Nos escribe el académico Iván Acosta:
"En el 1980, Reinaldo decidió venir a vivir en Nueva York. Al principio, yo me encargué de orientarlo en la Babel de hierro.
Les conseguimos un apartamentico a media cuadra del nuestro, en la calle 43 casi esquina a la 9na avenida, en el corazón de Hell's Kitchen.
Reinaldo solía visitarnos casi todas las noches. Una vez nos contó, a Teresa y a mí, esta terrible historia que más adelante publicó en el órgano oficial del CID [Cuba Independiente y Democrática].
Es una narración muy fuerte, terrible y triste.
Aquí la comparto con ustedes"
La Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp. se propone evitar que los hechos históricos de Cuba y sus exilios se conviertan en leyendas dejando un registro fidedigno de los mismos ‒sin censuras ni manipulaciones demagógicas‒ con el fin de que nunca pierdan su condición de historia. Este blog intenta reflejar nuestro quehacer en ese sentido, al tiempo de brindarse como tribuna abierta para que testigos y estudiosos del avatar cubano puedan contribuir de buena voluntad en el intento
Monday, April 22, 2019
Saturday, April 20, 2019
BALDOR, SU ÁLGEBRA Y SU HISTORIA*
Aurelio Baldor,
el autor del libro que más terror despierta en los estudiantes de
bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad. Nació en La
Habana, Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática,
sino la revolución de Fidel Castro.
Por Álvaro Álvarez
Esa
fue la única ecuación inconclusa del creador del Álgebra de Baldor, un
apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas
en su habitación, armado sólo de lápiz y papel para escribir un texto
que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda
Latinoamérica.
El
Álgebra de Baldor, aún más que El Quijote de la Mancha, es el libro más
consultado en los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia.
Tenebroso
para algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable
para los adolescentes que intentan resolver sus “misceláneas” a altas
horas de la madrugada, es un texto que permanece en la cabeza de tres
generaciones que ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el
terrible hombre árabe que observa con desdén calculado a sus alumnos
amedrentados, sino el hijo menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de
octubre de 1906 en La Habana, y portador de un apellido que significa
“valle de oro” y que viajó desde Bélgica hasta Cuba.
Daniel
Baldor reside en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre
matemático. Inversionista, consultor y hombre de finanzas, Daniel vivió
junto a sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los
acompañó durante más de cincuenta años, el drama que se ensañó con la
familia en los días de la revolución de Fidel Castro.
Aurelio Baldor era el educador más importante de la isla cubana durante los años cuarenta y cincuenta.
Era fundador y director del Colegio Baldor, una institución que tenía
3.500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la exclusiva zona
residencial del Vedado. Un hombre tranquilo y enorme, enamorado de la
enseñanza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y que pasaba el día
ideando acertijos matemáticos y juegos con “números”, recuerda Daniel, y
evoca a su padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial
altura de un metro con noventa y cinco centímetros por los corredores
del colegio, siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de
Martí y con su álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del
retrato del sabio árabe intimidante, lucía una sobria carátula roja.
Los
Baldor vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde
las puestas de sol se despedían con un color distinto cada tarde y
donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios
matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de
los números y las ecuaciones. La casa aún existe y la administra el
estado cubano. Hoy hace parte de una villa turística para extranjeros
que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una semana de verano en
las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el “Che” Guevara,
quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo barrio.
“Mi
padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia”,
afirma Daniel. “Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin
falta, íbamos a misa de seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera
después del exilio”. Eran los días de riqueza y filantropía, días en
que los Baldor ocupaban una posición privilegiada en la escalera social
de la isla y que se esmeraban en distribuir justicia social por medio de
becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer.
El
2 de enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio
Batista se tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que
Fidel Castro fuera personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la
revolución al director del colegio. “Fidel fue a decirle a mi padre que
la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa
labor de maestro, pero ya estaba planeando otra cosa”, recuerda Daniel.
Los planes tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del
nuevo gobierno, y una calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de
revolucionarios hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo.
Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con devoción
de alumno el trabajo de Aurelio Baldor, lo salvó de ir a prisión. Pero
apenas un mes después la familia Baldor se quedó sin protección, pues
Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana, desapareció en medio
de un mar furioso que se lo tragó para siempre. “Nos vamos de
vacaciones para México, nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si
se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión
milimétrica cómo teníamos que prepararnos. Era el 19 de julio de 1960 y
él estaba más sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no
dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta,
durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las
cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo”, dice el hijo de
Baldor.
Colegio Baldor en El Vedado |
Un
vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La
respiración de Aurelio Baldor estaba agitada, intranquila, como si el
aire mexicano le advirtiera que jamás regresaría a su isla y que moriría
lejos, en el exilio. El profesor, además del dolor del destierro,
cargaba con otro temor. Era infalible en matemáticas y jamás se
equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el dinero que
llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses. Partía acompañado de
una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues doce
años atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a
Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el
dinero en su escuela y su país.
La
lucha empezaba. Los Baldor, incluida la nana, se estacionaron con
paciencia durante 14 días en México y después se trasladaron hasta Nueva
Orleáns, en Estados Unidos, donde se encontraron con el fantasma vivo
de la segregación racial. Aurelio, su mujer y sus hijos eran de color
blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una soberbia
mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o
llegaban a un lugar público.
Aurelio
Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó
el trato y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde
consiguió alojamiento en el segundo piso de la propiedad de un italiano
en Brooklyn, un vecindario formado por inmigrantes puertorriqueños,
italianos, judíos y por toda la melancolía de la pobreza. El profesor,
hombre friolento por naturaleza, sufrió aún más por la falta de agua
caliente en su nueva vivienda, que por el desolador panorama que
percibía desde la única ventana del segundo piso.
La
aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes
intelectuales de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará,
estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y
la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba
la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del
director, que sirvió durante años como escuela revolucionaria para
formar a los célebres “pioneros”. La suerte del colegio fue distinta.
Hoy se llama Colegio Español y en él estudian 500 estudiantes
pertenecientes a la Unión Europea. Ningún niño nacido en Cuba puede
pisar la escuela que Baldor había construido para sus compatriotas.
Lejos de la patria Aurelio Baldor trató
en vano de recuperar su vida. Fue a clases de inglés junto a sus hijos a
la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en
Saint Peters College, en Nueva Jersey. Se esforzó para terminar la
educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba:
un profesor de literatura, dos ingenieros, un inversionista, dos
administradores y una secretaria. Ninguno siguió el camino de las
matemáticas, aunque todos continuaron aceptando los desafíos mentales y
los juegos con que los retaba su padre todos los días.
Con
los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual
en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la
pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba.
No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su
retiro acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y
recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos cuantos
nacieron en el planeta. Baldor jamás recuperó sus fantásticos cien kilos
de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no
puede soportar el peso del cielo sobre sí. “El exilio le supo a jugo de
piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver”, asegura su
hijo Daniel.
El
autor del Algebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril
de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba
por última vez y se durmió para siempre. Pero sus siete hijos, quince
nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio Baldor
lo mataron la nostalgia y el destierro.
Un
amigo me envió la historia completa, yo traté de escribir esta pequeña
reseña para quienes ignoran la grandeza y dolores detrás de uno de los
libros más conocidos del mundo: Álgebra de Baldor.
*Tomado de Nuevo Acción
Friday, April 19, 2019
La invasión: otra mirada*
Por Iván Acosta
“La invasión de los mercenarios y vendepatrias ha llegado, pero nuestro glorioso ejército revolucionario está venciendo. Patria o Muerte. ¡Venceremos!”.
Esto lo repetían cada cinco minutos por todas las emisoras de radio en cadena
a través de la isla. Era el 17 de abril de 1961. Tito Gómez acompañado por la Orquesta Riverside cantaba “Vereda Tropical”.
