Por Guillermo
A. Belt
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General Juan Bruno Zayas |
A partir del mes de mayo de 1896 hay reveses muy serios
en el intento del General en Jefe Máximo Gómez de enviar refuerzos al general
Antonio Maceo, quien se batía exitosamente en la provincia de Pinar del Río a
pesar de verse obligado a combatir con los pertrechos arrebatados al enemigo
ante la falta de una expedición de auxilio.
El primer contingente de doscientos hombres al mando del
general Mayía Rodríguez había sido detenido por orden del Consejo de Gobierno,
ocasionando el primer conflicto entre el gobierno civil y la autoridad suprema
del Ejército Libertador. Entonces Máximo Gómez dispone la marcha inmediata del
general Juan Bruno Zayas al frente de una fuerza heterogénea, debilitada por su
numerosa impedimenta. El 17 de mayo sufre una derrota en Matanzas, y el 20 de
este mes otra, en la finca Carolina, donde pierde la vida el general Esteban
Tamayo. Zayas se ve obligado a retroceder a la jurisdicción de Sagua con un
contingente reducido a doscientos hombres.
Al frente de cien jinetes con cien tiros cada uno
emprende Zayas su nueva marcha a Occidente. El 22 de junio entra en la
provincia de La Habana. Todo el mes de julio lo pasa el general Zayas
intentando rehacer su maltrecha brigada, reducida a menos de la mitad tras
varios combates. El 30 de julio, a una legua de El Gabriel se enfrenta a una
columna española de infantería y caballería y una poderosa guerrilla. Cercado,
Zayas intenta saltar una cerca, su caballo queda detenido en ella, y batiéndose
a pie, revólver en mano, el general cae muerto de una estocada que le atraviesa
el cuerpo.
En un último esfuerzo Gómez recurre al Mayor General
Mayía Rodríguez, quien inicia la marcha a Occidente el 3 de septiembre al
frente de doscientos hombres con sesenta mil tiros. El 19 cruza la Trocha, y el
7 de octubre marcha hacia la vía férrea entre Sagua y Santo Domingo. Cuando la
tropa hace alto en el batey del demolido ingenio Colorado para que descanse la
infantería, aparece súbitamente la caballería española. Mayía Rodríguez ordena
la carga y al frente de su escolta y del Estado Mayor obliga a retroceder al
enemigo. La infantería española abre fuego y el general Rodríguez resulta
herido de bala en una rodilla, la que le quedaba sana pues la otra la tenía
anquilosada desde la guerra anterior por un balazo. En estas condiciones se
dispone la retirada de los mambises hacia las lomas de Cienfuegos y Trinidad. Así
terminó el último intento formal de llevar auxilios al general Maceo, nos
dice Enrique Loynaz del Castillo en Memorias
de la guerra.
Otra gran pérdida para la causa de la libertad de Cuba es
la muerte del general José Maceo. El 5 de julio de 1896 el León de Oriente cae
combatiendo en la Loma del Gato, jurisdicción de Songo. Loynaz cita la Orden
del Día expedida por Máximo Gómez al conocer la noticia:
“La suerte ha querido una vez más poner a prueba nuestros
corazones de patriotas, y ha descargado el más duro golpe sobre uno de nuestros
guerreros más esclarecidos y hermano de nuestro gran compañero de gloria y
penalidades, el Lugarteniente General del Ejército. El Mayor General José
Maceo, Jefe del 1º Cuerpo de Ejército, ha muerto el día 5 en la Loma del Gato.
Los guerreros no lloran sus muertos y sí juran sobre sus tumbas imitar su
ejemplo y levantar más alta la bandera que defendieron.”
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General José Maceo |
Recordemos que Loynaz del Castillo había hecho amistad
con José Maceo cuando se habían conocido estando ambos en el exilio. Martí
había enviado al joven Loynaz a Costa Rica como secretario de Antonio Maceo,
quien le encargó convencer a su hermano para contraer matrimonio, lo que Loynaz
logró. La muerte de José, como luego la del general Antonio, de la cual se
enteraría tardíamente, habrán sido golpes muy duros en lo personal, además del
impacto en el ánimo de sus compañeros de guerra. Pero aún faltaba el golpe más duro de todos, la muerte de Serafín
Sánchez, presenciada por su jefe de Estado Mayor.
