Por Eduardo Lolo
Injusticias y fracasos. Eso es lo que contenía el equipaje del alma de
Martí a su llegada a Nueva York. Injusticias por las aciagas características del
sistema colonial en Cuba, de las cuales fue testigo y víctima; y fracasos por
sus fallidos intentos de asentarse en México, Guatemala y Venezuela porque,
según sus propias palabras, “la colonia continuó viviendo en la república.”[1]
De ahí que no sorprenda
que arribara a los Estados Unidos ya convertido en conspirador, como demuestra
que, presumiblemente, lo hiciera con pasaporte italiano, como quedó registrado
en los documentos de Inmigración.
En Nueva York encontró el
Apóstol en ciernes una pujante comunidad hispana de cubanos, españoles,
argentinos, uruguayos, puertorriqueños, y de otras nacionalidades. Además de un
ambiente cultural cosmopolita solamente superado por París, en sitial que luego
ocuparía la futura ciudad de los rascacielos y que le ganase el sobrenombre de la
“Capital del Mundo”.
Pero el joven Martí no
pudo dedicarse enteramente a disfrutar, como otros emigrantes, del ambiente
cultural neoyorquino. Parafraseando a Thomas Mann, donde quiera que Martí estuviera,
estaba Cuba, con todos sus horrores como lugar y tiempo común de vida en agonía.
De ahí que priorizó sus labores conspirativas. Perseguido por detectives
contratados por el gobierno español y sus agentes oficiales o encubiertos, Martí
tuvo que cambiar varias veces de nombre y domicilios, hacer viajes clandestinos
y otros subterfugios propios del clandestinaje. Pero nada le impidió aunar
fuerzas y corazones en la organización e inicios de “la Guerra Necesaria”, de
lo cual hay mucho escrito. Esa fue su misión principal. Y exitosa
Pero hubo otra misión, en
la que Martí resultó tan triunfante como en la patriótica, que considero nunca
se propuso ni llevó a cabo, al menos al inicio, conscientemente: la de
coadyuvar a la evolución de las literaturas hispánicas de fines del siglo XIX
en lo que terminaría llamándose “Modernismo”, un nuevo escribir en español que
saltaría, ornado, a la siguiente centuria, y cuya figura principal terminaría
siendo el nicaragüense Rubén Darío, quien llamaba a Martí “maestro”. Sin
embargo, Martí murió sin saber que había sido uno de los fundadores del
movimiento literario en castellano con el cual abriría el nuevo siglo,
colocando las literaturas hispanas a la par de sus homólogas de las otras
lenguas europeas.
Ahora bien, ¿cuáles fueron
las características estilísticas de la escritura martiana, tanto en prosa como
en verso, que le hicieron alcanzar semejante sitial?
Martí nunca copió, ni
imitó, ni remedó a nadie con su pluma, de donde nacían “bramidos” –como
calificara Domingo Faustino Sarmiento su voz literaria. Y eso sí fue algo que
procuró y logró el futuro Apóstol de manera consciente, aunque en sus inicios fuera
más bien íntima, como reconoce en su dedicatoria del Ismaelillo a José Francisco, su único hijo: “Si alguien te dice que
estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para
profanarte así.”[2]
De lo anterior se colige
que para Martí el copiar, imitar o remedar a otros escritores era una
profanación literaria. Pero eso no quiere decir que los desconociera,
subestimara o despreciara; todo lo contrario. Desde muy joven, Martí leyó,
estudió e identificó las características de lo mejor de las literaturas (y en
más de un idioma) que le habían precedido o le eran contemporáneas, pues nunca
se ciñó a los clásicos del ayer, sino que amplió su vasta cultura a los
clásicos en progreso del mañana que le rodeaban.
Basado en el precipitado
hispano, francés, inglés y de otros elementos recibidos, Martí creó lo que yo
llamo una inusitada y exitosa alquimia
literaria a la sombra de su alma y sus ideales. Su herramienta lingüística fue
el idioma español, pero pinceladas en su sintaxis, imágenes y postulados, vendrían
de muchas parte, seleccionadas y fusionadas en esa (repito) alquimia, sin
menoscabo del componente mágico asociado al término.
