Friday, May 24, 2024

"Emilia Casanova: la patriota cubana y gran amor de Cirilo Villaverde": entrevista con Ena Curnow

 

Por Enrique Del Risco

Ena Curnow acumula una larga trayectoria en el rescate de figuras relevantes en la historia cubanas, sobre todo mujeres. Es autora de Manana: detrás del Generalísimo, una biografía de Bernarda Toro de Gómez, esposa del de Mayor General del Ejército Libertador Máximo Gómez. También es obra suya Cien años de rebeldía y pasión, biografía de Leonor Ferreira, luchadora que se enfrentara sucesivamente a las dictaduras de Gerardo Machado, Fulgencio Batista y Fidel Castro. Justo ahora acaba de salir a la luz su monumental estudio Emilia Casanova: la patriota cubana y gran amor de CiriloVillaverde (Alexandria Library, 2024, 521 páginas). Sobre este último libro en particular giró nuestra entrevista a la autora.

Empecemos como se debe: por el principio. ¿De dónde vienes? ¿De dónde sale ese apellido tuyo tan inusual?

Hasta donde he podido investigar, mi bisabuelo John Toms Curnow, de origen Cornish, o sea gentilicio de los nacidos en Cornwall, región al sudeste de la isla grande de Gran Bretaña, llegó al oriente cubano probablemente en la segunda mitad del siglo XIX y allí debió conocer a mi bisabuela Ana María Asencio, quien residía en Santiago de Cuba. Ana María era sobrina de Asencio Asencio, a su vez padrino de Antonio Maceo, Lugarteniente general del Ejército mambí, como lo acoto en mi libro “Manana. Detrás del Generalísimo”.

Luego el matrimonio debió asentarse en Palma Soriano, muy cerca del sitio señalado. Allí concibieron cinco hijos: Jorge, Federico, Rosa, Amanda y Juan Miguel, a los cuales conocí, pero sólo vi una o dos veces. Jorge se parecía mucho a mi abuelo Juan Miguel (con estatura promedio, nariz aguileña y ojos muy azules); Federico era un hombre menudito, pero muy culto y siempre elegantemente vestido. Su principal oficio era dar clases de inglés. A Rosa y Amanda las conocí cuando ya eran dos señoras bien mayores. Amanda vivía en Marianao y su oficio era ama de casa. De Rosa me acuerdo de su piel blanca y sus mejillas muy rojas (perennemente ruborizada). Rosa estaba pasadita de peso. Amanda tenía el pelo castaño y era un poco más trigueña. Mi abuelo Juan Miguel, siempre soltero y componiendo poesías, mitad en español y mitad en inglés, usualmente dedicadas a las chicas del correo cercano. En realidad, era un condottiero. Nunca constituyó un hogar. Afincó su vida en Guantánamo y viajaba ocasionalmente a La Habana para ver a sus hijos, que eran cuatro: Francisco (Panchín), mi padre Antonio (Toñico), Alfredo y Zoila, la tía adorada. John Michael (Juan Miguel, en Cuba) contaba haber llegado a Cuba a los catorce años. Cuando ocasionalmente trabajaba, se ganaba la vida como intérprete de la base naval de Guantánamo. Fue muy estricto con el uso del idioma paterno y trató de enseñarnos algo a sus nietos, pero su estancia en nuestra casa duró poco y nosotros, los frutos del matrimonio de su hijo Antonio, con mi madre Ena Asencio, hija a su vez de Juan Agustín y María del Carmen León. Juan Agustín era primo hermano de Juan Miguel, mi abuelo paterno, el “Cornish” e hijo a su vez de Ana María Asencio sobrina del ya mencionado Asencio Asencio, o sea dos veces el mismo nombre… No sé el porqué.

Pero en un plano más personal, mi madre se llamó Ena… Fui la tercera de sus hijas y como se le acabaron los nombres decidió ponerme el suyo a mi… Así lo cuento en un artículo mío titulado “Le robé el nombre a mi madre” publicado hace años en el Diario las Américas. De mi padre al igual hablo en otro escrito, también publicado en el mismo periódico bajo el título “¿Dónde está mi papá?”, en ocasión de su fallecimiento. Creo que ambos escritos están en Internet.

En tu obra se percibe un claro interés por rellenar el vacío que hay sobre personalidades femeninas destacadas de nuestra historia. ¿Qué te llevó a elegir a Emilia Casanova por encima de otras figuras?

En el prólogo de mi libro lo digo con absoluta franqueza: “No sé cómo llegó Emilia a mi vida”, pero meditando al respecto pienso que debí “tropezarme con ella cuando investigaba sobre la vida de Manana” y entonces fui de asombro en asombro. Increíble la trayectoria de esta cubana nacida en Cárdenas y crecida al calor de esta gran nación que es EE.UU, el segundo hogar de los cubanos entonces y hoy.

Cuéntanos cómo fue investigar sobre la vida de Emilia Casanova. ¿Qué cuestiones te parecían más importantes dilucidar desde un inicio? ¿Cuáles fuentes se revelaron más provechosas en tu investigación?

Investigar sobre Emilia fue toda una aventura, plagada de escaseces económicas y falta de tiempo. No es fácil escribir cuando uno debe buscar “el pan de cada día, trabajando duro” y emplear los pocos recursos, viajando y pagando la estancia en sitios tan caros como Nueva York y tan distantes como la Gomera, una de las islas Canarias, adonde viajé. No obstante, casi al final tuve la suerte de ganar por dos años consecutivos el premio de la Herencia Hispana”, con sendos proyectos sobre el tema y de contar con la ayuda, ya en la etapa final de proyecto, de varios de los descendientes de la patriota, residentes en EE.UU., como lo reconozco en el Prólogo.

Elegiste, para narrar la historia de Emilia, un híbrido entre la monografía académica con su cuerpo de notas y referencias y la biografía novelada. ¿Qué fue lo que te llevó a esa elección?

Creo que contribuyó mi experiencia como periodista. Por 15 años trabajé en el Diario las Américas y otros más en La Poderosa y Radio Mambí. También incursioné en la publicidad y fui redactora de revistas del corazón, entre otras desde el conglomerado de la Editorial Vanidades… Y de pequeña, mis padres y maestros me regañaban constantemente “por estar pensando siempre en las musarañas”

Emilia Casanova llega a convertirse no sólo en una de las figuras más importantes del exilio en un mundo abrumadoramente dominado por los hombres sino también en la más vilipendiada por la prensa colonial. ¿Por qué piensas que sucedió eso?

Porque “hombres al fin” actuaban de conjunto. De ahí el llamado “sexo fuerte”, aplicado al cuerpo cuando “el cerebro es débil”. En medio de esa mentalidad retrógrada de “un mundo de hombres”, saltar la barrera debió ser un acto temerario y heroico. La “lógica” -tan ilógica a veces- indica la existencia de otras muchas Emilia quienes secundaron a su líder y cuyos nombres me di a la tarea de que aparecieran en este libro. Me propuse que así fuera. Quise rescatar el mayor número posible. A tono con el pensamiento de la época la prensa hizo “oídos sordos” a su presencia, aunque fuera para vejarlas y ofenderlas. No debemos callar tampoco el silencio guardado al respecto por nuestros héroes. Y para mayor asombro también “callaron hasta las propias mujeres”.

Se suele mencionar el hecho de que Ana Bethancourt abogara por la liberación de la mujer en la asamblea constituyente de Guáimaro en 1869, pero por otro lado la intensa labor desarrollada por Emilia Casanova y sus compañeras desde el exilio en Nueva York, dando pasos concretos hacia una participación activa y autónoma de las mujeres en las grandes decisiones políticas, ha sido sistemáticamente ignorada. ¿A qué crees que se deba esto?

Emilia fue demasiado mujer en un “mundo de hombres” cuando precisamente eran ellos quienes controlaban todos los canales de información y como dije, hasta las propias mujeres sentían temor de saltar a la palestra pública. Tampoco las feministas norteamericanas habían alcanzado suficientes fuerzas y cuando lo lograron, al parecer no mostraron solidaridad alguna con las de su mismo sexo fuera de su suelo.

Al inicio de la guerra de independencia ya Emilia Casanova llevaba casi dos décadas viviendo en Estados Unidos. ¿Hasta qué punto crees que fue influida por las luchas de las feministas norteamericanas y por su experiencia norteamericana en general en su decisión de participar de manera tan activa y autónoma en su apoyo al movimiento independentista?