Loynaz dedica cinco páginas de su libro a la figura de
Serafín Sánchez. Había nacido Serafín Sánchez el 2 de julio de 1846 en la
romántica Sancti Spíritus, la de ondulantes calles solitarias y colonial
arquitectura, la de los vetustos guardapolvos que vieron asomar los angélicos
rostros de la belleza criolla al paso de los recios caballeros de capa y
espada. Cerca de la ciudad como digno marco de su grandeza empínase a los
cielos la cordillera cuyo silencio de siglos iban a interrumpir los jinetes
apocalípticos de la guerra.
Tuvo una niñez tranquila, nos dice Loynaz, en la finca de
su padre, el rico hacendado don Joaquín Sánchez, y los estudios de primeras
letras a cargo de su venerable madre, doña Isabel Valdivia, gran cubana, que
como la ilustre madre de los Maceo dio en cada parto un paladín de la Patria.
Fue su mentor aquel gran carácter, Honorato del Castillo, guía de la juventud
espirituana, a cuyo frente se lanzó a la guerra al grito libertador de Yara.
Tenía 20 años Serafín Sánchez cuando comenzó a guerrear.
En la batalla de Júcaro, a las órdenes del general Ángel Castillo, sucesor de
Honorato, fue ascendido a capitán. Luego pasa a Camagüey. El día funesto de
Jimaguayú, la última orden del general Agramonte la recibió el capitán Serafín
Sánchez al frente de su compañía, desplegada en las lindes del potrero.
Muerto Ignacio Agramonte, el presidente Céspedes encarga
el mando de Camagüey al general Máximo Gómez. A sus órdenes Serafín Sánchez
combate en Palo Seco, Nuevitas, Santa Cruz, la Sacra, el Naranjo y las
Guásimas. … el 6 de enero de 1876 forzando la Trocha penetró en Las Villas
el general Máximo Gómez al frente de las tropas camagüeyanas y villareñas. Con
ellas iba el ya comandante Serafín Sánchez. A las órdenes directas del general
Gómez combatió en la Reforma, la Campana, Paso Cataño, el Jícaro y otras
gloriosas acciones de guerra.
Lamentables divisiones y malquerencias entre cubanos,
incluyendo rebeliones militares en Las Villas, Camagüey y Oriente, dan al
traste con la República y se produce la capitulación del Zanjón. Serafín
Sánchez empieza a conspirar para renovar la lucha por la libertad. Y así lo
hizo, pues apenas transcurrido un año, levantóse en armas con Francisco
Carrillo y Emilio Núñez, en el territorio de Las Villas en apoyo del movimiento
revolucionario iniciado por José Maceo, Calixto García y Quintín Bandera en la
plaza Dolores de Santiago de Cuba.
Al fracasar este nuevo intento, Serafín Sánchez y
Francisco Carrillo, generales ambos, lograron refugiarse en el extranjero. En
busca de trabajo para el sustento peregrinó el general Sánchez por distintos
países con su inseparable amigo el general Carrillo. Tremendas vicisitudes no
doblegaron aquellos espíritus animosos. En la casa del patriota don Eduardo
Hernández hallaron albergue, pero tenían que turnarse para salir pues sólo
poseían un par de zapatos entre los dos.
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General Serafín Sánchez |
Loynaz recuerda la frustrada expedición en 1884-85,
planeada por Máximo Gómez y Antonio Maceo, en la que Sánchez y Carrillo estaban
destinados a Las Villas. Fue entonces cuando conocí a esos dos excelsos
cubanos los que a fuerza de ruegos insistentes consintieron en mi incorporación
como ayudante del general Sánchez, en la intentada expedición, sobreponiendo mi
fogoso entusiasmo a la inexperiencia de mis catorce años.
En 1895 Loynaz se encuentra nuevamente con Sánchez,
radicado ahora en Cayo Hueso como escogedor de tabaco en la fábrica de
tabacos del señor Hidalgo Gato… Ganaba cuatro pesos diarios, tres para su casa
y uno para los fondos revolucionarios. Terminaba siempre temprano porque en
sumando los cuatro pesos suspendía su trabajo. Mi objetivo, decía, no es el
dinero, sino un medio de esperar el toque de llamada.
