Por Alejandro González Acosta
En
Cuba, la dignidad nobiliaria más antigua asentada en el país fue el Marquesado de Villalta o Villa Alta (creado
por Carlos II en 1688), a favor del Alcalde de Sevilla Don Gonzalo de Herrera y
Tapia, cuyos descendientes pasaron primero a Cartagena de Indias y luego a La
Habana. Con el tiempo, el título fue declarado Vacante, luego Caduco y
finalmente Rehabilitado por el rey
Alfonso XIII en 1910, a favor de Gonzalo Vicente Ignacio Miguel José de las
Mercedes de Herrera y Herrera, Cárdenas y Montalvo, como IX Marqués.
Actualmente este título se encuentra vigente.
El
primer Mayorazgo fue el de Recio, que fundó el castellano Antón
Recio “El Mozo” (antes, había llegado a la isla su tío de igual nombre,
conocido como Antón Recio “El Viejo”), y le sucedió su hijo “natural” Juan
Recio, ya criollo y aparentemente mestizo con india, ambos entre los primeros
pobladores de la Villa de San Cristóbal de La Habana. Sobre ellos informa el
Conde de Jaruco:
Una de las figuras más
interesantes de la historia de La Habana, es la de don Antón Recio y Castaño,
natural de Castilla, que fue tronco inicial en Cuba de los Marqueses de la Real
Proclamación. Ya aparece como vecino de la Villa en una relación de
supervivientes que hizo el 10 de octubre de 1555, el capitán Francisco Pérez
Borroto, Escribano Público y de Cabildo, en la que informaba a la Corte, de la
población de La Habana había quedado reducida a treinta y seis vecinos, después
del saqueo que recientemente le había hecho el pirata Jacques de Sores.
Por los cargos que ocupó
don Antón en esta Villa, se deduce que era persona muy principal y de alguna
cultura, pues en los libros de cabildo del Ayuntamiento consta, que en 1556 era
Procurador general, y en 1558, Depositario y Regidor, por elección. Por
fallecimiento del valiente don Juan de Lobera, adquirió el oficio que éste
desempeñaba, de Regidor perpetuo del Ayuntamiento, el 24 de septiembre de 1569,
y en el mismo año fue nombrado Regidor Tesorero de Cruzada. Por real título de
15 de diciembre de 1569, es la primera persona en La Habana que obtuvo el cargo
de Depositario general a perpetuidad.
Antes de estas fechas no
podemos saber si Recio desempeñó otros cargos, porque los libros de cabildo del
Ayuntamiento de La Habana, anteriores a estos años, y en los cuales se hacían
constar los nombramientos, fueron destruidos por los piratas en los anteriores
saqueos que hicieron a esta Villa.
Recio fundó en el pueblo
de Regla la fábrica de azúcar denominada “Guaicanamar” y era uno de los vecinos más poderosos y antiguos
de La Habana, donde una calle lleva su nombre. Poseía muchas tierras y solares
en la plaza de Armas, que era entonces el barrio aristocrático de la Villa, y
en el pueblo de indios nombrado Guanabacoa, sus esclavos y ganados molestaban
mucho a los indígenas, que constantemente se quejaban al gobernador de la Isla.
Don Antón no tuvo
sucesión de su único matrimonio con doña Catalina Hernández, habiendo otorgado
en unión de ella, el 11 de julio de 1570, ante el Escribano Francisco Pérez
Borroto, una escritura por la cual vincularon y fundaron el primer mayorazgo de
Cuba, a favor de don Juan Recio, hijo fuera de matrimonio de don Antón Recio y
Castaño, tenido “siendo soltero y con mujer soltera”.
Fue aprobado este
mayorazgo por Real cédula de dos de noviembre de 1570, siendo condición
indispensable para disfrutarlo, anteponer el apellido Recio a cualquier otro.
Falleció don Antón en La Habana en el mes de febrero de 1575. Su hijo:
Don Juan Recio, fue
legitimado por Real provisión de 16 de noviembre de 1567, "para que pudiera tener, gozar y heredar
todos y cualesquiera bienes que le fueran dejados en cualquier manera, y gozar
de las honras, gracias, mercedes, franqueza y libertades de que gozan los que
son de legítimo matrimonio".
