Por Amir Valle
AManuel Gayol Mecías, el ser humano, lo conocía por las historias que sobre él me había hecho nuestro común amigo, también escritor, Guillermo Vidal, ya que ambos (Gayol y yo) confesamos el privilegio de haber estado muy cerca de ese enorme escritor que fue nuestro «Guille Vidal», sin dudas, una de las voces más originales en la historia de la narrativa cubana. Al Gayol escritor lo conocí a través de uno de sus cuentos que, si no recuerdo mal, se publicó en un Anuario de Narrativa de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, a mediados de la década del 90. Que luego de muchos años nos reencontráramos, se debió también a Guillermo Vidal, pero tristemente fue una temprana enfermedad, mientras el Guille adolecía en mi casa en La Habana: Gayol estuvo siempre al tanto de aquel maldito cáncer que se llevó a nuestro hermano espiritual muy tempranamente, en plena madurez literaria, a los 52 años. Años después Gayol y yo nos reencontraríamos en Estados Unidos, pernocté en su casa en las afueras de Los Ángeles como si siempre hubiera sido de aquella, su familia, y me llevó al inmenso edificio donde se encontraba su trabajo: el periódico La Opinión de Los Ángeles, cuya impresionante vista a esa ciudad aún me impacta… y así empezó una andadura en la hermandad que dura ya unos cuantos años. Esta entrevista, entonces, nace de esa amistad, pero sobre todo de la admiración que siento por su obra ensayística y narrativa: como narrador comparte con nuestro inolvidable Guillermo Vidal el sello de la originalidad, algo muy raro en las letras cubanas de las últimas décadas (todos los escritores, sin que importe la generación a la que pertenecen, parecen copiarse unos a otros) y como ensayista considero que ha escrito uno de los libros esenciales si se desea responder la pregunta ¿qué es Cuba?: 1959: Cuba, el ser diverso y la isla imaginada.
En apretadísimo resumen, su biografía podría leerse así: Escritor y periodista cubano. Director y editor de la revista y editorial Palabra Abierta. Desde que ganó el Premio Nacional de Cuento del Concurso Luis Felipe Rodríguez de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1992, ha consolidado una reconocida trayectoria literaria y publicado una veintena de libros, entre los que destacan su ensayo 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada (2018) y su saga narrativa titulada Crónicas Marjianas, integrada por La noche del Gran Godo (cuentos, 2012), Ojos de Godo rojo (novela, 2012), Marja y el ojo del Hacedor (novela, 2013), Los artificios del fuego (cuentos, 2015), y a la cual pertenece también la novela La otra historia de Joel Merlín, que acabamos de publicar en Ilíada Ediciones.
Así, de Los Ángeles a Berlín, transcurre esta charla.
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Cuando uno lee cualquiera de las novelas de esa saga que has llamado Crónicas Marjianas, nota un interés por definir filosóficamente a un personaje: ¿hasta dónde estás intentando definir, a través de la ficción, al Manuel Gayol Mecías que, como un demiurgo, construye ese mundo ficcional?
