Saturday, December 26, 2020

Operación Peter Pan: Más de 14.000 niños cubanos fueron rescatados de la hecatombe castrista*



Por Ileana Fuentes

MIAMI, Estados Unidos. – El 26 de diciembre de 1960 ―hace 60 años― comenzó un éxodo político de cubanos menores de edad sin precedentes en el continente americano. Muchos años antes ―entre 1938 y 1940―, se había dado el éxodo de niños y niñas judíos, a quienes sus padres habían querido poner a salvo de las garras asesinas del nazismo alemán.

Aquel éxodo, coordinado desde Londres, salvó la vida a más de 9.000 menores de 17 años, provenientes de Alemania, Austria, Checoslovaquia y Polonia, que cruzaron por barco hasta Gran Bretaña desde puertos en Bélgica y los Países Bajos. Unos 7.500 eran judíos; los padres de muchos de ellos ya estaban en campos de concentración nazis y morirían durante el holocausto. Aquella operación se llamó informalmente el Kindertransport, o sea, “transporte de niños”. El primer vuelo del Kindertransport aconteció el 2 de diciembre de 1938 y rescató desde Berlín a 200 huérfanos judíos. El último vuelo del Kindertransport aconteció en mayo de 1940.

El éxodo de menores de Cuba salvó a 14.048 niños y niñas de la hecatombe castrista. Yo fui una de esas niñas. Informalmente, el programa se denominó Operación Peter Pan. Esta es, hasta el día de hoy, la operación de rescate de niños y niñas mayor que recoge la historia. Todas las salidas fueron por avión ―por las aerolíneas PanAm, National y KLM― con destino a Estados Unidos, y el primer vuelo salió del Aeropuerto “José Martí”, el 26 de diciembre de 1960. En ese vuelo escaparon apenas dos niños cubanos.

Luego de varios vuelos semanales durante los 23 meses que duraría, la Operación Peter Pan terminó súbitamente el 22 de octubre de 1962, en el séptimo día de la gravísima Crisis de Octubre o Crisis de los Misiles, en la que Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética ―el mundo entero, en realidad― se vieron al borde de un conflicto nuclear. Esa conflagración fue el máximo deseo del megalómano Fidel Castro, según documenta la correspondencia entre el propio Castro y Nikita Jruschev, así como las memorias del líder soviético.

La coordinación del éxodo Peter Pan se dio entre La Habana, Miami y Washington DC. En Cuba, un grupo de valientes educadores y líderes católicos desarrollaron las redes (de padres y maestros) en las escuelas privadas, mayormente. El motor de estas gestiones fue James Baker, director de la Academia Ruston, una escuela estadounidense en La Habana. Colaboraron con él Sergio Giquel, ortodoncista, y su esposa Serafina, quienes mantenían “archivos dentales” de los futuros Peter Pan en su consultorio; Frank Finlay, presidente de la KLM en Cuba, y su esposa Berta, exprofesora de la Ruston; y la británica Penny Powers.

Polita Grau, Albertina O’Farrill y 
Ramón “Mongo” Grau Alcina (sobrino del expresidente de Cuba, Ramón Grau San Martín) tomaron la batuta de la Operación más adelante. Polita, Ramón y Albertina fueron acusados por el régimen de ser agentes de la CIA, y condenados a 30 años de cárcel. Polita, por ejemplo, cumplió 14 de esos 30 años.

En Miami, el alma y el cerebro del éxodo ―y de la relocalización de miles de niños y niñas en orfelinatos católicos a lo largo y ancho de la nación― fue un sacerdote católico ―más adelante, monseñor― que había emigrado de Irlanda: el padre Bryan O. Walsh. Walsh era en aquel momento director ejecutivo del Buró Católico de Bienestar, y conformó con el programa de Bienestar de los Niños lo que fue el Programa de Niños Cubanos. El Buró Católico fue autorizado por el Departamento de Estado a procesar las visas de estudio y notificar a los padres en Cuba que la documentación de sus hijos estaba resuelta y que podían viajar a Miami. A Bryan Walsh, que narra toda esta epopeya en Cuban Refugee Children, ca. 1971, se le debe el éxito de este rescate.

James Baker viajó a Miami por primera vez en preparativos de la operación rescate a mediados de diciembre de 1960, y se entrevistó con Walsh el día 12. En esa reunión pactaron una estrecha colaboración. Se sentaron las bases de donaciones de empresas privadas, como la Esso Standard Oil (estadounidense) y Shell Oil Company (británica). Miembros de la Cámara de Comercio de EE. UU. en La Habana, ahora en Miami, fueron parte de ese esfuerzo recaudatorio, y ayudaron al intercambio de cartas y documentos, a través de valija diplomática.

El 2 de diciembre de 1960, la administración del presidente Dwight Eisenhower asignó fondos especiales (al principio, 1 millón de dólares) para asistencia a los refugiados cubanos y se fundó el Centro de Refugiados Cubanos en Miami, “el Refugio”. De ese fondo salieron los primeros presupuestos para el programa de niños refugiados. El Buró Católico se ocupó de los niños católicos, la mayoría; el Buró de Servicios a la Infancia se encargó de asistir a los niños de fe protestante, y el Servicio Judío de Familias y Niños se ocupó de los niños judíos, que fueron los menos.

El 15 de diciembre, un grupo de estos empresarios le trajeron al padre Walsh una carta de James Baker con los primeros 125 nombres de niños cubanos listos para salir solos de Cuba una vez sus visas de estudio se recibieran en Cuba. Comenzaba el gran éxodo. Más de 130 agencias de las Caridades Católicas en todo el país se unieron al esfuerzo. Walsh y sus colaboradores establecieron un sistema de espera en el aeropuerto de Miami de los vuelos diarios que llegaban de La Habana. Desde el inicio establecieron una relación colaborativa con los oficiales del Servicio de Inmigración y Naturalización en el aeropuerto para identificar y recibir a los niños que venían solos. Con el condado Dade y con la arquidiócesis de Miami, se habilitaron los refugios en las antiguas barracas de Kendall y el campamento Matecumbe, que fungía de campo de recreo de verano para jóvenes.

Aunque ya el Buró Católico tenía bajo su custodia a unas cuantas docenas de niños cubanos de la comunidad de refugiados, atendidos por varias comunidades de monjas en el downtown de Miami, y en una casona propiedad del industrial Mauricio Ferré (años después alcalde de Miami) puesta a la disposición de Walsh, no fue hasta el 26 de diciembre que los primeros niños arribaron a Miami a través del programa. Los hermanos Sixto y Vivian Aquino llegaron en el segundo vuelo del día en la aerolínea National. Comenzaba oficialmente la Operación Peter Pan.

