Nostalgia. Todo emigrante es secuestrado por la nostalgia, y no hay rescate alguno que pueda liberarlo. No importan las razones que le obligaron a emigrar: huir del hambre hereditaria, o del terror de dictaduras de izquierda o de derecha, o de la opresión de democracias de atrezo porque la colonia siguió viviendo en la república (como constatara Martí y tratara, inútilmente, de que no sucediera lo mismo en su Cuba), o del caos de estados fallidos, donde la delincuencia es el único poder real y efectivo, con su espanto omnipresente; escenarios usualmente mezclados en ominosas combinaciones. Todas esas razones quedan eclipsadas por el recuerdo de todo lo sucedido para que el emigrado fuera quien terminara ser: el jolgorio familiar en tiempos de fiesta, el olor de la tierra vestida de lluvias sorpresivas, el sonido musical de los granizos en el techo de zinc, tejas o paja, o el beso subrepticio sellando amores adolescentes que debieron ser eternos. No importa cuán alto ascienda el expatriado, o cuán bajo descienda. Otras fiestas, otras lluvias, otros besos nunca alcanzarán la importancia de los cosechados en el terruño natal. Lo mismo en una suite de un hotel de lujo, que en una celda revestida de fechas desesperanzadas, siempre vivirá atrapado en una burbuja de nostalgias, donde las pocas estrellas del mundo carcelario se filtran clandestinas entre barrotes, y los días no tienen otro límite que la raya grabada con la uña en una pared encarcelada. Porque toda persona fuera de su Patria puede estar aquí y seguir siendo allá.
Cómo lleva el desterrado el fardo de nostalgias a manera de impedimenta del alma depende de la edad y las razones por las cuales dejara atrás sus raíces. En la mayoría de los casos el emigrante hace realidad los sueños que les fueran vedados en su tierra original; pudiera decirse que nace de nuevo. Cierto que con los dolores y sentimientos encontrados asociados a todo parto; pero con el final feliz de una nueva vida arropada de la vida vieja, las que terminan fusionadas. De todo lo anterior se colige (y que me excuse Ortega y Gasset) que yo soy quien fui y quien soy, simultáneamente, uno convertido en parte de las circunstancias del otro, en posición siempre variable según el ángulo óptico que se utilice para observar el binomio histórico resultante, el cual hasta podría convertirse en trinomio mediante la añadidura –vía predestinación– de quién seré, presentes e imbricados los tres yoes y sus respectivas circunstancias en un tiempo fluyente en direcciones varias, emancipado de toda atadura cronológica.
En algunos expatriados la nostalgia deriva en espejismo, sublimando lo que fue y, consecuentemente, asordinando las razones de su desgajo. Porque es el caso que para ningún desterrado todo tiempo pasado fue mejor, pues entonces no habría tenido necesidad de partir. Pero en otros, especialmente los expatriados a la fuerza y exiliados por razones políticas, la nostalgia se convierte en registro histórico que deviene en denuncia. Sin desechar las trincheras de piedras, se parapetan en trincheras de ideas, desde donde no se cansan de disparar verdades.
Tal es el caso de Cuba. A partir de 1959 se dio un fenómeno inesperado: el país, tierra de inmigrantes ya desde tiempos coloniales (y mucho más aún en el breve período republicano de 1902 a 1958, a pesar de sus períodos funestos), se convirtió en un país de emigrantes, desperdigados (sembrados) por múltiples países, aunque mayoritariamente en los Estados Unidos. Las primeras oleadas de exiliados estuvieron formadas, en sentido general, por campesinos, empresarios y escritores o periodistas, todos con el fardo de la nostalgia sobre los hombros. Los primeros trataron de conjugarla con sus éxitos económicos alcanzados a mediano y largo plazo; los últimos, pluma en ristre.
