Wednesday, February 24, 2021

La aristocracia de Cienfuegos: la Perla del Sur

Por Alejandro Gonzalez Acosta

También se otorgaban títulos nobiliarios por méritos y servicios civiles o administrativos, y no sólo por conquista sino además por colonización, como el caso de los Condes de Fernandina de Jagua, los De Clouet, a quienes me referí en otra ocasión[1]. Los fundadores de nuevos asentamientos, eran considerados empresarios progresistas e impulsores del desarrollo y el avance de la industria, y por tanto ostentaban méritos suficientes por sus servicios para formar parte de un estamento superior. Era un sistema organizado que funcionaba a partir de las acciones y las recompensas: nadie merecía nada automáticamente, sino que debía ganarlo con su esfuerzo y talento, en servicio del rey y de la corona, o lo que hoy llamamos la patria. 

Aunque la fundación de la ciudad de Cienfuegos fue tardía, como consecuencia de la cesión de la Luisiana, en poco tiempo alcanzó, por su ubicación estratégica y el ingenio de sus pobladores, un gran progreso y crecimiento. 



Precisamente en la próspera ciudad sureña de Cienfuegos se estableció una importante familia con numerosos vínculos nobiliarios: el patriarca fundador fue Tomás Terry y Adán o Adams (Caracas, 1808–París, 1886), llamado “El Creso cubano”, quien poseyó una de las fortunas más grandes del mundo en su momento, casado con Teresa Dorticós y Gómez de Leys, de la misma familia del que luego sería designado como “presidente” cubano Osvaldo Dorticós Torrado.

Una de sus hijas, María del Carmen, fue nombrada Marquesa de Perinat (1893), por la Regente María Cristina de Habsburgo en nombre de su hijo Alfonso XIII; una de sus nietas, Margherita (1884-1961), casó con Camillo Ruspoli, segundo Príncipe de Candriano; y una de sus tataranietas, Anne-Aymone Giscard d’Estaing (nacida Sauvage de Brantes), era la esposa de Valéry Giscard d’Estaing, expresidente de Francia (recientemente fallecido a los 94 años; por cierto, según se refiere, él era otro descendiente de Carlomagno, y tenía una estatura de 1,89 m.), y esta también es sobrina nieta del arquitecto, diseñador y decorador franco cubano José Emilio Terry-Dorticós y Sánchez (creador del llamado “Estilo Louis XIX”), quien formó con el excéntrico millonario mexicano Carlos de Beistegui e Yturbe y el escandaloso aristócrata español José Luis de Villalonga, el trío de calaveras más sofisticado y llamativo de su época en Europa, de donde salieron obras como el Baile del Siglo (Palazzo Lavia, Venecia, 1951), y el Penthouse más Hermoso del Mundo (Le Corbusier, París, 1931). Don Tomás Terry está enterrado en el cementerio parisino de Père-Lachaise en uno de los mausoleos más lujosos, y en la ciudad de Cienfuegos se conserva su hermosa estatua sedente, en el vestíbulo del Teatro Terry que él construyó y donde actuó en 1920 Enrico Caruso, entre otras grandes figuras mundiales.

Uno de sus bisnietos vivía todavía hacia la década 1980 en el Reparto Kohly, el Doctor Tomás Terry IV y García Montes, casado con Herminia Saladrigas y Paz, quien junto con unos buenos y divertidos amigos bohemios (Ernesto Bello, Rafael García y Richard Millán), urdieron en 1939 un gracioso capítulo de la picaresca criolla: el llamado “Cohete Postal Cubano”.

Para acallar las habladurías que despertaban las reuniones que sostenían periódicamente estos cuatro jóvenes con algunas amigas, y las grandes pachangas que se prolongaban hasta el amanecer, tuvieron la idea de decir “para salir del paso” que estaban realizando “un experimento científico”. Y como la mentira prendió y todo el mundo se interesó, entonces ya se vieron en la obligación de “inventar” un cohete para enviar la correspondencia en tiempo record desde La Habana hasta Matanzas.

Al principio lo llamaron “Cohete aéreo”, con un evidente pleonasmo, que luego rectificaron como “Cohete postal”. Contrataron entonces a un tal Antonio V. Funes como “cohetero” o “artificiero”, a quien pomposamente nombraron “profesor”, y continuaron la broma: hicieron tres “lanzamientos” de ensayo, los días 1, 3 y 8 de octubre de 1939, desde el Campo de Tiro del Campamento Militar de Columbia, y todos resultaron relativamente desastrosos según lo esperaban, así que cuando realizaron el definitivo, el 15 de octubre, no les tomó por sorpresa aquello que ya sospechaban: el cohete voló unos metros y se estrelló envuelto en llamas en el mismo terreno, ante la enardecida multitud que miraba expectante y levemente frustrada. 



