Thursday, January 28, 2021

JOSÉ MARTÍ

"Gran foto de Ernesto Fernandez, padre de mis amigos Ernesto Javier Fernandez Zalacain e Javier Ignacio Fernández Zalacaín" (Nota del autor)

Por Camilo Hernández

Un día como hoy, 168 años atrás, nació un cubano excepcional que tal vez lo fuera porque estuvo en la isla apenas 18 de sus 42 años.
Martí es inmenso al escapar de la vanidad del aldeano que cree que el mundo entero es su aldea, al mantener la sorpresa limpia y las ganas de aprender de par en par.
Hay más Martí en Nueva York, en México, en Caracas, que en La Habana. Hay más mundo en su cabeza que provincianismo colonial. Toda esa hermosa grandeza que conoció la soñó para su isla.
Nadie ha sido más estafado que él. Amputado, tergiversado, reducido a comparsa de un pandillero megalómano que antes leyó al Duce que "La Edad de Oro". ¿O realmente alguien cree que un colono resentido que se quedó en Cuba a explotar haitianos y una sirvienta iletrada auparon a su prole a admirar a un cubano que representa todo lo contrario?
Esa Cuba que imaginó José ojalá alguna vez exista. No fue y no es, y no se avizora que será. Un país que camina sobre las llagas de su miseria, donde sus hijos se han vuelto sofistas de la cobardía, no merece ser la tierra que acoge sus cenizas.
Pobre José Martí, tan chiquitico, tan pálido, tan muerto por gusto, tan echado sobre el lomo de una mula que aún lo lleva por el pedregal infinito de la Isla de Cuba.

FÉLIX VARELA, JOSÉ MARTÍ, NUEVA YORK Y LA NACIONALIDAD CUBANA


Por Eduardo Lolo

Hace tiempo conjeturaba un amigo mío, más propenso al esoterismo y sus atisbos de lo incognoscible que a lo terrenal, que el padre Félix Varela, enfermo de gravedad durante meses, se había resistido a morir hasta tanto no hubiese nacido alguien que culminara su obra. Mi ignorancia en la materia de lo inmaterial me impide suscribir o refutar semejante suposición, que posiblemente tenga más raíces patrióticas que metapsíquicas. Pero no hay dudas que la cercanía cronológica del 28 de enero de 1853 y el 18 de febrero del mismo año se presta a la especulación. La primera de las fechas señaladas marca el nacimiento de José Martí; la segunda, la muerte del presbítero. Por lo que ambos representaron en la formación de la nacionalidad cubana, aun cuando la teoría de mi amigo no sea más que una imagen poética, las coincidencias vitales y el sentido de continuidad histórica entre uno y otro es algo que queda fuera de todo cuestionamiento: Martí hace patria a partir de Varela; Varela preludia el hacer martiano. Consecuentemente pudiera inferirse, al menos desde el punto de vista histórico, que el nacimiento del poeta sí conjuró de alguna forma la muerte del prelado, en extraña relación causal donde la vida espera por la vida antes de tornarse en muerte –o en otra vida.

Por las mismas razones cronológicas apuntadas, la relación Martí-Varela no existió nunca de manera directa. Ello es algo que no resulta un escollo en el proceso de continuidad histórica cuando se trata de antecedentes que se extienden, más allá de sus ciclos de vida natural, a través de una vasta obra. Pero es el caso que Varela no fue un escritor prolífero, ni siquiera constante. En realidad, echando a un lado la admiración por el personaje histórico, más allá de Cartas a Elpidio es poco lo que se le debe a este autor como tal. Y aunque la obra referida alcanza por sí misma un alto sitial en la historia de la literatura cubana, dista mucho de abarcar en sí misma todo el legado vareliano. ¿Cómo es posible, entonces, que Martí resultara heredero directo de ese codicilo y se sirviera del mismo a manera de plataforma de partida histórica? La interrogante puede tener más de una respuesta. La que más aprecio, quién sabe si por influencia profesional, es la relación magisterial por carácter transitivo.

Hay, en efecto, elementos varelianos que llegaron a Martí mucho antes de éste ser capaz de comprender en toda su integridad las Cartas a Elpidio. Por ejemplo, su amor a Cuba como algo diferente del terruño de nacimiento en su condición de provincia española de ultramar. Ha quedado más que comprobada la pasión que llegó a sentir por Cuba el niño Pepe, el hijo de Don Mariano, en tanto que unidad histórica con vida propia. Lo ayudó a desarrollarla un maestro que nunca olvidaría: el también poeta Rafael María de Mendive, hombre grave y tierno a la vez que tenía, en el gesto y la palabra, una llave que abría las almas. Martí lo quiso como padre; Mendive fue como un padre para Martí. A la sombra del corazón de su tutor aprendió el niño Pepe que “El amor, madre, a la patria/No es el amor ridículo a la tierra,/Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;/Es el odio invencible a quien la oprime,/Es el rencor eterno a quien la ataca”, como escribiría con sólo 15 años de edad. Pero es el caso que Mendive transmitió en herencia a su pupilo no solamente las características de su “yo” parcial, sino también las correspondientes a sus “circunstancias”. Y entre éstas cabe apuntar el haber tenido de modelo a José de la Luz y Caballero, quien a su vez había recibido la influencia directa de Félix Varela, dos pilares fundamentales en la formación de la nacionalidad cubana. Así, pues, el adolescente José Martí, ya sea por casualidad o predestinación, se convierte en heredero directo de un esfuerzo por determinar las características de una nacionalidad que venía cimentándose desde mucho tiempo atrás. En él se depositan, de manera directa, los intentos y resultados de tres generaciones anteriores de cubanos por definirse a sí mismos como algo diferente a “españoles de ultramar”.

El mensaje ocupaba un lugar tan destacado en las enseñanzas de Mendive y era tal su intensidad, que el joven Martí, junto al también adolescente Fermín Valdés Domínguez, no dudan un instante en calificar de “apóstata” a un antiguo condiscípulo que decide incorporarse a las huestes integristas. Consecuentemente, si para ellos el hecho de que un ex-compañero de la escuela de Mendive se hubiese pasado a las filas de la españolidad colonial constituía una apostasía, la cubanidad en proceso de formación alcanzaba la categoría de Evangelio. Sólo así se justifica el término religioso utilizado y la intimidatoria referencia al castigo que recibía la apostasía en la antigüedad. No en balde la carta donde se hacía este juicio, incautada por las autoridades coloniales, sería ‘razón’ más que suficiente para condenar a 6 años de presidio a quien ya comenzaba a ser mucho más que “Pepe, el hijo de Don Mariano”.

Del ejemplo señalado se desprende que Martí, aunque sin contacto directo desde la adolescencia con la nacionalidad que interpretaba ni jamás con Félix Varela, salió de Cuba con un grado de exposición al proceso muy superior al de la mayoría de sus contemporáneos. El mármol a esculpir no era ya piedra bruta cuando llegó a sus manos. Aunque todavía prisionera en la roca, la escultura histórica a liberar venía cobrando vida gracias a los cinceles de Varela, de la Luz y Mendive que el joven Martí recibió de forma continua. Poco antes del destierro martiano, el corazón de mármol ya venía latiendo en la manigua. En ese sentido, la labor de Martí no sería inicio o invención, sino culminación del esfuerzo que había echado a andar, entre otros, el padre Félix Varela. El presbítero que falleciera a poco de nacer el poeta, sobreviviría en su obra y en el contacto con José de la Luz y, gracias a éste, con Rafael María de Mendive. En consecuencia, Martí sí recibiría ‘directamente’ la influencia valeriana en su infancia y adolescencia gracias al carácter transitivo de las relaciones magisteriales. Pareciera que Varela hizo mucho más que esperar, para morir, por el nacimiento de un niño de españoles en un humilde barrio de La Habana; pero eso es algo que dejo a mi amigo esotérico. En todo caso, es de destacar que el proceso trazado no sería el único que permitiría a Varela influir ‘directamente’ sobre Martí. En efecto, hay en las vidas de José Martí y Félix Varela una coincidencia (o predestinación, vaya Ud. a saber) que considero determinante: el haber sufrido ambos la mayor parte de sus respectivos destierros en la ciudad de Nueva York, entonces el punto de entrada por antonomasia a la nueva república y principal centro cultural del país. No viene al caso intentar un resumen histórico de la ciudad durante el siglo XIX ni dar ahora datos biográficos de todos conocidos, aunque sí quiero recalcar algunos factores comunes. En primer lugar, el amor a la libertad acunado en Manhattan tanto en tiempos de la Guerra de Independencia como durante la Guerra Civil y desarrollado en las almas del clérigo y del poeta. No menos importante es la actitud ante las razas o culturas tenidas entonces como ‘inferiores’, presente tanto en la ciudad –dada la heterogeneidad racial, religiosa y cultural de su población– como en los exilados cubanos. Consecuentemente con lo anterior, es de destacar en la ciudad, el sacerdote y el poeta un profundo sentido de solidaridad para los más desvalidos.

Todos estos aspectos positivos que tenían en común Nueva York, Varela y Martí convivían en la ciudad, paradójicamente, con otros de signo totalmente contrario; elementos adversos a los cuales los dos criollos desterrados resultaron inmunes. Cabe destacar entre ellos la marcada corrupción política imperante en la ciudad por buena parte del siglo, la alta tasa de desempleo y criminalidad, el relajamiento de los valores morales (de acuerdo a los patrones judeo-cristianos) ante la práctica abierta de la prostitución y otras formas de promiscuidad sexual, los juegos ilegales, el abuso infantil, etc. A ello súmese una insuficiente infraestructura sanitaria (con sus consiguientes epidemias), la popularidad del anarquismo como ideología ‘alterna’ (o, en el extremo contrario, el Nativismo y las poderosas sociedades de prevención y supresión de vicios) y se tendrá una visión panorámica y paradójica, aunque incompleta, del lugar donde Varela y Martí vivirían la mayor parte de sus vidas fuera de Cuba.

