Friday, May 10, 2024

Stásis-revolución-stásis: Schmitt y Koselleck ante el siglo XXI*

"Wrinkled Liberty" de Geandy Pavón


Por Jorge Brioso

Introducción. Dos relatos sobre la historia del porvenir: el futuro y el tiempo del después

Para escribir la historia del futuro no hay que remontarse demasiado lejos en el tiempo, afirmaba Niklas Luhmann en un artículo titulado “El futuro no puede empezar”. Mi historia del tiempo por venir alcanza su plenitud, su cenit, entre diciembre de 1851 y marzo de 1852, cuando Karl Marx publica en New York El 18 Brumario de Luis Bonaparte, en la revista Die Revolution. En este libro, Marx ensaya una nueva acepción del concepto revolución al proponer una crítica radical a la noción de repetición que se supone era constitutiva de este término. Allí afirmaba:

La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir [Die soziale Revolution des neunzehnten Jahrhunderts kann ihre Poesie nicht aus der Vergangenheit schöpfen, sondern nur aus der Zukunft”. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones habían tenido que remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos enterraran a los muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase [Dort ging die Phrase über den Inhalt, hier geht der Inhalt über die Phrase hinaus].

Si en las revoluciones anteriores la forma o frase –la sintaxis del orden estructurada por la tradición– terminaba imponiéndose respecto a la novedad del contenido; en las revoluciones proletarias su radical novedad, su contenido, romperá todos los moldes previamente concebidos: vivirá fuera del tipo de legibilidad que se considera plausible y, por ende, experienciable por un sujeto. Estas revoluciones escriben su melodía en versos que se salen de los quicios de lo que se puede expresar según la norma gramatical, lo considerado decible por una época determinada, cualidad que lleva a pensar que vienen del futuro. En las revoluciones que surgirán a partir del siglo XIX, las que afirman este concepto en su sentido fuerte y plenamente moderno, lo único que podrá ser repetido es aquello que nunca ha tenido lugar. Lo que será, para cuyo conocimiento solo tenemos las expectativas y la prognosis, no podrá ser reconocido a partir de lo que ya ha sido, lo que se aprende con el lenguaje de la experiencia. La historia ha dejado de ser maestra de vida y ha pasado a convertirse en un simple réquiem por los muertos. La experiencia y la esperanza empiezan a hablar en dos lenguajes que no son traducibles entre sí. El horizonte de expectativas humanas abre, al fin, de par en par sus puertas, lo que supone, de forma paralela, que la cuota de experiencia necesaria para definir el concepto de revolución se reduzca a sus mínimos.

Por primera vez, el presente ve delante de sí, en su total plenitud, al futuro. No habrá fin de los tiempos, desaparece la línea que separaba el más acá del más allá, tampoco habrá un regreso al origen, ni siquiera aquel que era anterior a la propia historia. El único juicio final, como diría bellamente Schiller, es la historia del mundo, la única justicia posible es la justicia inmanente a la propia historia (Die Weltgeschichte ist das Weltgericht). De lo que se trataba, para decirlo ahora con las palabras del propio Reinhart Koselleck: “era de acabar con el pasado tan pronto como fuera posible para que fuera puesto en libertad un nuevo futuro”. La verdadera historia humana se acaba de iniciar y para ella no hay cierre previsible.

Lo que no pudieron predecir Niklas Luhmann, en el artículo ya citado que fue escrito en 1976, ni Marx, es que el futuro, al menos ese que tenía las puertas abiertas de par en par, terminaría tan pronto. En 1980, el escritor Reinaldo Arenas que había salido por el puerto del Mariel de La Habana con otros 120 000 cubanos rumbo a Estados Unidos, afirmaba: “Vengo del futuro y traigo malas noticias”. Era mejor que se cerraran las puertas del porvenir pues los olores que venían del lado ignoto de la historia resultaban nauseabundos. El tiempo se había abierto a un futuro sin fin, con la condición de que se produjera, en un tiempo que podría ser lejano pero que tendría que ser visible, la promesa de la emancipación humana. Las malas nuevas que venían del tiempo del después se hicieron muy pronto virales, para usar una expresión cara a nuestro tiempo, cerrando las puertas que daban a un porvenir teñido de promesas de redención social.

Nuestra relación con el Tiempo-del-después –¿vale la pena seguirle llamando futuro?– es otra. De él solo esperamos una gran catástrofe ecológica. No tiene sentido, por tanto, acelerar el tiempo, sino más bien ralentizarlo lo más que se pueda para evitar que llegue su fin. Nuestras esperanzas se vierten en la espera de un nuevo katechon que permita retrasar el fin de los tiempos.

Vale la pena hacer un breve paréntesis etimológico para discernir las dos formas de conceptualizar el porvenir que analizo en este texto. La palabra futuro proviene de futurum, la forma neutra de un participio del verbo latino sumesse. Para entender el significado que tendría esta forma del participio en nuestra lengua se le puede contrastar al participio de perfecto (el recipiente de una acción) y al participio de presente (quien ejecuta la acción). El participio de futuro, en su forma activa, indica la inminencia o la necesidad de la acción. Lo que será es lo que debe ser. El juicio sobre la historia, como señalaba la frase de Schiller que ya citamos, radica en la propia historia y viene de ese tiempo ilimitado y redentor que la modernidad le había abierto a la humanidad: donde lo que acontecerá y el deber ser se funden.

La palabra después es un vocablo compuesto que también viene del latín, está formada por el prefijo de- (que indica dirección de arriba abajo) y post (posterioridad). Según esta acepción, la forma de porvenir que viene después del futuro moderno es la de un post, aquello que acontece con posterioridad a lo que se dirige hacia abajo, aquello que acontece después que algo declina o languidece.

I. La historia conceptual como un proyecto que intenta pensar las condiciones de posibilidad de la Historia a partir del contrapunto entre futuro-pasado

Espero que se haya notado que he relatado mi historia del futuro, con su apertura, su momento de plenitud, y su cierre, en clave Koselleck. Para el historiador de los conceptos, el tiempo histórico se mide por la dialéctica entre experiencia y expectativa, el juego que se establece entre los pasados del futuro y los futuros del pasado. El título de la colección de ensayos que Koselleck publica en 1979, Futuro pasado, comporta una réplica rotunda a la aspiración marxista de imaginar un concepto de revolución que prescinda de la repetición.

Es cierto que, en la modernidad, la expectativa de un tiempo siempre nuevo tiene como resultado “que el reto del futuro se haya hecho cada vez mayor”. A diferencia de los antiguos, que englobaban el presente y el pasado en un horizonte histórico común, el concepto moderno de historia, en tanto consecuencia de la reflexión ilustrada, provoca que las condiciones que hacen posible la experiencia se sustraigan progresivamente a esta. Vale la pena recordar que la histórica, concepto con el que Koselleck define su noción de la historicidad, lo que intenta pensar no es la historia fáctica, sino las condiciones de posibilidad de todo acontecimiento. Lo que hace posible una historia es que se asuman las marcas de finitud que configuran el marco de lo posible histórico, que nos hagamos cargo de las cuotas de experiencia ineludibles que todo anclaje en el tiempo exige. No obstante, el principal concepto moderno, revolución, parece responder a otra lógica, al menos en el sentido fuerte en que lo enuncia Marx.

La variante moderna de la revolución aspira a crear una forma de novedad ex nihilo que ambiciona redefinir, incluso, las propias condiciones de posibilidad que la generaron: “un futuro anhelado pero sustraído por completo a la experiencia correspondiente del presente”. Esta vocación de tabula rasa de la revolución la lleva a ignorar las cuotas de finitud que hicieron posible su propia existencia. Pongo un par de ejemplos, la distinción entre dentro-fuera, amigo-enemigo y amo-esclavo, que deberían marcar el horizonte de posibilidad de cualquier historia, incluida la revolucionaria, aspiran a ser abolidas por un ideario que imagina una sociedad sin clases, un mundo sin fronteras, de un radical carácter cosmopolita, y una forma de convivencia que sustituya el gobierno sobre los hombres por la administración de las cosas. Es a esto a lo que Koselleck llama utopía: la borradura de los marcadores de finitud que permiten que toda historia sea y que termina generando una permanente guerra civil de carácter mundial.

El diagnóstico que hace Koselleck sobre el mundo moderno y el carácter utópico de su política se remonta al principio de su carrera de investigador con su tesis de habilitación, Crítica y crisis, que publica en 1954. La crisis moderna se retrotrae, según esta monografía, a la escisión que provocó el Estado absolutista entre lo político y la moral al hacer que la conciencia –para tratar de evitar nuevas guerras civiles religiosas, en las que la convicción interior fue el principal detonador de conflictos– quedara fuera de la zona controlada y legislada por el Estado. Cuando este reino de la opinión, que vive fuera de las razones del Estado y que se percibe a sí mismo como su antítesis, adquiere un carácter público y se erige en un poder indirecto cuya lógica no responde a la figura soberana; se imagina una política alterna, utópica, basada solo en razones tejidas en el fuero de la conciencia y luego en espacios como salones, logias que generaban formas de convivencia y pensamiento paralelas e independientes de los foros políticos. Las aspiraciones emancipadoras forjadas en estos espacios se perciben a sí mismas desde una lente estrictamente moral sin tener en cuenta las limitaciones que lo real político impone. Fruto de ello, todavía según el pensador alemán, son las guerras civiles que a partir de la Revolución francesa dominan el espacio europeo. La crítica, de un profundo carácter utópico, que se genera en los espacios descritos es responsable de la crisis que se ha vivido en Europa desde el advenimiento de la Revolución francesa y que, en el siglo XX, se ha traducido en dos guerras civiles mundiales y en la Guerra Fría que marcaba el tiempo en que se publicó el texto que comentamos ahora.

