Wednesday, January 24, 2018

Un Martí poco conocido (II)

Por Alejandro González Acosta
II
Enciclopedia de Diderot: producción de hachís
A muchos les asombrará que, entre su profusa poesía, Martí haya dedicado un gran poema de amor, laudatorio de la mujer… y del hachísu opio. En tiempos más pudibundos que los de hoy, este poema fue piadosamente olvidado por sus lectores asiduos, pero parece declarar su experiencia personal con la sustancia, en la forma francesa de la grafía haschisch.
El poema evidencia que su conocimiento de la droga fue directo, por el detalle de sus efectos; según Ripoll, posiblemente ocurrió durante su estancia mexicana, a través de la mariguana (que no es el hachís, realmente), aunque yo no descartaría que hubiera sido a su paso por París, en alguna de sus dos visitas (1874 y 1879), pero especialmente durante todo el mes que permaneció en Francia en la primera, antes de embarcarse para México, donde lo publicó en 1875.
¿Quizá haya sido “Aisha”, aquella “bailarina bohemia” cuyo salón visitaba, o la propia Sarah Bernhardt la que según él mismo “lo besó” al frecuentar su boudoir, como cuenta en una preciosa crónica literaria Zoé Valdés (“José Martí en París”, 2008) quien se lo dio a probar como parte de un rito amatorio? Todavía hoy, por las callejuelas del Barrio Latino, algunos ubicuos marroquíes se acercan sigilosa y discretamente al paseante para susurrarle la insinuación: ¿Chocolat? Para quien no conoce la clave, queda la impresión que los parisinos deben ser muy afectos al fruto del cacao.  El poema, oculto en el ingente volumen de su producción, es poco conocido por la mayoría de los lectores y quizá vale la pena recordarlo:
Haschisch


Arabia: -tierra altiva
Solo del sol y del harem cautiva.