No creo que existieran vínculos entre la Liga y el movimiento feminista norteamericano, apenas en crecimiento. Sin embargo, sí existieron contactos con mujeres de ese origen. Así puede apreciarse, por ejemplo, en la p 431 de mi libro, que recoge el Llamamiento de la Sociedad de Socorros de las mujeres americanas en alivio de las mujeres y niños de Cuba. (El Demócrata. 11 de octubre de 1870). Creo que por su actitud y protagonismo Emilia fue una precursora del movimiento feminista no sólo de Cuba sino también de EE.UU. No se ha dado muchos casos de patriotas que hayan tratado de preparar un ejército de mujeres para libertar a su Patria. ¿Será incultura mía o así es?...

En tu libro junto a la personalidad de Emilia emergen la de varios hombres que fueron parte importante de su vida como su padre, el potentado Inocencio Casanova, o su esposo, el escritor Cirilo Villaverde. ¿En qué medida estos influyeron positiva o negativamente en la evolución y proyección política de Emilia? ¿En qué medida Emilia influyó en ellos?

Sin duda alguna… Emilia admiró y quiso mucho a su padre. De él heredó su resolución y capacidad de decisión, entre otros valores de ese zar de los negocios. Y él, por su parte fue actualizando su retrógrado pensamiento. De su marido y gran amor, la gentileza, las buenas formas, su pensamiento pulido y puro… La efectividad de Cirilo en la manera de hacer Patria.

Casi con el mismo fervor con que Emilia se enfrentó al colonialismo español entró en contradicción abierta con quien era por entonces uno de los principales representantes del exilio cubano en Nueva York, el potentado Miguel Aldama. ¿Cuáles eran las claves centrales de este enfrentamiento?

La incomprensión de Aldama y el coraje de Emilia. El mucho hombre y ella demasiada mujer. Los demás está en el libro.   

¿Piensas seguir investigando sobre el aporte femenino en la conformación y afianzamiento de la nacionalidad cubana? ¿Conoces la labor de otros historiadores empeñados en temas similares?

A veces digo que no. Otras, que sí. Me gustaría escribir la biografía de una gran mujer, exiliada y ejemplo de todo lo que ha sufrido la diáspora, aunque ya haya narrado una parte de lo sucedido en la biografía de la Dra. Leonor Ferreira, cuyo título es “Cien años de rebeldía y pasión”. Tengo al igual en mente escribir sobre otro interesante y explosivo tema… Pero no sé… También quiero disfrutar de mi familia, de mis preciosos nietos... De leer, de viajar, de jugar dominó…

En la lucha actual por la reinstauración de la democracia en Cuba la presencia femenina ha tenido un protagonismo incomparable con otros procesos políticos de la historia cubana. ¿Qué lecciones útiles para el movimiento actual pueden sacarse de la labor pionera de personalidades como Emilia Casanova?

Si pudiera, enviara cientos de libros sobre Emilia a Cuba. Pero en realidad, concluyo, no son imprescindibles. La lucha de las cubanas contra el castrismo no tiene parangón. Es superior, impensable, increíble. Algún día conoceremos su verdadera dimensión.

 

¿Qué es un martillo? ¡Nuestro Apostolillo!*

 



La última década* haya sido la de los ataques más decididos al mito martiano y la de una profunda revisión de su legado. Ha sido también el período en que se ha desarrollado una crítica más sistemática del nacionalismo cubano que como hemos visto ha tenido como uno de sus ejes simbólicos más estables a la figura de José Martí. 

Si cabe la comparación en cuanto a cercanía de propósitos de toda una generación este gesto se acerca a aquél de la generación de los años 20 aunque de signo contrario. Mientras estos fueron responsables en buena medida del asentamiento del dogma y el culto martianos la generación de ensayistas que emerge en los 90 se ha propuesto su desmontaje. 

Muchos son los factores que se pueden invocar en la explicación de este fenómeno. El acontecimiento histórico más importante de esos años, la caída del comunismo eurooriental debe haber tenido una influencia decisiva. La apelación al nacionalismo y a Martí por parte del régimen cubano para apuntalar su poder simbólico gravemente afectado por el derrumbe ideológico y político del comunismo dio un impulso decisivo a una generación que ha encontrado su perfil en la crítica al tan socorrido imaginario nacional.

Sin embargo, suele subestimarse un factor que ha podido condicionar una actitud crítica desde los niveles más elementales que haría parecer mucho menos brusco el salto a la crítica del mito. Me refiero a la subterránea pero sostenida tradición popular y escolar de cuestionamiento burlón o insidioso del mito martiano. Una tradición que acumula chistes, adivinanzas y parodias a la obra martiana junto a legendarias dudas sobre la imagen sobrehumana del Apóstol y suspicacias sobre su sacrificio final. 

No es casual que Antonio José Ponte, en un vehemente ensayo sobre el mito martiano escribiera:

Lo llamamos también Pepito Ginebra, insistimos colegialmente en volver pornográficos los poemas que escribió para niños, los poemas de sus Versos sencillos. Trucamos con pliegues la efigie suya en los billetes para inventarle historias. Estas maneras de citar a José Martí, tan extendidas como las mejores maneras públicas, han sido escasamente recogidas y son también cultura cubana, pertenecen a la historia secreta de Cuba. (Ponte, 2000, p.52)

En esa “historia secreta de Cuba” también se fermentó el discurso antidogmático que ahora emerge en forma de crítica intelectual. Al rememorar sus años escolares no es extraño que los escritores cubanos aludan a sus primeros encuentros con el mito martiano. Cabrera Infante cuenta que en tercer grado se ganó un primer premio “que fue un ejemplar de La Edad de Oro, de José Martí, a quien nos enseñaban en la escuela a venerar más que a admirar” y a continuación añade que “esa veneración terminó en la adolescencia”. 

Reinaldo Arenas en su autobiografía recuerda que

Una vez el aula se vino abajo por el estruendo de la risa, cuando recitando el poema “Los dos príncipes”, de José Martí, en vez de decir el verso “entra y sale un perro triste, dije: “entra y sale un perro flaco”. La solemnidad de aquel poema, que hablaba de los funerales de dos príncipes, no admitía un perro flaco; seguramente mi subconsciente me traicionó y yo trastoqué el perro de Martí por Vigilante, el perro flaco y huevero de nuestra casa. (Arenas,1992, pp. 27-28)

A esto podemos sumarle lo que cuenta Carlos Victoria sobre un condiscípulo suyo que fue expulsado de la escuela por preguntar si era cierto que a Martí lo llamaban Pepe Ginebrita. En estos tres ejemplos la presencia de Martí en la escuela puede adoptar la forma de premio, vergüenza o castigo. 

Esta resistencia clandestina escolar al dogma martiano aparecería entonces como natural y necesaria. Fue ella una defensa contra la ubicuidad del culto a Martí, como un modo a un tiempo de no sentirse aplastado por el dogma: “un mecanismo de defensa frente a la frustración cubana”, dice Ponte, “pues el cubano siempre se encuentra frustrado frente a Martí, frente a su cumplimiento” (Ponte, 2000, p.52) y, un modo de evitar compartir su infatigable gravedad, tan asfixiante como ridícula para un escolar. 

Pese a no estar historiada, no es difícil imaginar que esta tradición del choteo martiano debe haberse reforzado en los últimos cuarenta años, justo cuando el dogma, estatalizado, se había hecho cada vez más ubicuo y vacío y se carecía del mínimo espacio público para ejercer su crítica.

Muchas de estas burlas vienen de los años republicanos, pero hay indicios numerosos de que esta tradición ha sido renovada con amplitud en el período revolucionario. Abundan los chistes en los que Martí se disculpa de la responsabilidad que se le achaca como autor intelectual del Moncada o parodias a “Los zapaticos de rosa” (el poema más parodiado en la historia cubana) en las que pululan detalles que denotan una factura más o menos reciente, aunque en realidad pueden ser sólo actualizaciones de parodias más o menos antiguas.

Toda esta espontánea guerra de guerrillas contra el dogma martiano podría verse como la última línea de resistencia. Un intento desesperado de no dejarse impresionar, atrapar, por el dogma, ha sido recrear un Martí faliblemente humano, de recrear su mito en el sentido más irreverente posible. 