Pero ellos ya habían cumplido su compromiso: poner a Cuba en la primera fila de unos pocos países que buscaban hacer más ágil el correo, como intentaron antes Alemania, Austria y Estados Unidos. Pero el “experimento”, aunque aeronáuticamente fallido, tuvo otra consecuencia importante: como los cuatro involucrados eran unos dedicados filatélicos, lograron realizar una emisión postal conmemorativa de su travesura, que es hoy muy apreciada, pues ese sello viene a ser, al tratarse de un cohete, “la primera estampilla mundial de astronáutica”: un ejemplar impecable (very fine en la jerga del ramo), o un sobre del primer día cancelado en buenas condiciones, hoy alcanza cifras de varios miles de dólares en las subastas.

Don Tomás Terry y García Montes dejó una obra muy interesante, digna de consulta: El correo aéreo en Cuba (La Habana, Ministerio de Comunicaciones, 1971, 289 pp.).

Emparentado con Tomás Terry Adam, su yerno fue el cubano Nicolás Salvador Acea y de los Ríos, próspero comerciante que casó a los 57 años con su hija Teresita Terry y Dorticós, quien le dijo un hijo, pero ella murió muy joven y él se volvió a matrimoniar. Ese vástago también murió en su adolescencia, y al finalmente enviudar, la segunda esposa de Acea, Francisca Tostes García, cumpliendo las disposiciones testamentarias de su marido, construyó el imponente Cementerio dedicado al nombre de Tomás Lorenzo Acea y Terry, inaugurado en 1926.

Fueron varias personas empeñadas activamente para que Cienfuegos, la cual contaba con un puerto de gran actividad en todo el Caribe, fuera llamada “La Perla del Sur” (aunque, con sus muy sólidas razones, el poeta Néstor Díaz de Villegas la considera “la ciudad más siniestra de Cuba”), como el ya mencionado Acea de los Ríos, impulsor del majestuoso cementerio que lleva el nombre de su hijo, y también el asturiano Acisclo del Valle Blanco (1865-1919), quien llegó de España a esa ciudad a los 17 años, junto con sus hermanos Modesto y Anastasio, y en pocos años amasó una gran fortuna. Don Acisclo fue el creador del Palacio Valle, una de las excentricidades arquitectónicas más sorprendentes y magníficas de la isla, y su constructor fue el mismo ingeniero del Cementerio Acea, Pablo Donato Carbonell Ferrer, también autor de otro notable edificio cienfueguero, el Palacio Ferrer.

La introducción de medios como el ferrocarril, el avance de la industria azucarera, y la construcción de hospicios y hospitales, eran obras meritorias que además de reportar grandes ganancias y ofrecer asistencia a la comunidad, granjeaban honores y prestigio, y producían también un múltiple beneficio social. Es decir, detrás de esos personajes que ostentaban títulos nobiliarios, había pruebas tangibles y servicios de enorme utilidad, que por deferencia podían ser transmisibles a sus descendientes: es decir, no todos los aristócratas criollos eran comerciantes de esclavos, como se ha vulgarizado y denigrado con gran ignorancia e injusticia, y muchos fueron personas comprometidas con la grandeza y el progreso de la patria.

Por supuesto que estos próceres fueron dueños de esclavos, como otros de su época: no podían ir contra su tiempo. Suponer lo contrario sería absurdo. Precisamente una de las ideas sensatas que dijo Carlos Marx fue que si Espartaco hubiera triunfado en su rebelión de gladiadores, no habría terminado con la esclavitud, sino se hubiera convertido en un esclavista más, sometiendo al yugo a los romanos vencidos. Aspirar a algo diferente es hundirse en la engañosa seducción de aquel filme sobre la vida del célebre luchador tracio, protagonizado por Kirk Douglas (Espartaco, Stanley Kubrick, 1960), y escrito por Dalton Trumbo, uno de aquellos “Diez de Hollywood” que al final de la historia se descubrió que sí era un comunista altamente operativo.

Tampoco su selectividad era por una estricta “pureza de sangre” blanca, porque varios de los titulados cubanos tenían algunas mezclas negroides, ciertos indicios de mestizaje, como los Ponce de León, los Condes de San Fernando de Peñalver, y los Marqueses de Esteban, que era un título pontificio sin reconocimiento oficial, cuyo último poseedor fue el “Marquesito de Esteban” (así llamado por sus muchas travesuras), hermano de Andrea Hortensia Ladislaa “Lilia” Esteban Hierro de Carpentier (1913-2008), esposa del célebre escritor cubano nacido en Suiza.


[1] “Los huesos de personajes históricos”, Cubaencuentro, cuatro partes, 9 al 12 de diciembre de 2019.

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