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La Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp. se propone evitar que los hechos históricos de Cuba y sus exilios se conviertan en leyendas dejando un registro fidedigno de los mismos ‒sin censuras ni manipulaciones demagógicas‒ con el fin de que nunca pierdan su condición de historia. Este blog intenta reflejar nuestro quehacer en ese sentido, al tiempo de brindarse como tribuna abierta para que testigos y estudiosos del avatar cubano puedan contribuir de buena voluntad en el intento
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El 21 de diciembre de 1930 aparecía una nota en la Revista Bohemia sobre “Manny” Rivero, un joven cubano que en aquellos momentos tenía gran éxito como jugador de fútbol americano en la liga universitaria del país del norte, donde competía por la Universidad Columbia de New York. La revista destacaba el hecho de que Rivero compitiera para la prestigiosa universidad a pesar de ser de raza negra y tener un origen humilde. Según Bohemia, un periódico neoyorquino había escrito que Manny “es uno de los jugadores más difíciles de lesionar. Cuando Rivero recibe un golpe, seis o siete de sus adversarios ya han sido puestos fuera de juego por el cubano.” A la revista le confesaba Rivero que aunque le gustaba mucho el béisbol, el fútbol americano era su deporte favorito pues en él siempre surgía “algo nuevo”, imprevisto.
Manuel Rivero nació en la Habana en 1909 y era hijo de una cocinera del Vedado que Bohemia describía como “la palanca sólida del joven atleta”. En su adolescencia Manuel se fue a vivir con su madre a Estados Unidos. Durante sus estudios preuniversitarios en New York, comenzó a destacarse en béisbol y fútbol americano, siendo uno de los mejores jugadores a ese nivel en la ciudad. Tras terminar sus estudios Manuel fue aceptado como estudiante de ingeniería en Columbia University. Para ganarse un dinero antes de empezar la universidad Manuel se fue ese verano con los Cuban Stars en una serie de juegos de exhibición. Los Cuban Stars (East) era un equipo de béisbol profesional, formado por cubanos y otros latinoamericanos, que competía en la Liga Negra Americana. Ellos acostumbraban a pasar a comer por la casa de la madre de Manny cuando estaban en New York y aceptaron al joven atleta en sus filas durante algunas semanas.
El recuerdo favorito de Manuel de esa temporada eran
graciosos juegos que se jugaban sin pelota para divertir al público. De aquel
verano Manuel no regresó con mucho dinero pero por suerte Columbia se enteró de
su talento y lo registró como estudiante atleta lo que le garantizaba
estipendios. Pronto fue enrolado en los equipos de béisbol y fútbol americano y
aunque tuvo éxito con el primero, jugando en tercera base, campo central y como
lanzador; fue como quarterback en fútbol donde llegaba al estrellato. En el
artículo de Bohemia se mencionaba que ser negro no era un obstáculo para jugar
en el fútbol americano universitario pero en realidad ser uno de los pocos
jugadores de color de la liga no fue siempre fácil.
En 1931 el equipo de Columbia iba en tren en camino a un juego con otra universidad cuando se enteraron de algo. Entre los entrenadores de la liga existía un “acuerdo de caballeros”: si un equipo con jugadores negros competía con un equipo que no tuviese ninguno, el entrenador no dejaría jugar a sus jugadores de color. Cuando los compañeros de equipo de Manuel se enteraron de aquello advirtieron al entrenador: si Manny no jugaba, ellos no jugarían tampoco. Fue muchas veces gracias a la solidaridad de sus compañeros que Manuel pudo seguir jugando.
En 1933 se graduó Manuel Rivero de ingeniería. Hoy en día
es difícil saber si su talento lo hubiera llevado a jugar a la National
Football League (NFL). Lo cierto es que a partir de ese año la organización
deportiva dejaría de tener jugadores negros, un veto silencioso que duró hasta
1946.
Tras la graduación, Rivero jugó béisbol con sus viejos
compañeros de los Cuban Stars durante algunos partidos. Allí compartiría con
atletas de la talla de Martín Dihigo y Alejandro Oms. Pero ese mismo año Manuel
fue contratado como entrenador de fútbol americano del equipo de la Lincoln
University, una histórica universidad de afroamericanos en Pennsylvania.
