Wednesday, December 28, 2022

Bohemia, la revista que era Cuba. Texto de la conferencia.

A continuación transcribimos el texto de la videoconferencia de Enrique Del Risco presentada en un post anterior. Los números que aparecen dentro del texto se corresponden con el orden de las imágenes que acompañaron la videoconferencia.

 


Bohemia, la revista que era Cuba

Por Enrique Del Risco

La revista Bohemia -la cual se anuncia orgullosamente en estos tiempos como “la más antigua de Latinoamérica”- todavía se sigue publicando y su mera supervivencia deviene en asunto milagroso. Que sobreviviera al cataclismo revolucionario de 1959 que se llevó por delante prácticamente todas las instituciones republicanas de algún valor -y Bohemia era una de las instituciones republicanas más reconocibles- constituye un enigma por resolver.

Yo, nacido en 1967, crecí leyendo la Bohemia post cataclísmica a pesar de que había en ella muy poco que leer más allá de su propaganda desembozada,[0] sus obreros sonrientes por el sobrecumplimiento de sus metas, o las entrevistas a intelectuales apacibles que coincidían en declarar que el momento más importante de sus vidas era la llegada de Fidel Castro a La Habana encaramado en un tanque. [1] Niño al fin, mi mayor interés se concentraba en el final de la revista donde aparecía la sección de humor, la de curiosidades y una todavía más curiosa sección de “Correspondencia” donde un redactor se dedicaba a contestar el tipo de preguntas que le hacemos hoy al oráculo de Google. En el caso de aquella sección la curiosidad de los lectores iba desde [2] aclarar la correcta posición ideológica de algún patriota (como es el caso de la imagen que muestro donde se debatía el patriotismo del poeta Juan Clemente Zenea) a la posibilidad de reparación [3] de un tocadiscos soviético que se le había quemado en un par de ocasiones a algún atribulado lector.

Pero, junto a aquella muestra de la realidad socialista vista a la mejor luz posible, en mi casa existía, como en muchas casas de Cuba [3b] un pesado artefacto consistente en varios números de la revista correspondientes a los años cincuenta encuadernados en una única cubierta. Si mi idea de aquella república [4] a la que en la escuela recibía los graciosos motes de “pseudorepública” o “neocolonia” fue algo menos rígida y acartonada de lo que recibía de la incansable propaganda castrista fue gracias a aquellos números juntados más o menos al azar que reflejaban una realidad bastante más compleja de lo que nos querían inculcar. [5] Porque con su mimetismo y frivolidad, su comercialismo y su violencia, pero también con su tremenda su inventiva y vitalidad, desde su nacimiento Bohemia fue algo así como una concentración de lo que era Cuba.



[6]Transcurría la segunda ocupación norteamericana de la isla cuando el empresario Miguel Ángel Quevedo Pérez dio a la luz el 10 de mayo de 1908 una revista que llevaba por título el de su ópera favorita y como subtítulo el de Revista Semanal Ilustrada. La revista duró solo unos pocos números para luego reaparecer en 1910, ya bajo la presidencia de José Miguel Gómez. [7] El estilo art novó de su diseño, sus secciones que llevaban títulos tales como “Labor literaria”, “Notas de arte”, “Actualidades” o “Crónica social” nos dan una idea de la concepción por entonces, como una publicación más o menos exclusiva, enfilada a las élites sociales y artísticas [8] de la joven república, con énfasis especial en el público femenino a la cual estaban dedicadas secciones con títulos tan poco crípticos como “Para las damas”.

Aquella Bohemia [9] era una revista de apenas veinte páginas y con el espíritu lánguido de aquellas publicaciones de la época que querían parecer respetables. En 1914 la revista dio su primer salto importante al introducir por primera vez la tricromía, [10] es decir, la impresión a partir del uso de tres colores lo que la situó por delante de la competencia. También en aquel momento la revista se amplió a cuarenta páginas. La revista siguió las altas y bajas de los años que conocieron la Danza de los Millones y las Vacas Flacas tratando de subsistir apelando a ciertos “atrevimientos” editoriales y a un público más amplio con secciones cada vez más variadas y utilizando una publicidad sorprendente y agresiva.[11]

El salto más importante en la década de los años veinte [12] lo da Bohemia en 1927 con su traspaso por cuestiones de salud del fundador Miguel Ángel Quevedo Pérez a su hijo de tan solo 18 años Miguel Ángel Quevedo y de la Lastra. La nueva dirección supuso para la revista un cambio de visión radical en su enfoque haciendo más énfasis en secciones atractivas como la dedicada al deporte, [13] con mayores incursiones en la cultura popular y con una sección de partituras musicales que reflejaba un gusto cada vez más amplio. [14]

Corrían los años [15] de la presidencia de Gerardo Machado, pronto devenida en dictadura, a la cual la revista primero elogió y luego criticó de manera cada vez más frontal hasta llegar a la hostilidad] abierta. La caída de Machado fue registrada en la revista con euforia, [16] (hasta la partitura de los danzonetes parecía alusivas a la caída de Machado) [16b] como si el derrocamiento del dictador hubiera sido obra de la propia revista. No sorprende que los desmanes [17] que se cometieron en siguientes días contra los colaboradores del régimen depuesto fueran justificados sin disimulo en las páginas de Bohemia. Sería esta la primera vez, pero no la única en la que la revista, como representante de la voz de la ciudadanía frente a los desmanes de los gobiernos de turno, salía triunfante del, en apariencia, tan desigual pulso.

Ya por aquel entonces [18] la mayor parte del material que conformaba cada uno de sus números no era original ni escrito especialmente para la publicación. La revista dependía en buena medida de artículos, columnas y caricaturas de medios sindicados en Estados Unidos y reproducidos por esta. [19] Muchas veces se trataba de cuentos policiacos, género muy en boga entonces, o de historias truculentas de asesinos o espías, y de reportajes de tierras y personajes exóticos. La realidad nacional se abría paso apenas en los comentarios sobre la política local, la crónica deportiva y el humor local.

Las diferentes secciones humorísticas que aparecieron a lo largo de los años en la revista merecen comentario aparte. Una de las primeras [20] fue la tira cómica de “Pepito y Rocamora” que apareció en Bohemia en los en 1915 y se adentró bien en los años veinte. También se incluían artículos costumbristas sobre personajes típicos [20b]. En la siguiente década la revista dependió en buena medida de tiras sindicadas importadas pero los años cuarenta [21] tuvieron una presencia cada vez mayor de humoristas locales contando con colaboraciones de humoristas de la talla de Miguel de Marcos. O las del cronista Eladio Secades, quien con sus “Estampas” [22] escribió un capítulo definitivo del costumbrismo republicano y que luego se convertiría en el jefe de la sección deportiva de la revista donde también sentó cátedra.

Se menciona menos, a pesar de su importancia, al caricaturista y escritor Francisco Vergara [23] quien a lo largo de los años cuarenta creara diferentes secciones humorísticas en Bohemia con títulos como “Cohetes” o la más estable “Picadillo a la criolla”. Como muestra de la agudeza de Vergara sirva el texto que escribe tras asumir el poder Ramón Grau el 10 de octubre de 1944: [24] una parodia de la biografía que Emil Ludwig le hiciera al presidente saliente Fulgencio Batista burlándose sin piedad del metafórico estilo del escritor alemán y de sus imprecisiones de todo tipo. “En una madrugada fría y desapacible del 4 de diciembre de 1897 en un villorrio nombrado Oriente de la provincia de Banes en Cuba nació un hermoso niño. Tenía la piel trigueña y el pelo negro y lacio. Su boca fina y diminuta era roja como el alma de Marinello [se refiere al líder del Partido Comunista]. Sus ojos eran pequeños como los sueldos de los conserjes de escuela. Ese varón que al hacer su entrada en el mundo había aumentado ipso facto la menguada población de la Perla de las Antillas era Fulgencio Batista y Zaldívar”. Vergara luego sería el creador de populares secciones de la revista como “Radiolandia” y “Tele-radiolandia” [25] que servían para reseñar las noticias producidas por el mundo de la radio y la televisión y más tarde se convertiría en libretista de programas televisivos tan populares como el “Cabaret Regalías El Cuño” y “El Casino de la Alegría”.