De ahí la insistencia en atribuirle todo tipo de debilidades y vicios. Desde la afición por la bebida y las drogas hasta por las mujeres. De ahí el placer de descubrir un Martí adúltero que traiciona a un amigo para tener una hija con la esposa, en verlo como un Casanova abandonando a sus amantes, de imaginarlo abofeteado por Maceo en el encuentro de la Mejorana, de verlo avanzando por el campo de batalla enfundado en una inexplicable levita negra sobre un caballo blanco como diana perfecta y ridícula para el enemigo (según uno de esos chistes populares un oficial enemigo exclamaría: “¡Tírenle al músico!”).

Pero esa suspicacia popular hacia el mito como en tantas ocasiones también lo complementa. Esa secreta tradición cubana, como hemos visto, gusta de suponer a Martí traicionado por los propios que dicen seguirlo o acompañarlo. Y es que un Martí traicionado es el mejor vehículo para que los cubanos como pueblo expíen sus culpas. 

Al Martí triunfante sobre la voluntad nacional de los libros de texto se le opone un Martí vilipendiado y cuestionado que debe demostrar su valía y lavar su honor en el campo de batalla. El Martí que se agranda hasta lo inconmensurable en medio de un pueblo que se le queda demasiado pequeño. 

Posiblemente no se haya expuesto con más dramatismo esta creencia secreta que en la fabulación que hace el casi siempre irreverente Reinaldo Arenas en El color del verano (que a su vez se hace eco evidente de la ya citada alusión de Cabrera Infante a Martí en Vista del amanecer…):

El hombre era tan grande que no cabía en la isla porque hacía sentir pequeños al resto de los habitantes de la isla. (…) En el destierro, el hombre grande fue el blanco de millones de intrigas, ofensas y calumnias de todo tipo. Lo tildaron de cobarde, de capitán araña, de depravado, de elitista, de borracho, de drogadicto y hasta de amigo del dictador de la isla. (…) Pero el hombre, a pesar de toda aquella guerra contra su persona, seguía creciendo, se hacía cada vez más grande y proseguía la lucha contra el dictador. Y a medida que crecía comprendía con mayor claridad, que toda aquella grandeza no tendría ningún sentido si no iba a morir a su amada isla, donde, por otra parte, su grandeza no tenía lugar. Así, mientras era injuriado por todos los que querían mantener la isla en la tiranía absoluta y por los que querían liberarla, el hombre grande partió clandestinamente rumbo a la isla. En cuanto llegó, todos los ejércitos, tanto los amigos como los enemigos, se confabularon contra él y lo mataron. Entonces el hombre grande se disolvió en la isla alimentando aquellas tierras. Cuando ya fue sólo polvo y nadie ni siquiera podía identificar dónde había caído o dónde estaba su tumba, los nativos de la isla, tanto los amigos como los enemigos, se sintieron orgullosos de haber tenido un hombre tan grande. E inmediatamente comenzaron a erigirle estatuas. Tantas son ya las estatuas que no hay un rincón de la isla que no ostente el rostro pensativo del hombre grande. (Arenas,1999, p.218)

Esta confirmación subversiva del mito posiblemente tenga el mismo origen que las resistencias que se le intentan. Ese origen sería el incumplimiento de las profecías martianas. El pueblo que ha traicionado una y otra vez las profecías del Apóstol, incumpliéndolas, debe expiar esa culpa imaginando una traición anterior. La traición por la que el mismo pueblo empujó a su redentor a la muerte. 

La reciente rebelión contra el mito martiano a la que nos referiremos en detalle a continuación, puede verse también como rebelión contra esa culpa. Nietzsche en su Genealogía de la moral afirmaba que la impotencia de los hombres para hacer valer su voluntad los hacía sentirse culpables hasta resultar imposible la expiación “a fin de cortarse de una vez y por todas, la salida de ese laberinto de ‘ideas fijas’” y “establecer un ideal —el del “Dios Santo”— para adquirir en presencia del mismo, una tangible certeza de su absoluta indignidad” (Nietzsche, 2000, p.119).

Esta rebelión contra esa culpa sería entonces la búsqueda de una salida al laberinto de ideas fijas que integran el discurso nacionalista cubano con Martí como figura mayor de su altar. 

Elegir la rebelión frente al mito martiano no tiene que conducir necesariamente a una lectura heroica o ética de esa elección. Según una lectura “ética”, mientras el discurso oficial se escuda tras Martí una vez más para encubrir sus fracasos, la última generación de intelectuales intenta destruir la base dogmática de ese escudo simbólico para así ejercer sin embarazo su crítica sobre el discurso oficial. 

Sería provechoso, en cambio, aplicar las observaciones que hace Nietzsche sobre procesos semejantes en el texto ya citadoAllí Nietzsche, al hablar de la formación del culto a los antepasados en las sociedades primitivas afirma con su vehemencia habitual que

El temor al antepasado y a su poder, la conciencia de tener deudas con él crece por necesidad, según esta especie de lógica, en la exacta medida en que crece el poder de la estirpe misma, en la exacta medida en que esta es cada vez más victoriosa, más independiente, más venerada, más temida. ¡Y no al revés! Todo paso hacia la atrofia de la estirpe, todas las eventualidades desastrosas, todos los indicios de degeneración, de inminente ruina, hacen disminuir siempre, por el contrario, el temor al espíritu de su fundador y proporcionan una idea cada vez más pequeña de su inteligencia, de su previsión y de la presencia de su poder (Nietzsche, 2000, p.115).

A la lógica conclusión de que mientras el discurso oficial se escuda tras Martí una vez más para encubrir sus fracasos estas observaciones de Nietzsche sugieren otra fructífera interpretación. 

Lo que ha sido visto por el discurso crítico como un fracaso en toda regla del proyecto nacional encabezado por Fidel Castro (que supuestamente debía desembocar en una sociedad comunista próspera e igualitaria y en cambio ha sumido en la más profunda crisis que conociera el país) traería como respuesta, de acuerdo al esquema nietzscheano, un rechazo de Martí como símbolo máximo de la fundación nacional. 

Desde el poder la caída del socialismo esteeuropeo y su consiguiente repercusión en Cuba tendría una lectura totalmente distinta. La supervivencia de régimen de La Habana a la debacle comunista en Europa se vería en realidad como una victoria que confirmaba el origen y hasta el sentido nacionalista de la Revolución y vería en la crisis subsiguiente (metamorfoseada en la indulgente expresión “período especial”) el precio a pagar en esta renovada épica de la resistencia. 

De ahí que, la vuelta a los principales símbolos fundacionales, y en especial a Martí sería el tributo agradecido a pagar por esta salida victoriosa. 

De cualquier manera, se pueden encontrar abundantes razones que explican la crítica reciente al mito martiano. Algunas de ellas en el propio ámbito de la crítica literaria, histórica y política como puede ser el desarrollo del estudio de la figura de Martí fuera del ámbito cubano con el que toman contacto los críticos cubanos tanto dentro como fuera de Cuba. 

Ese nivel de desarrollo chocaría escandalosamente con la rudimentaria propaganda del dogma puesta en circulación tanto por el discurso oficial cubano como por el discurso oficial del llamado exilio histórico. 

Rafael Rojas, el más influyente ensayista de su generación fue a su vez de los primeros en intentar un cuestionamiento a fondo del dogma martiano. Dan fe de ello ensayos publicados en la primera mitad de la década de los 90 en los que intentaba desplazar a Martí del centro obligado de la tradición política cubana. 

Para ello, en ensayos como el debatido Las dos morales de la historia”, a la tradición de la racionalidad moral emancipatoria que desembocaría en Martí le opone otra tradición, la racionalidad instrumental utilitaria. 

Esta operación tenía en contra varias limitaciones evidentes. Una de ellas es que, en su crítica a la teleología nacional cubana, al construir otra tradición reproducía la misma operación del discurso oficial y de algún modo reforzaba el dualismo propugnado por este. De hecho, ni siquiera se trataba de la creación de una tradición ignorada por el discurso oficial. Este reconocía esa tradición, pero la consideraba contraria al verdadero destino de la nación o, en el mejor de los casos, tributaria de la tradición revolucionaria de las que ese discurso del poder se consideraba su natural culminación. 

Frente a esto, Rojas hizo el intento, que abandonaría más tarde, como veremos, de prestigiar aquella tradición en un intento de quebrar el fatalismo teleológico del discurso oficial. 