Paralelamente él continuaba sus estudios en Columbia de donde obtenía un master
en Salud y Recreación en 1938. En la Lincoln Manuel trabajaría durante 44 años,
hasta su retiro en 1977. Allí fundó, en 1947, el Departamento de Salud,
Recreación y Educación Física que él encabezó. También en la Lincoln Manuel
conoció a la que sería su esposa, Grace Hughes, quien era profesora de inglés.Con Cuban Stars. Rivero es el tercero por la derecha
Durante todos esos años el profesor Rivero fue en diferentes épocas el entrenador principal de los equipos de fútbol americano, béisbol, atletismo, tenis y baloncesto de la escuela. En la Universidad Lincoln Rivero es recordado como un competidor fiero y como un entrenador y profesor estricto, pero hay otros aspectos que pueden describir su carácter. En 1938 se graduó de la prestigiosa universidad de Cornell Jerome “Brud” Holland, el único jugador negro de fútbol de esa escuela. Durante dos años consecutivos Holland había sido seleccionado al equipo “Todos Estrellas” de la serie pero, como ya se ha contado, una carrera en la NFL era imposible en el momento. Rivero contrató entonces a Holland como entrenador en su universidad. Con el tiempo “Brud” Holland continuaría su carrera académica y sería presidente de la Hampton University. En 1970 sería embajador de los Estados Unidos en Suecia.
Muchos años después el nieto de Manuel Rivero recordaba
la consistencia como el rasgo más marcado de su abuelo. Era alguien que miraba
el mismo programa de televisión cada día (Wheel of Fortune) y también durante
décadas ahorró dinero mes tras mes. Era de ese dinero ahorrado que ese nieto pudo
pagar sus estudios en una de las universidades más prestigiosas del país.
También recordaba el nieto algo que decía su abuela: que era la consistencia de
“ese tal Rivero” lo que la había hecho escogerlo entre sus pretendientes.
Durante las décadas de trabajo en la Lincoln Manuel Rivero ganó también una
serie de premios y distinciones, entre ellos, Profesor del Año. En 1980, tras
su retiro, fue hecho Profesor Emérito en Educación Física de la universidad. En
1986 el gimnasio de la escuela recibió su nombre. Manuel Rivero, natural de la
Habana, murió en Rising Sun, Maryland, en agosto del 2001, a los 92 años. Lo
sobrevivían su esposa, dos hijos, tres nietos y dos bisnietos.
In this book, as an eyewitness to Fidel Castro’s rise to power in Cuba and other key episodes, Dr. Carbonell sheds new light on how the ruler and his allies deceived and subjugated Cuban people and defied twelve U.S. presidents.
The author draws on declassified documents and reliable unpublished testimonies, as well as personal experiences, to delve into the Communist takeover of Cuba, which he denounced while on the island. He ponders the causes and consequences of the botched Bay of Pigs operation, which he joined as a refugee.
From the battle to expel the Castro regime from the Organization of American states, which Carbonell helped to achieve, to the Congressional Joint Resolution on Cuba, which he tenaciously pursued; from the looming Missile Crises, which the author persistently flagged, to the myriad subversive activities he warned against and condemned, Néstor T. Carbonell debunks the myths and fallacies surrounding the longest-running subversive tyranny in modern times.
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Por Gustavo Pérez-Firmat
El cubano tiene la buena y la mala fama de ser un pueblo alegre, actualista, gozador. Como comprobación parcial, imparcial, ahí está la proverbial réplica, “Jodido pero contento,” que supedita la jodedura a la jodedera. O este otro dicharacho, “A mí me matan, pero yo gozo,” según el cual ni la muerte misma coarta la búsqueda de placer. No obstante, ese gozar a toda costa, a todo costo, a todo Castro, sólo dibuja una de las caras del cubano. Tal vez la más popular y rentable, la que se ha divulgado en innumerables libros, películas y canciones –sobre todo extranjeros– con títulos como When It’s Cocktail Time in Cuba, Holiday in Havana, I Came, I Saw, I Conga’d. Tal como afirma uno de los protagonistas de The Mambo Kings Play Songs of Love, la premiada novela de Oscar Hijuelos, Cuba es la tierra de rum, rump and rumba. Y no cabe duda de que el cubano, allá como aquí, propende a la alegría. Mas también es verdad que por debajo de esa alegría fluye una corriente de melancolía, una resaca de tristeza que arrastra a algunas de las figuras más representativas de la cultura de la isla: desde Luz y Caballero, Casal y Martí, pasando por Varona, Dulce María Loynaz y Jorge Mañach, hasta llegar a Carlos Victoria, Manuel Díaz Martínez, Abilio Estévez y muchos más.
