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Carlos Ripoll circa 2010 |
Por Eduardo Lolo
El tiempo verbal del pretérito se me enreda, rebelde, en la lengua, cuando trato de hablar sobre Carlos Ripoll. Y es que a casi un año del fogonazo de desesperanza con que cercenara lo poco que le quedaba de vida, me resisto a pensar en él solamente en el pasado. Y no hay nada de místico en mi insubordinación temporal. Ripoll me sigue saludando diariamente desde sus libros, siempre visibles en mis libreros o a horcajadas sobre mi mesa de trabajo. Es más, a cada rato lo sorprendo deambulando entre los volúmenes de las Obras Completas de José Martí, devoto e inquisitivo. Y hasta en mis propios libros de vez en cuando me hace un guiño cómplice desde una cita o una nota al pie de página. Desde 1971 hasta el 2011, Ripoll desarrolló la más profunda, seria y honesta labor de investigación, análisis, reivindicación, interpretación y divulgación de la vida y la obra de José Martí debida al esfuerzo de una sola persona. De ahí que me atreva a asegurar que al igual que no hay Cuba sin Martí, hoy en día no hay Martí sin Ripoll, convertido en el guía ideal para escrutar la “mina sin acabamiento” de la que hablaba Gabriela Mistral refiriéndose a la obra martiana
En efecto, durante los 40 años señalados, nadie aportó tanto a los estudios de la obra y la vida de José Martí como Carlos Ripoll. En el verano de 1971 aparecería su primer libro de tema martiano; en agosto del 2011 daría los toques finales al último, que no vería impreso. En las cuatro décadas que median entre uno y otro, no hay faceta en la vida de Martí ni palabra de su pluma fecunda que Ripoll no analizara, indagara, interpretara y estudiara con respeto y admiración palpables, pero sin menoscabo de la seriedad y la objetividad que es de esperarse de todo intelectual que asuma seriamente su condición de tal. Sus entregas de estudios martianos tuvieron un desarrollo lógico y concatenado. Miradas de conjunto, ofrecen una visión de unidad y causalidad, sin la cual no podría comprenderse su obra póstuma en su integridad.
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Carlos Ripoll, su esposa Herminia, Ángel Cuadra y Eduardo Lolo en 2001 |
La necesidad de objetivizar tanto la vida de José Martí como el estudio de su obra es algo que pedían a gritos palmas y arroyos, arenas y montañas criollas. Octavo R. Costa, que tanto sabía del sangrar histórico de Cuba, comentó al respecto:
…uno de nuestros errores –con el que incurrimos en una de las tantas maneras de engañarnos– es la de creernos que sabemos mucho de Martí, que su vida no tiene secretos para nosotros, que nos tenemos muy aprendida su magna obra y que, en consecuencia, somos unos perfectos martianos.
Y eso no es así. Si lo fuera, si hubiéramos aprendido la lección de su vida, si hubiéramos asimilado especialmente su pensamiento político, si hubiéramos pautado nuestra conducta con la tabla de valores morales que aparecen en cuanto escribió, no hubiéramos perdido la república. […] Martí, en el mejor de los casos, era una anotación patriótica, una leyenda desprendida de unas olvidadas páginas de la historia, un mito que se había inventado y que contemplábamos de lejos, con el inconsciente temor de acercarnos a él.
Carlos Ripoll logró vencer ese temor inconsciente y se dio a la tarea, no exenta de peligros e incomprensiones, de desmontar el mito en busca del hombre, en todas sus aristas. Toda mitología, por su condición de antípoda de la realidad, es perfecta e incuestionable; de ahí que la pueblen semidioses y otros seres sobrenaturales. La historia, por constituir el otro segmento de la dicotomía, es todo lo contrario: imperfecta y cuestionable, ya que es obra humana en su totalidad. Consecuentemente, cuando la historia se vuelve mito la práctica histórica deviene en rito o representación, pues perdidas las dudas y la espontaneidad de la realidad, la historia se deshumaniza –distanciándose de forma inexorable del hombre de carne y hueso–, ya que la sublimización del pasado provoca que la lejanía en el tiempo nos haga extranjeros en nuestra propia tierra.
