Monday, January 28, 2019

El Hijo de José Martí Estudió en New Jersey en 1898

Al conmemorarse un nuevo aniversario del nacimiento de José Martí reproducimos este artículo sobre un dato curioso del hijo del Apóstol de la independencia cubana. Dicho artículo fue distribuido previamente por NetforCuba.org

(Dedicado a la memoria del Dr. Rolando Espinosa.)

José Francisco Martí Zayas-Bazán, el hijo del Apóstol cubano, asistió a un colegio preparatorio en Hightstown, New Jersey, después de terminada la guerra de independencia de Cuba en 1898, según demuestra una carta que se encuentra en la Biblioteca del Congreso en Washington, D.C.
La carta, redactada el 25 de febrero de 1899 por Roger W. Swetland, el director del Peddie Institute, indica que "el hijo del Gen. Martí estuvo aquí en el colegio el año pasado y ahora tenemos a un joven de Santiago de Cuba." La prensa norteamericana de la época frecuentemente mencionaba a Martí con el rango de general.
El hijo de Martí nació en La Habana el 22 de noviembre de 1878, y vino al exilio en Nueva York tras la muerte de su padre en el campo de batalla en Cuba el 19 de mayo de 1895. A los 18 años, Martí Zayas-Bazán desembarcó en Cuba el 21 de marzo de 1897, en la expedición del "Laurada" con 35 hombres comandados por Carlos Roloff y Joaquín Castillo Duany. El jóven participó en la toma de Victoria de las Tunas, por el general Calixto García y alcanzó el grado de capitán.
Después de terminada la guerra, Martí Zayas-Bazán regresó a Estados Unidos e ingresó en el Peddie Institute, un colegio para varones y hembras fundado en 1864 por bautistas, que aún existe actualmente.
Ninguna biografía de José Martí señala este curioso dato sobre el exilio cubano del siglo diecinueve en Estados Unidos.

Copia de la carta citada

Imágenes y sonidos de Cuba (1928-1929)*


Ofrecemos una interesantísima recopilación de imágenes cinematográficas de La Habana de las que debieron ser algunas de las primeras películas con sonido filmadas en la ciudad. En este caso con el sistema pionero Movietone. 

Indice:

0:08 – En el Hipódromo (Dec 4 1929) 6:59 – En el Sloppy Joe's Bar (Dec 16 1929) 11:12 – Trabajadores en una fábrica de tabaco (Dec 22 1928) 18:14 – Peregrinación al santuario de San Lázaro en El Rincón (Mar 1929) 19:10 – Juego de bolos al aire libre (Jan 1 1929) 23:55 - Banquete y sexteto tocando (Dec 24 1928) 27:59 – Estudiantina Invencible cantando “Pica mi caballo” (Oct 31 1929) 30:07 - Jose Bohr tocando piano y cantando en una terraza (Dec 29 1928) 31:25 – Bailarines danzando “Siboney” en un nightclub (1928) 32:30 – Bailarina con castañuelas en el patio de un hotel (Jan 1928) 35:07 – Delegados en la Conferencia Panamericana (Jan 1928) 38:12 – Llegada a La Habana del presidente norteamericano Calvin Coolige para la Conferencia Panamericana y discurso (Jan 1928) 40:44 Catedral, murallas, castillo del Morro, convento de Santa Clara y Templete (1929) 43:25 – La ciudad y Machado dan la bienvenida a Charles Lindbergh (Feb 1928)

*Agradecemos al cineasta y dramaturgo Iván acosta habernos enviado este material.