Entre los primeros intelectuales llegados al exilio algunos ya se habían dedicado exitosamente a la historiografía en la Isla. Cabe mencionar, entre otros, a los biógrafos de Martí Jorge Mañach, Carlos Márquez Sterling y Alberto Baeza Flores (chileno ‘nacionalizado’ cubano almáticamente), así como Emeterio Santovenia, Herminio Portell Vilá, Rafael Estenger, Juan J. Remos Rubio, Levi Marrero y los laureados Octavio R. Costa, y Rosario Rexach[1]. La mayoría de ellos siguieron escribiendo y publicando fuera de Cuba importantes obras históricas. Posiblemente haya sido Manuel Moreno Fraginals, entre los autores ya famosos en Cuba como historiadores, el último en escapar del totalitarismo. Una vez libre, escribió y publicó en el destierro su segundo libro más importante, el cual confeccionó, “según sus propias palabras, porque el exilio le permitió dar a luz aquella obra. Por primera vez en años pudo reflexionar, divagar y conjeturar sobre la historia nacional sin el temor de la censura”[2]. Otros escritores cubanos, llegados en fechas diversas y conocidos desde antes en Cuba (e internacionalmente) por sus éxitos en otros géneros, comenzaron a cultivar la historiografía como antídoto contra la nostalgia. Entre ellos son de señalar a Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas.
Los arribados al exilio en las primeras décadas se dieron a la tarea de crear con sus obras el registro histórico de los probados alcances de la república en el campo económico, social y cultural, lo que hizo que las mismas se convirtieran (puede que sin haber sido, inicialmente, un objetivo premeditado) en denuncia de la dictadura que revirtió dramáticamente todos esos triunfos logrados por el joven país en poco más de medio siglo. Cierto que dichas conquistas no abarcaron el campo político, razón por la cual la república martiana “con todos y para el bien de todos” terminó en quimera engullida en un banquete de tiranos y tiranozuelos, hasta degenerar en la longeva pesadilla real del totalitarismo, con más de dos millones de exiliados hasta la fecha a pesar de las trabas para salir del país (más del 20% de la población), miles de presos políticos, cientos de patriotas asesinados, y varias generaciones amputadas de futuro.
Dicha denuncia se convirtió en objetivo primario de la historiografía cubana del exilio en los decenios siguientes y se mantiene como tal hasta hoy en día. Sus autores se han concentrado, fundamentalmente, en dos campos diferentes aunque interrelacionados: conjurar la falsificación de toda la historia de Cuba por la historiografía castrista, y dejar constancia de la vida bajo la dictadura totalitaria, cuyos horrores la “nomenklatura” siempre ha querido ocultar. A ello hay que añadir el intento de dejar constancia de los avatares del Exilio, enriquecido por décadas y olas libertarias de varias descendencias. Entre los autores en este grupo de generaciones diversas se encuentran Néstor Carbonell Cortina, Enrique Ros, José Sánchez Boudy, Jaime Suchlicki, Alberto Gutiérrez de la Solana, Julio Estorino, Teresa Fernández Soneira, Alberto Sánchez de Bustamante y Parajón, Rafael E. Saumell, Manuel Gayol Mecías, Gustavo Pérez-Firmat, Uva de Aragón, Alfonso García Osuna, Enrique Del Risco, J.A. Albertini, Jorge Castellanos, Roberto Soto Santana, Marcos Antonio Ramos, Hortensia Ruiz del Vizo, Guillermo A. Belt, Alejandro González Acosta, Enrico Mario Santí y un largo etcétera. En el campo de la historia de la música son de destacar Aurelio de la Vega (también un famoso compositor de música culta moderna) y Antonio Gómez Sotolongo, músico de carrera. Una mención en especial merecen Sam Verdeja y Guillermo Martínez por su voluminosa obra Cubans: An Epic Journey. The Struggle of Exiles for Truth and Freedom –el más completo registro del Exilio compilado hasta la fecha– así como Armando Valladares, autor de Contra toda esperanza, el libro más traducido y publicado de la historiografía cubana del destierro. Ambas obras constituyen lectura obligatoria para los estudiosos pre sentes y futuros que intenten interpretar a cabalidad la azarosa historia cubana.