II. Koselleck como teórico de la revolución

No creo que exagero si afirmo que el concepto central en el proyecto intelectual de Koselleck es el de revolución. Sus obras principales: Critica y crisisPrusia entre la Reforma y la revoluciónFuturo pasado y la obra colectiva que dirigió junto a Werner Conze y Otto Brunner, el Diccionario histórico de conceptos político-sociales básicos en la lengua alemana, tienen como eje central el concepto de revolución. En la introducción que hizo para este diccionario, define el objetivo de este en los siguientes términos:

Evolución detallada en nuestro ámbito lingüístico de conceptos-guía de la época prerrevolucionaria a través de los acontecimientos revolucionarios y de las transformaciones producidas por estos […]. El objeto principal de la investigación es la disolución del mundo antiguo y el surgimiento del moderno a través de la historia de su aprehensión conceptual […] solo se analizarán los conceptos que registran el proceso de transformación social como consecuencia de la revolución política e industrial, es decir, que se han visto afectados, transformados, expulsados o provocados por este proceso.

Es la revolución la que le otorga unidad a la época moderna al revelar la conexión interna entre todos los acontecimientos históricos y la solución inmanente, intrahistórica, que se le da a estos. Esta unidad se produjo a partir de cuatro elementos. Democratización del lenguaje político: la política deja de estar reducida a un único estamento y se difumina por todo el cuerpo social. Temporalización de los significados categoriales: se dota a los principales topoi que organizaban la tradición de un horizonte de expectativas, de una futuridad de la que carecían antes. Ideologización: conceptos que respondían a sentidos e historias plurales se les dota de un nivel de abstracción y unidad de las que carecían en el antiguo régimen, se les transforma en singulares colectivos –las libertades se transforman en la Libertad, las justicias en la justicia única, se pasa de las historias concretas a la Historia en sí, de las revoluciones se pasa a la Revolución–. Politización de los conceptos: aumentan exponencialmente los términos polémicos-antagónicos –burgués vs. proletario, revolucionario vs. contrarrevolucionario, etc.

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Reinhart Koselleck

Al inicio del ensayo que le dedica al concepto de revolución en su libro Futuro pasado, Koselleck afirma que este concepto ha quedado reducido a un lugar común. La revolución pertenece a “aquellas palabras que se usan enfáticamente, cuyo ámbito de aplicación se ha diversificado ampliamente y cuya falta de nitidez conceptual es tan grande que se pueden definir como tópicos”. La polisemia que caracteriza a esta palabra se ha expandido por todas las esferas discursivas. Se habla, en el momento que se escribe este texto, de una Segunda Revolución Industrial. Desde el marxismo-leninismo se exhorta a una revolución mundial. China ha vivido durante diez años un proceso de radicalización política que se definió a sí misma como una Revolución Cultural. Desde todas partes del globo, países tan disímiles como Cuba o Vietnam definen sus luchas por la independencia o sus conflictos civiles como gestas revolucionarias. Fue la Revolución francesa la que dotó a este concepto de las propiedades ambivalentes y ubicuas que lo caracterizan. Las contiendas confesionales que marcaron la historia europea durante los siglos XVI y XVII fueron definidas como revueltas, rebeliones, guerras civiles o internas, pero nunca como revoluciones. Lo que hoy conocemos como Revolución americana se definió originalmente a sí misma como Guerra de Independencia. No fue hasta veinte años después que asume el apelativo por el cual se hizo célebre. El concepto de revolución designaba –respetando su sentido original, proveniente de la astronomía que describe el movimiento circular, el regreso al punto de partida– el movimiento cíclico de las diferentes constituciones, aquello que Platón y Aristóteles habían definido como metabolé politeion politeia anaciclosis. Este concepto de revolución se sostenía sobre el presupuesto de que ningún cambio lograba introducir algo radicalmente nuevo en el mundo político, pues siempre se terminaba regresando al punto de origen.

El derecho de resistencia al Estado, que le dio legitimidad a las guerras confesionales, se sustentaba en la simultánea pertenencia de los contrincantes a dos ciudades, la de la comunidad espiritual y la de la política. El Estado absoluto, erigido en persona moral a partir del siglo XVII, prohibía la guerra interna al tener el monopolio de la fuerza dentro de sus fronteras y el derecho a declarar la guerra más allá de estas, lo que se veía como una de las modalidades, y no la menos importante, de garantizar la paz interna. Para poder imaginar una forma de cambio político respecto a esta forma de soberanía que veía como principal antagonista a la escisión de la comunidad vía un conflicto interno, había que dar un salto hacia delante y atreverse a imaginar una nueva forma de coexistencia que aboliera de manera violenta las modalidades de filiación anteriores y fundara un nuevo pacto de convivencia. Así nace el concepto de revolución en su sentido moderno. El cual logra que las otras formas de conflicto interno pierdan terreno y prestigio respecto al acontecimiento revolucionario. La guerra civil, por ejemplo, “adquiere ahora el significado de un girar sobre sí mismo carente de sentido, comparado con el cual la revolución puede fundar un nuevo horizonte”. En la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, publicada entre 1751 y 1772, se trata el concepto de guerra desde ocho rúbricas diferentes, pero nunca se contempla el término guerra civil.

Pero, más que erradicar el imaginario de la guerra civil, la noción de revolución moderna que se inicia con la Revolución francesa termina, a la vez, devorándolo y expandiéndolo –ya sea disfrazado con el gorro frigio o con la hoz y el martillo– por todo el globo. Escribe Koselleck:

Si la Tierra entera ha de revolucionarse, se deriva obligatoriamente que la revolución debe durar en tanto esta meta no se haya conseguido […] el concepto de revolución ha reanudado, desde 1789, en sí mismo, la lógica de la guerra civil. La lucha definitiva con todos los medios, sean legales o ilegales, pertenece al transcurso planificado de una revolución para el revolucionario profesional y puede utilizar todos esos medios porque, para él, la revolución es legítima. Así queda desplazado también el valor posicional filosófico histórico de la guerra civil. Cuando, por ejemplo, el leninismo explica y establece que la guerra civil es la única guerra legítima –para abolir las guerras en general–, entonces el Estado concreto y su organización social no son solo el ámbito de acción y la meta de la guerra civil. Se trata de la supresión del dominio en general: pero esto fija como meta histórica su realizabilidad global, que solo se puede alcanzar en el infinito.

Se produce, como resultado de este proceso, una legitimidad hipostasiada del concepto de guerra civil que termina por absorber al imaginario revolucionario. Continúa diciendo:

Desde que la infinita superficie geográfica de nuestro planeta se ha contraído hasta la finitud de un ámbito de acción interdependiente, todas las guerras se han transformado en guerras civiles. Resulta cada vez más problemático saber cuál es el ámbito que aún se puede ocupar en esta situación procesual de revolución social, industrial y emancipatoria. La revolución mundial sucumbe, en virtud de las guerras civiles que parecen ajusticiarla, a las presiones políticas que no están contenidas en sus programas filosófico-históricos. Esto se muestra particularmente en la igualdad actual de armamento atómico. Desde 1945, vivimos entre guerras civiles latentes y declaradas, cuyo horror aún puede ser superado por una guerra atómica –como si las guerras civiles que circundan el planeta, al revés que la interpretación tradicional, fueran el último remedio para protegernos de la aniquilación total […] ¿Cómo se puede pedir una pretensión de legalidad política para la guerra civil, cuando se nutre tanto de la permanencia de la revolución, como del horror ante la catástrofe global? Clarificar la dependencia mutua de estas dos posiciones no corresponde ya a la tarea de la presente historia de un concepto.

Pero sí de la nuestra.

Esta nueva forma del conflicto que no reconoce fronteras entre lo externo y lo interno, entre lo global y lo local, justifica que se desentierre el viejo concepto griego de stásis, aquel que fue borrado por el bellum civile romano, y exige que comparezca el segundo protagonista de nuestra historia: Carl Schmitt.

III. La revolución moderna como un episodio dentro de la historia de longue durée de la stásis

En una carta que Reinhart Koselleck le escribió a Carl Schmitt, el 21 de enero de 1953, cuando se encontraba todavía en el proceso de escritura de su tesis de habilitación, afirmaba: “Con las categorías que están en la base de su Nomos de la Tierra, es totalmente posible demostrar que la actual guerra civil mundial no es un hecho de carácter óntico, contingente, sino más bien un acontecimiento profundamente arraigado en las estructuras ontológicas de nuestra historicidad”. Pero si esto es cierto, y la obra del jurista alemán está llena de confirmaciones de este hecho, en la estructura ontológica de nuestra historicidad se enfrentan el orden y el desorden ya que, como afirmaba el pensador nacido en Plettenberg: “[L]a guerra, dentro de este sistema de Derecho Internacional, es una relación entre un orden y otro orden, en modo alguno una relación entre un orden y un desorden. Esta última relación entre un orden y un desorden es la «guerra civil»”. Para Schmitt, hay desorden, a nivel jurídico internacional, cuando no está clara la estructura de una ordenación espacial y es destruido el concepto de guerra moderno. Lo único que previene las guerras de destrucción, las guerras totales, es la presencia de un marco ordenado para medir las fuerzas y reconocer la legitimidad del adversario.

