Por Alejandro González Acosta
Al
proclamarse en 1902, la República de Cuba
tuvo una sabia política de conciliación y convivencia con los españoles. Quizás
el gobierno de ocupación norteamericano pudo influir en esta razonable moderación,
que sirvió también como una etapa de transición para apaciguar las tensiones
entre ambos bandos, hasta poco antes empeñados en una cruenta y feroz guerra.
Contrariamente
a otros países del continente en el momento de su independencia, en Cuba no
sólo no se desterró a los españoles (en México hubo tres expulsiones de hispanos
y de extranjeros en general, sólo en la primera mitad del siglo XIX), sino se
estimuló, aunque con ciertas resistencias, que vinieran más inmigrantes
europeos a establecerse en ella. Y, a pesar de ser una república, los títulos
nobiliarios se mantuvieron, pero sin el reconocimiento oficial. Se podía ser cubano
y tener un título, lo cual no ocurría en México, donde ostentar una dignidad
nobiliaria era –y aún lo es legalmente- causa de pérdida de la nacionalidad y de
la incautación de los bienes.
Así
pues, en la Cuba todavía española, primero con las reformas de Mendizábal y
finalmente con las de Madoz, los títulos fueron “desvinculados”, es decir, ya
no incluían la propiedad de terrenos, como era en su origen feudal. Entonces se
podía ser duque, conde o marqués, y no tener un patrimonio personal territorial
aparejado con el título. Los bienes privados que poseían los aristócratas
criollos eran sólo por ser individuos particulares, como cualquier ciudadano
más.
Como
se sabe, la población original que habitaba la isla de Cuba a la llegada del conquistador,
resultó diezmada casi hasta el exterminio total. Entonces el territorio se
repobló gradualmente con españoles deseosos de conseguir fortuna y bienestar, y
con la importación de esclavos africanos para sustituir a los indígenas cercanos
a la extinción. Aunque cierta historiografía logró imponer por demasiado tiempo
la idea de que América fue colonizada sólo por “asesinos, ladrones, reclusos, prófugos”,
y “otras gentes de cien mil raleas”, pero todas patibularias, lo cierto es que
al Nuevo Mundo también vinieron
numerosos miembros de familias aristocráticas hispanas, hidalgos, comerciantes
y artesanos, atraídos por las oportunidades que brindaba un continente donde
todo estaba por hacer.
Primero
llegaron pobladores de las regiones correspondientes a la Corona de Castilla, y luego se fueron agregando de otras zonas
españolas, como Aragón, Las Canarias y Las Baleares. Apellidos como los
Cárdenas, junto con los Peñalver, Montalvo, Arango, Aldama, Morales, de la Cámara
y Herrera, son históricamente de las familias antiguas más importantes en la
isla,
por su desempeño en la industria, la política, la administración, la banca, el
comercio y la milicia, combatiendo lo mismo contra los piratas que otros
enemigos agresores, como holandeses, franceses e ingleses, sosteniendo a su
costa tropas y armamento, siempre al servicio del rey. Se ha calculado que son
33 las principales familias cubanas más antiguas que llegan al presente, con
sus frecuentes enlaces entre ellas.
Pero
también tuvieron un papel importante en la cultura y la ciencia insulares, como
fue el caso, por sólo citar un temprano ejemplo, del fraile José María
Peñalver, considerado el primer proto-lexicógrafo en Cuba, y miembro de esa
importante familia de la aristocracia criolla, nada menos que sobrino del
poderoso Luis María Ignacio de
Peñalver y de Cárdenas, Calvo de la Puerta y Sotolongo, Obispo de Nueva Orleans
y de Guatemala, hijo del primer Conde de Santa María de Loreto y también
sobrino del primer Marqués de Casa Peñalver.