Sí, querido amigo, me encanta la filosofía pero fundamentalmente en lo existencial. No me fijo si es dentro de la dimensión sartreana o de Camus. No me importa, y menos si el que habla de pronto es Zaratustra, o si de repente es un fragmento teológico sacado de la Inquisición o del cristianismo primitivo. Mi filosofía es un acuerdo entre lo consciente y lo inconsciente, entre la vida experiencial, los libros y la imaginación (fundamentalmente lo intuitivo). Por eso, en este sentido puedo decirte que tengo mi propia filosofía de la vida, mi teoría, que me funciona desde el subconsciente. No solo la racionalidad de lo corpóreo, que sí me interesa, pero no solo a lo Descartes, ni tampoco dentro de la pura lógica, sino que me interesa tanto, o más, la metafisica en su relación con la ficción y hasta con los fenómenos prácticos de la vida. Para mí es muy importante no solo cómo actúa un personaje, sino también cómo siente; esa combinación, o mejor sería decir, esa mezcla de la ficción con el mundo físico. De aquí que yo en mis novelas, además de ser el autor Manuel Gayol Mecías (esto, el autor, quiero decir, es algo nominal, legal, una manera de garantizar el derecho de autor, digamos), sino que más bien pretendo ser un observador. Y has dicho bien: un “demiurgo”. (Pero que quede claro, entiendo que entre demiurgo y el sentido de Dios como Ser hay diferencias, y, por supuesto son abismales). Demiurgo es el pequeño dios que habita en nosotros porque vive en el reino de la Imago, nuestro mundo imaginativo individual, por el que tenemos derecho y deber de crear. Como observador que soy al mismo tiempo, ese diosito que tengo no puede contar con caprichos para hacer y deshacer. El permite el total “libre albedrío” en todas las historias que imagina. Entonces, de esta manera, veo a los personajes, veo la acción, la retrospectiva, el tiempo, contemplo el espacio y hasta el contexto dimensional donde se encuentra el personaje. Y me hago la idea de que ellos los personajes, la historia misma y hasta yo, un poco director, un poco productor, muchas veces cámara, otra maquillista o descriptor de efectos especiales; en fin, un demiurgo, sí, pero más que todo con derecho a opinar (como observador que da el visto bueno, o no, y es posible que la historia, los personajes y yo entremos en un debate mental). En fin, Amir, la Realidad es una belleza, porque está compuesta de la dimension corpórea (física, objetiva, presente, visible, temporal, etc.) y la dimensión imaginaria (incorpórea, subjetiva, invisible, perdurable y ausente-presente, entre otras). Y esta sencilla division de dos dimensiones es lo que pienso, hasta el momento, es lo que rige la vida y hasta puede ayudar a definir la espiritualidad. Pero bueno, ese es otro tratado, otra historia, si se quiere.
Lo anterior nos lleva a una pregunta obligada: el ensayista y el narrador se complementan en todos tus libros. En ambos resalta el humanismo. ¿tiene para ti hoy la literatura algún valor en ese empeño, que muchos creen absurdo, de gritarle al mundo sus miserias, a ver si se endereza?
Hermano mío, tienes toda la razón del mundo: soy un humanista, pero con destino a la espiritualidad. Lo que no sé, realmente, es si con la literatura, y en este caso la narrativa, el mundo se va a enderezar o no. Sí, la literatura es mi proyección, mi inquietud, es mi posibilidad —no sé si de creer en que el mundo se pueda arreglar un poco o no— de encontar en ella (en la literatura) mi verdadera condición de ser humano consciente, y cuando digo consciente, quiero decir, de que a los seres y las cosas debemos “sentirlos” más que “entenderlos”. Porque vivir es sentir, y cuando vivimos porque sentimos es rehacer constantemente nuestra conciencia. Y ello todavía lo veo como una diferencia importante entre el humanismo y el posthumanismo, al menos, en estos tiempos y tal vez un poco más, hasta después de los albores de una verdadera revolución en la ciencia y la tecnología.
Bueno, yendo directo al grano: sí, porque es la tranquilidad conmigo mismo, con mi espíritu, con mi Dios, con mi conciencia en la que se encuentra un Jesús de Nazaret histórico y divino, y que me permite dormir todas las noches con mucha paz y tranquilidad. La literatura es un intento, si se quiere: un proceso de redención; no es un recurso para arreglar el mundo. Este se arreglará o no con el tiempo, mediante la evolución o si es la involución la que nos lleva a la Hecatombe. En este caso la literatura humanista es una advertencia. Quizás si luchamos contra los demonios, a corto plazo, perdamos las batallas; pero a largo plazo, y apoyados en una espiritualidad esencial, ganaremos la guerra por hacer un mundo mejor.