Tuesday, January 22, 2019

El general y la tuerca


Por Enrisco
Grabado representando desembarco de López en Matanzas
Una vez que el general venezolano Narciso López diseñó una bandera para Cuba faltaba buscar la forma de irla a plantar allá. Como luego hicieron los norteamericanos con la Luna. Y soltar una frasecita como “Un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la cubanidad”. Algo así. Narciso dedicado a organizar expediciones y el gobierno norteamericano a desorganizárselas. Que no estaba bien buscarse la enemistad con el gobierno español… de momento. Así que a la segunda expedición abortada Narciso decidió cambiar de aires, irse de Nueva York y probar suerte en el Sur. En Nueva Orleans más exactamente. Allá verían con mejores ojos la idea de apoderarse de una isla repleta de esclavos.
Allá no encontró a muchos cubanos dispuestos a liberar su isla del dominio español… para enseguida convertirla en un estado más de los Estados Unidos. Pero no era problema mayor si conseguía dinero para pagar mercenarios de Mississippi o Luisiana. O prometerles la Luna, como hicieron luego con Neil Armstrong. De los 610 expedicionarios que salieron de Nueva Orleans hacia Cuba el 7 de mayo de 1850 solo cinco eran cubanos.
Por Nueva York Narciso había dejado un grupo de partidarios que le daban todo su apoyo moral: entre ellos el poeta Miguel Teurbe Tolón, el novelista Cirilo Villaverde y periodistas y hombres de negocios norteamericanos que esperaban ansiosos el desenlace de la empresa. Ya el 11 de mayo no pudieron más y cuando todavía estaban en camino el periódico The Sun dio noticia de la expedición y colgó una bandera cubana en el exterior de su edificio, en el número 89 de la calle Fulton. Así iniciaban una respetable tradición cubana: la de celebrar por anticipado eventos que no llegarían a ninguna parte.Caricatura del general venezolano Narciso López. Litografía de John L. Magee. Al pie reza en inglés: “¡Bueno! No hemos revolucionado Cuba, pero hemos conseguido lo que perseguíamos. Mis camaradas venían buscando gloria, y yo buscando cash. Yo he conseguido el dinero y ellos la gloria, así que supongo que todos estamos satisfechos. Ahora voy de vuelta para los Estados Unidos. No soporto vivir bajo el despotismo militar”.   
Aun así las autoridades españolas se las arreglaron para ser tomadas por sorpresa por la expedición que desembarcó el 19 de mayo en la ciudad de Cárdenas. Allí Narciso y sus hombres derrotaron a los españoles, plantaron por primera vez la bandera en su territorio correspondiente y, ante la falta de entusiasmo local, volvieron a montarse en el vapor “Creole” y se fueron.
Como expedición militar no sería gran cosa pero como declaración de principios fue tremenda. En Nueva York los exiliados, alborotados, desfilaron por las calles con la bandera recién estrenada convencidos de que el próximo intento sería el definitivo.
López, hombre de palabra, reunió dinero, armas y hombres y siguió organizando expediciones. Finalmente logró formar una que reunía a más de medio millar de expedicionarios en su mayoría norteamericanos, húngaros, alemanes y de otros países europeos aunque esta vez López pudo incorporar varios venezolanos, españoles, más de treinta cubanos y un boricua. Tan buena fue la publicidad de Narciso que llegó el momento en que tuvo que bajar gente del “Pampero” porque le sobraba. Por ahí debe andar el origen de los cruceros al Caribe.
El 12 de agosto de 1851 el “Pampero” desembarcó en la costa norte de Pinar del Río pero tras varios combates la práctica totalidad de los expedicionarios cayeron muertos o presos. El general López también fue apresado y el 31 de agosto lo condujeron a La Habana para ejecutarlo al día siguiente en el garrote vil (ese dispositivo con una tuerca inmensa que se usaba para partirle el cuello a los condenados). Dicen que antes de morir el diseñador de la bandera cubana exclamó “Mi muerte no cambiará los destinos de Cuba”. Fue su manera de decir: “Una pequeña vuelta de tuerca para Narciso, un gran salto para la eternidad”.
Caricatura del general venezolano Narciso López. Litografía de John L. Magee. Al pie reza en inglés: “¡Bueno! No hemos revolucionado Cuba, pero hemos conseguido lo que perseguíamos. Mis camaradas venían buscando gloria, y yo buscando cash. Yo he conseguido el dinero y ellos la gloria, así que supongo que todos estamos satisfechos. Ahora voy de vuelta para los Estados Unidos. No soporto vivir bajo el despotismo militar”

Wednesday, January 16, 2019

Antonio Maceo Marryat: El hijo del Titán de Bronce

El escritor Carlos Ferrera publica en Cibercuba un informado artículo sobre el poco conocido caso del hijo de Antonio Maceo:

«María y la familia bien, también lo está el amiguito».
En esos términos se expresaba el Dr. Eusebio Hernández, médico y amigo personal de Antonio Maceo, en una carta enviada al Titán de Bronce a Honduras desde Kingston, Jamaica, el 16 de septiembre de 1881.
En ella el galeno ponía a su amigo al corriente del estado de salud de su mujer María Cabrales, y de “un amiguito” del que, evidentemente, evitaba abundar en detalles. Al mes siguiente, el 19 de octubre, le refiere en otra misiva:
«María bien, y bien el chiquitín amigo, que hace poco tuvo un catarrito».
Fueron quizás esas dos frases, las que pusieron en “alerta biográfica” al investigador, escritor e historiador cubano José Luciano Franco, especialista en la vida de Antonio Maceo, cuando descubrió estas cartas perdidas en el abundante epistolario del prócer mambí.
[Para seguir leyendo pulsar aquí]

