Monday, September 30, 2024

El futuro del pasado cubano: un experimento maléfico*



Desde su principio, el régimen cubano ha contado con un coro de apologistas orwellianos en los sectores académico y periodístico, aunque desde el cómodo extranjero: ninguno de ellos residiría en la Cuba socialista ya que, hipócritamente, ellos requieren libertades para sí mismos. No obstante, siguen pregonando los mitos fraudulentos —estilo eslóganes propagandísticos— de los supuestos logros del Gobierno cubano. Comencemos por exponer que la Cuba socialista representa una colección de 65 años de anomalías, de mal en peor. La crisis actual, más bien duradera (financiera, sociopolítica, alimentaria, energética, de higiene y salud pública, etc.) se agrava vertiginosamente.

Los privilegiados que creen ser gobierno, porque mantienen prácticamente secuestrados a los cubanos —de todas las generaciones y orígenes étnicos— parecen no saber cómo salir de ella, excepto por empecinarse en su perpetuación en el poder y en continuar transmitiendo sus quimeras al resto del mundo, así como en insultar a todo aquel (nacional o extranjero) que se atreve a diferir de la línea oficial. En efecto, es un verdadero nudo gordiano que nadie puede, o se atreve a cortar, mientras la población que queda atrapada allá marcha inexorablemente hacia la prolongación de una pesadilla dantesca, tan innoble que es difícil describir. Nos preguntamos cómo se llegó a esta encrucijada.

A pesar de las toneladas de tinta derramadas en escritos acerca de la Cuba contemporánea, las Ciencias Sociales —trabajando separadamente cada una por su cuenta— no parecen tener las respuestas satisfactorias, aunque quizás los lectores nos puedan asistir con sus propias observaciones a nuestro intento de análisis; damos bienvenida a todo comentario constructivo.

Los estudios del campo de la Economía, por ejemplo, identifican varios de los problemas claves, pero no los resuelven por razones psicológicas o políticas; el “daño antropológico” que apunta el respetado disidente cubano Dagoberto Valdés es dificultoso de medir. El fenómeno multisocial que se manifiesta en el país antillano bajo el rubro de “revolución” se transfiguró en algo monstruoso que entrampa al país, aparte (o a pesar) del costo de tantas vidas sacrificadas. Este fenómeno, que amenaza la existencia de la cubanidad con su misma desaparición, debe ser analizado con una nueva estrategia, un enfoque epistemológico valeroso diferente.

La historia de Phineas Gage pudiera ser didáctica para el caso cubano. Gage era un obrero ferroviario estadounidense que sufrió un accidente en 1848, cuando una barra de hierro le destrozó parcialmente el lóbulo frontal del cerebro. Irónicamente, fue gracias a ese espantoso accidente de trabajo —del cual sobrevivió— que las ciencias médicas pudieron ampliar los conocimientos sobre el cerebro humano.

Phineas Gage con la barra que le atravesó el cráneo

La Filosofía de las Ciencias nos recuerda que las Ciencias Sociales son aún menos experimentales. Por ejemplo, no podemos imponer como ensayo una dictadura de corte fascista en una nación X, y otra de corte marxista en otro país para contrastar sus resultados en nuestro experimento de laboratorio sociopolítico ficticio. No obstante, hemos escuchado a ciertos académicos —bien arrellanados en el extranjero (incluso algunos nacidos en Cuba y hasta localizados en el mismo Miami)— que a estas alturas todavía se refieren vergonzosamente al fenómeno cubano como “un experimento revolucionario valioso”. Pero quizás sea más preciso un paralelo con el accidente de Gage.

Supongamos que el castrismo ha sido el equivalente de la barra que le atravesó el cráneo a Gage, una barra sociopolítica-económica aterradoramente maligna (aunque disfrazada de un benevolente “humanismo”) que traspasa toda una sociedad que languidece. Al igual que con el sistema nervioso humano, las sociedades no se prestan a experimentos horripilantes (aparte de los códigos de ética profesional), y a menudo dependen de accidentes para estudiar ciertos fenómenos. Así lo transcurrido en Cuba —que, de nuevo, rehusamos citar como “revolución” propiamente— debe reconocerse bajo otra etiqueta, además de servir como fuente de conocimiento en las diversas disciplinas científico-sociales dentro del marco de la Consiliencia propuesto hace unos años por el afamado científico estadounidense Edward Wilson.

Las innumerables decisiones descabelladas tomadas por la dirigencia en Cuba a partir de 1959 han tenido consecuencias destructivas de todo tipo que deben ser estudiadas fríamente desde diversos ángulos disciplinarios en combinación. Por ejemplo, vista desde el campo de la Economía, es imposible comprender el papel de la ideología en la forma que se toman decisiones de las políticas sobre la economía implementadas en Cuba si no se usan elementos de la Psicología Social, de la Antropología y de la Politología de las tiranías para lograr entender los efectos de los intentos de sovietización, incluyendo los elementos de control social con secuelas psico-sociales antes desconocidos por la población cubana.

Mencionemos solo dos arquetipos de los “experimentos” más destructivos iniciados por Fidel Castro: a) la llamada “Ofensiva Revolucionaria” anunciada el 13 de marzo de 1968, medida extrema con el propósito de eliminar toda actividad económica privada como un paso a la desaparición de lo que él llamó las relaciones monetario-mercantiles. Su meta era ensayar con la desaparición del dinero como medio de cambio; b) la Zafra de los Diez Millones de toneladas de azúcar que, aunque no fue lograda, afectó negativamente casi todos los renglones socioeconómicos cubanos dada la movilización forzosa de la fuerza laboral nacional, en detrimento del resto de los renglones.

Los efectos destructivos de tales medidas y muchas otras han resultado en la crisis presente, a pesar de los millones de dólares de subsidio del antiguo Bloque Socialista por tres sólidas décadas y de todas las llamadas “reformas” iniciadas más recientemente por Raúl Castro, el heredero del trono tropical, y las de su protegido en la sucesión dedocrática, Miguel Díaz-Canel.

Incluso ya en 1970 el antropólogo estadounidense Douglas Butterworth descubrió una “cultura de la pobreza” creada post-1959 durante sus pesquisas en una comunidad en las afueras de La Habana, donde los cubanos de a pie se quejaban abiertamente del régimen, aparte de que casi nada funcionaba en la localidad, ni siquiera el temido “comité de vigilancia” (ver The People of Buena Ventura, 1977). Significativamente, Butterworth tildó la época de su estudio como “la Cuba post-revolucionaria”.

Los mundillos académico y periodístico extranjeros fallan al no reconocer que la dictadura socialista convirtió a Cuba en un laboratorio involuntario de la misma manera que el nazi Josef Mengele condujo experimentos espeluznantes con seres humanos en la Alemania hitleriana. El conocimiento así generado por accidentes socio-económico-políticos debe ser incorporado en las evaluaciones basadas en las Ciencias Sociales.

Contrario a lo que pregonan descaradamente los defensores del rebatible régimen cubano, estimamos que la infortunada historia cubana reciente y su fracasado resultado actual sirven también de modelo preventivo a otras naciones. Ese puede que sea uno de los principales legados reales de la inverosímil tormenta gubernamental cubana.

Es una lástima que sean los cubanos las víctimas, los conejillos de Indias —los Gage— y no los beneficiados, aunque confiamos que como Mr. Gage, Cuba sobreviva, milagrosamente, al lamentable accidente socialista.

*Publicado en Cubanet

DISCURSO EN EL ACTO DE CLAUSURA DE ACTO DE INVESTIDURA DE LA AHCE

Por Eduardo Lolo

 Comienzo diciendo algo que no me canso de repetir una y otra vez: que un hecho histórico, por muy importante que sea, si no queda registrado, corre el riesgo de diluirse entre las brumas del tiempo y desaparecer o, en el mejor de los casos, terminar convertido en leyenda. Si no hubiera sido por la famosa obra Cyropoedia de Xenophon, posiblemente Ciro el Grande estaría en la misma categoría que King Arthur; es decir, una fábula. Del hecho parte el registro, que lo autentifica y precisa en el tiempo, convirtiéndolo en Historia.

El registro histórico ha tenido un desarrollo que comienza con el hombre de las cavernas en lo que hoy llamamos petroglifos y siguiera con las pinturas rupestres, donde el bisonte perseguido por el cazador hace miles de años continúan su carrera detenida en el tiempo, el bisonte todavía vivo; el cazador, incansable en su persecución.

Sin embargo, no hay duda alguna que el registro histórico no alcanzó su mayoría de edad hasta el advenimiento de la escritura. Aunque al inicio tuvo sus tropiezos. Las pirámides y otros monumentos del Antiguo Egipto no fueron más que montículos mortuorios saqueados llenos de bellas pinturas y jeroglíficos indescifrables hasta el descubrimiento de la llamada Rosetta Stone, en la cual se había publicado el decreto que honraba al faraón Ptolomeo V en tres idiomas, entre ellos el griego y el desaparecido egipcio en sus jeroglíficos. Con la traducción de los jeroglíficos,  los monumentos egipcios cobraron, de pronto, vida. La civilización en la que nacieron hacía siglos había desaparecido; pero perduró su historia.