Con el tiempo las diferentes secciones de humor recibieron cada vez más espacio dentro de la revista. Además de las ya tradicionales tiras sindicadas norteamericanas los caricaturistas locales tuvieron su propio espacio en la página llamada “Humorismo criollo” [26]. Allí fueron apareciendo firmas tanto de dibujantes consagrados como Antonio Rubio, Antonio Prohías, Arroyito, Silvio Fontanillas Quiroga (Silvio), Valdés Díaz y Niko Lursen y de novatos de entonces como Wilson, Pecruz, Ñico, René de la Nuez entre otros. Las caricaturas personales de Juan David [27] aparecían en otras páginas de Bohemia ilustrando tanto noticias nacionales como internacionales. Por su parte, Silvio y Arroyito, dos los caricaturistas más considerados por la publicación, recibían la encomienda de rellenar páginas unipersonales sobre diferentes temas. Silvio [28] era también el encargado de ilustrar la página inicial de la sección “En Cuba” con su tira “El Reyecillo Criollo” donde el gobernante de turno aparecía vestido de rey interactuando con un campesino que representaba el pueblo cubano.


Pero la sección que le otorgó el perfil definitivo a Bohemia fue “En Cuba”. [29] Inaugurada según los recuentos oficiales el 4 de julio de 1943 – aunque no hemos encontrado la sección con su nombre definitivo hasta el número siguiente, el del 11 de julio 1943- “En Cuba” fue dirigida desde sus inicios por los periodistas Enrique de la Osa y Carlos Lechuga. [29b] Esta sección logró aprovechar la larga experiencia de sus creadores y sus extensos contactos en los medios políticos para seguir la compleja trama de la política cubana de una manera minuciosamente detectivesca. “En Cuba” adoptó las más modernas técnicas narrativas para construir relatos apasionantes de lo que iba ocurriendo semana a semana sin tener que dar cuenta de sus fuentes. [30] Las informadas voces que iban relatando las historias no iban calzadas por firma alguna pero eran responsables de la credibilidad del relato, al modo de las mejores ficciones, solo que al lector le quedaba claro que los hechos que narraba no tenían nada de ficticios.

La importancia de la sección “En Cuba” no se limitó al tipo de periodismo que prohijó. Fue la manera en que una publicación basada fundamentalmente en artículos importados pudo descubrir el interés del público por artículos generados en el país y con ello, la posibilidad de depender cada vez menos de las importaciones. Un hecho significativo en este sentido fue el número especial del 10 de octubre de 1948. [31] En el 80 aniversario del grito de independencia de la Demajagua, día en el que además se celebraba la sucesión presidencial de Ramón Grau San Martín por el nuevo presidente Carlos Prío Socarrás la Bohemia de aquel día salió a la calle como edición extraordinaria de más de 200 páginas y hecha enteramente por manos cubanas [32]. “Cubanos son todos los que redactaron y compusieron este número y cubana es la empresa que lo edita”. La experiencia de esta edición extraordinaria fue lo suficientemente exitosa como para que la revista confiara cada vez más en el talento local. [33] Para la década siguiente Bohemia se había cubanizado mucho más y dependía cada vez menos del material importado y más de los periodistas e intelectuales locales. [34] Aun así la revista podía darse lujos como el que se permitió en la edición del 15 de marzo de 1953: [35] publicar en exclusiva la primera edición en español de El viejo y el mar de Ernest Hemingway en traducción de Lino Novás Calvo aunque por aquellos días el propio Hemingway se declaraba a sí mismo como un “cubano sato”. [36]

No era Bohemia una publicación especialmente partidista, aunque no dejara de tomar partido por las causas que le parecían justas a su director: [37] Bohemia fue antifranquista durante la guerra Civil española y luego con la instauración del franquismo; [38] antifascista y antinazi con la Segunda Guerra Mundial [39] y anticomunista desde el inicio de la Guerra Fría. Fue también crítica con los gobiernos auténticos entre 1944 y 1952 [40] y con el tiempo Bohemia se identificaría con el mayor disidente del Partido Auténtico, [41] el fundador y líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) Eddy Chibás a quien le dedicaría varias portadas en vida [42] y también después de muerto.

Los opositores al régimen batistiano de 1952 [43] encontraron en las páginas de la revista respaldo y tribuna. Si no como la voz de la totalidad del pueblo cubano, Bohemia fungía como el representante oficioso de los intereses de su clase media. La enorme popularidad de la revista respaldaba sus pretensiones: de una tirada de cuatro mil ejemplares en 1926 había pasado a 125 mil en julio de 1948, para situarse cerca de 260 mil en 1953 y 315 mil en 1958 (uno por cada 21 cubanos de entonces). [43b] En una de aquellas Bohemia “sin censura” su tiraba se anunciaba como de medio millón de ejemplares lo cual equivalía a uno por cada 12 habitantes. Y el éxito no se limitaba al ámbito nacional. [44] Bohemia se distribuía por toda América Latina y aún en Estados Unidos donde contaba con su propio distribuidor. Con tanta aceptación el dueño de la revista pudo llegar a creer no solo que era la voz del pueblo sino también sus ojos y sus oídos. [45] Si no poseía la verdad absoluta andaba muy cerca de ello. Después de todo Bohemia había visto pasar gobiernos uno tras otro mientras los juzgaba y los absolvía o condenaba según el caso.


Como muestra de su compromiso insobornable con la verdad en los períodos en que el régimen batistiano suspendía las garantías constitucionales y establecía la censura previa la revista adoptó un método radical: no publicar ninguna noticia sobre política local hasta tanto no se levantara la censura y entonces publicar sus famosas Bohemia sin censura [46] que alcanzaban tiradas abrumadoras. La revista se erigió en vocero de la oposición antibatistiana ya fuera la que apelara a las vías legales o a las insurreccionales. [47] Fidel Castro y su Movimiento 26 de Julio tuvieron en Bohemia su plataforma política más visible en una época en que la revista reinaba en los hogares cubanos.

No es de extrañar que al triunfo revolucionario Castro firmara una nota manuscrita que rezaba: [48] “A la revista Bohemia mi primer saludo después de la victoria porque fue nuestro más firme baluarte. Espero que nos ayude en la paz como nos ayudó en nuestros largos años de lucha porque ahora comienza nuestra tarea más difícil y dura”.

Resultaba lógico que Miguel Angel Quevedo se tomara el triunfo revolucionario como cosa propia y que lo celebrara con aquellas famosas tres ediciones extraordinarias [49] de Bohemia conocidas como “Ediciones de la libertad” con una tirada de un millón de ejemplares cada una. O sea, uno por cada seis habitantes [50] lo cual resulta una enormidad desde cualquier punto de vista, incluido el propagandístico. Porque a la propaganda estuvieron dedicados aquellos tres números y los siguientes: por una parte, a ensalzar el régimen triunfante y, por la otra, a denostar el anterior, aunque para ello la publicación hubiera de caer en la exageración y la mentira. [51] Se repetía la situación de la caída de Machado, pero a un nivel mucho más decisivo debido a la influencia alcanzada por la revista. Fue Bohemia la que popularizó la falsedad de los 20 mil asesinatos del régimen batistiano lo que hacía parecer cualquier desmán cometido por el régimen triunfante como algo explicable y necesario. [52] Incluso hubo casos en los que la revista abandonó el más mínimo pudor periodístico como ocurrió al publicar la foto de un niño posando con restos de indígenas de cinco siglos atrás afirmando que la imagen correspondía al hijo de un esbirro batistiano jugando con las calaveras de las víctimas de su padre.

Pronto empezó a pagar Bohemia el precio de su entrega incondicional al nuevo régimen. Así, como ha señalado el investigador Abel Sierra Madero recientemente, [53] las respetadas encuestas que hacía la revista desde años atrás para medir la opinión popular sobre los distintos gobiernos dejaron de publicarse muy pronto. Y esto obedeció al detalle de que el nuevo gobierno había pasado del 90% de aprobación durante los primeros meses a un 65%, cifra que a pesar de representar un grado de aprobación razonable para cualquier gobierno democrático, no lo era para un régimen que pretendía contar con el apoyo de la totalidad de la población. Tampoco ayudaba a la imagen de respaldo total e incondicional que intentaba transmitir el régimen el detalle de que casi el 40% de los cubanos afirmaran desear elecciones en un futuro próximo. Mientras tanto, Bohemia justificó [54] cada una de las medidas revolucionarias apelando a todos los métodos que encontraba a mano incluido un artículo recordando que los famosos hermanos Graco, tribunos de la plebe romana, defendían la reforma agraria.

En los primeros meses del triunfo revolucionario Miguel Angel Quevedo, [55] debió ofrecer su apoyo por simpatía por el nuevo proceso para pronto comprender que el único modo de conseguir que su Bohemia sobreviviera en el nuevo estado de cosas era convertirla en un órgano incondicional de la propaganda del régimen. Atrapado en medio de esa disyuntiva terrible Quevedo pide asilo en la embajada de Venezuela en La Habana en el verano de 1960 aunque una publicación oficialista ha afirmado recientemente sin sonrojo que “el 20 de julio de 1961 Miguel Ángel Quevedo, a quien nadie perseguía ni hostigaba, abandonó la revista Bohemia y se asiló en la embajada de Venezuela”. [56] Desde el exilio Quevedo siguió publicando la revista, primero con el apellido “Libre” y luego sin este. Lo hizo durante nueve años más hasta que en 1969 acosado por las deudas [57] cede la revista al Grupo Armas y el 12 de agosto de ese año se suicida de un disparo en la sien.