El 28 llegaron dos más, seis el día 30 y doce el 31. Nunca en su historia el gobierno de Estados Unidos había costeado un programa para niños refugiados. La emisión de visas de estudio para los niños que Jim Baker y su grupo estaban identificando en Cuba se demoraba demasiado. La Operación Peter Pan se vio al borde de la cancelación cuando EE. UU. rompió relaciones con Cuba, y comenzó el cierre de su embajada en La Habana. Durante el mes de enero 1961, y mientras pequeñísimos grupos de niños llegaban a Miami, se montó un operativo de salidas a través de Kingston, Jamaica, con la aerolínea KLM, en colaboración con la arquidiócesis de Kingston y la aprobación del gobierno británico.

Es en estos momentos que surge la idea de emitir documentos de exención de visa ―en vez de visas de estudio― para los niños cubanos de entre seis y 16 años de edad. Menores de entre 16 y 18 años también recibieron dichas exenciones, con verificación previa de nombres y fechas de nacimiento. El Departamento de Estado y el Departamento de Justicia de EE. UU. colaboraron en aprobar el sistema de exención de visas.

Hubo que resolver, también, la ubicación escolar de los recién llegados. Para ello se reclutó un equipo de educadores cubanos ya exiliados en Miami, que estaba encabezado por James Baker y su esposa Sibyl. Lo integraban también monjas dominicas (de las Dominicas Americanas de Cuba) que se habían exiliado. Se fundó una escuela “cubana” en el Hogar para Niños Cubanos; algunos niños asistirían después a la secundaria Archbishop Curley, y a la primaria de la parroquia Sts. Peter & Paul.

De poquito a poquito, para no levantar muchas sospechas en La Habana, fueron llegando los niños y las niñas cubanas. El campamento Matecumbe y las barracas en Kendall se fueron llenando al tiempo que Walsh desarrollaba una red nacional de parroquias católicas, que pusieron a disposición de Caridades Católicas y el Buró Católico de Miami los orfelinatos para niños y niñas y su red de familias sustitutas ―casi todas estadounidenses― en 35 estados de la Unión: Nuevo México, Nebraska, Delaware, Indiana, Colorado y Florida, entre otros.

Noventa y cinco agencias de bienestar social gestionaron esta relocalización. De los 14.048 menores de edad que salieron solos de Cuba en esos 23 meses, 6.584 se ubicaron con amistades de la familia o parientes ya establecidos en EE. UU.; 7.464 quedaron bajo la protección del Programa de Niños Cubanos del Buró Católico y demás agencias protestantes y hebreas. Es importante notar que, si bien la mayoría de los menores eran de familias de la clase media, también se rastrearon barrios más pobres al menos en La Habana para identificar las necesidades de esos padres y madres respecto a su prole. Y para desmentir la propaganda, entre los 14.048 menores de edad hubo no solo niños y niñas hispanodescendientes, sino también menores de edad afrodescendientes y de origen asiático.

Más de 14.000 menores de edad en 23 meses: un cálculo de 610,8 niños por mes, o 140 semanales en el transcurso de 100 semanas. Si bien no ocurrió de esa manera matemáticamente perfecta, lo cierto es que ocurrió. Y también para desmentir la propaganda: nadie nos secuestró. Nuestros padres tomaron la desgarradora decisión de enviarnos solos al extranjero, de ponernos a salvo de la hecatombe comunista. No hay manera exacta de agradecer el sacrificio de esa generación. Hicieron historia. Nos hicieron libres. Descansen en paz.

*Tomado de Cubanet.

Tuesday, December 22, 2020

Ha muerto Agapito Rivera Milián


NOTA DEL COMITE INTERNACIONAL DE EX-PRESOS POLITICOS CUBANOS

Con profunda tristeza y dolor damos a conocer el fallecimiento de nuestro hermano del Presidio Político Cubano Agapito “El Guapo” Rivera Milián. Agapito a pesar de ser un humilde campesino no se dejó engañar por las falsas promesas del castrismo y desde muy temprano se lanzó a luchar, con las armas en la mano, a la tiranía, pues se dio cuenta que con el régimen socialista que se veía venir no habrían posibilidades de progreso.
Estuvo alzado en la zona norte de las provincias de Las Villas y Matanzas durante 3 años hasta que fue hecho prisionero gravemente herido el 21 de noviembre de 1963. Permaneció en prisión hasta el 11 de mayo de 1988 cuando fue sacado del Combinado del Este y llevado hasta el avión que lo traería al exilio.
Agapito “El Guapo” Rivera falleció hoy en el Palmetto Hospital de Hialeah luego de ser trasladado desde el Kendall Hospital donde se estuvo ingresado por algunas semanas por presentar problemas en una de sus piernas donde había recibido una de las 4 heridas de bala cuando fué hecho prisionero.
Aún no hay noticias sobre los arreglos funerales.
Hasta sus familiares llegue nuestro mas sentido pésame.
Descanse en paz uno de los mas valientes guerreros que se enfrentaron a la tiranía castrista.
CIEPPC.