Carlos Ripoll, con la acentuada objetividad de sus estudios, trató de recuperar la historia para nuestra realidad mediante la inserción de la realidad en nuestra historia, en lo que pudiera constituir un nuevo punto de partida (o de llegada) en la historiografía cubana. Para lograrlo en un principio, se dedicó a estudiar profundamente no solamente la obra de Martí, sino la bibliografía martiana debida a la creación de quienes le precedieron en el intento. Pero dicho estudio rebasó su condición de acumulación de información y conocimientos para devenir en dos libros que se convertirían en obras de consulta obligatoria para los martianistas que le siguieron: Archivo José Martí. Repertorio crítico. Medio siglo de estudios martianos y el Índice universal de la obra de José Martí, ambos de 1971. A partir de esas dos entregas, Ripoll comienza un estudio de la obra y la vida de José Martí que lo lleva a descubrir y dar a conocer no sólo escritos martianos desconocidos en el siglo XX –hasta entonces perdidos en páginas amarillas de tiempo en hemerotecas somnolientas–, sino aspectos de su vida ocultos o escamoteados por historiadores inescrupulosos o temerosos de la verdad: los primeros, para hacer de Martí un cómplice de tiranos; los segundos, para ocultar por recelo lo que consideraban pudiera manchar el mármol histórico de su sacrificio.
Ripoll salió al paso de unos y otros. De la vida martiana poco le faltó por conocer. Indagó sus amistades y enemistades, sus admiradores y detractores, sus amores y desamores, sus éxitos y fracasos. Gracias a investigaciones de tintes más detectivescos que académicos, Ripoll descubrió relaciones, domicilios y viajes desconocidos del quehacer histórico e íntimo de Martí, dando a la luz lo que el clandestinaje conspirativo independentista o los patrones morales de la época mantuvieron en secreto (aunque fuese a voces) durante siglo y medio. Las pistas originales a seguir fueron múltiples y a veces aparentemente inocuas: la dedicatoria de un libro, una abreviatura calzando un poema, una oscura referencia en una carta que aclara otra fuente, etc. Ripoll fue re-viviendo la vida de Martí paso a paso, escarbando en su entorno, ‘hablando’ con quienes lo conocieron. No hay tema o hito vivencial de Martí que Ripoll no explorara concienzudamente: la política, las finanzas, las dolencias físicas y síquicas, las alegrías y las penas, los aciertos y desaciertos, los alcances y limitaciones de Martí fueron desempolvados de tiempo y mostrados en público con respeto pero sin escamoteos ni interpolaciones anacrónicas. Ripoll comprobó que Martí, a pesar de sus posibles o incuestionables defectos, seguía siendo lo mejor que había producido Cuba en toda su historia; no necesitaba ser perfecto para ser grande, pues en definitiva la grandeza, combinada con la imperfección inherente a la vida humana, se empina aún más: el mármol que vence a la carne de la cual es mímesis se hace más sólido y brillante todavía.