El exilio, un recuento

Reproducimos aquí un artículo reciente de la periodista Olga Connor sobre el exilio:

Sesenta años de un raro imperio
Por Olga Connor
 
Aún puedo oler el humo de los revólveres tirando al aire a las 12 de la noche y el de los cohetes. Recordar la ansiedad. Vivir las horas de los días que siguieron con tiros de todas partes.
Era el 31 de diciembre de 1958 en la Calle Conill del Nuevo Vedado. Una noche de gritos y algarabías en todas partes de La Habana. Como lo muestra el filme El Padrino.
Recordé ese humo del principio cuando Antonio José Ponte, codirector de Diario de Cuba, publicó un libro titulado Cuentos de todas partes del Imperio (Ediciones Deleatur, París, 2000), y me explicó que el título se refería a que los cubanos querían tener un imperio, “pero era todo de humo y de aire”, y no basado en acciones militares.
Sin embargo, ese título me vale para considerar que los cubanos sí han creado un raro imperio, con toda clase de historias famosas, y como consecuencia de la revolución. Pero no es el que planeó Fidel Castro, cuyo sistema ha fracasado en África, Venezuela, Nicaragua, sino el que han construido los desterrados de su régimen.
Por ironía, ese ha sido el triunfo más grande que produjo la revolución. Por primera vez los cubanos se exiliaron en masa, cuando antes había sido una isla de inmigrantes europeos, mexicanos, libaneses y orientales.
Los que se negaron a vivir en la ignominia y bajo la bota totalitaria de los Castro comenzaron a escapar. Enviaron a sus hijos fuera de Cuba. Hicieron lo que pudieron para empezar una vida nueva fuera de la isla. Y ahí comienza la verdadera hazaña de la revolución cubana.
Son 60 años de imperio en el extranjero. Hecho por los exiliados que triunfaron y crearon una ciudad nueva en Miami, una capital para Latinoamérica. Pero no solo en Miami. En París, en Roma, en Nueva York, Union City, Madrid, San Juan, Ciudad México, Buenos Aires. En todas partes los cubanos han demostrado un espíritu creador, una capacidad empresarial, una visión y una energía que nos debe dar a entender lo que sería Cuba en estos momentos si esas fuerzas vitales generaran esos logros.
No solo se trató del dinero, se buscó el poder político y el cultural. En Estados Unidos, cubanos de primera y segunda generación han ido al Congreso y el Senado, hasta los que habían nacido en Cuba subieron a la más alta posición. Ejemplos: Mel Ferrer, Marco Rubio, Lincoln y Mario Díaz-Balart, Ileana Ros-Lehtinen, Bob Menéndez, Joe García y Carlos Curbelo. Y en Miami tantos ilustres representantes, como el propio alcalde de Coral Gables, Raúl Valdés Fauli.
El mundo académico fue prestigiado por los profesores cubanos, que son reconocidos por NACAE, y los nombres de profesores autores como Leví Marrero, Carlos Eire, Humberto López Morales, Enrico Mario Santí, Ricardo Pau Llosa y Gustavo Pérez Firmat, entre muchos otros. Sobre todo nuestros presidentes de universidades, Eduardo Padrón y Modesto Maidique.
El mundo artístico se ha lucido con pintores en París de fama mundial, como Jorge Camacho, Guido Llinás, Ramón Alejandro, Gina Pellón; en Nueva York, Carmen Herrera; en Roma, Pepe Grave de Peralta; en Miami, Tony López, Cundo Bermúdez, José Bedia, Gustavo Acosta y Carlos Alfonzo; en Madrid, Waldo Balart, y Mario Carreño en Chile. En lo literario, Lydia Cabrera, Zoé Valdés, Daína Chaviano, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Heberto Padilla y Gastón Baquero.
El teatro ha producido a Morín y la gran actriz Teresa María Rojas, fundadores Prometeicos, y a un Mario Ernesto Sánchez, fundador y director del Festival Internacional de Teatro Hispano. Pero ante todo, tiene a sus autores, como José Triana, Iván Acosta, Matías Montes Huidobro, Julio Matas, Abilio Estévez, Abel González Melo. Y Luis Santeiro, autor de televisión, medio en el que han triunfado figuras como Delia Fiallo y Cristina Saralegui.
¿Y qué se diría del mundo musical? El gran compositor clásico Aurelio de la Vega, de Los Ángeles; y voces internacionales como Martha Pérez, Eglise Gutiérrez, María Aleida; y músicos como Cachao y Paquito D’Rivera. Los compositores populares Osvaldo Farrés, Julio Gutiérrez, René Touzet; e intérpretes, de Miami, Willy Chirino y Lissette, Emilio y Gloria Estefan; de Nueva York, Chico O’Farrill y nuestra gran Celia Cruz; de México, Olga Guillot. Fundadores: Pedro Pablo Peña, del Festival Internacional de Ballet de Miami, y Pili de la Rosa, de Pro Arte Grateli.
Es de notar los que impulsaron la riqueza general, los grandes empresarios de negocios. Con nombres como Jorge Mas Canosa, George Feldenkreis, Roberto C. Goizueta, Armando Codina, José Milton, Luis Botifoll y Manolo Capó.
Es un imperio sin dominio del país del que proveyeron, pero con memoria patriótica, que han donado en todas partes su talento y su ingeniosidad, engrandeciendo el nombre cubano. ¡Qué pueblo tan pujante, aun en el extranjero, que da honor a esa nacionalidad como a la que fueron destinados a adoptar!

