Por Alejandro González Acosta
Para mi admirado amigo y
maestro Samuel Máynez Champion, por sus múltiples provocaciones.
En
la Biblioteca Nacional de México, que desde 1929 custodia la UNAM, se conserva
uno de los tres originales firmados de la versión definitiva legalmente establecida
del Himno Nacional, signados por los
tres poderes constituidos de la República en 1984.
Esta
cercana circunstancia nos motiva especialmente para reflexionar sobre la
gestación de ese símbolo patriótico, recordar su evolución, y añadir algunos
detalles interesantes y poco conocidos de este proceso, en un escenario de memoria
que propicia el Segundo Centenario de la Consumación de la Independencia de
México.
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Ciertamente,
los himnos patrióticos tienen una existencia azarosa.
Uno
de los primeros fue La Marsellesa,
el cual sustituyó las tonadas del hampa popular Ça ira
y La Carmagnole,
cantadas por las huestes enardecidas que destruyeron la monarquía de los Capeto.
En realidad, aquella composición debería nombrarse La Alsaciana, pues fue concebida e interpretada por primera vez en
Estrasburgo, y más que el gentilicio de un puerto francés del Mediterráneo, le
correspondería el de una canción escrita en las orillas del Rhin…
Por
su parte, el Reino Unido de la Gran Bretaña tiene un himno que incluye la
peculiaridad de cambiar con el sexo de cada
monarca: God save the King o The Queen, según sea el caso. Pero fonéticamente,
esto no hace mucha diferencia. Aunque los ingleses son tan peculiares que no
tienen ni un himno nacional, ni de una Constitución como tal, pero su monarquía
parlamentaria funciona admirablemente desde 1688.
Estados
Unidos de América tiene uno principal, The
Star Spangled-Banner (1814), que es muy posterior a su declaración de
independencia en 1776. Es decir, los soldados de George Washington combatieron
contra los británicos sin un himno auténticamente americano, pero acompañados
por bandas militares que quizás interpretaban sones bélicos ingleses.
Aunque
allí hay también otros himnos que tienen un peso equivalente según la región (God Save The South, para los sureños
irredentos, o el aún más popular, I wish
I was in Dixie, o, simplemente, Dixie),
o por el estamento al que se refiere, como el Marine’s Hymn, el único canto bélico republicano en el mundo donde
se menciona un monarca extranjero, Moctezuma, y de amarga memoria para México, cuya
música proviene de una ópera cómica de Jacques Offenbach, su muy popular Genoveva de Brabante (1859).
En
cambio, la popularísima canción inglesa Yankee
Doodle, aunque anterior a 1776, no pude considerarse propiamente un “himno”
patriótico, pues fue originalmente una tonada burlona contra los colonos
americanos, y hasta por su asombrosa inclusión del vocablo “macarrones” en su
texto, además de servir como anuncio musical del programa Barney y sus amigos…
España
es un caso especial: su Himno Nacional, la Marcha
Real (originalmente, Marcha Granadera,
de 1761), tiene música, pero a pesar de numerosos intentos, los españoles
todavía no se han puesto de acuerdo en fijarle la letra, y viendo el panorama
actual, parece que seguirán así por algún tiempo. Por otra parte, su bandera
también es relativamente reciente –en comparación con otras naciones europeas-
pues durante varios siglos, y mientras mostraba toda su grandeza el imperio
español, su enseña representativa fue la Cruz de Borgoña.
Cuba
tuvo bandera e himno antes de ser un país independiente: la primera el 10
(aunque precaria) y el segundo el 20 de octubre de 1868. Este comparte con La Marsellesa la circunstancia de que al
parecer ambos fueron inspirados por la música de Mozart.
En
este tema de los himnos nacionales, algunos países pecan por defecto y otros
por exceso: México tiene méritos suficientes para ubicarse dentro de los
segundos.
En
México, como provincia del Imperio Español con el nombre de Nueva España, desde
los tiempos de Carlos III se interpretó la Marcha
Real Española o Marcha Granadera,
del oboísta y Maestro de Capilla Manuel Espinosa de los Monteros, en las
ocasiones oficiales y solemnes.
La
historia del Himno Nacional Mexicano
es dilatada y compleja, repleta de contradicciones, y con muchos lugares
comunes establecidos que son falsos o imprecisos. Este recuento intentará al
menos desbrozar algo de este sendero espinoso y enyerbado.
Al
ocurrir la independencia en 1821, hubo varias propuestas para dotar al país de
un himno que simbolizara a la patria, y que por así decirlo, fuera la voz de
todos sus hijos; entre aquellas se han mencionado las de Fernando Calderón y
Beltrán, José María Garmendia, Francisco Manuel Sánchez de Tagle, Mariano Elízaga
y José María Heredia (que comentaré después con detenimiento).
|
Guillermo Prieto |
Y
en su momento hubo hasta un “anti-himno” nacional, del siempre humorista,
burlón y travieso Guillermo Prieto, el eterno “guerrillero de la pluma”, quien
bajo seudónimo mandó su propuesta a un concurso en 1854 -que por supuesto no
ganó- titulada irónicamente, “La Marcha de los Cangrejos”.
Dentro
del proceso de formación y consolidación de la identidad de un país, y como
parte de un sistema simbólico integral para fijar su fisonomía, el himno se
complementa con la bandera y el escudo nacionales.
La
primera enseña nacional mexicana fue el estandarte de la Virgen de Guadalupe
que muchos todavía dicen tomó el cura Miguel Hidalgo de la Parroquia Mayor en
la madrugada del Día de la Virgen de los Siete Dolores o de las Angustias, 15
de septiembre de 1810 (en realidad fue luego, en el Santuario de Atotonilco),
para arengar a sus compatriotas y llamarlos a la lucha, al enterarse que habían
sido delatados.