Hallando –o más bien, buscando– un reflejo de su propia melancolía en la de
sus compatriotas, Mañach no se cansaba de afirmar que Cuba era un pueblo
triste. Para el autor de la Indagación del choteo, la ligereza del
cubano, su tendencia a tirarlo todo a relajo, no era sino una vistosa capa que
le echamos por encima a nuestra íntima tristeza. De ser así, el cubano
padecería de lo que hoy en día los psicológos llaman “bipolaridad”: entre el
Polo Norte y el Polo Sur, el Polo Cuba, vacilando entre rumba y tumba, canto y
desencanto, deseo y desgano. Esa disposición melancólica también se vislumbra
en muchas sentencias de nuestro refranero: “Un gustazo, un trancazo.” O en este otro dicho, que predica la misma
lección: “Como quieras que te pongas,
tienes que llorar.”
Dos de los tipos típicos del folklore cubano son el vivo y el bobo. Ya se
sabe que todos los días sale un bobo a la calle, y que el vivo vive del bobo y
el bobo de su trabajo. Pero hay otro personaje de nuestro folklore,
protagonista tácito de incontables cuentos y chistes, que encarna el talante y
talento melancólicos de la cultura cubana. Me refiero al infeliz. ¿Quién entre
nosotros no ha dicho, explicando –y descontando– los infortunios de un amigo o,
a veces, la maldad de un enemigo, “El pobre, es un infeliz”? Rigurosamente, ser infeliz es carecer de
felicidad. Pero esta definición no capta lo fundamental del tipo, ya que hay
personas que, faltándoles la felicidad, distan mucho de ser infelices. Se puede
ser desgraciado sin ser infeliz. Se puede estar descontento sin ser infeliz. La
infelicidad del infeliz no tiene sólo que ver con la incidencia de episodios
dolorosos en su vida. Cosas nos pasan a todos, pero el infeliz es aquel que
padece por vocación, que sufre por gusto, aquel a quien los golpes que le
pegan, le pegan. Lo que define al infeliz no es la infelicidad, sino lo que
llamaría el infelicismo, cierta aptitud crónica para la infelicidad.
El infeliz es el tarrudo que del cielo le caen los tarros, el que sale de
Guatemala y termina en Guatapeor, el que se ha sacado todas las papeletas en la
rifa de la galleta, el que no deja de cogerse el culo con la puerta. En el
infeliz encarna un ejemplar de la no tan rara especie del cubano sin suerte, a
quien no lo salva ni el médico chino. Primo criollo del nebbish judío y
del loser norteamericano, el infeliz no sabe por dónde le entra el agua
al coco, ni tiene la menor idea dónde el jején puso los huevos. Y aunque a
veces se confunde con tipos aledaños –el pesado, el guanajo y el comemierda–
estos pueden ser felicísimos (es más, generalmente lo son) mientras que el
infeliz es sólo siempre infeliz. Su antónimo es el feliciano, invulnerable a
los embates del destino. Si el feliciano disfruta a pesar de todo pesar, el
infeliz sufre a pesar de todo placer.
Cuando tildamos a
alguien de infeliz, mezclamos la compasión con el desprecio. Los infelices nos
dan lástima, sí, pero también nos molestan, tal vez por el temor de parecernos
demasiado a ellos. El atribulado Liborio, emblema de la cubanidad, es un
infeliz. En cambio, Tres Patines, el personaje hecho famoso por Leopoldo
Fernández, es un vivo disfrazado de infeliz. Y nosotros los exiliados, por
mucho que insistamos en negarlo, somos unos infelices disfrazados de vivos. Es
más, después de sesenta años de dictadura, es posible que todos los cubanos
–los de aquí, los de allá y hasta los del más allá– puedan hacer suyo el famoso
lamento de Segismundo: “Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!”
*Fragmento del libro en proceso Saber de ausencia