Por Rafael Almanza
¿Había hambre en la Unión Soviética?
Desde luego. Durante la Segunda Guerra
Mundial.
En Kiev, en los años setenta, dos personas
almorzaban por un rublo, y si añadían veinte centavos, tomaban sendos vasos de
vino.
¿La colonia soviética en
Alemania padecía la explotación de su metrópoli?
En Berlín Oriental se vivía mejor que en
Moscú. Los restaurantes y cafeterías eran privados.
¿Cómo fue que en Polonia se levantaron
cientos de templos católicos, unos cuantos de ellos verdaderas obras de arte,
frente a la propaganda del ateísmo comunista?
Ah, es que Cuba siempre fue un país pobre y
aquellos eran, de origen, ricos.
Pensemos en China, donde Mao mataba de
hambre a millones. Se murió el abusador y el país descubrió que era riquísimo.
Una declaración del doctor Castro en 1959
establecía que su revolución se había efectuado sin necesidad de que el pueblo
estuviera pasando hambre.
La asociación del socialismo con
un régimen mao-castrista de miseria material absoluta no se
corresponde con los datos históricos. Establece además el error que vemos ahora
en China: un esplendor material sostenido en un intolerable despotismo.
Sí, sí, pero aquellos países no padecían el
embargo de los Estados Unidos.
No. No tenían mucho interés en comerciar
con ese país. Lo consideraban peligroso.
Y ¿para qué?
La Unión Soviética alardeaba de que el
rublo era una moneda más fuerte que el dólar. Jruschov había dicho que
iban a enterrar a los Estados Unidos, esto es, que para 1980 su país los habría
vencido en el orden económico y tecnológico. A propósito del vuelo de Gagarin diría: "que
prueben a alcanzarnos ahora los demás países".
En Corea del Norte sigue rigiendo la Idea
Zuche: socialismo sin ayuda de nadie. Y se pagan sus armas nucleares.
Cuba, la miseria material
y moral, y el marxismo
Para entender cómo en Cuba hemos llegado a
este espantoso estancamiento en la miseria material y moral,
pudiéramos atenernos, por ejemplo, al… marxismo.
En 1960 se publicó en nuestro país, por la
editora todavía independiente Librerías Unidas, el texto La
Nueva Clase, el libro de Milan Djilas que apenas tres
años antes había estremecido el mundo académico marxista.
Djilas era un comunista yugoslavo,
compañero del mariscal Tito, en cuyo gobierno
alcanzó un lugar principal. Por poco tiempo, porque él venía del mesianismo de
Marx, y de inmediato descubrió que el nuevo régimen no solo era distinto a esos
sueños de liberación del hombre, sino que los traicionaban descaradamente.
A Tito, hombre de la praxis, no le quedó
más remedio que destituirlo y encarcelarlo, aunque sin abusar demasiado porque
Djilas era respetado y peligroso.
Lo que Djilas planteaba en su libro era la
realidad a pulso, pero que el propio método marxista, empeñado en el análisis
de clase, subrayaba con crueldad: el socialismo real, no el de los
sueños, destruía el poder de la clase empresarial, pero no para realizar
la igualdad social, sino para entronizar a una clase nueva,
los dirigentes comunistas, que pasaban a detentar el poder y la riqueza social,
mediante una cínica explotación del pueblo.
Djilas llamó a esa nueva clase como Nomenclatura,
ya que no todos los comunistas la integraban, sino solo aquellos cuyos nombres
integraban la lista de los posibles detentadores del poder y la riqueza.
Para
salvar al mundo del fascismo...
Seguir los avatares de la Nomenclatura durante
las siete décadas de su dominio mundial trasciende este artículo. Baste decir
que esta Nueva Clase fue decisiva para salvar al mundo del
fascismo, inició la conquista del espacio, construyó armas de tecnología de
punta y logró un mínimo de desarrollo social, aunque siempre estancado, en
Europa y finalmente en China y Vietnam.
Incluso en Corea del Norte, más fascista
que comunista, la Nomenclatura puede alardear de una capital
pretenciosa levantada sobre las ruinas de la guerra.
¿Qué tal La Habana, una metrópoli donde
empezaban a alzarse en la década del cincuenta los primeros rascacielos de
Latinoamérica, con capital, diseño y trabajo exclusivo de cubanos, hoy
convertida en un montón de ruinas?