Repitieron la misma canción más de diez veces. Como a las 10:30 a.m. acompañé a mi tío Nené hasta la terminal de ómnibus, ya que él regresaba para Santiago de Cuba. Esa fue la última vez que lo vi. Ya las calles comenzaban a lucir desoladas. Sólo se veían
vehículos militares o guaguas y camiones repletos de personas detenidas. Al regresar a mi trabajo, en el restaurante Las Avenidas, de Carlos III e Infanta, Bonifacio, un inspector de ómnibus que siempre estaba parado en aquella esquina, se me acercó y comentó en voz baja: “Ya llegaron los muchachos’”. Se le veía la emoción reflejada en los ojos, cosa que no podía exteriorizar, pues vivíamos momentos difíciles. No pasaron dos minutos cuando vimos, frente al establecimiento, dos camiones de milicianos. Entraron
al restaurante en táctica de combate y uno de ellos gritó: “Todo el mundo quieto”, y todo el mundo quieto se quedó. Después sacaron a todos los empleados, a punta de pistola. Yo me había agachado detrás del mostrador y desde allí lo presenciaba todo, cuando
de repente, me dí con una pistola calibre 45 apuntándome a la cara. Un miliciano negro portaba el arma, y me dijo: “Sal pronto de ahí, gusano de mierda”. Nos montaron en un camión de carne, con peste a carne podrida y lleno de moscas. Viajamos por unos veinticinco
minutos; cuando el camión paró, se escucharon unos gritos que decían: “¡Qué vivan los invasores, abajo el comunismo!”. Nos bajaron del camión, apuntándonos con las ametralladoras, como si nosotros fuésemos los invasores. Nos registraron uno a uno, y nos metieron
a todos en el edificio de la Ciudad Deportiva, un enorme estadio que fue construido para el pueblo, e ironicamente, ahí estaba el pueblo, pero encarcelado. Allí había mujeres; soldados rebeldes desarmados; choferes de guagua; sacerdotes; y hasta niños acompañando
a sus madres. Un ministro evangélico se paró y comenzó a orar en voz alta, hasta que un miliciano se le acercó por detrás y lo silenció con un fuerte culatazo de rifle por la espalda. Un ingeniero, comandante rebelde, que también estaba arrestado, hizo un
cálculo, y nos dijo que allí había alrededor de veinte mil almas inocentes.
…………..
Mis 17 años me hacían el más joven de los seis mil hombres detenidos en los fosos de El Morro, frente al litoral habanero.
El 20 de abril llevábamos tres días sin ingerir ningún tipo de alimento. Ya había tres muertos de sed e insolación. El fuerte altoparlante de la fortaleza transmitía los partes militares: “La invasión de los gusanos mercenarios del imperialismo yanqui, ha
sido derrotada por nuestras heroicas fuerzas armadas revolucionarias, lideradas por el comandante en jefe, nuestro máximo líder...”. Habían movilizado a más de 150,000 soldados y milicianos para luchar contra mil y pico de invasores que habían sido abandonados al
garete por orden de la Casa Blanca. Para el 24 de abril, la invasión había sido totalmente derrotada. Comenzaron a liberar a los detenidos. Habían muerto cinco hombres sin asistencia médica. Llevábamos ocho días durmiendo sobre piedras y arena. Algunos habíamos
logrado comer dos veces. Y a base de empujones, se luchaba para lograr un sorbo de agua, lanzado por una manguera a unos 30 pies de altura. En un rincón de los fosos, que se había usado como letrina improvisada, aún manchado de sangre se encontraba el fatídico
paredón de fusilamientos. Me encontré un trozo de carbón, y desde una roca de arrecife pude escribir sobre el antiguo paredón una frase que me vino a la memoria: “La imposibilidad en que me encuentro de probar que Dios existe, me prueba su existencia”. Varios
presos me aplaudieron, no sé si por la frase o por mi hazaña. Al medio día me soltaron. Afuera, entre cientos de rostros esperando a sus seres queridos, se encontraba mi papá. Dos de los empleados del restaurante y nosotros tomamos un carro de alquiler para
que nos llevara de vuelta a casa. Por la carretera podíamos ver a unos milicianos terminando de pintar un enorme letrero sobre uno de los muros de la fortaleza: “Muerte al agresor - Cuba primer país socialista de América”. El chofer no nos quiso cobrar. Con
el rostro apenado nos dijo: “De aquí hay que irse o hay que morir peleando”. Nadie dijo ni pío. Continuamos el viaje en silencio, escuchando en la radio a “la reina del guaguancó”, Celeste Mendoza y luego al colombiano Nelson Pinedo con la Sonora Matancera
cantando “Me voy pa'la Habana y no vuelvo más”
*Fragmento del libro Con una canción cubana en el corazón.