Nota de Pedro Corzo

Homenaje a Agapito Rivera Milián "El Guapo"
El Guapo.
La resistencia cubana contra el totalitarismo ha tenido personalidades notables, cada una de ellas con características muy propias que la distinguen de un conjunto numeroso de hombres y mujeres que se entregaron devotamente a sus convicciones.
Por suerte, es posible diferenciar unos sin restarle relevancia a otros. Cada uno cumplió a plenitud con su deber en un espacio muy propio, siendo ese el caso de Agapito Rivera Millian, un guajiro cubano de pura cepa, de un coraje excepcional, ya que sus propios compañeros de guerrilla, todos de naturaleza intrépida y valor indiscutible, le nominaban “El Guapo”.
Agapito, acaba de partir. Era un hombre sencillo, de acento y voz fuerte, educado y respetuoso. Un conversador excelente que cautivaba a la audiencia con su charla. Lo conocí en la cárcel de Santa Clara en el verano de 1964, cordial, amable con un rosario de heridas que había sufrido en los diferentes combates que sostuvo con las huestes de la dictadura.
El amigo, el hermano que recuerdo, tenía un sentido común más acentuado que la mayoría de los académicos que gustan enseñarle a sus estudiantes sobre el socialismo y la distribución de las riquezas. En la cárcel, también en el destierro, con frecuencia nos contaba porque se había alzado contra la Revolución cuando el discurso principal de ésta era su defensa de los humildes y el procedía del sector más desposeído de Cuba, los campesinos sin tierra.
Decía, “yo no tenía nada de nada, ni una bicicleta, pero cuando vi que al bodeguero le quitaron la tiendecita que había levantado con tantos esfuerzos y que al guajiro le quitaban el pedacito de tierra que trabajaba de sol a sol, me dije, Agapito, a esa gente le quitan lo que han hecho y a ti te están robando la esperanza de tener una vida, digna, así que, a combatir este gobierno, y eso fue lo que hice y hare hasta el último día de mi vida.”
Agapito era un hombre de origen humilde como la mayoría de los que enfrentaron al régimen castrista. Para apreciar las injusticias lo que se necesita es bondad de corazón y a él como a la inmensa mayoría de los que enfrentaron al régimen le sobraba lo que a la nueva tiranía le faltaba.
Tenía 24 años cuando se fue al monte en noviembre de 1960. Combatió en la zona norte de Las Villas hasta las proximidades de la ciudad de Colon en Matanzas, bajo el mando de José Martí Campos, “Campito”, un legendario guerrillero que había luchado contra el régimen de Batista y rápidamente se percató que el orden que había ayudado a imponer conduciría a Cuba al infierno.
Agapito, fue uno de los guerrilleros que por más tiempo combatió al régimen totalitario. Durante tres años rompió cercos, venció emboscadas, soporto ofensivas de miles de efectivos militares portadores de las armas más sofisticadas de la época y con un suministro de recursos prácticamente inagotable. El número de los enemigos siempre fue superior y su logística operacional eficiente. Siempre opero en llanos, nunca en montañas, la geografía al igual que otros muchos factores le fueron adversas, resulto herido en varias ocasiones y perdió en combate o ante el paredón de fusilamiento a dos hermanos y a nueve primos hermanos.
El mejor respaldo con el que contaron los guerrilleros fueron los campesinos humildes que también fueron testigos de cómo el régimen les robaba las esperanzas de una vida mejor. Esos campesinos, contaba Agapito, eran recluidos en campos de concentraciones como La Sierrita y Cinco Palmas para que no siguieran apoyando a la guerrilla, desde donde muchos fueron enviados a construir los tristemente conocidos Pueblos Cautivos.
El Guapo llego a su final como guerrillero en noviembre de 1963, fue apresado porque recibió numerosas heridas en su último combate donde cayeron amigos y familiares. Cumplió largos años de cárcel con la misma entereza que empuño el fusil browning en los llanos cubanos, fue un símbolo en la guerrilla y también lo fue en el exilio, cuando supe de su muerte y se lo comenté a mi esposa, ella me dijo, imagino cómo te sientes porque ese hombre era para todos ustedes muy representativo, era una referencia en la lucha por la democracia en Cuba.
El mismo cuenta cómo fue su captura, “Rompiendo uno de estos cercos traté de entrar a un pequeño monte donde me hirieron a sedal en el brazo derecho, retrocedí hasta el campo de caña donde intente auxiliar a mi hermano que estaba herido de varios balazos y le pido que se retire mientras sea posible, cuando traté de cruzar una cerca fui herido de nuevo en el brazo, ahí cayó gravemente baleado, Mario Eusebio García Molina, “Mayito”, quien murió poco después a consecuencia de las heridas, seguí corriendo bajo una virtual lluvia de balas con mi fusil ametrallador browning en el brazo izquierdo, cuando estaba entrando a un campo de caña me hieren en las dos piernas, ignoraba que una de esas balas me había atravesado la femoral, pero milagrosamente salve la vida por un coagulo de sangre que se hizo en la herida.
No podía disparar con el fusil, me senté en la tierra, puse la browning a un lado. Saqué la pistola para defenderme cuando las milicias fueran a atraparme porque estaba seguro que me fusilarían como a tantos familiares míos, prendí un tabaco, se me acabo el agua y esperé a que llegaran, pero no fue así, perdí el conocimiento y fui arrestado".
Pedro Corzo
Periodista

Monday, December 21, 2020

Anuario de la AHCE No. 4

 


Ya está a la venta el Anuario Histórico Cubanoamericano correspondiente a este año que incluye trabajos de Gustavo Pérez Firmat, Mabel Cuesta, Ramón Fernández Larrea, Rafael Saumell, Armando de Armas, Federico Justiniani, Jesús Jambrina y un dossier que conmemora el 40 aniversario del éxodo del Mariel. Puede comprarlo accediendo aquíLa imagen de la portada fue creada por el artista Geandy Pavón.






Monday, December 14, 2020

Vigilar y censurar

 


Por Melissa C. Novo 

La deformación del público lector en Cuba, tras la Revolución, se produjo como parte de un proceso mucho más complejo de reescritura y emergencia de nuevas configuraciones de la vida pública. Surgió, en su lugar, una especie de público-masa. Aunque algunos consideren que la visión de Jürgen Habermas (y otros representantes de la Escuela de Frankfurt) es elitista, varios de sus juicios no solo son ciertos, sino que ofrecen una perspectiva crítica al respecto, siempre saludable para reflexionar y debatir. Para el filósofo alemán «el contacto con la cultura forma, mientras que el consumo de la cultura de masas no deja huella alguna, proporciona un tipo de experiencia que no es acumulativa, sino regresiva».[1] Y un panorama similar se ha dado en la isla a partir de 1959.

La ausencia, aún hoy, en el país, de una legislación definida —única— de la «política cultural» es problemática. La regencia (y vigilancia) ideológica sobre las artes ha colocado en jaque la vitalidad de la literatura (ahondando en este ámbito de manera específica), pero también ha inducido peligrosas consecuencias para el autor como individuo privado que es despojado de sus derechos.

El control gubernamental de las artes no es un fenómeno social nuevo; la denuncia de la censura y del ocultamiento deliberado de la historia, tampoco. Pero la polémica en torno a Cuba semeja una herida condenada a no sanar; sobre todo porque en las instancias gubernamentales no se reconoce, como debiera, este problema que ocurre desde el propio 1959 (demarcado en 1961) y que continúa.

Enrique del Risco Arrocha (La Habana, 1967) es una de esas voces (exiliadas, silenciadas, excluidas como autor cubano dentro de Cuba), de esos escritores que nos recuerdan la irreverencia de David y la ilusoria, aunque verdadera, fortaleza de Goliat. Es un hombre muy simpático, diestro en hacer reír ante situaciones dolorosas, lo cual te provoca más llanto y más risa. Y es un hombre serio, consecuente. Su historia, como bien él ha dicho, no constituye una excepción, sino una punzante y triste norma de la realidad cubana. La obligación de institucionalizarse para poder ser un autor en Cuba ha provocado episodios como en los que excava Enrique.