En 1880 el
bardo confiesa que "el corazón no siente al leer a Núñez de Arce ese grato
calor que queda al leer los versos de un verdadero poeta"[3] y
dirige entonces su mirada hacia la literatura de otras culturas. Dijo luego al
respecto:
¿Por
qué nos han de ser fruta vedada las literaturas extranjeras, tan sobradas hoy
de ese ambiente natural, fuerza sincera y espíritu actual que falta en la
moderna literatura española? (…) Conocer diversas literaturas es el medio mejor
de libertarnos de la tiranía de algunas de ellas.[4]
Así, basándose en su
condición de políglota, –y muy en especial su dominio total del francés, la lingua franca del siglo XIX), Martí toma
para escribir, sin despreciar lo más notable de su herencia cultural española,
lo mejor de otras literaturas; pero, no en la forma en sí, sino en del nuevo
espíritu de fin de siècle del que estas
emergen, prácticamente al unísono, gracias a los nuevos adelantos tecnológicos
que aceleraron la velocidad tanto en las comunicaciones como en la impresión de
periódicos y libros y sus distribuciones. Consecuentemente, como ya se ha
dicho, Nueva York estaba mucho más 'cerca' de Londres, Berlín o París, que la
misma Madrid.
Como periodista en activo y asiduo
visitante de los salones de las bibliotecas de la ciudad, el poeta caribeño
logró mantener contacto directo con lo último publicado Francia e Inglaterra. A
ello súmasele su abierta postura ante la cultura norteamericana de la época (la
cual daría a conocer a sus hermanos de América Latina) y se tendrá un cuadro
general de las potencialidades regeneradoras de la cultura hispánica que reunía
Martí, como intelectual, en el Nueva York de aquellas últimas décadas del siglo
XIX.
Como resultado de lo anterior,
iniciaría Martí, en su rechazo al decadente romanticismo español, toda una magia
literaria donde combinaría elementos franceses, ingleses y norteamericanos en
su prosa y su poesía en castellano. Doctos martianistas se han encargado ya de
desglosar la fórmula mágica resultante[5], cuyos
análisis e interpretaciones condenso a manera de sumario en lo que sigue:
Entre los elementos franceses que Martí
absorbiera parcialmente están el parnasianismo, el simbolismo y el
impresionismo
Martí adoptó del parnasianismo[6]
sus principios esteticistas y plásticos, así como su culto a las civilizaciones
antiguas. Del simbolismo[7],
el bardo cubano reflejaría, además del uso enfático del símbolo, las formas
musicales y la recuperación del 'yo' poético, así como la presencia de sutiles
tintes metafísicos, posiblemente por Martí ser krausista confeso y masón
práctico.
Pero ahí no se detendría la prestidigitación
literaria de Martí. De los impresionistas[8], Martí
tomaría su rechazo a las abstracciones y su priorización de las sensaciones,
así como el uso intencionado de la sinestesia, la prosopopeya y la metáfora, la
última de las cuales lleva Martí a un nivel mucho más complejo que la
animización.
De los pre-rafaelistas[9] ingleses
tomaría Martí la idealizada descripción de la naturaleza que los caracterizó
(extensiva, en el poeta caribeño, al hombre 'natural' mismo); pero rechazaría
la búsqueda de la verdad absoluta en el arte como el objetivo básico del
artista. Sí comparte en muchos pasajes la tendencia pre-rafaelista en los
detalles más mínimos o insignificantes, reduciendo aún más las pequeñas
pinceladas impresionistas. Pero, a diferencia de su fuente inglesa, Martí
reduce para engrandecer, llamando la atención sobre lo mínimo para hacerlo,
momentáneamente, lo máximo.
Martí también utiliza en su fusión
literaria elementos del país que lo acoge, particularmente del simbolismo
americano. Es conocida su admiración por Edgar Allan Poe, Ralph W. Emerson y
Walt Whitman. Poe fue, en parte, fuente de los movimientos franceses (a través
de Baudelaire) que recibían Martí y demás escritores hispanoamericanos de
entonces desde Europa; pero, a diferencia de sus colegas al sur del Río Bravo,
Martí puede conocer de primera mano la importancia del autor de The Raven no
sólo por la lectura de los textos poeianos originales, sino a través del
conocimiento vivencial del medio físico-cultural en que Poe había desarrollado
su obra. Quién sabe si por esa cercanía a una de las fuentes originales de la
rebelión anti-romántica europea, fue por lo que Martí quedó como el menos
'afrancesado' de todos los modernistas.