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Thursday, January 10, 2019

"Aportaciones del totalitarismo caribeño"

Reseña que acaba de aparecer en la española Revista de Libros:


La posibilidad del crimen

Por José Lasaga Medina



El totalitarismo no ha creado el mal,
apenas lo ha organizado como nunca
antes.

Enrique Del Risco

Después de la devoción de un lector, el odio de una dictadura es el mejor
premio a que puede aspirar un poeta.

Manuel Díaz Martínez

Un título descriptivo para este libro podría ser: «Textos sobre las aportaciones del totalitarismo caribeño al control social de especies intelectuales y afines». El autor, con buen criterio, ha preferido titular con una imagen alusiva, inspirada en una cita del narrador cubano Leonardo Padura que aparece al comienzo del libro como motto del mismo.
Si traducimos el eufemismo, surgirá diáfano el tema y motivo de la presente antología: «el compañero que me atiende» es el «seguroso» (magnífico hallazgo verbal), es decir, el oficial de la Seguridad del Estado encargado de vigilar, escuchar, observar, en definitiva, «atender» al escritor, artista, poeta, periodista, de forma que sepa que es sometido a «cuidados» tan solícitos como intimidatorios, para que no cometa «errores» o desviaciones respecto de la «verdad» revolucionaria. La aportación que el castrismo ha hecho a los hitos precedentes en las relaciones de los Estados totalitarios con sus intelectuales reside en que, antes, el intelectual era perseguido cuando había escrito o declarado algo considerado por el poder peligroso o nocivo; en Cuba, como queda bien acreditado en muchas de las entradas de la antología, los agentes de seguridad se preocupan antes de que haya algún dato objetivo sobre posibles desviaciones, disidencias o desafecciones. En otras palabras, se dedican a vigilar para interesarse por lo que leen, escriben, pintan o componen; o solicitar su colaboración ‒prueba de que está con «nosotros»‒ para espiar a otros colegas, a «compañeros» que no habrían hecho nada, y que aún mantendrían intacta su fe en el proyecto revolucionario o que, en el peor de los casos, se moverían en la zona templada.
Eso explica un dato que, a buen seguro, chocará al lector: muchos de quienes merecieron la atención del «seguroso» de turno recibieron o recibirían premios de las instituciones culturales de la revolución. Así, los cuerpos de seguridad del Estado se parecían más al confesor de adolescentes que, en el silencio del confesionario ‒inevitable no recordar que los hermanos Castro se educaron con jesuitas‒, pregunta con discreción, pero con firmeza, sobre prácticas prohibidas, que a la imagen del sudoroso «poli» que berrea preguntas en el cuarto inhóspito al aterrado ciudadano. Pero de todo hallará el lector.
Hay que agradecer al autor de la antología, el escritor exiliado Enrique Del Risco (autor, entre otras obras, de unas memorias sobre su paso por Madrid inexplicablemente amables y generosas ‒tampoco nos portamos tan bien‒), hay que agradecerle, decía, además de la existencia de este centón de textos, casi sesenta colaboraciones (cincuenta y siete, para ser exactos), que le haya antepuesto un prólogo tan breve y penetrante como sustancioso.
Comienza por aclarar que esta antología inaugura un nuevo género literario, que denomina «totalitario policiaco», que, por razones fáciles de entender, se basa en un tipo de experiencias que «demoró bastante en convertirse en literatura». A diferencia de ciertos libros que hablan de esto mismo, como los relatos de Kafka o 1984 de Orwell, aquí el camino es el inverso: si estos fueron de la ficción a la realidad, los autores de la antología van de la realidad a la ficción. La coincidencia con los héroes virtuales de las obras mencionadas reside en que los protagonistas de los relatos, poemas, informes o cuentos aquí recogidos tampoco saben muy bien por qué merecen las atenciones del MinInt (abreviatura del Ministerio del Interior). Como dice el antólogo, «no persiguen el crimen, sino su posibilidad», lo cual viene a ser, si se para uno a pensarlo, una especie de monstruo metafísico: lo posible no existe. De ahí la extraña síntesis kafkiano-caribeña: el escritor de turno sabe sobre los motivos por los que es «atendido» tanto como el protagonista de El proceso, pero recibe una calurosa advertencia en un lenguaje tan coloquial como eufemístico. Hablamos de nuevos refinamientos en viejos mecanismos de terror: el advertido o detenido no tiene que conocer su (posible) crimen, y sus compañeros y familiares, menos aún. En el fondo, tratan de convencerte de que no eres culpable, al menos no demasiado, explica Del Risco, resumiendo algunas de las experiencias en que coinciden los relatos: el Estado o la Revolución confían en ti, conocen tus pasos y son comprensivos con tus faltas. Quieren tu ayuda. Y, de vez en cuando, el «compañero» intenta comprometer al pupilo o pupila con alguna tarea sencilla para comprobar su grado de fidelidad a la Revolución, es decir, a Fidel.