Un tema en especial ha sido motivo de desarrollo por varios historiadores: la desmitificación del Che Guevara. Aunque está comprobado que este fue un destacado y confeso homicida que le hacía sombra a Fidel Castro y, en consecuencia, deliberadamente abandonado a su suerte para una muerte segura en las selvas bolivianas, la maquinaria propagandística gubernamental de Cuba y su extensión en las afines fuerzas de izquierdas del resto de Hispanoamérica crearon, tras su asesinato, un mito apuntalado por una foto de Korda que degeneró en una económicamente exitosa “marca” comercial. Entre los escritores cubanos que se han dedicado a dejar constancia de la verdadera historia del trágico guerrillero son de destacar Enrique Ros, Roberto Luque Escalona, Pedro Corzo y Alberto Müller. A ellos habría que adicionar, al menos, un historiador no cubano: el argentino Nicolás Márquez.
Sin embargo, posiblemente la figura histórica más estudiada por la historiografía cubana del exilio sea José Martí. Dicha priorización parte de la respuesta de los autores de la diáspora a la manipulación política de la obra martiana que comenzara en la república y se intensificara a niveles nunca antes vistos durante la añosa tiranía totalitaria. Martí, de haber sido un “ilustre desconocido” en Cuba hasta su muerte (excepto para los colonialistas españoles), comenzó a ser utilizado como bandera por el grupo de políticos republicanos (algunos de ellos héroes de las guerras independentistas) que se convirtieron en caudillos cultores de una corrupción galopante y un enfermizo egocentrismo que, combinados, dieron al traste con la república. Luego, Fidel Castro incrementaría dicha manipulación hasta mutarla en falsificación[3], “convirtiendo” al Apóstol en el Autor Intelectual del asalto al Cuartel Moncada (hecho declarado, demagógicamente, como el inicio de su revolución a pesar de no haber participado personalmente en el combate). Porque es el caso que la república de Cuba fracasó no por lo que tuvo de Fidel Castro, sino por lo que no tuvo de José Martí.
Entre los historiadores que se dedicaron a establecer en el tiempo la imagen de un Martí desmanipulado y desfalsificado, cabe destacar a Roberto D. Agramonte, Octavio R. Costa, Rosario Rexach, Humberto Piñera Llera, Pedro Roig, y, más recientemente, Ismael Sambra, Raúl Eduardo Chao, y José Raúl Vidal y Franco, entre otros. Sin embargo, de todos ellos el que más investigaciones ha realizado y más libros ha publicado sobre la vida y la obra de Martí ha sido Carlos Ripoll, quien hizo del estudio y registro del acontecer martiano un objetivo de vida. Dada la profundidad, la calidad literaria, la objetividad histórica y la vastedad de su obra, esta habrá de ser cantera imprescindible para cualquier estudio martiano futuro. Especialmente en una Cuba realmente cimentada en el ideario del Apóstol.[4]
Las memorias como variante (o complemento) de la historiografía es también registro, aunque personal. Algunos de sus cultores del exilio fueron intelectuales célebres en la Isla e internacionalmente reconocidos como Heberto Padilla y Reinaldo Arenas, a quienes se les unió recientemente Belkis Cuza Malé, ya esposa del primero en tiempos del sonado “Caso Padilla”. Otros fueron figuras asociadas inicialmente con el castrismo que terminaron sus días exiliados, como Carlos Franqui (cercano colaborador de Fidel Castro en la Sierra Maestra, luego director del periódico oficialista Revolución y, por último, devenido en disidente) y Daniel Alarcón Ramírez (conocido por el nom de guerre de “Benigno”), quien acompañó al Che Guevara en sus fracasadas aventuras guerrilleras en el Congo y Bolivia, y sobrevivió para contarlas. No pocos fueron luchadores anticastristas que luego en el destierro desarrollaron labores exitosas, como Manolo Reboso y Eduardo Zayas-Bazán. Un caso curioso es el de Jorge Besada Ramos, quien tal parece que, en realidad, lo que hizo fue escribir dos libros de Historia de Cuba (el primer tomo dedicado a la República y el segundo a la Cuba castrista) donde se intercala a sí mismo y su entorno vital. Otros nos cuentan su historia para, simplemente, compartirla, como son los casos de Hugo Consuegra y Juan Suárez, el último de los cuales subtitula sus memorias “la vida sencilla de un hombre cualquiera.” Y unos pocos las escriben en inglés, como el ya nombrado Zayas-Bazán, Paúl V. Montesinos y Federico Justiniani. Pero, en todos los casos el “yo” múltiple identificado más arriba se mezcla con sus circunstancias; saben que, como mortales al fin, se irán definitivamente, pero se proponen y atreven a dejar constancia de sus respectivos ciclos vitales en sus memorias –aunque sea una mala memoria, como titulara Padilla las suyas.