Viejos pergaminos, incunables, periódicos, revistas, fotos y filmaciones en celuloide se encargarían, con el tiempo, de continuar el registro histórico iniciado en las cavernas. Más recientemente, grafitis de ocasión sobre muros ansiosos de historia y los teléfonos celulares, con su acceso a las redes sociales, completan ese desarrollo hasta nuestros días.

No obstante, no todo han sido ganancias. El registro histórico puede ser manipulado. Quienes van a Toledo se quedan maravillados con la gran obra del Greco “El entierro del Conde de Orgaz” con su cadáver rodeado de rostros tristes. Pero todo es falso, los dolientes que aparecen eran toledanos pudientes de egos notables que pagaron al pintor para que los incluyera en el cuadro, pues ninguno de ellos había nacido en tiempos del occiso. Hasta la mirada que describe lo visto es falsa, pues el Greco tampoco existía. Hay otros muchos ejemplos: la presencia de la madre de Napoleón en la auto-coronación de su hijo como Emperador, el escamoteo de las figuras de Carlos Franqui y Huber Matos en fotos icónicas de Fidel Castro en la Sierra Maestra y a su llegada a La Habana, respectivamente, y un largo etcétera.

Sin embargo, la manipulación y su extremo en falsificación del registro histórico se tornan más peligrosas aún en la palabra escrita. La historiografía castrista es un ejemplo perfecto. De ahí que uno de los objetivos básicos de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio sea el conjurar académicamente, más allá del debate ideológico, las falsedades de los que ya Martí había calificado como “bribones inteligentes”. Una de las víctimas más destacada del castrismo ha sido, precisamente, el ideario martiano. En el Exilio, tan temprano como en 1973, Carlos Márquez Sterling acuñó el término “falsificar”, que luego desarrollaría profunda y ampliamente Carlos Ripoll, el más importante martianista del Exilio hasta el momento. Ahora Julio M. Shiling toma la antorcha, que no solamente mantiene viva, sino que le da más luz aún, llevando la denuncia a este siglo como historiador y, como ya se dijo en la su presentación por Luis Leonel León, en su fundación y conducción de Patria de Martí, la única entidad del Exilio, de la cual tengo noticia, dedicada en especial a la “desfalsificación” de Martí por parte de la historiografía castrista. Muy justo el merecido honor de haber sido admitido en la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.

Otro de los objetivos básicos de nuestra institución es registrar los hechos históricos, tanto de Cuba como de sus exilios, para que no sean víctimas de las brumas del tiempo a las que me refería al principio. Uno de esos hitos históricos que comienza en nuestra Patria y se extiende hasta el Exilio es la llamada Operación Pedro Pan (1960-1962) –la única acción encubierta importante contra el castro-comunismo que resultara exitosa–en la cual los padres y madres en la Isla se desgajaron el corazón para que sus hijos cultivaran un futuro digno en la cercana/lejana tierra de libertad. Francisco Rodríguez e Yvonne Conde dieron una notable descripción de esa epopeya en Pancho Montana (1996) y Operación Pedro Pan: la historia inédita de 14,048 niños cubanos (2001), respectivamente. La hazaña también se extendió a la ficción en obras tales como la galardonada narración Kike (1984) de Hilda Perera y Operación Pedro Pan: el Éxodo de los Niños Cubanos, una novela histórica (1994) de Josefina Leyva.

Ahora Francisco Rodríguez vuelve a tocar el tema pero desde una óptima más personal aún mediante el resumen de una visión del todo privada, testimonial, pues él fue uno de esos miles de niños que pudieron salvarse de la mutilación de futuro que de seguro habrían sufrido de haber permanecido en la Cuba del Totalitarismo. Se trata de un registro histórico desde dentro, en que desgarro y esperanza se combinan, en que la heroicidad es compartida por adultos e infantes a la par. Frank (como le llaman sus amigos) es uno y muchos a la vez, persona y personaje de manera simultánea; hecho y registro en sí mismo; historiador que es parte de la historia que registra. En su caso, es igualmente muy justo el merecido honor de haber sido admitido en la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.

En ambos se destaca, también, el hecho de que dan a conocer sus trabajos tanto en español como en inglés, ampliando el alcance de sus trabajos al público anglosajón en general y, en particular, a las nuevas generaciones de cubanos nacidos fuera de nuestra Patria, pero contentivos de una cubanía que trasciende tiempos y geografías, y les llega por genética histórica a través de una especie de herencia almática.

Por todo lo anterior, es para mí un honor, a nombre de la Junta Directiva de nuestra institución, pasar de inmediato a entregar a Julio M. Shiling y a Francisco Rodríguez los correspondientes diplomas que los acreditan, para honra bidireccional, como Miembros Numerarios de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp.


Museo Americano de la Diáspora Cubana

Miami, 27 de septiembre de 2024

NUEVO ACTO DE INVESTIDURA DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA DE CUBA EN EL EXILIO, CORP.

De izquierda a derecha: Luis Leonel León, Armando Valladares, Julio M. Shiling, Francisco Rodríguez y Eduardo Lolo.

El pasado 27 de septiembre tuvo lugar el más reciente Acto de Investidura de nuestra entidad, esta vez organizado por el Capítulo de la Florida que preside Armando Valladares, quien tuvo a su cargo las palabras de bienvenida a los asistentes. El evento se celebró en el Museo Americano de la Diáspora Cubana, sito en la ciudad de Miami (FL), y actuó como Maestro de Ceremonias Luis Leonel León, secretario del capítulo floridano. Las palabras de clausura fueron pronunciadas por Eduardo Lolo, miembro de la Junta Directiva Nacional de la AHCE,

Ese día fueron investidos, en presencia del numeroso público presente, los académicos electos Julio M. Shiling y Francisco Rodríguez.

El primero de ellos es autor de más de una docena de libros de temas historiográficos, entre ellos Dictaduras y sus paradigmas: ¿por qué algunas dictaduras se caen y otras no?, que ya va por su tercera edición. Es, además, fundador director de Patria de Martí, una entidad dedicada a los estudios martianos y de historia de Cuba en general, especializada en la organización de conferencias, simposios y publicaciones en la Internet. Su Discurso de Investidura llevó por título: “Martí nunca fue comunista.”

Francisco Rodríguez, por otra parte, además de autor, es editor de importantes libros dedicados a la historia de Cuba y sus exilios. De su autoría se destaca Pancho Montana, especie de memorias donde describe sus experiencias como niño llegado a Cuba en la famosa operación Pedro Pan. Como editor, tiene a su haber importantísimos obras historiográficas tales como Cubans an Epic Journey: A Struggle for Truth and Freedom (ya traducido al español) y Cuba: Chronological History. Cuba’s Intertwined Destiny with Spain and The United States. Su Discurso de Investidura llevó por título: “Memorias personales de un evento histórico: el programa Pedro Pan.”

Con los dos nuevos investidos, ya nuestra corporación cuenta con casi ochenta académicos –entre Miembros Numerarios y Correspondientes– en más de una docena de estados de la Unión Americana y varios países extranjeros.

¡Bienvenidos colegas!


Junta Directiva AHCE

Saturday, September 28, 2024

Hacienda patriarcal y el 10 de octubre de 1868

 


N.º 76 del catálogo de Ediciones Exodus (2024).

Por Angel Velázquez Callejas


Hacienda patriarcal y el 10 de octubre de 1868 salda una deuda histórica de más de diez años con la historiografía cubana. Los primeros avances en esta investigación se remontan a principios de la década de 1990, cuando se publicó un ensayo de 80 páginas a través de la Editorial Ciencias Sociales, tras haber sido galardonado con el premio Pinos Nuevos en 1996. Siguiendo los trabajos de Juan Pérez de la Riva y Jorge Ibarra sobre la regionalización sociocultural de las denominadas Cuba A y Cuba B, desarrollé un análisis en profundidad del modelo de la hacienda patriarcal en la región del Cauto, diferenciándolo de la plantación esclavista. En esta obra, se propone una nueva perspectiva sobre la estructura sociocultural de la hacienda patriarcal y los eventos que condujeron al 10 de octubre. El libro, con un total de 170 páginas, está disponible en Amazon.