Cuando la infame Tierra abre su seno
Al árabe, engendrado
De ardiente arena y sol enamorado,
Y el seno, de miserias viles lleno,
Fango sangriento al árabe ha mostrado,
Lo eterno anhela, el árabe suspira,
Los ojos cierra a la verdad, y llora
Dulce llanto de amor a la mentira,
Y el alma ardiente de la tierra mora
Duerme para vivir, pues -viva- la ira
En su pecho más loca se levanta
Que la idea de amor en sus mujeres
Y el canto de pasión en su garganta.
* * *
¡Amor de mujer árabe! La ardiente
Sed del mismo Don Juan, se apagaría
En un árabe amor, en una frente
De que el negro cabello se desvía,
Como que ansia de amor eterno siente,
Y a saciarnos de amor nos desafía!
* * *
¡Oh! viven en aquellas
Magníficas doncellas,
Las trovas no escuchadas,
Las horas no sentidas,
Y lágrimas de amor aún no lloradas,
Y fuentes de hondo amor aún no sabidas;
En ellas, las huríes,
Por cada rayo de su sol un beso
Con sabor de azahar y de alelíes;
Y en ellas, lo imposible
De una hoguera de luz nunca extinguible!
* * *
La vida es el amor-donde la tierra
Por los solares besos fecundada,
Pensiles ha por hijos, en que encierra
La fragancia y la luz de una alborada;
La vida es el amor-donde de amores
Del tibio sol y arábigas arenas,
Hasta el desierto mismo nacen flores
Con palmas leves de murmullo llenas;
Y allí donde si el sol desapareciera
Del beso de una hurí renacería,
Prendida dejo el alma pasajera
Y la vida es amor: ¡Oh! ¡quién pudiera
De una mora el amor gozar un día!
* * *
No es estatua de lánguida figura
El alma de un poeta:
Es un sol de dolor: alma sin cura
De universal enfermedad secreta:
En sí tiene el hervor, en sí esta fiera
Ansia que en beso incomparable invoca
Que, dado en una vez, arda en su boca
Más allá de las horas en que muera:
¡Oh! ¡Pobre alma dormida
Sin este beso eterno sacudida!
Una árabe que besa,
Es labio de mujer, donde nos cumple
La eternidad al fin de una promesa:
¡Oh! Si mis labios pálidos rozara
una arábiga boca, donde arde
Cuando se imprime, el fuego del Sahara,
Mientras no es ida, el fuego de la tarde:
Si esta mejilla sin color, hundida
Al espantoso beso
Que con los huesos de su boca, impreso
En cara y corazón deja la vida,
Si este espíritu luce enamorado
Del armónico amor, en mí sintiera
Ese beso de una árabe, engendrado
Al fecundo calor de una quimera;
Si el alma de una mora, a hierro impío
Del tiránico afán encadenada,
Viniera a calentar el pecho mío,
Y dejara en mi boca fatigada
Un beso como el fuego del Estío
Largo como el dolor de esta jornada,
Yo no sé qué dulcísima ternura
Este árido cerebro llenaría:
Yo no sé qué colores esta oscura
Virgen de mi alma casta vestiría;
Qué luz como esta luz ¡oh, qué ventura
De una mora el amor gozar un día!
* * *
Chimenea encendida
Al frío corporal vuelve la vida:
¡También de un beso al fuego,
El muerto de vivir, renace luego!
* * *
Nadie sabe el secreto misterioso
De un beso de mujer: yo lo he sabido
En un arrobamiento luminoso
Extra-tierra, extra-humano, extra-vivido.
* * *
Cuando todo lo férvido dormita,
Cuando todo lo imbécil gigantea,
Cuando la languidez sólo se agita
Y por nuestra alma mísera pasea,
Hay algo más hermoso que una noche
De Enero de mi patria en las llanuras;
Más dulce que un dulcísimo reproche
Lleno de confusión y de locuras,
Con que un trémulo labio
Culpa y perdona su amoroso agravio;
Hay algo como en sueños,
Nos pareció escuchar, algo que ha sido
Verdad, aunque fue sueño, porque deja
Partida la verdad, cierto el sonido,
Un rayo que refleja
Muy suave claridad, una dulzura
Que todos nuestros átomos orea,
Y una especie de aroma de ternura
Que sobre nuestros labios titubea!
¡Un beso de mujer! Pues ¿cómo ha sido?
Todo lo venturoso ha renacido,
La redención espléndida amanece,
Esénciase el cadáver, y en el punto
Hermano siglo y siglo de un difunto,
¡O me engaño-¡oh ventura!-o me parece
Que do el difunto fue, la yerba crece!
* * *
¡Un beso de mujer! Yo lo he sabido
En un muy dulce instante extra-vivido.
El árabe, si llora,
Al fantástico haschisch consuelo implora.
El haschisch es la planta misteriosa,
Fantástica poetisa de la tierra:
Sabe las sombras de una noche hermosa
Y canta y pinta cuanto en ella encierra.
El ido trovador toma su lira:
El árabe indolente haschisch aspira.
Y el árabe hace bien, porque esta planta
Se aspira, aroma, narcotiza, y canta.
Y el moro está dormido,
Y el haschisch va cantando,
Y el sueño va dejando,
Armonías celestes en su oído.
Muchos cielos ha el árabe, y en todos,
En todos hay amor, pues sin amores,
¿Qué azul diafanidad tuviera un cielo?
¿Qué espléndido color las tristes flores?
Y el buen haschisch lo sabe,
Y no entona jamás cántico grave.
Fiesta hace en el cerebro,
Despierta en él imágenes galanas;
Él pinta de un arroyo el blando quiebro,
Él conoce el cantar de las mañanas,
Y esta arábiga planta trovadora
No gime, no entristece, nunca llora;
Sabe el misterio del azul del cielo,
Sabe el murmullo del inquieto río,
Sabe estrellas y luz, sabe consuelo,
¡Sabe la eternidad, corazón mío!
El árabe es un sabio:
Cobra a la tierra el terrenal agravio.
Y en tanto, el encendido
Vigor de este mi espíritu potente,
Me quema en mí y esclavo y oprimido
Tormenta rompe en la rebelde frente:
Y en tanto-de mi espíritu el deseo
De aquello lo invisible se enamora
Y se abrasa en mí mismo, y me devora
Buitre a la vez que altivo Prometeo!
¡Amor de mujer árabe! despierta
Esta mi cárcel miserable muerta:
Tu frente por sobre mi frente loca:
¡Oh beso de mujer llama a mi puerta!
¡Haschish de mi dolor, ven a mi boca!

La imagen de un José Martí entregado al voluptuoso placer embriagador del hachís, entre almohadones bordados, a los pies de una odalisca en una tienda de seda en medio del Sahara, resultará quizá algo perturbadora para algunos que sólo lo conciben en una tribuna o sobre un caballo blanco camino a la muerte…

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