Por Perla Rozencvaig
Conocí a Susana Redondo de Feldman en la Universidad de Columbia. Ella dirigía entonces el Departamento de español en la Escuela de Estudios Generales (School of General Studies) de dicha universidad y yo era estudiante de posgrado en el departamento de francés. Asistir a los cursos que dictaba sobre literatura hispanoamericana y conversar con ella durante sus horas de oficina sobre la evolución del romance del Siglo de Oro, sobre Rubén Darío o acerca del papel y la lucha de la mujer por ganarse un espacio en las letras de Hispanoamérica no solo fueron experiencias enriquecedoras desde una perspectiva académica sino que también despertaron mi curiosidad de ahondar en las repercusiones históricas y sociales de la obra de algunas de estas grandes figuras. Para fines de los setenta, decidí declarar mi especialización en estudios hispánicos, y la profesora Redondo me ofreció enseñar cursos de conversación y gramática en el departamento. Visitarla en su oficina para informarle de cómo iban las clases era el pretexto perfecto para poder escucharla hablar con tanta pasión y tanto conocimiento de autores que fui descubriendo paulatinamente a medida que avanzaban mis estudios.
Había un grupo de estudiantes como Gladys
Feijóo, Adoración Campis, Carlos Narvaéz, Diana Sorensen, y yo, entre
ellos, que siempre tomábamos sus cursos para completar la maestría o el
doctorado. Todos después llegamos a ser profesores de lengua y literatura en
distintas universidades de los Estados Unidos. Cuando me estaba preparando para
tomar los exámenes escritos como parte de los requisitos para el doctorado, la
profesora Redondo se convirtió en una maestra dedicada por entero a ayudarme a
organizar un plan de estudio eficaz y
bien estructurado que abarcaba desde el Diario de Colón hasta los autores
contemporáneos españoles e hispanoamericanos que aparecían en la extensísima lista
de lecturas preparada por el departamento.
Me guió a investigar a cabalidad las características individuales
y colectivas de los distintos movimientos literarios y la contribución
personal a cada género de las figuras más destacadas, prestándoles también la
debida importancia al contexto histórico y cultural en que éstos se habían
desarrollado. La maestra abnegada me
permitió llamarla amiga, una amiga entrañable con quien compartí momentos y
experiencias muy ricas que me han acompañado toda mi vida.
En una de mis visitas habituales a su oficina, me regaló un ejemplar de su libro José Martí: Antología Crítica publicado en 1968. Me emocionó la dedicatoria al expresar que me unía a ella “su fervor martiano”. Esta estudiosa del Apóstol recogió aquí algunas de sus mejores páginas para los alumnos, a fin de “facilitarles la adquisición de un material de trabajo que les dé los conocimientos básicos sobre los temas del ensayo en América, los que después podrán ampliar según sus intereses e inclinaciones”.1 He aquí a la educadora que piensa primero en los estudiantes, a quienes quiere darles las herramientas necesarias para que a través de las páginas escogidas puedan internarse en el “espeso bosque de la ensayística americana”1
Susana nació en
Camaguey el 13 de septiembre, 1913 en un
ambiente rural, el central azucarero Jaronú. Era la mayor de varias
hermanas. Desde muy temprana edad,
contaba, durante algunas de sus valiosas digresiones en clase, que sus padres
le habían inculcado el sentido del deber, la responsabilidad de cumplir con el
trabajo que se le encomendaba y el orgullo personal que siempre sentía al concluir
la tarea asignada. Para todos era un
sutil recordatorio de lo que también esperaba de nosotros. Aunque comprendía, siempre que estuviera
respaldado por una causa muy bien justificada, que en ciertas circunstancias no
se podía entregar el trabajo en la fecha marcada. Con el paso de los años sus palabras
repercutieron en mis relaciones con mis propios estudiantes ya que siempre les
aclaraba que había situaciones en que había que pedir una prórroga para la
entrega, pero que esto no podía aceptarse como una norma habitual sin que
tuviera consecuencias en la nota final del curso. Así era la profesora Redondo:
firme en sus convicciones, pero comprensiva y justa cuando tenía que hacer una
excepción.