Eso sí, ahora que ha muerto Mijaíl
Gorbachov, es imposible obviar el último avatar de la Nomenclatura:
su transformación en burguesía. Djilas había pronosticado en su
libro que la Unión Soviética duraría setenta años, profecía exacta que ya había
lanzado antes Eduardo Chibás en la revista Bohemia.
La farsa mesiánica
socialista
Después de siete décadas de esfuerzo por
construir unos países en los que se pudiera vivir, cuando ya se habían ensayado
todas las posibles rectificaciones y remiendos, la Nomenclatura
soviética, y detrás de ellas las otras europeas, decidieron reconocerse
orwelianamente como burgueses, pararse en dos patas y liquidar la farsa
mesiánica socialista.
Además del fracaso social del permanente
retraso con respecto a ese capitalismo cuyo final habían proclamado sin
descanso, del disgusto creciente del pueblo y los intelectuales, y de la
ausencia de soluciones viables incluso a corto plazo, los propios nomenclados enfrentaban
también el fracaso personal.
Gorbachov, dirigente de esa
agricultura soviética que garantizaba comida aun bajo la nieve de meses y
meses, se sentía hundido en la impotencia. Querían una agricultura, una
economía mejor que la yanqui o la europea.
Como marxistas, tenían además
que desearlo y creerlo posible, pues para Marx el socialismo habría de ser una
sociedad más avanzada que la capitalista en todos los órdenes, para nada un
desastre permanente barnizado por una decadente ideología.
"Reconstruir
el socialismo"
Pero Gorbachov, hombre fuerte y hábil, sin
dudas el príncipe de su Nomenclatura, fracasaba en la tarea de que
koljoses y sovjoses produjeran como en Montana o en Provenza. Había que
enfrentarse al fracaso personal con la audacia personal. Había que reconstruir
el socialismo.
Fue entonces cuando la Nomenclatura ensayó
su ultima ratio, en la línea de Djilas aunque sin su participación:
había que volver al socialismo de Marx, cambiar la propiedad
estatal, cuyos dueños eran los nomenclados, por la propiedad social,
en la que los trabajadores gobernaran las empresas.
Ya Tito, como sabía de sobra Djilas, había
intentado algo similar, con su
doctrina de la Autogestión. Otro
fracaso asegurado, porque la gente no va a las empresas a dirigirlas sino a
trabajar para ganarse la vida. Marx, que nunca trabajó dónde, estaba
equivocado. La
propiedad social resulta ser imposible, y lo
que es peor, innecesaria.
El capitalismo, como
aclararía Carlos Prío en la televisión cubana
de entonces, socializaba la producción mediante la venta de acciones de las
empresas. El capitalismo, siempre abierto y cambiante, había derrotado al
socialismo socializando la producción. En Japón esos y otros mecanismos
llegaron a una sofisticación de participación y eficiencia de veras
impresionante.
La posibilidad de un
retorno a Marx
Cerrada la posibilidad de un retorno a
Marx, incluso a Lenin que en su lecho de enfermo terminal intentó recomendar
algo en esa dirección, al sector reformista de la Nomenclatura
soviética solo le quedaba la solución socialdemócrata, a la que
terminó asociado Gorbachov, con la perspectiva de que Rusia se convirtiera, de
un día para otro, y por obra de los nomenclados, en su vecina Suecia.
Pero ya eso no era reforma ni
reconstrucción, era el paso a una sociedad capitalista.
Hasta cierto punto me inclino frente a esos
reformadores. Para mí fueron en el primer momento de algún modo negativos,
porque me hicieron esperar una reforma exitosa del sistema, cuando yo llevaba
años de fracasos bastante más modestos pero no menos irritantes.
Hoy los veo como gente que se enfrentó a
problemas colosales con la teoría que les copaba la cabeza, pero también con un
corazón responsable y valiente y alejado de la violencia y el fraude. Hicieron
lo que pudieron. Otros lo hicieron peor. Y con intenciones peores.
Por entonces veíamos en la TV el
serial Kippenberg, de la República
Democrática Alemana. Un científico mediocre y oportunista lo había logrado
todo: mansión en la ciudad, casa de campo, autos, viajes.