Alguien podría extrañarse de que escritores jóvenes, educados en los principios de la filosofía marxista-leninista, anticapitalistas convencidos y algunos antiyanquis, sean vigilados y presionados para colaborar. Pero hay una explicación lógica y convincente que fue ya descubierta por Hannah Arendt en su clásico estudio Los orígenes del totalitarismo (1951) y confirmada por el comportamiento de las policías de seguridad con los disidentes en los países de Europa del Este en la crisis de los años ochenta. Václav Havel, entre otros, teorizó desde la cárcel que, cuando una dictadura se basa en la ideología, es decir, en la deformación sistemática de la realidad para que ésta encaje, sí o sí, en el ideal, el simple hecho de declarar la verdad se convierte en un auténtico ataque al corazón del Estado. En el fondo, saben lo que se hacen.
Del Risco escribe su prólogo con el estilo que va a predominar a lo largo de la antología, estilo que puede nombrarse con una palabra: ironía. Me ha llamado la atención el hecho de que la mayoría de las descripciones no incluyan emociones de odio o resentimiento. Coinciden muchas en la perspectiva oblicua que ve en el humor la mejor arma contra la estupidez totalitaria. (Alguna vez, alguien se dedicará a estudiar el rebajamiento ético, estético e intelectual que todo proceso revolucionario termina generando). Así, el autor de la antología no duda en agradecer a los cuerpos de seguridad de la revolución cubana su aportación a la literatura. A la monotonía y uniformidad del acoso, a las formas estandarizadas de «atención» al compañero, que admite muy pocas variantes, corresponde una notable diversidad en las formas literarias que describen la experiencia, y que van desde el informe o las memorias al relato de ciencia ficción, pasando por el poema o la obra de teatro. Un ejemplo magnífico de esa ironía, que pocas veces se desliza hacia el sarcasmo, lo tenemos en las líneas iniciales del texto de Verónica Pérez Kónina, «Carta de agradecimiento a los censores», texto escrito expresamente para esta antología, cosa no infrecuente: «Debo confesar que mis mayores agradecimientos los guardo para los censores. Sin ese Ejército Secreto, ¿quiénes seríamos nosotros, los que aspirábamos y aspiramos a ser escritores? ¿Quiénes sino ellos se habrían leído nuestras primeras obras, tan imperfectas, tan ilegibles? ¿Quién hubiera seguido con tanta atención todo lo que escribíamos? ¿Quién otro podría haberle dado ese aire de azarosa aventura al oficio de escribir?»
Con la precisión que ya hemos elogiado, Del Risco capta la nota de originalidad que caracteriza el programa de represión castrista: «esa mezcla entre una vigilancia y control eficaces con la chapucería inherente al sistema en su conjunto», que se manifiesta en «la opulencia de la represión», en «su absurdo inagotable», de los que hallará el lector abundantes ejemplos. Menciono uno: la historia del escritor exiliado que decide regresar a Cuba para rodar clandestinamente una película que refleje la realidad de la vida cotidiana. La pone en marcha en un apartado rincón de un pueblo perdido. La filmación no escapa a la mirada de algún chivato y el escritor recibe una citación. Se presenta ante el jefe de seguridad, al que convence de que, si no le permite terminar una filmación que pretende ensalzar «la belleza de la cultura cubana», cuando vuelva a París contando que les impidieron filmar, dará la impresión de «que vivimos en un terror completo». El jefe de la Seguridad responde con una sonrisa maliciosa: «Necesitamos gente como usted allá afuera. Gente que se codee con las altas esferas de la sociedad para saber qué planes tienen en contra de nuestra Revolución». Y le pasa una pequeña tarjeta con el número del agente Vladimir.