A manera de ilustración veamos estos ejemplos: Ripoll detectó que había espacios temporales vacíos en la estancia de Martí en Nueva York. Aunque oficialmente este vivía en la casa de huéspedes de María Mantilla (con quien tendría la más estable y prolongada relación amorosa de su vida), los textos biográficos conocidos tenían evidentes lagunas. Por la fecha y las iniciales calzando un poema, Ripoll descubrió la existencia de un viaje martiano clandestino a Cayo Hueso. Y no hay nada de raro en ello: el clandestinaje constituye un elemento básico de toda conspiración; pero, aunque entonces el viaje de ida y vuelta de New York a Key West tomaba mucho más tiempo que ahora, no alcanzaba a cubrir por completo el lapso temporal no documentado en la estancia neoyorquina de Martí. Viajes más cortos a zonas cercanas quedaban del todo comprobados por notas, cartas y/o sueltos noticiosos. Si Martí no había salido de Nueva York, ¿dónde había estado viviendo? Emprendió entonces Ripoll un camino de investigación virgen hasta entonces: desechó a José Martí como objeto de indagación y se dedicó a seguirle la pista a sus seudónimos. Y gracias a una minuciosa lectura de los censos de población y vivienda de la época, descubrió que Martí llegó a tener, bajo nombres que se sabe por él utilizados, otros domicilios en Nueva York, hasta entonces ocultos a la historia. De ello pudiera inferirse que Martí no solamente intentó burlar a los espías del gobierno colonial español que lo asediaban, sino a las propias autoridades estadounidenses, ya que algunas de sus actividades eran, a la par que patrióticas para los cubanos, ilegales para el país que lo acogía, en extraña aleación en que el patriota se vuelve ‘oficialmente’ delincuente obligado por las condiciones y circunstancias donde desarrolla su patriotismo. Ilustran lo anterior los pormenores del fracaso del llamado Plan de La Fernandina. Ripoll llega a dominar de manera tal la vida y el entorno histórico martiano que no duda en desmentirlo cuando descubre o interpreta que no habla con propiedad, pues ni siquiera el mismo Martí se salva del bisturí indagatorio de Ripoll en busca de la verdad total. En efecto, sin mermar su admiración y su respeto por el ente investigado, Ripoll no duda en poner de manifiesto sus errores o inexactitudes. Ilustra lo anterior Desmentir a Martí. En el Bicentenario de Lincoln (2009) en que Ripoll llama la atención sobre una reiterada información no confirmada que diera Martí sobre Lincoln y su interpretación peyorativa por parte del cubano. Al parecer Martí, para hacer más contundente su rechazo a las ideas anexionistas, se hizo eco de una falsedad (o, al menos, de una inexactitud histórica) referida a la posible reubicación cubana de esclavos norteamericanos libertos por la Guerra Civil. Aunque hay pruebas de que se contempló en las altas esferas norteamericanas la posibilidad (siguiendo el ejemplo de Liberia) de crear colonias de antiguos esclavos fuera de los EE.UU. (por ejemplo, en Panamá, entonces territorio colombiano), no existe indicio o evidencia alguna de que se hubiera pensado oficialmente en la isla de Cuba para ello. Sin embargo, según Martí, Lincoln habría prestado oído y, de alguna forma, contemplado la posibilidad de enviar esclavos libertos como colonos a Cuba. Ripoll destaca la imposibilidad y lo absurdo de semejante idea, pues Cuba era todavía colonia de España y esclavista. No obstante ello, buscó y rebuscó –con la minuciosidad investigativa que lo caracteriza– en los discursos, cartas y otros materiales lincolnianos una pista o referencia a lo dicho por Martí y no encontró absolutamente nada al respecto. ¿De dónde sacó Martí semejante información? Pero ese estudio profundo de Lincoln dio como resultado un ‘sub-producto’ positivo: Abraham Lincoln. Pensamientos/Thoughts (2009), una antología bilingüe de muestras del pensamiento del destacado político norteamericano.
Otras veces la crítica objetiva de vuelve contra personajes del entorno de Martí que, por su vinculación con el Apóstol, la historiografía cubana antes de Ripoll trataba con cierto viso de complacencia y hasta justificación. Valgan los ejemplos de la misma madre de Martí, con sus constantes recriminaciones al hijo, o el de su más íntimo y querido amigo: Fermín Valdés Domínguez. De este último trata todo un libro de Ripoll del 2007: Martí y el fin de una leyenda. La leyenda que intenta poner fin este ensayo es la creada por Valdés Domínguez sobre sí mismo. Se trata de un tomo de más 150 páginas que pone de manifiesto, documentadamente, las inexactitudes históricas presentes en los escritos de Valdés Domínguez, así como las omisiones, escamoteos y hasta un caso de posible falsificación de la correspondencia que Martí sostuviera con él.