La guerra civil en Schmitt está vinculada a dos figuras que hablan en el lenguaje de la excepción respecto a la guerra en un sentido tradicional. Estas dos figuras son el partisano y el pirata. De ellas, solo el partisano es relevante para el tema que me interesa. Esta figura se asocia con la guerra civil, la guerra colonial y los movimientos revolucionarios.

El concepto de partisano pone en jaque las categorías que para Schmitt sustentan el derecho internacional: reconocimiento de la humanidad del enemigo y de la justicia que se le debe, estatalidad de la beligerancia, acotamiento de la guerra, con sus claras distinciones entre guerra y paz, militar y civil, enemigo y criminal, guerra estatal y guerra civil. Según confesión de Schmitt, su interés es repensar lo político en el nuevo contexto mundial. Su texto fue publicado en 1962 a partir de sendas conferencias que dio el jurista alemán en Zaragoza y Pamplona. El término partisano nace de la guerra de guerrillas con la que el pueblo español se enfrentó al ejército de un invasor extranjero entre los años de 1808 y 1813. Surgen de esta figura una nueva teoría de la guerra y, por ende, de la política.

Carl Schmitt
Carl Schmitt

El partisano es una figura que aflora en los espacios vacíos o neutros que dejó sin configurar el nuevo orden jurídico europeo: las guerras de conquista y colonización y las formas de resistencias que estas generaron, las guerras de independencia, los conflictos civiles y revolucionarios. No se puede entender la irregularidad del partisano sin la forma de regularidad que desafía, resultado de la estructura que le han dado a la guerra los ejércitos napoleónicos. El ejército napoleónico supone una revolución del arte de la guerra y el partisano supone una excepción de segundo grado porque despliega su irregularidad contra esa modalidad de beligerancia, ya de por sí excepcional, que fue calificada por un oficial prusiano como una guerrilla en grande. El ejército napoleónico había adoptado muchas de sus estrategias de las guerras revolucionarias y las guerras de conquista. El propio Schmitt pone varios ejemplos: “Las innumerables guerras indias de los invasores blancos, y también los métodos de los riflemen durante la guerra de independencia americana contra el ejército regular inglés y la guerra civil en Vandea entre chouans y jacobinos”.

El partisano es la figura que singulariza el abandono de las guerras domesticadas y acotadas. El partisano redefine el concepto de hostilidad y le da un carácter total a la guerra. No solo son partisanos los nuevos héroes políticos del siglo XX –Lenin, Mao, Fidel Castro– sino que también: “las acciones bélicas después de 1945 adoptaron un carácter partisano porque los poseedores de bombas atómicas temieron su utilización por consideraciones humanitarias, y los no poseedores contaron con estos reparos”. La teoría de la guerra total y de la enemistad absoluta que surgen con la figura del partisano determinan tanto las revoluciones en el siglo XX como los métodos de la Guerra Fría.

Como se habrá notado, en este muevo modelo de la beligerancia el término guerra civil es usado por Carl Schmitt de un modo metafórico y laxo y no como un verdadero concepto. Designa tanto al todo –todas las formas de conflicto que oponen el orden al desorden– como la parte, una de las modalidades de este tipo de beligerancia o de conflictos internos –la guerra civil– junto a otras como las guerras coloniales, las guerras de independencia, las guerras revolucionarias, etc. Schmitt es, en este sentido, heredero de una larga tradición –que nace en Roma y llega prácticamente a nuestros días– que olvida la palabra griega que se usaba para designar todas las formas de conflicto y escisión interna en una sociedad: stásis.

Será en otro contexto, y en un libro posterior, su Teología política II escrita en 1969, donde Carl Schmitt repare en el concepto de stásis, si bien lo hace en un contexto teológico. En este texto acuña el concepto de stasiología con el que designa la dualidad y la posibilidad de rebelión que contiene toda unidad, de la cual no está a salvo ni la propia trinidad divina. El jurista alemán también nota que la propia palabra stásis está habitada por la escisión que su concepto designa:

Stásis significa en primer lugar: calma, estabilidad, colocación, estatus, el concepto contrario es kínesis: movimiento. En segundo lugar, stásis significa agitación política, movimiento, rebelión y guerra civil. La mayor parte de los diccionarios de griego exponen los dos significados contrapuestos sin intentar explicaciones que tampoco podemos pedirles. La mera mención de muchos ejemplos de esa contraposición es una mina para el conocimiento de los fenómenos políticos y político-teológicos.

El par de conceptos antitéticos que se usaban en el mundo griego para imaginar la guerra eran polemos y stásisPolemos era una parte constitutiva de la política. Jean Pierre Vernant, en su artículo “La guerra de las ciudades”, define la relación entre ambos términos del siguiente modo: “La política puede definirse como la ciudad vista desde dentro, la vida pública de los ciudadanos entre sí, en lo que les es común más allá de los particularismos familiares. La guerra [polemos] es la misma ciudad con su rostro vuelto hacia el exterior, la actividad del mismo grupo de ciudadanos enfrentados esta vez con algo distinto de ellos, con lo extranjero, es decir, por regla general, con otras ciudades”. Por el contrario, la stásis es concebida como una amenaza a la polis, a lo político. La stásis traza un campo semántico que conecta el crimen y la guerra, la violencia desnuda y la legítima, el agon que atraviesa toda polis con la conmoción radical y destrucción de esta. La stásis mezcla y enfrenta el mundo del oikos –que en Grecia designa tanto el mundo de la casa, lo privado, como lo económico, donde se produce todo lo necesario para la subsistencia– y el mundo de la polis; la libertad y la necesidad, como lo demuestra otro de los vocablos con los que se designa el conflicto interno en Grecia: Oikeos polemos.

La stásis, la ciudad dividida en facciones, la discordia, la fragmentación del orden civil, es vista como una anomalía. Una forma monstruosa de lucha que es comparada con una pelea de gallos, como ilustra el diálogo que Atenea mantiene con las Erinias al final de la tragedia de Esquilo Las Euménides: “Tampoco arranques a los gallos sus corazones para implantarlos en mis ciudadanos, ocasionando un Ares interno [guerra interna] en la raza pleno de mutua arrogancia. ¡Qué la guerra sea solo exterior –nunca es difícil su presencia– y que en ella exista un apasionado amor por la gloria!”. Nicole Loraux, la historiadora de Grecia y del concepto de stásis, comenta la cita del trágico griego en los siguientes términos:

Esquilo opone la guerra extranjera en que se gana en renombre –la única buena porque es la única gloriosa para la polis— a esa calamidad que es la guerra intestina. Entendamos por ello que solo la ciudad dotada de paz interior podrá –lo cual es su deber y destino– llevar la guerra afuera de sus puertas […]. [Solo en esa guerra externa se puede obtener] una “victoria que no sea mala” [nike me kake], que no se convierta en el triunfo de una parte de la ciudad sobre otra. Stásis, o la división transformada en desgarramiento. Desde Solón hasta Esquilo, stásis es una herida profunda en los flancos de la ciudad.

No existe un núcleo valorativo equivalente en el mundo romano que oponga dos formas de la beligerancia de ese modo. Nunca se contrapone bellum a bellum civile. Se habla de bellum civilebellum socialebellum gentilebellum piraticum, etc.pero no se distingue entre una forma de la beligerancia que defina a la política y otra que amenace la propia existencia de esta.