Así
como en Europa y otras regiones del mundo, la aristocracia cubana fue un grupo
de élite que reunía a los sujetos privilegiados más preparados, capaces y
decididos, para emprender grandes propósitos de mejoramiento personal, lo cual
se revirtió simultáneamente en el progreso y avance de sus posesiones, y
formaron auténticos tejidos de intereses y obligaciones, estableciendo de este
modo las primeras redes sociales, las
cuales además se vinculaban familiar y consanguíneamente, por compadrazgo o
matrimonio, logrando imponer gradualmente sus propósitos en las respectivas demarcaciones,
de tal modo que fueron el núcleo básico, a pesar de su españolidad originaria -y
quizá por lo mismo-, para cimentar las bases de las nuevas naciones, como el
estamento criollo.
Precisamente
por eso, en Cuba como en otras partes, es ese sector ilustrado y poderoso el
primero y más determinado para avanzar hacia un proyecto de emancipación y
soberanía. Las familias que fraguan desde sus comienzos la independencia,
proceden de ese grupo social ya con una conciencia propia de su destino: los
Agramonte, Agüero, Aldama, Arango, Armenteros, Calvo, Cárdenas, Céspedes, Cisneros,
Delmonte, Herrera, Loynaz, Madam, Montalvo, Morales, O’Farrill, Oquendo,
Peñalver y Quesada, son de las primeras familias asentadas en la isla, y habían
formado con el tiempo, sus posesiones y generaciones sucesivas, una visión de
futuro luego cristalizada en una incipiente conciencia nacional. Llevaban en
ellos, como dijo un trovador, “luz de terratenientes y de revolución”.
Como
escribió el Conde de Jaruco:
Por su antigüedad en el
territorio y por su importancia, pueden considerarse estas familias como las
clásicas cubanas. Durante muchas generaciones fueron contribuyendo notablemente
en todas las ramas de la actividad humana, al desarrollo y fomento de la Isla;
fundaron pueblos y ciudades a su costo, desempeñaron los primeros cargos y
gozaron de gran influencia con sus gobernadores. Por los méritos contraídos
dentro del territorio cubano, muchas de ellas obtuvieron títulos nobiliarios,
algunas con Grandeza de España, y otros con Señoríos, cuyas mercedes
representan a través del tiempo el recuerdo de grandes servicios prestados en
la Isla de Cuba; por lo cual, sus nombres se encuentran vinculados a la
historia de la nación.
Gran
parte de aquella prosperidad cubana se debió a la visión, el impulso y la
determinación de ese sector, que con sus iniciativas animó la economía insular
de forma admirable desde el siglo XVIII, primero como una factoría, un simple apostadero
de servicios de aprovisionamiento y refacción para las flotas, pero más tarde
con los dos cultivos que le dieron fama universal al país: la caña de azúcar y
el tabaco, a los cuales se añadiría el café después de la Revolución de Haití.
Fernando Ortiz (1881-1969) estudió de forma ejemplar en su Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940),
con su imprescindible prólogo original de Herminio Portell Vilá, el par de
columnas fundacionales no sólo de la economía sino de la historia y la sociedad
cubana, con dos modos diferentes y complementarios de pensar y entender el
país. Esta obra, a pesar de que su autor modestamente la llamó “un juguete”,
constituye uno de los momentos culminantes del pensamiento insular, y es
referencia inexcusable para quienes pretendan comenzar a entender la
constitución física y humana de Cuba. En sus páginas se encuentra,
implícitamente, el papel desarrollado por esa aristocracia en la forja de la
economía cubana y el progreso nacional.
Cinco
años antes de la muerte de Ortiz, Manuel Moreno Fraginals (1920-2001), publicó la
primera versión de su clásico El Ingenio.