La otra limitación era aún más difícil de superar. Según este esquema inicial de Rojas pese a la competencia que le ofrecía a la tradición que él mismo hacía culminar en Martí, las razones que lo hacían el centro de esta tradición revolucionaria y que justificaban su monopolio por el discurso del poder cubano se mantenían intactas. 

Hay otros dos momentos sintomáticos de esta ofensiva antidogmática. Ambos aparecen en la revista de exilio Encuentro de la Cultura Cubana. Son ellos el artículo de Enrique Patterson “Cuba: discursos sobre la identidad” y el ya mencionado de Antonio José Ponte “El abrigo de aire”. 

En el primero, tras evaluar la historia del pensamiento cubano sobre el conflictivo tema de las razas y la nación no intenta resolverlo, como ocurre a menudo con la conocida frase martiana de que “cubano es más que blanco, más que mulato, más que negro.” Antes, al contrario, se cuestiona la validez de esa frase y del concepto que resume. Dice Patterson que

El humanismo martiano, tratando de rechazar la solución racista de Saco y Arango, elimina el problema en sí. Sin dudas hay un avance en Martí, en el sentido que no elimina, al menos, a los negros como cubanos, no obstante, los elimina como negros, como sujetos con una historia y con problemas sociales específicos. Ese “detalle” hace que el horizonte del pensamiento martiano no rebase a su pesar— el espacio de la ideología racista de la élite cubana (Patterson,1996, p.54).

Más adelante remata la faena añadiendo que la tan citada frase de Martí “es ética y literariamente bella, políticamente oportuna (de nuevo los negros son necesarios) y sociológicamente vacía.” Patterson, aunque concentrado en un aspecto de lo que habitualmente se le da en llamar el “ideario martiano” ataca de hecho uno de los pilares del mito: ese que se sostiene en la creencia en la validez eterna de las ideas de Martí sin importar al campo del conocimiento al que se refieran. Más aún si se refieren a un tema tan central como es el de la identidad nacional y su sentido en el proyecto nacional. 

Patterson no se deja impresionar por la belleza de la frase al tiempo que denuncia un patente pero ignorado vicio de la retórica martiana: el de la imprecisión. “Existe en el pensamiento de Martí una indistinción entre los conceptos de identidad, soberanía e independencia, siendo este último el centro de toda su actividad política” (Patterson,1996, p.64). 

Patterson insiste que lo que pudo ser útil tácticamente para la movilización de la población negra hacia la guerra y el atenuamiento de la suspicacia racial resultó a la larga tremendamente perjudicial como proyecto nacional. Al contrario de otros casos no acusa al poder político cubano de ignorar a Martí sino de aplicarlo de un modo elemental pero consecuente. (“No sólo se adoptó el aspecto reduccionista del discurso martiano, sino que se llevó a la práctica con una consecuencia pertinaz”) (Patterson,1996, p.64).

Aunque Patterson se limita a aplicar las líneas generales del discurso de reivindicación de las minorías raciales, (que se resumiría como el rechazo a aceptar la disolución del discurso de una minoría dentro de cualquier metarrelato nacional) el efecto de sus observaciones en el rudimentario marco de discusión que en aquellos momentos se seguía respecto no se debe subestimar. 

Este ensayo tuvo la virtud de señalar un fructífero campo de trabajo, el de la revisión del metarrelato nacional y los mitos que lo sostienen desde la perspectiva de discursos de minorías. Desde estos discursos de minorías que cuestionan el monopolio de sentido de los grandes relatos nacionales a costa de los relatos menores de los diferentes grupos, el mito martiano aparecería especialmente vulnerable. 

El discurso de la armonía social preconizada por Martí se asienta justamente a costa de obviar los intereses específicos de los diferentes grupos, imaginando un pueblo ideal que excluía a buena parte de su realidad étnica y social. Estas observaciones de Patterson vinieron a confirmar que efectivamente el rey estaba desnudo. 

En lo que a desnudamiento y falsa vestimenta se refiere el artículo de Patterson no se halla distante del de Ponte. Difieren, sin embargo, y no poco, en el tono y el punto de vista. 

El artículo de Ponte tiene un fuerte aliento poético y se maneja a través de imágenes en las que contrapone la ubicuidad de Martí en el imaginario nacional en contraste con la levedad, o mejor, el escaso peso real de su ideario. El centro de la mirada de Ponte se sitúa, más que en las ideas de Martí, en su literatura y su pregunta principal va encaminada a determinar “lo que diferencia a Martí de otros autores del anaquel”. 

Las respuestas van en dos direcciones: apresar aquello que distancia Martí del resto de los autores mediante imágenes y mediante la reflexión histórico literaria. En el primer caso el punto de partida es un abrigo que Martí dejó abandonado en Nueva York al marcharse a iniciar la guerra de independencia en Cuba. El abrigo vacío que cuando su dueño lo usaba apenas lo alcanzaba a rellenar es el eje del leve Martí que nos ofrece Ponte. Una levedad que tiene un costado patéticamente frívolo que difícilmente encaja con su imagen mística y arrebatada. 

Por otro lado, la identificación poética de Martí con el aire arrastra al ensayista a reconocer otras propiedades del aire no ajenas a Martí: como el aire Martí es para los cubanos ubicuo e imprescindible. “Martí es como el aire que respiramos” declara un poeta en una anécdota que presenció el propio autor. “Martí es elemental, es uno de los elementos, es aire imprescindible. 

Gana el tremendo poder de convicción que tiene lo natural, Martí se legitima en naturaleza” (Ponte, 2000, p.48). Añade Ponte para concluir que Martí “es aire y todo el resto es literatura, autores, y el aire está por encima de estos, está más allá, no pueden compararse una cosa y la otra” (Ponte, 2000, p.48). Su análisis socio histórico lleva a Ponte a similar conclusión: 

Y hemos llegado a lo que diferencia a Martí de otros autores del anaquel: según afirman desde todas partes, está pendiente. Leyéndolo, podemos alcanzar lo que siente frente a las Santas Escrituras cualquier temeroso de Dios. Podemos encontrarnos, en suma, temerosos de Martí. O temerosos de volvernos martinianos profesionales (Ponte, 2000, p.50).

Martí se completa más allá de sus páginas justamente en lo que estas parecen anunciar. Su incumplimiento, el incumplimiento de sus profecías parecen reforzar la certeza de estas. Martí más que el apóstol de la patria aparece, tal como nos lo presenta Ponte como el santo patrón de los intelectuales y como modelo y tentación vital: 

Cierta inconformidad de los letrados por la letra, cierto desprecio por la vanidad de la letra coloca por encima de ella a cualquier acto o hecho que no sean los de escribir, aconseja entregarse a la vanidad de los hechos y los actos. Se venera la letra puesta al borde, no por su estabilidad difícil, sino porque más adelante la letra ya no existe. Se venera el abrigo abandonado en una mañana de invierno porque a partir de él comienza la cabalgata de los actos, una vida verdadera. Entonces cualquier otro destino que el escritor comparta -místico o héroe o asesino o político- se encarama sobre el insuficiente destino de autor y lo contiene y lo sobrepasa, quién sabe bajo qué leyes caprichosas. Bajo las caprichosas leyes de la ideología, puede responderse inmediatamente. Lo que es José Martí como ideología es lo que lo convierte en aire. Al fin y al cabo, ideología y aire tienen esto en común: que llenan cada vacío, que tratan de ocuparlo todo, de estar en todas partes (Ponte, 2000, p.50).

Pese a la saña inédita con que Ponte se enfrenta a Martí, el ensayista intenta “salvarlo” (lo inédito de ese ensañamiento, como sospecha el autor, no lo hace necesariamente nuevo: “Los modos más secretos de la crítica literaria cubana, lo que se dice a solas frente al libro, lo que tal vez no alcanza a formularse con palabras, aquello que se permite en una conversación, aunque estaría muy lejos de afirmarse por escrito, ¿qué dicen de José Martí, cómo lo citan?”) (Ponte, 2000, p.52). 

El método de salvación consistiría en ponerlo junto a sus iguales, los escritores, devolverlo a la letra, incluso lo que de él parece escapar de esta. 

Poco dotado para la ficción en novela y drama, consiguió, sin embargo: la mayor ficción de toda la literatura cubana, la de su cumplimiento. Para llegar a entender como ficción, como literatura, lo que las políticas exigen interesadamente que esperemos y nunca nos darán. Para entender a José Martí como la gran promesa de la literatura cubana. (Cecilia Valdés y José Martí son los dos mitos mayores de la ficción cubana) (Ponte, 2000, p.50).