Monday, April 15, 2019
Acto de investidura en Miami
LA ACADEMIA
DE LA HISTORIA DE CUBA EN EL EXILIO, CORP.
INVITA
AL ACTO DE INVESTIDURA DE LOS
NUEVOS ACADÉMICOS
Teresa
E. Fdz. Soneira, Ángel R. Velázquez Callejas, y Pedro Camacho
A efectuarse el viernes 26 de abril de 2019 a las 6:00 PM en el
4000
West Flagler, Room: Auditorium
Miami,
FL 33134
PROGRAMA
Discurso de Investidura de la Lic. Teresa E. Fernández Soneira, con el
título de “La mujer cubana en las luchas
por la independencia de Cuba.”
Discurso
de Investidura del Dr. Ángel R. Velázquez Callejas, con el título de “Historia de la Formación
del Capitalismo en Cuba: Centralización y Concentración Azucarera en la Región
Manzanillo (1880-1898).”
Discurso de Investidura del Lic. Pedro Camacho, con el título de “Necesidad del Rescate de la Historia y la
Historiografía Cubana.”
Discurso de Respuesta por el Dr. Eduardo Lolo, Presidente de la AHCE, Corp.
Entrega de Diplomas y Conclusiones por Amb. Armando Valladares, Presidente
del Capítulo del Estado de Florida de la AHCE, Corp.
QUEDAN
TODOS INVITADOS
Friday, April 12, 2019
“Cuba es uno de los mayores yacimientos de silencio del planeta”
El periodista Gonzalo Cachero entrevista al miembro de la AHCE a propósito de su novela "Turcos en al niebla" para el periódico español El País:
Foto de Jaime Villanueva para El País
|
Defiende el escritor Enrique del Risco que su
última novela, Turcos en la niebla (Alianza, 2019), que presentó en Madrid a finales de marzo, es
un ajuste de cuentas con la esperanza de libertad que ha alentado a muchos
cubanos a dejar su país por razones políticas. Más concretamente, con la
engañosa promesa de felicidad que envuelven estas huidas y
que termina por sumir al individuo en un baño de realidad andando el tiempo.
Exiliado de la Cuba castrista,
que abandonó en 1995 tras renunciar a una fe de la que fue militante, a Del
Risco (La Habana, 52 años) le interesa más subrayar la ausencia de brújula
vital que en su opinión caracteriza el exilio que la añoranza por la tierra
perdida. Centrada parcialmente en Nueva York, ciudad en la que el autor reside
desde hace más de 20 años, Turcos en la niebla, novela ganadora del XX Premio Unicaja de
Novela Fernando Quiñones, rebate, a través de las historias de cuatro
protagonistas que abandonaron Cuba, la idea de que se puede acabar con los
males interiores poniendo tierra (u océano, en este caso) de por medio.
Pregunta. ¿Qué imagen del exilio cubano ha buscado
trasladar en Turcos en la niebla?
