Nat Chediak |
Por Enrique Del Risco
Nat Chediak es una suerte de rey Midas cultural. Pasó de fundar una
Cinemateca en Coral Gables en 1973 a fundar el Festival Internacional de cine
de Miami en 1984 y dirigirlo por 18 años. Y de ahí a crear junto al cineasta
español Fernando Trueba el sello discográfico Calle 54 responsable de
las grabaciones más exitosas de Bebo Valdés o del disco Boomerang de Habana
Abierta. Hijo de diplomático libanés y madre cubana, y cubano de nacimiento y vocación, luego de salir en 1960 de Cuba creció entre Estados Unidos, México y el Líbano.
No es extraña la insistencia con la que Chediak ha pugnado porque la cultura
cubana del exilio sea menos provinciana y cerrada de lo que podría serlo de abandonarse
a la nostalgia y el enclaustramiento. Y de que algunos de sus más acabados
productos sean conocidos por medio mundo. Desde el 2014 vuelve a sus orígenes
cinéfilos al ser nombrado director de programación del Coral Gables Art Cinema
empeñado en seguir mostrando cine de calidad al público de Miami.
¿Hubo algo antes del cine?
Antes del cine, la
oscuridad.
Llega
en enero de 1960 a los Estados Unidos ¿Cómo y en qué circunstancias?
Salí con mi madre y mi hermana, en la estampida
de los que vieron lo que se había instaurado. Para mis padres el pistoletazo
fue la intervención de las escuelas privadas. No quisieron que nos
indoctrinaran. Mi padre, además de abogado especialista en derecho autoral, era
cónsul honorario del Líbano en Cuba y permaneció un año más ayudando a los
libaneses que querían irse de Cuba también.
Vivió
en Cuba solo sus primeros nueve años de vida en el seno de una familia de
origen libanés. Luego vivió en diferentes países a los que lo llevó la carrera diplomática
de su padre. Sin embargo en algún momento ha dicho “Nunca me he despertado
sintiéndome otra cosa que cubano”. En su caso la cubanía más que
fatalidad parece tener algo de vocacional ¿Es así?
Siempre me he preguntado como fui marcado por la
cubanía y no lo entiendo del todo, pienso que estaba presente en mi ADN. Lo
cierto es que los referentes en mi formación siempre han sido cubanos: el
crítico Rene Jordán, Néstor Almendros (cubano adoptivo), Cabrera Infante,
Cachao, Bebo Valdés... y muchos otros que no me saltan a la mente. En años
recientes he forjado una estrecha amistad con Leonardo Padura, es decir, que la
vocación perdura.
¿Cómo se fue forjando esa identidad?
Ni
idea, no fue forjada por mis padres. Tal vez por mi identidad de nacimiento.
Recuerdo que mi primer interés por la cultura fue al comienzo de la secundaria
en México cuando mi maestra de inglés sugirió que fuera a ver 8 y medio de Fellini. La pasaban en un
cine de barrio. El cine estaba repleto y el público esperaba una película
europea de relajo. Cuando se acabó la proyección volaron toda una serie de
proyectiles a la pantalla: refrescos, rositas de maíz, nadie entendió nada; yo
tampoco.
¿Cómo llegó al cine?
Mi padre fue
diplomático del gobierno libanés y me tocó vivir de niño en varios países. El
cine y la música fueron desde mi adolescencia mis inseparables amigos.
En
esa adolescencia ¿qué cine le atraía más?
Recuerdo vestirme de saco y corbata para pretender ser
mayor de edad y ver From Russia With Love
en México, donde era “apta para adultos”. Recuerdo que el acomodador se rio al
verme llegar con mi improvisada indumentaria y me dejó entrar. En Líbano vi Psycho de Hitchcock (con subtítulos en
francés y en árabe). Pero mi primer encuentro con películas subtituladas
ocurrió de niño en La Habana cuando me llevaron a ver una reposición de Casablanca con subtítulos en castellano.
En México acompañé a mi madre a ver una reposición de An Affair to Remember, su película favorita, lloró cántaros con
ella. En fin, que para mí no existe la noción de “cine extranjero”. Solo buenas
y malas películas que vienen de todas partes.
¿Y la música? ¿Qué
música le hizo sentirse un poco más melómano que el resto de los adolescentes?