Y ni siquiera toda la letra, según Ponte, merece ser tenida en cuenta. Una vez reducido a los límites de su literatura tendrá que exponerse a sus reglas, sus exigencias, sin que lo salve una vez más la coartada patria. Asumir que el mito de la eterna vigencia de su obra es sólo eso: un mito. 

“He escrito estas líneas —concluye Ponte su ensayo— para poner a Martí a disposición de los lectores, a disposición de lo bursátil que pueda haber en la lectura. He querido hundirlo (gravedad contra aire) en la pelea temporal de las literaturas, de la que ningún autor escapa. Y que salga de allí solo lo que esté vivo” (Ponte, 2000, p.52).



Referencias:
Ponte, Antonio José. “El abrigo de aire”. Revista Encuentro de la Cultura Cubana. Madrid: primavera/verano. 2000. No. 16/17. pp. 45-52
Arenas, Reinaldo. Antes que anochezca. Barcelona: Tusquets Editores, 1992.
Arenas, Reinaldo. El color del verano o Nuevo «Jardín de las delicias»: novela escrita y publicada sin privilegio imperial. Barcelona: Tusquets Editores, 1999
Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral. Un escrito polémico. Madrid: Alianza Editorial. 2000.
Patterson, Enrique. “Cuba: discursos sobre la identidad”. Revista Encuentro de la Cultura Cubana. Madrid: otoño, 1996, No. 2., pp. 49-67.


*El texto es un fragmento de Elogio de la levedad: mitos nacionales cubanos y sus reescrituras literarias en el siglo XX publicado en 2008.

Monday, May 20, 2024

Marial Iglesias. Los arenales del Vedado: necropolítica, ciencia y esclavismo


Marial Iglesias Utset fue profesora de Filosofía e Historia en la Universidad de La Habana durante 25 años. Obtuvo su doctorado. en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana y su M. Phil. y su B.A. en la Universidad Estatal de Moscú. Sus campos de investigación incluyen Cultura y Raza en Cuba, Esclavitud Atlántica y Estudios de la Diáspora Africana.

Su libro Las metáforas del cambio en la vida cotidiana, una historia de la vida cotidiana en Cuba durante la ocupación militar estadounidense (1898-1902), ha recibido varios premios, entre ellos el Premio Clarence H. Haring, que es un premio quinquenal que otorga la Asociación Histórica Americana al autor latinoamericano que haya publicado el libro más destacado sobre historia latinoamericana durante los cinco años anteriores. El libro ha sido recientemente traducido al inglés y publicado por la University of North Carolina Press bajo el título A Cultural History of Cuba during the US Occupation, 1898-1902. Recientemente ha sido miembro visitante en el Instituto de Humanidades de la Universidad de Michigan y miembro de investigación a largo plazo en la Biblioteca John Carter Brown.

Sunday, May 19, 2024

Bauta es gusanidad*


Por Francisco García González

1961. El comandante Ernesto Guevara, flamante ministro de industrias, tiene ante sí una tarea titánica: unificar la planificación y ejecución del desarrollo industrial de la isla. Ernesto Guevara ha tenido un ascenso meteórico en la escala revolucionaria establecida por Fidel Castro. De capitán y médico de la fuerza expedicionaria ha pasado por las encomiendas de comandante de columna, fusilador de La Cabaña y presidente del Banco Nacional, hasta ser investido con el cargo de ministro.

En calidad más de procónsul del comandante en jefe en predios industriales que de ministro, es el actor principal en la organización del funeral de la industria nacional y de su economíatarea a la que se dará con la tenacidad que le caracteriza. Las consecuencias de su labor llegan hasta el día de hoy. A fin de cuentas, sólo los médicos firman certificados de defunción.

El hombre a cargo del MINDUS se dirige a los directivos y obreros de la Textilera Ariguanabo, ubicada en Cayo de la Rosa, justo a escasos kilómetros de Bauta en dirección a San Antonio de los Baños. El procónsul está molesto. Es una vergüenza que en el parqueo haya tantos autos. Sus dueños ostentan su estatus de explotadores y poseedores de medios adquiridos a costa del trabajo obrero. Alguien se acerca y le dice con disimulo que los autos no pertenecen a ningún capitalista despiadado, sino que son propiedad de los trabajadores.

No es difícil imaginarse el efecto que la inoportuna aclaración provocó en el ministro Made in Argentina. Su pensamiento –curtido en la espiral de destrucción revolucionaria de la que era uno de sus protagonistas–, debió haber sido algo así como: “¿Que los trabajadores son los dueños? Pues esperen y verán”.


La anécdota la escuché muchísimas veces. Jamás me tomé el trabajo de verificarla era demasiado buena para someterla al rigor de los hechos. Y aunque los hechos alternativos no existen, encajaba con la personalidad del procónsul. Sin embargo, son ciertas sus frecuentes visitas a la Textilera. Allí ejecutó alguna que otra vez uno de sus performances favoritos de aquellos años: participar en trabajos voluntarios los fines de semana. El trabajo voluntario, o domingo rojo, consiste en un viático mediante el cual el socialismo se propone reparar, a través de estos momentos de resurrección, los descalabros productivos y económicos ocurridos durante el resto de la semana. El recurso, por absurdo que parezca, aún se mantiene con vida. Lo continúa haciendo el actual presidente poseído por el más acendrado espíritu guevariano. Una posesión que, si no aporta nada en términos de desarrollo económico y de satisfacción de las necesidades crecientes de la población, está a prueba de exorcismos.

En 1961 la Textilera Ariguanabo aún conservaba huellas de su anterior esplendor. Este desempeño alcanzado antes de que el ministro-comandante organizara, calculara y planificara su enterramiento, se expresaba en sus rendimientos y en la prosperidad de la que gozaban sus trabajadores. La exitosa actividad de la fábrica resume un gran capítulo de la vida de otro hombre muy disímil al diligente ministro de industrias. Vale destacar que ambos se consumieron en pasiones simétricas. Uno hizo lo inalcanzable por el desarrollo de la industria cubana. El otro hizo exactamente lo mismo por destruirla. Ambos fueron exitosos en su empeño. Ambos eran extranjeros, emprendedor e industrioso uno, sociópata y revolucionario profesional el otro. Ambos se convirtieron en ciudadanos cubanos. Sendos restos descansan en Cuba. Uno en un panteón de arquitectura moderna, franja monumentos, cementerio de Colón, La Habana. En un mausoleo en Santa Clara, el otro. Mientras el panteón de Hedges es una oda a la síntesis del modernismo arquitectónico, el mausoleo del condotiero es burda ejecutoria del más desencadenado kitsch revolucionario.

William Dayton Hedges, nacido en Long Island, New York, en 1884, arribó a Cuba en 1919. Ese año compró el acueducto y la planta eléctrica de San Antonio de los Baños, vendidos después a la Compañía Cubana de Electricidad. Luego, en 1927, adquirió una finca en Cayo de la Rosa y, para 1931, inauguró la Compañía Textilera Ariguanabo S.A., firma que con los años llegó a ser la más grande y productiva de América Latina, considerada, además, la mayor industria no azucarera del país y la más importante de sus empresas en Cuba.

Dayton Hedges también era propietario de la Rayonera de Matanzas, del pequeño aeropuerto particular en el Cayo de la Rosa y de una villa de recreo a la salida de Bauta a un costado de la carretera central hacia el oeste en el tramo de Bauta a Caimito.

Fue el empresario, nacionalizado cubano, quien introdujo en Cuba la licencia por concepto de maternidad. Esta reglamentación fue recogida en el proyecto constitucional de finales de los años treinta y pasó a formar parte del cuerpo de leyes que conformaron la Constitución de 1940.



Para esta fecha la Textilera daba empleo a la población de los alrededores: Bauta, San Antonio de los Baños, Caimito, Playa Baracoa, Punta Brava, Arroyo Arenas.

Dayton Hedges falleció en 1957. La muerte lo libró de asistir a las exequias de su emporio. Sus hijos sí lo vieron. No solo fueron testigos de la expropiación del patrimonio familiar. En el caso de Burke Hedges, embajador del gobierno de Batista en Brasil al triunfo de la revolución, jamás se le permitió regresar a Cuba. Sus cartas de petición al nuevo gobierno se recogen en las famosas ediciones de la revista Bohemia de enero de 1959. El pobre Burke, como su padre y el condotiero Guevara, también se sentía cubano.

