Saturday, February 20, 2021

Los cubanos y la realeza

Por Alejandro González Acosta 
Algunos ciudadanos de la isla se han relacionado con monarquías, ya establecida la república independiente, como fueron en el siglo XX las dos cubanas Edelmira Sampedro y Robato (1906-1994, prima del escritor Jorge Mañach Robato), y Martha Esther Rocafort Altuzarra (1913-1993, emparentada con la familia de los notables intelectuales Carbonell), quienes pertenecieron fugazmente a la Casa Real española, lo cual es bastante conocido, pues ambas estuvieron casadas sucesivamente con el Conde de Covadonga, Alfonso de Borbón y Battenberg (1907-1938), primogénito y heredero natural de Alfonso XIII, quien recibió ese “título de consolación”, pues antes tuvo que renunciar en 1933 a su dignidad como Príncipe de Asturias y los derechos dinásticos a favor de su hermano menor Juan, aunque éste fue más identificado como Conde de Barcelona, abuelo del actual Felipe VI. Esto ocurrió tres años antes de la abdicación de su primo británico Eduardo VIII de Inglaterra (1936), al casarse con la norteamericana Wallis Simpson, y convertirse entonces ambos en los célebres y controvertidos Duques de Windsor.

Al parecer, ambos príncipes eran estériles, así que muy probablemente para algunos sus tan publicitadas cesiones “por amor”, fueron parte de un arreglo previo, conocidas sus limitaciones para aportar herederos. El español padecía de una severa hemofilia hereditaria, y además una torpe intervención urológica lo había dejado incapacitado sexualmente desde antes de casarse, y el británico, siendo muy joven, sufrió unas paperas mal atendidas, cuando era estudiante de la Academia Militar de Sandhurst, que lo inhabilitaron permanentemente.

Pero menos conocido y algo anterior es el caso de una cubana que virtualmente fue “reina de España”, como esposa del regente Duque de la Torre.



Antonia María Micaela Domínguez y Borrell (La Habana, 13 de junio de 1831 – Biarritz, 5 de enero de 1917), II Condesa de San Antonio, pertenecía a una de las más distinguidas familias de Trinidad, emparentada con el Marqués de Guáimaro. Con 19 años casó (29 de Septiembre de 1850) con su primo hermano, de casi 40, el militar y político español Francisco Serrano y Domínguez (1810-1885), favorito de la reina Isabel II, quien le concedió el título de Duque de la Torre (1862), con Grandeza de España, conocido en la corte madrileña como “El General Bonito”. Después de su boda, regresó a Cuba como esposa del Capitán General y Gobernador, desde septiembre de 1859 a enero de 1863. Al ser destronada la monarca, fue elegido por las Cortes Constituyentes como Regente del Reino de España, entre el 18 de Junio de 1869 y el 2 de Enero de 1871; por esto, su esposa fue la Primera Dama del Reino, equivalente a la dignidad de Reina, y con el tratamiento de Alteza. Por tanto, durante más de un año y medio, una cubana fue la virtual reina consorte española.

Mujer tan bella como altanera e intrigante, fue ambiciosa pero también generosa: entre otras obras caritativas, costeó de su peculio la Escuela de Párvulos de la Casa de Beneficencia de La Habana donde recibieron educación varias generaciones de niños cubanos desvalidos. El Emperador francés Napoleón III (quien al parecer sentía debilidad por las españolas, pues su mujer Eugenia de Guzmán, Condesa de Montijo y Marquesa de Teba, era granadina), también fue hechizado por la cubana. Antonia era de carácter fuerte y voluntarioso, así como carente de tacto y prudencia: se enfrentó al rey Amadeo I de Saboya y a su esposa María Victoria Dal Pozzo Della Cisterna, a la que desairó cuando le ofreció ser su Camarera Mayor, y además rechazó ser madrina de uno de los hijos de esta dama con apellidos tan hidráulicos. Pero por su parte, ella tuvo cinco hijos y les consiguió muy buenos matrimonios: uno de sus yernos fue el Conde de Santovenia, y otro, un acaudalado príncipe ruso. Murió en Biarritz, siendo muy amiga y vecina de la ya Ex Emperatriz Eugenia, y está enterrada en el panteón de su yerno ruso, con dos de sus hijas.

Tampoco es muy conocido que en Cuba vivió por un tiempo una supuesta hija natural del penúltimo rey lusitano, Carlos I de Portugal, que al parecer tuvo con una modista llamada María Amelia Laredó y Murça, y quien se hacía llamar María Pía de Sajonia Coburgo Gotha y Braganza (Lisboa, 1907–Verona, 1995). Ella tejió una complicada trama para sustentar su pretensión, aunque al parecer todo fue una falsedad. Pero el 16 de Junio de 1925 casó en París a los 18 años, con un rico hacendado camagüeyano, veinte años mayor que ella, Francisco Javier Bilbao y Batista, con quien tuvo una hija que después se metió a monja. Ese matrimonio duró poco, y ella todavía casó un par de veces más, protagonizando algunos escándalos; pero también se dedicó al periodismo con el seudónimo de Hilda de Toledano, y colaboró en varios periódicos españoles, como el ABC, trabajando para el cual vino a Cuba a entrevistar al Presidente Fulgencio Batista y Zaldívar, a quien le coqueteó abiertamente, pero él no pareció darse por aludido. Publicó numerosos libros y terminó adoptando a un joven para transmitirle sus supuestos “derechos dinásticos”: hace unos pocos años, este señor fue detenido con cargos de estafa y usurpación, por vender falsas dignidades, títulos nobiliarios apócrifos, pasaportes y hasta licencias de conducción ilegales.