Las editoriales cubanas de la diáspora han dedicado muy importantes colecciones a la Historia de Cuba. Comenzaría el rescate de nuestras raíces la Editorial Universal bajo la batuta de Juan Manuel Salvat, el decano de los editores cubanos desterrados. Aunque la mayoría dichas casas editoras ha desarrollado su labor de reparación histórica cubana en los Estados Unidos, en España se han fundado otras empresas de importancia que nunca han dejado de lado la historiografía anticastrista. Un caso peculiar en los Estados Unidos fue la Editorial Cubana de Miami, fundada en 1984 por Luis J. Botifoll, cuyo nombre, a su deceso, fue adicionado a la de la corporación sin fines de lucro a manera de justo homenaje. Actualmente la Editorial Cubana “Luis J. Botifoll” al parecer está desaparecida o adormecida en un hiato silencioso; de ser lo último, ojalá que salga pronto de su letargo. Sus entregas de piezas clásicas (dedicadas, fundamentalmente, a la Historia de Cuba y vendidas por subscripción a precio de costo) se han caracterizado por la reproducción facsimilar de la edición príncipe de las obras seleccionadas ‒u otra lo más cercana posible a la misma‒ precedidas por un texto introductorio moderno a cargo de un reconocido especialista en estudios cubanos.[5]
Otro campo a destacar es el de la prensa periódica del Exilio; la cual, aunque en menor cuantía, tiene órganos dedicados a la historiografía cubana. Por ejemplo, la revista Herencia, editada por la organización Herencia Cultural Cubana, lleva unos 30 años publicando tres números anuales profusamente ilustrados, con trabajos tanto en inglés como en español. De más reciente aparición es el Anuario Histórico Cubanoamericano, editado desde 2017 por la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio. Otros medios, aunque no dedicados especialmente a la historiografía, consagran regularmente espacios en sus páginas a la Historia de Cuba y sus exilios. Muchos de ellos han dejado de editarse en forma impresa y han pasado a la edición digital o, simplemente, han desaparecido, mientras otros mantienen una y otra variante. Entre estos últimos cabe destacar el semanario Libre, publicado sin interrupción desde 1966 hasta la fecha por Demetrio Pérez, Jr., (hace poco fallecido) y. de más reciente factura, la revista bimestral Lux, editada por Ángel de Fana.
La narrativa histórica también ha sido cultivada por los escritores cubanos del destierro; pero, dada la lógica carga de ficción inherente al subgénero, no puede considerarse dentro del campo historiográfico.