Para mí, ser hijo de un diplomático fue una desgracia en
lo personal. Eso de hacer y perder amistades no es propio de la infancia. De
país en país lo único constante para mí fue la música y el cine. En México fui
amigo de un DJ que programaba el Top 40 americano. Los fines de semana compraba
singles como “Pretty Woman” de Roy Orbison y “Help Me Rhonda” de los Beach
Boys. Fue en México donde descubrí a los Beatles, gran revelación. Mi primer
encuentro con la música cubana ocurrió acompañando a mi hermana a sus primeras
fiestas de jovencitos donde bailaban cha cha chá. Si no sabías bailar le
preguntabas a tu pareja ¿cuadrado o de lado? y echabas a andar. Años después,
de regreso en Miami después de graduarme de secundaria en Beirut en el medio de
la Guerra de los Seis Días, acompañé de chofer a mi padre a visitar un viejo
amigo, Ramon Sabat. En Cuba, mi padre demandó a la RCA Victor por monopolio,
avalando la creación de la Panart, el primer sello discográfico cubano,
propiedad de Sabat. Al terminar esa visita, Sabat me obsequió un LP del Cuban Jam Session, diciéndome que era su
favorito de todos los que había grabado. Al ponerlo yo en casa descubrí que la
música cubana era más que un pretexto para que mi hermana bailara con sus
amiguitos.
Cuénteme del ambiente cultural de Miami en su
juventud. ¿Le quedaba grande la propia expresión de ambiente cultural?
Miami siempre ha sido receptivo a
ofertas culturales. Sus instituciones han sido más lentas en responder a
iniciativas. No así el público. Acostumbrados a ver cine de todas partes, los
exiliados cubanos (y demás inmigrantes) fueron receptivos a mis actividades,
primero en la Cinemateca y luego en el Festival. Siguen siéndolo hoy día.
¿Cómo fue crear un festival de cine en esas
circunstancias?
Diez años de preparación en
la Cinemateca que fundé en Coral Gables hasta que estuve convencido que había
desarrollado un público que aceptaría la propuesta. El apoyo/padrinaje de
exiliados como Guillermo Cabrera Infante, Néstor Almendros y el crítico de cine
René Jordán fueron decisivos. Ellos fueron mis maestros y apostaron por el
Festival con su presencia e influencia, desde su gestación.
¿Cuáles fueron los mayores obstáculos que enfrentó?
Siempre los mismos. El
apoyo económico de entidades públicas nunca fue suficiente. Nunca tuve ocasión
de quejarme que el público no respondiera, aún con las más arriesgadas apuestas
en programación.
¿Cuáles fueron para usted los principales logros
del Festival de Cine de Miami en los años en que lo dirigió?
Presentar por vez
primera en Estados Unidos relevantes directores internacionales, rendir
homenaje a sendas figuras del cine mundial, develar corrientes trascendentales
como el nuevo cine iraní, etc.
¿Qué presencia tuvo en esos festivales el cine
cubano hecho en el exilio?
Estrenamos Conducta
Impropia, Guaguasí, La Otra Cuba, Azúcar Amarga, Nadie
escuchaba y documentales de otras latitudes que abordaron el tema cubano,
como Buena Vista Social Club, Havana de Jana Bokova, Fin de
Siglo, El Planeta de los niños, Balseros, etc.
¿Cuáles fueron los principales méritos de ese cine?
Dar a conocer una
realidad desconocida, tanto de la isla, como del exilio.
¿Cuáles
fueron sus principales limitaciones?
Eso le corresponde
decir a los realizadores.
¿Cómo compararía el cine cubano hecho en el exilio
con el cine de otros exilios?
No ha tenido el apoyo
económico que requiere. La mayor parte
del cine cubano en el exilio se ha hecho en Estados Unidos, un país donde hay
menos tradición de subvencionar el cine. A diferencia, por ejemplo, de
Francia que es el país que tradicionalmente más ha acogido a cineastas
exiliados de todo el mundo.
Y con respecto al
cine latinoamericano en general, ¿hay algo que distinga al cine cubano del
exilio del resto del cine latinoamericano?
El cine latinoamericano suele tener un contexto político
de izquierdas que, por supuesto, difiere del que se ha hecho a duras penas y a
contracorriente en el exilio. Al final de cuentas, lo que trasciende es la
calidad de la película, a pesar de su procedencia. En los setenta, con la
visión que siempre lo caracterizó, Dan Talbot, creador de New Yorker Films,
distribuyó cine cubano del ICAIC pero también El Súper y Conducta Impropia.
¿Hay algún género cinematográfico que por sus
características haya florecido mejor en el exilio que en la isla?
No podemos hablar de
géneros, salvo el documental. En el exilio el cine cubano se ha hecho contra
viento y marea. Con mucha independencia y talento pero siempre con escasos
recursos. En Cuba, el cine tiene el apoyo oficial. Salvo el cine independiente
que, hoy día, es el que más interesa, por dar la cara de la realidad cubana,
como lo hicieron en su momento los artistas plásticos, los cantautores, etc.
¿Hay piezas cinematográficas producidas en el
exilio que merecerían ser mejor atendidas?
Todo el cine cubano
del exilio que me ha tocado presentar siempre ha contado con un público nutrido
y entusiasta.
¿Cuál ha sido para usted el principal aporte del
cine del exilio a la cultura cubana?
Ya lo dije. Mostrar la realidad de la isla y
del exilio.
*Entrevista aparecida en el número 2 del Anuario Histórico Cubanoamericano como parte de un dossier dedicado al cine cubano del exilio.
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