La antología cubre el medio siglo largo de vida de la dictadura castrista. Organizada cronológicamente, se divide en una primera sección más breve que abarca los primeros veinte años, de 1959 a 1979, a la que siguen los apartados dedicados a las siguientes décadas, los años ochenta y los noventa y una última sección, quizá la más poblada, que reúne los textos que tienen lugar «Después del dos mil». Del Risco invitó a colaborar expresamente a los participantes, lo que exigía que estuvieran vivos para dar su consentimiento. Algunos de los textos han sido expresamente escritos para la ocasión y se identifican como tales. Otros habían sido ya publicados o proceden de manuscritos inéditos. Al final de los textos, el lector encontrará un breve currículo profesional de cada colaborador. El más viejo, nacido en 1936, es el poeta Manuel Díaz Martínez y, la más joven, la también poeta y novelista Legna Rodríguez Iglesias, nacida en 1984. Ambos fueron premiados por instituciones de la revolución cubana y ambos viven actualmente en el exilio y. por supuesto, ambos recibieron la visita del «seguroso compañero».
Este libro es muchas cosas, entre otras, una magnífica antología literaria, pero también una radiografía de los instrumentos de represión que la Revolución fue dándose a sí misma conforme cambiaban los tiempos. Después de que esta se afianzara y no fuera ya necesario aplicar la dialéctica «amigo/enemigo» porque los enemigos, bien estaban muertos, bien se habían exiliado, llegaron la ley de peligrosidad, la ley contra la vagancia y sus complementarios «espontáneos», tales como los actos de repudio o los «asesinatos de reputación». Más adelante se depuraron los procedimientos, especialmente los de tipo preventivo. Existía ‒y seguramente aún está en vigor‒ un procedimiento por el cual, si no te mostrabas colaborador con el «compañero que te atendía» te llevaban detenido y te «invitaban» a firmar un Acta de Advertencia oficial por la que el «atendido» se autoincrimina al reconocer que se halla en un estado de «peligrosidad predelictiva” (sic). Pero no es una broma. Si el estado «predelictivo» ‒de nuevo el monstruo metafísico: el delito no existe, pero sí tiene consecuencias‒ se sostiene en el tiempo, a juicio de los vigilantes, tenemos que tres actas equivalen a peligrosidad y esto a tres años de cárcel sin juicio.
No me corresponde recomendar unos relatos frente a otros. Sorprende el excelente nivel literario que alcanza la inmensa mayoría. Me parece un acierto comenzar con un ensayo que reconstruye el famoso «caso Padilla» a partir del testimonio de uno de sus protagonistas, el novelista chileno Jorge Edwards, autor de Persona non grata. Fue la primera puesta en escena de que la Revolución iba a tolerar pocas cosas, a pesar de haberse envuelto desde el primer momento en las banderas de la cultura y la creación. Faltaba hacer explícito lo implícito, que los más avisados sí intuyeron: una obra pasará la aduana si y sólo si sirve a los intereses de la Revolución, es decir, a los de Fidel (los hermanos Castro). De esas primeras experiencias se decantaron ciertas sabidurías: un amigo advierte a Edwards durante su primer viaje a La Habana para abrir la embajada de Chile, por encargo de su amigo Salvador Allende: «Habla bajo. ¡La policía se mete en todo!» Y el cronista concluye: «De manera que el micrófono ‒incluso el que deviene mental‒ ha quedado para nuestra historia nacional como ese punto diminuto que favorece la relación de poder que va del tirano hasta el poeta, penetrándolo, para luego domarlo o expulsarlo».
No me resisto a citar el relato ‒por cierto, el más breve‒ que mejor refleja el espíritu de resistencia que los autores de este libro comparten en defensa de su libertad de escribir, pensar y actuar. Se titula «Hasta que la delación te alcance»:
El delator del cual hablamos [...] se sentó frente a Olmo y le dijo:
‒ Te voy a delatar.
Olmo amaba la rectitud de la gente. Y la transparencia de alma en la gente. Y la resolución en los ojos de la gente. «Un delator honrado», se dijo Olmo con las pupilas húmedas. Y lo abrazó, lo abrazó como no abrazaba a nadie en muchísimo tiempo.
Y como el universo totalitario basado en la ideología es el mundo del revés, a mayor inverosimilitud en los hechos relatados, mayor veracidad de la ficción.