Puede ser este otro viaje tormentoso hacia un pasado que no toda persona suele enfrentar con tranquilidad, con distancia, con comprensión y, hasta cierto punto, con perdón. Y tienen toda razón para no hacerlo, porque no se trata de un acto sencillo. Sin embargo, puede Enrique, ante preguntas molestas, enseñar y denunciar y regresar a un sitio de diálogo necesario para construir un espacio verdadero o, al menos, uno más sincero.

Esta conversación con Enrique del Risco, aunque a distancia, ha sido, en derroche, cercana. Su amabilidad, y disposición para compartir sus vivencias, ayudan a contar la otra Cuba: la de la censura, la de las prohibiciones, la de la persecución y la del acoso a los escritores.   

¿Cómo ocurrió su inserción en el panorama editorial cubano y cuál era su visibilidad en el ámbito literario?

Cuando di a conocer mis escritos, primero en publicaciones periódicas como DedetéLa Hiena TristeBohemiaAlma Mater, era bastante joven. Cuando esas publicaciones desaparecieron a inicios del Período Especial seguí leyendo mis textos en diferentes lugares. Había estado entre los fundadores de la peña de 13 y 8, en el museo del municipio Plaza —de donde salieron los futuros integrantes de Habana Abierta— y seguí leyendo textos míos donde quiera que me invitaran: bibliotecas, peñas en cines (como la del Mara y la del Acapulco), teatros, galerías, museos, casas de cultura, etcétera. Fue una época muy fecunda en peñas, dirigidas en su mayoría por gente joven con la que compartía intereses comunes y diverso grado de complicidad.

No obstante, en algunas peñas, como la de mi antigua Facultad de Historia en la Universidad de La Habana, me prohibieron la entrada o sufrí algún tipo de acoso o conatos de actos de repudio. En 1993, junto con un par de humoristas más, Pedro Lorenzo y Eduardo del Llano, fundé la peña Esperando por Gutenberg, en La Madriguera de la Quinta de los Molinos, la cual mantuvimos con una frecuencia mensual durante un año. Y en 1994 un grupo de humoristas conseguimos publicar, con el auspicio de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), la revista Aquelarre. Sin embargo, semanas después nos enteramos de que la edición había sido secuestrada (aunque el eufemismo oficial en Cuba creo que es «recogida»), con intenciones de convertirla en pulpa de papel. Cuando le exigimos a la AHS una explicación nos citaron a una reunión donde se apareció la plana mayor de la UJC [Unión de Jóvenes Comunistas] (nadábamos en siglas en aquella isla: la maldita circunstancia de las siglas por todas partes). Allí, el jefe de la UJC nacional mandó a callar al presidente de la AHS de entonces, Fernando Rojas —él mismo un censor muy entusiasta que con el tiempo ha llegado a ser viceministro de Cultura—, y dejó claro que no querían ver publicada una revista satírica con textos titulados «La historia nos absorberá» o «El humor entre la libertad y el poder». O con una nota que explicaba que uno de los textos incluidos inicialmente había sido censurado por el propio presidente de la AHS. Intentamos llevar el mismo proyecto a la UNEAC [Unión de Escritores y Artistas de Cuba], pero allí también lo rechazaron.

Usted dijo en una ocasión que no creía que la Seguridad del Estado comenzara a vigilarlo por lo que escribía, ¿por qué cree que lo comenzó a hacer entonces?

Tengo la impresión de que en aquella época la Seguridad del Estado nos vigilaba a todos. O al menos a todos los que le pareciéramos mínimamente sospechosos de tener alguna independencia de criterio. Era una labor preventiva la que hacían. Para devolverte al «buen camino». De lo contrario tomarían otras medidas más serias, por supuesto.

Cuando hablo de vigilancia generalmente la pienso a partir de los años universitarios, pero, ahora que lo dices, ya desde antes la había notado. Cuando aparecieron en uno de los baños del edificio docente de mi preuniversitario unos carteles diminutos de «Abajo Fidel», en apenas una hora todos los que estábamos cerca en el momento en que descubrieron los carteles ya estábamos siendo interrogados por agentes de la Seguridad. No mucho después escribí una obra de teatro satírica sobre cuestiones internas de la escuela, la vocacional Lenin, sobre la calidad de la merienda y problemas por el estilo. «Galileo y el masarreal» se llamaba. Pues, aunque apenas se la mencioné a algunos amigos, un día vino a verme un estudiante con quien apenas tenía trato a hacerme preguntas sobre la obra. Evidentemente alguien había dado el chivatazo sobre lo que estaba escribiendo, y habían enviado a este estudiante, un tipo brillante pero manipulable, para que me hiciera un interrogatorio discreto sobre mis escritos. Él estaba a punto de entrar en la UJC y supongo que se trataba de un encargo para demostrar su lealtad. Y eso que en aquella época yo era un creyente casi absoluto en la «Revolución» y mi obra era una tontería de muchachos. Yo creo que en eso estriba el éxito de un régimen así, y la sensación de ahogo que produce: en que se toman todo, hasta lo más insignificante, absolutamente en serio.   

Llegado a la Facultad de Historia y Filosofía fui el jefe de propaganda de la FEU [Federación Estudiantil Universitaria] durante tres o cuatro años consecutivos. Y me creía cosas. Seguía siendo un creyente en la Revolución, pero, al mismo tiempo, pensaba que estaba en nuestras manos la responsabilidad de reencauzarla «por el camino correcto», como se decía entonces. Un camino diferente, no necesariamente opuesto a la dirigencia de entonces, aunque muy pronto comprobamos que el choque con ellos era inevitable. Pensábamos, por ejemplo, que podíamos recuperar la autonomía universitaria que hubo en tiempos de la República, y en una reunión llegamos a pelearnos a gritos con el ministro de Educación Superior y con el presidente nacional de la FEU, Felipe Pérez Roque, quienes nos insultaron por defender la reimplantación de la autonomía.


En la universidad todo el tiempo nos enfrentábamos a la UJC y las elecciones eran peleadas porque los de la UJC no querían que saliéramos los de la Federación, pero nuestros compañeros insistían en votar por nosotros. El mural de la FEU que yo hacía era un antecedente de mi muro de Facebook y a cada rato lo secuestraban los del Partido, los del decanato, la UJC o hasta del rectorado. Creamos un mural especial al que le pusimos «El Ágora», donde los estudiantes podían colocar sus opiniones, pero los choques que tuvimos con las autoridades universitarias y políticas por ese minúsculo espacio de libertad fueron constantes. En una reunión de la universidad se llegó a decir que nuestra facultad estaba en segundo lugar en problemas ideológicos. Al día siguiente de enterarme, y con todo el orgullo del mundo, puse en un cartel del mural: «Por fin nuestra facultad se destaca en algo: alcanzamos el segundo lugar en problemas ideológicos». En aquellos días solo se nos adelantaba la Facultad de Matemáticas, donde se acababa de crear un partido político socialdemócrata que terminó con unos cuantos presos. En otra ocasión, en medio de la campaña oficial defendiendo el unipartidismo del Partido Comunista, dibujé a un personaje con un cartel que decía: «Queremos un solo partido: Argentina-RFA», y los de la UJC volvieron a cargar con el pobre mural. Pero cuando vino la contraofensiva ideológica tras la caída del muro de Berlín, ya yo estaba alejado de mi activismo en la FEU, inmerso en la investigación de mi tesis, que versaba, precisamente, sobre el movimiento universitario de los años cincuenta.