Martí caminaría sobre las huellas del sacerdote en la nieve, vuelto cronista de la metrópolis. El Varela que había conocido a través de Mendive, lo volvería a encontrar a orillas del Hudson. El exilio que compartiría las mismas calles los haría conciudadanos de una misma ciudad, si bien de tiempos diferentes –aunque no distantes. Separados por un puñado de años, Varela y Martí quedan unidos por un ‘decir’ nuevo y, particularmente, por un ‘hacer’ cónsono con el decir que los iguala y que se haya directamente relacionado con lo que recibieron y lo que aportaron a la ciudad que los acogió. Un nuevo decir que, dados sus casi contemporáneos momentos históricos, parece estar impregnado mayoritariamente de sentido político. Pero tal reduccionismo constituye algo así como la parte visible de un iceberg. Quedan, debajo de la superficie, siete octavas partes de pensamiento, lógicamente relacionadas con lo visible, pero de una profundidad tal que, visto en su conjunto, en realidad constituyen un ente diferente.

Pongamos el caso de la solidaridad humana y el anti-fanatismo. Para quienes hemos tenido la suerte o la desdicha de vivir en medio de otros pueblos, se nos hace evidente algo que cuando vivíamos en la Isla pasábamos por alto: el profundo sentido de solidaridad humana del cubano, sin barreras de edades, sexos, razas o nacionalidades; solidaridad que, más allá de valores morales o religiosos, constituye una característica idiosincrásica de nuestra nacionalidad, de raíz indudablemente hispana (por la forzada extensión del círculo familiar común a todos los latinos) pero acentuada por condiciones específicas inherentes a nuestro desarrollo histórico. Para el cubano nadie en su suelo es extranjero, como si el mero hecho de vivir en la patria diera a los recién llegados derecho propio a ser tratado como nativo. Nueva York, por otra parte, nunca ha sido suelo ajeno para nadie.

Por lo anterior, no es de extrañar que el racismo, la xenofobia y otras formas de discriminación tuvieran en Cuba características diferentes a otros países americanos, y en Nueva York, como importante centro ideológico de la Unión frente a la Confederación, peculiaridades muy disímiles del resto de las ciudades de los EE.UU., particularmente las del sur. Diferencias que, aunque no reducen en un ápice la base de injusticia y bestialidad que tiene todo tipo de discriminación, atenuaron su intensidad tanto en la isla colonizada como en la ciudad norteña. Así, aun antes de abolirse la esclavitud como institución, en Cuba había negros libertos que llegaron a alcanzar sitios prominentes en la escala social; el acto inicial de Carlos Manuel de Céspedes fue liberar a sus esclavos; la bandera nacional cubana fue izada por primera vez por un venezolano; el principal jefe militar de la Revolución de Independencia lo fue un dominicano; el hombre de confianza de Martí en La Habana durante la preparación de la Revolución fue un afro-cubano, considerado uno de los mejores abogados de su tiempo. Y descendiente de africanos era también el segundo jefe militar del ejército independentista, respetado y querido por todo el pueblo. Altos oficiales, destacados profesionales e intelectuales cubanos del XIX eran negros, mulatos, chinos o, simplemente, mestizos de todas las combinaciones posibles, no pocos extranjeros. Todos ellos formaban, junto a los descendientes ‘puros’ de europeos nacidos en la Isla, una sola masa: los criollos; el orgullo nacional en formación creó un nexo de solidez tal que dejó relegadas todas las diferencias étnicas, de nacimiento o culturales de los antepasados. En Nueva York, por otra parte, los negros que huían del sur lograban no solamente la libertad individual, sino la esperanza activa de extenderla hasta los suyos quedados detrás, como a la postre sucedería. Y para los humildes europeos que llegaban a la bahía perseguidos de cerca por guerras o hambrunas, Manhattan era una acogedora puerta de entrada al futuro, representado por un nombre sinónimo de esperanza: América.

Varela y Martí, herederos de ese alto concepto de la solidaridad humana adquirido en la Isla y desarrollado en Nueva York, la expresarían en palabras y en hechos, profundizándola, extendiéndola e incorporándola acentuada a la misma fuente de donde la habían tomado: nuestra nacionalidad en ciernes. Ellos no inventaron esa característica idiosincrásica cubana; pero, en parte gracias a la experiencia neoyorquina, coadyuvaron a su fijación en las mentes y en las almas de sus compatriotas. Tal sujeción quedó extendida en el tiempo en sus escritos, pero fue cimentada y practicada por ambos en el más importante tesoro de cada cual: su vida diaria, la suma finita de los días irrecuperables de cada cual.

Así, no resulta extraño que el padre Varela, como diputado a Cortes, se declarara terminantemente contrario a la esclavitud y expresara sus deseos de autonomía para Cuba, los cuales luego evolucionarían hacia la independencia. Ni que, una vez instaurada la reacción en España, decidiera por un estoico y decidido exilio que no lograron corromper amenazas ni ofrecimientos.

La labor solidaria del padre Varela con los pobres inmigrantes europeos recién llegados a Nueva York, no ha sido del todo valorada. Dada su condición de eclesiástico y las doctrinas de caridad de la Iglesia Católica, tal parece que no hizo más que cumplir con un deber fundamental. Teóricamente es así; en la práctica hay mucho más. Cuando el sacerdote cubano hizo de los irlandeses recién llegados su cruzada neoyorquina particular, dicha comunidad era tenida por los norteamericanos como fuente de descomposición de la sociedad. Las llamadas ‘clases vivas’ de entonces (mayoritariamente protestantes, de clara raíz puritana) asociaban a los católicos irlandeses con el juego ilícito, el abuso del alcohol, la violencia y la corrupción política. Un movimiento ‘moralizador’ mal llamado “Nativismo” infestó, incluso, elecciones presidenciales y a la postre daría nacimiento en Nueva York en 1850 (fundado por Charles B. Allen) al Know-Nothing Party –o The Order of the Star Spangled Banner, según el nombre oficial. El padre Varela se enfrentó decididamente, con su acción, a los primeros síntomas de ese mal llamado American Nativism que preconizaba la inferioridad de los extranjeros católicos.

Claro que en esa actitud de solidaridad activa con los inmigrantes pobres y católicos no estaba solo el humilde sacerdote cubano. Abraham Lincoln, no coincidentemente, ocupaba el mismo lugar en el espectro político norteamericano de la época.

De manera tal que el exilio de Varela fue mucho más activo desde el punto de vista ideológico de lo que se ha señalado hasta ahora. La imagen del sacerdote dedicado totalmente a las labores pías con dejación de aquella militancia política activa que le había caracterizado en las Cortes, es del todo incompleta. Conviviendo con esa faena religiosa de caridad, había implícita (dados los receptores reales de tal devoción) una postura ideológica de primera magnitud, cuya raíz fundamental –más allá de postulados religiosos– era su concepto criollo de solidaridad humana complementado por el cosmopolitismo neoyorquino. No en balde ha quedado inscrito en la historia norteamericana no como un eclesiástico destacado (que lo fue, llegando a ocupar el cargo de Vicario General de la Diócesis de Nueva York ) sino como “reformador social”, tal y como aparece en la estampilla emitida en su honor por el correo estadounidense en 1997.

José Martí repitió, ampliándolas y adaptándolas a sus circunstancias específicas, tales características solidarias. Recuérdese que a pesar de ser hijo de españoles, siendo todavía un niño denunció horrorizado las ignominias de la esclavitud y la persecución política colonialista. Más tarde escribiría que con los pobres de la tierra quería su suerte echar, y como tal vivió y murió, dejando incompletas obras tales como Mis Negros, donde pensaba rendir homenaje a los cubanos de origen africano.

Volviendo al exilio que compartieran Varela y Martí, es de destacar que el Martí neoyorquino era, posiblemente, el escritor hispano en activo más conocido entre los medios editoriales e intelectuales de las dos Américas de su tiempo. Atrás habían quedado los años iniciales para ganarse un espacio reconocido en las letras de su época. Para los años ochenta, el poeta antillano disfrutaba del reconocimiento no sólo de sus contemporáneos más inmediatos, sino también de lo más representativo de la intelectualidad de la generación anterior y la posterior a la suya, como lo demuestran las palabras de afecto y admiración de personajes tales como Domingo Sarmiento y Rubén Darío, por poner solamente dos ejemplos. Al mismo tiempo, Martí se desempeñaba en el mundo diplomático.

Semejante retrato, si le ocultamos el nombre, nos haría imaginarnos de inmediato a un elegante y opulento burgués de chistera de brillo, contonéandose orgulloso de su renombre y lógicos dividendos. La realidad, como todos sabemos, fue bien distinta. Aunque Martí manejó grandes cantidades de dinero para la época, como quiera que éstas estaban destinadas a propiciar la libertad de su Patria, no lograron impedir que el Cónsul de varios países y reconocido escritor, caminara en invierno por las calles de Nueva York con los zapatos rotos y dedicara parte de su escaso tiempo en educar a los más necesitados. El arroyo de la sierra, aún en medio de una urbe de primera magnitud, le seguía complaciendo más que el mar. Y a la más humilde y desvalida representación corporal de ese arroyo serrano dedicó Martí una obra que tiene muchos puntos de contacto con las Cartas a Elpidio: La Edad de Oro.