 

Sobre el libro:

 Rigoberto Moisés, catedrático y especialista en historiografía económica de la Universidad Complutense de Madrid, ha escrito sobre Hacienda patriarcal y el 10 de octubre de 1868:

«Los grandes acontecimientos históricos a menudo surgen de errores y circunstancias imprevistas, desafiando la lógica de las estructuras y tendencias que parecen sostenerlos. El levantamiento en el ingenio Demajagua el 10 de octubre de 1868, frecuentemente presentado como una revolución planificada, en realidad se originó en un hecho insólito e inesperado: la desesperación de campesinos atrapados en una crisis hipotecaria y usurera. Carlos Manuel de Céspedes, figura clave en la independencia y miembro de la logia masónica Buena Fe, también estaba implicado en esta crisis, aunque su relación con la esclavitud era distante. Su fortuna se construyó sobre hipotecas impagables, arrastrando a muchos propietarios a una espiral de deuda sin solución. En este libro, Velázquez Callejas examina detalladamente la hacienda patriarcal en el Valle del Cauto, analizando su papel, dinámica y crisis, y proporcionando el contexto necesario para entender el grito de La Demajagua».

 


Friday, September 27, 2024

UN CUBANO EN LA OEA: Entrada triunfal




Por Guillermo A. Belt

Duró menos que un merengue en la puerta de la escuela. Mi primer trabajo en la OEA, quiero decir.

El 1 de junio de 1961 me recibió con alguna solemnidad en su oficina del Edificio Administrativo el Jefe de Personal, Juan A. Nimo, quien amablemente pidió a uno de sus funcionarios que me acompañara por el túnel que conduce al Edificio Principal para depositarme en la antesala del Secretario General, el embajador uruguayo José Antonio Mora. Como comienzo, inmejorable.

Allí, el veterano funcionario Ralph E. Dimmick me explicó mis labores: llevar el sistema de control de la correspondencia oficial del Secretario General. Se trataba de tarjetas que habría de llenar a máquina, dejando constancia de cada carta, su autor y fecha, un resumen del contenido, fecha de envío al funcionario encargado de darle respuesta, bien para la firma del Secretario General o para la suya propia, según el protocolo interno.

Había transcurrido una semana o cosa así, y yo comenzaba a creer dominado aquel sistema cuando Dimmick me dijo que el Dr. Mora quería verme. Con su elegancia de diplomático de carrera, el Secretario General, luego de asegurarme cuán satisfactorio era mi trabajo, me explicó la necesidad de asignarme nuevas funciones en otra dependencia. El embajador de Cuba en la OEA, un tal Lechuga de apellido, se había quejado públicamente del alto número de cubanos exiliados que trabajaban en la OEA. “Como usted comprenderá”, me dijo el Dr. Mora, “si en su próxima visita el embajador de Cuba lo ve a usted aquí y averigua su nombre, podría pensar que el Secretario General desestimaba su queja al contratar al hijo de un conocido opositor al régimen imperante en su país”.  Y para trabajar en su propio despacho, por si fuera poco, agregué yo, mentalmente.
José Antonio Mora


Dicho esto, el Dr. Mora habló brevemente por teléfono con su secretaria y de inmediato entraron el señor Nimo y su jefe, el director del Departamento Administrativo, Luis Raúl Betances. Tras las presentaciones de rigor, los dos altos funcionarios me llevaron en automóvil a un edificio con aspecto de almacén en la calle 14, muy distinto del hermoso e histórico edificio de la calle 17 esquina a la avenida Constitution. Un policía uniformado montaba guardia en la puerta principal; pronto se me diría porqué.

Los mármoles y las escaleras monumentales del Edificio Principal estaban mucho más lejos de la sede de la imprenta de la OEA que unas pocas cuadras. Esto, también, llegaría a entenderlo muy pronto.

Aterrizaje en la burocracia

Otro recibimiento formal, esta vez por parte de John McAdams, director de la Oficina de Servicios de Publicación, quién sabe si inspirado en mi aparatoso arribo escoltado por dos altos funcionarios, quedó atrás muy rápidamente. El aterrizaje en mis nuevas funciones no fue suave.

Mi recién estrenado supervisor, cuyo nombre no menciono porque hace mucho partió del reino de este mundo, luego de unos comentarios irónicos en el sentido de cuán importante sería yo para ser tan bien presentado, me preguntó, haciendo énfasis en la primera palabra: ¨Doctor, ¿sabe usted trabajar con esténcil?”

Le contesté con otra pregunta: “¿Qué es eso?” Era la respuesta esperada. Con una sonrisa de satisfacción puso, o más bien tiró sobre mi mesa un montón de hojas amarillentas y semitransparentes para que, dijo, aprendiera lo que me tocaría hacer en adelante.

Días después unos buenos samaritanos, funcionarios de Artes Gráficas y artistas por derecho propio, me invitaron a acompañarlos para almorzar. En el trayecto a pie hasta un restaurante cercano, que sólo eso tenía de bueno, me aconsejaron no salir solo a la calle en aquel barrio, ni siquiera al mediodía. El guardia uniformado en la puerta de nuestras oficinas estaba allí como presencia disuasoria en un sector de muchos robos y atracos.

A mis nuevos amigos, algunos de ellos mis compatriotas en el exilio, los volvería a ver algunos años después cuando los vaivenes de la política interna de la OEA me llevaron en busca de su arte y experiencia. Pero esa es otra historia.

El decorado, el doctorado y otras hierbas aromáticas

En la OEA, como en otras burocracias internacionales y nacionales, el rango del funcionario se hace visible, entre otros indicadores, por el tamaño de su despacho, su ubicación, si tiene o no ventana al exterior, la calidad del mobiliario y otras tonterías por el estilo. Esta valiosa lección fue una de las primeras que tuve que aprender al incursionar por exigencias de la vida familiar y del exilio en un campo totalmente desconocido para mí. Campo minado, además.

No había despacho tan amplio y bien ubicado en 1961, ni lo hay ahora que yo sepa, como el del Secretario General. Y así debe ser porque se trata del funcionario de más alto rango entre los –en aquel entonces– miles de funcionarios de la OEA. Tampoco tuvo ni tiene la OEA un edificio de más abolengo, ni más hermoso, que el de la calle 17 esquina a la avenida Constitution, en el sector noroeste de la ciudad.

Por millones se cuentan las personas en Estados Unidos que ignoran la existencia de la OEA. Otro tanto ocurre en América Latina, y ni hablar del resto del mundo. Por tanto, no se ofenda el apreciado lector si paso a describir ese despacho, querencias antiguas porque su antesala fue mi primera aunque efímera oficina.
Edificio principal de la OEA

En el extremo más próximo a Constitution Avenue de un despacho muy largo de forma rectangular se encontraba el enorme y elegante escritorio de madera noble del Secretario General, Embajador José Antonio Mora Otero. A su derecha, grandes ventanales daban sobre la calle 17. La vista era de una parte de los terrenos de la Casa Blanca y, aún más atractiva, del Monumento a Washington, emblemático de la capital.

Una pequeña oficina adyacente a la del Secretario General, de mucho prestigio por su proximidad al trono, si me disculpan el anacronismo, sería la mía. A continuación de ésta, una gran sala de recibo separaba el despacho de mi jefe de otro casi tan elegante, correspondiente al Secretario General Adjunto.

En aquel entonces ocupaba ese cargo el señor William Sanders, ex funcionario del Departamento de Estado, a quien la burocracia latinoamericana había concedido el doctorado por no caberle en la cabeza que semejante personaje no tuviera tal grado académico, para disimuladas burlas de sus antiguos colegas en la cancillería estadounidense, quienes toda la vida le llamaron Mr. Sanders, y hasta Bill, en alarde de igualdad democrática.

Desde ese entorno, casi escribo desde esas alturas, caí, sin haber faltado al reglamento, al protocolo ni a las buenas costumbres, hasta aterrizar en el poco acogedor ambiente de la Calle 14, como todos llamaban a la Oficina de Servicios de Publicación. Y fue en la Calle 14 donde me dieron mi primera lección sobre el doctorado –no el académico sino el burocrático- o sea, el que te daban por creerlo imprescindible debido a la jerarquía del cargo, caso Sanders, o el que te recalcaban con sorna cuando tus funciones no estaban a la altura del título con el cual te habían presentado a tus nuevos jefes.

De estos recuerdos conservo uno muy grato: la bonhomía de los artistas de Artes Gráficas, y el regalo de sus divertidas tertulias a la hora del almuerzo.

Degustación de oficinas

El presagio estuvo a la vista. Más claro no canta un gallo. Pero yo no vi el presagio, a pesar de sobradas razones para reconocer el canto del gallo, fresco aún en el recuerdo de nuestra casa en La Coronela, cuando Cuba era para mí una realidad cotidiana y no, como en 1961, una esperanza.

Mi recorrido por distintas oficinas y edificios de la OEA apenas comenzaba. Un buen día, entre los esténciles apilados a diario en mi escritorio, alcancé a ver un anuncio de cargo vacante. Era un puesto de nivel I-4, en el Departamento de Asuntos Jurídicos. Esto último me quedaba claro, pero el I-4 era un misterio. Llamé a un compatriota con un poco más de tiempo que yo en la OEA y le pregunté. “Muchacho, eso es tremendo puesto, de más categoría que el mío”, exclamó. Me explicó el procedimiento a seguir: escribir un memorándum al jefe de Personal manifestando mi aspiración a ocupar el cargo, acompañado de mi título de abogado y demás documentación pertinente.