No
fue hasta que Agustín de Iturbide, “El Libertador de México” malgré tout, elaboró con el furtivo Vicente
Guerrero el acuerdo conocido como “de las tres garantías, o Pacto Trigarante, cuando se adoptó lo
que esencialmente es la bandera mexicana en la actualidad: las tres bandas
roja, blanca y verde, sobre la cuales campea el escudo nacional, que reproduce
la leyenda de la fundación sólo de su capital: el águila devorando la serpiente
sobre el nopal; sin embargo, en el antiguo testimonio del llamado Códice Mendocino (ca. 1541, así nombrado
por el primer virrey Don Antonio de Mendoza), sólo aparece el águila sobre el
nopal, sin el ofidio, pues la víbora apareció después…
La
bandera mexicana, en cambio, aunque se ha llegado a decir que se inspira en la
francesa revolucionaria, y que expresa emblemáticamente el sentido de las famosas
“Tres Garantías”, en realidad reproduce los colores heráldicos de la Casa de
Iturbide: es decir, está más cerca de la Villa de Peralta del Valle del Baztán
en Navarra, que de París en Francia.
Cuando
se realiza la consagración de Iturbide como el Emperador Agustín I de México,
en la Catedral Metropolitana resonó el himno religioso Veni Creator, apropiado para solicitar la benevolencia divina a la
causa de la libertad.
El
primer indicio temprano de un himno nacional mexicano se le atribuye al músico
José Torrescano durante el sitio de Querétaro, al final de la Guerra de Independencia,
pero resultó demasiado agresivo:
CORO:
Somos
independientes,
Viva la
Libertad,
Viva
América libre,
Y viva la
Igualdad,
Viva
América libre,
Y viva la
Igualdad.
ESTROFA
Tres
siglos oprimidos,
Tres
siglos de rigor,
Los tres
de despotismo.
¿Habrá
maldad mayor?
Poco
después José María Garmendia compuso otro en 1822, mas era muy iturbidista y
luego se olvidó. Por cierto, el comienzo de éste preludia casi el posterior
himno cubano de Bayamo, pues ambos coinciden en invitar a correr a los
combatientes:
A las
armas, valientes indianos;
a las
armas corred con valor;
el partido
seguid de Iturbide;
seamos
libres y no haya opresión.
Aunque
el intento más antiguo del que se tiene noticia es un canto patriótico
independentista del guanajuatense Antonio María de Mier y Villagómez, con su
“Himno al Heroísmo”:
Tu luz
retira, ¡oh Febo!
No hace
falta aquí, no;
Do Iturbide
aparece,
la noche
feneció.
El
27 de septiembre de 1831, se estrenó el Himno Cívico compuesto por el coronel
Ignacio Sierra y Rosso y música del español José Castel, dedicado a cantar la
grandeza del Vencedor de Tampico. Sierra fue uno de los más decididos
aduladores de Santa Anna, y hasta llegó a componer un poema de aliento heroico
a la pierna mutilada del caudillo, que fue depositada con grandes honores
militares en el Panteón de Santa Paula.
Siendo
exaltado y muy joven (apenas 20 años) Guillermo Prieto –de nuevo- también compuso
un himno contra la invasión francesa de 1839, conocida como “La guerra de los
pasteles”:
Mejicanos,
tomad el
acero,
ya
rimbomba en la playa el cañón,
odio
eterno al francés altanero
y vengarse
a morir con honor.
… ¿Dónde está, donde está el insolente?
Mejicanos
su sangre bebed,
I romped del
francés las entrañas
do la
infamia cobarde se abriga.
Después,
algo más conciliadores, los michoacanos Francisco Manuel Sánchez de Tagle
(1782-1847), poeta, y José Mariano Elízaga (1786-1842), considerado el primer
gran músico del México Independiente, cuyos Elementos
de música (1823) se conservan en la Biblioteca Nacional de México,
ofrecieron su propuesta, que decía:
Loor
eterno a los nobles caudillos
que en
Dolores supieron tronchar
de tres
siglos fatales cadenas
y a la
patria de oprobio librar.
Nuestros
nietos ya libres, sentados
Con la paz
y abundancia en su hogar
Al cantar
vuestros hechos heroicos,
Llanto
tierno os sabrán tributar.
Después
del desastre de la Guerra contra Estados Unidos, entre 1846 y 1848, México
necesitaba revivir su orgullo nacional y se formó una Junta Patriótica para elegir un himno nacional, en la cual estuvieron
como jurados los insignes ciudadanos Andrés Quintana Roo, José María Lacunza,
José Joaquín Pesado, Manuel Carpio y Alejandro Arango y Escandón. Se publicaron
las bases del concurso, y curiosamente la mayor parte de quienes lo atendieron
fueron compositores y músicos extranjeros.
La única gran victoria con esas
características que se celebraba en México en esa época era la obtenida por
Antonio López de Santa Anna en Tampico, al vencer al Brigadier Isidro Barradas
quien venía al frente del intento de reconquista española, en 1829, victoria
que unificó al menos fugazmente a los mexicanos en el fervor patriótico.
Se
presentaron treinta composiciones y se eligieron dos: una del mexicano de
origen anglosajón Andrew Davis Bradburn (aunque se ha dicho repetidamente que
era norteamericano, fue hijo de un oficial inglés que había tomado parte en la
expedición del mercenario Francisco Javier Mina, financiada por Inglaterra), que
algunos suspicaces consideran fue la “inspiración” posterior de Bocanegra, finalmente
musicalizada por el compositor mexicano Francisco de Paula Martínez, y cantada
en el Teatro Nacional en noviembre de
1849. Poco después, Bradburn se haría sacerdote y se difuminaría de la historia.
La
letra de Andrew Davis Bradburn (publicada en El Siglo XIX el
23 de enero de 1850), ganadora del primer lugar en el concurso, es claramente
bélica:
Coro:
Truene,
truene el cañón, que el acero
En las
olas de sangre se tiña,
Al combate
volemos, que ciña
Nuestras
sienes laurel inmortal.