Hablemos de Crónicas Marjianas. Te lanzo el reto de que pienses que estás delante de un hipotético lector y que tienes que convencerlo de leer todos y cada uno de los libros de esa saga, en orden… ¿Qué le dirías? Dejemos fuera la última: La otra historia de Joel Merlín, porque de esa hablaremos más adelante.
Crónicas Marjianas hasta ahora cuenta con varios libros, no sé si terminará con diez o con 14 volúmenes. Eso me lo dirá el tiempo que me quede a mí por escribir, pues de Cuba siempre habrá cosas que narrar. No pienso que el orden sea importante, o, al menos, algo muy necesario para el lector. Incluso pienso que el orden no se ha cumplimentado todavía, Hasta ahora falta publicar el quinto libro (Marja y el óvalo dorado) y el noveno que se titula Los dioses imaginarios. Historia mítica de un mundo paralelo. Crónicas de Sin Al-Uz, ambas novelas se encuentran ya terminadas. En realidad, el orden es para un después… cuando esté terminada toda la saga. Entonces, qujizás algunos lectores prefieran leérselos en ese orden (desde el primero hasta el 10 o el 14) Pero en la medida que escribía cada libro, me fui dando cuenta de que el tiempo cronológico no venía a ser crucial, porque en realidad en Cuba el tiempo es el mismo siempre, no se mide por el reloj ni por calendario alguno, sino por hechos y, por tanto, a saltos, o sea, en realidad no hay tiempo, o si se va a ver hay un tiempo, pero para atrás, pura involución, quizas como un viaje a la semilla carpenteriano, pero no solo a nivel de comida, de recursos tecnológicos, de posibilidades funcionales para vivir, no solo esto, sino a un nivel ético, de verdadero humanismo, ese tiempo involutivo corre —como diría nuestro común amigo, Roberto Álvarez Quiñones— hacia una Edad Media oscura. Por eso, el tiempo aqui, cuando no va hacia atrás, no existe, y te vas a encontrar que la misma Marja es una bellísima jinetera que no tiene edad, que las cosas pasan y que ella las vive en un tiempo pasado como en un tiempo actual. Es una Isla sin tiempo, que chapotea en las aguas del Caribe más como un mundo de ficción, del absurdo, del surrealismo, que el mundo de nuestra historia corpórea. Es un planeta inventado por Fidel Castro, un pequeñísimo planeta que este cuatrero escamoteador logró sacar de su órbita física y lo puso a girar como en una trágica payasada de ficción alrededor de él mismo. También creo que la saga la he venido escribiendo, de manera que cualquier lector empiece a leerla y la continue por cualquier libro, porque eso sí en cada uno de los libros me preocupé por escribir cosas de los anteriores o de advertir de otras que vendrían en libros postreros. Incluso, comento repeticiones de anécdotas. Y todo con el propósito de que no importe el orden, sino que lo que importe fuera el contenido de las historias, la realidad física, material, de la ciudad y de los personajes, casi siempre de los bajos fondos, aun cuando no hago un realismo duro, a lo Pedro Juan Gutiérrez. Bueno, me interesa más el existencialismo de los personajes que el hecho de estar describiendo escenas pornos, tal vez haya alguna en Marja y el ojo del Hacedor (tercer libro), otras escenas son, a mi criterio, eróticas
Me gustaría que toda la saga terminara en el libro número 14. Y es que ese número me ha gustado siempre porque Jorge Luis Borges dijo alguna vez que ese número significaba el infinito. (y creo que todas las historias son un solo libro, que no termina nunca), porque cada libro puede ser —al igual que la literatura misma— la historia infinita de la humanidad.
Cuba, es curioso, es una presencia fantasmal en todos tus libros. Está ahí, observando, como un testigo mudo, las cavilaciones del Gayol ensayista y las peripecias de tus personajes novelados. Cuba, en esencia, ¿qué significa para Manuel Gayol Mecías? Y me gustaría que te detuvieras en esta pregunta separando a propósito, en lo posible, dos aspectos: el Gayol nacido en Cuba y ese otro Gayol que pertenece y se mueve junto a sus criaturas en el universo de la literatura.