Al salir al exilio había traído el título de Doctor en Derecho expedido por la Universidad Católica de Santo Tomás de Villanueva. Por si las moscas. También, mi carnet de miembro del Colegio de Abogados de La Habana. Los amigos de Artes Gráficas me hicieron unas copias perfectas de ambos documentos, puesto que yo no sabía manejar la Xerox. Cómo rayos iba a saberlo, bastante era aprender a cortar esténcil, pensaba yo.

Al cabo de cuatro o cinco días, una mañana mi jefe, el del complejo con mi doctorado, me dijo con cierto asombro, alcanzándome el teléfono: ¨Lo llaman de la oficina del Secretario General¨. Era Céline de Ortiz, la amable y eficiente secretaria del Dr. Mora, quien quería verme esa tarde a las tres.

Por segunda vez en mi cortísima carrera me tocó entrar al imponente despacho. Al fondo, el Dr. Mora, sentado ante su escritorio. Avancé unos pasos, nada seguro de lo que me esperaba en mi segunda conversación con el Secretario General. El Dr. Mora se puso de pie, me dio la mano y sonrió. Me dijo, siempre tan amable, que mis credenciales para ocupar el cargo vacante de abogado eran suficientes y con gusto me nombraría, pero había un obstáculo. Las funciones del cargo exigirían mi presencia en algunas sesiones del Consejo Permanente, el órgano político de la OEA integrado por los representantes de todos los Estados Miembros. A esas sesiones asistiría el Embajador de Cuba. Otra vez Lechuga, pensé. El resto de la explicación lo adivinará el lector.
Carlos Lechuga

Pero el Dr. Mora tuvo la gentileza de ofrecerme otro puesto. “Pasará usted a la oficina del director del Departamento de Asuntos Administrativos, el señor Betances, a quien usted conoce”. Así se dio mi salida de la Calle 14 y el traslado al edificio de la Avenida Constitution y la calle 19, el del túnel al Edificio Principal, donde me había presentado al señor Nimo. Casi casi un viaje a la semilla (con la venia de Alejo Carpentier).

Las secretarias, mías y ajenas

Julia P. Copperman fue la primera secretaria con quien me tocó trabajar en la OEA. Julia era la secretaria, y aún más, la persona de confianza de Luis Raúl Betances, considerado en aquellos años como el segundo funcionario en importancia, o sea que sólo el Secretario General tenía más poder que él.

Peruana, inteligente, con sentido del humor, Julia acogió con benevolencia a este joven cubano caído un tanto sorpresivamente en los predios del alto mando del personal, el presupuesto y toda la administración de la Secretaría General.

Por su parte, Luis Raúl Betances me obsequió su cordialidad dominicana. Era un hombre fuerte y corpulento. Se propuso hacerme engordar un poco, yo era delgado en aquella época, y lo logró de una manera muy gentil: me invitó a almorzar, una o dos veces al principio de mi llegada a su feudo, y luego a diario.

El primer día Betances salió sin abrigo. Tenía uno muy bueno, de “camel’s hair”, colgado cuidadosamente en su percha, pero a pesar del frío invernal no se lo ponía. Yo tampoco me puse el mío, de más modesta elegancia, porque no quería quedarme atrás. Caminamos unos pasos hasta su Lincoln, estacionado como correspondía en un lugar reservado, para ir al restaurante Orleans House, del otro lado del Potomac, en Rosslyn. Servían unas carnes muy sabrosas y unas papas fritas de leyenda. Si mal no recuerdo, en ese primer año aumenté veinte libras de peso gracias al restaurante y su menú, repetidos sin tregua.

Betances me encargó la redacción de cuanto memorándum, estudio y documento se preparaba para su firma. Llevaba a cabo mi tarea un tanto trabajosamente, tecleando con dos dedos en la máquina de escribir eléctrica. Eso sí, en una linda oficina, no muy grande, pero con ventana a la calle, adyacente a la sala de recibo de mi jefe, cuyo despacho de esquina, muy amplio y con grandes ventanas, daba a la Constitution Avenue.

Buena parte de mi trabajo de redacción era en español, para lo cual me venía bien lo aprendido en los dos últimos años del bachillerato en el Colegio De La Salle, en el Vedado, los cinco estudiando Derecho y otros cinco trabajando como abogado en el bufete de mi padre en La Habana. La facilidad para hablar inglés y escribirlo correctamente la debo, como queda dicho, a la Georgetown Preparatory School, donde mis profesores jesuitas me inculcaron ese idioma, además de intentarlo con el latín y el griego (con mucho menos éxito) durante los años de adolescencia que vivimos mis hermanos y yo con nuestros padres en Washington.

Un buen día, mientras tecleaba yo, sabemos que trabajosamente, se apareció Julia en mi oficina. Se le estaba olvidando la taquigrafía porque Betances no le dictaba. “En vez de perder tiempo tecleando con dos dedos, dícteme usted sus trabajos, yo los tomo taquigráficamente y luego los paso a máquina. Así, practico mi taquigrafía y ganamos tiempo.”

Dicho y hecho. Betances trabajaba con la puerta de su despacho cerrada y muchos asuntos los despachaba en reuniones con otros funcionarios, y por teléfono. Julia aprovechaba los largos ratos cuando Betances no la necesitaba, venía a mi oficina junto a la suya y tomaba dictado. Así funcionábamos, algo clandestinamente, hasta un día: “El jefe se ha dado cuenta que usted me dicta y ahora él también quiere hacerlo.” El experimento duró dos o tres días, tras los cuales regresamos al sistema de Julia, para no dejarlo nunca más.

Al cabo de un tiempo Julia me dijo que le parecía injusto mi sueldo, inferior al de ella, y que se lo iba a plantear a su jefe. Lo hizo sin mi consentimiento –el cual, desde luego, no le era necesario– y muy poco tiempo después me llegó mi primer ascenso en la OEA. En 37 años de servicio no conocí a otra persona tan generosa conmigo como lo fue Julia. El ascenso fue del nivel L-5 al siguiente de la misma categoría local.

Paso a paso: así continuaría siendo mi carrera en la OEA, iniciada como un alto en el camino de regreso a Cuba, la patria perdida, pero en aquel momento sólo por un tiempo, creía yo.

Thursday, September 26, 2024

Fulgencio Batista, ¿El revolucionario de 1933? (Parte 2)

 

Batista junto a Ramón Grau San Martín y otros militares

Por Vicente Morín Aguado.

El 10 de septiembre de 1933 Ramón Grau San Martín saludó a la muchedumbre, encumbrado en un balcón del palacio presidencial. Lo que podría llamarse una representación ocasional del pueblo cubano, justificaba con sus aplausos un mandato conseguido por decisión de 19 conspiradores, amparados por la rebelión de un millar de soldados, cuyo jefe era el sargento Fulgencio Batista.

En la Asamblea de los 19 predominaban los miembros del Directorio Estudiantil Universitario (DEU), una amalgama de jóvenes adictos a ideas de izquierda, entre ellos no pocos comunistas. Podría interpretarse que los estudiantes universitarios habían tomado el poder en Cuba, al menos muchos de ellos se lo creyeron, pero no era cierto, sencillamente porque el DEU carecía de fuerza real y base social para ejercer los atributos correspondientes a la presidencia de una nación.

La posibilidad de que un grupo de personas más o menos ilustres aprovecharan la rebelión de los soldados en Columbia, creando una junta de gobierno, se debió a la ausencia de poder generada por la renuncia obligada del dictador Machado, cuando en medio de una creciente huelga general, conoció que los altos mandos castrenses ya no le obedecían.

Estos conspiradores le habían ganado la partida a otros que les precedieron, los que instauraron a Carlos Manuel de Céspedes en el poder, liderados por el embajador norteamericano Sumner Welles, con plena participación de varias figuras del gabinete de Machado, quien también era, de hecho, parte del arreglo en ciernes, cuyo objetivo no pudo cumplirse: evitar el caos, tal y como el propio dictador saliente predecía, justificando la postergación de su renuncia.

Los conspiradores de la mediación-Sumner Welles era el mediador-, querían volver al estado de cosas, la normalidad digamos, previo a la prórroga de poderes de 1828, que convirtió en dictadura la elección democrática de 1924. Los nuevos conspiradores pretendían cambios cuya esencia debía consolidarse en una nueva constitución, anhelo proclamado en el manifiesto a la nación que justificaba el golpe de estado.

El embajador americano, contrariado en sus planes iniciales, comprendió de inmediato que aquel sargento taquígrafo, con biografía de machetero en los cañaverales, por muy contraproducente que fuera a las tradiciones políticas, era la única solución a la mano para resolver el vacío de poder.

