo Vilaplana):
La historia del presidio político de Cuba está escrita con
sangre. Describir tanto horror, tanta tragedia humana es tarea penosa. Muchas
veces he pensado que lo mejor sería poder olvidar, cerrar los ojos y borrar de
un tirón los amargos recuerdos, las experiencias desgarrantes vividas en las
prisiones de la Isla esclavizada. Pero ¿cómo guardar silencio
cuando todo un pueblo ha sido sometido a un sufrimiento prolongado y absurdo, y
una parte del mundo aún desconoce, tal vez, esta realidad dolorosa y sombría?
Apenas leemos estas
líneas iniciales, ya nos immersamos en el inframundo impuesto por el fascista
Castro, tras engañar al pueblo y la comunidad internacional, negando su oculta
filia comunista, que solo revelará el 17 de abril de 1961, tras la invasión de
mil quinientos cubanos integrantes de la Brigada de Asalto, que quisieron
derrocar la tiranía por la Bahía de Cochinos, heroica gesta que fracasara por
la traición del cobarde presidente demócrata John F. Kennedy.
Entre muchos otros, destacan los dedicados a la Prisión Combinado del Este, Una bandera rusa, San Ramón y Tres Macíos: calabozos especiales de castigo, La muerte de Pedro Luis Boitel, El proceso del juicio, La Embajada del Perú… y Mariel, Julio Ruiz Pitaluga al borde de la muerte, Nueva escalada represiva, Requisa devastadora y golpiza, “Boniatico: centro de experimentación y tortura, por solo mencionar algunos capítulos.
Pero el autor no olvida a las mujeres no menos heroicas y ejemplares (a las que asimismo dedicara Lilo Vilaplana su reciente filme Plantadas). Por ello, Ernesto subraya:
Quizás alguien pueda pensar que a la
hora de escribir estas memorias olvidé a las mujeres del Presidio Político de
Cuba. Nada más lejos de la realidad. Si en Rehenes de Castro hay
ausencia de informes sobre tan valerosas hermanas, solo se debe a la férrea
incomunicación a que estábamos sometidos el grupo de prisioneros confinados en
las celdas tapiadas de Boniato cuando me dispuse a escribir este libro. Porque siento mucho respeto por la historia que con
dignidad, estoicismo y coraje estamparon sobre la roca dura del Presidio
Politico Cubano estas abnegadas mujeres, ni podia entregarme a relatos
imprecisos, por más que estuviesen presentes en mis pensamientos y fuesen parte
de mi inspiración de cada día.
Sin duda, he aquí uno de esos libros
necesarios que me evocó los ejemplos de los genuinos cubanos arriba citados,
quienes tanto sufrieron largas prisiones por anticastristas, a diferencia de
otros, pocos realmente, que no son consecuentes con los ideales por los que
habían luchado. Y me dan pena, una gran lástima, verlos echando por tierra el
ejemplo que hasta ese momento dieran. En fin, pero esta nota no está dedicada a
esos escasos personajillos de ópera bufa, sino al humilde autor del ejemplar
testimonio Rehenes de Castro, tácita prueba de tantos héroes
aportados por nuestra Patria, como Ernesto Díaz Rodríguez, un verdadero Hombre
en el genuino registro de este difícil vocablo.
Por tanto, por todo, sugiero la
reconfortante lectura de Rehenes de Castro, un testimonio tan
válido como los arriba mencionados, porque nos ofrece nuevas esperanzas de la
ya no tan lejana caída del castrismo.
No comments:
Post a Comment