Antes de la adolescencia ya está en la
Habana y asiste a la escuela María Corominas cuyo nombre también era el nombre
de una gran educadora cubana durante los años treinta. Más tarde en la Universidad de la Habana
estudia pedagogía. Se casa, tiene una
hija y sola con ella abandona su país por desavenencias conyugales. Al llegar a Nueva York, a mediados de los
cuarenta, solicita un trabajo de secretaria en el departamento de español de la
Universidad de Columbia cuyo jefe era entonces el salmantino don Federico de Onís.
No solo por su eficiente trabajo de secretaria, sino también por su
conocimiento profundo de su propia lengua, la literatura y la cultura españolas, su jefe le recomienda que continúe sus estudios
de posgrado, lo cual le facilita el que empiece
a dar clases de español en el departamento, destacándose como profesora por sus conocimientos y por su
personalidad. Siempre me hablaba del
profesor de Onís con el respeto, agradecimiento y admiración que despertó en ella.
Jamás, a pesar de haber trabajado con él por tantos años, se refirió
a él sin decir “el profesor de
Onís”. Este siempre se mantuvo en su
memoria como un maestro venerado. Como
su asistente en la Revista Hispánica
Moderna (RHM) y su vigilante sagaz –no
encuentro una mejor forma de describir
su compromiso con ésta y el Instituto Hispánico, ella siguió su trabajo de
investigación, muy en especial
acerca del romance en el Siglo de
Oro y la influencia de los romances viejos en la tradición popular cubana,
específicamente su relación con los romances encontrados en su natal
Camaguey, señala que mostró algunos
ejemplos de las variaciones existentes entre ellos y las versiones encontradas
en la provincia cubana. Su trabajo sobre el tema fue publicado en el número
homenaje a Federico de Onís en 1968.
También escribió sobre la mujer en el mundo de las letras
hispanoamericanas. El trabajo apareció
en América. Organo de la Sociedad de Escritores Hispanoamericanos y también en otras publicaciones como El Sol de
Quito, El nacional de México y Cuadernos por la libertad de la cultura de París
entre otras. En sus cursos de
estilística, como se decía en los años ochenta, la profesora Redondo dictó
varios cursos que se centraban en la obra poética de Gabriela Mistral,
Gertrudis Gómez de Avellaneda o en textos en prosa de legendarias escritoras
como la Pardo Bazán.
En la entrevista que le hiciera Flora Schiminovich publicada en la RHM en el número homenaje a la profesora Redondo, ésta recuerda cuáles eran sus responsabilidades en sus comienzos como colaboradora de De Onís: “Federico aprobaba los artículos y yo los editaba. Los colaboradores eran por lo general, críticos y escritores reconocidos. Yo no me atrevía a corregir los manuscritos que algunas veces tenían irregularidades gramaticales. Federico de Onís me decía: “Corríjalos usted”. Yo respondía: “Pero Don Federico, el artículo es de un escritor de renombre, a lo que de Onís respondía: “Y qué? Ellos sabrán escribir, pero usted sabe muy bien su gramática. Haga lo que crea conveniente.”2
A partir de ese momento, su criterio de
selección de los mejores artículos recibidos fue el que prevaleció,
facilitándole, así, la tarea de director a de Onís para que decidiera sobre su
publicación. También tenía a su cargo
dos secciones de la revista: Noticias literarias” y “Notas sobre hispanismo” más
la reseña de algunos libros que correspondían a su especialidad, que eran
varias, como los libros sobre folklore y romanceros, incluyendo el teatro
precolombino y la escritura de mujeres hispanoamericanas.
Tuvo grandes profesores: Germán Arciniegas,
Arturo Uslar-Pietri, Mariano Picón Salas, Angel del Río, entre otros, y como
apoyo emocional, amigo y mentor Federico de Onís. Su formación académica fue singular y los
resultados de tan excepcional preparación se manifestaron ampliamente en todas
sus funciones en la universidad durante más de cuarenta años de servicio a la
institución. Pese a la brevedad de esta
biografía, me parece necesario destacar su encomiable labor en la Revista a
través de todos esos años.