El contenido de La Edad de Oro desborda en solidaridad: con los indios, los negros, los humildes, los héroes desdeñados; pero una solidaridad marcadamente matizada por la lucha ideológica. Desgraciadamente, solamente pudieron editarse cuatro números. Las razones del cierre de la revista no han quedado del todo esclarecidas y han sido utilizadas demagógicamente para oponer a Martí al Catolicismo. Pero, de acuerdo a recientes investigaciones, todo parece indicar que la razón del cierre de La Edad de Oro no fue el enfrentamiento ideológico Martí-Catolicismo, sino, Martí-Puritanismo, en una extensión del que, con su actitud, había mantenido Varela unas décadas antes.

De lo anterior se desprende que tanto Varela como Martí se habrían enfrentado en Nueva York, aunque desde situaciones y signos ideológicos distintos, a las imposiciones de las ideas puritanas. Y no podía ser de otra forma. Desde puntos de vista diferentes (católico uno, krausista y masón el otro), ambos rechazaban todo tipo de fanatismo, el cual, según Varela, era el paso inicial para hacer a un pueblo esclavo. Y el amor a la Patria en gestación (formada precisamente, y entre otras cosas, por ese amor) signó ambas vidas, únicamente con concesiones poéticas a favor de la noche (en Martí) y su pecho (en Varela). Para Martí la Patria terminaría siendo ara, y para Varela un objeto de amor tal que podía considerarse culpa, de la cual no se arrepentía. Patria común lógicamente asociada con su nacionalidad donde el fanatismo –de cualquier signo, fuente o razón– nunca ha podido (pese a las apariencias contemporáneas) enraizarse.

De todo ello se infiere, entonces, que el presbítero y el poeta, en una correspondencia de continuidad histórica directa (alcanzada mediante una relación magisterial por carácter transitivo), tomaron de la nacionalidad común en formación elementos fundamentales que devolvieron debidamente engrandecidos gracias, entre otros factores, a la influencia determinante del Nueva York del siglo XIX, donde sufrieron las penurias del destierro. Entre tales componentes cabe destacar el alto concepto de la solidaridad y el anti-fanatismo que caracterizara a ambos y, a la postre, a la nacionalidad cubana en su conjunto. Para ilustrarlo he llamado la atención sobre aspectos de sus respectivas vidas poco estudiados o simplemente escamoteados o mal interpretados: el enfrentamiento que ambos, con sólo unos pocos años de diferencia, tuvieron en Nueva York con las ideas puritanas entonces vigentes en la ciudad. En Varela era lógico, dada su condición de sacerdote católico; pero ya vimos que, más allá del campo teológico, su actitud estuvo embebida de razones ideológicas contrarias a la corriente política Nativista. En el poeta no creo haya que tomar en cuenta el factor religioso; para él el fanatismo era uno solo, sin importar sus ropajes.

Quedan por analizar otros elementos que ambos tomaron de nuestra nacionalidad entonces en ciernes y desarrollaron profusamente antes de devolverlos a su fuente, como la importancia de la Educación en nuestra vida social, por ejemplo. No obstante ello, considero que aun con el análisis de tan siquiera los dos factores característicos de nuestra nacionalidad enfatizados, queda demostrado que tanto Varela como Martí emergieron relacionados en nuestra historia como dos de las más importantes voces nuevas (tanto en palabras, como en actitudes) de las que, en nuestra formación histórica, se encargaron de expresar (y abogar por) lo que hasta ese momento era sólo irrupción, hálito, luz y sombra. Dijeron y vivieron cosas nuevas porque tuvieron sentimientos nuevos, inicialmente inefables y, gracias a ellos, comunicados a toda voz de historia. A golpes de vida y dedicación sacaron de la forja del tiempo, engalanadas, las palabras viejas que ya no fueron nunca más tales. Con sus vidas y sus obras se encargaron de decir lo que todos estaban queriendo expresar sin haberlo podido lograr hasta entonces. Ambos descubrieron las actitudes y las ideas que sus compatriotas llevaban dentro, y las expresaron en palabras y acciones determinadas, en parte, por reflejo de la ciudad que les abrió los brazos. Ambos, en fin, nos enseñaron a pensar y a sentir como cubanos; que es decir, a vivir y a morir –donde quiera que nos encontremos– con una isla y su tiempo adoloridos en medio de la frente, que es la quintaesencia del ser cubano.





Este trabajo apareció publicado por primera vez en la Revista Hispano Cubana Vol. 15 (Madrid, 2003), páginas 51-60. Tomado de: Lolo, Eduardo. Lo que quede de aldea: Más sobre José Martí. 2da edición. Miami: Alexandria Library, 2014. Páginas 25-40.

 

Tuesday, January 26, 2021

Félix Varela en la antesala de la modernidad: filosofía, eclecticismo y utilidad



Por Vicente Medina

English Abstract


This article is divided into four parts. First, in the introduction, I underscore the importance of this project. Second, I describe and assess Varela’s interpretation of philosophy. Third, I explore his view of eclecticism within his overall conception of philosophy. Lastly, I explain his conception of the term “utility” in his philosophical works. These three concepts, philosophy, eclecticism, and utility, are interrelated in his oeuvres. He views philosophy as a right way of reasoning. He calls eclecticism the “true philosophy” because he identifies it with a sensible selection of arguments, including several methods for exploring our quotidian experiences. In addition, he views utility as a tool for evaluating our conduct, including the common good. Given that the above-mentioned concepts are polysemic, they can and, as a matter of fact, have been manipulated by different scholars. These scholars have tried to portrayed Varela’s philosophy with partisan aims, whether by having worthwhile intentions or by having tendentious ideological aims in mind.



Resumen en español

El artículo consta de cuatro partes. En la primera parte, la introducción, señalo algunos aspectos de la importancia del proyecto. Segundo, describo y evalúo como Varela interpreta la filosofía. Tercero, exploro su eclecticismo dentro de su filosofía. Por último, explico el concepto de utilidad en el quehacer filosófico de Varela. Estos tres conceptos: filosofía, eclecticismo y utilidad están correlacionados en su obra. La filosofía con la recta razón. El eclecticismo, o lo que Varela llama la “verdadera filosofía,” con la sabia selección de argumentos, incluyendo diversos métodos para explorar nuestras experiencias cotidianas, y la utilidad con la mesurada evaluación de nuestra conducta, incluyendo el bien común. Dado que estos tres conceptos son polisémicos, ellos pueden ser manipulados, y de hecho han sido tergiversados, por pensadores que han tratado de explicar el pensamiento filosófico vareliano con fines partidistas, ya sea con buenas intenciones o con fines ideológicos tendenciosos.


Introducción

Félix Varela y Morales (1788 La Habana, Cuba¾1853 San Agustín, Florida) fue un erudito presbítero, filósofo, pedagogo, teólogo y diputado electo a las Cortes españolas en 1821 que, con el apoyo del otrora Obispo de La Habana Juan José Días de Espada y Fernández de Landa (1756-1832) inició una profunda reforma filosófica y pedagógica en Cuba.[1] Sin embargo, debemos señalar que dicha reforma ya la habían comenzado con circunspección los presbíteros José Agustín Caballero y Juan Bernardo O’Gaván. Ambos fueron maestros de Varela en el Real y Conciliar Colegio y Seminario de San Carlos y San Ambrosio de la Habana donde Varela continuaría y expandiría la enseñanza de la filosofía moderna en contraste con la enseñanza escolástica requerida en la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de la Habana.[2] En 1812, publica los dos primeros tomos de sus Instituciones philosophiae eclecticae [Instituciones de filosofía ecléctica] en latín, pero los tomos 3º y 4º fueron publicados en español. Le seguirían sus Lecciones de Filosofía en 3 vols., 1818, sus Miscelánea Filosófica también en 1818, y sus Cartas a Elpidio: tomo I en 1835 y tomo II en 1838, ambos publicados en la ciudad de Nueva York.

La importancia de Varela como filósofo, y como filósofo cubano y por tanto latinoamericano, estriba en ser uno de los primeros criollos hispanoparlantes que, a pesar de ser sacerdote, acoge, enseña y resalta los aportes de la filosofía moderna en Cuba. Además, es uno de los primeros en enseñarla en la lengua vernácula en el continente y argumentar en favor de las virtudes que dicha enseñanza conlleva para popularizar la filosofía y fomentar el estudio de las ciencias en la isla. El resultado de la enseñanza renovadora y reformadora de Varela se verá plasmado, por ejemplo, en la famosa Polémica Filosófica (1838-1840) donde por casi dos años se debatieron en los principales periódicos de la isla como se debía enseñar la metafísica, la epistemología, la ética y el orden y el valor de estas ramas teniendo como trasfondo las ideas filosóficas de Varela y de Victor Cousin, este último, promotor del eclecticismo moderno en Francia.[3] Es importante señalar que Varela es uno de los pocos filósofos latinoamericanos del siglo XIX que, en sus Cartas a Elpidio, defiende una incluyente tolerancia religiosa desde un punto de vista legal y político.

