Por Octavio de la Suareé
“El compañero que me atiende (Selección y prólogo de Enrique Del Risco): Editorial Hypermedia, 2018, 480 páginas”.
Con una llamativa portada de Herman Vega Vogeler basada en una imagen del pintor surrealista belga Rene Magritte (‘Peregrino‘) y que subraya la universalidad del tema y también establece la incógnita del personaje en cuestión, Enrique Del Risco da a la imprenta una colección de muy interesantes escritos. Todos ellos aparecen reunidos aquí bajo el epígrafe de El compañero que me atiende, eufemismo de una cita de Leonardo Padura que bien sabe de lo que se trata, pues están relacionados con la estricta vigilancia y la falta de libertades civiles que existe hoy día en la Cuba monárquica y anti-democrática.
Esta obra responde a la interrogante de cómo se puede escribir bajo la represión que existe en Cuba a partir de 1959 e intenta “exponer cómo hacerlo bajo ese policía de
cabecera, un ser que presume de invisibilidad”. Pues de eso es precisamente el asunto de este ingenioso libro que el crítico califica de “género totalitario policiaco”, con el propósito, en sus propias palabras, de “recopilar una mínima parte de las aportaciones cubanas a un género anunciado ya por /Franz/ Kafka desde las primeras páginas de El proceso” y más adelante continuado por George Orwell en su conocida fábula 1984. O sea, de esa meticulosa atención y cuidado especial que el totalitario y represivo gobierno impone sobre cada artista o escritor sospechoso de no seguir al pie de la letra la política del Partido Comunista de la isla, como si sus ciudadanos no fuesen más que enfermos que necesitaran la atención de un médico o siquiatra de cabecera.
Esta atractiva antología atrae de inmediato la curiosidad del interesado en la literatura cubana e hispanoamericana como también en la actual discusión sobre el papel que desempeña la democracia en las sociedades modernas por diversidad de motivos, entre los que sobresalen los siguientes. En primer lugar, por encontrarnos aquí con la creación de un nuevo género literario, caracterizado –como señala su autor-, “por la ausencia del crimen y por lo difuso… del castigo.
Este indefinido “género totalitario policiaco” difiere del tradicional “policiaco totalitario”, o sea, de la versión totalitaria del policiaco occidental o, si se prefiere, de la versión policiaca del realismo socialista, ese responsable directo del encadenamiento de una tercera parte de la población mundial. Asimismo, por “las peculiares relaciones entre los supuestos criminales y los agentes de la ley, agentes menos preocupados por el castigo de sus perseguidos que por su salvación”.
En segundo lugar, por la enjundiosa variedad de composiciones que se encuentran representadas; hay cincuenta y siete autores cada uno con su particular aportación, incluyendo ensayos, artículos, cuentos, poemas, pinceladas, diálogos, entrevistas, poemas en prosa, etc. En sus páginas, aparecen escritos relacionados con el género fantástico, otros dedicados a la ciencia ficción, unos de humor y algunos de recreación de realidades paralelas, todos ellos producto de la imaginación del cubano por trascender la inmediata y odiosa realidad que enfrentan a diario. A la vez estas obras tienen en común el asunto de las relaciones entre los dos protagonistas, algunos desde el punto de vista bien del vigilante o bien del sospechoso y a veces el de testigos confundidos. Así, entre los ejes temáticos del género, se observa la vigilancia, el interrogatorio, la intimidación, la invitación a colaborar con el despreciable régimen, los arrestos, y, por último, el reencuentro de la víctima con el vigilante años después. Se debe asimismo destacar que esta colección ha sido dividida en cuatro partes, cada una relacionada con un período de la reciente historia de Cuba a partir de la caída de la República en 1959. Así nos hallamos frente a los primeros cinco artículos en la sección que abre el libro: de 1959 a 1979, con un totalitarismo limitado; siguen once trabajos sobre la década de los ochenta, cuando la revolución y la represión ya han sido establecidas, y 14 más sobre la década de los noventa, cuando comienzan las dudas e interrogaciones, para concluir con 27 aportaciones más en la parte final, ‘Después del dos mil’.
Es de esta última sección de donde extraemos el tercer motivo de la obra que debe Interesar a todo hispano-hablante amante de la libertad, en especial si reside en los Estados Unidos. Nos referimos al urgente llamado de alerta de su autor (Cargaré con la cruz del compañero de Néstor Díaz de Villegas) para prevenir al lector sobre los funestos resultados que pueden suceder cuando el ciudadano de cualquier país democrático se deje llevar por las consignas en boga en determinado momento y deje de pensar por sí mismo. Dice así, al encontrarse con la sorpresa de “ese compañero que nos atiende” en una universidad norteamericana, exiliado ya en los Estados Unidos:
Hela aquí otra vez, la certeza inconmovible, la convicción cuasi religiosa. Su ropa cuenta la consabida historia de falsa modestia, de recato militante ( ¿No es cualquier uniforme la expresión de la entrega a la causa de moda? ), también una historia de rebajas, no comerciales, sino espirituales, el deseo de ser menos, de creerse menos –y hacérselo creer a los otros.
Son éstas, en resumen, las nuevas encarnaciones del espíritu totalitario moderno, “multiplicadas en variantes menos profesionalizadas, más fanáticas” del “compañero que nos atiende” y que se pueden hallar en cualquier lugar. Todas ellas vuelven a perseguir con saña el menor ‘diversionismo’, el más mínimo desvío del sentido histórico y social que asumen como inevitable. Como sagazmente concluye el antólogo: “Su objetivo no es el de la sociedad sin clases como pretendía el ideal comunista, sino construir un mundo libre de toda incorrección política”.
William Paterson University.
Agosto de 2018