Nada
importa morir, si con gloria
Una bala
enemiga nos hiere;
Que es
inmenso placer al que muere
Ver su
enseña triunfante ondear.
I Llora un
pueblo infeliz su existencia,
Humillada
hasta el polvo la frente,
Grande un
trono le oprime potente;
Nada es
suyo, ni templo, ni hogar.
Mas se eleva
grandioso un acento,
Que en el
monte y el valle retumba
Y aquel
trono opresor se derrumba,
todo el
pueblo ¡soy libre! al clamar.
Coro
Truene, truene el cañón, que el acero
en las olas de sangre se tiña,
al combate volemos; que ciña
nuestras sienes laurel inmortal.
Nada importa morir si, con gloria,
una bala enemiga nos hiere,
que es inmenso el placer, al que muere,
ver su enseña triunfante ondear.
La
otra letra galardonada fue del poeta mexicano Félix María Escalante Miranda, y
se ha dicho erróneamente que fue un Himno al que le puso música el pianista
austríaco Henri Herz. En realidad, lo de Herz fue una Marcha nacional
mexicana estrenada en la ciudad de Guadalajara en noviembre de 1849,
pero no logró prender en el favor popular, aunque sí tuvo éxito entre algunos
ilustres mexicanos. |
Henri Herz |
Entre
1849 y 1850 anduvo de gira por México el afamado pianista y virtuoso Henri Herz
(recogida luego en su libro My travels in
America), junto con su representante Bernard Ullman, precedido de una gran
expectativa creada, entre otros, por el mismo Manuel Payno por sus elogios
exagerados (y algunos falsos), y con toda la popularidad de lo que hoy sería un
rockstar, y la prensa liberal pedía poner
alguna letra a la música que Herz ofreció componer en gracioso obsequio del
pueblo mexicano.
Se
ha dicho que “en lo que llegaban las letras, Herz compuso una marcha militar,
que se estrenó en el Teatro Vergara, profusamente iluminado con lámparas de gas”.
Aunque esto se ha repetido sucesivamente, parece que Herz nunca le puso letra a
su Himno, a lo cual la investigadora
Yael Bitrán Goren ha dedicado un estudio muy esclarecedor y bien informado.
Es más, podría hasta decirse que Herz, de ascendencia judía, se aprovechó de
los mexicanos, y calificó burlonamente todo este asunto como una “blague”. Bitrán lo ha aclarado
suficientemente:
“Por
su parte, como queda claro en una carta a su hermano, Herz estaba perfectamente
consciente de la popularidad de la pieza y, especialmente, del exorbitante
precio que podía obtener por su publicación en México: "¿Te he contado de la Marcha nacional mexicana que toqué en mi
último concierto con 24 pianistas, 50 coristas, 1 orquesta, 2 bandas militares,
48 banderas, [...]? Este truco hizo un efecto prodigioso y creo que venderé la
propiedad de esta pequeña marcha por 1000 francos".
Esa
“broma” o “truco” (blague), le
reportaba pingües ganancias, además de diversión a costa de los crédulos y bien
intencionados mexicanos. Esa ocasión fue llamada de inmediato el “concierto
monstruo”, por la cantidad de recursos y ejecutantes empleados.
Agrega
Bitrán:
“El
libro más reciente sobre la historia del himno nacional de Daniel Molina
Álvarez y Karl Bellinghausen, proclama que el himno de Herz fue terminado a
finales de noviembre de 1849. Los autores publican la letra ganadora completa,
la de Andrés Davis Bradburn, y afirman que para este "Himno Nacional"
compuso la música Henri Herz.
“La
supuesta música de este temprano himno nacional mexicano, que los autores
sitúan como precedente al himno oficial de 1854 de Francisco González Bocanegra
y Jaime Nunó, se encuentra, como es de esperarse, ausente del libro. En
realidad, Herz no sólo no compuso el himno nacional ofrecido, sino, al parecer,
ni siquiera compuso en aquella ocasión la música de la Marcha nacional entregada
galantemente a los mexicanos, pues ésta la había compuesto en otra ocasión, ¡en
Nueva York!, de acuerdo con una carta que envió a su hermano: "El gobierno me acaba de hacer [...]
una medalla en oro en mi honor y en el [.] de la Marcha nacional mexicana (la
cual, aquí entre nos, yo había compuesto anteriormente en Nueva York, ¡he aquí
una situación ridícula!)".
La
letra de la publicación realizada con gran lujo y publicidad por Ignacio Cumplido
de la “Marcha nacional dedicada a los mexicanos” (Opus 166 de Herz), es la misma que fue cantada en el llamado "concierto
monstruo" de los doce pianos, una orquesta, dos bandas militares y
solistas:
Cuando la
trompa guerrera
Suene,
volad animosos;
De lauros
siempre gloriosos
Vuestras
frentes coronad.
Combatid
siempre ardorosos
Sin
partidos, como hermanos,
Por la
patria mexicanos,
Y tendréis
la libertad.
A
este intento siguieron dos propuestas del compositor italiano Antonio Barilli, y
otra más del húngaro Max Maretzek, y se agregó poco después la del también italiano
Ignacio Pellegrini, estrenado el 22 de abril de 1853.
Ese
mismo año aparece otra composición, con letra del poeta cubano Juan Miguel de Lozada,
y música del virtuoso arpista y deleznable persona Charles Bochsa, amante y
empresario de la cantante Anne Bishop: “No más guerra ni sangre ni luto”.
Pero
la historia de su himno es también muy complicada, como comentaré más adelante.