El embajador norteamericano Sumner Welles saludando a Batista


La inteligencia natural de Batista, cultivada por su propio esfuerzo, arribó a la misma conclusión, por muy diplomado en Harvard que fuera su contraparte. Mucho antes de los míticos cien días napoleónicos, el pequeño Napoleón del Caribe era reconocido por la embajada estadounidense como el hombre fuerte de Cuba.

Los enemigos de Batista le acusan de espada de la contrarrevolución, remedo tropical del Gran Corso, sin embargo, aunque las comparaciones suelen ser cojas, el legado progresista de la revolución francesa, al igual sucedió con la cubana de 1933, se debe en ambos casos al patrocinio de un poder regulador, capaz de estabilizar la sociedad más allá de la inevitable convulsión revolucionaria.

Se trata en pocas palabras, de la represión y Batista la ejerció sin preferencias ostensibles hacia izquierdas o derechas. El ejército actuó donde quiera que se intentó una acción armada contra el gobierno provisional del momento, siempre representado por civiles. No debe olvidarse que el empleo de las armas de fuego, los sabotajes con explosivos y otras acciones violentas se habían extendido a la práctica política por parte de casi todas las organizaciones en el país.

El hecho de que la represión se concentrara en los grupos de izquierda se explica porque estos grupos persistieron en la estrategia de la toma del poder apelando a las armas. El ejército y la policía reprimieron sin miramientos en todas partes, muchas veces con excesos, llegando hasta ejecutar verdaderas masacres, como la que puso punto final al sitio del castillo de Atarés el 9 de noviembre de 1933.

El último capítulo represivo de importancia se dio al liquidar la huelga nada pacífica de marzo de 1935, organizada por el partido comunista junto a otros grupos de izquierda radical, cuyo objetivo era la toma del poder para establecer la dictadura del proletariado, según la doctrina marxista.

En enero de 1936, vuelto el país a una sustancial normalidad, se celebraron elecciones democráticas, en las cuales votaron por vez primera las mujeres. El presidente electo, Miguel Mariano Gómez, gobernó hasta diciembre de ese año, sustituido por su vice Laredo Bru, al ejecutarse un peculiar proceso de destitución, ejerciendo el congreso sus poderes.

Las razones directas del impeachment a la cubana se derivaron de los planes sociales que entonces impulsaba el ejército nacional, iniciativa de Batista, cuyo poder real seguía siendo el factor político principal. Miguel Mariano decidió retar ese poder, pero escogió mal el momento y la causa, porque impuso el veto presidencial a un impuesto mínimo a cada saco de azúcar, cuya recaudación sufragaría un plan educativo cívico-militar destinado a la gente del campo.

A finales de aquel año, había 2300 escuelas rurales, sustentadas en su mayoría por soldados y clases convertidos en maestros. Donde faltaban locales docentes, los cuarteles servían de aulas para impartir la enseñanza elemental en un país con un 70 % de analfabetismo. La docencia iba acompañada de atención médica mediante equipos móviles, incluyendo hasta bibliotecas ambulantes.

El ex sargento no olvidaba sus orígenes. Si era demagogia, si aumentaba su creciente popularidad, no dejaba por ello de ser una forma efectiva de ayudar a un sector marginal, mayoritario, de la sociedad cubana.

Otras medidas populares fueron ejecutadas mediante los 7 presidentes que en igual número de años, obedecieron a la voluntad del Coronel Jefe del ejército nacional. En tan breve período de tiempo hubo cambios sustanciales en Cuba.

Además del voto femenino, se proclamó la jornada de 8 horas, se legalizaron los sindicatos bajo preceptos democráticos, diversas medidas de seguridad social fueron decretadas, entre ellas las relativas a descanso retribuido, accidentes laborales y otras afines.

En el campo, dos leyes fueron relevantes, una protegió a los colonos azucareros del desalojo, respaldando sus producciones, otra inició una reforma agraria al repartir tierras estatales a los campesinos, copiando lo que en México hacía el General Lázaro Cárdenas, a quien Batista visitó con entusiasmo.

Cuba logró acuerdos favorables con los Estados Unidos en el terreno comercial, incluyendo el pago de la deuda, lastre del machadato, sin que por ello el país quebrara. La zafra azucarera se estabilizó gradualmente y en ascenso con un mercado internacional seguro. La economía, cuyos resultados suelen apreciarse al paso de los años sin importar quien gobierne entonces, enrumbó el país hacia la prosperidad en los años 50.

Finalmente, en 1938, el Partido Comunista alcanzó un pacto con el hombre fuerte, regularizando su situación legal. El propio Jefe militar declaró al respecto:

«El Partido Comunista, según su constitución, es un partido democrático que persigue sus fines dentro del marco de un régimen capitalista y ha renunciado a la violencia como método político; en consecuencia, tiene los mismos derechos que cualquier otro partido político». Thomas, Hugh. Cuba : La lucha por la libertad (p. 681). Ed. Kindle.

Quedaba por realizar un anhelo proclamado insistentemente desde que los 19 conspiradores, entre ellos el sargento jefe de las Fuerzas armadas de la república, derribaran al gobierno sucesor del machadato: La Asamblea Constituyente.

El 15 de noviembre de 1939, Federico Laredo Bru, el último de los calificados “presidentes marionetas”, dio luz verde a una elecciones democráticas como nunca antes había conocido el país. Tuvimos entonces La Constitución de 1940.

Fulgencio Batista Zaldívar renunció a sus atributos militares, postulándose para primer presidente según la Nueva Ley de Leyes de la nación, derrotando con 800 mil votos por 650 mil a su oponente, aquel a quien un día elevó a la presidencia al firmar como recién aclamado Jefe del Ejército, la proclama del 5 de septiembre: Ramón Grau San Martín.

Desde cualquier ángulo que se aprecie, hasta este momento los hechos indican que el hijo de Banes, el cortador de caña, el taquígrafo y autodidacta, el Indio, el mulato bonito, el hombre fuerte de Cuba, el Coronel Jefe de las Fuerzas Armadas, el invitado especial del Jefe del Estado Mayor conjunto del ejército de los Estados Unidos, General Malin Craig, el amigo de Franklin Delano Roosevelt, califica en la categoría de revolucionario, sin necesidad de adicionarle una filiación ideológica.



Wednesday, September 25, 2024

Fulgencio Batista, ¿El revolucionario de 1933? (Parte I)



Por: Vicente Morín Aguado.

Si repasamos una lista de las figuras políticas asociadas a la década del treinta, un nombre escapa a las previsiones de todos los expertos o implicados en una secuencia de acontecimientos llamada con toda razón, la revolución del 33. Ese nombre insólito es Fulgencio Batista Zaldívar.

El 4 de septiembre de 1933 los soldados y clases en el campamento de Columbia, entonces ubicado en la periferia habanera, concretaron un acto de rebeldía inédito en Cuba. La situación en la unidad cabecera del ejército nacional fue descrita por un testigo de la siguiente manera:

“Allí no mandaba nadie ni nadie obedecía. Aquello era sencillamente una acumulación de mil soldados, cada uno de los cuales hacía lo que le daba la gana.” (Padilla Rubio, citado por Solera Robert A: La república de militares y estudiantes. 2015)

En formación, recuperada la disciplina, los sublevados nombraron de entre ellos mismos y por votación, una junta de 8 representantes, de la cual emerge ese mismo día el sargento taquígrafo de apellido Batista como “presidente de la Asamblea de Alistados.”

El país vivía bajo un gobierno provisional, instaurado el 13 de agosto, después de renunciar el dictador Gerardo Machado, electo en 1924, quien había prorrogado su mandato inconstitucionalmente ante de las elecciones cuatrienales.

Este gobierno provisional nació de un acuerdo entre el plenipotenciario enviado por la Casa Blanca, Benjamín Sumner Welles, miembros del gabinete en ejercicio y algunas figuras políticas, por lo cual no satisfacía a la mayoría de la oposición. El desacuerdo crecía a diario, dada la notoria incapacidad del “escogido” para presidente, Carlos Manuel de Céspedes.

El movimiento anti machadista tenía un amplio espectro político: la izquierda, liderada por el Partido Comunista-fundado 1925-, bajo la órdenes de la Comintern, acompañada de los sindicatos muy activos, agrupados en la CNOC; una organización celular clandestina muy activa, de corte nacionalista, empleando acciones de sabotaje (ABC); el llamado “Directorio” (DEU) que agrupaba al estudiantado universitario, pujante en las protestas públicas y los medios de difusión, devenido un foco de activismo político renovador de la sociedad, alimentado igualmente desde la izquierda, y también la derecha tradicional desplazada del poder por Machado.

No debe olvidarse que el país padecía su peor momento económico desde la fundación de la república en 1902, resultado directo de la crisis mundial que siguió al Crack de la bolsa de Nueva York en 1929.