Cuando suena el toque, Loynaz acompaña a Serafín Sánchez:
… desembarcamos en la noche del 24 de julio de 1895, natalicio del
Libertador Simón Bolívar, dos centenares de expedicionarios y entusiastas,
armados e instruidos en el ejercicio de maniobras militares…
Pisaban suelo cubano a una milla del puerto de Tunas de
Zaza, y marcharían con rumbo a la ciudad de Sancti Spíritus, en cuyas
inmediaciones se acampó.
Regresemos ahora a las operaciones militares del general
Serafín Sánchez en Las Villas. Escribe a su esposa, Josefa Piña de Sánchez, encareciéndole
que no cesara de pedir una expedición de 3,000 rifles y un millón de cápsulas
que a su juicio bastarían para terminar la guerra. El 10 de noviembre de
1896, de regreso por las estribaciones de la cordillera, sostuvo el general
Sánchez reñido combate en el Marino, finca inmediata a los Altos de Alberichs,
o Boca de Toro, donde la columna invasora celebró gloriosa función de
armas…Continuó la marcha el general Sánchez, por la cordillera de Banao,
entrando en la llanura de Sancti Spíritus el 17 de noviembre. Con el general
Sánchez venía el general Rosas, y con su brillante Estado Mayor y Escolta, el
general Francisco Carrillo.
Al oscurecer y acampar en Manaquitas, las fuerzas
mambisas son acometidas súbitamente por numerosa Guardia Civil. El general
Sánchez encabeza la carga al frente de su Escolta y Estado Mayor, poniendo en
fuga a la Guardia Civil. A un prisionero le dice Serafín Sánchez, según escribe
Loynaz: Te pongo en libertad para que vayas enseguida a decirle al general
López Amor que el mismo que le encendió la leva en Palo Prieto, el general
Serafín Sánchez, va con una columna a Paso de las Damas. Que me siga.
A las once de la mañana del 18 de noviembre Sánchez llega
a Paso de las Damas, magnífico potrero situado en la margen oriental del río
Zaza. Sobre la escarpada margen del río, dominando el paso llamado de las
Damas, colocó todo el regimiento de infantería de Remedios, al mando del
brigadier José González Planas. Al otro lado del río situó una avanzada del
mismo regimiento y una patrulla de jinetes exploradores, encargados de recorrer
constantemente nuestro rastro, por donde, naturalmente, era de esperar el enemigo.
La presencia de nuestro mejor regimiento de infantería sobre la empinada
barranca del Paso de las Damas era suficiente garantía de seguridad hacia el
rastro.
En la margen opuesta del Zaza sitúa un fuerte
destacamento de caballería de la brigada de Sancti Spíritus, con orden de
mantener parejas de exploración constante para impedir el acceso al Paso de la
Larga. Fortalece así ambos pasos, situados a la izquierda y derecha en los
extremos del frente de combate. Sánchez le encarga a Loynaz situar una tercera
avanzada sobre el camino que debían seguir después del combate esperado. Cuando
Loynaz regresa de cumplir esta orden encuentra a su general instalado en su
tienda de campaña, junto al general Carrillo.
De repente, del otro lado del río, sonó un cañonazo, cuyo
proyectil, a pocos metros de nuestra tienda de campaña, estalló. Enseguida,
nuevas detonaciones de cañón y fusilería y gritos de nuestra gente: “¡A
caballo, el enemigo!” …La agilidad mental del general Sánchez le permitió
adivinar el verdadero objetivo del enemigo, que era forzar el Paso de la Larga,
donde seguramente estaba llegando cuando rompió el fuego, en amago de finta,
sobre el Paso de las Damas.
Sánchez, seguido de algunos ayudantes, galopa hacia el
Paso de la Larga luego de ordenar a Loynaz que dirija a todos los hombres
disponibles, sin esperar la formación de sus unidades, al Paso de la Larga
donde el general los situaría. …Partí a escape hacia el Paso de la Larga.
Llevaba en alto la bandera de Cuba que acababa de arrancar de la tienda de
campaña.