El nuevo y acelerado mundo de la Internet es un medio donde la Historia de Cuba tiene una fuerte presencia. Desafortunadamente, el gobierno totalitario dejó a la zaga al Exilio y sin herramientas para ripostar a los contestatarios del país, ya que comenzó bien temprano a utilizarla como instrumento de propaganda no solamente en sus declarados sitios oficiales, sino también en otras publicaciones aparentemente independientes pero, en realidad, creadas por un grupo de técnicos-esbirros gubernamentales dedicados profesionalmente a llenar la red cibernética de desinformación sobre Cuba y su historia. A veces la falsificación orquestada resulta hasta ridícula, como cuando en una de tales publicaciones omitieron la era republicana y saltaron directamente de la ocupación norteamericana de 1898 a la tiranía de Batista. No obstante ello, y sin otros recursos que el amor patrio, últimamente muchos blogs y cibersitios (tanto privados como de algunas instituciones de la diáspora), junto a los llamados “influencers”, responden con dignidad a las indignas falacias castristas. En particular las nuevas generaciones de cubanos, tanto en la Isla como asentados en otros países, y sus aliados entre los jóvenes nacidos en el exterior, han hecho de una plataforma como You Tube un campo de batalla ideológica. El advenimiento de la llamada “Inteligencia Artificial” (todavía en pañales) augura una nueva estrategia en la que David tiene todas las de ganar en su lucha contra el Goliat cibernético; pues, simplemente, no existe patriotismo artificial.[6]
Sin embargo, la historiografía del exilio cubano rebasa la palabra escrita: también incluye la radio, la televisión y el cine. En el primer medio son de recalcar los programas de Reynaldo Fernández Pavón, Ramón Fernández Larrea y Eloy G. Cepero. En el segundo, la transmisión semanal desde hace años por la televisora pública de Miami WLRN-TV Canal 17 de Cuba y su Historia, así como las series de Lilo Villaplana para la TV comercial (Américatevé, de Miami), las de Luis Leonel León para Radio/TV Martí, y la de René Álvarez, titulada Orgullo Cubano (https://orgullocubano.net/), quien también tiene un exitoso programa radial devenido en televisivo denominado Café con leche, con recurrentes temas cubanos. La Academia de la Historia de Cuba en el Exilio posiblemente sea la primera Academia de Historia en abrir sus puertas a los historiadores que dan a conocer sus trabajos a través de la radio, el cine, la televisión y medios digitales, como demuestra el hecho de que los mencionados en este párrafo son todos miembros de nuestra institución, con la excepción de Fernández Pavón, quien espero lo sea pronto.
Por otra parte, el Diario Las Américas (decano de la prensa en español en el estado de la Florida), desde 1959 abrió sus páginas a los intelectuales cubanos del destierro, publicando artículos y reportajes sobre la nueva (y trágica) situación cubana de entonces que hoy en día se conservan como los primeros registros históricos publicados de los horrores del castrismo. En la actualidad dicho periódico, como parte de su conversión en una multiplataforma impresa y digital con una amplia presencia en la red cibernética, ha comenzado a producir documentales de temas históricos en una serie titulada Testamento que tiene como contenido fundamental entrevistas a personas que fueron parte de los acontecimientos que intenta historiar. Ya han aparecido Brigada 2506 (2021-2022), sobre la frustrada gesta militar de Bahía de Cochinos, y El adiós de la esperanza (2023), que tiene como tema la Operación Pedro Pan, este último seleccionado como muestra oficial del Festival de Cine de Miami de 2023. Ambos fueron dirigidos por Lieter Ledesma y producidos por Iliana Lavastida.
Un caso singular es el de Pedro Corzo, productor o director de un grupo de importantes documentales testimoniales cortos (todos bajo el sello del Instituto de la Memoria Histórica Cubana Contra el Totalitarismo) cuyos contenidos utilizó como materia prima para algunos de sus libros, dejando el registro histórico en cinta y, partiendo de lo filmado, complementándolo con la palabra impresa.
La historiografía fílmica de largometrajes creados en el Exilio merece un trabajo dedicado a ella en particular. Y ya existe, al menos, uno[7]. Yo, simplemente, voy a señalar algunos títulos icónicos. De los inicios: La Cuba del ayer (1963) de Manolo Alonso, donde se presenta una versión sublimada de la república, Cuba: satélite 13 (1963), dirigido por Manuel de la Pedrosa y producido por Eduardo Palmer, en el cual aparecen ya los desmanes iniciales de la sovietización del país, y El Super (1979) de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, película basada en la obra de teatro homónima de Iván Acosta, donde asoma ya una visión del cubano exiliado. Otros documentales testimoniales o filmes de ficción basados rigurosamente en hechos reales han continuado dicha variante historiográfica, aunque ya desechando la imagen edulcorada de la Cuba republicana. Cabe señalar Conducta impropia, de Orlando Jiménez Leal y Néstor Almendros; Nadie escuchaba, de Jorge Ulla y Néstor Almendros (las dos estrenadas en 1984), Amigos (1985), escrita y dirigida por Iván Acosta y, de más reciente factura, Plantados (2021), y Plantadas (2023), ambas de Lilo Villaplana, con sendas descripciones basadas en episodios comprobados del presidio político castrista. A veces la película se filma en inglés, pero con tema cubano. Ejemplifican esa variante lingüística Before the Night Falls (2000) –basada en la traducción de las memorias de Reinaldo Arenas–, dirigida por el destacado cineasta Julian Schnabel y con la actuación del actor español Javier Bardem (por cuyo trabajo personificando a Reinaldo Arenas en el filme fuera nominado al Oscar en la categoría de Mejor Actor), y The Lost City (2005), actuada y dirigida por Andy García, con guion de Guillermo Cabrera Infante.