El complejo económico social cubano del azúcar (1964), donde expuso su tesis
del “fracaso de la sacarocracia cubana” como clase social, libro sobre el que
perceptivamente Javier Figueroa advierte “escrito en clave de tragedia”. El
régimen cubano –y especialmente Ernesto Che
Guevara- acogieron con beneplácito esta obra desde el principio, que junto con
sus muchos méritos, reforzaba indirectamente la estrategia oficial de
desvirtuar el papel de la burguesía cubana en la formación de la conciencia y
la grandeza nacional, y sugería la inevitabilidad de la revolución socialista,
pero el mejor argumento para su contraste fue la monumental obra Cuba: Economía y Sociedad,
de Leví Marrero Artiles (1911-1995), quien demostró el carácter fundacional y
decisivo de la aristocracia y la ennoblecida burguesía cubana en el auge del
país. Ya en el exilio, observo que el sabio Moreno Fraginals reconsideró sustantivamente
su posición de 1964, al publicar su última gran obra, Cuba/España: España/ Cuba. Historia común,
escrita ya en condiciones de plena soberanía intelectual, como él mismo
reconoció. Creo que esa “sacarocracia” cumplió adecuadamente con su papel en la
medida de sus posibilidades históricas concretas, más aún cuando el mismo
Moreno reconoce que esta fue “la más sólida y brillante clase burguesa en
América Latina”: no era aún, supongo, el momento de cantar “La Internacional”
sino, en todo caso y a lo sumo, “La Marsellesa”.
Tal
parece que según aquella posición, la consecuencia inmediata debió ser la
independencia (incluso antes que la de las Trece
Colonias Inglesas), y luego inevitablemente una etapa superior, que a la
larga desembocaría en la Revolución Socialista, de acuerdo con el canon del
determinismo fatalista del marxismo en su más perfecta ortodoxia, pasando por
alto que el reformismo y luego el autonomismo, fueron también opciones tan
sensatas como prácticas dentro de las posibilidades de la época, mucho antes
que se ensayara el proyecto separatista, al cual se llegó sólo cuando hubo que
desechar los programas anteriores. No advierto ningún fracaso ni traición de
ese sector, pues ¿por qué y para qué habrían de buscar fundar otra nación si ya
formaban parte de una? En realidad, ellos eran más próximos emocional e
intelectualmente a los ilustrados españoles (de quienes eran homólogos), que al
resto de los criollos: la traición y el fracaso de esa sacarocracia habría sido
realizar algo diferente a lo que importaba sustancialmente para sus intereses.
En
definitiva, entre algunos historiadores ha existido la inclinación a reescribir
la historia como debió ser y no atender la que realmente fue, aplicando
visiones teleológicas –en su origen profundamente aristotélicas y más
cercanamente kantianas y hegelianas- alejadas de la lógica instrumental y
partiendo de una supuesta eticidad, que no aplica en los fenómenos ampliamente
sociales, siendo como es la ética una expresión individual y particular, a
diferencia de la moral.
Se
trataba de fortalecerse como clase, no necesariamente con un objetivo
soberanista o emancipatorio, pasando por alto que los intereses nacionales
empiezan por ser intereses particulares. Así pues, no percibo ningún fracaso en
eso, sino el cumplimiento de una secuencia lógica coherente e históricamente
determinada.
Genealogistas
cubanos:
Entre 1945 y 1952 el Conde de Jaruco escribió
regularmente la sección “Del pasado” en el Diario
de La Marina. Mayra Sánchez-Johnson, Presidenta de la Cuban Genealogy Society, identificó 164 de estos artículos y
publicó la relación de ellos en la Revista
de esa sociedad, en Abril de 1988. Además del Conde de Jaruco, pueden
mencionarse los trabajos generales de Joaquín de Posada y de Vega (Anuario de Familias Cubanas: 1965-1980);
Rafael Nieto Cortadellas (Genealogías habaneras, Madrid, Ediciones de la Revista Hidalguía -
Instituto Luis de Salazar y Castro del CSIC, cuatro tomos: 1979-1996, con Prólogo de Vicente de Cadenas y
Vicent; Dignidades nobiliarias en Cuba, Madrid, Instituto de Cultura
Hispánica, 1953, y Los
Villa Urrutia: un linaje vasco en México y La Habana, 1951); Fermín Peraza
Sarausa (Diccionario Biográfico Cubano,
Gainsville, Florida, 1966); Leví Marrero (Cuba:
isla abierta. Poblamiento y apellidos: Siglos XVI-XIX, Puerto Rico, Capiro,
1994); Juan Bruno Zayas de La Portilla (“La Isla de Cuba: conquistadores,
pobladores y libertadores”, Herencia,
Vol. 10, Nº 3, Otoño de 2004) su invaluable Orígenes.