Encontré al general Sánchez enojadísimo, porque el
destacamento colocado sobre la alta cuesta del vado de la Larga había
descuidado la exploración del lado opuesto del río y cuando sintió las
detonaciones por el rumbo de las Damas fue que descubrió el grueso del enemigo
vadeando ya el Paso de la Larga.
Sánchez establece un arco de resistencia que comprende
una pequeña eminencia del terreno, donde se sitúa él junto con su escolta y
Estado Mayor. También se sitúan allí los generales Carrillo y Rosas con sus
ayudantes. A la derecha de esta posición están la infantería y caballería al
mando del brigadier José Miguel Gómez, y a la izquierda, apostado sobre el Paso
de las Damas, el regimiento de infantería de Remedios al mando del brigadier
González Planas.
Luego de varias operaciones, incluyendo detener una carga
temeraria y suicida de la escolta del general Carrillo, iniciada sin
autorización, tras reforzar las líneas de combate de los mambises y siendo las
cuatro de la tarde, se ve al enemigo desbordar la margen del río hacia las
fuerzas cubanas, tras un fuego intensísimo. Loynaz obtiene autorización del
general Sánchez para ponerse al frente de una compañía de infantería del
brigadier González Planas, llegada para reforzar la línea de José Miguel Gómez,
cuyos hombres han quedado sin parque.
A la carrera ocuparon los infantes, por mí conducidos, la
posición que había defendido hasta su última cápsula el brigadier José Miguel
Gómez. Al tenderlos en tierra ocupé la extrema izquierda de aquella línea
desplegada a menos de cien metros de la infantería española que avanzaba
impertérrita con vibrantes descargas…Minutos después vi tambaleándose mi
caballo y me tiré de él antes de que me cayera encima. Otro caballo me envió
enseguida el general Rosas…En lo más vivo del tiroteo, alcanzado por varios
proyectiles, cayó también el 2º caballo que me envió el general Rosas, sin
darme tiempo, esta vez, para evitar que me aprisionara debajo de él. Mientras
unos infantes me extraían, sucedió algo inesperado, tremendo, abrumador…
El general Sánchez, que fijaba los anteojos en dirección
de la lucha sostenida por nuestra compañía y acababa de ordenar al brigadier
González que la reforzara ya con todo su regimiento, me vio caer sin
levantarme, y dirigiéndose al teniente coronel Indalecio Salas, que estaba a su
lado, le dijo: “Mataron a Enriquito. Lo siento por Juanita.” En esos instantes
se estremeció: una bala le había entrado por el hombro izquierdo y salido por
el derecho, destrozándole la aorta y con ella la vida del gran prócer de la
Patria. Vacilando sobre su caballo exclamó: “¡Me han matado!” Arrojó un buche de
sangre y aún pudo añadir: “Eso no es nada, siga la marcha.”
El general Carrillo asume el mando y ordena la retirada
inmediata del cadáver del general Sánchez, junto con los cadáveres de los
ayudantes y ordenanzas que habían caído defendiendo la vida de su jefe. Mientras
la tremenda desgracia abatía la izquierda de la línea cubana, a la derecha
llegaba el salvador refuerzo: toda la infantería del brigadier González Planas,
recibida con aclamaciones y desplegada inmediatamente frente al enemigo.
Loynaz pregunta al brigadier si han matado a Serafín
Sánchez. González Planas le contesta:
“Vaya para allá que hace falta. Déjeme esto a mí.” Nuestro
autor describe muy emotivamente su encuentro con el cadáver del general que
había aceptado llevarlo como ayudante, a los catorce años, en una expedición
para liberar a Cuba del dominio español. Los hombres de González Planas
resisten sin retroceder una pulgada hasta las siete de la noche, hora en que
el grueso del enemigo se retiró para acampar junto al río… Ya el cadáver del
general Sánchez había llegado a Pozo Azul, donde el general Carrillo dispuso
acampar.
No muy lejos un carpintero construía su ataúd. Sobre la
tapa de cedro esculpí con afilado cortaplumas estas palabras: “Mayor General
Serafín Sánchez, Por Patria, 18 de noviembre de 1896.” A las seis de la mañana (del
día siguiente), en silenciosa marcha, lo llevamos en hombros a
enterrar en un áspero recodo de la finca Las Olivas. Contaba cincuenta años
aquella noble vida, toda ofrendada a la libertad de Cuba.