El
actual Himno Nacional Mexicano fue elegido como la propuesta triunfadora en un
concurso convocado por Antonio López de Santa Anna, del cual resultaron
ganadores -con la letra, en 1853- el poeta potosino Francisco González
Bocanegra (1824-1861), y luego el compositor catalán Jaime (Jaume) Nunó Roca (1824-1908),
con la música, en 1854. Fue estrenado en el Teatro Nacional el 16 de septiembre
de 1854, interpretado por la soprano Claudia Florenti y el tenor Lorenzo Salvi.
El
laureado González Bocanegra puede decirse que nació y murió perseguido: apenas
a los tres años salió de México en 1827 junto con sus padres (su padre era
español, gaditano; su madre zacatecana, y otros dicen que de Aguascalientes), por
la expulsión de los españoles (según algunos vivió el destierro en Valencia, y
otros dicen que en Cádiz) y, al morir con apenas 37 años, antes estuvo
escondido varias semanas en un sótano, donde contrajo un tifus mortal, huyendo
de quienes lo perseguían como simpatizante de Santa Anna. Tuvo sin dudas un muy
triste destino. Fue sobrino de José María Bocanegra, uno de los adherentes del
Plan de Iguala y presidente interino de México. Hoy está sepultado, junto a
Jaime Nunó, en la Rotonda de las Personas
Ilustres de México.
Al
parecer durante ese año 1853 se dio una especie de competencia informal, ya que
el músico italiano Antonio Barilli propuso no solo un himno, sino dos, los cuales
de ninguna manera fueron del agrado del pueblo mexicano. Esta convocatoria fue
firmada por el entonces Oficial Mayor del Ministerio de Fomento Don Miguel
Lerdo de Tejada, y el jurado para la letra estuvo formado por José Bernardo
Couto, Manuel Carpio y José Joaquín Pesado, mientras el jurado para la música
se integró por José Antonio Gómez, Agustín Balderas y Tomás León.
Parece
que en ese orden de elegir primero la letra y después la música, se eliminarían
los roces y diferencias (los españoles hicieron la revés con su Marcha Real), pero tampoco fue una
gestión fácil: ante las críticas posteriores con los vaivenes de la política, se
suprimieron primero las alusiones a Iturbide “El Libertador”, y luego a Santa
Anna “El Salvador de la Patria”.
En
descargo del vilipendiado poeta González Bocanegra, debe acotarse que este
himno no fue estrictamente el resultado de su exaltada inspiración patriótica,
sino de la perentoria exigencia por una insoslayable demanda amorosa: se cuenta
que su prima y ya entonces novia del poeta, Guadalupe González del Pino y
Villalpando, “Pili”, lo encerró en una habitación en su residencia de Tacuba,
impidiendo que saliera de ella hasta que terminara la composición. Más tarde, y
a pesar de todo esto, hasta se casaron.
El
Himno Nacional Mexicano hoy es el
canto patriótico por antonomasia pero no siempre fue así.
No
fue hasta la época del Presidente Manuel
Ávila Camacho, por decisión del 20 de octubre de 1942 (el Decreto fue publicado
en mayo del año siguiente), que se reconoció oficialmente el Himno Nacional con
su letra y música definitivas, después de muchos cambios y ajustes. También en
la época de Ávila Camacho se pagó finalmente a la única nieta del poeta, Mercedes
Serralde González-Bocanegra (1891-1970), apenas noventa años después del
concurso.
Tuvo
más suerte Jaime (Jaume) Nunó Roca, quien sólo en 1901 (siete años antes de
morir), recibió los tres mil pesos prometidos desde 1854, de manos de Don
Porfirio Díaz, cuando visitó México especialmente invitado por éste. Además a
Nunó se le dieron los 388 pesos que puso de su bolsillo para hacer la primera
tirada de la partitura en 1854, lo cual él ratificó en una entrevista al diario
El Imparcial del 9 de julio de 1901.
El
poeta e historiador Vicente Quirarte comentó de este himno que es “fuerte y
emotivo, brioso y pendenciero, sentimental e hiperbólico, maestro de historia
que repite su vieja y sabia lección ante los oídos sordos de sus
escuchas…"
Aunque
se ha dicho erróneamente que el Himno de González Bocanegra y Nunó se mantuvo
durante el Segundo Imperio, en realidad sólo se conservó la música, pero se
cambió la letra.
Ésta
se le ha achacado absurdamente hasta al italiano Nino Oxilia (1889-1917),
imposible por las fechas y quien compuso la famosa Giovinezza (1909).
Sin
embargo, aunque resulte llamativo, durante el Segundo Imperio Mexicano, es
decir, mientras gobernó Maximiliano I (quien por cierto estableció el
ceremonial patrio actual, al dar por primera vez el Grito de Dolores en 1864),
el Himno Nacional establecido por Santa Anna se mantuvo en todas las funciones oficiales
y solemnes, siguió la música de Nunó, pero se le cambió la letra, que en
comparación con la versión original de González Bocanegra es decididamente
conciliatoria, pues insiste en “olvidar los odios” y llamar a la reconciliación,
todo lo contrario del poema del potosino. La letra de este himno bastante
desconocido y difícil de conseguir es:
Himno del Segundo Imperio
Mexicano (1864)
1863-1867.
[Coro]
Mexicanos,
la Santa Bandera
De la
Patria orgullosos alcemos
Y a sus sombras
queridas juremos
Nuestros odios
por siempre olvidar.
Estrofa I
Del
Anáhuac el águila hermosa
Por los
aires levanta su vuelo,
Y en las
altas regiones del cielo
Se
confunde en los rayos del sol.
Contemplemos
su marcha incesante,
Y si a
tanto orgullosa de atreve,
Que el
destino de México lleve
En su
vuelo hasta el trono de Dios.