De lo anterior se desprende que Ripoll, además de persistente, abarcador e inalcanzable en sus estudios martianos, siempre tuvo como norma la búsqueda de la verdad, tratando de establecer las no siempre estables o discernibles fronteras entre lo que fue y lo que se cree haya sido, entre lo que pudo ser y lo que se quiso que fuera, entre lo intentado y lo realmente alcanzado. Toda estatua de mármol requiere de un pedestal. Y todo pedestal tiene algo de barro. Pero es precisamente el pedestal lo que mantiene erguida la estatua. Una y otro se complementan y quedan indisolublemente unidos por medio de la verdad, que Ripoll trató siempre de poner de manifiesto, aunque el resultado no fuera ‘políticamente correcto’. Pero con ello creo que Ripoll no hizo más que seguir al propio Martí, quien dejó bien aclarado que “el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia y derriba lo que se levanta sin ella.” Ripoll nunca puso de lado parte de la verdad, ni por olvido y mucho menos por voluntad. Ello se aprecia en las decenas de libros y folletos dedicados a los estudios martianos en particular y a Cuba en general, los cuales ya hemos tratado en conjunto en trabajos anteriores. En todos ellos Ripoll profundizó, en ocasiones a niveles nunca antes alcanzados, tanto en la obra como en la vida y el entorno vital de Martí, a tal punto que parecía que ya había agotado la fuente y las posibilidades de continuar más allá. Sin embargo, en el verano de 2011, recién llegados Circe y yo de Nueva York para nuestras vacaciones, como un niño travieso nos visitó por última vez Ripoll con el manuscrito de un libro bajo el brazo que, siguiendo una práctica que para mi honra teníamos desde hacía tiempo, quería que yo leyese antes de enviar a la imprenta. Se trataba de Martí y la melancolía, donde Ripoll intentó un análisis sicológico de Martí a partir de sus escritos y otras fuentes complementarias. La melancolía está tratada, aclara Ripoll, “como desencadenante y consecuencia de mucho de lo que fue Martí en su quehacer diario, en su gestión política y en sus escritos.”La desesperanza impidió que Ripoll viera el libro publicado, convirtiéndose en su obra póstuma y, posiblemente, –por lo que veremos más adelante–, tan o más polémica que su Vida íntima y secreta de José Martí, de 1995. Conjeturo lo anterior por las mismas metas de la obra. Todo análisis del subconsciente humano es una tarea subjetiva, aun tratándose del caso de un paciente en la consulta de su sicoterapeuta, ya que por muy colaborador que el primero quiera ser, su subconsciente siempre tratará de ocultarse entre las nieblas engañosas de la desmemoria, tanto espontánea como deliberadamente creada o inducida por recuerdos traumáticos. Se trata de un difícil y a ratos angustioso proceso que intenta hacer visible lo oculto, perceptible lo intangible, concreto lo abstracto, comprensible lo enigmático. No en balde la mayoría de las veces las sesiones sicoanalíticas terminan donde empezaron, con el sicoterapeuta convertido en un nuevo Sísifo.
Si a ello se suma que el ‘paciente’ falleció hace más de siglo y medio, y que por lógicas razones políticas y de circunstancias morales contemporáneas no siempre dijo o escribió todo lo que le aconteció o intentó hacer, es de presumirse que la mencionada niebla de la desmemoria se haya tornado en toda una hermética muralla de tiempo y silencio. Y a horadar y traspasar esa barrera sellada se dedicó Ripoll con todas sus fuerzas mentales cuando ya carecía de las fuerzas físicas necesarias hasta para las más sencillas tareas, como ponerse los calcetines o abotonarse la camisa. El cuerpo se le desvanecía mientras la mente hacía un esfuerzo hercúleo y postrero tratando de penetrar en la mente de quien le había precedido en la pérdida del cuerpo. Al final, tal parece que solamente los dedos le seguían ágiles para pasar las páginas de las lecturas y teclear en la computadora. Hasta quedar únicamente el rictus fatídico de un dedo índice ¿misericordioso?