Pero él mismo confesaba que su colega de la
RFA disfrutaba más de dos casas, yate, avión y sobre todo, seguridad y
libertad. Pues el nomenclado, si bien tiene muchísimo más que el pueblo,
nunca llega a alcanzar demasiada riqueza, porque la sociedad que dirige falla
en producirla, y porque hay un poder supremo y opulento que impide que se le
haga la competencia.
Ese mismo poder puede liquidar tales
privilegios en un instante, sin razón alguna. El nomenclado tiene
siempre poco en comparación con lo que pudiera lograr si fuera un empresario
capitalista, y nada de lo que posee es suficientemente seguro, ni siquiera la
libertad de su persona.
La Nomenclatura Universal
El nomenclado vive en el
mismo terror que la gente del pueblo, o más. Los reformadores
socialistas contaban como aliados a esa gente que reclamaban un cambio
porque querían ser mucho más ricos, más que Maia Pliteskaia con su limosina
y Dmitri Shostakovich con su avioneta,
artistas que se merecían eso y más y lo hubieran alcanzado en cualquier esquina
de Occidente (y la Plisetskaia, en su vejez, se hizo española).
Para poseer propiedades seguras a la altura
de su trabajo y de sus ambiciones, esos nomenclados suspiraban
por el capitalismo rampante, y lo lograron saboteando a Gorbachov y
luego robando sin fin bajo el déspota Yeltsin, heraldo del
multimillonario Putin.
Y todavía habría que mencionar a los
partidarios de la Continuidad Soviética, que dieron un golpe de
estado risible que empoderó a sus enemigos. Su fracaso estrepitoso puso en claro
que la inmensa mayoría de la Nomenclatura deseaba salir del socialismo, y que
el pueblo la apoyaba.
La Nomenclatura Universal fue
creada por ideas europeas equivocadas, aunque de mucha ambición. El
capitalismo dista de ser el paraíso, y es inevitable que una y otra vez se
busquen soluciones a sus miserias, muchas de las cuales proceden de la
naturaleza humana, no del capitalismo en sí.
"Convertir
a Rusia en Suecia era otro sueño equivocado más..."
Marx lo intentó frente a un capitalismo
cuyas brutalidades ya no existen, pero en cuya evolución positiva hay mucho de
las demandas de los revolucionarios marxistas. Los verdaderos
herederos del método de Marx fueron los socialdemócratas. Lenin los
acusó de revisionistas, pero el revisionista era él: se atuvo al voluntarismo de
Marx, que es una de las fuentes de sus disparates.
Stalin revisó a Lenin con más voluntarismo,
y errores y crímenes todavía mayores. Pero en la época de la perestroika los
errores y los crímenes habían amainado, puesto que la Nomenclatura se
sentía tranquila en su poder. La Unión Soviética era un club
de borrachos, pero el número de presos políticos era pequeño. En ese ambiente
de comodidad envenenada, los reformadores intentaron pensar y actuar
responsablemente.
Recordaron que el partido al que
pertenecían se había llamado Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia,
antes de que Lenin le cambiara el nombre. Pero convertir a Rusia en Suecia era
otro sueño equivocado más. Primero Yeltsin y luego Putin se decidieron por
la real politik: un despotismo capitalista con
un barniz religioso. Que tiene ahora sus émulos en Polonia, Hungría y Serbia.
La Nomenclatura: ideas
políticas inspiradas en Marx y manejadas por un partido
En otros países la Nomenclatura se
retiró a sus mansiones o se recicló en cualquier opción de derecha o izquierda.
En China y Vietnam al capitalismo de Estado lo han llamado socialismo,
y el despotismo sigue igual.
Hay unas características comunes a toda la
Nomenclatura: ideas políticas inspiradas en Marx y manejadas
por un partido, y una necesidad de éxito que ante la evidencia del fracaso la
conduce al intento de reforma o la re-conversión a alguna variante de
capitalismo de Estado, o a la socialdemocracia o el liberalismo
rampante.
¿Es esa la nomenclatura que tenemos
instalada en La Habana? No, y eso es lo que explica que todavía esté ahí.
La nueva clase dominante
cubiche no procede de un partido político, leninista o socialdemócrata
radical, vinculado a la clase obrera, que conquista de alguna manera el poder
con unas provisiones teóricas y una estrategia definida. Sino de una guerra
civil encabezada por sectores de la clase media con aspiraciones de democracia
popular.
¿Criticar
a los soviéticos?