Enrique del Risco (gafas y camisa verde). La Habana, 1993. Cortesía del entrevistado.

Cuando sus vigilantes le pidieron colaborar con ellos, ¿en qué sentido lo solicitaron? ¿Qué debía hacer? ¿Se trataba de una petición para fungir como centinela de otros escritores con los que usted se relacionaba, o algo más?

Un día se aparecieron en la esquina de mi casa; esperaron a que llegara de la universidad. Al entrar yo en la casa llamaron por teléfono diciéndome que fuera hasta la esquina: allí estaban ellos, en un Moskvitch verde, sonriendo y diciendo que montara, que aquello no era Argentina. Todavía estaba reciente el tema de los desaparecidos, así que en el acto capté la insinuación. Me informaron que al día siguiente en mi clase de Cultura Cubana aparecería un estudiante belga, de raza negra, que era en realidad un agente de la CIA con la misión de crear disturbios raciales en Cuba. Que debía hacerme amigo de él y sacarle toda la información posible. Incluso me ofrecieron dinero para que lo invitara a salir, oferta que rechacé. «¿Cómo iban a ofrecerme dinero del pueblo para que yo sacara a pasear a un agente de la CIA?», decía el comunista creyente que todavía quedaba dentro de mí.

Dije que aceptaba la «misión» para que me dejaran salir de una vez de aquel carro en el que me estaban dando vueltas. Eso sí, les advertí que nunca me pidieran información sobre ningún amigo. «Tú verás cómo te vamos a hacer un agentazo», me dijo uno de los segurosos como despedida, a lo que respondí, supongo que aterrado, pero intentando algún aplomo, que yo solo quería ser historiador. Al día siguiente estaba allí el belga, tal y como me habían dicho, pero no pasé de darle los buenos días. No tengo madera de espía. Para ningún bando. La próxima vez que me vieron me preguntaron por dos compañeros de estudios: Rafael Rojas, y Ramfis Ayús (quien murió hace años, en México), ambos estudiantes de Filosofía en aquel entonces. Les respondí que eran amigos míos y, encima, primeros expedientes en sus carreras respectivas, y les pregunté si tenían algún problema con la gente inteligente. Posteriormente me volvieron a citar, no acudí, pero no volvieron a insistir. Cuando reuní los textos de El compañero que me atiende no incluí mi experiencia en parte porque no quería ser de esos antologadores que aprovechan las antologías para incluirse en ellas y en parte porque ya en el libro había una historia muy parecida a la mía, incluso con el mismo seguroso, contada por el escritor Francisco García González, condiscípulo mío entonces y amigo de toda la vida.

No me molestaron más. Al menos no de modo visible. Sospecho que su cálculo era que, si no me podían captar, al menos hacerme saber que me vigilaban, que conocían mi dirección, mi teléfono, mi familia, con quiénes me reunía, a qué fiestas iba. Cosas así. Por supuesto esas experiencias, especialmente humillantes a esa edad, uno se las callaba de pura vergüenza, hasta que muchos años después dos de mis compañeros de grupo me confesaron que habían pasado por lo mismo. O sea, de un grupo de veintitantos estudiantes de mi curso hubo al menos tres intentos de captación más aquellos a los que sí captaron, más los miembros del llamado «Batallón UJC-MININT», estudiantes que abiertamente trabajaban para la Seguridad: te puedes llevar una idea del nivel de vigilancia al que estábamos sometidos y de la paranoia reinante. Pero de alguna manera uno se las arreglaba para actuar como si eso no existiera… hasta que las cosas se empezaban a poner serias. Y a los estudiantes extranjeros, todos de izquierda y con un pedigrí revolucionario demostrado, eran a los que más vigilaban.

Por cierto, cuando gané el Premio de Cuento 13 de Marzo, tres años después de graduarme de la universidad, en 1993, uno de aquellos segurosos estuvo presente en la premiación. Por cuestiones que son largas de contar comprendí que el jurado, al ver que mis cuentos eran un tanto heterodoxos políticamente, se había puesto en contacto con la Seguridad del Estado para que diera el visto bueno a mi premio. Querían dármelo, pero al mismo tiempo, evitar meterse en problemas. Eso explica la presencia durante la premiación del agente que me había «atendido» en la universidad, alguien que para entonces trabajaba en la Academia de Ciencias. (Porque nosotros teníamos también nuestras propias fuentes de información y de alguna manera sabíamos, por ejemplo, que antes de pasar a vigilarnos en la universidad aquel agente, «Rubén», estuvo encargado de vigilar al equipo de baloncesto en sus giras por el extranjero y que al escapársele uno de los basquetbolistas el castigo fue ponerlo a vigilarnos a nosotros).

Sus únicos dos libros publicados en Cuba son Obras encogidas (1992, Ed. Abril) y Pérdida y recuperación de la inocencia (1994, Ed. Pinos Nuevos). ¿Puede comentar cómo se produjo la publicación del primero de ellos?

Gracias a mi amigo Luis Felipe Calvo Bolaños, miembro del grupo humorístico Nos-Y-Otros, quien era corrector primero de El Caimán Barbudo y, luego, de la Editorial Abril, publiqué allí un pequeño plaquetteObras encogidas. Puro sociolismo que todavía le agradezco. Me cuenta Luis Felipe: «no hubo complicación porque fue la época de la escasez de papel (y de todo) y el plaquette vino a ser a nivel editorial ejemplo de la consigna de hacer más con menos. Lo imprimía la Editorial Abril, pero salía bajo el sello (y el filtro) del Banco de Ideas y Ediciones Poramor donde, entre otros, estaban Alex Pausides, director entonces del Caimán [Barbudo], con quien tenía buenas relaciones, y Jacqueline Teillagorry, que había sido la editora del Caballero del Miembro Encogido de Nos y Otros. Una amiga cercana».

Y la publicación de un libro en Cuba por una editorial estatal (que eran las únicas existentes) tenía un efecto curioso. Porque no importaba cuán subversivo pareciera algo. Si una instancia superior lo aprobaba, las instancias inferiores no se atrevían a cuestionarlo. Al menos en La Habana. En provincias tengo la impresión de que ocurría lo contrario: reprimían primero y después preguntaban quién lo había autorizado.

