Por Antonio Gómez Sotolongo
Cada 19 de mayo se cumple un año más de la muerte en combate de José Martí,
el Apóstol de Cuba. Un día como ese, de 1895, Máximo Gómez escribió en su
diario lo siguiente:
El 19, a la Vuelta Grande, en donde encuentro al
General Bartolo Masó con más de 300 jinetes- y a Martí y mis ayudantes.
Pasamos un rato de verdadero ardor y espíritu
guerrero; ignorando que el enemigo venía marchando por mi rastro […]
Dos horas después, nos batíamos a la desesperada con
una columna de más de 800 hombres, a una legua del campamento, en Dos Ríos.
Jamás me he visto en lance más comprometido- y Martí,
que no se puso a mi lado, cayó herido o muerto en lugar donde no se pudo recoger
y quedó en poder del enemigo.
Cuando supe eso avancé solo hasta donde pudiera verlo.
Esta pérdida sensible del amigo, del compañero y del
patriota; la flojera y poco brío de la gente, todo eso abrumó mi espíritu a tal
término, que dejando algunos tiradores sobre un enemigo que ya de seguro no
podía derrotar, me retiré con el alma entristecida.
¡Qué guerra ésta! Pensaba yo por la noche; que al lado
de un instante de ligero placer, aparece otro de amarguísimo dolor. Ya nos
falta el mejor de los compañeros y el alma podemos decir del levantamiento.
Así demostraba el General Gómez el respeto y el cariño fraterno ante un
hombre con quien había tenido un fuerte encontronazo en Nueva York, en octubre
de 1884. Había sido verdaderamente fuerte el altercado entre los dos hombres,
pero había muchas y más grandes cosas que los unían, por eso 1892, cuando Martí
lo visitó en «La Reforma», en La República Dominicana, Gómez escribió en su
diario:
Septiembre 11.- […] Muchos cubanos prominentes de
nuestro Partido, con aparente razón temían que ahora, guardando yo algún
resentimiento de Martí, por su conducta pasada, negase a la Revolución que él
trata de resucitar, mi apoyo moral y todos mis servicios.
No debe ser así, pues Martí viene a nombre de Cuba,
anda predicando los dolores de su Patria, enseña sus cadenas, pide dinero para
comprar armas; y solicita compañeros que le ayuden a libertar, y como no hay un
motivo, uno solo, ¿por qué dudar de la honradez política de Martí? Yo, sin
tener que hacer el menor esfuerzo, sin tener que ahogar en mi corazón el menor
sentimiento de queja contra Martí, me he sentido decididamente inclinado a
ponerme a su lado y acompañarlo en la empresa que acomete.
Así pues Martí ha encontrado mis brazos abiertos para
él, y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba.
Aquella desavenencia entre Gómez y Martí, del todo ríspida, quedó
registrada también en el diario del General dominicano:
Agregaré a esto que no faltaba alguien, como José
Martí, que le tenga miedo a la dictadura, i que cuando más dispuesto lo creía
se retiró de mi lado furioso según carta suya insultante, que conservo; porque
no dejándolo yo, inmiscuirse en los asuntos del plan general de la Revolución,
a cargo mío en estos momentos, y deseando enseñarle su papel, se ha creído que
yo pretendo ser un dictador i dando a éste frívolo pretexto, la gravedad que
jamás en si puede tener se ha alejado de mi lado vertiendo especies que no creo
favorezcan a las cosas i a los hombres. He empezado de nuevo a saborear gotas
amargas, pero yo seguiré mi camino sin miedo ni contemplaciones.
Ambos hombres, ya desde entonces, debatían acerca del valor de la libertad
y la democracia. Para Gómez, Martí se inmiscuía en sus asuntos, en los que
nadie tenía derecho a opinar y mucho menos a fiscalizar; y para Martí, Gómez
estaba en el deber de actuar de manera transparente y democrática. Y ese ideal
de libertad y democracia el Apóstol lo enunció en la mencionada carta, dirigida
al general Gómez con fecha 20 de octubre de 1884:
Un pueblo no se funda, General, como se manda un
campamento:-y cuando en los trabajos preparatorios de una revolución más
delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer
y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible
la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención,
bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los
recursos de fe y de guerra que levante este espíritu a los propósitos
cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a
capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades
públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor
respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de
una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en
desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la
mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para
enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama
de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?-Si la guerra es posible,
y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe,
trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria:-y a ese
espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto
público y privado, el más profundo respeto;- porque tal como es admirable el
que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una
gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque
por ella exponga la vida.—El dar la vida constituye un derecho cuando se la da
desinteresadamente.
Entiendo que Martí tenía muy claro los peligros que corría la Patria que
estaban tratando de fundar, y no se equivocó, porque aunque el general Gómez
nunca estuvo en condiciones ni en el camino de ser un dictador, muchos otros
llegaron, desde 1902 hasta hoy, para comandar a Cuba como si la isla fuera un
regimiento.
Este artículo fue publicado el 20 de mayo de
2012 en el blog del autor. En línea: https://eltrendeyaguaramas2epoca.blogspot.com/2012/05/dictadura-y-democracia-un-debate-entre.html
Corregido y editado para el blog de la AHCE
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