Pero antes de ese momento del abrupto viaje final, para Ripoll todo sería profundizar y avanzar en busca de un elusivo José Martí puede que hasta desconocido por sí mismo. La utilización del sicoanálisis en los estudios literarios es, prácticamente, tan antiguo como su uso clínico y ha evolucionado en una tradición interpretativa heterogénea. El propio Sigmund Freud escribió varios ensayos donde utilizó el sicoanálisis para explorar la psiquis de autores y personajes. Sirven de ejemplos tempraneros sus conocidas lecturas del mito de Edipo y el Hamlet de Shakespeare en La interpretación de los sueños. Pero Ripoll no trata de llegar a la psiquis del autor a través del examen de un personaje o una obra en particular, sino mediante el estudio de la obra toda –con ejemplos de géneros diversos fechados en épocas disímiles– con el apoyo de elementos biográficos tomados de otras fuentes confiables. Y arriba a la conclusión que de los cuatro temperamentos ya identificados por Galeno: el sanguíneo, el colérico, el melancólico y el flemático, a Martí corresponde el melancólico, a su vez asociado con el otoño.
Para armar el ‘expediente sicológico’ de Martí, Ripoll no tiene reparos en contradecirlo abiertamente y demoler la imagen idílica que este diera de su hogar paterno con palabras que hasta al mismo historiador habían desinformado tiempo atrás.De duras verdades comprobadas y el análisis de testimonios fidedignos, Ripoll infiere los traumas sicológicos recibidos por Pepe en su niñez y temprana adolescencia; heridas del alma que serían determinantes, según el sicoanálisis, de la tendencia a la melancolía en Martí más allá de una condición temperamental. La injusta y traumática experiencia carcelaria en plena adolescencia, el forzado destierro, la muerte prematura de su hermana preferida, las permanentes vicisitudes económicas y la incomprensión filial que lo acompañó hasta su muerte (fundamentalmente de la madre y la esposa, personajes tan determinantes en la vida de todo hombre), son elementos que refuerzan una constante y prolongada acumulación de tristezas que conducen a un solo lugar de espanto: la melancolía, interpretada esta, si no como enfermedad dentro de un cuadro clínico, al menos como un estado mental permanente de causas y efectos diversos, siempre sombríos. De ahí la poca presencia del humor en los escritos martianos y la carencia de sonrisas en sus fotos, incluso de juventud. En efecto, hasta donde tengo entendido hay una sola fotografía de Martí risueño: la que le tomaran en La Habana con su hijo, a unos meses de este nacido y poco antes de ser deportado de nuevo por sus actividades políticas. Y ello es algo que no debe extrañar a nadie, pues risa y melancolía son, en sentido general, términos excluyentes. Según Ripoll, dicho estado melancólico fue un factor determinante en la conducta histórica de Martí. Su renunciamiento a todo, incluyendo fama, fortuna y familia, para dedicarse por entero a una pasión que bien sabía no iba a resarcirlo en lo absoluto, Ripoll lo ve asociado a la profunda melancolía que permea toda la existencia de José Martí. En la activa vida conspirativa de Martí se ve mucho más que la nostalgia que caracteriza a todo exiliado. Incluso su amor patrio y sus temores ante la ya anacrónica ambición expansionista de algunos políticos norteamericanos de la época tienen para Ripoll, al menos parcialmente, una raíz sicológica. Dice al respecto: “…una vertiente de la ambivalencia ante la madre fue el origen de su pasión por Cuba: en la escala de intereses, Cuba es ‘la madre mayor’, como la llama en una de sus cartas, oprimida por España, y luego amenazada por el imperialismo de los Estados Unidos, imágenes del violento don Mariano”, refiriéndose al padre de Martí.Ripoll llega hasta sugerir una posible fijación incestuosa en el joven Pepe y hasta supuestos elementos andróginos en su psiquis. No es de extrañar, entonces, que casi que pida disculpas por “la pena de escribir sobre lo que sólo en el sofá secreto de un analista hubiera dicho nuestro grande hombre.” A fin de intentar la validación de su ‘diagnóstico’ sicoanalítico, Ripoll no solamente utiliza los documentos, testimonios y, lógicamente, la interpretación de los escritos martianos en base a (e iluminados por) los dos elementos anteriores, sino que en su estudio de dichos textos va más allá del mensaje de frases y oraciones, llevando sus pesquisas al nivel de las palabras individuales mediante el análisis matemático de la frecuencia en el uso de aquellos términos asociados, directa o indirectamente, con la melancolía. Ni siquiera el personalísimo uso martiano de los signos de puntuación escapa a su minuciosa lupa sicoanalítica.