[Coro]
Mexicanos,
la Santa Bandera
De la
Patria orgullosos alcemos
Y a sus
sombras queridas juremos
Nuestros odios
por siempre olvidar.
Estrofa II
Con la paz
y la unión para siempre
Un futuro
de glorias alcancemos,
Y así solo
en la historia podremos
El honor y
la patria salvar.
Pues sin
honra y sin patria no es vida
La que
llevan el pueblo y el hombre,
De
ignominia y oprobio es el nombre
Que a los
pueblos sin patria se da.
[Coro]
Mexicanos,
la Santa Bandera
De la
Patria orgullosos alcemos
Y a sus
sombras queridas juremos
Nuestros odios
por siempre olvidar.
Estrofa
III
Nuestro
lema será Independencia,
Y si sufre
la patria querida,
En sus
alas sagradas la vida
Con
orgullo sabremos dejar.
Mas con
noble entusiasmo evitemos
Tan
funesto y terrible destino
Ya la
gloria nos abre un camino
Si por el
nos conduce la Paz.
[Coro]
Mexicanos,
la Santa Bandera
De la
Patria orgullosos alcemos
Y a sus
sombras queridas juremos
Nuestros odios
por siempre olvidar.
No
he podido identificar aún al autor de esta letra, pero no sería extraño que
fuera obra de alguno de los escritores cercanos al emperador Maximiliano, como
José Zorrilla y Juan de Dios Peza, entre otros, y que él mismo gobernante
hubiera expresado algunas indicaciones y sugerencias para su tono político de
reconciliación.
El
gran José Zorrilla (1817-1893) vino a México huyendo de su esposa, y aquí vivió
muy agasajado durante once años, entre 1855 y 1866. Tuvo un éxito muy temprano:
aclamado como poeta desde que se “reveló” en el entierro de Mariano Larra
“Fígaro” con su célebre poema, fue admitido en la Real Academia en 1842, pero
seguramente por los tropiezos de su vida personal no ingresó formalmente hasta
1882, cuarenta años después, lo cual es sin duda una marca notable. Revisar sus
Memorias del tiempo mexicano
da cuenta de sus andanzas por el país, y es una lectura muy grata que resulta
siempre recomendable.
Fue
un poeta facilista, a quien la popularidad quizás le hizo daño, pero ante todo resultó
un creador cortesano, literalmente, pues Maximiliano lo nombró su Poeta de la
Corte y Director del Teatro Imperial, y hasta le otorgó -al parecer- una
concesión para exportar trabajadores mayas a la aún española isla de Cuba, como
virtuales esclavos.
El
estilo y el vocabulario, el esquema rítmico y la musicalidad de este Himno
Imperial, me recuerdan mucho a Zorrilla, pero es sólo una impresión de momento.
Una
vez que ocurre la Restauración de la
República, después de la Intervención
Francesa y la caída del Segundo
Imperio Mexicano, el médico y compositor Aniceto Ortega, recibió la
encomienda por su relevante prestigio musical, de componer un nuevo canto
patriótico para el país.
La
Sociedad Filarmónica le encargó a
Ortega en 1867 un nuevo himno nacional, para que sustituyera el anterior
(1854), de Nunó y González Bocanegra, pues en el mismo se glorificaban las
figuras de Agustín de Iturbide y Antonio López de Santa Anna, pero el agraciado
prefirió republicanamente que se convocara un concurso, y fuera el mismo pueblo
quien eligiera la composición premiada; y así, el 1 de Octubre de 1867 estrenó
en el Gran Teatro Nacional no una,
sino dos piezas: la Marcha Zaragoza y
la Marcha Republicana, con orquesta,
banda militar y diez pianos a cuarenta manos, y ambas fueron entusiastamente
aclamadas, pero el público constituido en jurado colectivo premió con sus
aplausos especialmente a la primera.
II. Los cubanos:
Juan Miguel Losada:
Ya
en 1850, el muy poco conocido poeta cubano Juan Miguel Losada (en algunas
partes, Juan Manuel; y también Lozada a veces, con la preposición de intercalada), compone otro himno con
pretensiones de ser la canción oficial mexicana.
Poco
se sabe de Losada. No aportan muchos datos sobre él los repertorios cubanos que
he examinado; colaboró como Co-Director (junto con Juan Manuel Barcina) en la
efímera revista cubana Siglo Diez y Nueve
(1848-1849), una publicación semanal que se anunciaba desde su primer
número del 1 de octubre como de «Ciencias,
artes, literatura, teatro, modas». Después se integraron a ella como
redactores José de
Ayala y Aguilar y Manuel Costales.
Y en esa revista se publicaron poemas, cuentos, temas pedagógicos, éticos,
históricos, progresos de la ciencia y las artes industriales, y de la
actualidad teatral habanera, así como biografías de escritores famosos, asuntos
de crítica literaria y diversas notas costumbristas. El último número conservado
es del 21 de enero de 1849, fecha cuando parece que Losada pasó a México.
El
meritorio Enrique de Olavarría y Ferrari, en su siempre muy útil Reseña histórica del teatro en México
(Capítulo XV), señala, que en 1850 la Compañía
Monplaisir estrenó con mucho éxito el drama del poeta habanero Juan Miguel
Losada, residente en México: “El Grito de Dolores”, según el autor, “una
compilación de versos patrióticos”. Ahí Hidalgo profetiza:
No faltará
quien un día
insulte la
sombra mía
y eche un
borrón en mi fama;
que al
levantar en facción
bisoño
ejército fiero,
el negro
epíteto espero
de
foragido (sic) y ladrón…
¡Ladrón!¡Foragido!
(sic) miente
quien
manche de Hidalgo el brillo…
¡que venga
a ser el caudillo
el que se
juzgue valiente!