Es desde el concepto de stásis, entonces, que se puede repensar y redefinir la revolución en el siglo xxi. Hay que reimaginar, por tanto, el concepto de revolución para un momento histórico que responde a una dialéctica de las experiencias y las expectativas divergente del moderno, donde el porvenir tiene la forma del después y no del futuro. Esta reconceptualización, creo, puede cumplir las siguientes funciones:

  • Desmontar el aparato normativo que le otorgó un aura mística al concepto de revolución en detrimento de otras formas del conflicto interno como la guerra civil, la revuelta, la rebelión, la contrarrevolución, la secesión, etc.
  • Mostrar el continuum de diferentes formas de beligerancia y conflicto que atraviesan los acontecimientos revolucionarios donde se mezclan revueltas, guerras civiles, guerras internacionales, etc.
  • Explicar la imposibilidad de separar, en las revoluciones modernas, lo político de lo social, la libertad de la necesidad y expresar, a la misma vez y en sentido contrario, la máxima dificultad inherente a implementar mejoras sociales por medios políticos. Pongo ejemplos para ambos casos. La Revolución americana termina en guerra civil porque intentó poner a un lado su gran problema social, la esclavitud, cuando se funda como república. La esclavitud es una práctica que demuestra la imposibilidad de separar con nitidez la esfera de la necesidad –es una de las instituciones económicas más importantes en ese momento– de la libertad, ya que priva de ese derecho inalienable a una parte importante de los hombres que viven en territorio americano. Las revoluciones de corte comunista terminan todas en el totalitarismo por su empeño en postergar la libertad para ese momento en que las necesidades humanas hayan sido totalmente solucionadas y erradicadas todas las desigualdades y todos los factores que la generan. Se puede comprobar, por lo dicho anteriormente, que el marco normativo que aspira instaurar Hannah Arendt en uno de los grandes clásicos filosóficos sobre el concepto de revolución, On Revolution, colapsa en su intento de separar de forma radical las revoluciones que instauran como concepto fundador a la libertad, cuyo ejemplo paradigmático es la Revolución americana, de aquellas que intentan implementar grandes cambios sociales vía el acontecimiento revolucionario, como fue el caso de la francesa.
  • Comprender la dificultad que conlleva establecer la temporalidad del acontecimiento revolucionario, en relación, sobre todo, a su fin, su telos, su destino. Pongo un ejemplo: las revoluciones comunistas terminan confirmando el ciclo de las constituciones, tal y como fue definido por los antiguos, la metabolé politeion o politeia anaciclosis que mencioné antes y que el lenguaje popular cubano ha traducido de la siguiente manera: “El camino más largo, sinuoso y amargo entre el capitalismo y el capitalismo es el socialismo”.
  • Exorcizar uno de los grandes mitos del siglo XX: la caída del comunismo. Con la caída del Muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética lo que se produjo fue el desmantelamiento del orden geopolítico impuesto por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos y la Unión Soviética. En los países en que el comunismo fue impuesto de modo artificial, en toda la mal llamada Europa del Este, este régimen llegó y se fue junto con los tanques rusos. Las dos potencias vencedoras impusieron su forma de dominio, gobierno e ideología en las partes que fueron liberadas por ellos. Los países que tuvieron revoluciones comunistas: China, Cuba, Vietnam y la ex Unión Soviética nunca han asumido el modelo de las democracias liberales. Han llegado a este siglo dominadas por regímenes híbridos, pero donde el comunismo sigue cumpliendo un rol esencial o bajo formas de poder autoritarias. Son países, además, que se colocan fuera de Occidente, como China o Vietnam, o en sus márgenes, como Cuba y la ex Unión Soviética. Si no deja de ser cierto que durante parte del siglo XX más de la mitad de la población del planeta vivió bajo regímenes comunistas; el carácter artificial, estrictamente geopolítico, que tuvo la existencia del comunismo en gran parte de Europa complica la historia, excesivamente occidentalista, que se ha hecho sobre el siglo pasado. Lo que termina con la caída del muro es cierto ordenamiento geopolítico que definió lo que entendemos por Occidente y lo que se consideraban como sus diferentes periferias; el comunismo y los países del Tercer Mundo. El caso de Corea del Norte, el otro país comunista sobreviviente, merece estudio aparte ya que es un típico producto del reordenamiento geopolítico que sufrió el mundo luego de la Segunda Guerra Mundial. El país fue dividido en el paralelo 38 en dos partes: una controlada por la Unión Soviética y otra por Estados Unidos. La guerra de Corea, en la que intervinieron las dos Coreas, Estados Unidos, China y la Unión Soviética terminó con el armisticio de 1953 y con la actual división ideológica y política que ha sobrevivido hasta hoy. Se podría decir que la historia de las dos Coreas sería uno de esos remanentes geopolíticos del siglo XX que sobrevive en el siglo XXI.

Conclusión

Vivimos en un siglo donde las revoluciones –que para bien o para mal habían marcado la historia occidental desde finales del siglo XVIII hasta muy entrada la segunda mitad del siglo XX– carecerán de protagonismo político y en el que la gran potencia mundial parece que no será más un país occidental, cosa que nunca había sucedido al menos desde que se puede hablar de una historia de la humanidad a nivel global. El concepto griego de stásis abarca muchas de las formas de conflicto a las que nos enfrentamos hoy como son la guerra civil, el desorden civil, la revuelta, la disolución de una sociedad en múltiples facciones beligerantes –lo que Donald M. Snow llama “guerras inciviles”–, todas las formas de guerra no convencionales, desde el terrorismo a los drones, etc. Esto hace que la stásis –que en el mundo antiguo era la categoría que se consideraba contraria a la polis— se convierta, en mi opinión, en la categoría central para pensar lo político en nuestro tiempo.

Wednesday, May 8, 2024

UN TESTIMONIO EJEMPLAR: REHENES DE CASTRO

 


Por Waldo González López

«A los libros no se les describe, se les lee. […] A los hombres erectos, no se les cita, se les honra».                                     Agustín Tamargo


Mientras disfrutaba la enriquecedora lectura de Rehenes de Castro (Testimonio del Presidio Político de Cuba), tuve la suerte de conocer, en el acto de investidura de su ingreso a la Academia de Historia de Cuba en el Exilio, a su autor, el valiente luchador anticastrista y anticomunista Ernesto Díaz Rodríguez (al que ya admiraba por su incambiable actitud, reflejada a lo largo de veintidós años en varias de las ergástulas implantadas por el tirano y sanguinario Castro), quien evidencia no pocas de sus virtudes vertidas en su libro, del que me ocupo ahora.

   En su «Introducción», no dice Ernesto, con su sencillez espartana que convence:

Corría el mes de mayo de 1983, cuando comencé a escribir Rehenes de Castro, esta obra literaria que es parte importante de mi vida. No voy a hablar del alto precio pagado en sacrificio para llegar a acumular las experiencias que hoy comparto con ustedes, porque más grande que todos los tormentos de la cárcel es la satisfaccion de haber servido con amor y decoro a la sagrada causa de la Libertad de Cuba.

   Ante todo, se trata de una fecunda lectura, que me recuerda tres títulos afines, con los que conforma una invaluable tetralogía por su alta calidad, tales Contra toda esperanza, de Armando Valladares, Procesado en el Paraíso. Un poeta que vivió la guerra, de Ismael Sambra y ¡Pobre Cuba! Mis memorias, de Alberto Müller, heroicos prisioneros durante años.

  Entre otros méritos de Rehenes de Castro (publicado en 1995 por Linden Lane Press, con prólogo del recordado periodista Agustín Tamargo) figuran en primer lugar: la modestia del autor, quien  [fundador de Alpha 66] nacería en Cojímar, humilde poblado de pescadores próximo a La Habana, porque evidencia la mencionada cualidad de «los pobres de la Tierra», tal denominara Martí a la gente sencilla, con quien quería el mayor cubano su suerte echar.

   A esta, le añado otras que, propias del narrador y poeta, resultan valiosos conceptos demostrados a lo largo de las 570 páginas, como el sentido de la amistad, la dignidad, la fraternidad y la valentía, sin que falten la bonhomía, el humor y, en precisos instantes, la ironía, que enriquecen su prosa, no pocas veces poética, otro mérito de la obra.

   Hay en el libro abundantes momentos que confirman la enorme valía de Rehenes de Castro, en sus amenos 77 capítulos. Por solo mencionar algunos memorables, reproduzco un fragmento del primero que inicia este excelente volumen, al que leemos como una ferviente novela: «Los presos políticos plantados» (que luego abordara en una inolvidada serie Lilo Vilaplana):

La historia del presidio político de Cuba está escrita con sangre. Describir tanto horror, tanta tragedia humana es tarea penosa. Muchas veces he pensado que lo mejor sería poder olvidar, cerrar los ojos y borrar de un tirón los amargos recuerdos, las experiencias desgarrantes vividas en las prisiones de la Isla esclavizada.   Pero ¿cómo guardar silencio cuando todo un pueblo ha sido sometido a un sufrimiento prolongado y absurdo, y una parte del mundo aún desconoce, tal vez, esta realidad dolorosa y sombría? 

   Apenas leemos estas líneas iniciales, ya nos immersamos en el inframundo impuesto por el fascista Castro, tras engañar al pueblo y la comunidad internacional, negando su oculta filia comunista, que solo revelará el 17 de abril de 1961, tras la invasión de mil quinientos cubanos integrantes de la Brigada de Asalto, que quisieron derrocar la tiranía por la Bahía de Cochinos, heroica gesta que fracasara por la traición del cobarde presidente demócrata John F. Kennedy.

  Entre muchos otros, destacan los dedicados a la Prisión Combinado del Este, Una bandera rusa, San Ramón y Tres Macíos: calabozos especiales de castigo, La muerte de Pedro Luis Boitel, El proceso del juicio, La Embajada del Perú… y Mariel, Julio Ruiz Pitaluga al borde de la muerte, Nueva escalada represiva, Requisa devastadora y golpiza, “Boniatico: centro de experimentación y tortura, por solo mencionar algunos capítulos.