La llenaba de orgullo el que la Revista
fuera lugar de encuentro entre estudiantes y el profesorado. En sus palabras “se destacaba por ser una de
las publicaciones universitarias más abiertas al estudiantado con el empeño de
lograr una viva relación entre académicos e hispanistas de muy diversas partes
de América y de Europa”.
Vale la pena mencionar cuáles eran, según
ella, sus características más sobresalientes: “Publicar una numerosa y
sostenida serie de monografías biográfico-críticas. Eran secciones consagradas a un escritor
moderno que solían comprender un ensayo
sobre la vida y la obra de los autores escogidos. Seguían ensayos de crítica y comentario, una
antología de textos del escritor y una bibliografía de su obra literaria y de
la crítica sobre la obra. Tenían,
además, ilustraciones, fotos, cartas… La colección alcanzó gran resonancia y
difusión. La lista de autores incluía a
figuras muy conocidas como Miguel de Unamuno, Federico García Lorca, Pablo
Neruda, Rubén Darío, José Martí y muchos otros”.3
Por muchos años la RHM se imprimió en Cuba en la imprenta Ucar, García y Co. Pero la nota necrológica que escribiera Eugenio Florit a la muerte de Jorge Mañach ocurrida en Puerto Rico en 1961 decía que Mañach había muerto “de dolor de patria” lo cual causó que el régimen cubano se sintiera ofendido. Para evitar otras dificultades, el director entonces Angel del Río, decidió que la Revista se imprimiera en España a partir del Vol. XXVIII en 1962.
La profesora Redondo compartió la
dirección de la Revista con distintos profesores del departamento de español de
la Universidad de Columbia. De
colaboradora de Federico de Onís en los
años cuarenta trabajó, como siempre
incansablemente, con los profesores
Angel del Río, Eugenio Florit, Andrés Iduarte, Jaime Alazraqui y con Gonzalo
Sobejano en los años ochenta. Contra
viento y marea, cumplió cabalmente la promesa que le hiciera a Federico de Onís
de que cuidaría la Revista y el Instituto Hispánico, su obra. Obra que por casi
cincuenta años la profesora Redondo abrazó como suya no solo para protegerla
sino también para engrandecerla y salvarla de que desapareciera en momentos de
crisis financiera. La universidad, pese
al prestigio del Instituto y de la
Revista, prestigio que revertía en la propia institución, no siempre respondió con el requerido apoyo
económico. Me consta que en ciertas
ocasiones había que buscar por otro lado los fondos necesarios para afrontar
todos los gastos. De todos modos, hasta
su segundo retiro, como decía mi querida y admirada profesora Redondo, veló por
ella hasta el último día que trabajó en su oficina del cuarto piso de la Casa Hispánica en l995.
En cuanto al Instituto Hispánico fundado en
1920 con el nombre original de Instituto de las Españas, la profesora Redondo
también mantuvo su compromiso de organizar y coordinar las tradicionales veladas culturales y sociales de los lunes. Como conferenciante, disertó varias veces sobre
la mujer en Hispanoamérica y las barreras sociales que se le presentaban en
distintos aspectos de la vida tanto dentro del ámbito familiar como
profesional. En su curso de escritura,
muy popular entre los estudiantes del college y de posgrado, no solo señalaba
las estrategias textuales que utilizaban las escritoras que le servían de
modelo sino que también realzaba como estas mujeres creaban sus poemas o
ficciones con el firme propósito de combatir la desigualdad de género.
En 1981, un poco antes de su primera jubilación, ya que continuó con sus labores editoriales hasta mediados de los noventa, el profesor Félix Martínez Bonati la nombró directora del Instituto Hispánico, y tomó las riendas de la Revista como directora asociada con el profesor Gonzalo Sobejano como director.