Para hacerle justicia a la obra de Varela, propongo leerlo en su contexto histórico y tratando de evitar prejuicios tendenciosos. El propio Varela, en su libro, Instituciones de filosofía ecléctica, nos sugiere las pautas que debemos seguir para interpretar a un pensador. El expone y propone que para hacerle justicia a un autor hay que tomar sus palabras en su debido contexto, pero también nos sugiere que “las palabras deben ser interpretadas ... en su propio y genuino sentido, mientras no se acuse la necesidad de establecer una desviación.”[4]

En este artículo defiendo una tesis poco ortodoxa que difiere de aquellos que intentan cohonestar la concepción filosófica de Varela con una praxis cívica y subestiman el valor intrínseco de su quehacer filosófico. Por tanto, sostengo que algunas de las ideas y argumentos ofrecidos por Varela han sido malinterpretados y/o tergiversados con fines partidistas, sobre todo su visión de la filosofía. Pensadores de derecha, como él ya fallecido historiador conservador cubano Herminio Portell Vilá, y pensadores de izquierda, como él historiador contemporáneo marxista cubano Eduardo Torres-Cuevas, coinciden en sobrevalorar la función instrumental de la filosofía valeriana a expensa del valor intrínseco gnoseológico de esta. Para Varela la filosofía tiene dos funciones fundamentales que, aunque compatibles, son diferentes. Según él, la filosofía tiene un valor instrumental para mejorar a las personas y a la sociedad.[5] Sin embargo, también reconoce que la misma tiene un valor intrínseco gnoseológico para indagar y conocer independientemente de su valor instrumental.

Como filósofo, pero también como crítico social y político, podemos argüir que fue un pensador renovador y ciertamente arriesgado.[6] Antes que todo fue un sacerdote católico comprometido con su fe.[7] Para contrarrestar interpretaciones parcializadas y/o politizadas de sus ideas y argumentos, propongo en su lugar una interpretación coherente, creíble y por tanto razonable de su obra en conjunto sin prejuiciar su forma de filosofar ni su fe.

Al haber sido influenciado por el liberalismo político de la época, Varela luchó por los derechos políticos de las personas desarrollando un proyecto para la abolición de la esclavitud en Cuba.[8] Además, en su Elenco de 1816, Varela recomienda que, al igual que los hombres, las mujeres debían ser instruidas en las ciencias ya que, según su criterio, “el primer maestro del hombre es su madre.”[9] Su recomendación es admirable e innovadora. Sin embargo, Varela también fue un hombre de su época, porque por un lado exaltaba las capacidades y virtudes femeninas, pero por el otro compartía los prejuicios, mitos y falsas generalizaciones sobre el sexo opuesto.[10]

El presbítero-filósofo acogió y cultivó las ideas de la filosofía moderna en Cuba, pero siempre con un ojo crítico.[11] Al investigar a los filósofos modernos, tales como Bacon, Descartes, Locke, Newton y Kant, trascendió el escolasticismo tomista anquilosado que prevalecía en la Universidad de San Jerónimo de la Habana. Con actitud crítica y sagacidad filosófica, promovió la secularización y la autonomía de la filosofía que se mantenía atada con los grilletes de la teología, pero sin abandonar su fe católica.

Ya en 1812 argumenta: “los Doctores y los Santos Padres merecen muy escasa consideración cuando se enredan en las cuestiones escolásticas y se nos ofrecen como meros filósofos.”[12] Continuando con su crítica al escolasticismo, en su Elenco de 1816 escribe: “Los Santos Padres no tienen autoridad alguna en materias filosóficas, y así debe atenerse únicamente a las razones en que se fundan.”[13] Y en sus Lecciones de Filosofía de 1818 asevera: “muchos con una veneración irracional, pretenden que los Santos Padres tengan autoridad en materia filosófica,” pero de inmediato señala que ellos defienden la libertad de pensar con respecto a cuestiones naturales que no son sancionadas por ninguna autoridad divina.[14]

En 1812 Varela también expone y propone que, con el nuevo desarrollo de las ciencias, Galileo, Bacon y el médico español Antonio Gómez Pereira trataban de sacudirse del “yugo aristotélico” para iniciar una “verdadera filosofía.” Sin embargo, reconoce que ese gran honor le pertenece a Descartes que, según Varela, combatió enérgicamente a los partidarios de Aristóteles.[15] Además, encomia a Isaac Newton como “el padre y maestro de la Física” y como el primero en tratar de entender la naturaleza.[16] Como pensador influido por el liberalismo ilustrado y la modernidad, fue un crítico severo de Aristóteles al punto que describía su gran influencia “como una especia de dictadura filosófica.”[17] Según su interpretación, la fama y gloria del peripatético se podía explicar, hasta cierto punto, por las conquistas de su discípulo Alejandro el Grande.[18]

Podemos argumentar que sus ideas filosóficas, sociales y políticas fueron renovadoras e innovadoras en Cuba, pero también radicales en el contexto hispanoparlante. Su radicalidad estriba en su lucha contra un escolasticismo decadente que rechaza a priori la modernidad europea en sus manifestaciones filosóficas, científicas y políticas. También es importante recordar sus argumentos a favor del constitucionalismo y la igualdad de derechos de los ciudadanos, resaltando el derecho a la libertad de pensamiento y expresión pública.[19] Además, debemos señalar que Varela es uno de los pocos hispanocriollos del siglo XIX que defiende una incluyente tolerancia religiosa para mantener la paz social.[20]

Sin embargo, Varela defiende la tolerancia religiosa solamente como medio para mantener la paz social y no como fin. Como presbítero católico propone el siguiente controvertido enunciado, “contra los tolerantes defenderemos que todas las religiones no son buenas, porque únicamente es verdadera la católica.”[21] Esta posición intolerante también la propone en su catedra de derecho constitucional en 1821 en el Seminario de San Carlos donde además argumenta que todos los diputados en las Cortes tienen una obligación absoluta de defender la religión católica y de no admitir otras en el reino.[22]

No obstante, es encomiable que en 1838 en Nueva York Varela favorece una amplia tolerancia religiosa, además de tolerar a los agnósticos y a los ateos.[23] Estos últimos, al igual que los católicos, nunca fueron tolerados por John Locke quien, contrario a Varela, defiende la tolerancia religiosa como medio y como fin siendo reconocido como uno de los principales defensores de dicha tolerancia.[24] Debo señalar que el cambio de postura de Varela se pudiera explicar como una evolución de su pensamiento y/o desde un punto de vista contextual. No es lo mismo ser intolerante en 1821 en Cuba que es una provincia española donde impera una mayoría católica que ser intolerante en 1838 en Nueva York donde los católicos son minoría y son discriminados por la mayoría protestante. Además, es plausible que, al experimentar la diversidad religiosa en Nueva York, donde las diferentes denominaciones eclesiásticas mantenían un modus vivendi pacífico, Varela reconociera la virtud de una amplia tolerancia religiosa para la sociedad y por tanto argumentara a favor de esta.

Pudiéramos tratar de explicar el pensamiento valeriano desde una hermenéutica filosófica, teológica, sociológica, o política, pero esto sería presentar un análisis parcial de su obra. Siendo ante todo un sacerdote y filósofo, es admirable y encomiable su distinción inequívoca entre sus deberes como sacerdote y sus deberes como filósofo. Por eso propongo que esta doble vocación y profesión es la que debe guiar una investigación holística de su pensamiento. De hecho, no nos debe extrañar el paralelismo entre fe y razón en la forma que Varela enseña y divulga la filosofía moderna en Cuba. Los propios paladines europeos de esta tradición filosófica incluyeron en sus obras argumentos en favor de la existencia divina. [25]

Además de haber sido sacerdote, filósofo y teólogo, Varela también fue parlamentario, constitucionalista y nacionalista, en el buen sentido de este último concepto que promueve y exalta el bienestar y los derechos de sus coterráneos sin violar los derechos ni abusar del bienestar de los demás. Por eso promueve la independencia latinoamericana y por tanto un incipiente concepto de la cubanidad.[26] Debido a su polimatía, es de esperar que en ocasiones detectemos tensiones en sus ideas religiosas y sus ideas filosóficas. Pienso que muchas de estas tensiones pudieran explicarse según las cuestiones que Varela consideraba importante y por el contexto histórico que le tocó vivir, pero eso merece otra investigación.



I. ¿Qué significa la filosofía en su obra?



Varela nos ofrece la siguiente definición: “Se entiende por filosofía el conocimiento cierto de todas las cosas a través de sus causas más fundamentales, adquirido con la luz de la razón.”[27] O sea, el filósofo trata de adquirir conocimientos certeros o bien fundados de la realidad mediante el correcto uso de la razón. Para Varela el verdadero filósofo es

“quien persigue única y exclusivamente la verdad y la estrecha ... entre sus brazos desde donde quiera que la encuentre; que no se preocupa de los autores de la doctrina, sino de la doctrina misma; que se inclina más ante la razón que ante la autoridad; que concede más valor al peso de los argumentos que a la preponderancia de las teorías a través de los siglos y que a las opiniones de los sabios; que presenta a la aceptación de los demás sus propias ideas no porque sean suyas, sino porque las cree ciertas; y que no toma ofensa que los otros consideren poco demostrado lo que él estima irrefutable.”[28]

Al haber estado influido por la modernidad, Varela exalta la epistemología en su quehacer filosófico. En este quehacer la duda metódica cartesiana es tan importante para descubrir nuevas verdades como el fin de llegar a ellas. Su método experimental es antidogmático por antonomasia, porque apela a nuestras experiencias y a nuestra razón en vez de a la autoridad de los sabios o a los argumentos históricos.[29] Como buen cartesiano, Varela defiende dos tipos diferentes de métodos: el método analítico donde se dividen las cosas en sus partes más simples, y el método sintético donde se deducen verdades de otras más generales.[30]

No obstante, según Varela no existe un método puro para descubrir verdades.[31] Sin embargo, es evidente que favorece el método experimental de la inducción sobre la deducción.[32] Aunque él se refiere a Hume pocas veces, es posible y probable que estuviera familiarizado con su obra, ya fuera de forma directa o mediante su lectura de Kant, pero si así fuera es curioso que no aluda al argumento de Hume sobre el problema de la inducción. Según Hume, nuestras experiencias pasadas no están necesariamente relacionadas a nuestras presentes o futuras experiencias. La semblanza entre las mismas es contingente en vez de necesaria. Por consiguiente, nuestras predicciones son solo probables.[33] Dicho argumento sigue siendo hoy día un gran desafío filosófico.

