Los españoles que venían “a hacer la América”, los llamados “indianos”, dejaron también una gran huella benéfica en la isla, agradecidos por la prosperidad que les brindaba una tierra hospitalaria y llena de oportunidades, que no tuvieron en sus lugares de origen:
El muy conocido Facundo Bacardí Massó (1813–1886), vinatero catalán, fundó en 1862 un negocio ronero que llegaría a ser un imperio global, e inició una estirpe que contribuirá al adelantamiento del país y su reconocimiento internacional. En una época cuando Cuba ya era conocida mundialmente por sus habanos, apareció el ron Bacardí, convirtiéndose ambos en sinónimos de su procedencia. Su hijo, Emilio Bacardí Moreau (1844–1922), ya nacido en Cuba, resultó un filántropo generoso y un escritor de gran mérito, primer Alcalde de Santiago de Cuba, luego Senador y donante del Museo Bacardí, que fue el primero formalmente público del país.
Pero el mecenazgo de los cubanos no sólo se traducía en el apoyo de personas y de instituciones en el país, sino que rebasaba las fronteras insulares. Tres grandes obras son prueba de lo anterior, en sitios tan emblemáticos para Cuba como París y Sevilla, y en fechas asombrosamente muy tempranas, considerando que la República de Cuba comenzó su andar independiente apenas en 1902:
Frente al edificio, en un pequeño jardín enrejado, se encuentra una copia del busto de José Martí realizado por Juan José Sicre Vélez (1898-1974), el cual le da nombre a la plazoleta que recibe al visitante cruzando el Puente de Triana sobre el río Guadalquivir. Este centro ha sido el lugar de estudios notables, como los que allí realizó José María Chacón y Calvo, Conde de Casa Bayona y Señor de la Villa de Jaruco, quien trabajó asiduamente en sus fondos (junto con los del cercano Archivo General de Indias), entre otros eruditos cubanos.
Cuando André Honnorat, Ministro de Instrucción Pública de Francia, dispuso crear en 1920 una Cité Universitaire Internationale, acorde con el espíritu humanista y de concordia universal que se impuso después de la terrible Gran Guerra, varios países fueron invitados a participar en este hermoso empeño. Cuba mostró su interés de inmediato, y en 1929 firmó un Contrato de Fundación para establecer la Maison de Cuba, respaldada por la Fondation Rosa Abreu de Grancher, promovida por sus sobrinos Pierre y Rosalía “Lilita” Sánchez Abreu, hijos de Rosalía. Rosa era hermana de la más conocida Martha Abreu de Estévez, la patricia villaclareña que residió muchos años en París, y apoyó generosamente la causa de la independencia, y de Rosalía, la constructora de la residencia habanera hoy conocida como “Finca de los Monos”, pero que en realidad también fue el primer zoológico experimental a nivel mundial para el estudio de primates en observación controlada (también en eso Cuba fue pionera).
Este no fue el único edificio dejado por la joven república cubana en el mundo: en 1929 abría sus puertas el hermoso Pabellón de Cuba en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, realizado por los grandes arquitectos cubanos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, y ejecutado por ingenieros militares cubanos, que actualmente alberga la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional de la Junta de Andalucía: contrastantemente, el Pabellón de Cuba inaugurado 63 años después durante la Exposición Internacional de Sevilla (1992) en la Isla de La Cartuja, resultaba vergonzosamente patético en comparación con el anterior, según comentaron muchos visitantes entonces. Por fortuna, este fue sólo una construcción efímera.
Quiero destacar que los tres proyectos culturales y patrióticos citados, la Maison Cuba de París, el Instituto Hispano-Cubano y el Pabellón de Cuba (estos dos en Sevilla), fueron realizados durante el gobierno del General Gerardo Machado Morales, y contaron con todo el apoyo oficial necesario a sus promotores, dispensado patrióticamente por el mismo mandatario elegido a quien alguien llamó “asno con garras”.
Otro generoso mecenas cubano, que ya mencioné, fue Joaquín Gumá y Herrera, Conde de Lagunillas, quien en 1956 legó al país su formidable colección de arte antiguo, única en América Latina, que es una joya del Museo Nacional de Bellas Artes, cuyas piezas selectas colectara personalmente por todo el mundo este gran estudioso y explorador cubano. Su esposa era Caridad López Serrano, hija del empresario José López Hernández, más conocido como “Pote” (por su origen cántabro), quien también fue un señalado mecenas, propietario de la entonces imprenta más moderna de la isla, La Casa del Timbre, y de la principal librería y luego editorial La Moderna Poesía, que al unirse con la Librería Cervantes formaron la poderosa empresa Cultural S.A., que promovió a muchos escritores y artistas cubanos.
El estilo arquitectónico del de Sevilla --por mera coincidencia, seguro-- se parece mucho al que NYU tiene en Florencia (Firenze, Italia).
ReplyDeleteMuy interesante. Es la segunda vez en dos días que leo algo sobre Joaquín Gumá.
ReplyDelete