Probablemente, si fuera a hablar del Gayol Mecías nacido en Cuba, de su nñez y adolescencia, entonces no tendría mucho que decir de la literatura, incluso de mi formación creativa. Mi contexto familiar no fue culto, como ha sucedido con muchos escritores, que se han criado y vivido rodeados de libros o de las artes. Mi niñez fue los juegos en la calle, mucha lectura de comics, y ya, en la adolescencia, cartas que le escribía a una novia de la que me enamoré, creyendo que era la única mujer sobre la Tierra. Hice mucho deporte y empecé tarde la lectura literaria. En mi juventud, en Las Tunas, me dio por la música, tocar saxofón en varios grupos de “música moderna”, como decíamos, cuando nos referíamos al rock and roll. Hay que recordar que, desde temprano, la dictadura prohibió la música americana. De modo que a varios amigos y a mí nos dio por tocar el rock (era una manera de oponernos al régimen), pero decíamos que tocábamos calypso, que era el ritmo y las canciones que cantaba Harry Belafonte, amigo y simpatizante del Gobierno cubano. Así nos dejaban pasar, pero siempre nos vigilaban.
No recuerdo bien, pero creo que fue alrededor de los 25 o 27 años —ya viviendo en La Habana— que empecé a leer literatura, los narradores del boom latinoamericano me impresionaron. Realmente en Cuba hubo un auge de esa narrativa, bueno, creo que en Latinoamérica y en buena parte de Europa también, y yo empecé a descubrir la magia de las historias, no tanto de la poesía como sí de esa narrativa. Me llevaron para el Servicio Militar Obligatorio. Me ubicaron en el Instituto Técnico Militar, donde estuvo el antiguo colegio de Belén. Y allí me las arreglé para entrar en el grupo de música de esa escuela, tocando saxofón tenor y pude estudiar de nuevo la Facultad Obrera, que era una especie de preuniversitario. Leía, tocaba, estudiaba y trabajaba como asistente de un teniente profesor de radar. Recuerdo que los demás reclutas me decían el “Viejo” También me acuerdo que entre las amistades que hicieron el servicio conmigo estaba Reynaldo Bragado, hicimos buenas migas, tenía un espíritu rebelde y me caía muy bien. Bragado era una gente culta, leía mucho y a veces se la agenciaba para andar tocando una guitarra, al menos, con él podia hablar de muchas cosas. Con el tiempo, no le pude ver en Miami, falleció de un infarto, creo, antes de poder encontrarme de nuevo con él. Siempre he sentido muchísimo no haberle reencontrado, pues fue un gran narrador y podíamos haber estrechado más nuestra amistad.
Cuando salí del Servicio Militar, entré en la Universidad a estudiar la carrera de letras, Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. No obstante, seguí tocando en otro grupo de música aficionado en el Ministerio del Azúcar, donde empecé a trabajar. Y por supuesto, ya me había acostumbrado a leer enfebrecidamente. Así que trabajaba, continuaba tocando el saxofón, leía ensayos y narrativa y estudiaba en la Universidad. Pero, además, en todo este tiempo que te he venido contando, estudié francés.
Un semestre antes de graduarme logré pasar un mes de prueba en el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas y me aprobaron. Ya aquí comenzó mi compulsiva obsesión con la literatura.