Compendio histórico-genealógico del linaje Zayas: descendencia del Infante Don
Jaime de Aragón (Miami, Zayas Publishing, 2003, 2 volúmenes, 1264 pp.); o más regionales,
como Enrique Orlando Lacalle Zauquest (1910–1993) con su monumental Cuatro siglos de historia de Bayamo (1ª
edición: 1947; 1ª edición anotada, por Ludín Bernardo Fonseca García, Ediciones
Bayamo, 2010), y de quien se mantiene inédito aún un rico archivo y
epistolario; y entre los más recientes, Antonio Herrera-Vaillant, Félix Enrique
Hurtado de Mendoza y Pola (1924-2016), Ex Marqués de San Juan de Rivera (su
colección personal se conserva en la Green
Library de la Florida International
University), el Padre Juan Luis Sánchez, y Francisco Escobar Guio.
Aunque españoles, tampoco puede obviarse el
voluminoso Diccionario Heráldico y
Genealógico de apellidos españoles y americanos (Madrid, Imprenta de
Antonio Marzo-Artes Gráficas, 1919-1963; 88 volúmenes, valerosamente continuado
por Endika Mogrobejo), de los hermanos Alberto y Arturo García Carraffa, pues
el vínculo sanguíneo cubano con su antigua metrópoli es inexcusable para
identificar las raíces y orígenes familiares.
En el exilio funciona además el activo Cuban Genealogy Club of Miami (2001),
que publica semestralmente la interesante revista Raíces de La Perla. También es muy valiosa por la profusa
información que reúne una obra excepcional: La
Enciclopedia de Cuba, escrita por varios autores coordinados por Gastón
Baquero, y que fue un empeño editorial admirable de Vicente Báez
(también gestor de otra similar sobre Puerto Rico, en 15 volúmenes), como parte
de la Colección Enciclopedia y Clásicos
Cubanos, de las Ediciones Universal de Juan Manuel Salvat, publicada en 14
tomos en Miami entre 1973 y 1975.
Varias
de estas familias próceres tienen sus orígenes en los primeros colonizadores de
la isla: fundaron pueblos y ciudades, y crearon industrias e instituciones de
beneficencia con positivo efecto social. Además, como era un sector ilustrado
con abundantes contactos internacionales y recursos suficientes, formaron
grandes acervos bibliográficos que luego fueron donados a las bibliotecas
públicas, y se convirtieron en parte del patrimonio cultural de la nación, como
la de Don José María Chacón y Calvo (1892-1969), VI Conde de Casa Bayona, legada
a la Sociedad Económica de Amigos del
País.
O también reunieron valiosas piezas artísticas, como la Colección de Arte Antiguo (Egipto-Grecia-Roma) que aportó en 1956
como depósito en comodato al Museo
Nacional de Bellas Artes Don Joaquín Gumá y Herrera (1909-1980), VI Conde
de Lagunillas y VIII Marqués de Casa Calvo, quizás la más valiosa de su género
en América Latina. Ambos aristócratas cubanos fueron reconocidos eruditos y
además generosos mecenas del país.
En esta cita, se remite al Diario de la Marina del 7 de julio de
1946.
Javier Figueroa, «El Ingenio», un texto en clave de
tragedia”, Cubaencuentro, 16
de septiembre, 2020.