¿Cuál era la temática de los cuentos que le pidieron excluir de Pérdida y recuperación de la inocencia? ¿Cómo y quién le comunicó esa petición? ¿Qué alegaron al respecto?


Recuerdo que uno de los cuentos eliminados era una fábula sobre una zorra que daba un discurso. La zorra podía tomarse como una alegoría de Fidel Castro, pero tampoco le puse barba ni mucho menos. También eliminaron un breve test «patriótico» sobre lo que haría uno en caso de que el enemigo le tomara preso a un hijo, como le había ocurrido a Carlos Manuel de Céspedes, el «Padre de la Patria». Y creo que el otro cuento excluido era «Sin inercia», que todavía me gusta bastante y era una suerte de homenaje a «El guardagujas» de Arreola: hablaba de un país en el que los trenes llegaban siempre tarde. Luego, les dio por marchar hacia atrás, pero resultó ser que los trenes empezaron a llegar a tiempo a su destino. La solución del enigma era que el país marchaba hacia atrás a mucha más velocidad que los trenes. No obstante, cuando alguien propone hacer marchar el país hacia adelante terminan fusilándolo. Eso era demasiado para la censura de la época. También me hicieron sustituir el comienzo del cuento «Postépica» por sinónimos. De: «Nadie negará que el espíritu que animaba nuestro empeño de construir un mundo nuevo se ha esfumado», quedó así: «Ciertamente puede afirmarse que el impulso vital que antaño conducía cada uno de nuestros pasos ha sufrido algunas modificaciones». En ediciones posteriores del cuento he restituido el comienzo original, pero debo reconocer que esa retahíla de eufemismos a que me obligó la censura no deja de tener gracia.

Fue traumático que me pusieran a decidir entre eliminar esos textos y renunciar por completo al libro. Por suerte me había preparado para esa situación. Antes de la primera reunión hice mi propia lista de cuentos. La de los intocables y la de aquellos con los que me permitiría negociar. Fue como prepararme para negociar mi alma con el diablo. O más bien, para negociar con el diablo y de algún modo conseguir que mi alma saliera intacta. Así de tremendo uno se toma las cosas a esa edad, que es el único modo en que uno puede conservar cierta dignidad en tales circunstancias. Por suerte el representante del «diablo» solo mencionó cuentos de mi lista de cuentos «negociables», no de la otra.

Francisco López Sacha, jefe de la sección literaria de la UNEAC, fue quien fungió como intermediario entre el jurado y yo. El jurado nunca quiso dar la cara. Era ridículo porque López Sacha todavía no se había leído los cuentos y tramitaba aquella censura de oídas. De cualquier manera, me asombraba que Sacha consiguiera retener tantos detalles de un cuento que solo conocía de oídas. En algún momento me cansé de aquellos trámites absurdos y me aparecí en el apartamento del jefe del jurado, Ambrosio Fornet. Con esa mezcla de miedo y rabia, frecuente en cierta especie de funcionarios, me sacó de allí diciendo que no podía permitir que mi libro se convirtiera en el «pararrayos» de la colección Pinos Nuevos. Supongo que los rayos a los que aludía eran la furia del Poder, pero no lo dijo. Eso se sobreentendía. También me advirtió que por un cuento como el de Carlos Manuel de Céspedes me tocaban de dos meses a dos años de cárcel por «desacato» contra héroes nacionales y mártires. De ahí salió mi idea de escribir todo un libro con cuentos sobre la historia cubana. Una idea que a la larga se convirtió en Leve historia de Cuba.

Enrique del Risco / Foto: Cortesía del entrevistado

Usted dijo que se marchó de Cuba en 1995, entre otros motivos, por cansancio de la censura y la represión. Además de lo anterior, ¿qué otros episodios específicos de censura a su obra o castigo a su persona vivió en Cuba?

Aunque no era suicida tenía menos precauciones que otros escritores para evitar la censura. Eso explica que chocara con ella constantemente. Debo aclarar que mis años formativos en la universidad fueron, en cierta medida, excepcionales. El proceso de la perestroika en la Unión Soviética, que a Cuba llegó muy atenuado, dio paso a una permisividad como no se había conocido antes y sospecho que tampoco después. Los represores nunca dejaron de vigilar, pero ya no estaban tan seguros de qué era lo que debían reprimir. ¿Acaso lo que pedíamos en Cuba —mayor transparencia informativa, mayor libertad de expresión, apertura política y creativa— no era ya política oficial en la Unión Soviética? Trataban de intimidarnos, pero al mismo tiempo veían lo que pasaba en otros países comunistas y temían que la historia les pasara la cuenta. Debido a eso estaban un tanto más contenidos que en épocas anteriores. Por las mismas cosas que hacíamos en la universidad a finales de los ochenta habríamos sido expulsados sin contemplaciones unos años antes. O después.

Por eso fueron tan importantes los fusilamientos de Ochoa y Tony de la Guardia para nuestra generación: fue la señal, tanto para los que buscaban un cambio como para los represores, de que ya no habría espacio para ninguna veleidad reformista. En el juicio se habló todo el tiempo de narcotráfico y corrupción, pero de lo que se trataba era de restablecer las reglas del totalitarismo. A sangre y fuego. Y dejar claro que nadie estaba exento de represalias. Ni siquiera los Héroes de la República de Cuba. O los Ministros del Interior.

Pero ya a principios de los noventa era imposible retroceder a la sociedad hipercontrolada anterior a la perestroika. En parte por lo que acabábamos de vivir. En parte porque el Estado no tenía los medios con que contaba antes para imponer su control. La censura, al menos en La Habana, se hizo algo más sutil. Cosas inaceptables en televisión podían permitirse en teatro. Por ejemplo, mi monólogo «Plegaria a San Zumbado» lo pude colar en un festival en el Mella como homenaje al humorista Héctor Zumbado, y a partir de ahí lo representaron en teatro algunos de los mejores actores del país (Osvaldo Doimeadiós, Luis Alberto García, Carlos Ruiz de la Tejera, etc.). Sin embargo, cuando Carlos Ruiz de la Tejera grabó el monólogo para televisión, lo sacaron del aire a última hora, sustituyéndolo por un monólogo de otro autor. Esa misma noche el propio Carlos me llamó para disculparse.