En Cuba la revista se ha seguido publicando hasta hoy. En la actualidad Bohemia ha acumulado una década más desde la partida de Quevedo (62 años) que los 52 que van desde su fundación hasta que su dueño escapara del país (52). Cabe preguntarse cómo es posible que Bohemia haya sobrevivido donde tantas otras publicaciones republicanas desaparecieron. [58] La respuesta más evidente es que Bohemia no ha sido desde entonces sino un cascarón de lo que fue en su época de gloria. Un cascarón que no trata de disimular su condición de vocero de la propaganda castrista. Pero todavía así resulta curioso que el régimen insistiera en mantener con vida aquel rezago del pasado que encima llevaba un nombre tan decadente para los nuevos tiempos que se anunciaban. [59] Y es que Bohemia se había convertido en una costumbre tan cubana como la del cafecito por las mañanas y de alguna manera se decidió que entre tantos cambios debían mantenerse ciertas costumbres, aunque como el café, la Bohemia posterior a 1960 saliera aguada y supiera a rayos. [59] A veces las costumbres se bastan a sí mismas para persistir. Que la revista haya sobrevivido incluso a las estrecheces del período especial -crisis que arrambló con buena parte de las publicaciones oficiales- y a los reajustes vividos en los últimos treinta años es otra prueba del poder que tienen la costumbre y la inercia. [60] Bohemia es hoy parte integral de una rutina en la que deja de tener sentido preguntarse por el por qué de las cosas.

 

Friday, December 23, 2022

Bohemia, la revista que era Cuba

Los días 3 y 4 de diciembre el Centro Cultural Cubano de Nueva York celebró su vigésimo primera Conferencia Anual con el títtulo La historia del periodismo en Cuba y en el que participaron numerosos especialistas. Entre las conferencias ofrecidas está la de nuestro colega Enrique Del Risco "Bohemia, la revista que era Cuba" donde resume la trayectoria de la revista más popular de la era republicana.



Tuesday, December 20, 2022

El castrismo, una farsa que persiste

Por Pedro Corzo

Al totalitarismo castrista indudablemente más severo que el marxista, nunca le han faltado defensores o quienes al menos, pretenden hacer menos notables sus crímenes y desaciertos. 

El castrismo desde el primer día de gobierno logró extender sobre sus numerosos crímenes, encarcelamientos sin el debido proceso, fusilamientos, persecución a los homosexuales, confiscación de medios informativos y otras empresas, una especie de manto que impedía a sus partidarios nacionales y extranjeros ver la realidad de lo que acontecía en Cuba. 

Todavía hoy, a casi 64 años después, esa alfombra mágica persiste para no pocas personas, que no solo pasan por alto el verdadero acontecer insular, sino que promueven la ignorancia de lo que ha significado la tragedia del totalitarismo castrista para Cuba y los cubanos, sin que falten aquellos que, sin defender la dictadura, buscan esfumar la lucha que un amplio sector de la población ha protagonizado contra el régimen.  

Es penoso apreciar como hay sujetos que se empecinan en disminuir los padecimientos de los cubanos, ignorando a voluntad acontecimientos que reflejan la alta criminalidad e ineptitud de un régimen de oprobio, que ha sumido al país en la destrucción. 

Recientemente la profesora Susan Ecktein presentó su libro “Cuban Privilege, the Making of Immigrant Inequality in America”, en el que afirma que los inmigrantes cubanos en los Estados Unidos no son auténticos refugiados ni exiliados, una falta absoluta de respeto a la verdad histórica como demostró el doctor Orlando Gutiérrez Boronat, quien con hidalguía y argumentos contundentes, rebatió la afirmación de una académica, que por suerte para ella, no ha tenido que padecer la servidumbre totalitaria. 

Desgraciadamente no son pocos los cubanólogos, algunos nacidos en la Isla, que en diferentes etapas de su vida han servido consciente o inconscientemente al castrismo, aunque de seguro que no faltan quienes prestaron servicios por motivos ideológicos, privilegios o beneficios económicos, objetivos para los cuales se creó el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, una dependencia de la cual han disfrutado muchos intelectuales y políticos latinoamericanos como en su tiempo lo hicieron los desaparecidos Salvador Allende y el poeta Mario Benedetti, quien llego a decir que “Matar es un agrio deber revolucionario”. 

En honor a la verdad el régimen cubano creo a muchos artistas e impulsó la carrera de no pocos políticos y dirigentes sociales, también de más de un intelectual que bajo la sombra del castrismo cosecharon méritos a través, como afirma el escritor José Antonio Albertini, de una especie de Club de la Mutua Alabanza, que pagaba el pueblo cubano en las cárceles y paredones, aunque más de un doctor, licenciado o PhD, lo ignore. 

Al parecer la mayoría fueron cautivados por el supuesto David, amparado por la Unión Soviética, que retaba a Goliat. Ingenuos idealistas, también hubo muchos oportunistas, que se creyeron el cuento del trabajo voluntario, que los bienes eran del pueblo y que las vitrinas del castrismo, educación, salud y deporte, eran ciertas, cuando en realidad lo poco verdadero de esa propaganda, fueron consecuencias del subsidio multimillonario de la URSS, no por la capacidad de crear riquezas del castrismo.  

Es imposible entender cómo a pesar de sucesos como el hundimiento del remolcador 13 de marzo y el más reciente naufragio provocado por un guardacostas cubano de una lancha que transportaba personas hacia Estados Unidos, causando la muerte de varias personas, entre ellas una niña de dos años, todavía existan personas que no entiendan la realidad cubana.  

Sin embargo, para beneficio de la causa democrática cubana y para continuar honrando a nuestros numerosos mártires contamos con hombres como Orlando Gutiérrez, un intelectual sólido que cumple el precepto martiano de “Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir”. 

Es nuestro deber demostrar constantemente que no hemos abandonado nuestro país para buscar una vida mejor sino porque vivir en Cuba, como afirma nuestro himno nacional, “En cadenas vivir es vivir en afrenta y oprobio sumido”. La tiranía debe terminar y es hora que los ciegos y sordos empiecen a ver y escuchar.

Tuesday, November 22, 2022

La Enmienda Platt ante la historia de Cuba, confrontando al antimperialismo doctrinario

A propósito de la biografía de Oswaldo Payá por David E. Hoffman.

Por: Vicente Morín Aguado.

Adelantándonos a la esperada traducción al español de Give me Liberty, The true Story of Oswaldo Payá and his daring quest for a free Cuba ̶ Simon & Schuster 2022 –, repasamos las 143 páginas iniciales, recuento de la corta vida republicana en Cuba (1902 a 1959), preámbulo necesario para comprender la llegada al poder de Fidel Castro y las posteriores motivaciones del emblemático opositor a la dictadura más larga en la historia de Occidente.


Payá recibió en 2002 el premio Sajárov del Parlamento Europeo, encontrando la muerte una década después en oscuras circunstancias que el gobierno sucesivo de los dos hermanos Castro se ha negado a esclarecer.

El texto introductorio resulta un buen ejemplo de cómo es apreciada hoy la historia de Cuba, en particular de sus relaciones con Los Estados Unidos, vista desde el norte con la honestidad intelectual de un reconocido periodista.

Tal parece que muchos estadounidenses virtuosos sienten algo de culpa al abordar el asunto, por tanto es necesario comentar el tema sin prejuicios, a la luz de los hechos.

Al comenzar, leemos sobre la controvertida Enmienda Platt, aprobada en el capitolio de Washington como parte de la Ley de asignaciones al ejército de 1901, impuesta a la Asamblea de 31 cubanos que en abril de ese año redactaban la carta magna de la república en ciernes.

Tratándose de la soberanía de una nación, el texto era inaceptable, porque de entre seis lacónicos artículos, el tercero decía que: “los Estados Unidos puedan ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual”.

De paso, se obligaba al naciente estado a ceder hasta 4 puntos de su territorio con el objeto de establecer bases navales norteamericanas y, agregando presión a su declarado dominio sobre el país que es, geográfica e históricamente un archipiélago, la posesión de la Isla de Pinos, parte del territorio nacional, estaría sujeta a discusión futura por tratado.

Recordemos que al firmarse el Tratado de París–diciembre de 1898–, la rendición de España ante los EE. UU determinó para Cuba la ocupación militar de su territorio por el ejército del país vencedor. Simple y llanamente, Leonard Wood, gobernador designado, les dijo a los constituyentes que las tropas interventoras no abandonarían el país si el apéndice votado en Washington no era incluido en la constitución.