Sus escasas referencias a Hume parecerían indicar su poco respeto por la obra del filósofo empirista escoces por considerar su escepticismo como algo destructivo. Por eso después de argumentar contra la poca creatividad filosófica de Lamennais, hace una crítica severa de Spinoza, Kant y Hegel. A estos tres, los considera tanto innovadores, como destructores. Este último atributo, según Varela, es “el mal más terrible de todos los genios.” Como sospecha de la capacidad destructiva de estos filósofos los denomina en una forma negativa como “triunvirato de la heterodoxia racionalista producida por el cartesianismo.”[34]

Luego de su ataque a estos filósofos, se refiere a Hume en una forma negativa: “No enumero a Hume entre estos hombres que hicieron estragos en el reino de la inteligencia, porque es … demasiado negativo,” por eso arremete contra él: “Un escéptico nunca hará nada, porque no podrá dejar tras de sí sus errores.” Seguidamente asevera: “Las ruinas no se reedifican.” Por tanto, “Lo más que un escéptico puede hacer es preparar el camino de un error dogmático” que, según Varela, es “un error mezclado con verdad.” Como ejemplo de dicho error cita el panteísmo germánico apoyado en el escepticismo moderado de Kant.[35]

Varela señala que siempre ha observado una regla, “toda cuestión [filosófica] que, resulta afirmativa o negativamente, de un mismo resultado en la práctica, debe desecharse.”[36] Ya en su Miscelánea Filosófica propone un criterio parecido: “En la práctica puede establecerse como norma que toda cuestión que resuelta, por la afirmativa y por la negativa, da iguales resultados para la explicación de los hechos, es inútil.”[37] Además sostiene, de similar manera, que para el desarrollo de las ciencias no es importante determinar quién en las diputas filosóficas entre sensualistas e innatistas está en lo cierto, porque dicha “cuestión debe considerarse como una curiosidad filosófica.”[38] Debo señalar que es interesante y premonitorio la similitud que existe entre el criterio que propone Varela y el método pragmático que defiende el filósofo norteamericano William James en la primera mitad del siglo XX.[39]

Siguiendo su regla, pudiéramos proponer en un espíritu vareliano que, aceptemos o no el problema de la inducción como lo explica Hume, este no afectaría el desarrollo y el progreso científico y, por tanto, deberíamos considerarlo como una “curiosidad filosófica.” Como Varela adopta una regla o criterio para lidiar con argumentos filosóficos o científicos basados en las consecuencias pragmáticas de dichos argumentos, esto puede explicar su indiferencia o desinterés por el argumento de Hume sobre el problema de la inducción. O tal vez pudiéramos conjeturar que, dado su entusiasmo por el desarrollo de las ciencias, él estaba convencido que dicho argumento había sido superado en la práctica.

Llama la atención que su regla o criterio no ignora los problemas filosóficos, sino que dicho criterio implica una valoración positiva de la práctica científica independiente de la práctica filosófica. Para Varela, la práctica científica tiene un valor instrumental basado en resultados concretos y prácticos para la sociedad. Por el contrario, la práctica filosófica tiene un valor instrumental pero también intrínseco como busca de conocimiento cierto o bien justificado, sea este práctico o no. La búsqueda de este conocimiento seria precaria sino se pudiera ejercer la curiosidad intelectual con plena libertad de pensamiento y expresión pública.[40]

Según Varela, las ciencias naturales, al igual que las matemáticas, deben recurrir a la observación y a la experiencia para probar o defender sus axiomas y postulados. Su forma de argumentación inductiva le hace creer que el progreso de la sociedad depende del progreso de las ciencias y el progreso de estas últimas depende de la observación y la experiencia.[41]

Siendo nominalista defiende la prioridad de las ideas particulares sobre las ideas generales o abstractas.[42] Contrario a lo aceptado por el escolasticismo de otrora, el uso del silogismo, según Varela, demuestra que no tenemos conocimiento de las proposiciones generales, sino de los individuos y atributos específicos que componen las mismas.[43] Debo señalar que su conclusión es controvertida y, por tanto, no es aceptada por los filósofos y lógicos que asumen la existencia de principios generales y necesariamente verdaderos que no pueden probarse o corroborarse mediante la experiencia inductiva como, por ejemplo, el principio de la no contradicción.[44]

Al priorizar un método inductivo, Varela propone que la filosofía en vez de apelar a la autoridad de los sabios debe explorar sus doctrinas y creencias para tratar de determinar si son verdaderas siempre y cuando sean corroboradas por el nuevo método. Para Varela, el sofisma de apelar a la autoridad de los sabios “es otro principio de nuestros atrasos, porque sin examinar las cosas confiamos en el dicho de otros, y aun cuando conozcamos sus errores nos parece imposible que hayan errado.” Por eso en sus argumentos el rehúsa apelar a dicha autoridad y asevera: “Yo no hablaré de la autoridad de los filósofos como Aristóteles, Cartesio y Newton, pues no hay nada más despreciable que decir que una cosa es cierta porque ellos lo hayan afirmado.”[45]

La autoridad filosófica se fundamenta en la solidez de los argumentos. Quienes, cuando y como proponen dichos argumentos son de hecho irrelevantes a su validez o solidez. La evidencia que apoya a los enunciados que componen los argumentos debe ser evaluada por métodos y observaciones confiables. Además, la validez o solidez de los argumentos debe ser demostrada por un raciocinio bien fundamentado independiente de quien lo proponga o defienda. Por esa razón propone que el verdadero filósofo “presenta a la aceptación de los demás sus propias ideas no porque sean suyas, sino porque las cree ciertas.”[46] Por tanto, para Varela, el concepto de una filosofía criolla es improcedente y poco convincente.

Existen historiadores, como Eduardo Torres-Cuevas, que hacen referencia a “diferentes interpretaciones de la Filosofía cubana” refiriéndose a la influencia de Varela en la importante Polémica Filosófica de la época para sugerir la existencia de una “filosofía cubana.” Sin embargo, el uso de este término es inadecuado. En Cuba no existía una “filosofía cubana” como tal. Existían diferentes filósofos criollos, además de Varela, inspirados por las diferentes corrientes filosóficas europeas. Por tanto, es desacertado hablar de una “filosofía cubana” en el siglo XIX porque perpetua un mito infundado hasta el presente.[47]

Para Varela, los buenos filósofos presentan sus ideas, teorías y argumentos no con el fin de convencer a los demás que estos deban de ser aceptados porque sean suyos. Dichas ideas, teorías y argumentos deben ser aceptados o no independiente de quienes los defiendan y de donde provengan. Y, desde luego, el buen filósofo debe de ser humilde y no ofenderse ante aquellos a los que no pueda persuadir, porque el poder o autoridad de la razón es la persuasión y no la imposición. Por eso también propone que el verdadero filósofo “no toma ofensa que los otros consideren poco demostrado lo que él estima irrefutable.”[48]



II. ¿Qué significa el eclecticismo en su obra?



Varela se refiere a dos diferentes escuelas del eclecticismo. El eclecticismo clásico creado por Patomón Alejandrino en el siglo II d. C., y el eclecticismo moderno del siglo XIX concebido y promovido por Victor Cousin, filósofo, pedagogo y político francés. Cousin fue nombrado ministro de educación pública en 1840 durante la Monarquía de Julio en Francia por eso algunos lo llaman [el filósofo oficial de la Monarquía de Julio] “official philosopher of the July Monarchy.”[49]

El eclecticismo puede tener una connotación sincretista negativa o una connotación electiva positiva, por tanto, este término es polisémico teniendo al menos tres posible diferente significados. Para algunos este término tiene una connotación sincretista, para otros significa un deseo de integrar o reconciliar ideas y doctrinas que parecen ser incongruentes.[50] Además, para otros tantos significa una capacidad electiva para escoger ideas y doctrinas que se consideran verdaderas y coherentes independiente de quienes las defiendan o de donde procedan, además, sin apelar al exagerado y mal usado magister dixit.

El eclecticismo moderno de Cousin refleja el segundo significado de este término, y el eclecticismo de Varela es un buen ejemplo del tercer significado del mismo. El eclecticismo, o lo que Varela llama la “verdadera filosofía,” significa una aguda capacidad electiva de escoger ideas y doctrinas independiente de sus autores o de su procedencia. El filósofo ecléctico, como buen filósofo, busca las verdades no porque sean propuestas por tal o más cual autor o porque procedan de tal o más cual lugar, o de tal o más cual escuela, sino porque son ciertas y el conocimiento es una capacidad universal de las personas.

De lo antedicho se deriva que, para Varela, la filosofía ecléctica es antidogmática y antiautoritaria. Por tanto, la tolerancia, la humildad y el respeto a los argumentos más que a los sabios son necesarias para el filósofo ecléctico. Además, éste no debe confundirse con el acataléptico ni con el escéptico. El primero suspende sus juicios porque no los considera certeros, el segundo proclama que el conocimiento exige absoluta certeza y, como dicha certeza parece ser inalcanzable, concluye que el conocimiento es imposible. Por el contrario, el filósofo ecléctico acepta con seriedad el reto del escéptico, pero confía en su capacidad de raciocinio y en el método experimental para llegar a obtener un conocimiento justificado por la evidencia empírica confiable y por el buen pensar.[51]

Como mencioné al principio de este artículo, existen pensadores con fines partidistas que insisten y persisten en presentarnos a un Varela más político que filósofo y más filósofo que sacerdote. Por eso arguyen que el eclecticismo vareliano “no parte de las mismas constantes que las de los eclécticos europeos” porque, según estos autores, Varela anda en busca de un sistema interpretativo que se ajuste a la realidad cubana.[52] Me parece que estos pensadores se equivocan al intentar poner la carreta delante de los bueyes.