El líder de la insurrección contra la
dictadura miente sobre sus propósitos y finalmente instaura, mediante otra
guerra civil, su dictadura. Se apoya en el antiguo partido
comunista para organizarla y sostenerla, y ese partido, lejos siempre
de cualquier posibilidad de llegar al poder, se entrega alegremente al fraude.
|
Anibal Escalante |
El nuevo partido resulta ser de tipo
personal, carente de vida política interna, pues los modestos esfuerzos en ese
sentido, la llamada microfracción de Aníbal Escalante y la actividad
politológica de la revista Pensamiento Crítico, son eliminados enseguida. El dictador
cambiará de orientación política práctica cuando le venga en gana, pero este
partido carece de un Djilas o de una discusión como la de los soviéticos sobre
el Cálculo Económico.
Guevara quiso abrir algún debate o por lo
menos opinar él, digamos criticar, a los soviéticos, y fue exportado. A duras
penas el partido presentó, con los años, un Programa destiladamente soviético y
completamente inútil para ellos mismos, pues el dictador jamás se atuvo a
programa alguno, ni a la ortodoxia marxista.
Al final de un Congreso lanzaba un discurso
estableciendo lo contrario de lo que habían acordado esos súbditos, o se
manifestaba contra la Crítica del Programa de Gotha, texto irrenunciable de
Marx.
Finiquitado el sovietismo, el
partido renuncia a debatir el escándalo y a última hora decide acordarse del
origen de su fraude, definiéndose como martiano antes que marxista,
lo que causaría el asombro y la burla de cualquier teórico de cualquier
variante. Un partido comunista es nada más que marxista o es nada, porque el
marxismo es una doctrina absoluta y excluyente.
Socialismo castrista...
Pero esas definiciones carecen de interés,
excepto para que entendamos que el partido cubiche disiente de
los partidos de la Nomenclatura Universal. Carece de la orientación
filosófica y civil de un partido y también de vida política interna. Nadie
puede discutir adónde se va, ni cómo, ni con quién.
Se trata de un equipo militar e ideológico
para sostener de cualquier manera el poder de la clase dominante,
detentado por una sola persona, su familia y sus compinches.
El programa del supuesto partido intentó
explicar su llegada al poder como un proceso sometido a ley, endógeno y fatal,
descifrado por el genio y la acción del doctor Castro. Pero si miramos bien, el socialismo
castrista, a diferencia del coreano, nunca logra vivir de sí.
El fracaso de la Zafra de los Diez Millones, gran salto adelante
maoísta concebido para pagar la deuda con la Unión Soviética, deja claro que
esta nomenclatura va a depender siempre de la ayuda externa para sobrevivir. La
incipiente nomenclatura cubiche se define desde 1970 como parasitaria.
Los soviéticos aplazan la deuda y siguen enviando miles y miles de millones de
rublos año tras año.
Cuba
en el "club soviético"
Sin embargo, esa ayuda está envenenada.
Cuba integra el club soviético no como miembro del Segundo
Mundo sino como neocolonia, en condición de fuente de productos agropecuarios:
azúcar y cítricos. La industrialización queda en los buenos deseos. El país que
tiene un robot lunar nos diseña la KTP 1, cosechadora cañera a la
que los obreros le agregan un tanque de agua encima, para cuando se incendie.
Y ni así, en condición de subdesarrollados
subsidiados (la URSS pagaba el doble del precio del mercado mundial
del azúcar, cualquiera fuese), lograba la nomenclatura cubiche un éxito: Cuba
nunca logró cumplir con la cifra de azúcar convenida con la URSS. Unos tahúres
de una novela de Vargas Llosa cantan aquello de
que "no sabemos trabajar...".
La nomenclatura cubiche tampoco.
Al final los soviéticos están desesperados y organizan en La Habana una reunión
del Consejo de Ayuda Mutua Económica, el organismo de
coordinación del imperio soviético europeo, a fin de recordarle al
doctor que es necesario cumplir lo convenido. Por gusto.
Hubo países donde podía intentarse el socialismo,
desde dentro o desde afuera, y alcanzar algunos resultados durante cierto
tiempo. En Cuba es el costoso fraude de una persona que se
sobrevalora. Y un fraude, cómo va a generar recursos y competencias.