Del transcendentalismo emersoniano Martí
tomó o aceptó sus postulados contra el racionalismo científico y la convicción
de que cada hecho natural encierra una verdad espiritual. Desde el punto de
vista estilístico, la influencia de Emerson que parece destacarse más en Martí
es la sentencia epigramática como unidad de pensamiento que constituye un
elemento común en la prosa –y hasta en la poesía– martiana, cuyo destacado uso
–más allá del substrato hispano que podría representar Baltasar Gracián– es del
todo emersoniano, ya presente en Nature
(1836) y toda la prosa poética de Emerson, del pleno conocimiento de Martí.[10]
Sin embargo, Whitman sería quien más
influencia ejercería, de las fuentes estadounidenses, en el poeta cubano. La
unidad rítmica, los efectos musicales mediante el empleo de paralelismos, la
belleza de la muerte y la igualdad de todos los seres humanos presentes en la
obra martiana, tienen sus contrapartes en Leaves
of Grass (1855) y otras obras del gran poeta neoyorquino. Particularmente
en los Versos Libres (1882) de Martí
es donde más se destaca la influencia del gran cantor de Manhattan.[11]
No obstante, como quiera que la
nueva forma de decir martiana estaba dirigida contra el 'mal' romanticismo
español en su período decadente, y no contra los valores trascendentales del
movimiento, Martí mantiene en su obra estrechos puntos de contacto con éste[12].
El poeta cubano y sus seguidores sí descubren a Bécquer, ya que es el
pensamiento becqueriano, la riqueza de su lenguaje poético y las posibilidades
de, a través de éste, llegar a un Henrich Heine ya 'españolizado', lo que los
hispanoamericanos reconocerán en el poeta envilecido por la crítica académica
española de la época y la interpretación superficial de los lectores
peninsulares decimonónicos. Martí es, también, romántico, al menos por la
simple razón de que, como bien dijo Darío, "¿quién que es no es
romántico?"
Con todos los elementos anteriores,
más la genialidad innata del prócer cubano, es que éste logra (mas sin el
marcado 'afrancesamiento' de otros modernistas) algo del todo inusual en las
literaturas hispanoamericanas de su época: una forma de escribir de factura
totalmente diferente a los patrones peninsulares en boga. Por primera vez en la
historia de la literatura, Hispanoamérica iniciaba un movimiento literario al
margen de los modelos imperantes en la metrópolis cultural que había sustituido
a la metrópolis política. Las crónicas de Martí –continentalmente conocidas–
harían llegar la nueva buena a todos los intelectuales hispanoamericanos y
peninsulares de entonces. Y en 1882, con el librito de versos ya citado
dedicado a su hijo ausente, extendería Martí, conscientemente, la renovación a
la poesía. Porque es el caso que la alquimia martiana resultó ser, a la postre,
mucho más que la suma de sus partes.
Ideológicamente, Martí identificó,
mucho antes que el peruano Eudocio Ravines (1897-1979), que el socialismo era
una gran estafa trágica[13].
Sus objetivas palabras sobre el tema pueden encontrarse, incluso, hasta en su
epistolario personal, como en su misiva de 1889 a Fermín Valdés Domínguez donde
le advierte que
Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas
otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la
soberbia y la rabia de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo
empiezan por fingirse para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores
de los desamparados.[14]
Pero Martí amplió sus advertencias y
denuncias más allá de la ideología socialista per se, señalando la igualmente nefasta labor de sus antípodas
históricos de tendencias disímiles aunque, en el fondo, semejantes. El Apóstol,
sarcástico e iracundo, los calificó como aldeanos
vanidosos, bribones inteligentes, pensadores canijos, etc., viviendo como
parásitos de la historia que desgarraban la América hispana de entonces, —y que
luego en Cuba (en su Cuba) endémicos
serían amamantados por el totalitarismo. Dijo de uno de esos especímenes: “Por
casa con coche y bolsa para queridas vende la lengua o la pluma mucho bribón
inteligente.”[15]
Martí nunca aceptó que una de sus páginas
se pareciera a las páginas de otro, pues consideraba que ello sería una profanación
literaria. De ahí que –reitero– nunca copiara, ni imitara, ni remedara a nadie
con su pluma. Tampoco que sus “bramidos” se
hicieran eco de ideas directas (o encubiertas) contrarias a sus ideales
humanistas y democráticos. De todo lo anterior se infiere que Martí, tanto en
la forma como en el contenido de su vasta obra, jamás profanó a Cuba, ni a sus
lectores; ni, por ende, a la literatura. Son conocidos sus versos “Dos patrias
tengo yo: Cuba y la noche./¿O son una las dos?”[16] Pero igualmente considero
que, como hubo mucho más en la vida de Martí que su excelsa labor patriótica (y
no menos egregia, como demuestran los veinte y tantos gruesos tomos de sus
Obras Completas), tendría sentido otra comparación igualitaria emanada de una
atrevida (y puede que hasta iconoclasta) paráfrasis de mi propia invención: “Dos
patrias tengo yo: Cuba y la literatura./¿O
son una las dos?”.