Varela, como buen filósofo, no acoge el eclecticismo solamente como medio sino también como fin. No acoge el eclecticismo porque este sea un método útil para entender la realidad criolla o la realidad de una época, sino porque este conduce a descubrir verdades. Y las verdades como tales son universales. Al descubrir dichas verdades Varela decide “barrer” y “chapear” las falsas doctrinas que existen en la isla.[53] Por tanto, su eclecticismo es un método, pero también una postura ética ante la vida y no específica a la realidad criolla como algunos pensadores han insinuado.

Estos pensadores partidistas confunden el uso práctico del método ecléctico con la actitud ética que sugiere el eclecticismo vareliano. Varela entiende la filosofía como filosofía ecléctica y esta última como antidogmática y antiautoritaria. En estos dos aspectos su eclecticismo concuerda con el de Cousin. La visión ecléctica de Varela lo obliga a rechazar todo poder o doctrina arbitraria sin importarle de donde proceda y de sus fines utilitarios. Como practicante de la mayéutica socrática, solo acepta argumentos sólidos y razones justificadas por la evidencia confiable.

No obstante, debo subrayar que Varela critica el panteísmo de Cousin y su defensa del innatismo de las ideas.[54] Sin embargo, su crítica va más allá de lo antedicho. En la quinta y última edición de su libro, Lecciones de Filosofía, fustiga a Cousin como ministro de educación en Francia por haber reestablecido la forma silogística de razonamiento que, según Varela, representa un retroceso en la educación.[55] Por eso arremete contra él y sus discípulos: “No será, pues, muy extraño que mis lecciones desagraden a algunos, que acaso entran en la moda de antiguar, y que las creen defectuosas por no explicarse en ellas la forma silogística … cuya inutilidad he demostrado” refiriéndose a su libro, Miscelánea Filosófica.[56] Debo señalar que Varela exagera porque él no ha demostrado la inutilidad de la forma silogística, no creo que esto haya sido demostrado por ningún filósofo hasta el presente, sino que él argumenta contra ciertas formas caducas de utilizar las mismas.

Su actitud virtuosa y valiente, al igual que su actitud progresista en defensa de la filosofía moderna, a favor del desarrollo de las ciencias y de los derechos naturales de los ciudadanos, es y fue considerada subversiva en aquel entonces al igual que hoy día. Concebir la filosofía, incluyendo la filosofía ecléctica, rendida o ligada a estructuras de poder es una postura incoherente. El buen filósofo debe de tomar una postura crítica frente a todos los hechos que considere cuestionable al igual que frente a todas las creencias, juicios, proposiciones o ideologías que considere falsas, infundadas o tendenciosas.

Por consiguiente, podemos impugnar a los pensadores que interpretan a Varela en una forma parcializada porque él no acepta proposiciones ni argumentos por el mero hecho de ser útiles, sino porque las proposiciones son ciertas o fiables y los argumentos son sólidos. Al ser ciertas o fiables tales proposiciones y dichos argumentos sólidos estos pueden ser útiles. Como agudo filósofo, Varela no confunde la certeza o fiabilidad del conocimiento ni la solidez de los argumentos con la posible utilidad de estos. No obstante, dado que en su obra hace referencias a los conceptos “útil” y a la “utilidad,” propongo explorar el significado de estos conceptos en su filosofía.



III. ¿Qué significa el concepto de utilidad en su obra?



Debemos ser circunspectos al usar este concepto que está cargado de ambigüedades. El concepto de “utilidad” tiene varios sentidos. En su sentido cotidiano lo “útil” se refiere a lo práctico en contraste con lo estéril. En un sentido moral la “utilidad” se refiere a una norma teleológica para juzgar la conducta de personas como buena o mala, correcta o incorrecta dependiendo si su tendencia es aumentar el bienestar de la mayoría.[57] Y en un sentido axiológico la utilidad puede ser equiparada con el bien.

Varela usa lo útil y la utilidad en sus tres sentidos, pero es inequívoco en equiparar la utilidad con el bien por eso escribe, “podemos decir que bien y utilidad significan una misma cosa. Efectivamente, todo bien es útil, y toda utilidad supone un bien o se dirige a producirle. Y continúa afirmando, “El amor a Dios es el mayor de los bienes, y la mayor de las utilidades.”[58]

Si entendemos el pensamiento vareliano en su contexto histórico, podemos discernir el porqué de su constante aludir a cuan útil o inútil puedan ser las ideas, pensamientos o conductas. Es evidente que los métodos infundados y las proposiciones falsas tienden a ser inútiles y perjudiciales. Por tanto, Varela usa el concepto cotidiano de lo útil como lo práctico para condenar y combatir los males de la época, ya fuese el escolasticismo oscurantista, la impiedad, la superstición, el fanatismo o la tiranía.

La utilidad como norma teleológica para juzgar la conducta de las personas ocupa también un lugar en su pensamiento.[59] Sin embargo, sus frecuentes alusiones a lo útil como lo práctico han sido malinterpretadas por pensadores de derecha al igual que por pensadores de izquierda, quienes tratan de equiparar la filosofía y el buen filosofar con una praxis cívica. Estos pensadores sugieren que la filosofía debe ser útil, de lo contrario su existencia sería injustificada por ser estéril o por ser sospechosa al no ofrecer soluciones concretas a injusticias y/o retos que confronta la humanidad.

Los pensadores que sugieren lo antedicho ignoran lo debatible y excluyente que pueda ser esta sugerencia, porque la misma se basa en dos suposiciones cuestionables. La primera, que existe una relación de causa y efecto, o al menos probabilista, entre la especulación filosófica y una praxis cívica específica. Y la segunda, que existe una visión única necesaria y suficiente de la filosofía y, por tanto, del buen filosofar. O sea, ellos, pero no Varela, consideran la práctica de la filosofía como buena si y solo si conlleva a un bien social. De lo contrario, esta práctica sería estéril o moralmente sospechosa. Sin embargo, como estas suposiciones son polémicas deben ser demostradas y no asumidas como ciertas.

Si fuéramos a utilizar las mencionadas suposiciones controvertidas como criterios para determinar el buen filosofar y por tanto el buen filósofo, entonces pudiéramos poner en entredicho las obras de muchos eminentes y otros no tan eminentes filósofos, o tal vez la obra de todo filósofo. Ese pudiera ser el caso de las obras de Platón y/o de Aristóteles. El primero por que defendió la tiranía y el segundo porque defendió la esclavitud natural de algunas personas, en la que incluye la inferioridad de las mujeres. Ambos filósofos utilizan argumentos espurios. Esto no excluye, como hace el propio Varela, que critiquemos los argumentos sospechosos de cualquier filósofo. Sin embargo, existe una gran diferencia en criticar algunos argumentos de ciertos filósofos y en argüir que sus obras en su totalidad son espurias. Esta forma de argumentar es un sofisma, porque asumimos lo que debe ser demostrado. O sea, que lo que es cierto de algunos argumentos es también cierto de toda la obra.

Consideremos, por ejemplo, lo que escribió el historiador conservador cubano Herminio Portell Vilá en su prólogo para el libro de Antonio Hernández Travieso sobre Félix Varela. Portell Vilá escribe: “La tradición filosófica cubana, la verdadera, que es la de formación de la conciencia nacional, fue siempre dinámica y un poco utilitarista en el sentido de poner a trabajar las ideas para los fines de conveniencia general ... la filosofía no es refugio para escapar a las responsabilidades de la vida ni a sus realidades ... ni siquiera es y nunca debe ser un pretexto para cultivar ideas de selección o exclusivismos artísticos, literarios o científicos.”[60] Portell Vilá critica a los jóvenes que deciden estudiar filosofía, sobre todo su historia, por el simple hecho de conocer y los descalifica como “neófitos de la filosofía estática, del abstencionismo y de la vida contemplativa.”[61] Por consiguiente, asevera: “El arte por el arte, la literatura por la literatura y la filosofía por la filosofía no son respuestas ni soluciones a los problemas que vive la humanidad.”[62]

Parece irónico que, en su introducción a las Obras de Félix Varela, él historiador contemporáneo marxista cubano Eduardo Torres-Cuevas arguye, al igual que Portell Vilá, a favor de una tradición filosófica cubana fundamentada en la praxis cívica. Él escribe: “Ese fuerte componente ético del pensamiento vareliano lo lleva a rechazar la actitud de aquellos que ven en el conocimiento la autorrealización en el libre juego de la razón por la complacencia de la vanidad. La erudición por la erudición es evasión; es la esterilidad de la inutilidad.” Para sustentar su argumento, Torres-Cuevas cita la autoridad de Varela subrayando que éste identifica el bien con la utilidad y concluye que “esta es la fundamentación de su [Varela] acción social y política.”[63]

Sin embargo, es curioso que Torres-Cuevas no termine la cita donde Varela nos dice inequívocamente que “el amor a Dios es el mayor de los bienes, y la mayor de las utilidades.” Por tanto, la praxis cívica en Varela está fundamentada en el amor a Dios sobre todas las cosas y no en el concepto cotidiano de lo que es práctico, como Torres-Cuevas sugiere. Es evidente que el amor a Dios y la recta conducta son compatibles, pero no es evidente que la conducta recta y lo práctico así lo sean.