Los sueños de las centrales
electronucleares y la industrialización del país, incluyendo la agricultura, se
quedan en un desperdicio mayestático de la ayuda soviética. Téngase
en cuenta que Polonia y Alemania Oriental quedaron en ruinas después de la
guerra mundial. Arruinada la Unión Soviética también, era inimaginable que recibieran
demasiada ayuda. Transcurridos treinta años la RDA y Polonia eran potencias
industriales.
El
intento de socialismo y la incapacidad de la nomenclatura
Pero en 1989 Cuba era un país atrasado y
arruinado, incapaz de sobrevivir sin ayuda extranjera, y de encontrarla, y de
gestionarla.
El fraude del intento de socialismo y
la incapacidad de la nomenclatura, encabezada por un individuo
ignorante y delirante, para manejar la economía nacional, le pasaba al pueblo
la implacable cuenta. Pero no a esos incapaces.
La nomenclatura caribeña se
sumó a la universal en la atribución de privilegios materiales. Se dice que Ho
Chi Minh vivía en una cabaña de troncos, pero el doctor Castro, tras su entrada
en la capital, se instaló en la suite de lujo del Habana Hilton, y
se hizo filmar por los yanquis en bata de seda.
Luego se trasladará al barrio ahora
titulado humildemente Siboney, ciudad jardín creada
por el millonario Pote para albergar a la alta burguesía. En torno a él se
instala la Familia. Otras zonas residenciales acogen al resto de la cúpula
militar y política. Obras maestras de la gran arquitectura moderna cubana
de los cuarenta y los cincuenta están secuestradas ahí: es peligroso acercarse
a ellas sin un permiso.
"Los mayimbes"
Hasta el día de hoy esas personas viven con
mucha seguridad en un disfrute de lo mejor que la burguesía dejó, pues tampoco
han manifestado la creatividad, grotesca por demás, del palaciego Ceaucescu.
A diferencia de la nomenclatura soviética,
que compartía sus privilegios con gente socialmente destacada —escritores,
artistas, científicos y tecnólogos cohabitaban con los dirigentes un Siboney de
allá, el barrio moscovita de Peredélkino, incluso si se trataba
del intratable Pasternak—, los mayimbes han
mantenido la hermeticidad de sus barrios.
La casa de Alicia Alonso en Siboney, en la
que estuve, fue una excepción, y distaba de ser una mansión. Para fingir austeridad,
y por pánico a la ira popular, los mayimbes han ocultado
siempre sus batas de seda, sus casitas expropiadas, sus cotos de caza con
antílopes y perros de la casa real danesa, sus yates y sus aviones.
Solamente ahora el pueblo empieza a ver en
las redes las imágenes de este interminable botín de guerra, y el compañero
Lage puede alardear, ya qué importa, de su bienestar de siempre incluso
habiendo sido defenestrado, y de su salud a los setenta con una raqueta de
tenis, como cualquier yanqui que se respete. Mientras el pueblo pasa hambre, el
doctor Castro enseña al hijo de Valdés a devorar quesos azules.
Todo un estilo: las playas paradisíacas y
privadísimas de Cayo Piedra, la nube de galgos del
general, los corceles árabes del comandante campesino, las pesquerías y cazas
submarinas por el Caribe decoradas con un García Márquez, lo que se dice unas
costumbres proletarias que caracterizan al mayimbe más que los
palacios rumanos o el tren de lujo del alemán Honecker, al que el doctor le
regaló uno de nuestros cayos, como si le dijera que aquí la opulencia es
gratuita y es inmortal.
La
homegeneidad de la miseria
La crisis de los noventa obligó
a los mayimbes a permitir que algunos artistas hicieran dinero y se hicieran de
aire acondicionado central y criados con librea, y a los intelectuales
oficiales se les premió regularmente con una cesta que contenía un pavo de la
granja del doctor y buenos vinos, y también pasta dental y detergente.
Los dirigentes de menor nivel han
disfrutado de las casas de visita, para que eviten adelgazar en el comedor
obrero y premien a sus colaboradoras más íntimas con un fin de semana de
trabajo arduo. Pero estas magnanimidades jamás osan tocar el misterioso
retiro del mayimbato, sus búnkeres espiados por la Seguridad del Estado.
La cerrazón del mayimbe en sus privilegios
les ha llevado a perjudicar al pueblo con la prohibición de cualquier ingreso
que haga salir al individuo de la homegeneidad de la miseria.
Recuerdo aquel mayimbe que se indignó al saber que me habían pagado unos
miserables derechos de autor por un libro en el que había trabajado años.