    Pero el autor no olvida a las mujeres no menos heroicas y ejemplares (a las que asimismo dedicara Lilo Vilaplana su reciente filme Plantadas). Por ello, Ernesto subraya:

Quizás alguien pueda pensar que a la hora de escribir estas memorias olvidé a las mujeres del Presidio Político de Cuba. Nada más lejos de la realidad. Si en Rehenes de Castro hay ausencia de informes sobre tan valerosas hermanas, solo se debe a la férrea incomunicación a que estábamos sometidos el grupo de prisioneros confinados en las celdas tapiadas de Boniato cuando me dispuse a escribir este libro. Porque siento mucho respeto por la historia que con dignidad, estoicismo y coraje estamparon sobre la roca dura del Presidio Politico Cubano estas abnegadas mujeres, ni podia entregarme a relatos imprecisos, por más que estuviesen presentes en mis pensamientos y fuesen parte de mi inspiración de cada día.

   Sin duda, he aquí uno de esos libros necesarios que me evocó los ejemplos de los genuinos cubanos arriba citados, quienes tanto sufrieron largas prisiones por anticastristas, a diferencia de otros, pocos realmente, que no son consecuentes con los ideales por los que habían luchado. Y me dan pena, una gran lástima, verlos echando por tierra el ejemplo que hasta ese momento dieran. En fin, pero esta nota no está dedicada a esos escasos personajillos de ópera bufa, sino al humilde autor del ejemplar testimonio Rehenes de Castro, tácita prueba de tantos héroes aportados por nuestra Patria, como Ernesto Díaz Rodríguez, un verdadero Hombre en el genuino registro de este difícil vocablo.  

   Por tanto, por todo, sugiero la reconfortante lectura de Rehenes de Castro, un testimonio tan válido como los arriba mencionados, porque nos ofrece nuevas esperanzas de la ya no tan lejana caída del castrismo.   

Publicaciones cubanas



Un interesante archivo online es la sección de publicaciones periódicas de Colecciones cubanas que contiene los archivos digitales de cincuenta publicaciones fundadas en la casi totalidad después de 1959. Los títulos reunidos van desde publicaciones de interés general (Opina, Somos Jóvenes, Juventud Técnica, Cuba); especializadas (Verde Olivo, Mar y Pesca, Moncada, Cine Cubano, C Línea, El Militante Comunista); humorísticas (Palante, DDT, La Chicharra, El Sable, Aspirina); infantiles (Pionero, La Bijirita, Din Don, El Muñe, Misha, Zun Zun); extranjeras (Sputnik, La Mujer Soviética, Literatura Soviética, Unión Soviética, RDA, Films Soviéticos). 

Con su inevitable carga de propaganda ideológica son un fiel reflejo de cómo el régimen se representaba así mismo a lo largo de su historia y testigo de las leves contestaciones y deslices en el mecanismo de vigilancia ideológica. Si algo es de lamentar es que buena parte de estos archivos se encuentren incompletos. Así y todo esperamos que este archivo les sirva de alguna utilidad.

Yesenia Selier o el saber en movimiento*

 

Fotografías de Geandy Pavón

Con nombre como de anagrama de río ruso Yesenia Selier es lo más cerca que he conocido de un perpetuum mobile, la máquina imposible con la que los físicos todavía sueñan. Bailarina, educadora, investigadora, promotora cultural, perpetua era la agitación de Yesenia, perpetua su alegría, sus creaciones alimentadas por una fuente de energía que parecía inagotable. De ahí que nos resultara a los que la conocíamos tan inexplicable que pusiese fin a su vida el pasado 22 de octubre con solo 48 años de edad. Con el egoísmo de los vivos, de los sobrevivientes, no dejaremos de echarle en cara que aquella noche de domingo decidiera privarnos de la infinita vitalidad que irradiaba.
Negra, cubana, intelectual, madre de trillizos, artista, bruja, era la tarjeta de presentación de una vida desbordada que la propia Yesenia no sabía cómo acotar. Había nacido en La Habana el 12 de abril de 1975 para luego pasar parte de su infancia en el pueblo de San Diego de Núñez, la patria diminuta del gran novelista cubano del siglo XIX Cirilo Villaverde. Esa experiencia infantil en un rincón de Pinar del Río la puso en contacto íntimo con la naturaleza, una naturaleza con la que sus ancestros desde siempre habían mantenido diálogo extenso y nutritivo. En ese sentido la fortuna de Yesenia fue doble: por lo que le venía de nacimiento y porque de regreso a La Habana pasó a vivir en El Vedado, justo enfrente de la casa de cultura municipal donde además de ser cuna de un famoso festival de jazz anual, el Jazz Plaza, era la sede de un proyecto de enseñanza de bailes afrocubanos. Allí Yesenia siendo niña tomó clases de baile y de teatro llegando a participar en presentaciones infantiles junto al reputado Conjunto Folklórico Nacional de Rogelio Martínez Furé.

Yesenia, mujer tan de espíritu como de cuerpo, terminó graduándose de Psicología en la Universidad de La Habana pero ningún pergamino con letras góticas bastó para retenerla como examinadora de angustias ajenas. Partícipe ubicua del movimiento cultural afrocubano que se empezó a gestar en la década de los noventa Yesenia ayudó a darle forma y consistencia con reflexiones que fue madurando en aquellos años: la primera ponencia que incluye su currículum lleva un título revelador: “Identidad y subjetividad: los negros cubanos”. Y premonitorio, porque las preocupaciones anunciadas en esa ponencia inicial no la abandonarían el resto de su vida. Luego escribiría que en Cuba “lo negro continúa siendo mayormente pensado por intelectuales blancos; reinventado por los poderes y saberes en cuanto aspecto sea posible imaginar” y nunca renunció a contrariar aquella visión ajena y condescendiente.



Al graduarse en 2000 Yesenia ya era una experimentada promotora y estudiosa del rap nacional, género que llevaba tres lustros de tortuosa pero prometedora existencia en la isla. Unos meses después de recibir su diploma de licenciada en sicología Yesenia se graduaba a su vez de madre de trillizos. Pero lo que dominaría la vida profesional de Yesenia fue su pasión por el baile. El baile, con sus exigencias físicas pero también intelectuales se ofrecía como campo propicio para un ser tan expansivo como ella. Junto con la música que lo incita, el baile es religión oficial entre cubanos. Falso que todos bailen en la isla: en Cuba se baila bien o no se baila. Allá, los parias incapaces de mover los pies con cierta sincronización, se apartan del centro de la fiesta para, desde su destierro en las orillas, burlarse de los pocos infelices que se atreven a exhibir su torpeza danzaria, casi siempre extranjeros. El bailador en Cuba es cosa silvestre, sin escuelas ni academias. Allá, o se nace para bailador, o algún condiscípulo compadecido dedica los ocios escolares a remediar la falta de talento que la naturaleza no te dio. En Cuba hay muchas más academias de bailes regionales españoles o de ballet que de ritmos cubanos. Como si se asumiera que los ritmos locales te vienen desde la cuna o no te quedará otro remedio que envidiar a los afortunados desde los rincones de la fiesta. De ahí la tremenda suerte que Yesenia desde niña encontrara buenos maestros que guiaran sus pasos.

Cuando Yesenia se profesionalizó como bailarina decidió llevar al plano del baile las costumbres analíticas adquiridas en las clases universitarias. Y cuando más adelante ingresó a un doctorado en la New York University su tema de investigación inicial fue precisamente la profesionalización de las danzas afrocubanas en la figura de las rumberas que inundaron las pantallas de la época de oro del cine mexicano. En un país donde el baile popular es religión resulta paradójico que apenas existan estudios comprehensivos sobre sus diferentes manifestaciones: a la incapacidad para valorar algo que parece parte de la naturaleza misma del pueblo se suma el típico desdén intelectual ante la cultura popular: “la centralidad de la noción de ‘alta cultura’, denotada por los cánones artísticos occidentales en nuestra apreciación del arte” se quejaba Yesenia, impedía a muchos intelectuales locales acercarse a esos fenómenos culturales con el respeto que merecían. Ella misma, ajena a cualquier prejuicio, era una de las llamadas a llenar ese vacío.


Su inmersión en las religiones afrocubanas le permitió a Yesenia reunir conocimiento de primera mano sobre la importancia esencial de estas en la coreografía de las danzas populares y su significado y sentido. El baile de Yesenia era saber en movimiento. Por eso cuando en 2014 Wynton Marsalis y Chucho Valdés preparaban el estreno mundial de la obra “Ochas” en el prestigioso Jazz at Lincoln Center la elegida para bailar la danza dedicada a Yemayá fue Yesenia, cometido que encarnó con una precisión y una gracia únicas. Al año siguiente la conocida artista visual Teresita Fernández al crear su instalación Fata Morgana en Madison Square Park también invitó a Yesenia junto a un grupo de bailarines a su cargo. Esta vez se trataba de interpretar a los principales orishas de la religión yoruba de los que la bailarina se reservó el papel de Oshún. A la orisha de la fertilidad y feminidad Yesenia supo sumarle, además de la proverbial sensualidad de la diosa, una destilada elegancia. Esa comprensión del profundo sentido ritual de las danzas africanas trasplantadas a América no siempre fue imitada por sus colegas, anticoloniales en teoría pero colonizados (o colonizadores) en la práctica. Así le ocurrió en el 2022 en el Smithsonian National Museum of African Art institución donde Yesenia había sido designada directora de Religiones Afro-Globales. Allí la directora del museo, empeñada en mostrar su visión de “qué es un museo de arte africano en el siglo XXI”, no supo encontrarle acomodo a todo el saber que Yesenia —quien siempre supo conciliar modernidad y tradición— le ofrecía.