Hoffman cita dos cartas de Wood a dos figuras claves de su gobierno, el secretario de guerra, Elihu Root y el presidente Theodore Roosevelt. Al primero le dice: "Estos hombres son todos sinvergüenzas y aventureros políticos cuyo objetivo es saquear la isla". Médico de cabecera de dos presidentes anteriores al momento de ser enviado a Cuba, le escribe al mandatario del momento: "La gente aquí, Sr. Presidente, sabe que no están listos para el autogobierno".

Digamos que esa era la opinión del influyente Wood, pero no necesariamente la de sus interlocutores más poderosos que él. Si mal había un sector imperialista, insuflado por la reciente victoria ante una potencia europea en pleno declive, otros políticos eran pragmáticos y hasta los había claramente simpatizantes del pueblo cubano.

Roosevelt combatió junto a sus Rough Riders en la enconada batalla de la Loma de San Juan, Santiago de Cuba, donde centenares de cubanos, integrados en el ejército libertador, los llamados mambises, junto a los estadounidenses, derrotaron al tenaz defensor ibérico. 

Los patriotas de la Isla estaban organizados militarmente a lo largo de su país, su número rondaba 5 mil efectivos, con experimentados jefes, capaces de hazañas como la invasión de oriente a occidente entre 1895-1896, comparada en la prensa de Nueva York con la marcha de Sherman durante la guerra civil.

La vocación civilista democrática de los rebeldes anticolonialistas era de larga data, apenas iniciada la primera contienda en 1868, se creó una república con poderes civiles dominantes sobre el ejército insurrecto. Cuba no era Puerto Rico o Las Filipinas, ganadas igualmente durante esta breve guerra contra la corona de Madrid, tal realidad influyó notablemente en las relaciones entre ambos países.

De paso, no olvidar que anterior a la enmienda imperialista del influyente senador por Connecticut, estaba una Joint Resolution, votada en el mismo cónclave donde oficiaba Platt, con la significativa afirmación de que “El pueblo de Cuba es, y de derecho, debe ser libre e independiente.”

El autor de la biografía de Payá se extiende con Wood, refiriendo otra carta al célebre hombre del Big Stick, fechada en 28 de octubre de 1901: “Por supuesto, que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es buscar la anexión.”

Reproducimos otros párrafos de la misiva en cuestión porque el texto indica otros propósitos, además del anexionista:

“…creo que no hay un gobierno europeo que la considere por un momento otra cosa sino lo que es, una verdadera dependencia de los Estados Unidos, y como tal es acreedora de nuestra consideración. Con el control que sin duda pronto se convertirá en posesión, en breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. La isla se norteamericanizará gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo…”

El desprecio, la subestimación del gobernador hacia los cubanos es indignante, razón que le induce al error, valorando inadecuadamente la realidad, algo que, reitero, no hicieron sus superiores en la Casa Blanca.

De momento, subrayamos que, para la potencia americana emergente era lógico reafirmar su espacio propio frente a otros imperialismos y esta decisión no ha de confundirse con la intención anexionista tan manifiesta en el afamado médico militar.

De imperialismos y como consecuencia, el antimperialismo, es bueno recordar una verdad sencilla: la confrontación se remonta a los orígenes de la civilización, está presente en todas partes y épocas hasta hoy, y por lo vivido, así será en las próximas décadas. Centrar esta confrontación en los Estados Unidos es una visión perturbadora, una evidente manipulación política con propósitos espurios.

La manifestación más clara de lo que acabamos de decir, de importancia capital para entender la historia de Cuba, es el antimperialismo doctrinario, cuya génesis está en Lenin, autor del célebre opúsculo titulado El Imperialismo, fase superior del Capitalismo, publicado en Rusia en 1917, semanas después de bajarse del tren inmortalizado en la literatura por Stefan Zweig.

Lenin, una vez en el poder, creó la III Internacional, encargada de difundir el nuevo antimperialismo, cuyo enfoque latinoamericano apuntaría hacia Los Estados Unidos. Al paso del tiempo, los comunistas se han encargado de borrar los demás imperios, sobre todo los creados por ellos mismos, mencionando a uno solo, Los Estados Unidos. Europa imperial, sacándose de encima tan inoportuna estigma de su propia historia, ha sido cómplice, junto a otras potencias, en esta peculiar maniobra política planetaria.

Regresando a Cuba, tuvimos antes que el líder bolchevique preclaros antimperialistas nada doctrinarios, porque no afirmaban como Vladimir Ilich el fin inexorable del capitalismo junto a la obligada dictadura del proletariado, menciono a los tres líderes principales de lo que se llamó “La Revolución de Independencia”, según palabras de dos de ellos: José Martí y Máximo Gómez.

La frase y concepto alude al Manifiesto de Montecristi, de elaboración martiana, firmado por el fundador de nuestra nación, junto a quien fuera, y por elección de sus soldados, no por designación o auto proclama, General en Jefe del Ejército Libertador de Cuba, Máximo Gómez, un dominicano quien acompañó y firmó junto a Martí el citado documento, de hecho, la segunda declaración de independencia cubana, el 25 de abril de 1895 en la pequeña villa homónima de su país natal.

En el documento, Martí y Gómez afirman: “…Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo…”

Era un anticipo glorioso del papel político internacional que el pensamiento martiano asignaba a la nación que pretendía fundar al iniciar una nueva etapa de guerra contra España. He afirmado intencionalmente Martí y Gómez porque nuestra historiografía atribuye el pensamiento de este documento trascendental al gran intelectual cubano, menospreciando a su amigo, compañero de armas, el General Gómez, como si el dominicano fuera un iletrado, firmante de documentos que no entendía o no compartiera las ideas que refrendaba.

Gómez fue también antimperialista, aunque mantuviera la firme decisión de no ser protagonista en la política doméstica una vez instaurada la república. De entre muchos, recuerdo el testimonio de Orestes Ferrara, quien llegara a presidente de la Cámara de Representantes, el cual menciona en sus memorias la opinión del militar dominicano al comentar sobre la ocupación yanqui: “Estaré agradecido de los americanos sólo cuando cumplan su promesa, y si la cumplen con decencia, sin agraviar al cubano. De lo contrario, seré un enemigo de ellos como lo he sido de los españoles.”

Nos resta Antonio Maceo, segundo al mando del ejército libertador, de piel negra, nacido libre en los campos de Cuba, quien dejó claras manifestaciones de rechazo a la posible anexión de su país a los Estados Unidos.

Si hemos de agregar otro argumento, reconforta saber que aún a pesar de la clara advertencia de Míster Wood, la Enmienda Platt fue aprobada por la Asamblea Constituyente con 16 votos a favor y 11 en contra, de los 31 posibles.

La República llegó, al fin, el 20 de mayo de 1902, con Tomás Estrada Palma de primer presidente. Hablamos de un maestro de escuela, quien había sido uno de los sucesivos presidentes de la república en armas, también prisionero de los españoles, exiliado en los EE. UU donde adquirió la ciudadanía, creando una prestigiosa escuela privada en Central Valley, cerca de Nueva York.

José Martí lo había rescatado para su nuevo proyecto independentista, al fundar, también exiliado, el Partido Revolucionario Cubano, del cual fuera Estrada Palma Delegado, electo sustituto del apóstol de nuestra independencia al marchar este último junto a Máximo Gómez a los campos de la patria avasallada.

Nacía la República con himno, bandera, escudo, presidente, dos cámaras legislativas y demás atributos al buen estilo norteamericano, incluyendo el sufragio universal para varones, sin distinciones legales, fueros u otras formas de discriminación que vergonzosamente prevalecían en buena parte del país vecino, de cuyo protectorado no podía escapar, asegurado bajo enmienda constitucional.

Muy pronto se pondrían a prueba tales libertades y sus limitaciones.

El exprofesor de Central Valley gobernó 4 años con reconocida honestidad administrativa, dejando un superávit de casi 20 millones de dólares a la hacienda pública. Decidió que no hacía falta un ejército nacional, mejor era una tropa de maestros. La peyorativa y absolutista afirmación de Leonard Wood sobre los cubanos quedaba así desmentida, pero hubo sus peros y de muy mala manera.

Llegadas las nuevas elecciones, Don Tomás decidió que debía reelegirse incondicionalmente, creando para ello lo que llamó el “gabinete de combate.” Hubo fraude electoral ante la evidente victoria de sus opositores liberales, los cuales se alzaron en armas, fresca todavía la belicosidad contra el autoritarismo que habían combatido los cubanos durante décadas de enfrentamientos con la corona española.

El primer presidente se mantuvo en sus trece, negándose a un acuerdo con la oposición. Ante la posibilidad real de perder el poder, paradoja de nuestra historia, no serían los americanos imperialistas quienes invocarían el artículo tercero de la consabida enmienda, lo invocó directa y personalmente Tomás Estrada Palma.