Los cuentapropistas ha
sido una jugada de desesperación, y desde luego sus ingresos están bajo un
control despiadado. El egoísmo del mayimbe es feroz. El botín de guerra cómo
van a compartirlo con gente floja, mediocre.
Prefieren una economía colapsada,
con la que ellos nada pierden, antes que permitir que alguien prospere con su
trabajo. Buena parte de las nomenclaturas europeas, por no hablar
de la China actual, fue menos salvaje.
Disidencia
del Mayimbato
Otra disidencia del Mayimbato es
su carácter estrictamente militar, como en la China de Mao o en la Corea de
siempre. Las nomenclaturas europeas, que vivían del trabajo de sus
países, necesitaban un enorme aparato burocrático que era la garantía
paradójica de un mínimo de vida política interna del partido: en ese mar de
funcionarios los militares significaban poco, excepto los miembros de la
Seguridad del Estado.
Incluso en la Unión Soviética los militares
eran profesionales casi al margen de los políticos y subordinados a ellos, lo
que explica por qué no se sumaron al golpe de estado contra Gorbachov. En el
otro extremo, fueron los militares rumanos los que fusilaron al dictador y
acabaron con el socialismo en quince días.
Pero el Mayimbato, como
ejército de un solo comandante, está dirigido por militares hasta el punto de
que sus jefes se han convertido en burócratas y no hay en este
momento una sola actividad importante del país que carezca de un general a su
cabeza. Cuba es un castro, o con menos latín: un campamento. Así no se funda un
pueblo, que huye despavorido; ni siquiera se puede manejar una economía viable.
Los funcionarios civiles saben que son
nadie, y de ahí la increíble frase: "la orden de combate está dada".
Porque el funcionario civil, que además ostenta un grado militar menor, se
siente desprovisto de autoridad. El doctor Castro siempre cuidó de que hubiera
guerras que formaran cuadros militares para mantener el orden mayimbe:
incluso le dijo a Regis Debray: "para
los revolucionarios cubanos el campo de batalla es el mundo entero".
"Los
militares son el núcleo del Mayimbato..."
En la actualidad la guerra se limita a
América Latina con operaciones de inteligencia que fortalecen a los miembros de
la Seguridad del Estado, encargados de la tarea única de combatir
al pueblo. Se les puede escuchar celebrando sus vacaciones en la isla Margarita
o en los volcanes nicaragüenses. Los militares son el núcleo del
Mayimbato y su sector más hermético.
Posee cinco estructuras
fundamentales: los guerrilleros históricos, en los que reside el
poder total; los generales convertidos en burócratas, que encabezan
la economía; los generales que velan por un ejército enorme
pero mal armado y que no enfrenta guerras ni conflictos; y los que
controlan el orden interior: la policía común y la policía política.
El hecho de que un policía disfrute hoy de
un salario superior a un médico deja claro cuán militarizada está la sociedad y
especialmente el Mayimbato, y cuán importante son sus privilegios, al margen de
la ideología y sus griterías.
Mientras que en las nomenclaturas
europeas el papel de los militares iba siendo cada vez menor por
ausencia de enemigo real externo, en Cuba su papel se ha ido incrementando en
forma desmedida en los últimos años. El Mayimbato es militar, es un
régimen de soldados, es una anticultura de guerreros abusadores, eficaz solo
para la represión y desde luego incapaz de cualquier tarea constructiva,
pacífica y social.
El Mayimbato: una
nomenclatura fraudulenta y primitiva
El castro hace aguas por todas partes y la reacción única de su
senilidad y mediocridad es aumentar la represión, que es lo que saben hacer.
Sartre dijo que lo mejor de la Revolución era que había llevado muchachos al
poder. El resultado de esa juvenilia es un régimen esclerótico, que tendría aún
muchas posibilidades de gestionar una continuidad menos desastrosa.
Pero lo que creen haber aprendido de
las nomenclaturas que dejaron de caminar en cuatro patas, es
que el más mínimo cambio real les garantiza el desastre.
El Mayimbato resulta ser entonces una
nomenclatura fraudulenta y primitiva, rígida y aparentemente autocondenada a la
hecatombe. ¿Temen a la hecatombe? Hasta cierto punto no. Goering dijo, al rendir su
bastón de mando a los aliados: "durante doce años lo fui todo".