Yesenia emigró a Estados Unidos en 2004 y no mucho después se casó con el intelectual cubano-americano Ariel Fernández. Su proceso de adaptación a una nueva realidad debió haber sido difícil, pero cuando la conocí, poco después, parecía que llevaba toda una vida acá y yo era el recién llegado: ya para entonces Yesenia tenía revolucionado el condado de Hudson con sus clases de danzas afrocubanas y de salsa para niños y jóvenes. Con el carisma y el ímpetu que nunca la abandonaron se hacía cómplice indispensable de todo el que la conociera. Escuchar su lista de proyectos daba vértigo. Y todavía más si comprendías que Yesenia no era de los arquitectos a tiempo completo de castillos en el aire. Si múltiples eran sus intereses y su ambición su capacidad de llevarlos a cabo no era menor. Desde fundar compañías de baile y crear coreografías hasta escribir y montar obras de teatro, desde realizar producir documentales a protagonizar videos musicales con la asistencia de sus talentosos hijos. Yesenia parecía una inagotable fuente de energía, de conocimiento, de vida, de movimiento. De todo eso nos alimentábamos dándolo por sentado, como si Yesenia compartiera la fuerza silvestre de sus bailes o los poderes sobrenaturales de las orishas que encarnaba.

La inmigrante, madre de trillizos, obtendría un master en el Center of Latin American and Caribbean Studies de NYU y a continuación entró en su programa de doctorado de la misma universidad. Pero el exigente régimen de estudios no consiguió apartarla ni de sus ocupaciones como madre, otra vez soltera, ni de las abundantes proyectos u obligaciones que se imponía. La última década fue la más prolífica de su intensa carrera. Años en que recibía una beca tras otra y difundía su visión sobre la danza afrocubana en lugares tan distantes entre sí como México, Grecia y Brasil. Y nada de lo anterior la hacía siquiera atenuar su activismo o su intensa vida social. Magnífica anfitriona, en su apartamento lo mismo se podía asistir a una descarga del cantautor Roberto Poveda, que ser testigo del virtuosismo del célebre instrumentista Pancho Terry que alternar con estrellas como el percusionista Pedrito Martínez o el actor Mat Dillon con quien Yesenia colaboró en un documental sobre Fellove, legendario músico cubano. Yesenia era el punto donde se tocaban mundos supuestamente afines pero ajenos en la práctica como el activismo feminista y el afrolatino, el cine independiente, la música y el baile caribeños, la literatura, las artes plásticas, la academia y la vida cotidiana del barrio. Porque una de las cosas que Yesenia ejercía con más persistencia era la creación de comunidades donde cabía todo el que las necesitara.


El último intercambio que tuvimos fue apenas un mes antes de su muerte. Me envió un viejo artículo para que fuera republicado en el sitio de la Academia de Historia de Cuba en el Exilio a la que también Yesenia pertenecía. “La habitación propia de la negra cubana” se titulaba y ya había aparecido en una antología de pensadoras afrocubanas en 2011. Como Virginia Woolf, Yesenia reclamaba un espacio para pensar, un espacio tanto concreto como conceptual que necesitaba como pensadora negra para autorrepresentarse y crear, en una sociedad, un mundo, que tiene la necesidad constante “de contener lo negro”, de recluirlo en casillas o categorías más fáciles de manipular, necesidad que “se extiende como curiosa tendencia a lo largo de nuestra historia: en una cárcel, en la noción de lo ‘folklórico’ o en una agencia de rap”.

Al final de su vida el tema de su tesis de grado había evolucionado hasta convertirse en una indagación obsesiva sobre la construcción y representación de imágenes raciales del Caribe español. También trabajaba en otro ambicioso proyecto titulado “Desnudando el mito de la mulata”. No queda claro si este era parte de su tesis de doctorado, pero la meticulosidad con que se desgranan sus diferentes aspectos en el índice basta para imaginarlo como libro independiente, exhaustivo y al mismo tiempo polémico destinado a combatir las representaciones que retratan “blackness as an inert matter, awaiting the transformative touch of the West”.

La última vez que vi a Yesenia nos invitó a los presentes a participar en la siembra ritual de una ceiba, iroko en la tradición yoruba, en una maceta en su apartamento. “Iroko” era justo el título de uno de sus últimos proyectos: un documental que contaba la historia de su propia familia, la que se había encargado durante generaciones de la custodia secreta de la Ceiba de los Lukumíes, sembrada en tiempos de la esclavitud sobre reliquias yorubas. Según la descripción del proyecto, el documental incluía la peregrinación anual a la ceiba realizada esta vez el 31 de mayo del 2022, la misma fecha —insiste la descripción del proyecto— en que fueron procesados por el gobierno cubano los artistas afrocubanos Luis Manuel Otero Alcántara y Maykel Castillo, miembros del Movimiento San Isidro. “In their honor, Exu [o Eshú en la mitología Yoruba] offers to the Ceiba a Cuban flag as a prayer for Cuba and the life of the artists, who were finally sentenced to 5 and 9 years in prison”. En su descripción del documental, actualmente en post-producción bajo el cuidado de la productora Natalie Romero, Yesenia anticipa el ánimo de guerrero que alentaba una de sus últimas piezas, ese ánimo con que afrontaba todo en la vida: su condición de negra, de intelectual, de artista, de defensora de la igualdad y la libertad del ser humano.

Su brutal salida de este mundo, lanzándose desde el balcón de su apartamento, no solo interrumpe uno de los momentos más creativos de la carrera de Yesenia Selier. También elimina toda distracción y nos hace ver lo desesperada que debió ser su lucha contra la incomprensión ajena y los demonios propios. Yesenia Selier nos deja en cambio su energía ejemplar y esos claros en la selva de lo real que desbrozó con sus pies desnudos y que permanecen allí, como invitándonos a avanzar siempre más allá de lo que nos permiten nuestras pobres convenciones.

Nota: Agradezco a la mamá de Yesenia, Mercedes Crespo, a su hijo Malcolm Selier y a sus amigas Penélope Hernández y Natalie Romero su ayuda en la reunión de datos incluidos en este artículo.

*Tomado de la revista Esferas, del Departamento de Español y Portugués de NYU

Sunday, May 5, 2024

Fallece Guillermo Estévez, prisionero político cubano de la “Causa de los pilotos” de 1959*



Guillermo Estévez, expiloto de la Fuerza Aérea Cubana que cumpliera 19 años y 9 meses como prisionero político en el presidio de Isla de Pinos, falleció esta semana en Englewood, Nueva Jersey.

Estévez, que fuera juzgado y absuelto por un “Tribunal Revolucionario” junto a otros 42 miembros de las fuerzas aéreas de Fulgencio Batista en la históricamente conocida como “Causa de los aviadores”, o de los pilotos, el 2 de marzo de 1959, en la ciudad de Santiago de Cuba, fue condenado a 30 años de privación de libertad en la que se considera una de las primeras transgresiones jurídicas del régimen de Fidel Castro.

“Mi curiosidad política se despertó durante el presidio político. Fui absuelto de todos los cargos. Fidel Castro no aceptó la absolución y ordenó otro juicio. Monstruosidad jurídica: Castro nos condenó personalmente por Radio y TV por considerarnos “enemigos potenciales de la Revolución” y no podía darse el lujo de dejarnos en libertad”, escribía Estévez a un amigo años más tarde, ya en el exilio.

También desde Nueva Jersey, el exprisionero político José Alfredo Gutiérrez habló con Martí Noticias de la incansable actividad de Guillermo Estévez a favor de la causa cubana.

“Guillermo Estévez fue una persona excepcional; fue un hombre muy inteligente que supo aprovechar su capacidad, su historia y sus conocimientos en favor por la lucha por la libertad de Cuba, En el exilio, él todo el tiempo estuvo en la lucha por los derechos humanos, fue dieciséis veces a Ginebra en los tiempos en los que Cuba fue condenada catorce veces por la Comisión de Derechos Humanos”, expresó.

Como exiliado, casi hasta el último de sus días, Estévez lo dedicó a luchar por la libertad de su país. Fue director de Rescate Internacional en Nueva Jersey y, además, secretario de Derechos Humanos de la Unión de Ex-Prisioneros Políticos Cubanos (UEPPC).


*Tomado de Radio Martí Noticias

Sunday, April 28, 2024

Cuba en su etapa anexionista, 1843-1855*

 


Por Inés Ceballos

Cuestiones relativas a la trata

Los criollos habían admitido a David Turnbull como socio corresponsal de la Sociedad Económica de Amigos del País en su primera visita a Cuba y ello acabó desatando las iras del Capitán General Gerónimo Valdés. 

David Turnbull fue cesado de su cargo en 1842 de la Sociedad Económica y se trasladó al Pontón Romney, un buque británico, en el que ponerse a salvo. Después empezaría a organizar un plan para poner fin a la soberanía española en Cuba y asegurar la abolición de la esclavitud. Se supone que fue entonces cuando inició un plan de rebelión contra España. 

El plan de Turnbull era claro: 

1. Todos los colaboradores blancos nativos y gentes de color se unirían para luchar por la independencia de Cuba. 

2. En una proclama se expondrían las causas por las que Cuba se separaba de España y se declararía traidor a todo hombre libre, blanco o de color que no se alistase bajo la bandera de la libertad. 