Washington quería la vuelta a la normalidad institucional, negociar un nuevo tratado comercial, incluyendo la deuda existente, inclusive debido a la política del Buen Vecino, estaba en el aire la eliminación de la odiosa Enmienda Platt, junto a la voluntad de evitar un desembarco de marines en la Isla.

La oposición no tradicional aceptaba lo anterior pero quería mucho más. Jaime Suchlicki en su Historia de Cuba (2006, Pureplay Press) ha retratado el momento: “Los estudiantes monopolizaban la retórica de la revolución.”

Estudiantes armados frente al Capitolio habanero el 15 de septiembre de 1933.


El nacionalismo en boga exigía confiscar propiedades extranjeras, limitar el capital foráneo, conceder derechos laborales, modernizar la democracia ampliando los derechos sociales, erradicar la corrupción administrativa, el voto femenino y otras demandas asociadas. El antimperialismo había alcanzado una notable influencia en el pensamiento político bajo la influencia de los comunistas. Los seguidores disciplinados de Moscú hablaban abiertamente de una revolución marxista-leninista.

Un nuevo elemento de vital importancia vino a complicar la pugna por el poder, toda la oposición, sin excepciones, estaba armada, acudiendo a las balas, los explosivos y demás actos asociados de violencia, como medio frecuente de acción política.

Aunque la violencia urbana era entonces asunto extendido a otros muchos países, en Cuba respondía a la represión que de igual manera había institucionalizado el poder público, inclusive con grupos paramilitares como la tristemente célebre Porra machadista, colaboradora de la Policía nacional.

La caída de Machado se vio acompañada por la furia popular, hubo una noche de 133 bombazos en la capital, mientras decenas de linchamientos sucedían en pleno día. Hacia los campos, más de 40 fábricas de azúcar fueron tomadas por los trabajadores. Aplicando una típica consigna enviada desde Moscú, se crearon una decena de “soviets de obreros y campesinos”, paso inicial hacia la “dictadura del proletariado.”

Pero por muy armados que estuvieran los estudiantes, las células clandestinas de una organización llamada ABC, y hasta los comunistas, agregando a los militares de alta graduación en el Hotel Nacional, se hacía evidente que ninguna de esas fuerzas era suficiente para imponer su autoridad, menos aún dadas las desavenencias entre ellas.

Los empresarios y comerciantes, de por sí afectados por la grave crisis económica, clamaban por la vuelta al orden público. La ciudadanía estaba cansada de la anarquía.

La paradoja es que los políticos se mostraban ajenos a la suerte de una fuerza tan importante como el ejército nacional. La alta oficialidad que no pudo abandonar el país cuando Machado voló a la cercana Nassau, se había atrincherado en el Hotel Nacional de Cuba, donde residía el todopoderoso embajador norteamericano, quien de inmediato se mudó al Hotel Presidente, alejándose de tan indeseable fardo del machadato.

Los soldados y clases estaban preocupados por asuntos internos, tales como salarios, uniformes y ascensos. La noticia de su revuelta resultó una oportunidad inesperada pero aplaudida por quiénes rechazaban la mediación. Entre el 4 y el 5 de septiembre Columbia pasó a ser el epicentro de la revolución.

Batista entró en esa vorágine, firmando junto a otros 18 ciudadanos ilustres-firmaron tres militares más- la destitución Céspedes, estampando su rúbrica sobre un título sustanciosamente modificado respecto al día anterior. En pocas horas era ya “Sargento Jefe de todas las Fuerzas Armadas de la República.”

Fulgencio Batista con los cinco miembros de la Pentarquía

La destitución del 5 de septiembre formalizó un gobierno de 5 civiles ilustres, llamado La Pentarquía, que duró tantos días como su composición numérica.

De su actuación solo queda un registro indeleble: El pentarca Sergio Carbó, periodista bien visto por los soldados, firmó un decreto nombrando a Fulgencio Batista Coronel-Jefe de las Fuerzas Armadas. En la biografía escrita por Edmund Chester, Carbó confiesa que “Le di un jefe al ejército, para que por algún medio pudiéramos evitar la anarquía abierta en el país”.

La pentarquía se disolvió al decidir que uno de ellos, el médico fisiólogo y profesor universitario, Ramón Grau San Martín, se convirtiera en Presidente, jurando su cargo ante el pueblo, desde un balcón del Palacio Presidencial el 10 de septiembre de 1933.

Designado por el DEU con el apoyo de soldados rebeldes, junto a otras figuras destacadas, convertidos en una especie de asamblea considerada a sí misma la fuente del poder temporal de la república- “Asamblea de los 19”-, el gobierno de Grau respondía a las intenciones de los radicales dispuestos a pasarse de los propósitos limitados de la mediación norteamericana.

Mirando hacia atrás, era un acto revolucionario y Batista había sido parte.

De la proclama hecha al pueblo de Cuba, una promesa solemne prevaleció, cuya resolución llegó a ser el logro más sustancioso de aquellos años convulsos: Convocar la elección de una Asamblea Constituyente con el objetivo de redactar una nueva carta magna.

El estrenado coronel tenía 32 años, de adolescente cortó caña a machete, oficio de esclavos se le decía en Cuba. Luego sería repartidor de agua, carpintero, aprendiz de sastre; alistado en el ejército a los 21 años, su afán insaciable de superación le hizo taquígrafo, llegando al Estado Mayor Nacional.

Hugh Thomas nos ofrece esta semblanza en su libro, Cuba, la lucha por la libertad:

“Su sangre india, era de tez casi rojiza, y poseía un gran encanto personal. Causó buena impresión al corresponsal del New York Times: "por su rapidez mental es como un rayo. Sonríe con facilidad y a menudo, y dedica completa atención a la persona que le habla". Su variada experiencia, su conocimiento de todas las partes de Cuba y de todas las clases sociales, lo convertirían, cuando llegara a ganar el poder revolucionario, en un oponente formidable, particularmente desde que quedó claro que no era simplemente un burócrata, sino un hombre autodidacta salido del pueblo, y que esperaba ser adorado por este.”

Grau San Martín aceptó al nuevo jefe del ejército, cauteloso, en apariencia dócil, astuto, hasta adulador, pero imprescindible ante el vacío de poder real. El pacto de organizaciones convertido en La Asamblea de los 19, liderada por estudiantes universitarios, distaba de un sólido acuerdo común, enfrentando a la vez la beligerancia de otros grupos influyentes en la marea política del momento.

Estados Unidos negó reconocimiento formal al nuevo gobierno, consecuencia de cómo había llegado al poder. Su posterior actuación en nada favoreció poner fin a la predisposición de La Casa Blanca. Sin embargo las circunstancias llevaron al inevitable encuentro de Welles con Batista, a espaldas de su jefe nominal, el presidente de la nación.

Las razones del encuentro se explican en las palabras del embajador: “Usted es la única persona en Cuba que representa la autoridad.”

Un mulato ex cortador de caña, autodidacto, acabada de entrevistarse en la Embajada de los Estados Unidos con un graduado de Harvard, diplomático de carrera, representante personal del hombre que desde la Casa Blanca podía decidir hasta la intervención militar de su poderoso ejército en Cuba.

El contraste desafiaba los cánones de la política prevalecientes en Washington, también en La Habana.

¿Revolucionario o Contrarrevolucionario? La actuación posterior de Batista, no la profesión de un ideario político ajeno a la naturaleza de su personalidad, nos dará las claves para una respuesta.

Sunday, September 22, 2024

Periodistas cubanas antes de 1959

 

Desde el viaje a La Habana de María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo en 1840, hasta el viaje al exilio de Herminia del Portal y la revista Vanidades en 1960: Doce décadas (1840-1960) de luchas y logros del periodismo de cubanas, por cubanas y sobre cubanas.

 

© Ileana Fuentes

Trabajo presentado en el Congreso Anual del Centro Cultural Cubano de Nueva York

3-4 de diciembre, 2022

 

A modo de introducción: ¿Qué constituye ser periodista?

 

Como señala el Informe de 2012 de la Relatoría Especial (de Naciones Unidas) sobre el derecho a la libertad de opinión y expresión, y cito: “los periodistas son personas que observan, describen, documentan y analizan los acontecimientos y […] cualquier propuesta que pueda afectar a la sociedad, con el propósito de […] reunir hechos y análisis para informar a los sectores de la sociedad o a ésta en su conjunto, fin de la cita.

 

El periodismo cumple funciones notablemente sociales: las de intervenir de forma activa en los cambios encaminados hacia el avance de la sociedad.

 

Existe el término “periodista ambiental”, que es aquel -o aquella- que trasmite informaciones sobre personas, lugares, acciones o acontecimientos y también textos de opinión que no responden a las características propias de la información, puesto que pretenden divulgar ideas y están muy vinculados con la creación personal. Son una mezcla creativa y abierta de información y opinión. 

