“Finalmente, le condenaron, prácticamente sin haberle juzgado…”
No
hay muchos cubanos que sepan quién es y quién fue el Dr. Aramís Taboada
González (Cuba 1924-1985), vinculado a la “generación del centenario”, es
decir, con los líderes del asalto al Cuartel Moncada (1953). De profesión
abogado, defendió a varios de los perseguidos por el régimen de Fulgencio
Batista (1952-1959). Cuando Fidel Castro, su antiguo condiscípulo en la Escuela
de Derecho de la Universidad de La Habana, se hizo dueño de la política
nacional, prestó sus servicios en numerosos juicios y causas en representación
de los opositores al gobierno de Castro, juzgados por los tribunales
revolucionarios y más tarde por la Sala de los Delitos contra la Seguridad del
Estado.
También
sirvió de letrado en casos de delitos comunes. En 1983 fue arrestado como parte
de una operación policial dirigida por el Ministerio del Interior contra jueces
y abogados acusados de corrupción. Ese año, el Dr. Osvaldo Dorticós Torrado, ex
presidente de la República y Ministro de Justicia, se suicidó a raíz de esos
acontecimientos. A propósito de este asunto, el sitio oficial EcuRed, señala que “se privó de la vida
de un disparo en momentos en que presentaba un gran deterioro de su salud,
sumado al fallecimiento de su esposa María de la Caridad Molina”.
Dos
años después, o sea, a fines de 1985, Taboada murió en olor de desgracia y en
la Sala de Penados del Hospital Covadonga –hoy Salvador Allende-. Las versiones
de quienes estuvieron al tanto de su fallecimiento apuntan a que la causa
directa se debió a un infarto mientras esperaba ser operado de cáncer en la
próstata. A las autoridades de la penitenciaría y a los oficiales del
Departamento de Seguridad del Estado (DSE), les había pedido e incluso exigido
que lo remitieran al Hospital Hermanos Ameijeiras. La razón médica para
justificar aquella solicitud estaba apoyada por un argumento a la vez simple e
incuestionable: era la mejor institución clínico-quirúrgica del país. Ante la
tozudez de los funcionarios, que llegaron a cuestionar el porqué de su
exigencia, les respondió: “Por los motivos que ya les expliqué antes y, por si
no lo saben, fui el abogado defensor de todos los hermanos Ameijeiras”.
¿Por
qué estaba preso el Dr. Taboada? ¿Qué vínculos personales y políticos tenía con
los funcionarios del gobierno al ser detenido? ¿Qué clase de persona y de
letrado fue? ¿Por qué en estos momentos trato de rescatarlo de entre los
muertos y los silenciados a través de estas líneas? Hace unos meses, el ex
recluso Alfredo A. Ballester publicó un libro dedicado a este hombre: Dr. Aramís Taboada González. Escritos,
poesías y testimonios. Prólogo de Mercedes Eleine González (Miami, Fl.:
Publicaciones Entre Líneas, Editorial Voces de Hoy, 2013). El título se explica
por sí mismo. No es una investigación histórica, tampoco una biografía.
Sencillamente se trata del homenaje hecho a un antiguo compañero de la Cárcel
de Guanajay entre los años 1983 y 1985.
Ballester
reúne a un número de testigos de la vida de Taboada para convertirlos en
narradores que describen sucesos, anécdotas, cualidades y defectos de la
persona focalizada en los distintos relatos. Estas confluencias de destinos en
diferentes épocas y sitios hacen posible que se cree la trama llamada Aramís
Taboada, el protagonista de sus atinos y desatinos. Unos fueron compañeros de
estudio y de profesión, otros lo trataron en el ámbito político, el resto
compartió con él las innumerables penurias de la experiencia carcelaria.
Con
estos procedimientos Ballester construye así a un individuo cuya vida pública,
privada y hasta parte de su obra literaria ha regresado del pasado para
instalarse en el presente siempre implícito en cualquier acto de lectura. De su
trayectoria como ex recluso aprendemos, indirectamente, a través de Memorias de Abecedario. Ex condenado a muerte y presidiario en Cuba
(Miami, Fl.: Editorial Voces de Hoy, 2011). Tanto aquí, como en el caso de
Taboada, Ballester ejerce varias tareas: rescatista de causas perdidas o
ignoradas, albacea, editor, seleccionador y promotor de las memorias de amigos
de presidio.
El
libro tiene siete capítulos que luego de una primera lectura parecerían
dispares o incongruentes, si no se tomaran en consideración los factores recién
mencionados. Se mezclan poemarios de Taboada con los de su hijo radicado en La
Habana (Amílcar Aramís), con versos del anteriormente citado Abecedario con
otros firmados por Ballester, más los testimonios de antiguos colegas o amistades
y, finalmente, con datos tomados de Internet y de la prensa periódica.