Respuesta. El exiliado es en general un tipo muy
especial de emigrante, alguien que tiene que reconstruir el mundo que deja
atrás y que al comienzo de esa operación trata de aislar los males del pasado y
de mantenerse incontaminado de ellos, algo imposible, porque el mal se lo lleva
uno siempre consigo mismo. Al final, acaba preguntándose por las cosas que no
tienen que ver con el motivo que le llevó a partir y que, sin embargo, hacen
que su vida sea peor de lo que podría ser en realidad. He tratado que todo eso
esté en esta novela.
P. Sus personajes parecen incapaces de
cambiar el rumbo de sus vidas. Uno de ellos llega incluso a preguntarse si
podrá creer en algo que no sea la gravedad.
R. Los protagonistas tienen vidas que son
un absurdo, pero un absurdo tan común que los propios personajes lo han
naturalizado. Así es en gran parte la vida de los cubanos,
incluida la de aquellos que han huido: un absurdo naturalizado que se explica
por el mundo totalitario del que tratan de escapar. Los protagonistas de la
novela no saben vivir en Cuba, pero tampoco están capacitados para hacerlo en
otro lugar, porque piensan más en lo que ocurre en la isla que en su propia
vida. El exilio les crea una especie de barrera que los aísla del presente y
los hace impermeables a su realidad más inmediata. Y todo esto es muy curioso,
porque esa naturalización inconsciente de la vida que hacen los cubanos también
la realiza el mundo occidental.
P. ¿Qué quiere decir?
R. Los visitantes, no digo todos, pero sí
muchos, acaban pensando que lo que ocurre allá es algo que no podría ser de
otra manera. El sistema político y todas sus consecuencias, me refiero. Y eso
puede tener algo de interesante, incluso atractivo para los occidentales que
están insatisfechos con sus sociedades, pero solo porque no viven allí día a
día. Si lo hicieran, se darían cuenta de que los cubanos no merecemos vivir de
esa forma, por más que satisfaga la curiosidad de tantos turistas.
P. ¿Le parece que Occidente no juzga Cuba
con los mismos cánones que a sí mismo?
R. Cuba ha sufrido un proceso de
orientalización motivado por las condiciones en las que ha vivido los últimos
60 años. Al principio era para muchos un futuro, una utopía, pero después ha
pasado a ser un modelo de sociedad alternativa. Ciertamente son imágenes
trágicas ambas, no sé cuál de las dos es peor. Creo que con la primera es más
fácil engañarse; la segunda es ya un poco más cínica, aunque de esta
última no puedo hablar tanto porque me la perdí. La época en la que Cuba
comenzó a ser percibida como un paraíso alternativo coincidió con el momento en
el que yo salí del país. Ahora, desde la distancia, creo que Cuba sigue siendo
ambas cosas: es el retrato del Che, pero en una extraña mezcla con el Chevrolet
53 de los tiempos de [el
dictador Fulgencio] Batista.
P. El monólogo final de uno de los
personajes es a evitar por todos los medios el silencio. ¿Qué sentido tiene esa
llamada en la Cuba de 2019?
R. Cuba es uno de los mayores yacimientos
de silencio del planeta. Pero es un silencio muy locuaz, que está acallado.
Pongo un ejemplo. No hace mucho leí un artículo en un periódico
importante que presentaba Cuba como
un paraíso para los homosexuales, cuando el Gobierno tiene una
trayectoria de homofobia de Estado más que demostrada, pero bastó que la hija
de Raúl Castro se convirtiera en defensora de los
derechos de estas personas para anular esa imagen. Por
desgracia hay multitud de formas por las que se silencia lo que ocurre allí. En
parte esto se explica porque Cuba interesa más como modelo que como realidad.
Suelo decir que, más que un país, Cuba es una idea. Estoy de acuerdo con eso
que dice [el filósofo Slavoj] Zizek de
que los cubanos llevamos décadas condenados a ser siempre el sueño de los
otros. Algo que tiene que ver con otra idea que comparto, de [el
novelista] Reinaldo Arenas,
que decía que los cubanos venimos del futuro. Venir de allí tiene sus
desventajas: una de ellas es que no mejora nuestra capacidad de imaginarnos que
lo que vendrá será mejor.
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