Por Alejandro González Acosta
Palacio de Fontainebleau, restaurado con el mecenazgo de John D. Rockefeller Jr. |
El concepto de mecenas ha ido transformándose con el tiempo. Las sociedades más avanzadas y sofisticadas suelen producir mecenas, porque ellos son parte de un proceso civilizatorio y unos de sus actores más importantes, cuando se reconoce, premia y protege el trabajo de sus artistas y pensadores. Hay, pues, mecenas artísticos, literarios, arquitectónicos, cinematográficos y científicos, entre muchos otros.
Esa tradición llega hasta nosotros. Primero fue una vocación de individuos ricos o poderosos, aunque luego algunos Estados absorbieron ese empeño, con carácter exclusivo o complementario. Al principio los reyes y príncipes, comerciantes y banqueros, y luego los presidentes republicanos o sus delegados, ejercieron funciones de mecenazgo. Pero personalmente sigo prefiriendo a los primeros, cuando la protección no implicaba más que el crédito y la gratitud, y no la obediencia servil, la supeditación ideológica, ni la manipulación política.
Un auténtico mecenas debe respetar el talento de su protegido, y también ser su amistoso acicate para que no se abandone al ocio. Grandes mecenas que marcaron la historia del arte fueron los Médicis y los Duques de Alba, entre muchos aristócratas más, que después fueron sustituidos y suplantados por banqueros como Morgan, Vanderbilt, Rockefeller, Guggenheim y otros. Peggy Guggenheim fue la estrella de ese último grupo, y su museo donado a Venecia es un monumento de generosidad y buen gusto. Un grupo tan díscolo y autodenominado de “revolucionario extremista” como los surrealistas franceses, no dudaron en aceptar el generoso mecenazgo de la pareja de excéntricos y escandalosos esposos, los vizcondes Charles y Marie-Laure de Noailles, quienes entre otras obras, financiaron el rodaje de “La Edad de Oro”, de Luis Buñuel y Salvador Dalí.
A pesar de que los franceses actuales suelen olvidarlo, fue John D. Rockefeller Jr. quien costeó sustancialmente la recuperación de los antiguos Palacios de Versalles y Fontainebleau, en lamentable estado ruinoso después de la Primera Guerra Mundial, y también de gran parte del Museo del Louvre y de la Catedral de Reims.
Donde el artista necesita los medios para vivir y producir su obra (no sólo recursos materiales), aparece el mecenazgo como institución generosa y útil. Pero no basta ser rico, poderoso, generoso, ilustrado y muy respetuoso del creador, sino además sensible y visionario. De hecho, la riqueza no es un requisito indispensable, aunque sí deseable, para un mecenas, quien puede ser una persona de humilde condición y escasos recursos materiales, pero con un sentimiento superior de servicio y fraternidad hacia sus semejantes. Por tanto, hay una diferencia esencial entre un mecenas y un cliente: éste compra, paga y se va con su mercancía, pero aquél arropa al artista, se hace parte de él y vela por su obra y también por su vida. No sólo lo sostiene y protege: lo adopta.
Quizás hay algo de vanidad en el ejercicio del mecenas, pero también de responsabilidad social y en muchas ocasiones de convicciones religiosas. “Dar hasta que duela”, era la divisa de la Madre Teresa de Calcuta. La caridad es una de las virtudes teologales y la religión remarca que “fe sin obras, es fe muerta” (Santiago 2: 14-26). Así continuaron en la Cuba independiente, además de los empeños de los distintos gobiernos republicanos, otras obras surgidas de la compasión y el compromiso, como hospitales, orfanatos, asilos de ancianos, escuelas de artes y oficios, iglesias…
Actualmente, los miembros de la nobleza, titulados o no, desarrollan con la normalidad de cualquier ciudadano “republicano” sus actividades productivas para su sostenimiento y el de sus familias, y son abogados, comerciantes, banqueros, científicos, investigadores, profesores y brillantes historiadores, como las familias Menéndez Pidal y los Navascués (emparentadas entre ellas), Martín de Riquer, el gran medievalista español, o Anunciada Colón de Carvajal y Gorosábel, descendiente directa del Almirante Cristóbal Colón y una muy reconocida historiadora americanista.
En España conozco varios titulados que desempeñan loables y dedicadas labores de beneficio social, hospitalario, educativo, agrícola, o industrial, y que nunca aparecen en las páginas de Hola y otras revistas de ese estilo banal y mundano. Están dedicados, como antiguos propietarios rurales, al mejoramiento de la vida de los vecinos, antiguos vasallos y hoy conciudadanos, pero muy conscientes de su responsabilidad histórica y patriótica, con un compromiso activo que se traduce en empresas generadoras no sólo de empleos sino de instrucción, capacitación y mejoramiento, y otras obras de mejoramiento social. Estos mecenas históricos, comprometidos fuertemente con algunas regiones pobres, pertenecen a la nobleza tradicional, que es quizá donde mejor y más vivamente se conservan las raíces de la antigua España, hidalga y orgullosa, como una importante reserva moral del pueblo español.
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