(Tomado de Palabra Abierta. Revista y casa editora de Cultura Universal.
Publicado el 28 de enero de 2024.)
[1] Martí, José. “Nuestra América”. Publicado
en El Partido Liberal de México el 30
de enero de 1891. Recogido en Obras
Completas de JM. Vol. II. La Habana: Editorial Lex, 1946: pág. 109.
[2] Martí, José. Ismaelillo. Nueva York: Imprenta de Thompson y Moreau, 1882. Idem. pág.
1340.
[3] Martí José. “Poetas españoles contemporáneos.” Publicado
originalmente en inglés en el periódico neoyorkino The Sun el 26 de noviembre de 1880. Traducido al español, apareció
en Repertorio Colombiano, de Bogotá,
en febrero de 1881. Idem, Vol. I: p. 875.
[4] “Oscar Wilde.” Publicado en El Almendares, de La Habana, en enero de
1882 y luego reproducido en La Nación
de Buenos Aires en diciembre del mismo año. Idem: pág 935.
[5] Véase, entre una extensa bibliografía al
respecto, a: Manuel Pedro González & Ivan A. Schulman, José Martí. Esquema Ideológico (México: Cultura, 1961), Ivan A.
Schulman, Símbolo y color en la obra de
José Martí (Madrid: Gredos, 1960) y José Olivio Jiménez, La raíz y el ala. Aproximaciones a la obra
literaria de José Martí (Valencia: Pre-Textos, 1993),
[6] Ver: Catulle Mendès, La légende du “Parnasse Contemporaine”
(1884; Farnborough: Gregg, 1971) y Luc Decaunes, La poésie parnassienne: de Gautier a Rimbaud (Paris: Seghers,
1977). En inglés, véase: Robert T.
Denomme, The French Parnassian Poets
(Carbondale: Southern Illinois UP, 1972).
[7]
Ver: Anna Balakian, ed., The Symbolist Movement in the Literature of
European Languages (Budapest: Akademiai Kiado, 1982) y The Symbolist Movement; a Critical Appraisal (New York: New York
UP, 1977). En español, véase: José Olivio Jiménez, comp. El Simbolismo (Madrid: Taurus, 1976).
[8]
Ver María E. Kronegger, Literary Impressionism (New Haven: New
Haven College and UP, 1973) y H.P. Stowell, Literary
Impressionism (Athens: U of Georgia P).
[9]
Ver: Holman Hunt, Pre-Raphaelism and the Pre-Raphaelite
Brotherhod (1905; London: Chapman and Hall, 1913); Evelyn Waugh, PRB: An Essay on the Pre-Raphaelite
Brotherhood (1847-54) (1926; Werterham: Dalrymple Press, 1982); Herbert L.
Sussman, Fact Into Figure: Typology in
Carlyle, Ruskin, and the Pre-Raphaelite Brotherhood. (Columbus:
Ohio State UP, 1979). En español, véase Cristina Sanjuan Álvarez, “El
movimiento pre-rafaelista: de la fidelidad a la naturaleza a una religión del
arte,” Cuadernos de Investigación
Filológica 9.1-2 (Mayo-Diciembre de 1983): 171-81.
[10]
Ver: Georg Schawarmann, The Influence of
Emerson and Whitman on the Cuban Poet José Martí… (2009?)
[11] Idem.
[12] Ver la Tesina de Grado de Gabriel
Bejarano Parpal, José Martí y el
romanticismo español. (Universitat de Barcelona, 2020)
[13] Ver: Eudocio Ravines, La Gran Estafa. (Santiago de Chile:
Editorial del Pacífico, 1954.) Hay más de una veintena de ediciones posteriores
hasta la fecha. Ver también: José Martí, “La futura esclavitud”. O.C. ídem,
págs. 954-957.
[14] José Martí, Obras Completas. Vol. 3. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales,
1975: 249.
[15] En una correspondencia a La opinión pública de Montevideo en
1889. Idem, Vol 12, pág. 276.
[16] José Martí. “Dos Patrias.” En Flores del Destierro. Obras Completas de
la Editorial Lex ya citada, Vol. II: pág. 1415.