El ensañamiento del ministro de industrias con Bauta no se reduce a su pelea argentina contra los demonios del empresariado capitalista. En plena asunción de su cargo la emprende contra el comandante Bernabé Ordaz, designado a las funciones de siquiatra en jefe. El pecado del loquero había sido realizar una tirada exagerada del primer número de la revista de la Sociedad Cubana de Siquiatría. ¿Para qué un país tan pequeño necesitaba de tantos ejemplares de la revista de marras? A ese paso el doctor Ordaz acabaría con las reservas de papel con que contaba el país en un santiamén. ¿Temía el sociópata ministro que en algún momento Ordaz vinera por él? No lo creo. Simplemente era el comunista que bullía en él. La carta de reproche contra Ordaz existe. La leí en una ocasión.

En mi adolescencia, durante los finales de los setenta y comienzo de los ochenta, mientras estudiaba en ESBECs e IPUECs, construidos en los campos de cítricos alrededor de Caimito, Ceiba del Agua, Vereda Nueva y Rancho Grande, fue que tuve mi primer contacto con los gusanos procedentes de Bauta. El gusano, término utilizado por Adolf Hitler y Fidel Castro para denostar a sus enemigos políticos y de cualquier índole, mostraba una densidad poblacional para nada despreciable entre mis compañeros de estudios en aquellos infiernos de inspiración martiana –siempre el fantasma del Apóstol presto a echarle una mano al comandante en jefe– etiquetados por Silvio Rodríguez con un lenguaje fascista de lo más ramplón como “la nueva escuela, cuna de la nueva raza”. Sólo con el tiempo entendí la relación entre cantidad de gusanos y Dayton Hedges.

El hecho de existir en el poblado una cantidad de obreros de la Textilera nada despreciable, trabajadores que gozaban de los beneficios de ser empleados de una próspera industria marcó la actitud de los bautenses desde el comienzo de la revolución. La respuesta por parte de este sector de obreros de cuello blanco a los cambios revolucionarios fue inmediata: la estampida de miles de personas hacia los Estados Unidos. Cuando era estudiante de los centros mencionados, la gente decía que Bauta era el pueblo con más alto índice de emigrantes hacia los Estados Unidos, léase Miami, per cápita del país. No sé de dónde sacarían la información. Sabemos que en Cuba los datos estadísticos que puedan ser incómodos para el poder permanecen ocultos. O ser tan engañosos como si vinieran de la chistera de un mago.

Cierto o no, muchos de los bautenses que conocí en aquel tiempo tenían familiares en los Estados Unidos. O en Miami. O en “la comunidad” como se comenzó a llamar en tiempos de la presidencia de Jimmy Carter al lugar a donde los bautenses, junto a cientos de miles de cubanos, habían fijado residencia.

Era en gran parte el legado de Dayton Hedges. Trabajar para sí a la vez que se crea riqueza estaba en parte del ADN de los habitantes del poblado. No es otro que el americano del Cayo quien prefigura cierto ser bautense caracterizado por un tenaz espíritu de empresa que aún sobrevive. Su presencia en esta peculiar genealogía es innegable.

¿Qué hacía diferente a los bautenses del resto de aquellos becados, incluyendo gente de El Vedado o Miramar, que habían ido a parar a los campos de Caimito?

El bautense definía al típico y exótico pepillo de los tiempos que corrían. A estos los caracterizaba, aparte del atuendo (pantalones a la cadera, pelo largo escondido detrás de las orejas para evadir la férrea disciplina escolar), el gusto por la música americana, etiqueta que incluía a cualquier música en inglés. Ellos conocían todas las bandas famosas de la época, el nombre de cada uno de sus integrantes, se aprendían las letras de sus canciones, en ¡INGLÉS!, que era mucho decir. Seguían los hit parades anuales de varias estaciones de la Florida. Escribían los nombres de sus grupos favoritos en las taquillas, camisas de trabajo, en las libretas de clases. Dibujaban por todas partes los signos que identificaban a bandas como Led Zeppelin. Copiaban en sus cuadernos las letras favoritas de las canciones de sus ídolos favoritos. Led Zeppelin. Rolling Stone. Deep Purple. Rare Earth. Kansas. Chicago. Knack. Electric Light Orchestra.

Los pepillos de Bauta conocían de marcas y de sus escalas de calidad. Fue por ellos que supe de la existencia de equipos electrónicos y cassettes Phillips, Sanyo, Sony, TDK. De pantalones Lois, Lee, Levis Strauss. Y no solo conocían las marcas, sino que además las consumían gracias a los envíos de sus familiares en los Estados Unidos.

Los fines de semanas, durante el pase, los pepillos se iban a las fiestas. Ya lo he dicho en otros textos: las fiestas de pepillos en Bauta eran míticas. Al pueblo bajaba gente de los alrededores y de La Habana. En esas fiestas sólo se escuchaba música americana con la que se bailaba “la onda”. Esta música se alternaba con música romántica de los prohibidos Roberto Carlos o Camilo Sesto. Música cubana jamás, no importaba que agrupaciones como Irakere o Los Van Van estuvieran marcando una pauta en la música popular. En tierra de pepillos y gusanos, solo valían Led Zeppelin y demás.

Téngase en cuenta el contexto en que todo esto sucedía. Segunda mitad de los setenta y comienzos de los ochenta. La fragua en que se cocía el hombre nuevo trabajaba a toda marcha. Aunque sus resultados dejaran mucho que desear. La sombra del quinquenio gris se extendía, no sólo a la cultura, sino a cada esfera de la vida cotidiana. El sistema represivo que operaba los designios culturales de la industria que fabricaba al hombre nuevo, había prohibido muchísima de esta música en inglés, esta nada más se podía escuchar en fiestas particulares o en otros lugares como las playas, por ejemplo. En la costa brava de El Salado y Baracoa siempre había pepillos bautenses, ¿de dónde sino?, escuchando las estaciones americanas en radios soviéticos Selena. La relativa cercanía del norte, la brisa, o lo que fuera, permitía que las estaciones del enemigo, la W o la Key West, se escucharan igual que las nacionales Radio Reloj o Radio Rebelde. 

Las fiestas se hacían en las casas. Se ponía música y la gente bailaba en la calle y las aceras. De la música se encargaban personajes que poseían grabadoras y bafles y que disponía de una nutrida colección de casetes. Asistir a una fiesta en la que la música estaba a cargo del Conejo, por ejemplo, era la epifanía traducida en la experiencia de someter el cuerpo a las estridencias de voces agudas, punteos de guitarras, solos de batería.

La necesidad de mano de obra que aquejaba al sistema de agricultura socialista impuesto por Fidel Castro era acuciante. De ahí que Cuba se llenara de las mencionadas escuelas. El uso gratuito de la mano de obra infantil, como todos los planes y puesta en prácticas de las ideas del comandante en jefe, a largo plazo resultó un fracaso. Pero mirándolo a distancia, volviendo a las escuelas en el campo de mi adolescencia, creo que lo más cercano en la consecución del hombre nuevo eran los becarios de Alamar que invadieron el municipio para trabajar en el plan citrícola de Ceiba del Agua.

ESBEC Jorge Dimitrov. 1977. Los jóvenes de Alamar, futuro ghost town, desplegaban ante nosotros, guajiros de Bauta y Caimito, las ventajas de vivir en una comunidad cerca de la capital. Pero eso no amilanaba a los bautenses. Caminábamos por las mañanas a través de caminos y yerbazales empapados de rocío, abriéndonos paso entre el tibisí y el guizazo como en una novela de Reinaldo Arenas, hacia las fincas de Palomino o Cuéllar a trabajar en los campos de naranja o mandarina. El trabajo que nos aguardaba podía ser abonar las matas de cítrico con excremento de gallina. Sí, lo que acaban de leer, lo digo en serio. Entonces, comenzaba la trifulca verbal entre pepillos de Bauta y guapos de Alamar.



Los habitantes del futuro ghost town intentaban humillar a sus rivales exhibiendo cada una de las ventajas de vivir en un lugar urbanizado a media hora del Capitolio. En su haber [A su favor] disponían de una fábrica de sorbetos. De una playa, la Playa de los Rusos –puede imaginarse el efecto causado por la palabra ruso en un bautense–. De viajar hacia La Habana con rapidez. De un cine en el cual veían las películas de estreno antes de que viajaran hacia el interior y a los pueblos de campo, lugares remotos entre los que se encontraba Bauta. De un anfiteatro. De un supermercado, socialista claro.