A grandes rasgos, pienso que he podido hablarte de un proceso evolutivo, rápido, fundamentalmente en mi pensamiento, en mi vision de la vida, en que tanto tuvo que ver el incruento y presionante proceso politico de la Isla, pues dentro de todo este trasegar que te he venido dando, ha insidido también el miedo, la incertidumbre y el bombardeo ideológico al que, tanto yo, como todos los cubanos hemos estado expuestos. Junto a este recuento anecdótico ha habido un proceso mental más que difícil torturante, conceptualmente ideológico y politico, que me ha hecho cuestionarme de por qué y cómo ha sucedido, y aún continua 63 años después, esta degeneración de la Isla en todos sus aspectos, de vida, de humanidad y de espiritualidad. Muy probablemente ha sido lo ideológico, lo politico y el totalitarismo implantado lo que me ha llevado a un interés por la narrativa y el ensayo. Es cierto que ambos se complementan en mí, incluso a veces creo que se mezclan. Mi amiga la doctora Ivette Fuentes de la Paz, filósofa, ensayista y narradora, ha llegado a escribir sobre algunos de mis libros, tanto de ensayo como de narrativa, y decir que yo soy, esencialmente, un fabulador del pensamiento, que mis ensayos a veces son narrados y viceversa, que mi narrativa, en muchos momentos, es ensayística. Y reconozco que sí, que es cierto.
Sin embargo, una de las cosas que más me han impresionado en mi propia trayectoria de vida es la evolución de mi pensamiento. Por lo que creo que he llegado a convertirme en un intelectual circunstancial. En otras palabras, alguien que ha evolucionado de la ignorancia y la incultura, de lo ligero y superficial a la necesidad del conocimiento, a la vibración de la sensibilidad profunda, al hambre y la sed por los libros, al deseo irrefrenable por escribir, crear y publicar.
Nací en Las Tunas, y después viví en La Habana, ambos ámbitos geográficos y sociales los sentí con fuerza, me impregnaron, los sufrí y los gocé; y desde los 50 años (que fue cuando llegué a Estados Unidos) hasta ahora, llevo 27 años en California, donde también he asimilado la vida del hispano en este país, que me ha permitido acercarme a la Libertad que siempre busqué. Por otra parte, no puedo decir que hay dos Manuel Gayol Mecías, es decir, el que nació en Cuba y el que aquí escribe y trasiega la vida de la ficción junto a sus personajes e historias. Creo que he sido uno solo que ha evolucionado, no pienso como mismo pensaba en Cuba, claro, sino que me he ampliado. Como pudo pasarle a mi querido amigo Aurelio de la Vega, que siempre buscó la universalidad, tanto para Cuba, como para él, y la encontró después que se marchó de la Isla.
Pero la universalidad, mi amplitud mental ahora, nunca me ha inhibido de mis raíces cubanas. Fueron 50 años sentidos en Cuba. Lo que vivo hoy en día es una mezcla de sentimientos que aparecen propiamente en mis sueños, además del espacio de una ciudad insólita, laberíntica, con un tiempo extraño de pasado-presente, con momentos muy felices y otros oscuros. De Cuba, “mi infierno tan amado”, me asalta el miedo todavía, es como una paranoia de persecución que siempre tengo que superar. Ahora me queda la incertidumbre de este mundo, que no es como yo pensaba cuando estaba en la Isla. Antes creía que en el mundo, y en específico Estados Unidos, estaba la existencia panglosiana del “mejor de los mundos posibles”. Hoy en día sé que estoy, si acaso, en el “menos malo de los mundos posibles”.
Otras de las constantes en tu literatura es la otredad, la espiritual y la geográfica. ¿Tiene que ver en ello, y en qué sentido, el hecho de que tuviste que abandonar tu tierra hace ya unos cuantos años?