El Mayimbato ha sido todo, con la miseria de ese
todo, durante más de medio siglo; y siendo, los que son, militares, y además
nonagenarios los jefes, desaparecer en un conflicto violento está dentro de las
expectativas de los que ascienden al Valhalla como héroes del
Todo. Las ilusiones de la arrogancia sin embargo los impulsan a creer que
nacieron para vencer y no para ser vencidos.
El
lado civil del Mayimbato
No solo es que el socialismo ha
sido vencido aquí como en cualquier otro lugar del mundo, sino que ellos mismos
han sido vencidos, incluso se han hecho fracasar a sí mismos, como estadistas,
como políticos africanos, como administradores de las bodegas y hasta como
padres de familia. Como dice el pueblo: "no ponen una".
Ni siquiera llamando a las cumbres
de la burocracia a un conjunto de burócratas de cuello
blanquísimo, casi londinenses aunque obesos, que desde luego se revelan
incapaces de criar un pollo o un cerdo, que emprenden reformas
jurídicas y financieras que perjudican monstruosamente a todos excepto
a ellos mismos, que enfrentan como si fuera una coyuntura la ruina del centro
de toda economía contemporánea: el sistema energético nacional.
El lado civil del Mayimbato está lejos de mejorar al
militar. Alardeando de inteligentes, su fracaso es mayor. Y aún tendríamos que
considerar el lado floral de esta nomenclatura: los culturosos.
Quisieran haber sido militares pero les sobraba suavidad. Y están faltos de
talento para hacer obra de belleza y de servicio social, como los grandes de la
creación cubana de los difíciles tiempos anteriores.
Acaban castigando brutalmente a las mujeres
que le citan a Martí, que no tienen confusiones ideológicas, que saben que las
tradiciones nacionales, como decía el doctor Castro en el programa Ante
la prensa de la televisión en 1959, son incompatibles con el marxismo,
el sovietismo y la dictadura. La gente fisna y curta del
Mayimbato sale ahora en la televisión a partirle la cara a cualquiera.
Diferencias entre las
Nomenclaturas y el Mayimbato
Las radicales diferencias entre las
Nomenclaturas y el Mayimbato nos autorizan a dudar de que tendremos
aquí una evolución similar a las de aquellas. Que por demás engendraron también
los despotismos ruso o chino, ahora empeñados en una antigua
tarea, ay siempre incumplida, de las Nomenclaturas: derrotar a Occidente y dominar
el mundo.
Aquellas fueron revoluciones desde arriba,
para los de arriba, que nunca renuncian al estilo de arriba. Los de arriba,
aquí, están encantados con su estilo de absoluta y violenta soberbia. Ningún
atropello les espanta, ninguna mentira los detiene.
Aunque la realidad suele dar sorpresas, y
de hecho el hermetismo de los mayimbes nos impide saber qué piensan algunos de
sus miembros, la aparición de un líder reformador o democrático se me antoja
ilusoria. Debe haber sectores del Mayimbato que anhelan
meterse a capitalistas, y siguen esperando con malicia, callados y
pusilánimes.
Panorama de
depravación y decadencia
Por otro lado, ciertos voceros menores
proclaman un rechazo de la vía china, rusa o, peor, vietnamita. Dicen lo que
sus jefes evitan decir, porque necesitan fingir con chinos y rusos.
Están identificados con este despotismo
caribeño tal como es y como quieren que siga siendo, anclados en
el vicio cubiche, y universal, del macho alfa, único que puede
gobernar a un pueblo holgazán, indisciplinado y cobarde, y que ha de dominarlo
mediante el engaño, el terror y el abuso.
Hay una enorme cantidad de gente
floja y mediocre, repleta de aspiraciones al señorío, luchando por botellas
y privilegios o que ya se instaló en esas bendiciones, que está dispuesta a
arrodillarse ante cualquiera y a practicar el mal sin escrúpulos.
Frente a este panorama de depravación
y decadencia, el pueblo llano grita en las calles y es reprimido una y otra
vez con inmoral éxito, pero puede estar creando con ese unánime dolor, y Dios
me oiga, la salida divina: la democracia desde abajo, como no se logró en
ningún país socialista: el pueblo que recupera la realidad de su soberanía
frente a los déspotas, sean los que sean, los de ahora y los que se atrevan en
el futuro, y los liquida para siempre.
*Tomado de Arbol Invertido