Con el grupo 30 de febrero, que integré junto a Armando Tejuca y Jesús Castillo, hice varias exposiciones que combinaban la gráfica, la instalación, el chiste textual y el performance («Tarequex 91» en la sala Juan David, «Del Bobo un pelo» en el Museo 9 de abril y varios periódicos murales que bautizamos como «aquelarres» —en la Universidad de La Habana, en la CUJAE, en el teatro Mella) que terminaron (o empezaron) censuradas. Un día teníamos programada una expo en el Museo del Humor sobre juegos infantiles, pero con trasfondo satírico, y Tejuca, el pobre, se negaba a salir para San Antonio de los Baños porque estaba cansado de que nos censuraran todas las exposiciones. A duras penas pude convencerlo de que fuéramos, y esa vez, por variar, no hubo censura. En otra ocasión Castillo, Tejuca (que eran ingenieros civiles) y yo llevábamos una maqueta de arquitectura reconvertida en parodia de un campo de entrenamiento para las milicias al teatro Mella, para presentarla a un festival de humor. Ni siquiera conseguimos entrar en el teatro. El presidente de la AHS, Fernando Rojas, decidió en la misma entrada que nuestra maqueta no podría ser parte de la expo del festival.

Al graduarme, opté por un puesto de historiador en el cementerio Colón, como una especie de autocastigo preventivo: busqué un puesto más bien indeseable para no exponerme a que me estuvieran amenazando con despedirme. ¡Más bajo no podía caer! Trabajo en el cementerio era precisamente lo que les ofrecían a muchos de los que salían de prisión. Eso me dio bastante libertad para hacer lo que hacía. Porque lo difícil es encontrar un momento en aquellos años en que no sufriera algún tipo de amenaza o censura. Pero ¿con qué me iban a amenazar? ¿Con privarme de mi sueldo de dos dólares al mes? A veces la censura era discreta como cuando vendieron la edición de Pérdida y recuperación de la inocencia a ocho dólares el ejemplar —eso era cuatro veces el salario mensual promedio de cualquier trabajador. El libro no lo censuraron oficialmente, pero solo estaba al alcance de turistas que se irían pensando que en Cuba había libertad de expresión.

A veces las amenazas eran indirectas como cuando presenté Obras encogidas en una galería de Isla de la Juventud y, luego de la presentación, estuvieron a punto de despedir a la galerista. Por suerte, ella no se dejó intimidar y sus superiores renunciaron a expulsarla. De cualquier manera —insisto—, mi caso no era especial. Lo hacían con todo el mundo, todo el tiempo. Hasta doblegar a la gente o convertirla en paria. La única manera de escapar a esa disyuntiva fue yéndome de Cuba.

Una vez que sale usted de Cuba era previsible —por cómo ha actuado tradicionalmente el poder gubernamental— que dejara de figurar o de ser visibilizado como un escritor cubano. Pero, ¿ha conocido, además del silencio y el borrado de memoria, alguna acción concreta para demeritarlo dentro de la isla? 

Antes de salir de Cuba trabajaba en el guion de una película más bien horrenda a la que había aportado el protagonista y una buena cantidad de ideas, pero lo cierto es que mi nombre nunca apareció en los créditos, algo que agradezco, y que es esa una de las tantas muestras de borrado automático que se practica allá. En ese sentido he tenido suerte: dos editores de provincias desafiaron a su cuenta y riesgo ese ninguneo automático para incluir textos míos en dos diferentes antologías dentro de la isla. Ambos editores me prometieron tratar mis textos con respeto y que no los harían parte de ninguna maniobra de blanqueo de memoria, y así lo hicieron. Porque si triste es que te borren de la memoria cultural de ese país, más triste es que te usen para maquillar esa misma máquina de exclusión que es la cultura oficial en la isla.

En cambio, cuando Cuba fue invitada de honor a la feria de Guadalajara en el 2002, la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica quiso crear una antología de cuentos cubanos con independencia del lugar de residencia de los autores o sus opiniones políticas. Cuando ya se habían seleccionado los textos, el régimen cubano aprovechó la muerte de uno de los antologadores, el escritor Jesús Díaz, para conseguir que un grupo de autores, entre ellos yo, fuéramos excluidos de la antología. Si eso lo consiguieron con una editorial mexicana, ¿qué no podrán conseguir dentro del país?

No hace mucho el poeta Oscar Cruz me pidió un texto para el número 12 de La Noria, la revista que publica en Santiago de Cuba y, luego, me enteré de que toda la edición había sido secuestrada. No creo que mi texto haya sido el motivo principal: en el índice de ese número aparecen varios autores que vivíamos fuera del país y ninguno era muy complaciente con Aquello. Por otra parte, si en el Diccionario de la Literatura Cubana de 1980 ignoraron la existencia de un autor como Guillermo Cabrera Infante, y en el de la música cubana de Helio Orovio sacaron la ficha de Celia Cruz, no sorprende que EcuRed, la Wikipedia local, haya heredado ese espíritu de exclusividad. En EcuRed me tratan con bastante consideración, pero a otros autores o los ignoran o los maltratan inmisericordemente. (Saliéndonos del campo literario, debo recordar que Roberto Robaina, siete años presidente de la UJC y seis años ministro de Relaciones Exteriores y, luego, defenestrado del puesto de canciller, no tiene ficha en la citada EcuRed). Mientras los que pretenden dirigir la cultura cubana mantengan esa actitud matona y rencorosa, mientras sigan pensando que la cultura existe para alabar al poder o disimular sus desmanes, lo más vivo y activo de la cultura nacional, que suele ser siempre lo más crítico, va a seguir quedando fuera.

Notas:

[1]: Habermas, J. (1994). Historia y crítica de la opinión pública (A. Doménech, Trad.; Cuarta edición). Editorial Gustavo Gili, S. A.


Tomado de El Estornudo

Conversatorio sobre Reinaldo Arenas



El pasado lunes 7 de diciembre de 2020, en ocasión del 30 aniversario de la muerte del escritor Reinaldo Arenas, se realizó un conversatorio con artistas e intelectuales que lo conocieron o han estudiado e investigado su vida y obra. Aquí les ofrecemos los videos que recogen el evento. La primera parte está dedicada a los testimonios de primera mano y la segunda abre espacio para la conversación entre los testimoniantes y resto de los asistentes. Esperamos que lo disfruten.







Sunday, December 13, 2020

Fallece el expreso político cubano Orlando Lima

 

Diciembre 10, 2020. Fallece en el Saint Mary Hospital de Hoboken, NJ. el expreso político cubano Orlando Lima Hernández. 
Natural de Aguada de Pasajeros en Las Villas. Condenado a 20 años de prisión política en la Causa 928/ 1965 de Santa Clara después de haber estado cerca de dos años sin condena entre 1962-1963. Miembro fundador de la Asociación de Expresos Políticos Cubanos NY,NJ. CT. del Foro Cívico Cubano y de la OCU (Organizaciones Cubanas Unidas). Lima estuvo ingresado con el COVID-19 pero ya había sido dado de alta siendo ingresado posteriormente por problemas cardiacos, padecimiento que le ocasionó la muerte. Para su esposa Nena y dos hijos junto al resto de la familia nuestro pésame ante el fallecimiento de tan valioso hermano de lucha.