 

En Cuba, la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling se funda en La Habana en abril de 1942, lo que significa que, hasta mediados de la década de 1940, no hay en Cuba periodistas profesionales como tal, sino narradores, cuentistas, cronistas y novelistas que, desde su propia escritura, relatan y dan fe de acontecimientos, ideas, movimientos sociales, familia, salud, educación, ciencia, naturaleza, cultura, política, moda, y también de asuntos de la mujer.

A partir de estas definiciones, podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la primera cubana que narra asuntos de interés a la sociedad, que observa, describe y documenta acontecimientos, que da fe de cambios físicos - específicamente de La Habana –, y que ejerce “una mezcla creativa y abierta de información y opinión” mediante su escritura, fue María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín.

 

Precursora del periodismo femenino

 


Nacida en La Habana en 1789, María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo –conocida también como Condesa de Merlín-, se radicó en París siendo una joven, y escribió casi toda su obra en francés. Es más conocida por su obra literaria, mayormente biografías y memorias –incluyendo su autobiografía- y otros textos menores que publicó en revistas.  Pero su obra magistral –en la opinión de su más rigurosa e innovadora estudiosa, la Dra. Adriana Méndez Rodenas, profesora emérita de la Universidad de Iowa y actualmente profesora de la Universidad de Missouri en Columbia-, es su Viaje a la Habana, una especie de epistolario que fue publicado en francés y en español en 1844, y cito a Méndez Rodenas que la describe como: “obra emblemática de la literatura decimonónica, cuya cartografía literaria y visual creó un mapa de La Habana colonial –de sus fronteras cambiantes, de la ampliación de sus extramuros-, y que construyó un diario de viajes que funge de historia social de La Habana colonial, con sus costumbres y el equilibrio entre blancos y negros, en los albores de la identidad nacional”. (Mendez Rodenas, A., 2021. Mapping Colonial Havana: La Condesa de Merlin’s Voyage of Return.  Karib – Nordic Journal for Caribbean Studies - mi traducción).

 

Como si estuviera escribiendo unas crónicas para un periódico, y sin haber sido periodista, la Condesa relata las impresiones de sus recorridos y describe las costumbres, las tradiciones y las peculiaridades de la isla, a la vez que brinda una aguda mirada a la sociedad cubana del siglo XIX. Cabe decir que la versión en francés de Viaje a la Habana (La Havane) contiene 36 cartas, mientras que la versión en español solo contiene 10 al ser censuradas todas las misivas que emitían críticas del gobierno colonial español.  Si bien La Havane tuvo amplia repercusión en Europa, Viaje… tuvo una recepción mixta en Cuba, aunque Domingo del Monte reseño su obra en la prensa habanera y selecciones aparecieron en la prensa de la época, como muestra Méndez Rodenas en su libro Gender and Nationalism in Colonial Cuba: The Travels of Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín, publicado por Vanderbilt University Press en 1998.

 

Dicho esto, si muchos críticos la consideran “madre” de nuestra literatura, creo que también podemos considerarla “precursora” del periodismo escrito por cubanas.

La primera cubana que podemos calificar de “periodista”

No debe extrañarnos que Viaje a la Habana, publicado en Madrid también en 1844, haya sido prologado por la otra gran madre de la literatura cubana, la primera cubana que podemos calificar de “periodista”: Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Nacida en Camagüey el 13 de marzo 1814, al igual que la Condesa de Merlín, Gómez de Avellaneda se radicó en 1836 en Europa, en España específicamente, donde publicó textos en el Semanario Pintoresco Español, entre otros. Ya viuda de su primer esposo, y ya publicada su obra maestra, la novela anti-esclavista Sab en 1841, regresa a Cuba en 1859 y funda dos revistas. En la más combativa – El Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, escribe cuatro artículos netamente feministas:

 

ü  “La mujer considerada respecto al sentimiento y a la importancia que él le ha asignado en los anales de la religión”

ü  “La mujer considerada respecto a las grandes cualidades de carácter de que derivan el valor y el patriotismo”

ü  La mujer considerada respecto a su capacidad para el gobierno de los pueblos y la administración de los intereses públicos

ü  “La mujer considerada particularmente en su capacidad científica, artística y literaria”




Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello [-que se empieza a publicar en 1859 como Revista Quincenal de Moral, Literatura, Artes y Modas-] incluye varias secciones fijas a saber: “Pensamientos Morales”, “Galería de Mujeres Célebres”, “Remembranzas” (sobre la poesía dedicada a la mujer), además de reseñas sobre la moda y el vestir de las cubanas, y artículos como “Libertad Moral”, “El matrimonio”, “Máximas para las esposas” y “Máximas para las solteras”, que reafirmaban la igualdad entre los sexos y el libre albedrío de la mujer.

 

A partir de Álbum Cubano –del cual se publicaron solo 12 números (por dificultades técnicas) se intensificó la recurrencia de la prensa femenina en Cuba, a través de revistas dirigidas a la familia y a la mujer en particular, entre ellas:

·         La Noche

·         El Céfiro (ambas fundadas en Camagüey por Sofía Estévez y Domitila García Duménico)

·         Las Hijas de Eva

·         En el Hogar

·         Minerva

·         El Álbum de las Damas

·        La Revista Blanca (Luz Gay)

 

Bajo el seudónimo de La peregrina, Gómez de Avellaneda publicó trabajos periodísticos en las siguientes publicaciones:

·         Faro Industrial de La Habana

·         El Siglo

·         Diario de la Marina

·         Gaceta de Puerto Príncipe

·         Cuba Literaria

…entre otras.

 

Un periodismo femenino, feminista y sufragista en Cuba

 

El periodismo femenino empieza a consolidarse en Cuba en la segunda mitad del siglo 19 y a comienzos del siglo 20, al tiempo que se empezaba a forjar un movimiento feminista y sufragista entre cubanas de la clase alta. La Dra. Lynn Stoner, en su libro De la casa a la calle (Duke University Press, 1991) menciona los nombres de Luz Gay, fundadora de La revista blanca; de Laura G. de Zayas Bazán, que fue corresponsal de periódicos extranjeros y publicó extensamente en Bohemia, Cuba y América y Letras;  Rosa Trujillo, de Güines, que fundó la revista literaria Letras Güineras; Rosario Sigarroa, fundadora de Cuba Libre; María Urzais, de Guanabacoa, fundadora  de La golondrina, y María Radelat, fundadora de la revista de artes Grafos.

Una figura clave en ese desarrollo fue Domitila García Duménico, camagüeyana nacida en mayo de 1847, que fue escritora, periodista, editora y profesora, considerada la primera mujer que ejerció el periodismo en Cuba. García Dumérico fundó la Academia de Mujeres Tipógrafos y Encuadernadoras, siendo ella la primera mujer en trabajar como tipógrafa en Cuba. Tiene en su haber el haber publicado, en 1868, la primera antología de escritoras cubanas, titulada Álbum poético fotográfico de escritoras cubanas. En Camagüey fundó y fue editora de varias publicaciones, incluyendo las revistas La Noche, La Antorcha y El Céfiro con la también periodista Sofía Estevez (1848–1901). También fue coeditora de la revista La Mujer, junto a María Collado, Isabel Margarita Ortex y Aida Peláez Martínez de Villa Urrutia.

 

A su vez, Aida Peláez Martínez de Villa-Urrutia, nacida en febrero de 1885 –y una de los arquitectos de la campaña sufragista de los ‘10 junto a Digna Collazo y Amalia Mallén-, fue pionera del periodismo feminista, crítico de arte, y activa defensora de los derechos de la mujer. Cabe mencionar que su padre le prohibió ejercer el periodismo, por lo que adoptó por un tiempo el seudónimo “Eugenio”. En 1923, publicó Necesidad del voto para la mujer en la revista El Sufragista, y el texto El sufragio femenino. Fundó los periódicos La Discusión, La Atlántida y en 1919, la revista literaria Ideal.

Hay que mencionar a Avelina Correa. Nacida en Bayamo en 1875, Correa publicaría su primer artículo periodístico a los 14 años en el semanario La Habana Elegante. En 1901, el periódico El Mundo la contrató como periodista y redactora, convirtiéndose así esta bayamesa en la primera periodista en ejercer el periodismo profesionalmente –léase, a sueldo- en Cuba.