¡Ah! sólo,
sin disciplina,
las
huestes que yo levanto,
¿qué puede
hacer? ¡y hago tanto!
El cielo,
el fin, me destina
para que
el odioso yugo
quebrante
del despotismo,
y ruede
hasta el hondo abismo
nuestro
opresor y verdugo.
Olavarría
agrega que este drama tuvo un gran éxito, y que la sociedad mexicana lo recibió
muy agradecida y contenta, a pesar de estar atravesando una grave epidemia de cólera morbus.
Losada
(o Lozada) se combinó después con el impresentable Carlos Bochsa, compositor enemigo
del inescrupuloso pianista y compositor Herz, “con esa deliciosa pequeñez de
enemistad y de envidia que reina siempre entre los artistas” (como acota
Olavarría deliciosamente), y compuso un Canto
Patriótico dedicado al entonces Presidente de la República, Don Joaquín de
Herrera, quien le acusó recibo y agradeció el gesto. Dicen estas estrofas de
Losada:
Mexicanos, alcemos el canto
proclamando la hermosa igualdad
y a los ecos los ecos repitan
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
No más
guerra, ni sangre, ni luto;
cesen
tantos y tantos horrores,
que la
sien coronada de flores
triunfadora
levante la paz.
Nuestros
campos bañados en sangre
se engalanan
doquier de esmeraldas,
y las
ninfas nos tejan guirnaldas
de Anáhuac
en la orilla feraz.
Roto el
yugo del déspota altivo
mengua
fuera llevar otro yugo,
cuando al
Dios de los cielos le plugo
redimirnos
de fiera opresión.
Vuelva,
vuelva el inicuo extranjero
y verá
cómo mueren los bravos,
que la
afrenta de viles esclavos
no soporta
esta heroica nación.
Entre el
humo y el polvo y el fuego,
¡libertad!
clamará el moribundo,
y al dejar
los encantos del mundo
¡libertad!
Su (sic) acentos serán.
Guerra! guerra!
a los fieros tiranos;
nuestro
triunfo decretan los cielos,
y las
sombras de Hidalgo y Morelos
la corona
de gloria nos dan.
Hay
otras huellas de Losada en México. También según Olavarría, “el 17 de diciembre
de 1850, el pintor escenógrafo Rivière dio a su vez un beneficio con el melodrama
para su función escrito por el poeta habanero don Juan Manuel Losada, autor de El Grito de Dolores, ya citado, y del
drama Contrita, inconfesa y mártir,
con el título de Tras de una nube una
estrella. Dicen los periódicos de la época que ese melodrama fue bueno y
muy aplaudido”.
Y
más adelante agrega el historiador:
“A
los beneficios del maquinista, don
Juan Abreu, con La Campanilla del Diablo,
lujosamente montada, el 24 de enero [1851], y de la aplaudida actuación de
Ventura Mur con La Vuelta al Mundo,
drama en tres actos y en verso de don Juan Miguel de Losada, cuya escena tenía
lugar en nuestra bella Córdoba en 1821, y que hizo fiasco el 28 del citado mes,
siguió en el Nacional la presentación del artista mexicano don José María
Sousa, quien fue llamado el jaranista
mágico…”
El
estreno del Gran Himno Nacional, con
letra del poeta cubano Juan Miguel Losada y música de Antonio Barilli, se
anunció en El Universal (21 de Mayo
de 1854), para la función por el cumpleaños del caudillo Antonio López de Santa
Anna, pero parece que no se efectuó por la súbita indisposición de la famosa cantante
alemana Enriqueta Sontag, quien enfermó del cólera morbo y murió después.
Losada
también aparece en el convite que le ofrecieron al poeta español José Zorrilla
en el Café Tívoli de San Cosme, la
mañana del domingo 21 de enero de 1855, que culminó toda una semana de festejos
y banquetes al bardo español, junto a varios poetas mexicanos.
Losada y José Tomás de Cuéllar ofrecieron al autor del Don Juan Tenorio sus respectivos brindis en versos.
José
María Heredia: |
José María Heredia |
Pero
previo a todo esto, entre los primeros intentos por dotar a México estuvo un
cubano, en cierto modo, involuntariamente: mucho antes de Losada, otro poeta
antillano también compuso un poema patriótico que fuera promovido como Himno Nacional mexicano: José María
Heredia (1803-1839).
Aunque
se ha dicho erróneamente que fue una iniciativa del cubano, en realidad el
poema no es original suyo, sino una traducción que le pidió su colega Francisco
Galli para una de sus composiciones.
No
se ha estudiado lo suficiente la difícil relación que se estableció entre estos
tres escritores y socios comerciales, el cubano Heredia y los italianos Linati
y Galli. Lo
que al principio parecía una buena empresa compartida pronto se empezó a
quebrar, pues las diferencias brotaron de inmediato y resultaron
inconciliables.
El
cubano provenía de la isla de Cuba, un país
sin nación, por así decirlo, mientras que los otros procedían de una nación sin país: la independencia cubana
no se alcanzaría hasta 1898, y la unidad (o Reunificación)
italiana se lograría en 1861.
El
turbulento conde masónico Claudio Linati (1790-1832), y el otro italiano
carbonario Fiorenzo Galli (de quien se sabe muy poco, excepto que luego combatió
con el General Mina en Cataluña), traían a México un programa político muy
combativo, y difundían un ideario que promovía la dictadura –el gobierno
unipersonal- como el mejor medio para combatir los males del país.
Heredia,
más liberal, puso cierta distancia con ellos y terminó apartándose, por esas
ideas políticas, pero supongo que también por la tibia, o casi complaciente
actitud, que sus supuestos amigos y socios adoptaron ante la polémica con el actor
español Andrés Prieto, en la cual se sintió descobijado.