Bueno, sí. Pienso que el hecho de haber logrado salir de Cuba me amplió el horizonte, por supuesto. En la Isla no había vision de nada esperanzador. El presente, cuando menos, estaba estancado, cuando más, iba hacia atrás. En realidad, yo tuve siempre un sentido de la otredad y de lo espiritual, y asimismo de lo espacial de mi Isla, pero esos tres sentidos eran muy precarios. Por ejemplo, al irme de mi país y, primero, llegar a España, me asombré del espacio, todo se veía grande, limpio y de unos colores vivos, respiraba vida en las cosas. Después, en California el espacio, la geografía, era mayor todavía, y el cielo me maravillaba verlo, aún me fascina, hay un color rosado que sale de detrás de las montañas… Bueno, sigo, pude trabajar en el periódico La Opinión, en ese tiempo el diario hispano más grande de Estados Unidos y en sociedad con Los Angeles Times, y allí conocí a un buen número de profesionales que venían de diferentes países, muchos de América Latina, otros de España y otros más de Estados Unidos. Indudablemente que ello me abrió el diapasón sobre las realidades de este mundo, diferentes culturas, algunos puntos de encuentro. Era como haber abierto mis entendederas. Ver y comprender cosas que yo pensaba, cuando estaba en Cuba, y ahora las experimentaba en su dinámica real. Unas venían a ser como mismo las había supuesto y otras no. Era como percatarme de que la realidad estaba, en verdad, fuera de mi tierra nativa; que en muchos sentidos y para el no beneficio de los cubanos, Cuba no le interesaba al mundo, a no ser para usarla como punta de lanza contra el supuesto “imperialismo” americano. No solo la izquierda, sino muchos otros países europeos que se dicen democráticos. La otredad entonces se me transformó en un aspecto humano de mucha mayor complejidad. Y lo espiritual fue ganando en mí una gran apertura de libertad; quiero resaltar, sin dogma alguno, sin trabas religiosas ni teológicas. Mi Dios se hizo tan amplio como la misma infinitud que lo caracteriza. Aprendí que el amor no tiene reglas y que la imperfección es la que nos caracteriza como seres humanos. De hecho, también aprendí que el mundo es ancho en seres humanos, pero no ajeno por sus relaciones, que todos estamos ligados como una hermandad de especie, y es por ello que pertenecemos a una otredad. Aprendí que el planeta, en tiempo y espacio, y por la ciencia y la tecnología, es estrecho y globalizante (pero no de agenda globalizadora que es otra cosa, totalitaria y muy nefasta). El mundo, y lo más cercano que se pueda estar a la Libertad, es la verdadera fuente de todas las cosas.
Escribir en la diáspora es un acto quijotesco en toda regla… ¿contra qué molinos de vientos has tenido que cargar?
Mientras vivi en Cuba, tuve muchos problemas en varias empresas en las que trabajé, me veían como un conflictivo, hasta que en una de ellas, que pertenecía al MINAZ, me opuse tanto a la corrupción que lo que conseguí fue un infarto al miocardio, y que realmente fue brutal. No me morí por un puro milagro. Después, en la Casa de las Américas, tuve varios problemas, y a los diez años de encontrarme allí, tuve que irme, no resistía ya la atmósfera asfixiante que respiraba allí. Todo había que hacerlo con las categorías marxistas y yo no sabia escribir así. Me fui, con gran asombro de muchos, para la Casa de la Cultura de Plaza, que si se quiere ver era la base, lo más inferior de la cultura en la Cuba castrista, pero allí tuve tiempo para escribir. Escribí muchísimo, y hasta obtuve el premio UNEAC de cuento en el año 1992, libro que como tú sabes después me censuraron por haber viajado a España y quedarme. Unas cuantas de estas cosas que pasé en la Isla las narré y están en mis cuentos y novelas.
Posteriormente, trabajando en el periódico en Los Angeles, California, descubrí que había muchos problemas, que la corrupción podia ser igual y hasta peor, y volví a chocar con la misma piedra, como me decía un viejo amigo de la adolescencia, José Luis Borrell: “El hombre es el único animal que choca con la misma piedra… infinitas veces”. Contra estos molinos de viento, de la corrupción, de las arbitrariedades y hasta del mal periodismo tuve que luchar, y al retirarme publiqué una novela titulada Coincidencias de un editor, que cuenta las luchas y las frustaciones de un editor en la redacción de un periódico de ficción.