Es notorio que Teddy Roosevelt le escribió a su homólogo cubano:

“Bajo su Gobierno, y durante cuatro años, ha sido Cuba república independiente. Yo le exhorto, en bien de su propia fama de justo, a que no se conduzca de tal suerte que la responsabilidad por la muerte de la república, si tal cosa sucediere, pueda ser arrojada sobre su nombre. Le suplico proceda de manera tal que aparezca que usted, por lo menos, se ha sacrificado por su país y que lo deja aún libre cuando abandone su cargo.”

El Icónico presidente representado en los libros de historia comunista con un Garrote al hombro, termina su carta así:

“Mando, al efecto, a La Habana, al Secretario de la Guerra Mr. Taft y al subsecretario de Estado Mr. Bacon, como representantes especiales de mi gobierno, para que presten la cooperación que sea posible a la consecución de evitar la intervención”.

El 28 de septiembre de 1906 Estrada Palma renunció, acompañado de su consejo de ministros, a sabiendas de la presencia en La Habana de la alta representación gubernamental norteamericana cuya única opción fue asumir provisionalmente el poder de acuerdo a las obligaciones derivadas de la controversial enmienda que había invocado el Cubano.

De momento Taft gobernaba a Cuba, designando al abogado Charles Magoon para el cargo, con la expresa misión de ejecutar un censo minucioso de población, leyes complementarias imprescindibles para la administración interna, hasta entonces postergadas y, celebrar próximas elecciones.

Todas las facciones aceptaron de buena gana la intervención, que entre otros detalles, mantuvo flotando el pabellón cubano, evitando herir la sensibilidad patriótica nativa de ver nuevamente flotando en los espacios públicos la bandera de las muchas estrellas. Excepto el gobernador Magoon y algún que otro consejero, los cargos gubernamentales fueron ejercidos por cubanos.

Una vez terminado el censo en 1907, al año siguiente hubo elecciones, desde las municipales hasta las presidenciales, ganando ampliamente el Partido Liberal, que elevó a la presidencia al general de la guerra de independencia José Miguel Gómez. Es bueno recalcar que aún no había un ejército nacional, el cual comenzó a crear este nuevo presidente al asumir su mandato un año después.

Detalles importantes fueron la presencia de representantes a la cámara y senadores negros, parte de la promoción alentada por los liberales, inclusive, el gobernador norteamericano legalizó un partido político nuevo, conocido bajo el nombre de Independientes de Color (PIC), cuya ejecutoria nos lleva a un nefasto momento de la historia republicana igualmente vinculado a la Enmienda Platt.

Los Independientes de Color proclamaban el justo derecho a la abolición de toda forma de discriminación racial, práctica evidente y extendida en la sociedad, aunque fuera constitucionalmente ilegal. Negros y mestizos en general estaban en clara desventaja, escasa representación de acuerdo a su proporción poblacional, herencia de un país que fuera esclavista hasta solo 15 años antes de su independencia.

José Martí, antimperialista nada doctrinario, profundo humanista y demócrata, había advertido el problema, al escribir las Bases del Partido Revolucionario Cubano, creado en el exilio de Tampa y Cayo Hueso. Era muy preciso al respecto el artículo cuarto:

“El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legitimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud.”

Sin embargo, lo contradictorio era que los líderes del PIC apelaban a la exclusividad racial al crear su agrupación política, lo que generó una repulsa generalizada, cuyo clímax sería una ley aprobada por iniciativa de un Representante a la Cámara de piel oscura, el culto periodista Manuel Morúa, declarando fuera de la ley cualquier agrupación política promotora de la exclusividad étnica, racial o de otro tipo.

La guerra por la independencia había juntado en los campos de batalla contra el colonialismo a los cubanos sin distinciones raciales, pese a los prejuicios indudables e inevitables, hubo generales negros, algunos redactores de la constitución también y ya se ha dicho, el congreso contaba con miembros de esa coloración de la piel.

En 1912, un periódico muy influyente, El Veterano, editado por los excombatientes libertadores, publicó un titular elocuente y lapidario para los independientes de color:

“Ni blancos ni negros, solo cubanos”.

Pero los dirigentes del PIC, algunos de ellos prestigiosos veteranos, se mantuvieron en sus posiciones, llegando a un extremo que pudiéramos calificar de inmadurez política: se fueron a Washington, recordando que durante la recién concluida intervención les habían legalizado, solicitando ante el Secretario de Estado Knox, interceder a su favor presionando al gobierno de la Isla. El colmo fue escribirle una carta con similares objetivos al presidente Taft, quien nada hizo por apoyarlos, dejando el asunto en manos cubanas.


Viendo que no prosperaban sus aspiraciones, los dirigentes del PIC amenazaron con irse a las armas, presentando un ultimátum a José Miguel Gómez, empeñado entre otras tareas, en la creación del ejército nacional.

El 20 de mayo de 1912 estalló la insurrección al tomar los rebeldes armados la pequeña ciudad de La Maya, en el oriente. El fantasma de la intervención rondaba porque los alzados estaban exigiendo contribuciones a varios propietarios agrícolas, entre ellos azucareros, y el nuevo gobernante decidió estrenar sus recién creadas tropas.

Otra vez eran los mismos cubanos quiénes acudían a la Casa Blanca para que mediara en sus conflictos internos. Lo peor fue que la pretendida insurrección no pasó de una decenas de belicosos insurrectos, sin embargo, la respuesta, cargada por los prejuicios raciales, sería atroz: los cronistas calculan los muertos por centenares, algunas fuentes hablan de hasta 3 mil negros y mestizos ultimados en los campos.

Fue una matanza indiscriminada, sin justificación plausible, que manchó el gobierno de José Miguel Gómez, cuyo balance era positivo en varias esferas de la vida nacional.

Repasando el articulado de la Enmienda Platt, debemos abordar otros aspectos de su real incidencia sobre nuestro país.

El acápite sobre las bases navales quedó finalmente en una sola locación de las 4 previstas, la conocida Base de Guantánamo. La existencia de tal instalación jamás fue cuestionada por gobierno cubano alguno hasta la llegada de Fidel Castro, a pesar de que la Enmienda fue oficialmente derogada en 1934.

No existe una justificación real para decir que se trata de un asunto imposible, los Estados Unidos han negociado, y renunciado, a instalaciones militares de mucho mayor valor que la preterida, casi inoperante base guantanamera, inclusive frente a gobiernos antimperialistas amigos de Castro. Basta citar el canal de Panamá. Sencillamente, se ha interpuesto el antimperialismo doctrinario, patológicamente antinorteamericano, del intransigente barbudo verde olivo.

Nos resta el peculiar caso de la Isla de Pinos, un territorio al sur de la Isla mayor de Cuba, nada desdeñable con sus 2200 km2 de extensión. Geográficamente es parte de la plataforma insular cubana e históricamente fue dependencia española de La Habana desde la temprana colonización de Cuba.

El artículo plasmado en el apéndice plattista seguía las pautas del tratado de París, en la práctica, nada cambió porque jamás Washington ejerció su autoridad sobre el territorio y sus habitantes, que en aquella época llegaron a unos 3 mil. Desde 1901 y sucesivamente, las autoridades municipales de administración, justicia, policía y militares, fueron siempre cubanas.

En la capital, al firmarse entre Cuba y los EE. UU un tratado permanente de relaciones, formalizando lo escrito en la Enmienda Platt, se pasó a negociar el asunto de las bases navales, acordándose de inmediato y paralelo, un segundo tratado por el cual el gobierno norteamericano renunciaba a todo derecho de soberanía sobre la Isla de Pinos.

Era el año 1903 y al siguiente, 1904, los plenipotenciarios John Hay por la parte gringa y Gonzalo de Quesada por la criolla, formalizaron lo antes acordado en el llamado Tratado Hay-Quesada sobre Isla de Pinos. Inmediatamente el senado cubano lo ratificó, el del vecino norteño tardó hasta 1925 en hacerlo, dando vientos a la creciente bandera antimperialista dentro del archipiélago caribeño.

El limbo legal creado por la demora estadounidense en ratificar lo que era un hecho y un derecho, alimentó la inmigración de colonos norteamericanos, ante la creencia, fomentada por inescrupulosos especuladores de tierras (real states), de que la ínsula sureña era o muy pronto sería territorio norteamericano.