Por los yerbazales los otros desplegaban su arsenal defensivo, basado sobre todo en el patrimonio que gozaba el municipio antes de la revolución. A la anónima fábrica de sorbetos anteponían la Textilera Ariguanabo que aún se mantenía con vida. Después venían las menos glamorosas fábricas de fósforos y de machetes. En cuanto a las playas, el pueblo costero de Baracoa poseía dos: Playa Hollywood y Playa Havana (derrotada la Playa de los Rusos) y en ambas había edificaciones de recreo construidas en tiempos de Dayton Hedges. ¿Tenían en Alamar un barrio que se llamara Nuevo Vedado o un paseo de granito conocido como El Sardiné?

Ninguno de los dos bandos ganaba. La discusión nunca acababa por los yerbazales de guisaso y tibisí. Los que éramos de Caimito sólo mirábamos. Mirábamos pero jamás interveníamos en aquel enfrentamiento estéril entre pepillos de Bauta, que inconscientemente expresaban un espíritu retardatario en correspondencia con la época de Dayton Hedges, y guapos de Alamar, que encarnaban lo más cercano que conocería en la batalla por la forja del hombre nuevo. Más que nada era un enfrentamiento entre dos mundos: uno extinto, anclado en la nostalgia y el nuevo que nos sometía a vivir lejos de la familias en aquellos antros.

A la luz de hoy, y continuando con las simetrías, imagino que las rememoradas discusiones eran sustancia de otra pelea que se gestaba en una diferente dimensión entre las almas del caudillo guerrillero y el americano industrioso.

Los becados bautenses, casi todos gusanos, estaban aquejados de uno de los males que desvelaba al gobierno: el diversionismo ideológico. Ellos tenían hasta su propio panteón de héroes. Aunque este no hubiera sido creado por ellos, fue de boca bautense la primera vez que lo escuché. El hagiográfico repositorio que cobijaba sátira y cadáveres exquisitos lo integraban José Manatí, Antonio Elmásfeo, Camilo Singüevos, Pepito Cake [y Flan País?], Ernesto Chevipara, Francisco Terrastroytepreño. ¿Suena gracioso? Para la fecha y lugar, dígase Ceiba 7, Ceiba 4 o Ceiba 2 no estaba nada mal.

Ese particular panteón es parte de la genealogía de la caricatura La orgía patria, de Alen Lauzán, ¡bautense tenía que ser!

Cuando cursaba estudios de preuniversitario en el IPUEC Vicente Pérez Noa, Ceiba 4, sucedieron los hechos de la embajada del Perú y la posterior salida masiva de cubanos por el Puerto del Mariel. Mucha gente de Bauta salió de Cuba por esa vía. El descubrimiento imagino que fue desolador para Fidel Castro. Gusanos no sólo había en Bauta. Ni la pepillería era una condición imprescindible del gusano medio. Su finca-fábrica había estado produciendo no sólo hombres nuevos defectuosos como los chicos de Alamar, sino que su real y producto más acabado eran eso: gusanos.

Claro, la conexión del gusano con Dayton Hedges era estrictamente bautense.

Al bautense siempre le ha sido consustancial el espíritu de empresa. Es su atributo más destacado. En la época en que la ropa de marca no se vendía en las tiendas, la encontrabas en Bauta. Si la ropa de marca no era de tu talla, había sastres emprendedores que la arreglaban a tu medida sin perder el glamur de lo hecho en fábrica. Luego, cuando el país se hundía en la peor crisis, el eufemísticamente llamado Periodo Especial, y se autorizaron el trabajo por cuenta propia y los pequeños negocios gastronómicos, el pueblo se llenó de restaurantes y cafeterías particulares. Fue la época de oro de las llamadas paladares.

El país se iba a pique pero el bautense daba la cara. No importaba la desgracia nacional, la independencia económica, por muy ilusoria y frágil que pareciese, llamaba a la puerta en forma de cuentapropista. La cartera de servicios incluía, además de las cafeterías y pequeños restaurantes, peluquerías, talleres de reparación de lo inimaginable, talleres de pintura de carros, fabricantes de camas y puertas y ventanas de aluminio, boteros –no pintores, de estos hablaré después– y reposteros.

La autorización a portar dólares decretada por Fidel Castro trajo como consecuencia el surgimiento de un nuevo trabajo emergente: el cambista de dólares. El trabajo del cambista data del medioevo y es de los más simples que existen, y consiste en comprar y vender dinero. Y en el poblado los había que hacían su trabajo lo mismo a domicilio que escondidos detrás de un árbol en las entradas de las tiendas en divisa. El cambista sobrevivió a la creación de los centros de cambios establecidos por el gobierno con el nombre de CADECAS.

Mis últimos años en Cuba, antes de salir del país en 2010, los viví en Bauta. Recuerdo que vivía rodeado de emprendedores. Fabricantes de lo imposible y reparadores de lo absoluto. Pero de estos trabajos ejecutados por aquellos bautenses imbuidos por el espíritu de Dayton Hedges había uno realmente llamativo e impensable. Lean: en mi barrio vivía un trabajador independiente que fabricaba en un taller más que precario las piezas de adornos para la carrocería de los carros americanos viejos. Daba lo mismo un Cadillac que un Dodge que un Chevrolet. ¿Cómo se las apañaba? Vaya usted a saber. Sus clientes venían de todas partes.

Eso solo sucedía en Bauta.

A la cuestión sobre si a este gusano lo caracterizaba responder a determinada ideología, o a un corpus de ideas, a través de la cual se explicara la esencia de su comportamiento… O que los llevase a ejecutar actos de rebeldía contra el sistema. La respuesta es no. Valían el rechazo visceral a la revolución, la sensación de independencia económica –que no es lo mismo que disfrutar de libertad económica, algo natural bajo la existencia de la vida en irrestricta libertad–, y el ejercicio del culto a la vida miamense. Y más que todo apañárselas para dejar atrás las noventa millas que separaban el infierno real por el ansiado paraíso.

Sin embargo, la existencia del espíritu de empresa en las condiciones del socialismo actúa como elemento contestatario. El emprendedor intenta a toda costa ser un ente libre que se aferra a las fallas del único sistema que conoce. No se rige por ningún programa ideológico, pero sí enarbola una curiosa, a la vez que egoísta, filosofía de vida. Sólo necesito que me den filito así, para colarme. Esto no lo decían, o dicen, los bautenses, es uno de los diálogos del Alexis Díaz de Villegas en la película Juan de los muertos. Claro, a Juan de los muertos lo apremiaba la supervivencia y el gusano bautense, además de la supervivencia, precisa de una vida mejor mientras aguarda el instante que lo lleve a donde sabemos.

Mientras vivía en Cuba siempre me consideré gusano. Compartía ese ser con casi la gran mayoría de mis amigos. No obstante, la ontología gusana se manifestaba solamente a puertas cerradas, en conversaciones privadas en las que no cesábamos de hablar mal del gobierno. De ahí no pasábamos. En la práctica ni siquiera fui un contestatario. Aunque jamás fui de la Juventud Comunista ni del Partido. Así era más o menos la gente que me rodeaba. Mis amigos gusanos y yo trabajábamos para el gobierno como el resto de los cubanos y no rebasábamos la frontera del cinismo.

En la Bauta en que viví llena de gusanos emprendedores ni siquiera Emilio Ichikawa o Alen Lauzán se manifestaban como gusanos en sus acciones.

Por otra parte en Bauta existía el mismo y eficaz sistema represivo que en la isla entera y en peso.

En 2008 o 2009 a un grupo de pintores se les ocurrió realizar una exposición titulada La forma del arte que vendrá. Aparte del título tomado en préstamo a Ornette Coleman por Karoll Pérez, la exhibición nada tenía que ver con el jazz ni el arte en sí. Las calles llenas de baches y el estado de abandono de edificios públicos emblemáticos fue el motivo del contenido de la muestra. Cincuenta años después de la debacle revolucionaria no quedaba ni rastro de los días de Dayton Hedges. En ese sentido la exhibición no superaba el juguetón “métete con la cadena pero no con el mono”. Pero, en esos momentos, ninguno de los participantes pensaba irse del país para siempre, sólo los consumía la ingenua inquietud de por qué vivíamos así. ¿Por qué no podía existir una Bauta mejor?