Por diversas razones, Cuba fue un centro de confluencia de personajes llamativos y hasta simpáticos. Como ejemplo relativamente reciente, en un departamento del centrohabanero Edificio América vivía no hace mucho tiempo una señora que se hacía llamar Vizcondesa de Mendinueta, y decía pertenecer a la Casa de Beaumont, de los últimos reyes de Navarra. El actual tenutario del título desde 2018 es el Marqués de Eguaras, Emilio Drake y Canela, y no parece haber parentesco entre ambos.

Pero también hubo varios aristócratas cubanos famosos no sólo en Cuba, sino en otros países.

Un caso muy conocido es el de la aristócrata cubana (hoy la llamaríamos de la jet set internacional), María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo (La Habana, 5 de Febrero de 1789 – París, 31 de Marzo de 1852), hija del acaudalado Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, III Conde de San Juan de Jaruco y I Conde de Santa Cruz de Mopox, (1769-1807), y de la bella salonière María Teresa Montalvo y O’Farril (1771-1812), hija del Conde de Casa Montalvo. Ambos murieron muy jóvenes: de 37 el padre y 41 la madre. Mercedes fue (y sigue siendo) reconocida inapropiadamente como “Condesa de Merlín”, pues ese título no aparece registrado en ningún elenco de la nobleza francesa de su época[1]. Según ella misma escribió, Napoleón I prometió a su esposo la concesión de un título, pero al parecer esto nunca se realizó oficialmente.

En tres edificaciones de La Habana antigua se guarda la huella de sus pasos: en el Palacio paterno en la Plaza Vieja donde nació, en el Convento de Santa de Santa Clara donde fue internada y del cual se fugó, y en el Palacio materno frente a la bahía habanera donde residió durante su famosa visita en 1840.

Todavía entre algunos circula la leyenda que ella fue amante del Emperador Napoleón I, mas eso es falso: pero su bella madre, ya viuda, parece que sí tuvo relaciones con José Bonaparte, y hasta circuló en el Madrid de la época una copla procaz sobre esta liason, que comenzaba diciendo: “La Condesa tiene un tintero, donde moja la pluma José Primero…”

Su tío materno fue el General y Mariscal de Campo Gonzalo O’Farril y Herrera, Ministro de Guerra de Carlos IV y de José I, uno de los personajes más importantes del reinado napoleónico en España. Como quiera que fuera, eso le permitió a la joven Mercedes tener acceso a la corte del llamado “Pepe Botella” (aunque él no bebía), y a los más altos círculos de los “afrancesados”.

Célebre por su belleza, refinamiento y cultura, también fue una excelente cantante con un registro de voz muy hermoso, según aseguran quienes la escucharon. Escritora y viajera, fue poco considerada por su amante y además representante literario, el poeta, erudito y bibliotecario Philarète Chasles (1798-1873), algo más joven que ella. Fue un amor desdichado, pero tampoco -como se ha dicho injustamente- Chasles fue un mediocre holgazán aprovechado (siguiendo las despechadas palabras de la condesa), sino un correcto escritor, editor, traductor, poeta y aplicado bibliógrafo, un sabio prolífico, gran conocedor de los clásicos y de la literatura inglesa de su época, curador en la Biblioteca Mazarino, colaborador en la importante Revue des Deux Mondes, catedrático en el prestigioso Collége de France y Caballero de la Legión de Honor.

Se cuenta que en una de las veladas galantes de los “afrancesados” realizada en el Palacio de Liria el 30 de Mayo de 1798 -festividad de San Fernando y santo del Príncipe de Asturias, luego Fernando VII- la anfitriona Doña María del Pilar Teresa Cayetana Álvarez de Toledo y Silva, Duquesa de Aba, propuso un curioso certamen inspirado en los clásicos griegos, que fuera coordinado, coreografiado y hasta escenografiado por Francisco de Goya y Lucientes: las damas competirían para ver quién tenía los senos más perfectos, y los caballeros presentes serían los atentos y calificados jueces, entre ellos el Mariscal de Bernadotte, embajador francés hasta poco antes en Viena (donde se hizo buen amigo de Beethoven), entonces de paso por Madrid, y luego Príncipe de Pontecorvo, Ministro de la Guerra en 1799, y más tarde Rey de Suecia, quien contó el incidente en sus memorias[2]. Después de una rigurosa inspección de los árbitros, fueron elegidas la Duquesa de Osuna, la Condesa de Elda y la Condesa de Jaruco, cada una por la forma particularmente hermosa de sus bustos[3].










[1] Vid. Vizconde Albert Revérénd, Armoriale du Premier Empire. París, Au Bureau de L’Annuaire de la Noblesse, 1894-1897. El profesor Jorge Yviricu ha dedicado un estudio muy inteligente y documentado al asunto: “Los misterios de la condesa de Merlín” (La Habana Elegante, 2ª Época, Spring 2003). Nunca le fue confirmado el título prometido, y eso no resultó posible hasta cuando el menor de sus hijos llamado Gonzalve, logró que el Papa León XIII le concediera el título pontificio de Conde de Merlin, mucho después de morir su madre. Quizás, como atinadamente señala Yviricu, ese afán aristocratizante revelaba algo de bovarismo en la criolla.

[2] Jean Baptiste Bonaventure de Roquefort et Coupé de Saint-Donat, Memoires pour servir a l’histoire de Charles-XIX-Jean, roi de Suéde et de Norwége. Paris, Chez Plancher, 1820. 2 tomos.

[3] Julio Merino, “Así era una orgía de la Duquesa de Alba…” El Correo de España, 22 de Agosto de 2020.

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