Basado en documentos
inéditos que existen en el Archivo General de Indias, en Sevilla, resulta que
don Juan Recio, era hijo de don Antón Recio y Castaño, y de Cacanga, hija esta
última del cacique indio de Guanabacoa, y también esto se corrobora por un
informe dirigido a Su Majestad por el capitán Gabriel de Luján, Gobernador de
la Isla de Cuba, y que fue publicado por la Academia de la Historia de Cuba.
También sabemos por un
poder que otorgaron el La Habana el año 1587, doña Catalina Hernández, viuda de
don Antón Recio y Castaño, y don Juan Recio, que este último tenía una hermana
llamada María Recio (hija también de Antón y de indígena), que había fallecido
en San Agustín de la Florida, dejando por heredero a su marido el capitán
Gutiérrez de Miranda.[1]
De
acuerdo con esto último, quizás el primer mayorazgo cubano también echó raíces
en La Florida. Igualmente, como en otras regiones de América, donde los conquistadores
tuvieron progenie con la nobleza autóctona (los Moctezuma y Cortés en México, o
los De La Vega, Loyola y Borja con las ñustas
incas), en Cuba también se fundieron desde su origen más remoto las dos fuentes
originarias en la figura de Juan Recio, a quien podríamos considerar uno de los
primeros mestizos documentados entre cacica habanera e hidalgo español.[2]
Los
conquistadores primero se convirtieron en colonizadores, luego en encomenderos,
establecieron sus mayorazgos como forma de perpetuar y garantizar la
transmisión de sus propiedades, y más tarde obtuvieron títulos nobiliarios, que
refrendaban y reforzaban su trayectoria individual, y aseguraban la conservación
de su patrimonio familiar.
También hubo títulos con denominación cubana otorgados a importantes servidores de la Corona española, como antiguos Capitanes Generales y Gobernadores que habían desempeñado funciones en la isla: José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen fue nombrado por la reina Isabel II, Marqués de La Habana y Vizconde de Cuba en 1857; la misma reina concedió primero el título de Marqués de la Unión de Cuba (1840) -luego sustituido por el Ducado de la Unión de Cuba en 1847- a Miguel Tacón Rosique, y luego le agregó el de Marqués de Bayamo (1849) para sus primogénitos. Estos títulos continúan vigentes y activos. Pero también hubo títulos concedidos a nacidos en Cuba cuando aún era posesión española, como el Ducado de Mola post mortem otorgado por el entonces Jefe del Estado Español Generalísimo Francisco Franco Baamonde al General Emilio Mola Vidal (Placetas, 1887–Alcocero, 1937), muerto en un accidente aéreo en los primeros meses de la Guerra Civil Española.
Es
interesante considerar que en la última edición del Libro de Oro de la Sociedad Habanera (Editores: Pablo Álvarez de
Cañas y Joaquín de Posadas, La Habana, 1958), se relacionan 50 títulos
nobiliarios vigentes en Cuba, pero varios correspondían al mismo tenutario.
Aunque
sí hubo duques en México (el de Atrisco, 1708, y el de Regla, 1859), y en Perú
(el de San Carlos, 1780, otorgado a un natural de Santiago de Chile), en Cuba (exceptuando
el Ducado de la Torre, concedido a un español), el único “ducado” existente fue
espurio: Ángel Alonso y Herrera Díez
y Cárdenas (1877-1955), legítimamente titulado
Marqués de Tiedra (título hoy
caducado) por el rey Alfonso XIII (10 de octubre de 1924), por haber sido el
fundador de la Sociedad de Beneficencia
Castellana en La Habana, fue sorprendido por unos osados aventureros, los
llamados “Señores Lascaris”, autonombrados “Príncipes
de Bizancio”, con el título falso de Duque
de Amblada, superchería que fue demostrada y denunciada en su momento, a
pesar de lo cual su viuda, Leticia de Arriba y Alvaro, lo empleó y ostentó
hasta su muerte.