Llama la atención que sean dos historiadores quienes tengan la audacia de opinar sobre la función que debe tener la filosofía y/o el conocimiento en la sociedad. Cabe preguntar cómo responderían ellos si algún filósofo, o quien cuestionara la función y la naturaleza de la historia proponiendo que los “verdaderos historiadores,” los útiles, no son los que investigan los hechos para tratar de entender y conocer, sino aquellos que seleccionan los hechos para promover una llamada conciencia nacional o un determinado fin considerado útil por algunos y tal vez cuestionados por otros. En sus argumentos, ellos asumen o tratan de obviar que la normatividad del “deber ser” es cuestionable y debatible.

Es posible y plausible argumentar que el razonamiento de los mencionados historiadores se reduce a un absurdo. Ellos exponen y proponen que la filosofía y los que la practican deben ser útiles a la sociedad. Su proposición asume que existe una persona, grupo, o entidad con suficiente conocimiento y autoridad para determinar en qué consiste dicha utilidad. Sin embargo, es evidente que tal persona, grupo, o entidad no existe en la sociedad. Por tanto, su proposición es falsa o en el mejor de los casos cuestionable. Dicho absurdo, ha tenido y continúa teniendo unas consecuencias nefastas para el libre desarrollo de nuestra cultura. Portell Vilá y Torres-Cuevas, conciente o inconcientemente, se hacen corifeos de una tradición peligrosa, al asumir que existen “mandarines de la cultura” que tienen el conocimiento y, por tanto, poseen la autoridad para determinar quiénes son los verdaderos intérpretes de nuestra cultura y cómo debe interpretarse la misma.

Supongo que, ante las controvertidas aseveraciones de Portell Vilá y Torres-Cuevas, Varela hubiese quedado consternado por la tergiversación y abuso de su pensamiento y de lo que él entiende por útil. Ya él nos alertaba: “No por esto se crea que toda cuestión, cuyo objeto no puede aplicarse a algunas de las necesidades absolutas del hombre, debe rechazarse.” Más adelante defiende las bellas artes y arguye contra los que las subestiman: “Muchos critican como inútiles las investigaciones de las bellas artes creyendo que los poetas, los pintores, y los demás que cultivan el bello gusto, no producen en la sociedad bienes algunos, … Este es el mayor de los errores.”[64]

La filosofía no tiene por qué ser solamente útil ni debe ser restringida por lo que una persona, un grupo, o la mayoría considere práctico. El deseo de descubrir verdades por pura curiosidad es tan legítimo como el deseo de descubrirlas para contribuir a un buen fin social. Estos fines pueden ser y de hecho son por lo general debatibles. Por tanto, no deben ser impuestos sino consensuados considerando no solo su utilidad sino también el impacto positivo o negativo que pudieran tener sobre la integridad y la dignidad de los ciudadanos que tienen derecho a opinar sobre todo aquello que le afecte su bienestar.

Las verdades, el conocimiento y la utilidad son conceptos diferentes. Las verdades corresponden a los hechos. El conocimiento se fundamenta en juicios verosímiles. Y la utilidad se mide según los fines que se quieran alcanzar y lo adecuados que sean estos para el bienestar individual o social. Creo que un grave error en nuestro filosofar criollo ha sido y continúa siendo el subestimar la especulación desinteresada, o sea “la erudición por la erudición,” y exaltar aquella comprometida con un bien social.

Dada nuestras experiencias históricas, cuando exigimos que el pensamiento filosófico debe ser práctico o útil según normas partidistas o ideológicas que con frecuencia son camufladas como voluntad general o en términos del bien común, estamos permitiendo que una utilidad parcializada y quienes la proponen limite nuestra capacidad para filosofar con libertad. Cuando la libertad para filosofar se restringe en una nación apelando a dicha controvertida utilidad, estamos pasiva o activamente contribuyendo al empobreciendo de su cultura y, peor aún, estamos permitiendo que algunas personas impongan de forma autoritaria y, por tanto, tiránica sus criterios y formas de vida sobre los demás.





Vicente Medina

Profesor de Filosofía

Departamento de Filosofía

Seton Hall University

400 South Orange Ave.

South Orange, NJ 07079

Correo electrónico: medinavi@shu.edu








Notas



*Deseo agradecerles a los dos críticos/as que aprobaron la publicación de este artículo y ofrecieron sugerencias iluminadoras para esclarecer mi argumento. Además, le agradezco al editor, Gregory Pappas, su perseverancia en buscar evaluadores para un tema poco conocido en nuestra comunidad hispanoparlante. Mi mas sincera gratitud a Diana Alvarez-Amell y Elena Martínez por sus críticas incisivas y sus revisiones estilísticas. Le estoy agradecido a Nery Gómez por revisar el artículo y ayudarme a evitar errores embarazosos en mi español un tanto anglicado. También debo reconocer el apoyo y sugerencias de Jorge J. E. Gracia, Susana Nuccetelli, y Amy Oliver que generosamente leyeron este artículo. Aprecio y reconozco la generosidad de mi colega Kirsten Schultz quien tradujo del español al portugués el resumen de mi trabajo. Por último, debo reconocer el esfuerzo extraordinario de Alan B. Delozier, bibliotecario de la Universidad de Seton Hall, en rastrear y conseguir los artículos de Varela publicado en inglés cuando fue miembro de la arquidiócesis de la ciudad de Nueva York.

[1] Véase Antonio Hernández Travieso, El Padre Varela: Biografía del Forjador de la Conciencia Cubana (Miami: Ediciones Universal, 1984), primera edición 1949, pp. 53-54. Véase también Félix Varela, “Carta a un discípulo sobre su posición ante la polémica filosófica,” New York, 22 de octubre de 1840, en Félix Varela Obras, 3 tomos eds. Eduardo Torres-Cuevas et. al. (Habana, Editorial Cultura Popular, 1997), FV3, p. 241 De ahora en adelante, Varela “Carta a un discípulo sobre su posición ante la polémica filosófica.” Además, de ahora en adelante estos tres volúmenes serán abreviados FV1, FV2 y FV3.


[2] Véase Antonio Hernández Travieso, “Historia del Pensamiento Cubano hasta Félix Varela,” Philosophy and Phenomenological Research, vol. 4, no. 2, Papers and Discussions of the First Inter-American Conference of Philosophy (Dec.,1943), pp. 141-45.


[3] Para una interpretación diferente de dicha polémica, véase Vicente Medina, “Una nueva interpretación de la polémica filosófica en la Habana.” Disponible en: https://www.ensayistas.org/critica/cuba/medina.htm. [Accedido 27 de diciembre de 2019]


[4] Véase Félix Varela, Instituciones de filosofía ecléctica (Tomo I. Lógica.), en Félix Varela Obras, Disertación II, Sección IV, FV1, p.52. De ahora en adelante, Varela, Instituciones de filosofía ecléctica.


[5] En el pensamiento vareliano encontramos una interesante anticipación al pragmatismo norteamericano donde se resalta el valor instrumental de la filosofía. Véase, por ejemplo, John Dewey, The Quest for Certainty: Study of the Relation of Knowledge and Action, 4th ed. (New York: G. O. Putnam’s Sons, 1960), pp. 37-38.


[6] Para una interpretación de Varela como innovador, véase Medardo Vitier, Las Ideas y la Filosofía en Cuba (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1970), pp. 77-78. Véase también ídem, p. 198.


[7] Véase Gustavo Amigó Jansen, S.J., La Posición Filosófica del Padre Félix Varela (Miami: Editorial Cubana, 1991), pp. 69-98.


[8] Véase Félix Varela, Proyecto y Memoria para la Extinción de la Esclavitud en la Isla de Cuba (1822), Félix Varela Obras, FV2, pp. 113-19. Véase también Félix Varela, Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española, Félix Varela Obras, FV2, pp. 11-69. De ahora en adelante, Varela, Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española. Además, véase Cintio Vitier, Ese Sol del Mundo Moral: Para una Historia de la Eticidad Cubana, 2ª ed. (México, D.F.: Siglo Veintiuno Editores, 2002), pp. 19-21.


[9] Véase Félix Varela, Elenco de 1816, Félix Varela Obras, FV1, (29), p. 84. De ahora en adelante, Varela, Elenco de 1816.


[10] Véase Félix Varela, Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad, Félix Varela Obras, FV3, primera parte, cuarta carta, pp. 69-79. De ahora en adelante, Varela, Cartas a Elpidio.


[11] Véase Enrico Mario Santí, “Félix Varela: visionario de la modernidad,” El Padre Varela: Pensador, Sacerdote, Patriota, Roberto Esquenazi-Mayo, ed. (Washington, D.C: Georgetown University Press, 1990), pp. 49-53.


[12] Véase Félix Varela, Propositiones variae ad tironum exercitationem (1812), Proposición I, Félix Varela Obras. FV1, p.4. De ahora en adelante, Varela, Propositiones variae ad tironum exercitationem.


[13] Varela, Elenco de 1816, Examen Primero Lógica, “de los obstáculos al conocimiento,” (27), p. 70.


[14] Véase Félix Varela, Lecciones de filosofía, en Félix Varela Obras, Lección cuarta, “autoridad,” FV1, p. 179. De ahora en adelante, Varela, Lecciones de filosofía.


[15] Varela, Instituciones de filosofía ecléctica, “Historia de la Filosofía,” 21.