José Lasaga Medina es catedrático de Filosofía de enseñanza media, profesor de Filosofía en la UNED y profesor investigador en la Fundación José Ortega y Gasset. Ha sido comisario de la exposición El Madrid de José Ortega y Gasset (Residencia de Estudiantes y Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, mayo de 2006).  Es autor de José Ortega y Gasset (1883-1955). Vida y filosofía (Madrid, Biblioteca Nueva, 2003) y Figuras de la vida buena. Ensayo sobre las ideas morales de Ortega y Gasset (Madrid, Enigma, 2006), y editor de Ortega en pasado y en futuro. Medio siglo después (Madrid, Biblioteca Nueva, 2007).

Wednesday, January 9, 2019

Despedida

Antonio Rafael de la Cova
Por Guillermo A. Belt

Este viernes 11 de enero, a las 10 de la mañana, los restos mortales de Antonio Rafael de la Cova y González-Abreu serán enterrados, con honores militares rendidos por el Ejército de los Estados Unidos, en el Fuerte Jackson, en Columbia, Carolina del Sur.
A los 10 años de edad llegó Tony a los Estados Unidos, con sus padres, dos hermanos y dos hermanas. Al cumplir los 18 se presentó en ese mismo Fuerte Jackson para alistarse voluntariamente en el ejército del país que los había acogido como exiliados de la entonces incipiente dictadura en Cuba.
El 30 de enero de 1968, el Viet Cong y el ejército de Vietnam del Norte lanzaron una de las mayores campañas militares de todo el conflicto bélico, conocida como la Ofensiva de Tet. Ese fue el año que Tony de la Cova eligió para incorporarse a la guerra, a diferencia, hay que decirlo, de algunos jóvenes nacidos en este país, de padres estadounidenses, quienes por evadir el servicio militar obligatorio abandonaron el suelo de sus antepasados y el propio.
El estricto protocolo por el cual se rige esta ceremonia no permitirá un acto de justicia: la bandera de Cuba debería cubrir el ataúd de Tony, cuya vida de combate sin tregua por la libertad de nuestra patria es un ejemplo sin par para todos quienes compartimos sus ideales. No obstante, es de justicia que con los fusiles que él supo esgrimir se disparen las salvas de honor para despedirlo de este mundo.
Desde donde quiera que nos encontremos en el exilio, los cubanos saludamos con admiración y respeto al compatriota Antonio Rafael de la Cova y González-Abreu.
Descansa ya, Tony. Descansa en la paz del Señor.

Tuesday, January 8, 2019

Un mambí chivato

Compartimos con ustedes un artículo del recientemente fallecido historiador Antonio de la Cova:
Beato, chivato*
Por Antonio de la Cova
En septiembre de 1896, Miguel Gumersindo Beato Betancourt, un maquinista de 43 años de edad y dirigente de la Agencia Revolucionaria de la Habana, fue arrestado por la policía colonial. El asustadizo revolucionario delató a toda la red de apoyo mambí en la capital, que incluía al futuro presidente cubano Alfredo Zayas y al excelso músico holandés Hubert de Blanck, de 41 años de edad, fundador del primer Conservatorio musical en la Habana en 1885. El músico fue deportado a Nueva York el 23 de septiembre y los demás implicados enviados a presidio español en Ceuta.
Beato llegó a Nueva York el 15 de octubre de 1896 en el vapor Yumurí donde, según una carta en el Archivo Militar de Madrid, caja de “Documentación incautada al enemigo,” pronto fue condenado por un tribunal del Partido Revolucionario Cubano, presidido por Tomás Estrada Palma, el sucesor de José Martí. Beato regresó a la Habana a fin de mes, después de comprar un seguro de vida por $10,000 de la Mutual Reserve Fund Life Association. El exiliado Lorenzo G. del Portillo desde Cayo Hueso avisó al general José Lacret Morlot en Cuba de los sucesos para que Beato quedara al descubierto. Sin embargo, como la carta cayó en manos de los españoles, Beato se hizo pasar como patriota en la Habana mientras siguió actuando como informante.
     