En 1905, un centenar de colonos yanquis se reunieron en Nueva Gerona, capital pinera, solicitando a la Casa Blanca la intervención a su favor. La respuesta de Elihu Root los dejó sin aliento. Copio fragmentos de la carta enviada al presidente de la asociación de colonos por quien era entonces Secretario de Guerra y Estado:

"La Isla de Pinos se halla legalmente sujeta a la jurisdicción y Gobierno de la República de Cuba, y usted y sus asociados están obligados a obedecer las leyes del país en tanto permanezcan en la Isla. El Tratado que se halla actualmente pendiente ante el Senado, si se aprueba por ese Cuerpo, renunciará a todo derecho de parte de los Estados Unidos a la Isla de Pinos. El Tratado únicamente concede a Cuba lo que es suyo, de acuerdo con el derecho internacional y la justicia." (Elihu Root, 27 de noviembre de 1905)

Pasaron dos años y, insistiendo en sus pretensiones, uno de los colonos de mayor preminencia, Míster Samuel H. Pearcy, estableció una demanda contra la aduana de Nueva York, reclamando el derecho a no pagar aranceles de importación para tabacos fabricados en la Isla de Pinos, por considerarlos hechos en territorio legalmente de los EE. UU.

El pleito Pearcy Vs. Stranahan, concluyó con una sentencia definitoria del Tribunal Supremo declarando que: “el gobierno cubano ejerce legítimamente la soberanía sobre la Isla de Pinos” y que “este gobierno [de los Estados Unidos] nunca ha tomado, ni ha intentado tomar, esa posesión de hecho y de derecho que es esencial para hacerla nacional.”

En fin, dos de los tres poderes constitutivos de la nación dejaban sin efecto el consabido artículo de la Enmienda Platt, que en la cotidianeidad, carecía de valor alguno.

Finalmente, el 13 de marzo de 1925 fue ratificado el Tratado por los senadores de Washington. En La Habana un joven líder comunista, abiertamente afiliado a la III internacional, convocó a una reunión pública, argumentando que los cubanos nada debíamos agradecerle a los Estados Unidos por el gesto.

Su argumento principal, escrito en octavillas, era el siguiente:

“El darnos a Isla de Pinos es un acto natural, siempre fue nuestra.”

Hasta aquí, repetía lo dicho por Elihu Root a sus compatriotas cuando le reclamaron el supuesto derecho sobre la Isla 20 años atrás, sin embargo, Mella agregaba la cantaleta doctrinaria, inflamada por el apéndice constitucional vigente:

“Isla de Pinos es de Cuba pero Cuba no es libre. Los capitalistas yanquis poseen la tierra, las industrias, esclavizando al pueblo; y el gobierno de Washington, con la Enmienda Platt y con el abuso de la fuerza tiene convertida a la Isla en una colonia. Estudiantes, gritemos: ¡abajo el imperialismo yanqui!”

La Enmienda Platt fue finalmente derogada, por inoperante, y contraproducente además, de acuerdo a la nueva política de otro presidente de apellido Roosevelt, Franklin, el 29 de mayo de 1934.

La segunda parte de este ensayo abordará, rememorando la imprescindible presencia de Oswaldo Payá, otra enmienda a las constituciones cubanas, cuya resonancia para la libertad es mucho mayor, está vigente y coacciona hasta con la pena de muerte las acciones por restablecer la democracia en Cuba.

Saturday, November 5, 2022

"Salí de Cuba con la soga al cuello”: entrevista a Manuel Reguera Saumell*

Por William Navarrete

PARÍS, Francia. – Nació en el antiguo central azucarero Francisco cuando Gerardo Machado comenzó su primer mandato (1928), estudió Arquitectura en la Universidad de La Habana, trabajó en el Plan Director de La Habana como urbanista, escribió piezas de teatro muy exitosas y hace más de medio siglo que salió de Cuba rumbo a Barcelona, tierra de sus ancestros paternos, en donde ya había vivido de niño. Es Manuel Reguera Saumell y su novela La noche era tan joven y nosotros tan hermosos es probablemente uno de los libros más reveladores de los años que precedieron el triunfo de la Revolución de 1959 con una intriga en la que el ingrediente homoerótico (el cambio de orientación sexual de uno de los personajes de la trama) lo convierte en un agudo narrador en este ámbito.

Reguera Saumell es el autor de la obra que mejor describe la vida circense en la Cuba republicana. El circo era el único espectáculo que llegaba a los pequeños pueblos de la Isla. Su pieza Tulipa (llevada al cine luego por el director Manuel Octavio Gómez) es la obra por excelencia que rinde homenaje a tantos artistas circenses que hicieron soñar a miles de niños en los campos de la Cuba de otros tiempos.

Pude entrevistarlo en medio de varias peripecias y tuvimos que posponer nuestro intercambio porque se infectó de COVID-19, enfermedad que rebasó a sus 93 años.


―Cuéntame de Francisco y de la vida en ese pueblo recóndito en torno a un central azucarero cubano en la década de 1930.

―Francisco fue el nombre del fundador de la fábrica de azúcar, el asturiano Francisco Rionda Polledo, quien la construyó en 1899 a pocos kilómetros del puerto de Guayabal, al sureste de Camagüey, y que hoy se llama Amancio Rodríguez. Después de la división administrativa de la Isla de 1976 ese sitio ha quedado en la provincia de Las Tunas. Una hermana de Francisco se casó con Alfonso Fanjul, el abuelo de los Fanjul actuales, y por esa razón cuando nací ya el central estaba en el giro de este poderoso consorcio azucarero en el que entrarían luego, por alianzas maritales, los Gómez-Mena. Pero lo más conocido de ese sitio ha sido desde entonces la canción de Benny Moré “Francisco-Guayabal”, que todo el mundo ha escuchado, inspirada en el tramo que recorre el tren entre el central y el puerto.

Lo que queda del central Franciso, hoy Amancio, en Las Tunas (Foto: Cortesía)


Francisco era esencialmente un pueblo de estilo norteamericano. Todo recordaba la organización de una comunidad del sur de Estados Unidos en que las infraestructuras, el urbanismo, las construcciones de casas de maderas con techos de zinc a dos aguas y la vida cotidiana eran más americanas que cubanas. Ese tipo de pueblo era muy corriente en la antigua provincia de Oriente (Chaparra, Macabí, Banes, Felton, Nicaro, Preston, etc.). En el batey (casas y comercios en torno a un ingenio) mi abuelo materno era el empleado más viejo de la fábrica de azúcar y mi padre, un catalán originario de Canyellas, naturalizado en Cuba, tenía una quincallería llamada La Postal en la que se vendía todo tipo de productos.

Cuando nací me llevaron a vivir a Canyellas (un pueblo al sur de Barcelona en donde mi abuelo paterno era el maestro de la escuela) y allí viví hasta los ocho años. De modo que regresé a Francisco en 1936 y terminé mis estudios primarios en el ingenio.

―¿Consideras que el germen de tu obra futura se debe a la vida en Francisco?

―Excepto el circo, que sí ocupa el centro de mi pieza Tulipa, la infancia en aquel pueblo es algo que he querido borrar de mi memoria. No creo que haya tenido una infancia feliz. Yo era tímido, huraño y feo, y solo quería pasar desapercibido. Para colmo, en mi familia, supongo que como en todas las familias, había problemas. Me daba clases un cura apellidado Falgueras que había colgado el hábito para unirse a una monja carmelita que, aunque no lo creas, se llamaba Carmelita. La monja era alcohólica y se refugiaba en mi casa a pasar sus melopeas porque era una protegida de mi tía.

De aquel paisaje recuerdo los paseos con mi padre que tenía un barquito en el puerto de Guayabal con el dentista y el médico del pueblo. Me llevaba de excursión por la cayería de los Jardines del Rey y de la Reina y lo único que recuerdo es que detestaba profundamente aquellas expediciones en sitios que ahora la era castrista ha descubierto para el turismo, pero que en aquel entonces permanecían completamente vírgenes y plagados de mosquitos.

―A tu infancia en Francisco siguieron tus estudios secundarios y el bachillerato en los Escolapios de Camagüey.

―A los 14 años me internaron en Camagüey para estudiar en los Escolapios de esta ciudad. Fueron cinco años de encierro en los que el único contacto con el mundo exterior eran las misas en la hermosa iglesia neogótica del internado. Entonces pasaba los fines de semana más aburridos del mundo en casa de mis padres en Francisco. No recuerdo nada especial de aquel plantel de curas. Todo era estúpidamente normal. El único un poco diferente era el padre Ullastres, que impartía música y se había dado cuenta de que yo era un poco diferente de mis compañeros de plantel, casi todos guajiros catetos, enviados por sus familias adineradas a estudiar en aquel instituto. El único alumno que sabía que Beethoven no era un jugador del equipo Almendares era yo. Por eso el padre Ullastres me llevaba al Teatro Principal y en ese mismo sitio me presentó al gran Jorge Bolet después de haber interpretado a Chopin durante un concierto inolvidable. Los Escolapios se caracterizaba por tener un equipo de baloncesto muy bueno, pero a mí no me interesaba el deporte. Es más, cada año teníamos que hacer un espectáculo en un estadio, que llamaban field-day, y había que practicar ejercicios de calistenia para aquel aburrido show. Mi interés era tan escaso que siempre me equivocaba de movimiento.