Para la influencia de Descartes en Varela y sus diferencias con el método cartesiano, véase Rosaura Garcia Tudurí, “Influencia de Descartes en Varela,” Revista Cubana de Filosofía, Vol. 3, No. 11 (1955), pp. 28-35. Disponible en: http://www.filosofia.org/hem/dep/rcf/n11p028.htm. [Accedido 6 de enero 2020].


[16] Ibid., pp. 21-22. Véase también Varela, Lecciones de filosofía, “Noción de la filosofía y de las principales sectas filosóficas,” p. 143.


[17] Ibid., p. 20


[18] Ibid., p. 20.


[19] Varela, Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española, art. 371, p. 67.


[20] Varela, Cartas a Elpidio, segunda parte, carta quinta, “Tolerancia religiosa,” p. 189.


[21] Varela, Elenco de 1816, Examen Cuarto, “Del hombre considerado en sociedad,” (52), p. 85


[22] Varela, Observaciones sobre la constitución política de la monarquía española, FV2, Observación Sexta, pp. 42-43.


[23] Para la tensión que existe en su posición sobre la tolerancia, véase Pío Rodriguez, “Félix Varela o la rebeldía liberal,” Cuadernos americanos, vol. 5, 68 (marzo-abril), 1998, pp. 64-65.


[24] Véase John Locke, Carta sobre la Tolerancia, principalmente pp. 17-19. Disponible en https://ddooss.org/libros/carta_tolerancia_John_locke.pdf. [Accedido 27 de diciembre 2019].


[25] René Descartes, al igual que John Locke, son típicamente considerados como los iniciadores de la filosofía moderna europea. Véase René Descartes, Meditaciones, especialmente Meditaciones Tercera y Quinta. Disponible en: https://blocs.xtec.cat/filocostaillobera/files/2009/03/Descartes-Meditaciones-metaf%C3%ADsicas.pdf. Véase también John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano, Libro IV, cap. 10. Disponible en: https://puntocritico.com/ausajpuntocritico/documentos/Locke_John-Ensayo_sobre_el_entendimiento_humano.pdf. [Accedido 27 de diciembre 2019].


[26] Véase Félix Varela, El Habanero, Tomo I, No. 2 (1824), “Tranquilidad de la Isla de Cuba,” en Félix Varela Obras, FV2, p. 175. Véase también ídem, “Amor de los americanos a la independencia,” pp. 186-91.


[27] Varela, Instituciones de filosofía ecléctica, Historia de la Filosofía, p. 18.


[28] Ibid., “Prolegómenos,” p. 17.


[29] Su preferencia por el método experimental inductivo y antidogmático anticipa y se asemeja al pragmatismo norteamericano. Véase, por ejemplo, Charles Sanders Peirce, “La fijación de la creencia,” (1877), traducción castellana y notas de José Vericat, principalmente parte V: Métodos de fijar las creencias. Disponible en: https://www.unav.es/gep/FixationBelief.html. [Accedido 6 de septiembre de 2020]


[30] Ibid., “Disertación II del Método,” secciones I & II, pp. 56-57. Para la influencia cartesiana en su concepción de los métodos de aprendizaje, véase René Descartes, Discurso del Método, Segunda Parte, pp. 46-48. Disponible en: http://www.posgrado.unam.mx/musica/lecturas/LecturaIntroduccionInvestigacionMusical/epistemologia/Descartes-Discurso-Del-Metodo.pdf. [Accedido 27 de diciembre de 2019]


[31] Véase Félix Varela, Miscelánea Filosófica, 3ª ed. (1827) en Félix Varela Obras, FV1, p. 335. De ahora en adelante, Varela, Miscelánea Filosófica.


[32] Ibid., p. 332.


[33] Véase David Hume, Tratado de la Naturaleza Humana (Libros en la Red, 2001), Libro Primero, Parte Tercera, sección VI, pp. 78-83, especialmente p. 80. Disponible en https://www.dipualba.es/publicaciones/LibrosPapel/LibrosRed/Clasicos/Libros/Hume.pm65.pdf. [Accedido 27 de diciembre 2019].


[34] Véase Félix Varela, “Carta de un italiano a un francés sobre las doctrinas de M. Lamennais” (1842), en Félix Varela Obras, FV3, p. 263.


[35] Ibid., p. 263


[36] Varela, “Carta a un discípulo sobre su posición ante la polémica filosófica,” p. 239.”


[37] Varela, Miscelánea Filosófica, Parte II, Cap. XI, “Sobre las cuestiones inútiles,” p. 367.


[38] Varela, “Carta a un discípulo sobre su posición ante la polémica filosófica,” 239.


[39] Véase William James, Pragmatismo: Un nuevo nombre para viejas formas de pensar, prólogo, traducción y notas de Ramón del Castillo (Madrid: Alianza Editorial, 2000), Conferencia II: El significado del pragmatismo, pp. 79-80. Disponible en: https://www.academia.edu/16181756/James_._Pragmatismo_pdf. [Accedido 18 de enero 2020].


[40] Se ha sobrevalorado que la filosofía en Varela representa la instrumentalidad de una mítica “filosofía cubana.” Véase Humberto Piñera Llera, Panorama de la Filosofía Cubana (Washington, D.C.: Unión Panamericana, 1960), pp. 41, 48-49.


[41] Varela es un crítico severo de Rousseau quien argumentó, a diferencia de Varela, que el desarrollo de las ciencias era perjuicioso y por tanto contraproducente para el desarrollo moral de las personas. Para la crítica de Rousseau a las ciencias, véase Jean Jacques Rousseau, Discurso sobre las Ciencias y las Artes. Disponible en: http://www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Jean%20Jacques%20Rousseau/Discurso%20sobre%20las%20ciencias%20y%20las%20artes.pdf.

Para la crítica de Varela a Rousseau a quien llama “apologista de la ignorancia,” véase Varela, Cartas a Elpidio, Carta quinta, “Quejas justas e injustas de los impíos,” pp. 86-87.


[42] Varela, Lecciones de filosofía, “Tratado de la dirección del entendimiento,” “Lección I,” p. 146. Véase también ídem, “Lección cuarta, Principios,” pp. 174-75.


[43] Varela, Elenco de 1816, “Examen primero Lógica,” “De la manifestación de nuestros pensamientos,” (19), (20), p. 68. Véase también ídem, “Examen segundo Metafísica,” “De la Ontología,” (1), p.73.


[44] Varela, como muchos críticos de Aristóteles, rehusaba reconocer el valor que la lógica formal aporta a nuestro conocimiento. José Ignacio Lasaga señala esta deficiencia en Varela. Véase José Ignacio Lasaga, “Varela, El Maestro,” en El Padre Varela: Pensador, Sacerdote, Patriota, Roberto Esquenazi-Mayo, ed. (Washington, D.C: Georgetown University Press, 1990), p. 16.


[45] Varela, Lecciones de filosofía, “Autoridad,” p. 179.


[46] Varela, Instituciones de filosofía ecléctica, “Historia de la Filosofía,” 18.


[47] Véase Eduardo Torres-Cuevas, Félix Varela: los orígenes de la ciencia y con-ciencia cubana (La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales, 1995), p. 378.


[48] Varela, Instituciones de filosofía ecléctica, “Prolegómeno,” p. 17.


[49] Véase Doris S. Goldstein, “‘Official Philosophies’ in Modern France: The Example of Victor Cousin,” Journal of Social History, 1.3 (1968: Spring), p. 269.


[50] Por ejemplo, Hegel interpreta una versión del “eclecticismo” como un sincretismo de ideas incongruentes por eso critica severamente esta versión. Véase G. W. F. Hegel, Lectures on the History of Philosophy, 3 vols. Trans. E. S. Haldane vol. 2 (New York: The Humanities Press, 1974), pp. 400-01.


[51] Existen puntos de confluencia entre el eclecticismo valeriano y el pragmatismo norteamericano como, por ejemplo, su ya señalada preferencia por el método inductivo sobre el método deductivo y por tanto su rechazo al uso del silogismo aristotélico. También, al igual que los pragmatistas, se opone al dogmatismo y a los argumentos fundamentados en la autoridad en vez de en un método investigativo confiable y fiable.


[52] Véase prólogo de Eduardo Torres-Cuevas a el libro de Eusebio Reyes Fernández, Félix Varela (1788-1853) (Habana: Editora Política, 1989), p. X.


[53] Varela “Carta a un discípulo sobre su posición ante la polémica filosófica,” p. 241


[54] Ibid., pp. 237-238.


[55] Varela, Lecciones de filosofía, “Introducción,” p. 139.


[56] Ibid., p. 140. Véase también ídem, Lección décima, “Disputas literarias,” pp. 202-05.


[57] Véase Jeremy Bentham, Introducción de la moral y la legislación, cap. I en Norbert Bilbeny (ed.) Textos Claves de la Ética (Madrid, España: Editorial Tecnos, 2012), pp. 384-85. Bentham escribe, “se puede decir que una acción es conforme al principio de la utilidad … cuando su tendencia a aumentar la felicidad de la comunidad es mayor que la tendencia a disminuir.”


[58] Varela, Lecciones de filosofía, “Lección duodécima,” p. 257.


[59] Varela, Miscelánea Filosófica, Capítulo XI, p. 369.


[60] Véase Antonio Hernández Travieso, Varela y la Reforma Filosófica en Cuba, prólogo de Herminio Portell Vilá (La Habana: Jesus Montero, 1942), pp. 7-8.


[61] Ibid., p. 8.


[62] Ibid., p. 8.


[63] Véase prólogo de Eduardo Torres-Cuevas a Félix Varela Obras, FV1, p. XXXVI.


[64] Varela, Miscelánea Filosófica, Capitulo XI, p. 368.