Wednesday, December 9, 2020

Homenaje a Reinaldo Arenas en Nueva York: reivindicación de la poesía y la libertad*

 Homenaje a Reinaldo Arenas en Nueva York. Foto: Armando Lucas Correa

“Sé que más allá de la muerte/está la muerte,/Sé que más acá de la vida/está la estafa./Sé que no existe el consuelo,/que no existe/la anhelada tierra de mis sueños ni la desgarrada visión de nuestros héroes”…

El narrador cubano Enrico Del Risco había escuchado antes el poema de Reinaldo Arenas (1943-1990), pero nunca le “sonó tan demoledor” como la noche de este lunes 7 de diciembre, año de la pandemia.

Del Risco y otras veinte personas se reunieron en Manhattan, frente al edificio del 328 West 44th Street, para celebrar a 30 años de su muerte allí, la vida y la obra de Arenas.

“Entre ellos estaba el novelista Armando Correa, el poeta Joaquín Badajoz, el fotógrafo Javier Caso, el dramaturgo y cineasta Iván Acosta, que también fue amigo personal de Arenas y contó cómo le ayudó a instalarse en Nueva York, conseguir el apartamento; la mayoría eran cubanos jóvenes, lectores de Arenas, admiradores de su obra”, dijo a ADN Cuba el autor de Turcos en la niebla.

Leyeron fragmentos, que cada uno había seleccionado, de las memorias y poemas del escritor que no cabía en la Cuba comunista, y responsabilizó al mismo Fidel Castro de su trágico final.


“La mayoría de los que estábamos ahí habíamos asistido a las manifestaciones en apoyo al Movimiento San Isidro y al 27N en esta ciudad, pero este fue un encuentro con un tono muy distinto”, explicó Del Risco.

“Fue un homenaje al escritor, al poeta, a la libertad con que condujo su vida. Alguien que no intentaba ser libre a través de la oposición política y el exilio sino más bien al contrario: terminó siendo disidente y exiliado porque era esencialmente libre”.

El autor entrevistado por este medio cree que es la primera vez que a Reinaldo Arenas le hacen un homenaje así, pero no querían dejar pasar la oportunidad tratándose del 30 aniversario.

Enrique Del Risco quiso “aprovechar para mostrarle a un grupo de cubanos ese pedacito de Nueva York, que de alguna manera nos pertenece”.

Escritor Armando Correa.


De todo lo sucedido la noche de este lunes, además de encontrarse con la buena gente que acudió a su invitación, a Del Risco se le quedó grabado el momento en que una muchacha muy joven leyó el poema Introducción del símbolo de la Fe, “una reivindicación de la poesía y de la libertad”.

 

Sé que más allá de la muerte
está la muerte,
Sé que más acá de la vida
está la estafa.
Sé que no existe el consuelo,
que no existe
la anhelada tierra de mis sueños ni la desgarrada visión de nuestros héroes.
Pero
te seguimos buscando, patria,
en las tradiciones del recién llegado
y en las mentiras del primer cronista.
Sé que no existe el refugio del abrazo
y que Dios es un estruendo de hojalata.
Pero
te seguimos buscando, patria,
en las amenazas del nuevo impostor
y en las palmas que revientan buldoceadas.
Sé que no existe la visión
del que siempre perece entre las llamas,
que no existe la tierra presentida
Pero
te seguimos buscando, tierra,
en el roer incesante de las aguas,
en el reventar de mangos y mameyes,
en el tecleteo de las estaciones
y en la confusión de todos los gritos.
Sé que no existe la zona de descanso,
que faltan alimentos para el sueño,
que no hay puertas en medio del espanto.
Pero
te seguimos, buscando, puerta,
en las costas usurpadas de metralla,
en la caligrafía de los delincuentes,
y en el insustancial delirio de la conga.

que hay un torrente de ofensas aún guardadas
y arsenales de armas estratégicas,
que hay palabras malditas, que hay prisiones
y que en ningún sitio está el árbol que no existe.
Pero
te seguimos buscando, árbol,
en las madrugadas de cola para el pan
y en las noches de cola para el sueño.
Te seguimos buscando, sueño,
en las contradicciones de la historia,
en los silbidos de las perseguidoras
y en las paredes atestadas de blasfemias.

que no hallaremos tiempo,
que no hay tiempo ya para gritar,
que nos falla la memoria,
que olvidamos el poema, que, aturdidos,
acudimos a la última llamada
(el agua, la cola de cigarro).
Pero
te seguimos buscando, tiempo,
en nuestro obligatorio concurrir a mítines,
funerales y triunfos oficiales,
y en las interminables jornadas en el campo.
Te seguimos buscando, palabra,
por sobre la charla de las cacatúas
y el que vendió su voz por un paseo,
por sobre el cobarde que reconoce el llanto
pero tiene familias... y horas de recreo.
Te seguimos trabajando, poema,
por sobre la histeria de las multitudes
y tras la consigna de los altavoces,
más allá del ficticio esplendor y las promesas.
Todo eso lo sé.
Pero te seguimos buscando, dicha,
en la memoria de un gran latigazo
y tras el escozor de la última patada.
Te seguimos buscando, tierra,
en el fatigado ademán de nuestros padres
y en el obligatorio trotar de nuestras piernas.
Te seguimos buscando, calma,
en el infinito gravitar de nuestras furias,
en el sitio donde confluyen nuestros huesos,
en los mosquitos que comparten nuestros cuerpos,
en el acoso por sueños y aceras,
en el aullido del mar,
en el sabor que perdieron los helados,
en el olor del galán de noche,
en las ideas convertidas en interjecciones ahogadas,
en las noches de abstinencia,
en la lujuria elemental,
en el hambre de ayer que hoy hambrientos condenamos,
en la pasada humillación que hoy humillados denunciamos.
En la censura de ayer que hoy amordazados señalamos,
en el día que estalla,
en los épicos suicidios,
en el timo colectivo,
en el chantaje internacional,
en el pueril aplauso de las multitudes,
en el reventar de cuerpos contra el muro,
en las mañanas ametralladas,
en la perenne infamia,
en el impublicable ademán de los adolescentes,
en nuestra voracidad impostergable,
en el indolente estruendo de la primavera,
en la ausencia de Dios,
en la soledad perpetua
y en el desesperado rodar hacia la muerte
te seguimos buscando
te seguimos
te seguimos.


Tomado de ADNCuba.