El
17 de junio de 1826, los italianos Claudio Linati y Francesco Galli publicaron
en la revista El Iris la composición
“Himno de guerra”, poema original del segundo pero traducido por Heredia,
promoviéndola como posible Himno de
México, acompañando la música del compositor y pianista alemán Ernst
Ferdinand Wezel (1808-1880), profesor del Conservatorio de Leipzig y antiguo
amigo de Schumann.
En
esa temprana época (apenas cinco años después de la independencia), aún se carecía
de un canto oficial nacional, y las opiniones estaban divididas, pues unos
querían alguna composición para celebrar el inicio de las luchas por el cura
Miguel Hidalgo, el 16 de septiembre de 1810, y otros todavía creían más
adecuado festejar el final triunfal de esa contienda por el militar Agustín de Iturbide,
el 27 de septiembre de 1821. Apenas había acuerdo en el mes, que después terminó
siendo “El Mes Patrio” en la retórica oficial, pero no en el día ni en el año.
En
realidad, al principio de la vida independiente como Primer Imperio Mexicano,
la idea de un Himno Nacional no resultaba tan urgente, y es por eso que cuando
Iturbide fue consagrado como Emperador Agustín I en la Catedral Metropolitana,
se entonó el himno religioso Veni Creator
para solicitar la bendición divina a esa causa.
Aunque
se ha afirmado insistente y erróneamente por casi todos los historiadores que el
“Himno de Guerra” publicado en El Iris
es un poema de Heredia, en realidad es una traducción
del italiano solicitada por Florencio Galli, y cuya versión original aparece
precediendo esa misma publicación. No fue, entonces, el resultado de un impulso
personal del cubano, sino la respuesta al pedido de su colega y socio, así que
en cuanto al contenido hay que establecer la autoría original. Los italianos
tomaron tanto empeño personal en este asunto, que hasta le añadieron la música
de Ernst Wezel.
Como
no se incluye en ninguna de las antologías que he revisado sobre el Himno
Nacional (al igual que el de Losada y el del Segundo Imperio), lo incluyo aquí.
En
la reciente Edición Crítica de las Poesías
Completas de Heredia realizada por el hispanista anglo-germano Tilmann
Altenberg,
aparece como “Himno de Guerra” en el apartado de “Poemas no recogidos en
colección”:
1.º Pues
otra vez de la bárbara guerra
Lejos
retumba el profundo rugir,
De los
aztecas resuene en la tierra
El noble
grito: «¡Vencer o morir!».
5 ¡Qué!,
¿pensarán insensatos y audaces
Los
españoles el yugo imponer
A los
valientes que alianzas o paces
Con los
tiranos juraron no hacer?
2.º ¿Cómo tan pronto el terror olvidaron
10 Con que
les vimos perdón demandar,
Cuando a
los pies de los héroes juraron
Nuestros
derechos por siempre acatar?
Vuelvan, y
tornen la patria y la gloria
En nuestra
frente a ceñir su laurel.
15 Eterno
vive en la espléndida historia
Quien en
las lides se adorna con él.
3.º Vana contemple su infame perfidia
El
degradado avariento español,
Y devorado
su pecho de envidia,
20 Felices
mire a los hijos del Sol.
Ya le
tendimos de amigo la mano,
Y él
insolente la osó despreciar:
Quiere que
Anáhuac le adore tirano,
Y Anáhuac
libre sabrale humillar.
4.º 25 Allá se postre en la mísera España
Ante el
tirano más vil y feroz,
Y en él se
cebe la estúpida saña
De su
execrable y sangriento Molocca.
«¡Fuera
tiranos!», el Anáhuac dijo;
30 «¡Fuera
tiranos!», el Sur exclamó.
La
libertad sus esfuerzos bendijo,
Y al Nuevo
Mundo en su templo erigió.
634
Poesías completas de José María Heredia
5.º Nunca
olvidemos las bárbaras penas
Que nos
hiciera la España pasar.
35
Trescientos años de oprobio y cadenas
Se nos
presenta ocasión de vengar.
Para
tiranos, cobardes y reyes
Arde muy
fiero de América el sol,
Mas
vivifica benigno las leyes
40 Y las
corona de puro esplendor.
6.º Armad,
guerreros, con ira la diestra
Y en vano
truena la nube fatal;
La patria
bella nos llama y nos muestra
La senda
noble de gloria inmortal.
45
Obedezcamos su acento sublime;
Aseguremos
su dicha y su paz,
Un solo
ardor nuestros pechos anime,
Un solo
voto: ¡Morir o triunfar!
En
la nota editorial, Altenberg señala:
[Abril de 1826] [T: Ir26] Aparato crítico a
pp. 632–633 937 Es traducción de una oda de Florencio Galli, colaborador
italiano de Heredia en El Iris. El texto del original, titulado «Invito ai
poeti sulla morte del Redentore», aparece inmediatamente antes de la versión
herediana en el mismo número de la revista. La versión de Heredia imita la
forma estrófica y el esquema rimático (ABbCCa) del original italiano. Ambos
textos se publicaron el sábado antes de Sábado Santo.
Habría
que compulsar ambos textos, el original de Galli y la traducción o versión de
Heredia, para considerar cuánto hay de propio en uno del otro, y lo que resultó
añadido por la inspiración creativa del segundo.
No
se entiende la repetida confusión de los historiadores en la atribución a
Heredia de este poema, originalmente en italiano de Galli, porque él mismo lo
explica en una nota que lo precede, que comenta Altenberg:
Himno de guerra
Testimonio único: El Iris (México), t. ii, núm. 27 (17 de junio de 1826), pp.
111–112 (Ir26). El poema viene precedido por la siguiente nota firmada con la
inicial G., que solía usar Florencio Galli, colaborador italiano de Heredia en
El Iris:
“Si hay documentos que
atestigüen el poder mágico de los versos, son sin duda los himnos patrióticos.