No obstante esa meticulosidad desplegada mediante el hábil manejo de las más actualizadas herramientas críticas y conceptos científicos, el mismo Ripoll que al inicio del libro había comparado su confección como el intento de “armar un rompecabezas de piezas grises sin dibujo”, prácticamente confiesa casi al final del mismo su naturaleza inconclusa y, consecuentemente, su condición subjetiva. Dice al respecto:
Quedan preguntas por responder sobre sus trastornos emocionales [se refiere a los de Martí, por supuesto]. ¿Cuánta de su melancolía, para bien o para mal, entró con él en la liberación de la Patria? ¿Cuánta en la creación del genio y el fervor del patriota? ¿Cuánto le sujetó la melancolía el tamaño al tiempo de darle talla de gigante? Con Martí es legítimo indagar, con símbolos de su preferencia, hasta qué punto la melancolía le sujetó el “ala” y le fortaleció la “raíz”, o al revés, cuánto le dio impulso al “ala” e hizo más frágil la “raíz”.
Martí y la melancolía cierra, pues, el ciclo de estudios martianos de Carlos Ripoll iniciado 4 décadas atrás. Y la conclusión repite los elementos básicos del inicio: la seriedad en la investigación y la asunción de cuanto riesgo fuera necesario en busca de la verdad total, por muy controversial que fueran los hallazgos e interpretaciones. Y, dado su carácter conclusivo, la posibilidad de comenzar a estudiar el legado del ser humano que fue y la obra que es. De lo primero resulta harto conocida la actitud constante del hombre contra todos los tiranos. La vocación democrática de Carlos Ripoll no conocía fronteras ideológicas ni preferencias o discriminaciones nacionales, raciales o culturales. En más de una ocasión trataron de engatusarlo con cuanta sirena pudieron colocar en su camino; a todas hizo oídos sordos. Pero su condición de exiliado cabal no le impidió buscar, alimentar y mantener el más estrecho contacto con cubanos de la Isla, siendo uno de los primeros intelectuales del exilio en hacer alianza activa con sus pares del insilio. Gracias a sus aptitudes conspirativas (que me imagino aprendidas de su conocido maestro y guía), logró introducir clandestinamente en la Isla cientos de ejemplares de sus obras y otras publicaciones, ayudó con el envío de medicinas y otras donaciones a colegas enfermos o necesitados, hizo llegar su mensaje oral directamente al pueblo de Cuba a través de la radio, grabaciones y videos. En fin, que no dudó un instante en colaborar activamente con cuanto cubano tocara honrada y dignamente a su puerta a nombre de Cuba, que era como tocar directamente en su alma. No en balde los personeros y portavoces castristas se referían a él como “el profesor maquiavélico”. Solamente unos pocos amigos conocimos (y algunos hasta compartimos) tales afanes, de los cuales Ripoll nunca se vanaglorió; antes bien, siempre trató de mantenerlos a la sombra. Este es un tema que requiere un tratamiento por sí mismo, al que de seguro se encargarán historiadores futuros.