La República de Cuba no hizo como México (curiosamente,
varios de los firmantes del Acta de
Independencia del Imperio Mexicano eran aristócratas), que prohibió bajo
severas penas el uso de los títulos, sino que los toleró, según también ocurrió
en Perú, donde incluso hoy tienen una sede social para sus reuniones: el Club de La Unión (fundado justamente el
10 de Octubre de 1868), que actualmente ocupa un formidable edificio, el Palacio de la Unión, en la Plaza Mayor de Lima, con unos
espléndidos salones. La nómina de
títulos nobiliarios peruanos se ha incrementado recientemente, con el
marquesado a título personal (por una vida), otorgado por Juan Carlos I al Premio Nobel de Literatura Mario Vargas
Llosa.
El
equivalente en Cuba de la agrupación peruana fue la Sociedad de Recreo Unión Club (1924), asentada en la famosa Casa de las Cariátides del Malecón
habanero, hoy Centro Hispanoamericano de
Cultura. Ambas agrupaciones tienen como referente el Casino de Madrid (1836), actualmente activo. En México, su homólogo
más cercano fue el Jockey Club (fundado
en 1881 a semejanza del de París, creado en 1750), situado en la célebre Casa de los Azulejos (antigua mansión de
los Condes del Valle de Orizaba y hoy
afamado Restaurante Sanborn’s), que
cantó en versos y crónicas el poeta modernista Manuel Gutiérrez Nájera.
Aunque
actualmente, en estos tiempos de numerosas democracias fallidas y abundantes repúblicas
desacreditadas, los títulos de nobleza son mirados con burla o escepticismo
como reliquias del pasado, se ignora que los así reconocidos fueron personas que
en su momento contribuyeron de varias formas a la grandeza y prosperidad de sus
países, mucho más que casi todos los políticos del presente, lo mismo como conquistadores
y colonizadores, pero también como empresarios, hacendados, sabios, filántropos
y artistas.
En
las monarquías parlamentarias hoy suele agraciarse con títulos a presidentes y
ministros de notable trayectoria, como el de Duque de Suárez que otorgó Juan Carlos I en 1981 a Adolfo Suárez
González (1932-2014), “por la lealtad, patriotismo y abnegación demostradas en
la transición española a la democracia”, tan estúpida y vilmente menospreciada
por algunos ignorantes actualmente; o el de Marqués
de Tena obsequiado por Alfonso XIII en 1929 a favor de Torcuato Luca de
Tena y Álvarez Osorio (1861-1929), creador de importantes publicaciones como la
revista Blanco y Negro y el diario ABC. Mucho antes, en Cuba, los
propietarios del Diario de La Marina
fueron ennoblecidos por Alfonso XIII con el título de Condes del Rivero (1919), en la persona de Nicolás Rivero y Muñiz
(1849-1919). Debe recordarse que en ese periódico, decano de la prensa cubana y
estigmatizado graciosamente como de “ultraderecha”, escribieron no sólo grandes
personalidades como Gastón Baquero, Emilio Ballagas y Mariano Brull, sino
autores de amplio diapasón ideológico y hasta comunistas activos y militantes,
como Juan Marinello, Nicolás Guillén (“Ecos de una raza”), Salvador García
Agüero y José Zacarías Tallet, dando pruebas de mejor talante democrático y
respeto a la opinión diferente que los actuales “periódicos” de la isla.
En
Cuba, varios criollos fueron reconocidos con títulos por los servicios y las
empresas de sus antepasados, que impulsaron el desarrollo y el progreso del
país, como el IV Conde de Pozos Dulces,
Francisco de Frías y Jacott (con quien se extinguió el título); Miguel de
Aldama y Alfonso (a quien se concedió el Marquesado
de Santa Rosa del Río), y Francisco Vicente Aguilera, segundo y hasta ahora
último Marqués de Santa Lucía (título
creado en 1825 por Fernando VII para premiar a su padre por la fundación de la
ciudad de Nuevitas). Ambos fueron desposeídos de ellos posteriormente, por
colaborar con la causa independentista, traicionando su juramento previo de
fidelidad a la monarquía.