Ahora, estoy enfilando mis cañones contra la falta de ética que se está dando no solo en Estados Unidos, sino en el mundo, posiblemente la agenda globalizante. En esto recomiendo mucho la obra y las conferencias de César Vidal, un historiador y periodista cristiano de una cultura extraordinaria, que todo el tiempo nos está dando los caminos hacia una mayor libertad. Y en la actualidad, hay mucha tela que cortar en la ciencia y la tecnología, enormes riesgos y asimismo grandes inventos. Estamos ya en una era de ciencia-ficción y es necesario enfrentar este presente-futuro que tenemos encima. La problematica de inteligencia artificial es extremadamente preocupante, así como el transhumanismo y la poshumanidad. Además de todos los inventos y aplicaciones que están surgiendo y que son fascinantes. Ya he publicado dos libros sobre estos temas, uno es Para una poética de la conciencia y el otro es: Con-ciencia cuántica (o diez ensayos imaginarios).
La conciencia es el problema mayor que tiene en sus manos la ciencia y la tecnología, puesto que para la conquista y colonización de los planetas (bueno, ya sabemos, ahora se quiere comenzar con Marte), para la terraformación de esos planetas, repito, se pretende crear robots replicantes y hasta dotarlos de conciencia, y bueno no dudo nada, aunque yo sé que no lo voy a ver, pero sí mis nietos, Habría que leer y ver las conferencias de escritores como Michio Kaku, Ray Kurzweil, Elon Musk, Yuval Noah Harari, el mismo Jeff Bezos y otros. Y, en realidad, es que el asunto de la conciencia es lo más difícil y peleagudo con que se ha encontrado la ciencia de hoy en día, principalmente, por los avances que se están haciendo en la inteligencia artificial (IA). Personas como Musk, que tiene muchos recursos científicos y tecnológicos a su disposición, se sienten muy preocupados por la IA y hasta diría que le temen un tanto, para no decir mucho.
En cierta ocasión, además, me dijiste que una de las pérdidas más dañinas que hemos vivido en la Cuba después de 1959 era la pérdida de la espiritualidad del cubano que lo ha hecho olvidar los valores éticos y humanistas que definían a nuestra gente. Eso me lo dijiste hace ya casi 15 años y, recientemente, en tu libro de ensayo 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada volví a encontrarme con esa tesis. ¿Podrías explicar esa tesis?
No es fácil hablar de esa tesis, que además no creo que sea una tesis particularmente mía. No obstante, si somos realmente sinceros con nosotros mismos, tenemos que reconocer que es así; quiero decir, que el cubano, en mucho, está falto de fe, de ética, de una auténtica creencia en los valores cristianos. Claro, no son todos, pero en su mayoría sí. Más que nada, lo que el cubano busca, en todas las religiones, es la magia, el resorte milagroso que le ayude a vivir sin que la dictadura le moleste. Y sin que la vida le pase ninguna cuenta. Y eso es imposible. Porque el castrismo no es un decreto-ley que se da de una manera temporal. Ese regimen se alimenta de la intransigencia, de tener a todo el mundo entretenido en la más vasta miseria. Una de las cosas diabólicas de ese regimen es nunca ceder el más mínimo espacio.
Desde 1959 para acá en Cuba se ha levantado un laboratorio que ha venido imponiendo un proceso de desarticulación. La dictadura ha necesitado vaciar la intimidad de los cubanos, para poder mantenerse en el poder. Se ha apoyado para ello en el pánico que ha creado mediante fusilamientos, torturas, encarcelamientos, engaños, mentiras, falsas concepciones éticas. Instituyó la educación atea. Ha cambiado la Historia, a la que ha llenado de falacias. Pero hay una cosa negativa, muy negativa, que ha sido pujante en este tema, y es que una gran mayoría del cubano se ha prestado para ello, no todos, como siempre aclaro; pero sí un gran número de la población. La dictadura ha encontrado campo f’értil en el cubano para manipularlo a su antojo, y ha sido por esa mentalidad confusa que siempre ha tenido, desde la colonia hasta nuestros días, en que cree que la fe radica en tener dioses que te protejan o que te posibiliten mágicamente las cosas que te hacen falta. Ese victimismo del cubano y del latinoamericano, en general, viene desde la esclavitud: es más fácil ser víctima que no tener que agarrar los problemas por los cuernos y resolverlos por uno mismo. Esta mentalidad está dada por una combinación entre lo antropológico y lo psicológico, y entrar así en el laberinto de la santería, que se cruza entonces con el catolicismo impositor, y termina por crear en la mente un entrecruzamiento de creencias que lo que hace es debilitar la base spiritual a la que se pueda llegar. De aquí que ante esto, llega un nuevo sistema de vida, totalmente obtuso y materialista, y el isleño no sabe qué pensar ni como combatir la falta de creencia que le imponen.