Sin subir a los tiempos de Tirteo, ni de Ossian, basta echar una mirada sobre
las últimas revoluciones de Inglaterra, Suiza y Francia, para convencernos de
los prodigios de que han sido capaz.(sic) No negaremos, que así como para
destruir el prestigio de ciertas sociedades, los tiranos no encontraron un
medio más eficaz que el generalizarlas, para destruir el efecto de las
canciones patrióticas, emplearon todos sus cuidados, en multiplicarlas. Es
natural que un hombre que corteja muchas mujeres, no puede tener grande afecto
a ninguna, y no lo es menos, que los pueblos que tienen demasiadas canciones
patrióticas, no se electrizan ya por ninguna. Mientras algunas naciones están
pecando por un extremo, México peca por otro: el de tener ninguno. Semejante
consideración, nos hizo rogar al Sr. Heredia que procurase llenar este vacío, y
habiéndole presentado un rasgo de música de Wenzel, tuvo la bondad de adaptarle
la poesía que copiamos.
Más
adelante en la misma publicación, se publica una nota de tipo comercial que se
refiere a la composición:
En otro número de El
Iris, t. ii, núm. 14 (3 de mayo de 1826), en un aviso se hace referencia a la
publicación por separado del mismo himno: «En la oficina de este periódico se
halla de venta un Himno nuevo, relativo a las circunstancias del día. Versos de
Heredia, y música J. B.Wenzel al precio de dos reales» (p. 8).
Anota
Altenberg:
Es probable que el compositor nombrado sea
Johann (Baptist) Wenzel Kalliwoda (1801–1866). En vista de la cronología
externa, es dudoso que las «circunstancias del día» mencionadas en el aviso
aludan a la conspiración pro-española del padre Arenas, como afirma PC (II:
95). Aquella conspiración con el fin de restaurar a Fernando VII como soberano
de México, sólo fue descubierta en enero de 1827. Antes bien, el himno refleja
la creciente animosidad hacia los españoles durante los primeros años de la
independencia mexicana, en particular durante la campaña política para las
elecciones de 1826. Un hito legislativo, aunque posterior al poema, fue, en
este respecto, la ley federal cuyo primer párrafo estableció lo siguiente: Los
Estados-Unidos Mexicanos no oirán jamás proposición alguna de España ni de otra
potencia en su nombre, si no está fundada en el reconocimiento absoluto de su
independencia bajo la forma actual de su gobierno. (11 de mayo de 1826)
(Legislación Mexicana o Colección completa de las disposiciones legislativas
expedidas desde la independencia de la República, vol. i, ed. por Manuel Dublán
y José María Lozano. México: Imprenta del Comercio, 1876, p. 781, núm. 478). La
actitud combativa del poema parece, pues, deberse más al clima general y las
convenciones del género que a algún acontecimiento específico. El texto figura
entre los siete poemas heredianos antologados por Manuel Nicolás Corpancho en
Flores del Nuevo Mundo: tesoro del Parnaso americano (México: Imprenta de
García Torres, 1863, t. i, pp. 135–162).
Debe
consultarse la edición de Altenberg para documentar las variantes y
correcciones introducidas, que rectifican y precisan el texto definitivo.
Es
significativo que dos cubanos se hayan implicado en la composición de sendos
himnos nacionales para México, pero habría que considerar también a su
compatriota José Joaquín Palma Lasso (Bayamo, 1844 – Ciudad de Guatemala, 1911),
quien compuso la letra del Himno Nacional
de Guatemala, al ganar un concurso convocado en 1896, pero que guardó su
anonimato hasta poco antes de morir (probablemente por haber sido uno de los
jurados del certamen), cuando en 1910 reveló su autoría y recibió un gran
homenaje patriótico. Sin embargo, en 1934, esa letra fue modificada por
considerarla extremadamente guerrerista y violenta,
y no adecuada históricamente con las circunstancias de la independencia
guatemalteca.
Tal
pareciera que a falta de una patria propia, algunos cubanos exiliados se
dedicaron a componer los himnos de otras naciones…
Como
un par de notas curiosas relacionadas indirectamente con lo anterior, podría
agregar que la canción que desde 1984 fie declarado Himno de Asturias, “¡Asturias, patria querida…!”, comparte al
menos el título con una composición del cubano Ignacio Piñeiro, fundador del
famoso Septeto Nacional y uno de los
soneros más inmortales, a quien también se le ha atribuido su autoría, pero
esto aún está en debate; y que una de las marchas procesionales de la Muy Antigua, Pontificia y Franciscana
Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Fundación y
Nuestra Señora de los Ángeles Coronada, más conocida como Cofradía de Los Negritos (fundada hacia
1393 por el cardenal Gonzalo de Mena y Roelas en
la capilla del Hospital de los Ángeles, para cobijar a los negros en Sevilla), es
también resultado de la inspiración del célebre músico cubano Antonio Machín (Antonio
Abad Lugo Machín, Sagüa La Grande, 1903 – Madrid, 1977), hoy sepultado en un
mausoleo en el cementerio sevillano de San Fernando, y que hasta cuenta con su
estatua en una de las plazas de la ciudad del Betis. Él fue quien popularizó por
todo el mundo canciones como “El manisero”, “Quizás, quizás, quizás”,
“Madrecita” y “Angelitos negros”.
Es
irónico que el reclamo de Galli haya sido respondido de forma tan vehemente
como abundante, pues apenas unos años después de su pedido (1826), ya había
casi media docena de composiciones que aspiraban a obtener el galardón de
“himnos nacionales mexicanos”: una vez más, como en otras ocasiones y aspectos,
se había ido apasionadamente de un extremo al otro.
Bibliografía:
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artista romántico en el México decimonónico”, Anales del Instituto de
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215 pp.