Como
tampoco puede faltar en un libro de esta naturaleza, Ballester reproduce las
versiones falsas que circulan dentro y fuera de Cuba acerca de la muerte Taboada,
quien además fue su mentor jurídico cuando, insisto, los dos se conocieron en
Guanajay donde cumplían sus respectivas sentencias.
En
la “Introducción”, Ballester señala el impacto que tuvo el ingreso de Taboada a
Guanajay: “…algunos gritaron: Ahí va el abogado de Fidel Castro y ahora lo mete
preso, ¡tronco de hijo’puta!”. Su colega de bufete, Pablo Llabre Raurell,
aclara a qué se debió el arresto: “En febrero 1983 [sic], Aramís fue detenido
en su domicilio, acusado del delito de cohecho. Se radicó una causa por corrupción
en la que fueron acusados varios jueces y abogados. Según la fiscalía, Taboada
hacía regalos a miembros del poder judicial…para obtener beneficios en favor de
sus defendidos. El tribunal lo encontró culpable y le impuso una sanción de 13
años de privación de libertad” (110-112).
Así
terminó la carrera del famoso abogado. La había comenzado en La Habana durante
la década del cuarenta. Taboada se había graduado de la Escuela de Derecho de
la Universidad de La Habana. En ese período fue electo presidente de la
Federación Estudiantil Universitaria (FEU) por dicha facultad. Allí trabó
amistad con un condiscípulo, Fidel Castro. Llabre Raurell ofrece otros
detalles: estuvo ligado a personas que después de 1959 ocuparon
responsabilidades prominentes en el gobierno: Baudilio Castellanos, Alfredo
Esquivel, Justo Fuentes, Santiago Touriño, Alfredo Guevara, etc. Antes de 1959
contó entre sus clientes al propio Fidel Castro, a Abel Santamaría, a Antonio Ñico
López, a Gerardo Abreu Fontán, y a los hermanos Amejeiras, entre otros
ejemplos.
Nos
conocimos en Guanajay al día siguiente de su ingreso. Durante nuestras frecuentes
conversaciones supe por él que cuando Castro fue sentenciado por los hechos del
Cuartel Moncada (1953), en compañía de otros colegas y amigos pidió al Cardenal
Manuel Arteaga que se comunicara con Fulgencio Batista de modo que cesaran los
asesinatos, las torturas y los abusos cometidos contra los seguidores de su
antiguo compañero de estudios. También pidió al Colegio de Abogados que le
pasaran una pensión al hijo (Fidel A. Castro Díaz-Balart) mientras el padre
permaneciera encarcelado.
Asimismo,
representó a Castro cuando sus indiscreciones facilitaron que alguien cruzara
las cartas dirigidas a su esposa Mirta Díaz-Balart con las destinadas a su
amante Naty Revueltas. Mario Mencía en La
prisión fecunda (La Habana: Editora Política, 1980) cita a Taboada como uno
de los firmantes de la Apelación Pública (24 de febrero de 1955) donde se
valora la situación política del país y se manifiesta a favor de concederles
amnistía a los implicados en el asalto a la guarnición de Santiago de Cuba
(204-206).
Luis
Conte Agüero, ex amigo y ex colaborador de Castro, “traidor a la revolución” de
acuerdo con Mencía (63 y 157), recuerda a Taboada en estos términos: “…trajo
nombre de mosquetero y fue mosquetero y caballero…Agradezco que, como
Presidente de los Estudiantes de la Escuela de Derecho, votó por mí cuando
siendo Presidente de la Escuela de Filosofía y Letras, aspiré a presidente de la
FEU en circunstancias de riesgo” (130).
Por
medio de una de su secretaria, Gilda Martínez, nos enteramos de que era “el
único abogado que tenía pantalones [luego de 1959]…porque cuando nadie se
atrevía ir a defender a un recluso en los Tribunales Revolucionarios número
uno, él lo hacía arriesgándose a quedar detenido en el propio Tribunal…
[Castro] nunca le perdonó no haber aceptado un puesto en su dictadura…”
(149-151). Virgilio Morales, esposo de Gilda, se refiere al cargo de Ministro
de Justicia que Castro le habría ofrecido a Taboada al morir Alfredo Yabur
Maluf (1920-1973), quien lo había sido desde los inicios de la revolución.
Según Morales, Taboada y Castro conversaron durante el velorio del ministro.
Cuando le preguntaron qué había respondido al ofrecimiento del comandante en
jefe comentó: “Si no lo acepté la primera vez, en esta ocasión tampoco lo
acepto” (141).