¿Cuál es la otra historia que nos quiere contar Joel Merlín? ¿Hasta qué punto puede ser nuestra propia historia o está lejos de nosotros?
Es simplemente la búsqueda de la libertad, el rescate de la familia, la búsqueda de la dignidad de ser un ser humano, el encuentro con el espíritu, la renovación de la fe. La otra historia… es lograr el hecho de intentar siquiera comprender el mundo; darnos cuenta de lo que vale el amor por los seres queridos; incluso, lo que vale la amistad. El enfrentar la vida a todo riesgo, y con ello intentar superar los miedos. No es solo el emigrante económico que nada más ha perdido la miseria que dejó en su país, no. Con La otra historia de Joel Merlín he tratado de crear un símbolo de la libertad. Un deseo de progreso; una prueba a todo costo. Es lograr sentir que la belleza está también en otra parte y que el ser humano es único y, al mismo tiempo, está en estrecha relación con los demás, que realmente el mundo es ancho y no ajeno. Si en verdad he logrado estas cosas con este libro, espero que a muchos lectores les pueda servir, más a los que están por emigrar, o pretenden hacerlo. Pero hay que estar decidido a todo. Yo tuve que poner a un lado mi vida literaria, mi vida creativa, y ponerme a trabajar en lo que me tocara: un taller de autores, ponerme a limpiar porquería de animales, hacer construcción, ponerme a trabajar temporalmente en periódicos y revistas, hasta que al fin pude hacer periodismo como editor de estilo y editor propiamente, y fue cuando después todo cambió. Todo esto se encuentra en La otra historia de Joel Merlín. El hecho de rebasar el miedo, incluso los ataques de pánico, y la incertidumbre, y tener fe y esperanza, una profunda fe en que Dios y Jesús no te dejan de lado.
Pregunta gastada, pero necesaria: ¿qué escribe actualmente Manuel Gayol Mecías? ¿Está en acción, esta vez, el narrador o el ensayista?
Meses atrás, en el año pasado, y hasta lo que va de este año, publiqué tres libros: dos de ensayos (Para una poética de la conciencia y el otro: Con-ciencia cuantica, o diez ensayos imaginarios) y uno de crítica (Regocijo del criterio II. Letras del Puente). En estos días, estoy ajustando y preprando para sus publicaciones otras dos novelas terminadas ya: Marja y el óvalo dorado y Los dioses imaginarios… Ambos libros pertenecen a las Crónicas Marjianas también. En estos días, estoy apoyando a mi amigo y editor Armando Añel para hacer un monográfico sobre mi entrañable amigo Aurelio de la Vega, que falleció recientemente. Espero que en un mes empiece un nuevo proyecto de otro libro sobre el mismo Aurelio. Es possible que sea una compilación crítica de trabajos ensayísticos y críticos que él hizo y muchos otros escritos sobre su obra. Aurelio fue un genio de la música clásica, pero también incursionó en la piuntura y en la literatura con un gran sentido poético.
Gracias, Amir, por esta larga entrevista para tu prestigiosa revista OtroLunes. Un abrazo, Manuel
21 de febrero de 2022
*Tomado de la revista Otro Lunes