3. Se permitiría tomar las armas por la independencia a todo nativo esclavo que se presentase voluntario.

4. Los principios y objetos de la revolución se darían a conocer inmediatamente al gobierno de Su Majestad británica. 

5. Se procedería a la inmediata emancipación de los esclavos para asegurar su libertad y no comprometer la seguridad de sus amos.

Domingo del Monte afirmó después a sus conocidos, cuando le inculparon en el proceso de la Escalera, dada su amistad con el cónsul inglés, que “aunque me eran conocidos de mucho tiempo antes los manejos de los abolicionistas ingleses, no hubiese creído que llegasen al extremo de intentar una invasión”. 

Del Monte y el grupo liberal protestaron en su momento ante la decisión del cese, pues eran contrarios a la trata y parece ser que se dejó sin efecto la expulsión y que al poco le readmitieron gracias a la ayuda del director de la Sociedad Económica, José Luz y Caballero, que además tenía personal amistad con Turnbull. Aquello les generaba enemistad con el gobernador de la Isla. 

David Turnbull

Era una advertencia al gobierno colonial de que los cubanos de aquel grupo selecto si no eran abolicionistas nativos sí consideraban amigo al país que había tratado de aminorar la esclavitud en Cuba. 

Si bien es cierto que los que secundaban las reivindicaciones de Turnbull decían que desconocían que este hubiera tramado una revolución para establecer la igualdad social en Cuba, lo que hubiera dado a los negros la dirección política del Estado y hubiera privado a los blancos de sus esclavos, principal fuente de fortuna. 

El plan de Turnbull era inviable, en tanto que ambas razas desconfiaban entre sí la una de la otra, la libertad del esclavo era rechazada por la mayoría de la población blanca.

Los abolicionistas británicos hacía tiempo (desde 1838) que habían iniciado un movimiento secreto orientado a la separación de Cuba de la soberanía española. Turnbull había investigado en diversos lugares de la Isla sobre la fecha en que habían sido introducidos los esclavos en las plantaciones. 

Con el sector liberal de la burguesía, Turnbull mantenía buenas relaciones. El escocés ya había tenido tiempo de entablar más que amistad por el tiempo que llevaba en la Isla con Domingo del Monte y su círculo (Luz y Caballero, Aldama, Alfonso, Betancourt, González del Valle) y hacerles cómplices y conocedores a todos ellos de sus planes abolicionistas. 

“Turnbull y del Monte eran amigos, se visitaban y se escribían”, diría González del Valle. Del Monte suministraba a Turnbull los datos que éste necesitaba para sus labores antitratistas, del Monte estaba más que complacido por la acción de un emisario extranjero en contra de la trata de esclavos.

Hasta el 22 de junio de 1842, fecha de la expulsión, Turnbull era un apóstol, un misionero de la eliminación de la trata pero, a finales de ese año, cambia la opinión sobre Turnbull en los círculos cubanos, porque no interesa que les relacionen con sus planes revolucionarios. 

Para Del Monte, pasa de ser un amigo, un héroe, hasta la posición de peligroso enemigo que quiere hacer realidad su proyecto embrionario. 

Todos aborrecían la esclavitud, pero se suponía que salvo rara excepción eran partidarios de la abolición gradual y no de la revolución. Los planes secretos del inglés Turnbull le fueron revelados a Del Monte por Mr. Ross Cocking y éste temió que dada la amistad que les unía le vieran como colaborador.

Turnbull conocía a hombres libres de color que eran líderes en su comunidad, mientras que su ayudante Cocking se unía con la gente rica, talentosa e influyente de Cuba para redactar un manifiesto: este aparecerá en el Antislavery Reporter, de donde Cocking era corresponsal. 

Los blancos y negros promoverían que se hiciera una declaración de independencia y los que lucharan por todo ello recibirían la libertad. Habría para ello que asegurar la seguridad de los amos, pues Cocking quería acometer la revolución, como lo indicaban sus viajes a Trinidad, Santiago, Manzanillo y Cienfuegos, pero los blancos seguían preocupados por el impacto del fin de la esclavitud en la prosperidad de la Isla.

Domingo del Monte

Entre los planes estaba que cesara la importación de esclavos, que se fomentase la inmigración blanca y ello podía conducir de modo inexorable a la insurrección de esclavos y a la ruina del país, aun sabiendo que la esclavitud estorbaba al verdadero progreso de la libertad política en la Isla. Cocking generó la idea de que los británicos iban a invadir la Isla si el tráfico de esclavos continuaba.

Del Monte pondría los hechos en conocimiento del gobierno de los Estados Unidos, como lo demuestra la carta de 20 de noviembre de 1842 a Alexandre H. Everett, denunciando los planes conspirativos de los diplomáticos británicos de La Habana. El nombre de Everett fue mantenido en secreto, cuando la denuncia llega a las autoridades norteamericanas y españolas. 

Del Monte, le comunica a Everett: “El gabinete inglés y los abolicionistas británicos están exasperados por la mala fe española en el cumplimiento de los convenios y han decidido poner fin a la esclavitud en Cuba por otras vías, como son a través de la presencia de agentes y espías por la Isla con el objetivo de establecer una república bajo la protección de Inglaterra”. 

Según Del Monte, los abolicionistas contaban con la ayuda de fuerzas navales británicas en Jamaica y con la colaboración del General Mariño. Esto daría lugar, según Del Monte, a la fuga de los blancos arruinados y el establecimiento de una república militar negra dominada por Gran Bretaña. 

Esto estimularía el conflicto entre el Norte y el Sur de Norteamérica. Del Monte si da este paso es porque poseía pruebas abundantes de hechos ciertos y comprobables. Sus datos coinciden con los de Ross Cocking.

No cabe duda que el giro que estaban dando las gestiones del inglés, el giro de rumbo, hacía que estuviera torciéndose hacia senderos inaceptables para la clase dirigente cubana, que deseaba evitar brotes de violencia a toda costa y una conspiración separatista y abolicionista.

Desde el comienzo de la prohibición de introducir esclavos en Cuba, en 1821, entraban cada año unos 20.000 negros de modo clandestino. El desencanto de los cubanos era muy grande y no tardaron en ocurrir sucesos que preocuparían aún más a la población, como eran las sublevaciones y las conspiraciones de esclavos producidas a partir de 1840. 

Las sublevaciones de esclavos siempre habían sido frecuentes en Cuba, pero limitadas a grupos aislados, por lo que no se les daba mayor importancia hasta que esas importaciones hicieron que en 1841 hubiera ya más esclavos que blancos. 

Los negros, sumando hombres libres a los esclavos, componían el 58 por ciento de la población de la Isla. Hubo un momento en que los esclavos, más numerosos que los blancos, eran los protagonistas de las sublevaciones, las cuales se sucedían cada vez en más cortos intervalos y empezaron a ser extensas y peligrosas. 

En 1841 hubo varias en la ciudad de La Habana (una de ellas protagonizada por los esclavos que trabajaban en la construcción del palacio de Aldama) y raro era el año que no se registraba alguna. En las zonas de los ingenios y cafetales, donde era más densa la población esclava, los brotes de rebeldía eran agudos, las sediciones se repetían y propagaban de dotación en dotación, con la peligrosa facilidad con que empleaban la candela para encender la mecha en los cañaverales de los ingenios como principal medio de combate contra sus amos.

En 1842 cambia la actitud de la burguesía, los habitantes de la Isla están desconsolados: se dan cuenta de que Turnbull ha tomado el camino de la conspiración, cuando ellos querían iniciar un camino legal y pacífico y no ir por la vía de la conspiración.

Era evidente que la actitud del gobierno inglés y las actividades de sus agentes en Cuba, alentaron, en los grupos de esclavos mejor informados o dispuestos, el deseo de conquistar su libertad.

Nuevas sediciones y rumores de que los ingleses alentaban una sublevación general, apoyada por un ejército haitiano que pasaría a Cuba en barcos ingleses, causaron entre los blancos de la Isla una ola de miedo de la que nadie escapó. Comienza una etapa de desaliento y desconfianza en la que los ingleses buscan la emancipación y el estado de alarma general en la Isla, y lo consiguen.

Las corporaciones oficiales más importantes de La Habana piden al gobierno metropolitano que ponga fin al tráfico negrero. Algunos, incluso, intentan entrometer a Estados Unidos en el problema de Cuba. 

Hacia abril de 1842, Turnbull y Del Monte se siguen escribiendo. Cuando se corre la voz de que Turnbull ha sido expulsado de la Isla, los propietarios de las tierras creen que ahora podrán engañar al gobierno inglés y continuar con el contrabando negrero. Hasta entonces, los amos de esclavos habían multiplicado las medidas de precaución por lo que pudiera suceder.

Luz y Caballero quiso reinstalar a Turnbull en la Sociedad Patriótica a mediados de 1842. Pero en 1844, al defenderse de las acusaciones de haber participado en la conspiración dirigida por Turnbull, distingue dos épocas muy diferentes de las actividades de éste.