 

El periodismo femenino y el movimiento sufragista-feminista se forjaron juntos. Muchas de las publicaciones periódicas que surgieron representaban la visión y los objetivos de las diversas organizaciones de mujeres. Así, la revista Aspiraciones, en 1912, una publicación cívico-patriótica para defender los intereses de las mujeres; y en 1921, la Revista de la Asociación Femenina de Camagüey, que, aunque literaria-cultural, también abordó las condiciones de trabajo de las obreras, especialmente las de las despalilladoras en la industria del tabaco, y el tema de un feminismo “femenino” que enalteciera la maternidad, el hogar y la familia como feminismo ideal. (Stoner)

Entre 1920 y 1940, durante la lucha organizada y diversa por obtener el sufragio femenino y otras reformas legales importantes a favor de los derechos de la mujer –derecho al trabajo, al divorcio, a heredar, a manejar sus finanzas, al aborto y a la custodia de sus hijos-, sobresalen cuatro activistas feministas, que a su vez ejercieron el periodismo a favor de la causa: la conservadora María Collado Romero, y las liberales de izquierda Ofelia Rodríguez Acosta, Mariblanca Sabas Alomá y Ofelia Domínguez Navarro.

María Collado Romero, nacida en marzo de 1885, fundó Revista Protectora de la Mujer y luego el Partido Nacional Sufragista al que le siguió el Partido Demócrata Sufragista, del cual fue presidenta. Collado fue la primera reportera de noticias que tuvo Cuba y reportera del Congreso. Escribió para los periódicos y revistas La Discusión, La Nación, Heraldo Liberal, La Tarde y Bohemia. En 1932, fue cofundadora y editora de la revista La Mujer, órgano del Partido Demócrata Sufragista, que se publicó hasta 1942.

Ø  Ofelia Rodríguez Acosta, nacida en febrero de 1902, feminista radical y periodista, que escribió crónicas y ensayos al igual que cuento, novela y teatro. En 1927, fundó la revista Espartana, y entre 1929 y 1932 escribió para Bohemia, y también para Diario de la Marina, El Mundo y Social. Abogó por el amor libre, por la emancipación total de las mujeres respecto a los hombres, criticó la hipocresía de la Iglesia y de la alta sociedad, y escandalizó a casi todo el mundo con su novela La vida manda, una novela ni pornográfica ni erótica, más bien analítica sobre los deseos de una joven de romper con los amarres sociales, religiosos y sexuales impuestos por la sociedad. Rodríguez Acosta se vio obligada a defenderse por escrito en la revista Bohemia de los ataques contra ella que salieron en otras publicaciones.



 

Ø  Mariblanca Sabas Alomá, nacida en febrero de 1901, inició la carrera periodística en su Santiago de Cuba natal en 1918, escribiendo para El Cubano Libre y Diario de Cuba. Sus artículos se publicaron en importantes periódicos y revistas como El País, Excélsior, El Mundo, Diario de la Marina, El Heraldo, Avance, Prensa Libre, El Sol, Información, Social, Orto, Carteles y Bohemia. También escribió para publicaciones extranjeras, y era comentarista de Radio CMQ. Se hizo una periodista de renombre especialmente por su profundo compromiso con la emancipación de las mujeres.  Fue miembro fundador del Grupo Minorista, al igual que María Villar Buceta (1899-1977), las únicas dos mujeres en el Grupo, menospreciadas por los hombres de la asociación, entre ellos Jorge Mañach, que sobre estas dos intelectuales escribió, y cito de su ensayo “Los minoristas”:


 

Me pregunto por qué a estas simpáticas señoras las dejamos venir [a las reuniones semanales del Grupo].  Quizás porque tienen ilusiones de llegar a ser cultas y quieren dar cierto aire de espiritualidad a sus vidas”.

 

Por sus escritos sobre la necesaria emancipación de la mujer y sus críticas a las mujeres de sociedad que, en su opinión, explotaban a la mujer obrera, se ganó el apodo de “la feminista roja”. Fue presidenta del Partido Demócrata Sufragista y editora de La Mujer, y periodista fija de la revista Carteles. En 1922 fundó la revista Astral.

 

Ø  Ofelia Domínguez Navarro, nacida en diciembre de 1894 en Mataguá, provincia de Santa Clara, fue escritora, maestra, sufragista y de profesión formal, abogada. Domínguez Navarro, Sabas Alomá y Mirta Aguirre están consideradas las principales intelectuales de la primera mitad del siglo 20. Fue una defensora de los derechos de la mujer, abogó por legalizar el aborto –en cuya agenda trabajó en Cuba hasta lograr en 1936 una ley de legalización parcial del aborto-, y por eliminar la categoría de “ilegítimo” de futuras inscripciones de nacimiento. Escribió sobre todo ello en varias publicaciones, y fue la primera mujer en dirigir un periódico en Cuba, el periódico La Palabra. Fue una de las fundadoras del Club Femenino de Cuba y de la Alianza Nacional Feminista.

 

Aunque no tuvo una columna periodística regular en ninguna publicación, sus escritos feministas se publicaron en Cuba en La Prensa, El Mundo, El Cubano Libre, El País, Bohemia y Carteles, y en México en El Nacional y El Universal, entre otros. En1924 fundó la revista Villaclara.

 

Otras periodistas feministas de la era republicana son dignas de mencionar:

Mirta Aguirre Carreras, nacida en 1902, fue vice editora-en-jefe de la revista mensual Lyceum, bajo la dirección de su editora-en-jefe, la profesora de la Universidad de La Habana Piedad Maza, entre 1949 hasta su último número en 1955.

Berta Arocena de Martínez Márquez, nacida en 1899, fue sufragista y feminista activa en los años ‘20 y ‘30. En 1929, fue cofundadora del Lyceum, que publicaba mensualmente la revista homónima.

Renée Méndez-Capote y Chaple, nacida en 1901 y más conocida por su obra testimonial Memorias de una cubanita que nació con el siglo, escribió para Diario de la Marina, La Gaceta de Cuba, la revistas Bohemia y Social, y ya en la era revolucionaria, en Revolución y Cultura, Unión, Juventud Rebelde y Mujeres y en el semanario Pionero.


 

Loló de la Torriente, nacida en 1907, periodista, ensayista y crítico de arte, que publicó en Cuadernos Americanos, Carteles, Mediodía, Bohemia y Novedades.

Josefina Mosquera y Rouco, nacida en 1903, de quién hablaré a continuación.

  

Y llegó el comandante y mandó a parar

 El 1º de enero de 1959, al triunfo de la revolución, había inscritas en Cuba unas 900 organizaciones cívicas de mujeres, lo que hoy llamamos no-gubernamentales, según el Dr. Julio César González Pagés, profesor de la Universidad de La Habana, en su libro En busca de un espacio: Historia de mujeres en Cuba (Editorial Ciencias Sociales, 2003). También en ese momento, había en la isla 35 revistas femeninas, en su mayoría literarias y de muy alto nivel, como Lyceum, Revista Ateneo y Revista Unidad Femenina, y también otras más populares como Vanidades.

Por una parte, estas revistas, en su mayoría, tenían una conexión con grupos de mujeres específicos, en muchos casos voceros del importante movimiento feminista cubano pre-1959 y de los cuales el nuevo gobierno revolucionario –a través de la Federación de Mujeres Cubanas-, decidió distanciarse… digamos “decidió borrar”.

El distanciamiento también se impuso sobre casi todas las destacadas activistas y profesionales que se habían curtido en las luchas sufragistas desde la izquierda socialista de los años 20, 30 y 40. El movimiento feminista de los años de la República, y sus más brillantes personalidades, como Mariblanca Sabas Alomá, Ofelia Díaz Acosta y Ofelia Domínguez Navarro, serían ninguneadas completamente por el machangato castrista, con contadas excepciones como Mirta Aguirre y Renée Méndez-Capote. Una nueva historia de Cuba iba a escribirse, sin excepción.

Ahora, llego al momento de transición gubernamental y sistémica –al momento del asentamiento del régimen revolucionario- que lleva a la clausura de casi todos los periódicos y revistas que existían entonces – y de las 900 organizaciones cívicas de mujeres, en aras de la Federación única-, y tomo como ejemplo lo acontecido con la revista femenina Vanidades.

 

Josefina Mosquera y Rouco, nacida en 1903, funda en La Habana la revista Vanidades en 1937 como revista bimensual, que llegaría a ser la revista favorita de las mujeres cubanas.  Vanidades abarcará los temas de la moda, la costura, consejos de belleza, el hogar, la salud, cocina, el cuidado de los hijos, y extractos de novelas, cuentos y poesía. Vanidades era, definitivamente, una revista “lite”. En 1954, asume su dirección Herminia del Portal, nacida en 1906, que la dirige hasta agosto de 1960, cuando la revista es nacionalizada por el gobierno revolucionario y es nombrada nueva directora Adelaida Clemente. La FMC seguirá publicando Vanidades revolucionaria hasta noviembre de 1961, fecha en que se convierte en la revista Mujeres, órgano oficial de la FMC.

 


Josefina Mosquera y Rouco cayó presa el 19 de abril de 1961 y se declaró en huelga de hambre, que sostuvo por 19 días. Fue liberada sin juicio y salió de Cuba el 19 de marzo de 1962. También Herminia del Portal saldría de Cuba al exilio en 1960 y en 1961, lanzaría una nueva revista Vanidades en Nueva York.