Karoll me pidió que escribiera un texto para La forma del arte que vendrá y no se me ocurrió nada mejor que escribir un relato a modo de palabras introductorias. Un relato que intentaba explorar la misma idea: vivíamos en un despingue insoluble. En medio de un desastre que trascendía los baches y la depauperación. La exposición se inauguró. En el lobby del otrora decoroso teatro se exhibían obras de Denis San Jorge, Ezequiel Sánchez, Adrián Infante, Ángel Silvestre y Karoll Pérez, entre otros.

La respuesta del gobierno municipal no se hizo esperar. El secretario del partido se lo tomó como un ataque a todo lo que representaba su contenido de trabajo. Fue un pequeño escándalo. Dicen que el comisario escribió un poema motivado por semejante indocilidad de sus súbditos. El poema nunca llegó a mis manos. Una lástima. Si usted es de los que piensan que los inquisidores son incompatibles con la poesía le recordamos, sin ir más lejos, la existencia de un poemario Bienaventurados los que cantan, del inefable Carlos Aldana, sacerdote supremo del DOR, de seguro el “asesor literario” más encarnizado y riguroso que tuvo María Helena Cruz Valera. Pero aparte de la incursión del secretario en tierra ajena el final de la exposición fue más policíaco que poético.

La forma del arte que vendrá sólo era gusana a la mirada del secretario del partido. Su sentido no pasaba de contestatario e ingenuo.

¿Y los gusanos opositores, los que hacía rato habían abandonado la práctica del deporte nacional, no del béisbol, sino del otro que consistía en hablar mal del gobierno y se dedicaban a la acción pacífica en contra de este? Me refiero a los que se enfrentaban abiertamente al régimen y que pertenecían a alguna organización relacionada con la lucha por los derechos humanos en Bauta y Cuba en peso.

¿Dónde estaban?

En los años que viví en Bauta sólo conocí a dos. Uno verdadero y el otro falso. Como en los exámenes.

El falso gusano era un balsero que fue devuelto a Cuba por un guardacostas americano luego de andar una semana a la deriva por el estrecho de la Florida. Su testimonio apareció en un periódico chileno, The Clinic, en el que Alen Lauzán se desempeñaba como ilustrador y diseñador. Una historia espeluznante. Como para perderle el gusto a las novelas de Julio Verne y Joseph Conrad. De alguna manera el balsero devuelto se hizo de un carné de un grupo opositor, (evitemos el término grupúsculo que tanto le gustaba usar a Fidel Castro en su afán de deslegitimizar lo que no fuera el mundo hecho a su imagen y semejanza). Gracias al carné el luchador por la libertad de Cuba se libró de una nueva travesía por el proceloso estrecho y pasó a mejor vida. O sea a Miami. El paraíso del gusano bautense.

Una tarde llegué a casa de unos amigos y ambos estaban en estado de excitación. El motivo era que habían recibido la visita de un disidente político. Un auténtico gusano de plataforma. No de zapatos, pero sí adscrito a alguna organización en la órbita de la CCDH. La presencia de este personaje en casa de mis amigos pasaba de exótica. Lo imaginaba sentado en una butaca rústica explicándoles la necesidad de un cambio en Cuba hacia una sociedad justa en la que todos gozasen de libertad de expresión, de iguales derechos políticos y libertad económica. En fin lo que nos han enajenado por años y años.

Pero si la presencia de un disidente en casa de mis amigos, y el personaje en sí, eran algo exótico, lo era más aún la encomienda de su presencia. El emprendedor, gusano de plataforma, había ido a arreglarles el microwave. El exotismo radicaba en la conjunción de mis amigos, que eran los únicos seres en cientos de kilómetros a la redonda que poseían un microwave, y un disidente real. A este opositor jamás lo vi en persona.

El hombre en la pantalla le explica al equipo de realización, primero, que el jefe de sector de su barrio le ordenó que retirara la bandera de Brasil del techo de su casa. Por supuesto, el policía desconocía de qué bandera se trataba, sólo que no era la de Narciso López. Después aclara que solamente era feliz en Cuba una vez cada cuatro años, época en que se celebran los mundiales de fútbol.

El entrevistado es Manuel Cruz. El documental se titula Tiempo extra y fue realizado por un equipo de cineastas pertenecientes a un taller de documentales impartido en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

Manuel Cruz, de alias Manolo, conocido quizás como el más célebre, e incondicional, fanático de la canarinha en toda Cuba, también jugó futbol en su juventud. Delantero por más señas. Sin embargo, bautense hasta la médula, jugaba por el equipo del vecino Caimito donde tenía amigos y compañeros de estudio. Todavía hoy es famosa su romería por el pueblo, acompañado de otros hinchas, encaramado en el techo de un pequeño ómnibus gritando desaforadamente con una bandera de Brasil, en celebración del quinto campeonato mundial alcanzado por ese país en el mundial de Corea y Japón en 2002. Jamás olvidaré esa visión, como si se tratase de una versión bautense de La Libertad guiando al pueblo, y en cierto sentido lo era. Aparte de Manuel Cruz, ¿cuántos de aquellos pueblerinos no se sentían felices un mes cada cuatro años?

Manuel Cruz también era un emprendedor. Repostero por más señas. La fama meritoria de sus cakes se extendía de la aldea a la capital.

Entonces, llegó el once de julio de 2021.


Cientos de veces he intentado imaginar cómo fue esa mañana calurosa y tensa en que la vida de Manuel Cruz y de otros miles de cubanos cambió radicalmente. El emprendedor exitoso en tierra de emprendedores salió a la calle. La libertad, no la de un mes cada cuatro años, guiaba al pueblo. La gente gritaba no porque Brasil hubiera ganado el mundial. Gritaban: “¡Libertad!”.

Era la hora de los subalternos, de esos individuos que, según Gayatri Chakravorty Spivak, “no tienen historia y no pueden hablar”. Era el momento de una interpelación plebeya. Tan problemática y compleja como espontánea, desenfrenada y efímera.

Y el emprendedor bautense se dejó llevar. Y otros miles de cubanos en muchos lugares de la Isla se dejaron llevar. Solo el deseo de ser libres, corolario de la experiencia plebeya los embargaba. Ahora los emprendedores del pueblo estaban poseídos por una sustancia que rebasaba el espíritu de Dayton Hedges.

Es sabido cómo acabaron las protestas del once de julio: terminaron en un inevitable regreso al estado previo de control y dominación. Y bajo este signo Manuel Cruz y muchos otros bautenses y cubanos cumplen sentencias en prisiones castristas. Las condenas son arbitrarias, injustas y desproporcionadas. Ajenas al espíritu del derecho. Sin embargo, esta experiencia plebeya caótica y coyuntural provocó, sin lugar a duda, un momento fugaz de suspensión del statu quo en la Isla, que ha dejado trazas o huellas, no en la memoria oficial porque nunca lo permitirá; pero sí, en la memoria plebeya.

La represión a las protestas, ocurridas bajo la etiqueta “La orden está dada”, ha encontrado un eco favorable en la izquierda internacional y su acólita favorita: la academia. La han celebrado, la represión, personajes como la propia Spivak, una de las artífices de la subalternidad y la interpelación plebeya. Aun cuando las manifestaciones sean un ejemplo acabado de su teoría, la académica ha sido de las que ha adherido a la corriente que opina que las protestas fueron inducidas desde el exterior. Sobre el telón de fondo del bloqueo los actores culpables no son otros que la mafia cubanoamericana de Miami, y la intoxicación mediática a la que constantemente está expuesto un pueblo incapaz de pensar por sí mismo.

Todavía hoy los emprendedores no se rinden. ¿Usted desea arreglar su laptop, su celular, su televisor, su Cadillac necesita cubiertas para sus focos delanteros o una cuchilla para su batidora? Bauta se ofrece.

La diferencia es que al gusano bautense actual no sólo lo acompañan el alma del americano del Cayo, sino el espíritu de Manuel Cruz, un mártir gracias a encontrarse un día aciago en el lugar equivocado y a los desmanes del régimen castrista, pero mártir al fin.

Si ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí y tiene alguna crítica, que todas son aceptadas y aceptables, la mejor sería: el articulista se equivoca. No Bauta, Cuba es gusanidad, y Manuel Cruz hay en todas partes. Entonces yo estaría complacido.

Montreal, diciembre de 2023-abril de 2024


*Tomado de La Santa Crítica