Véase la carta de Luz a OʼDonnell, el 23 de agosto de 1844, en la que felicita a OʼDonnell “por haber desbaratado la conspiración salvando a esta Isla de sus horrorosas consecuencias”. 

Luz defiende a Del Monte cuando le pregunta el fiscal y Luz niega que aquel tuviera ideas separatistas y abolicionistas. Pero no defiende a Turnbull, no dirá ni una palabra en su defensa. Luz defendía al Turnbull apóstol, pero no al Turnbull conspirador: “Es menester distinguir épocas”, dirá.


La tendencia anexionista como solución salvadora

La tendencia anexionista no era nueva en Cuba y, desde principios de siglo XIX, hubo quienes pensaron que la salvación de los blancos de la Isla estaba en colocar ésta bajo la bandera de los Estados Unidos.

“A España hay que arrancarle las concesiones políticas con el puñal de la anexión en el pecho”, dirá Gaspar Betancourt Cisneros. 

Gaspar Betancourt Cisneros
Muchos cubanos iban a volver los ojos a los Estados Unidos, sobre todo quienes habían vivido en ese país con anterioridad, como estudiantes. Los Estados Unidos temían que Inglaterra quisiera apoderarse de Cuba. Y muchos norteamericanos del sur tenían interés en que Cuba se anexara a su país. 

Allí todavía existía la esclavitud, por lo que podrían seguir disfrutando de sus esclavos sin que les inquietase la intromisión de los abolicionistas ingleses y vivir sin temor a la abolición instantánea.

Betancourt fue un hombre de acción y, junto a José Luis Alfonso, fundó células conspirativas conocidas como “Club” en La Habana, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. 

Con la anexión, los habitantes de la Isla, gozarían de una vez de las ventajas del régimen democrático. Si Cuba se unía a los Estados Unidos, gozarían de los derechos y libertades de los norteamericanos y del apoyo de una nación poderosa para dominar las rebeliones de esclavos, la posible revolución de los negros, y podrían oponerse a las pretensiones antiesclavistas de Inglaterra. 

Con el apoyo de EE. UU. no tendrían que enfrentarse a una larga guerra que destruyese la riqueza de la Isla ni provocase insurrecciones entre los esclavos. Y podrían disfrutar de las relaciones comerciales cada vez más intensas entre Cuba y Estados Unidos.

Inglaterra veía con preocupación el movimiento anexionista cubano, por cuanto podía romper su hegemonía en el Caribe. Retiró sus cruceros de las costas de África y dejó de perseguir a los negreros.

Las ideas de José Antonio Saco contra la anexión de Cuba a los Estados Unidos y la defensa de la nacionalidad cubana, le ganaron el odio de las autoridades españolas, que le obligaron a vivir en el destierro el resto de su vida. 

“Una revolución en medio de miles de esclavos negros solo podía provocar la ruina en la Isla”, había vaticinado Saco. La clave de su mensaje estaba en la reivindicación de la nacionalidad cubana, para lo cual no escondía que lo ideal era el blanqueamiento de la población, para llegar a esa Cuba cubana que defendía. 

Muchos creían ver en los poderosos vecinos del Norte la solución a los males de la Cuba colonial. Los peligros internos provenían de las instituciones que regían en Cuba, pues eran despóticas en todas las ramas de la administración pública y el gobierno era arbitrario. 

El tiempo falló a favor de Saco. Su aspiración era no solo que “Cuba fuese rica sino ilustrada, moral y poderosa, una Cuba cubana y no angloamericana”.

Saco era enemigo de la revolución y de la anexión, pero también de las instituciones que tiranizaban la Isla de Cuba.

En 1847 había nacido el movimiento anexionista, unido al disgusto que producía el mantenimiento del régimen absoluto de los capitanes generales. Pronto se formó en un partido con numerosos adeptos en Cuba y en los Estados Unidos, que trató de ejecutar sus proyectos valiéndose de las armas. 

En Nueva York se creó el Consejo de Gobierno Cubano y se fundó La Verdad, dirigido por Gaspar Betancourt Cisneros, para trabajar por la anexión.

José Antonio Saco

Al propio Saco le habían ofrecido diez mil pesos para que se incorporase a las filas de los anexionistas y dirigiese el periódico en Nueva York, pero él solo veía en ese proyecto males para sus amigos y desgracias para Cuba. 

El presidente Polk llegaría a ofrecer 50 millones a España por Cuba, pero fueron rechazados por España. 

Estados Unidos era un país admirado, sobre todo por la sociedad blanca cubana dominante. Los planes anexionistas despertaban mucha simpatía entre los estados del sur, pero para Saco, no: “No seamos el juguete desgraciado de hombres que, con sacrificio nuestro, quisieran apoderarse de nuestra tierra, no para nuestra felicidad sino para provecho suyo. Tanto la guerra, como la conspiración, es desolación para nuestra patria. Suframos con estoica resignación el azote de España, pero procuremos legar a nuestros hijos, sino un país de libertad, al menos tranquilo y de porvenir, demos glorioso ejemplo a nuestros compatriotas y Cuba, nuestra Cuba adorada, será Cuba algún día”.


Reformismo / Anexionismo

En 1845, el anexionismo le arrebatará el cetro al reformismo. Cada día que pasaba era más evidente queel movimiento reformista no iba a conducir al bienestar de Cuba.

En la Isla, cada vez tenía más sentido lo preconizado por David Turnbull: abolir la esclavitud, mecanizarla industria azucarera y contratar asalariados con mayor capacidad técnica que los esclavos, introducir una democracia y, por ende, un progreso económico-social.

Surge la idea de incorporación a los Estados Unidos, algo en lo que los hacendados criollos ven la tabla de lasalvación. De 1845 a 1855 el anexionismo será la corriente política predominante entre la clase terrateniente cubana. El reformismo continuaría de la mano de José Antonio Saco, Luz y Caballero, y Domingo del Monte.

Una serie de factores internos y externos determinan la actitud anexionista, que al principio estuvo limitado a grupos de dueños de ingenios y magnates azucareros como José Luis Alfonso, Miguel Aldama y Cristóbal Madan, reunidos en el Club de La Habana.

En 1844 se había instalado la primera vía férrea en Oriente, que corría desde el Cobre hasta Punta del Solen la Bahía de Santiago de Cuba. En Las Villas, para 1849, quedan unidos Cienfuegos, Villaclara, Remediosy Caibarién. Trescientas treinta y dos millas en vías férreas. Los ingleses han invertido en el monopolio del ferrocarril 10.382.000 de dólares.

En 1853 se instala la primera central telegráfica en La Habana que cubre, poco a poco, a las principales ciudades del país. El servicio de correos progresa rápidamente. El comercio con los Estados Unidos alcanza la cifra de 15 millones de dólares, mientras el de España era de tres millones de pesos. Desde 1840, el ingenio seguía siendo el principal centro de producción.

Para el Censo de 1846 se destaca el número de 1442 ingenios, 252 movidos por máquina de vapor, aumentando las ganancias. Solo la máquina de vapor podía salvar a los dueños de los pequeños ingenios de sucumbir a la competencia en el mercado mundial.

Pero había un obstáculo: el sonado fracaso de los reformistas, al no ser aceptada la delegación cubana en las Cortes, lo cual indicaba a los productores que no se accedería a las demandas imprescindibles para el desarrollo económico de la clase terrateniente. Si esta clase se sentía marginada del aparato estatal, ¿de dónde iban a sacar el capital requerido para emprender las reformas industriales?

Además, para introducir la maquinaria habría que abolir la trata y la esclavitud después. Este hecho iba a revolver los ánimos encendidos de los esclavistas, haciéndolos más reaccionarios y retrógrados.

Inglaterra seguía presionando a España, que le exigía que la esclavitud fuese eliminada en Cuba. Esta situación se acentuaría con la vuelta en 1846 a Inglaterra de un ministro de ideas francamente abolicionistas. En estas circunstancias, los hacendados se aferran a la idea de propiciar la anexión a los Estados Unidos, donde aún se mantenía la esclavitud, como un modo de perpetuar la odiosa institución.

La sola idea de una revolución los llenaba de zozobra y espanto. Los Estados Unidos podían obviar la necesidad de una insurrección, interviniendo militarmente y apoyando la esclavitud.

El anexionismo contó con simpatizantes en Sancti Spiritus, Puerto Príncipe, Cienfuegos y Trinidad. Sus principales líderes fueron el general del ejército español Narciso López, nativo de Caracas y organizador de la conspiración de la Mina de la Rosa Cubana; Salvador Cisneros Betancourt y Gaspar Betancourt Cisneros.

Este último logró publicar sus artículos de colonización en Puerto Príncipe, algo que para otros era “fruta espinosa e indigesta”. Estos artículos aparecerían en La Gaceta de Puerto Príncipe y se publicaron también en La Aurora de Matanzas, a pesar de que las autoridades de la Isla lo vigilaban.


Ya entonces había un endurecimiento claro de la censura respecto a los escritos que, de cerca o de lejos, atañían a la esclavitud, y que se inscribirá en el contexto del incremento de las revueltas de esclavos que se produjeron en la zona occidental de Cuba a mediados de 1843. El principal rival del anexionismo acabó siendo José Antonio Saco, convirtiéndose en la voz más alta contra la anexión.