Thursday, October 10, 2024

Un cubano en la OEA V: Mora y Plaza

José Antonio Mora Otero 


Por Guillermo A. Belt

Más diplomático que político era José Antonio Mora Otero el Secretario General uruguayo; político antes de devenir diplomático, el ecuatoriano Galo Plaza Lasso. Ciudadanos ambos de países pequeños, si comparamos su extensión geográfica con la de los vecinos, uno y otro aportaron al cargo su vasta experiencia internacional.

Luego de desempeñar cargos diplomáticos en España, Portugal, Brasil y los Estados Unidos, el Dr. Mora inició una larga carrera representando al Uruguay en las principales conferencias interamericanas, incluyendo la que en 1945 estableció la Organización de Naciones Unidas y la de 1948 para la creación de la OEA.

Como presidente del entonces Consejo de la OEA participó en la solución deun diferendo entre Costa Rica y Nicaragua. En enero de 1956 sus colegas en el Consejo lo eligieron Secretario General para completar el mandato de Carlos Dávila, fallecido en funciones en octubre de 1955. En 1958 fue electo por el período de 10 años establecido por la Carta de la OEA de 1948, reconociendo así el éxito de su actuación interina.

Galo Plaza comenzó su carrera política como consejero municipal de Quito en 1935. Luego fue alcalde de la capital y, entre 1938 y 1940, ministro de Defensa. En 1944 fue nombrado embajador en Washington, y en tal calidad formó parte de la delegación de su país a la Conferencia de Chapultepec y a la de San Francisco, esta última creadora de las Naciones Unidas.

Tras regresar a Quito, en 1948 fue electo presidente del Ecuador. En su gestión recurrió a sus conocimientos de agricultura y economía, adquiridos en sus estudios universitarios en los Estados Unidos, y a su experiencia en organismos internacionales. Tecnificó su administración, al igual que la producción del banano, convirtiendo al Ecuador en el mayor exportador del mundo.

Su imagen internacional se acrecentó al ser nombrado jefe del grupo de observadores de Naciones Unidas para lograr la paz en el Líbano. Posteriormente presidió la comisión de la ONU encargada del retiro de las tropas belgas del Congo, y entre 1965 y 1966 fue mediador en el conflicto de Chipre. Esta experiencia en la solución de conflictos, tan amplia como variada, le sería muy útil a don Galo cuando solucionó amistosamente el conflicto surgido entre El Salvador y Honduras, ya como Secretario General de la OEA.

Mucho debo a estas dos figuras de la diplomacia continental. Al Dr. Mora, mi ingreso en la Secretaría General. Muchos años después supe por Juan Nimo que el costo de mi primer contrato se había financiado con cargo a los gastos de representación del Dr. Mora por instrucciones suyas, al no disponer en aquel momento de otra partida presupuestaria. A lo largo de siete años de su mandato tuve el privilegio de trabajar cerca de un gran diplomático, y no desperdicié tan singular oportunidad de aprendizaje.

De don Galo Plaza conservo el grato recuerdo de su trato afectuoso para conmigo. Siempre le agradeceré su respaldo en una escaramuza por el poder burocrático iniciada por un compatriota mío, como también la confianza que depositó en mi trabajo. Su extraordinaria trayectoria política y diplomática, que jamás le oí mencionar, fue modelo al que uno podía aspirar, aunque sin expectativas serias de alcanzarlo.

Días antes de terminar su mandato don Galo me hizo un espléndido regalo: “Si yo pudiera pagarte el sueldo que ganas en la OEA te llevaría conmigo al Ecuador.”

En el ojo del huracán

El 17 de septiembre de 1974 el gobierno de Honduras urgió la evacuación de los habitantes de las zonas costeras y las sujetas a inundaciones ante el peligro inminente del huracán Fifi. Como suele ocurrir, la gente hizo poco caso y los resultados fueron trágicos. En las 24 horas siguientes 182 pueblos quedaron completamente destruidos y hasta 1,200 personas perdieron la vida en las primeras horas después de tocar tierra la tormenta.

Para esas fechas se me había ascendido al cargo de director de la Oficina de Coordinación de Actividades fuera de la Sede, título largo y algo excesivo con el que se designaba la dependencia encargada de supervisar las oficinas de la Secretaría General en cada Estado Miembro. Sin entrar en mayores detalles, la escaramuza por el poder burocrático a que antes hice referencia tuvo que ver con mi supervisión de los funcionarios administrativos en dichas oficinas, que entre otras responsabilidades tenían las financieras. El subsecretario de Administración respaldaba la posición del director de Presupuesto y Finanzas, que pretendía el traslado de mis funcionarios a su departamento, y yo había hecho saber mi inconformidad al Secretario General.

Así las cosas, recibí una llamada de la oficina del Secretario General informándome que debía acompañar a don Galo en su viaje a Honduras para evaluar la situación catastrófica causada por el huracán. Debo aclarar que Galo Plaza, ex presidente del Ecuador y antiguo alto funcionario de Naciones Unidas, tenía por costumbre viajar solo cuando lo hacía por cuenta del presupuesto de la OEA. Por consiguiente, la noticia de que yo lo acompañaría circuló por los pasillos junto con muchas especulaciones.

Galo Plaza y el autor en san Pedro Sula, Honduras

El itinerario de vuelo requería pernoctar en Miami. Nos alojamos en el hotel del aeropuerto porque el vuelo a Honduras salía temprano al día siguiente. Pregunté a don Galo a qué hora debía despertarlo. Me contestó amablemente que él me llamaría a mí pues tenía por costumbre despertarse muy temprano. Así lo hizo y cuando bajábamos en el ascensor, él portando un maletín y yo con las manos vacías, ofrecí llevarle su equipaje de mano. Me dijo que no porque solía viajar solo y no quería acostumbrarse a tener ayuda.

Aterrizamos en Tegucigalpa y de inmediato nos llevaron a un DC-3 de dos motores para el vuelo a San Pedro Sula, en la zona más afectada por el huracán. Tan pronto despegamos, nosotros como únicos pasajeros, don Galo me dijo que sabía del intento de privarme de algunos de mis funcionarios. No fue más específico. Sólo agregó que no me preocupara porque tal cosa no ocurriría mientras él fuera Secretario General. Y acto seguido me pidió que lo despertara al aterrizar porque él dormía muy a gusto en los aviones.

Retrato de un gran señor, dibujado a mano alzada y de memoria.

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