Por Camilo Hernández
Martí es inmenso al escapar de la vanidad del aldeano que cree que el mundo entero es su aldea, al mantener la sorpresa limpia y las ganas de aprender de par en par.
Hay más Martí en Nueva York, en México, en Caracas, que en La Habana. Hay más mundo en su cabeza que provincianismo colonial. Toda esa hermosa grandeza que conoció la soñó para su isla.
Nadie ha sido más estafado que él. Amputado, tergiversado, reducido a comparsa de un pandillero megalómano que antes leyó al Duce que "La Edad de Oro". ¿O realmente alguien cree que un colono resentido que se quedó en Cuba a explotar haitianos y una sirvienta iletrada auparon a su prole a admirar a un cubano que representa todo lo contrario?
Esa Cuba que imaginó José ojalá alguna vez exista. No fue y no es, y no se avizora que será. Un país que camina sobre las llagas de su miseria, donde sus hijos se han vuelto sofistas de la cobardía, no merece ser la tierra que acoge sus cenizas.
Pobre José Martí, tan chiquitico, tan pálido, tan muerto por gusto, tan echado sobre el lomo de una mula que aún lo lleva por el pedregal infinito de la Isla de Cuba.