En mi caso voy a dar a conocer un legado más relacionado con el estudio de la literatura, que resultó nuestro punto de contacto inicial. Pero no mediante el análisis de su obra, ya desarrollado en múltiples artículos y ensayos por decenas de críticos, sino en su metodología de trabajo. De todos los colegas con quienes he compartido hasta ahora proyectos y sueños comunes, no he conocido a nadie que haya sabido combinar a tan alto nivel la paciencia, la meticulosidad, la constancia y la focalización en la labor investigativa y el casi siempre agónico proceso de creación resultante que Carlos Ripoll. Al principio de esta monografía llamaba la atención de cómo lo que en la mayoría de los investigadores (incluyéndome, por supuesto) termina como notas y tarjetas cubiertas de garabatos al vuelo durante la etapa investigativa, en Ripoll se convirtieron en dos libros de referencia obligatoria para los estudiosos de Martí. Y me consta que cada uno de los cientos de trabajos individuales que escribió está debidamente documentado en files particulares contentivos de fotocopias de los trabajos citados y/o referidos en la versión final y hasta con ilustraciones y bosquejos iniciales. Si se trataba de un largo capítulo, incluso lo mandaba encuadernar. Al preguntarle, la primera vez que me mostró su archivo en Nueva York hace unos 20 años, el por qué de semejante faena, me respondió que la desarrollaba por si alguien quería continuar o refutar la investigación que había dado vida a cada trabajo suyo que pudiera comenzar su tarea donde él la había terminado, pudiendo comprobar que nada de lo que él escribía era suposición o conjetura sin basamento, aunque estuviese equivocado. Ripoll, a pesar del excesivo consumo de tiempo resultante de la metodología descrita, sus responsabilidades laborales académicas (cumplidas exitosamente y a cabalidad hasta su jubilación), sus actividades conspirativas patrias y, en el último decenio de vida, problemas de salud propios y familiares, logró crear en sólo 4 décadas más de una veintena de libros y folletos (algunos de ellos bastante voluminosos) que suman centenares de piezas en géneros disímiles. Semejante volumen y calidad de su obra se deben no solamente a su talento, sino a la dedicación con que asumía la confección de cada trabajo, sacrificando a favor de sus proyectos descansos y recreaciones, robando horas al sueño y la atención a su salud. A ello habría que añadir sus labores como antologador, conferencista y editor, igualmente destacadas. Trabajando estuvo hasta su muerte; trágicamente la muerte misma fue parte de su quehacer. Hablé por última vez con Ripoll el día 2 de octubre de 2011. Serían las 11 de la mañana cuando lo llamé y nos mantuvimos charlando hasta poco antes del mediodía. Durante toda la conversación se estuvo quejando de su cuerpo, aparentemente dispuesto a cesar de permitirle más vida. Me contó de cómo calzarse o abrocharse los botones de la ropa constituían odiseas agotadoras. No entendía esa rebelión del cuerpo cuando la mente, al menos de forma aparente, le seguía funcionando igual que siempre. Temiendo que la disposición del cuerpo rebelde se cumpliera, le pedí un favor especial al final de nuestra plática: que se mantuviera vivo hasta diciembre en que bajaríamos a Miami. “Voy a tratar, pero no te lo garantizo”, fue su sombría respuesta antes de darme un abrazo oral y enviarle un saludo a Circe. Menos de una hora después, contraviniendo uno de los mandamientos de la religión que profesaba y contradiciendo el postulado martiano al respecto, sería él quien se rebelaría contra el cuerpo casi inservible que lo torturaba: el sol sustituido por un destello metálico en la sien. Pero quedó su obra toda, de luces más brillantes aún, y un legado combativo que, dignidad en ristre, ha sabido conjurar todas las muertes. Carlos Ripoll moriría en Coral Gables para vivir por siempre en Dos Ríos. Como dije en otra ocasión, me imagino que él y Martí ya se habrán conocido personalmente, extendidas sus manos francas. Porque es el caso que ambos, por encima de las limitaciones de tiempos, distancias y existencias, tienen mucho que hacer por Cuba. Todavía.
Miami, verano de 2012.
Publicado originalmente en Círculo: Revista de Cultura, Volumen XLII, 2013. Páginas 12-24. Luego en: Eduardo Lolo, La palabra frente al espejo y otros ensayos. (Miami, FL: Alexandria Library Publishing House, 2015.) págs. 203-220.