Monday, March 1, 2021

Los necesarios mecenas

 Por Alejandro González Acosta


Palacio de Fontainebleau, restaurado con el mecenazgo de John D. Rockefeller Jr. 
El mecenazgo es una antigua institución para el apoyo e impulso de las artes y las ciencias. Recibe su nombre de un asesor del emperador Augusto, Cayo Clinio Mecenas, hombre sabio, rico y poderoso, que protegió (es decir, sostuvo), entre otros autores, a Virgilio, Horacio y Propercio.

El concepto de mecenas ha ido transformándose con el tiempo. Las sociedades más avanzadas y sofisticadas suelen producir mecenas, porque ellos son parte de un proceso civilizatorio y unos de sus actores más importantes, cuando se reconoce, premia y protege el trabajo de sus artistas y pensadores. Hay, pues, mecenas artísticos, literarios, arquitectónicos, cinematográficos y científicos, entre muchos otros.

Esa tradición llega hasta nosotros. Primero fue una vocación de individuos ricos o poderosos, aunque luego algunos Estados absorbieron ese empeño, con carácter exclusivo o complementario. Al principio los reyes y príncipes, comerciantes y banqueros, y luego los presidentes republicanos o sus delegados, ejercieron funciones de mecenazgo. Pero personalmente sigo prefiriendo a los primeros, cuando la protección no implicaba más que el crédito y la gratitud, y no la obediencia servil, la supeditación ideológica, ni la manipulación política.

Un auténtico mecenas debe respetar el talento de su protegido, y también ser su amistoso acicate para que no se abandone al ocio. Grandes mecenas que marcaron la historia del arte fueron los Médicis y los Duques de Alba, entre muchos aristócratas más, que después fueron sustituidos y suplantados por banqueros como Morgan, Vanderbilt, Rockefeller, Guggenheim y otros. Peggy Guggenheim fue la estrella de ese último grupo, y su museo donado a Venecia es un monumento de generosidad y buen gusto. Un grupo tan díscolo y autodenominado de “revolucionario extremista” como los surrealistas franceses, no dudaron en aceptar el generoso mecenazgo de la pareja de excéntricos y escandalosos esposos, los vizcondes Charles y Marie-Laure de Noailles, quienes entre otras obras, financiaron el rodaje de “La Edad de Oro”, de Luis Buñuel y Salvador Dalí.

A pesar de que los franceses actuales suelen olvidarlo, fue John D. Rockefeller Jr. quien costeó sustancialmente la recuperación de los antiguos Palacios de Versalles y Fontainebleau, en lamentable estado ruinoso después de la Primera Guerra Mundial, y también de gran parte del Museo del Louvre y de la Catedral de Reims.

Donde el artista necesita los medios para vivir y producir su obra (no sólo recursos materiales), aparece el mecenazgo como institución generosa y útil. Pero no basta ser rico, poderoso, generoso, ilustrado y muy respetuoso del creador, sino además sensible y visionario. De hecho, la riqueza no es un requisito indispensable, aunque sí deseable, para un mecenas, quien puede ser una persona de humilde condición y escasos recursos materiales, pero con un sentimiento superior de servicio y fraternidad hacia sus semejantes. Por tanto, hay una diferencia esencial entre un mecenas y un cliente: éste compra, paga y se va con su mercancía, pero aquél arropa al artista, se hace parte de él y vela por su obra y también por su vida. No sólo lo sostiene y protege: lo adopta.

Quizás hay algo de vanidad en el ejercicio del mecenas, pero también de responsabilidad social y en muchas ocasiones de convicciones religiosas. “Dar hasta que duela”, era la divisa de la Madre Teresa de Calcuta. La caridad es una de las virtudes teologales y la religión remarca que “fe sin obras, es fe muerta” (Santiago 2: 14-26). Así continuaron en la Cuba independiente, además de los empeños de los distintos gobiernos republicanos, otras obras surgidas de la compasión y el compromiso, como hospitales, orfanatos, asilos de ancianos, escuelas de artes y oficios, iglesias…

Actualmente, los miembros de la nobleza, titulados o no, desarrollan con la normalidad de cualquier ciudadano “republicano” sus actividades productivas para su sostenimiento y el de sus familias, y son abogados, comerciantes, banqueros, científicos, investigadores, profesores y brillantes historiadores, como las familias Menéndez Pidal y los Navascués (emparentadas entre ellas), Martín de Riquer, el gran medievalista español, o Anunciada Colón de Carvajal y Gorosábel, descendiente directa del Almirante Cristóbal Colón y una muy reconocida historiadora americanista.

En España conozco varios titulados que desempeñan loables y dedicadas labores de beneficio social, hospitalario, educativo, agrícola, o industrial, y que nunca aparecen en las páginas de Hola y otras revistas de ese estilo banal y mundano. Están dedicados, como antiguos propietarios rurales, al mejoramiento de la vida de los vecinos, antiguos vasallos y hoy conciudadanos, pero muy conscientes de su responsabilidad histórica y patriótica, con un compromiso activo que se traduce en empresas generadoras no sólo de empleos sino de instrucción, capacitación y mejoramiento, y otras obras de mejoramiento social. Estos mecenas históricos, comprometidos fuertemente con algunas regiones pobres, pertenecen a la nobleza tradicional, que es quizá donde mejor y más vivamente se conservan las raíces de la antigua España, hidalga y orgullosa, como una importante reserva moral del pueblo español.

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