―Fue entonces, al finalizar tu bachillerato, que decidiste estudiar arquitectura y, para esto, te instalaste en La Habana y matriculaste en la Universidad. ¿Qué recuerdos tienes de aquel periodo?

―Empecé a estudiar en la Universidad a principios de 1950. Me gradué de arquitecto con especialidad en urbanismo. En esa época vivía en 25 y N, en El Vedado, pues era el barrio en donde cursaba estudios. Parte de mi estancia en la Escuela de Arquitectura coincidió con los movimientos estudiantiles contra el gobierno de Batista. Había dos grupos: los del 26 de Julio y los del Directorio Estudiantil que dirigía José Antonio Echeverría, hasta que el primero absorbió prácticamente al segundo. Echeverría también empezó sus estudios de arquitectura en 1950 y era compañero mío de clases. Muchas veces le pasaba mis notas porque él faltaba con frecuencia ya que estaba en todo ese rollo político. Hasta que lo mataron en 1957 como todo el mundo sabe. Para vergüenza mía nunca participé, ni me inmiscuí, en nada de eso.

Además, la universidad era un relajo pues abría y cerraba constantemente. La prueba es que comencé en 1950 y ocho años después todavía no me había graduado. Eso hizo que dos de las asignaturas que me faltaban las terminara tras el triunfo de la Revolución. Mi tesis de grado fue en un pueblo llamado Jaruco, en el campo de La Habana, en donde tuve que trazar el Plan Director. Una labor que creo que ejecuté francamente bien.

―¿En qué condiciones te sorprende el triunfo de la Revolución de 1959?

―Yo fui de los imbéciles que creyó en aquel triunfo. En esa época ya había empezado a trabajar en el Plan Director de La Habana, en el ámbito del urbanismo, y el triunfo de la Revolución coincidió con un periodo de gran creatividad, al menos en lo que me tocaba. Hubo un momento en mi vida, ya en 1959, en que alternaba mis actividades como arquitecto (por las mañanas) con las de asesor del Conjunto Dramático Nacional de Teatro que dirigía Gilda Hernández (por las tardes).

En 1961, la Unión de Escritores de la Unión Soviética hizo una invitación para que escritores de la Isla fueran a visitar Moscú y entonces Marta Arjona (que era buena amiga mía) me envió junto a Onelio Jorge Cardoso. Estuvimos un mes allí, pero con la crisis de Bahía de Cochinos nos obligaron a regresar. Mientras a mí todo lo que vi en la Unión Soviética me pareció tremenda basura, Onelio, que era comunista, estaba encantado y me decía que aquello le parecía un cuento de hadas. No me explico cómo.

El dramaturgo, novelista y urbanista cubano Manuel Reguera Saumell
Manuel Reguera Saumell con el grupo de teatro aficionado del Ministerio de la Construcción, en 1965 (Foto: Cortesía)


―¿Es entonces cuando te metes de lleno en el teatro y escribes tus primeras piezas?

―En realidad, mi estancia en la universidad coincidió con mis primeros pasos como dramaturgo. Fue Rine Leal (muy buen amigo mío) quien me pidió que escribiera una obrita para sus alumnas. Lo hice y la titulé Sara en el traspatio. Cuando Rine la leyó consideró que valía la pena que la ampliara a tres actos. En 1959, obtuve con ella el primer premio nacional que daba la Dirección Nacional de Teatro. La puesta en escena fue de Rubén Vigón y se estrenó en el Teatro de Bellas Artes, un 23 de abril de 1960, con un reparto inicial en el que estaban Mary Munné, Rosa Felipe y Lidia Hernández, aunque más tarde se volvió a escenificar con otros actores entre los que recuerdo a Lida Triana, Octavio Álvarez, Mercy Lara y Marianela Rosa.

Como había ganado aquel premio la llevaron por diferentes teatros de ciudades y pueblos de provincias, pues conectaba muy bien con el público ya que tenía algo de telenovela y en aquella época la gente era aficionada a este género. Rine decía que él me consideraba “el cronista del pueblo”, lo cual nunca supe si debía tomarlo como un elogio. Fue entonces que se puso en el teatro Arlequín, dirigida también por Vigón, y esta vez con María de los Ángeles Santana, Juanita Capdevila, Miguel de Grandy, Carmelina Banderas, entre otros.

El dramaturgo, novelista y urbanista cubano Manuel Reguera Saumell
Manuel Reguera Saumell con el elenco de “Las Máscaras” compuesto por Antonia Rey y Miriam Gómez. En segundo plano, Silvio Falcón, Andrés Castro y Silvia Planas, ICAIC, 1967 (Foto: Cortesía)


Luego, en 1961, vino El general Antonio estuvo aquí, interpretada por Ernesto Contreras, Melva Rojo, Carlos Peña, Mequi Herrera y otros que olvido y que pasaron por la sala de El Sótano. Le siguió Recuerdos de Tulipa, en 1962, también en El Sótano, dirigida por Vigón y con Idalia Anreus, Bernardo Menéndez, Dora Marbritt, Jorge Losada, Sindo Triana y Sandra Gómez. Por último, de ese periodo, La calma chicha (1963) por el Teatro Experimental de La Habana y con Verónica Lynn e Idalia Anreus.

Cuando ocho años después decidí abandonar el país, el oficial de Emigración decidió que cuatro piezas mías (Propiedad particular ―premio UNEAC―, Copérnico, La hora de los mameyes ―para televisión― y Quirino con su tía) debían ser revisadas y las echó en un cesto de basura antes de mi salida. Por supuesto, nunca más aparecieron y hoy las doy por perdidas.

Debo decir que debo al interés y dedicación de Rosa Ileana Boudet que se hayan salvado mis otras cinco piezas pues fue ella quien las rastreó en revistas, libretos y otras fuentes y las reunió en un libro que publicó por Ediciones de La Flecha y tituló Teatro incompleto de Manuel Reguera Saumell.

Edición cubana de “Recuerdos de Tulipa” (Cortesía)


―Pero se salvó La soga al cuello

―Se salvó, pero fue la que me ahorcó. La soga al cuello, de 1967, fue mi última obra en Cuba y el detonante de mi salida. Había sido representada por Taller Dramático y dirigida por Gilda Hernández. Actuaban en ella Miguel Navarro, Eduardo Moure, Amelia Pita, Magali Boix, Yolanda Arenas, René de la Cruz, Juan Troya, Albio Paa, Helmo Hernández y José Hermida.

La trama se desarrollaba en una casa de gente de pueblo en El Vedado en donde se generó una discusión entre personajes a favor del régimen y desafectos a este. El caso era que gran parte del público reía y aplaudía cuando intervenían los desafectos al régimen, a manera de catarsis colectiva. Dos de los actores ―Amelita Pita y René de la Cruz― estaban molestos por lo que sucedía en la sala. Ellos eran los comisarios políticos del grupo y buen “par de ya sabes qué”.

Así y todo, la pieza fue escogida para representar a Cuba en el Festival Internacional de las Artes en México en 1968 y en esa puesta la actriz Lillian Llerena se aprendió su papel en una noche por deserción de Yolanda Arenas. El propio Nicolás Guillén, con mucho tacto, me anunció que no había presupuesto para mí en Cultura, pero Carballido Rey, que era un buen amigo, consiguió que la Universidad de Guadalajara me invitara para dictar conferencias. Por supuesto, el Gobierno cubano me negó el permiso de viaje y el propio Guillén me hizo saber que lo sentía mucho porque él se había opuesto a esa prohibición. Y aunque parezca mentira, mi padre había estado preparando silenciosamente todo en México para que la embajada española allí me acogiera, algo que ni siquiera mi madre, Tony (mi pareja) y yo sabíamos, aunque los esbirros de la Seguridad cubana sí.

Fue en ese momento en que me di cuenta de que el Gobierno me había incluido en la lista de los apestados. Por decirlo de alguna manera, y valga la redundancia, salí de Cuba con la soga al cuello.

―Siempre has dicho que si te pidieran salvar una de tus obras no dudarías en escoger Recuerdos de Tulipa, una pieza de teatro que luego fue llevada al cine por Manuel Octavio Gómez. ¿Por qué consideras que es una obra importante para ti?