Aquí está la transcripción de la misiva:
C[iudadano] G[ene]ral José Lacret Morlot

Estimado Gral. y amigo: el objeto de la presente es poner en su conocimiento, que hecho venir a New York a Miguel Beato, fue condenado por un tribunal que presidió el S[eñ]or [Tomás] Estrada Palma quien le revocó todos sus poderes por estimar que ha sido el denunciante de las personas últimamente presas en la Habana. Como el tal Miguel Beato pasará hoy por este Cayo con dirección a la Habana convendría, si Ud. así lo cree, comunicarlo a sus jefes subalternos a fin de que no vayan a caer, por ignorancia, en algún lazo que les tienda ese ínfame.

Soy de Ud. afectuoso amigo y servidor,
Lorenzo G. del Portillo
Key West, Octubre 30 /96
Recibida 2 Dbre. 96

Su último chivatazo fue en febrero de 1897, cundo identificó al americano Scott como el que ayudó a escapar de presidio a la patriota Ana Sotolongo. Seis meses después, el general mambí Baldomero Acosta, de Hoyo Colorado, Bauta, capturó a Beato cerca de la Habana y lo colgó de una mata.
En 1898 su viuda Carmen Forn trató de cobrar la póliza que la compañía se negó a pagar. Según el New York Times del 8 de mayo de 1900, el caso terminó en la corte federal, que falló contra la viuda. 
 * Tomado del Periódico Guamá

Thursday, January 3, 2019

Una biografía


Por Enrique Del Risco
 
Me hacen llegar unas páginas de una biografía de Fidel Castro para niños publicada en Estados Unidos. Se trata de “Who was Fidel Castro?” de Sarah Fabiny que forma parte de la misma colección que publica biografías para niños de personajes como Jefferson, Hamilton, Disney, Einstein o Martin Luther King Jr. Ya las otras figuras que lo acompañan en la colección sirven para llevarse una idea.
La biografía parece, cuando menos, desinformada. Dice, por ejemplo, que no se sabe si Fidel Castro se casó o no con Dalia Soto del Valle cuando en cualquier búsqueda de segundos en internet da suficientes detalles. Como que Fidel conoció a Dalia siendo ella menor de edad y de inmediato la embarazó. Y que luego se la hizo llevar para La Habana pero no se casó con ella hasta después de la muerte de Celia Sánchez, la más oficial de sus amantes, en 1980.
Dice la periodista Lissette Bustamante de la misteriosa relación:
"En el año de1961, Castro había ido a Trinidad (una región al sur de la isla) dónde conoció al papá de Dalia, (que por cierto, este señor era un hacendado que perdió muchas tierras con la Revolución). Fidel llegó allí para dar un discurso sobre la alfabetización y entre la multitud sobresalía una hermosa chica de 17 años, rubia de ojos azules. (las rubias siempre fueron su debilidad, Fidel era muy mujeriego) Y al Comandante, quien entonces tenía 36 años, le llamó la atención la chica. Entonces él ordena a su asistente, Pepín Naranjo, que invite a Dalia a la velada que tendrían esa noche. Los presentan, se quedan solos y al año siguiente tienen a su primer hijo Alexis. Luego Castro ordena que la trasladen a la Habana, pero no a su casa, él la visitaba a escondidas por las noches. Sin embargo, fue hasta después de la muerte de Celia Sánchez Manduley en 1979, que se casó con Dalia. Celia era Secretaria de la Presidencia del Consejo de Ministros, una mujer muy cercana a Fidel; ella era la única capaz de discutir cara a cara cuando él tomaba decisiones equivocadas. Una mujer poderosa que el pueblo cubano quería mucho. Muerta Celia, en 1980 se casa con Dalia que vivía en una casa en el barrio de Jaimanitas, una zona alejada del centro de la Habana"


Sobre lo favorable que puede ser el libro hacia la figura del dictador cubano sirva de muestra el índice. 

Tiene un capítulo llamado “Viva Fidel!” (así, en español) y no aparece ninguno titulado “Paredón”. O llega a decir que “Parecía que Fidel llevaba una vida sencilla como la de cualquier otro cubano” cuando en la página anterior se comenta que “Fidel tenía muchas casas por todo el país y nunca se quedaba en la misma casa por más de una noche”. ¿De veras que la autora cree que la vida sencilla de cualquier otro cubano consistía en dormir en una de sus muchas casas cada noche? ¿En ir al trabajo en una caravana de Mercedes Benz? ¿En almorzar langostas y viajar por el mundo? ¿En firmar fusilamientos y salir en un yate de caza submarina?
Bonita idea de la sencillez cubana tendrán los americanitos del futuro.