Ricardo
Bofill Pagés destaca la participación de Taboada en las tareas del Comité
Cubano Pro Derechos Humanos (1976): “por su conducto conseguimos que fueran
extraídos, indirectamente, expedientes completos del Registro Penal del
Ministerio de Justicia, que contenían los casos de ciudadanos que habían sido
condenados a muerte y luego fusilados” (146).
Hasta
aquí he recogido una parte del pedigrí político y profesional de Taboada que
Ballester muestra a través de los testimonios recogidos. Ahora quiero entrar en
el lado no público, cubierto igualmente en el libro. ¿Qué clase de persona era
él más allá de las asistencias jurídicas?
Uno
de los testimoniantes, Gustavo Galo Herrera, menciona y valora su labor
poética: “Aramís tan inteligente como simpático…de simple aficionado a los
versos, llegó a ser un hábil poeta erótico” (122). Julio Ferreira Mora anota
que “era un hombre de clase, culto y educado” (123). Morales aclara “que Aramís
tenía una larga lista de amantes”, que hubo una señora llamada “Moravia con
quien tuvo su primera hija nombrada Yamilé [aunque] solo vivieron en
concubinato” (133).
Gilda
narra la anécdota de la cita que le hiciera Taboada en el bufete un día a las
once de la noche. Al darse cuenta de las intenciones reales de su jefe le dijo:
“si nunca te han dado un escándalo, voy a ser la primera en hacerlo” (134).
Ballester añade otra revelación hecha por Gilda: “…todos los 31 de diciembre se
acostaba, para hacerse una limpieza, con una mujer de color negro…en una
ocasión era tan prieta que para verla en la oscuridad tuvo que decirle que se
riera” (135). Más tarde añade: “a mis diecisiete años, Dios me dio la dicha de
conocer y compartir con un gran hombre, buen padre, incondicional para sus
amigos, con una gran capacidad intelectual y una inteligencia sobrenatural, con
un gran corazón… (151).
Orlando
Landy González Alfonso, ex defendido y luego compañero de prisión de Taboada
recuerda que “se adaptó a la vida carcelaria, al punto, que los abakuás querían
jurarlo en el juego Bongorí” (133). Al arribar a Guanajay los guardias
intentaron humillarlo al pedirle que se desnudara para ser registrado antes de
mandarlo al interior penal. Landy estuvo presente en ese momento: “Al
desnudarlo el señor [Taboada] trató de tapar sus partes íntimas pero el oficial
de guardia Bencomo se las arrebató. Todos los guardias rieron al notar que a aquel
preso le preocupaba más el pudor que sus pertenencias. Volvieron a reír cuando
el oficial Raúl Martín Loy le comentó: ‘aquí no comemos carroña’” (115).
Por
aquella fecha estaba casado con la señora llamada Clotilde Fernández a quien
Ballester no pudo localizar mientras organizaba el libro. Tuvo dos pequeños
hijos con ella: Aramís y Clotilde. Cuando se supo en la prisión que había
dejado de existir, un grupo de presidiarios le escribió una nota de pésame a la
viuda. René Gómez Manzano y Félix Pena afirman que ella “hizo cuanto pudo por
salvarlo, incluyendo el hacerle llegar medicamentos a través de prisioneros
comunes…” (158). Su hijo Amílcar Aramís con la actriz Argentina Estévez, dice
que su padre “fue casi un fantasma en mi vida…Sí que es cierta la significativa
cantidad de amantes que Aramís tuvo durante su carrera por la vida…Escuché
sobre eso muchas veces” (153).
En
una de las últimas conversaciones que sostuvimos él y yo en su celda del
Pabellón C (altos) en Guanajay, Taboada me dio a leer una carta que le había
escrito a Castro donde le recordaba cuánto habían vivido juntos como camaradas
desde los tiempos remotos de la Escuela de Derecho de la Universidad de La
Habana. Me enseñó una pequeña foto en blanco y negro donde aparecen los dos
retratados frente a uno de los edificios de aquella institución.
Por
entonces yo había acabado de leer Nadie
es soldado al nacer (Moscú: Editorial Progreso, 1964), novela de Konstantín
Simonov. Allí el general Fiódor Serpilin, luego de entrevistarse con Stalin,
concluyó que, tratándose de quejas por abusos de poder, encarcelamiento y fusilamientos,
no había nadie a quién quejarse en toda la Unión Soviética.
El
lamentable final de Taboada confirma que ese razonamiento es también válido para
Castro y para Cuba. Se alega que cuando la carta del ex condiscípulo y ex amigo
llegó a las manos del comandante, éste habría dicho: “Díganle a Aramís que
cumpla cuanto pueda”.
*Originalmente
publicado en el blog del autor el 9 de
septiembre de 2013.
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