Otros investigadores se encargan, fundamentalmente, de la recopilación de la información de los hechos históricos a manera de data, la cual ponen a disposición de los historiadores tanto del presente como del futuro. Algunos actúan individualmente, como el caso de María Werlau y su proyecto Cuban Archive. La mayoría, sin embargo, hace sus compilaciones estadísticas, o sus investigaciones y análisis historiográficos, agrupados en organizaciones tales como el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, Herencia Cultural Cubana, la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, o FACE (Facts About Cuban Exiles). Dichas instituciones, además de promover y propiciar el registro histórico de Cuba y sus exilios y la evaluación de los hechos indagados, se han dado a la tarea de publicar por sus propios medios los trabajos de sus asociados, tanto en la Internet como en forma impresa, así como organizar conferencias, congresos, etc.
En todos los casos la historiografía cubana del exilio, por su carácter denunciante y su implícita o subliminal intención de enmendar en la Cuba futura las deficiencias políticas de la primera república que la llevaron a su destrucción, ha hecho evolucionar internamente a muchos exiliados y desterrados cubanos para pasar de la nostalgia del ayer a la nostalgia de pasado mañana, aunque sea soñando; que es decir, añorar esperanzados, y actuar consecuentemente, por el advenimiento de una Cuba que sea, verdaderamente y para siempre, “con todos y para el bien de todos.” Según el título de la famosa obra de Calderón de la Barca “la vida es sueño”; gracias a los esfuerzos y la dedicación de los historiógrafos cubanos del exilio identificados en los ejemplos nombrados, estoy seguro de que es posible revertir la citada fórmula de Calderón y lograrse que, algún día, en Cuba el sueño sea vida.
[Tomado del Anuario Histórico
Cubanoamericano #7 (2023): 15-27.]
[1] El primero, tan temprano como en
1948 había sido premiado por la Academia Cubana de la Historia por su biografía
de Antonio Maceo; la segunda alcanzó notoriedad por la selección de una
compilación de sus estudios martianos por la Comisión Cubana de la UNESCO para
publicarlos en 1954 en conmemoración del Centenario del Apóstol.
[2]
https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Moreno_Fraginals
[3] Véase La falsificación de Martí en Cuba, de Carlos Ripoll. 2da, edición,
anotada. Nueva York: Unión de Cubanos en el Exilio, 1992; también en Martí en Cuba hoy (Nueva York: Editorial
Dos Ríos, 1996). Hay una traducción al inglés de Manuel A. Tellechea publicada
por la University of Pittsburgh Press en 1994. El término “falsificar”,
relacionado con el tratamiento de José Martí por la historiografía castrista, parece
haber sido utilizado por primera vez por Carlos Márquez Sterling en la
Introducción que escribiera en el Exilio a su Biografía de Martí (Barcelona: Talleres Gráficos de Manuel Pareja,
1973.): 7.
[4] Ver Su
mano franca: acerca de Carlos Ripoll. Ed. de Eduardo Lolo. Miami:
Alexandria Library, 2010.
[5] Para más sobre el tema, véase el
documentado trabajo de Orlando Rodríguez Sardiñas (Rossardi), “Las empresas
editoriales de los cubanos en el exterior. Ediciones y catálogos.” https://cvc.cervantes.es/lengua/anuario/anuario_08/pdf/publicaciones02.pdf
[6] Ver la compilación “Presencia del Exilio
en la Internet”, de Manuel Gayol Mecías. Anuario
Histórico Cubanoamericano #6 (2022): 307-319.
[7] Juan-Navarro, Santiago. “El cine cubano
del Exilio.” Anuario Histórico
Cubanoamericano #6 (2022): 20-31.