Próceres
de la independencia cubana, como Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte y
varios más, procedían también de esa antigua aristocracia, aunque sin títulos,
pero muy cercanamente vinculados con ellos. Curiosamente, el mismo Carlos Manuel
de Céspedes, primer Presidente de la República
de Cuba en Armas, quien como Napoleón Bonaparte era muy afecto a los
uniformes y las condecoraciones[3], tuvo
un interés muy manifiesto en documentar y establecer las raíces de su abolengo
y su pertenencia a la nobleza española, para lo que entregó interesantes sumas
de dinero, sobre lo cual han escrito amenamente dos escritores cubanos en Europa:
desde París, el historiador y profesor Ferrán Núñez (“Céspedes nuestro que
estás en los cielos”, Cubaencuentro,
22 de septiembre de 2016), fundador y director del blog Españoles en Cuba; y en Barcelona el arquitecto e historiador
Carlos Ferrera Torres[4]
con su delicioso artículo desacralizador “Una hidalguía comprada, una bandera
compleja y un anexionista encubierto”, donde se reseñan las gestiones algo bovaristas del eximio prócer con un par de
inescrupulosos turiferarios, llamados González Valez y su pretendido Diccionario Genealógico e Histórico, y
Antonio Meca y su inexistente Los Linajes
Nobles de Cuba. Ninguna de estas dos obras vio finalmente la luz, que
sepamos.
Por
lo que poco que he podido encontrar hasta ahora, el tal Antonio Meca debió ser
un personaje de muy escasa importancia, a juzgar por la única mención muy fugaz
que se hace de él en la Guía de
Forasteros de la Isla de Cuba para el año 1873 (La Habana, Imprenta del
Gobierno y Capitanía General, 1873), como un funcionario menor, aunque quizás
no deba desecharse el dato que también hallé, de que este apellido “Meca” es el
de una familia aristocrática catalana muy importante, la de los Marqueses de Ciutadilla (Antonio de Meca
y de Cardona fue uno de sus titulares en el siglo XVIII), en la ciudad de
Cervera, donde por cierto Céspedes realizó sus estudios universitarios.
Si
a lo anterior se agrega al madrugonazo
que le propinó a su amigo Francisco Vicente Aguilera como verdadero organizador
del alzamiento libertador, y su posterior destitución por nepotismo y
autoritarismo, se va armando un perfil algo distante del habitual en los
manuales y folletos patrióticos. Lo que llama mucho la atención, como señala
Ferrera, es que estuviera interesado en esas cuestiones las cuales reforzaban
su sólida ascendencia hispánica “por los cuatro costados”, apenas unos pocos
meses antes del Grito de La Demajagua…
Por otra parte, aunque era algo común para la época, esta familia Céspedes tuvo
una especial inclinación hacia la endogamia, pues históricamente en cada
generación había varios primos casados entre ellos, lo cual también aporta una
idea de la noción que tenían de sí mismos como una selecta estirpe muy especial.
[1] Conde de San Juan de Jaruco, “Antón
Recio”. Diario de La Marina, 11 de
Agosto de 1946.
[2]
Años antes, en la zona oriental de Baracoa donde fue Alcalde por poco tiempo,
Hernán Cortés tuvo una hija llamada Catalina Pizarro con una india cubana, pero
no consta que su madre fuera de una familia de caciques.
[3]
Entre otros, el mismo Perucho Figueredo comentó ciertos “gestos napoleónicos”
de Carlos Manuel, como su forma de presentarse teatralmente y su estudiada
sonrisa dominadora.
[4]
En Facebook: Carlos Ferrera, 2 de mayo de
2018. “La historia de Cuba, Sociedad Limitada. Carlos Manuel de Céspedes:
¿padrastro de la patria? Capítulo II”. También se ha referido a la personalidad
de Céspedes el escritor y filósofo Armando de Armas en su libro Mitos del antiexilio (Miami, Ediciones
El Almendro, 2007). Y puede consultarse además como respaldo el sólido estudio
del catedrático valenciano José Antonio Piqueras Arenas, de la Universidad
Jaume I: Sociedad civil y poder en Cuba
(Madrid, Siglo XXI España Editores, 2005, 393 pp.)
Claudio Martínez de Pinillos Conde de Villanueva Habanero e Intendente General de Cuba promotor del sexto ferrocarril fe mundo y el hombre más rico de Espana en su época que servía de acreedor a los préstamos a la Corona por los banqueros ingleses
ReplyDeleteEximio y fabuloso relato que pone en su justo lugar a la nobleza y los altos linajes cubanos, que tanto hicieron en pro de las artes, la cultura, la economía y el general progreso de nuestro pueblo. !Felicitaciones!
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