La profesora
Redondo dejó constancia de su gran capacidad analítica, rigor crítico y
sensibilidad literaria en un número de trabajos en los que destacan sus
estudios sobre la evolución del romance en el Siglo de Oro y muy en particular
sus estudios sobre “Romances viejos en la tradición popular cubana¨ Con Cuba
siempre en el pensamiento escribe sobre la Avellaneda y es coautora con Anthony
Tudisco de la serie El ensayo en América, en la que se incluye la antología
crítica de José Martí antes mencionada.
También escribió sobre la enseñanza del
español y han sido muchos los valiosos premios y reconocimientos recibidos durante su larga y fructífera
carrera profesional.
Yo seguí visitándola hasta sus últimos
días en la universidad. Un día estaba
con ella la secretaria del departamento, entonces, Gloria Edelman, con quien
solía almorzar frecuentemente, y no poca fue mi sorpresa cuando la escuché
decirle que durante el fin de semana, Kenny, su esposo, y ella habían recorrido
un largo camino por Fairlawn, NJ en su Harley - Davidson. Además tenía el pelo suelto. Confieso que todavía no sé realmente por qué
me sorprendió tanto imaginarla montada en una motocicleta. Pero lo cierto es que en el fondo me
complació descubrir esa faceta de su personalidad. Durante todos los años que la conocí siempre
la había visto con el cabello recogido en un moño discreto y siempre vestida
con elegante sencillez a la que acompañaba el buen gusto de su atuendo. Sus ojos de intensa mirada alumbraban un
rostro de facciones armoniosas que atraía muy fácilmente desde apenas
conocerla. Su acento cubano de exquisita dicción e influido por sus constantes
pláticas de tantos años con el profesor
Federico de Onís se escuchaba en un metal de voz fuerte, enérgico,
agradable y suave a la vez. Y, a su
saludo cotidiano, siempre lo acompañaba una sonrisa amistosa que invitaba a la
conversación.
Aquí cito parte del poema de Kenneth Feldman (Kenny) que apareció en el número de homenaje a ella, el cual recoge en palabras de deliciosa sencillez la enorme trascendencia de su paso por la universidad.
I ‘have thought and
thought, of what to say
On your
Revista final day,
For in the
years up to today,
All
accolades have come your way
______________________________________
Your Cuba
loved, your tropic isle,
Achievements many, honors earned
Your time
well traveled, rest a while,
And first
and always teacher learned.
For you the saga did begin
When in
the year forty- five
Direct
from Cuba, entered in
The orbit of de
Onís the wise
Yes, wise
he, for instantly,
He
recognized the gem he had;
Sure, of her language, mastery,
But more
than that she worked like mad
__________________________________________
And now
that all these years have passed,
It’s time at
last to bear the fruit,
Receive
from all your friends at last
This
Revista issue your tribute.
LOVE, YOUR HUSBAND 4
También la profesora y ensayista Rosario Rexach dejó constancia de su admiración y respeto por Susana Redondo en el mismo número de la Revista. Al final de su trabajo se dirige a los alumnos de ésta, confiando en que no la olviden. Nunca tuve la oportunidad de expresarle a la profesora Rexach todo lo que Susana significó para mí durante mi vida de estudiante y el respaldo que me ofreció en mis primeros años de profesora. Pero me atrevería a afirmar que quienes, como yo, tuvieron el privilegio de estudiar con ella, de apreciar su calidez y dedicación a sus estudiantes, no la han olvidado. Susana tuvo una larga vida. Falleció el 1ero de julio, 2013. Hubiera cumplido cien años dos meses después de su partida. A mí solo me resta decir: por todo lo que le debo, gracias infinitas, Susana.
Notas
1. Susana Redondo y Anthony Tudisco. José Martí. Antología crítica. (New York: Las Américas Publishing, 1968), p.1
2. Flora Schiminovich. “Entrevista con Susana Redondo” Revista Hispánica Moderna, Año 49, No.2. Homenaje a Susana Redondo de Feldman (Dec. 1996) p. 211.
3. Ibid. P. 214.
4. Kenneth Feldman. Ibid. P. 317.