Recuerdos de Tulipa toca un tema que tiene que ver con el universo de mi infancia. En los pueblos de campo cubanos había muy pocas distracciones y la llegada del circo era el acontecimiento más esperado del año y, tal vez, el único. El Circo Santos y Artigas plantaba su carpa cada año en el central en que vivía. En una carpa aparte bailaba una mulata llamada Tulipa y la atracción principal era que se encueraba prácticamente durante la función. Por supuesto, a los niños no nos dejaban entrar y para mí aquel espectáculo era como la fruta prohibida. Tulipa, que era una hermosa mulata que actuaba, decían, con mucho histrionismo, acaparaba la atención de los niños que no podíamos asistir a sus funciones.
Afiche de “Tulipa”, de Manuel Octavio Gómez, ICAIC, 1967 (Cortesía)
Su estreno como pieza de teatro fue bastante accidentado porque Vigón se había empeñado en que Elena Burke (con quien tenía gran amistad) hiciera el personaje, pero Elena se “echó para atrás” porque era muy arriesgado que alguien con su prestigio se prestara para encueramientos y otras licencias. Al final lo hizo Idalia Anreus.

Luego, a Manuel Octavio Gómez, quien había terminado de filmar La salación, se le ocurrió llevarla al cine con el nombre de Tulipa. A él le interesaba el mundo del circo y lo desgarrador del personaje protagónico, que se encueraba, pero se mantenía digna, algo que no sucedía con Beba, una joven que se preparaba para remplazarla en el espectáculo pues ya Tulipa iba perdiendo su lozanía. El director ya había filmado Los cuentos del Alhambra (que no de La Alhambra), es decir, del teatro habanero Alhambra, y era aquel universo entre teatro de varieté y circo lo que le atraía.

Finalmente, en la película actuaron verdaderos circenses, además de Alejandro Lugo, Alicia Bustamante, Rafael Eguren, Teté Vergara, José Antonio Rodríguez, Daisy Granados y Omar Valdés. Hubo varios problemas porque Anreus se negó a que la filmaran mostrando los senos y Daisy Granados, que entonces acababa de debutar en la actuación y era una joven bellísima, se quejó de los excesos del actor que hacía pareja con ella pues “se pasaba de rosca” en las escenas y hubo que cortarlas casi todas.

El rodaje terminó en 1966 y se estrenó en el cine América el 19 de octubre de 1967.

―¿Fue entonces que presentaste (como se decía entonces) la salida de Cuba y te fuiste?

―Ni sueñes que fue fácil. En 1968 fui a la UNEAC a presentar mi “dimisión”, que era un requisito para poder pedir la autorización de salida de la Isla. Me recibieron Nicolás Guillén, Marta Arjona y Lisandro Otero. Los dos primeros siempre fueron afables conmigo, pero Otero era una verdadera hiena y me dijo que me esperaba el mismo destino que a los demás, o sea, que a los “desertores”. ¿En qué consistía ese destino? Muy simple: En picar piedra, por cierto, junto a José Escarpanter, en la cantera de Somorrostro. Algo terrible, pero para mí muy reconfortante porque pagaba así el error de haberme codeado con aquella “gentuza revolucionaria”. Me lo tenía merecido, sin contar que con aquellos dos años de trabajo forzado no tendría ya nada que agradecerles.

El dramaturgo, novelista y urbanista cubano Manuel Reguera Saumell
Manuel Reguera Saumell con Amelia Peláez en el estudio de la pintora (Foto: Cortesía)


―Frecuentaste a muchas personalidades del ámbito de la cultura, algo que te convierte en testigo vivo de muchas personas que han dejado huellas en la historia cubana. ¿A quiénes recuerdas en especial?

―Era muy amigo de la pintora Amelia Peláez, que vivía en La Víbora, y la conocí porque un día fui a su casa y me presenté, pues me gustaba mucho lo que hacía. Desde entonces y hasta mi salida fuimos amigos, y llegué a tener una colección fabulosa de sus obras que se quedó en Cuba y, como sucede con quienes nos fuimos, se la repartieron. También fue el caso con Antonia Eiriz, que conocí gracias al arquitecto Eduardo Rodríguez y a quien pude volver a ver durante mis viajes a Miami. El pintor Víctor Manuel era también íntimo amigo mío, e incluso vecino, pues vivía como yo en el último piso de un edificio de La Habana Vieja y para pasar del mío al suyo solo tenía que brincar un muro bajito que separaba a ambos edificios. Lydia Cabrera era otra gran amiga, que también pude volver a ver en Miami junto a su compañera María Teresa “Titina” Rojas. Y la cantante Elena Burke, que estuvo a punto de convertirse en la Tulipa de mi obra, pero como ya conté antes, la escena del desnudo no se adecuaba con su imagen.

El dramaturgo, novelista y urbanista cubano Manuel Reguera Saumell
Con Lydia Cabrera y María Teresa Rojas, en Coral Gables, Miami (Foto: Cortesía)
―Cuando llegas al exilio decides no revalidar tu título y, en realidad, te dedicas a la enseñanza.

―En efecto, revalidar era muy engorroso y con más de 40 años peor. Por eso al llegar a Barcelona comencé a trabajar en la Escuela de Artes Dramáticas Adrià Gual o EADAG, también grupo de teatro, que funcionó hasta 1975 y había sido fundada por Ricard Salvat y María Aurelia Capmany. Justamente entré en su consejo de dirección sustituyendo a esta última. Allí dirigí la puesta en escena, en 1971, de la pieza La casa vieja, de Abelardo Estorino; La mandrágora, de Maquiavelo y mi propia obra La soga al cuello, que dirigí en 1974 en la escuela y con el grupo de la Escuela de Estudios Artísticos de L’Hospitalet, y estrenamos el Día Mundial del Teatro en aquel año.

―Más tarde incursionas en la novela y desde entonces has escrito varias. Y en todas hay siempre personajes homosexuales y contenido homoerótico.

―Mi primera novela fue Un poco más de azul (2004), seguida de La noche era joven y nosotros tan hermosos (2007), ambas por ediciones Barataria. Luego escribí El adolescente pálido (2009) y, por último, Retrato de Oswolt Krell (2015). En Un poco más de azul, que se desarrolla en la época convulsa de las revueltas contra la dictadura de Batista, hay un jugador estrella de pelota que es gay. En La noche era joven y nosotros tan hermosos el protagonista es homosexual y sus relaciones también. En El adolescente pálido, la trama ocurre ya en los primeros años del castrismo y es notorio el ambiente homofóbico en medio de las delaciones, la paranoia y los castigos brutales. Y en la última los protagonistas tienen una relación ambigua y ocurre en épocas del Mariel cuando el Gobierno incitó a la población a realizar actos de repudio contra quienes deseaban irse del país. No sé por qué, pero esos personajes surgen espontáneamente cuando escribo.
El dramaturgo, novelista y urbanista cubano Manuel Reguera Saumell
Con la pintora Antonia Eiriz, en Miami (Foto: Cortesía)

―En 2011 recibiste el Premio René Ariza y en esta ocasión fuiste homenajeado en Miami. ¿Qué vínculos has tenido con el mundo cubano y con la capital del exilio?

―Hay dos personas en el exilio a quienes debo mucho por su interés en mi obra y su ayuda desinteresada. Son la escritora y especialista de teatro Rosa Ileana Boudet y el escritor Juan Cueto-Roig. La primera, reunió desde California, en donde vive desde hace un tiempo, mi teatro incompleto. El segundo, ha releído mis tres últimos manuscritos con inmensa paciencia, corrigiendo y sugiriendo arreglos, y le debo el gran interés que manifiesta por mi obra. Miami aparece también en el epílogo de mi novela Un poco más de azul. Hay un momento en que el narrador dice que allí todo “tiene un bis”: la cerveza Hatuey, el café Pilón, la mantequilla Guarina, etc., y que toda la “Sagüesera” (el South West) se convirtió en un “bis” de La Habana.

También Recuerdos de Tulipa fue montada y presentada en 2014, en Miami, por Belkis Proenza y estrenada con un elenco maravilloso. Yo no pude asistir por problemas de salud, pero me contaron los detalles y, al parecer, la puesta duró tres meses y el teatro estuvo siempre lleno.

Afiche de “Tulipa” para el teatro durante su puesta en Miami en 2014 (Cortesía)
En cuanto a Cuba por dentro, ni quiero hablar de eso. Hace 10 años me diagnosticaron un cáncer del que pensé que no iba a sobrevivir. Entonces, queriendo ver por última vez el sitio donde nací, fui a la Isla después de más de cuatro décadas de ausencia. De más está que te diga que no hallé nada de lo que me resultaba familiar. Todo me resultó desesperadamente decepcionante. Mediocre. Me hospedé en el hotel Capri y después atravesé la Isla hasta Santiago. Desolación y miseria fue lo que vi. Un desastre. El cáncer no me llevó finalmente, pero el disgusto de haber visto a Cuba en tal estado muy bien hubiera bastado para que no te hiciera el cuento. ¡De milagro todavía estoy aquí!

*Tomado de Cibercuba