Por Enrisco
En una época en que las mujeres le pedían permiso al marido hasta para sacar a pasear el perro hubo una en Nueva York que llenaba barcos de hombres y armas y los mandaba a la guerra. A liberar a su país, Cuba, del dominio español. Se llamaba Emilia Casanova de Villaverde. Mujer de armas tomar, literalmente, y enviarlas con una bandera bordada por ella misma de propina. Una bandera cubana, porque en Nueva York Emilia era Cuba.
El Villaverde le venía de su esposo Cirilo, famoso escritor cubano. El Casanova le venía de su padre, Inocencio, natural de Canarias convertido en uno de los empresarios más ricos de Cuba. El ímpetu con que acometía todo le venía de nacimiento, ocurrido en Cárdenas, el 18 de enero de 1832. Lo de Emilia era meterse en el monte y montar a caballo. Nada la emocionó más en su juventud que la imagen del general Narciso López, desembarcado en su ciudad con una bandera acabada de estrenar. Tanta fue su emoción que estuvo despotricando del dominio español hasta que su familia decidió emigrar a Estados Unidos antes que terminaran presos o peor: como el pobre Narciso López (ver “El general y la tuerca”).
Nada ilusionaba más a Emilia que fundar un país donde ondeara libremente esa bandera. Conoció a Cirilo Villaverde en 1855 en Filadelfia. Saber que estuvo presente cuando el general López inventó la bandera que ella vio ondear en Cárdenas debió ser fulminante. Habrá descubierto en él a su alma gemela, por mucho que el cuerpo del escritor hubiese nacido veinte años antes que el suyo. Se casaron y tuvieron dos hijos Narciso (como el general ejecutado) y Enrique. Y una hija, Emilia, que murió a los seis años, en diciembre de 1867.
Diez meses más tarde, el 10 de octubre 1868, un grupo de patriotas se levantó en Cuba contra el dominio español. Emilia emplearía todas sus energías en apoyar a los rebeldes. El 6 de febrero de 1869 fundó la Liga de las Hijas de Cuba, sociedad creada para organizar a las mujeres del exilio y reunir fondos para auxiliar a los independentistas. En serio. Un historiador norteamericano comenta que la impresionante mansión del padre de Emilia, en el Bronx, conocida como Castello Casanova “se había convertido en un escondite secreto para las armas cubanas que serían usadas en la revolución y la tradición local habla de barcos misteriosos que se aventuraban cautelosamente en las noches sin luna por las aguas del canal”.
Tal relevancia alcanzó Emilia que aparecía en las caricaturas españolas con más frecuencia que cualquier otro exiliado: lo mismo la dibujaban cosiendo frenéticamente banderas cubanas que mangoneando a su esposo Cirilo. O si no, insinuaban que este le era infiel. Lo que nunca pudieron poner en duda fue la fidelidad de ella a la causa independentista. Y como no le podían hacer daño con las caricaturas probaron con apresar al padre. Pero nada conseguía detener a Emilia: lo mismo se reunía con el presidente Ulysses Grant para que intercediera por Inocencio que se presentaba ante el Congreso norteamericano para que reconociera a la República en Armas cubana.
Desde su exilio neoyorquino Emilia vería el fracaso de la primera Guerra de independencia de Cuba en 1878, la muerte de su esposo Cirilo en 1894 y, un año más tarde, el inicio de la última y definitiva guerra de independencia. Pero no vería su final pues Emilia moriría el 4 de marzo de 1897. Un año más y habría visto su adorada bandera ondear en el Morro. Acompañada de la gringa, eso sí. Porque la alegría nunca llega sola: siempre viene acompañada de la etiqueta con el precio.
*Publicado originalmente en Nuestra Voz.
*Publicado originalmente en Nuestra Voz.
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