Orlando Castro García junto a su esposa, Georgina Cid, exprisionera política
Por Wilfredo Cancio Isla
Orlando Castro García repasa el pasado con la serenidad que suele acompañar a los patriarcas. A los 90 años, cumplidos este 14 de julio, conserva una envidiable lucidez para rememorar en detalle los sucesos de una vida definitivamente asociada con la leyenda y la historia contemporánea de Cuba.
Se define a sí mismo como un sobreviviente privilegiado. Conserva una voz enérgica y las palabras dejan pronto entrever la virtud de su liderazgo innato. Su trayectoria vital atraviesa el accidentado mapa de batallas cívicas, episodios violentos, descalabros, prisiones y exilios que ha marcado el devenir cubano desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente.
Formado en el seno de una familia humilde de Unión de Reyes, en la provincia de Matanzas, fervoroso defensor de los valores patrios y de su cubanía, Castro García pertenece a la generación de jóvenes que emergieron con determinación de guerreros para desafiar el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, perpetrado por Fulgencio Batista.
Entonces su vida apacible y anónima cambió para siempre. Tenía 25 años y vivía con su primera esposa en un confortable apartamento en el edificio del Retiro de Arquitectos, en Infanta y Humboldt, en la capital cubana. Estudiaba para Contador Público en la Universidad de La Habana y había sido promovido a supervisor de créditos y cobros de la poderosa empresa Sabatés, sucursal de Procter & Gamble en la isla, cuando decidió enrolarse en una quimérica aventura militar, animado por su amigo Raúl Martínez Ararás. Fue así que Castro García se convirtió en uno de los 25 asaltantes del Cuartel "Carlos Manuel de Céspedes", en Bayamo, una acción coordinada con el ataque al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, liderado por Fidel Castro.
"Cuando trato ahora de explicarme cómo me enrolé en esas acciones, la única explicación que hallo es la juventud que teníamos", confiesa. "Teníamos la pasión patriótica de hacerle frente a la situación de Cuba, pero carecíamos de madurez y conocimientos militares mínimos... Fue un gran fiasco".
A 65 años de la insurrección armada del 26 de julio de 1953, el veterano combatiente recuerda los momentos cruciales de aquella frustrada escaramuza, que terminó en una revolución triunfante seis años después, habla de su temprana ruptura con Fidel Castro y reflexiona sobre el futuro de un país que abandonó en 1979, tras una cruenta prisión por motivos políticos. Un país al que entregó sus energías y sus desvelos como a ninguna otra causa, y adonde no piensa que podrá volver.
Castro García reside en Miami y está casado -en segundas nupcias- con Georgina Cid, una ex prisionera política que cumplió 16 años en las cárceles cubanas. "Georgina me ha soportado por mucho tiempo", sonríe. "No podía haber encontrado una compañera mejor en esta vida".
De los atacantes del Moncada y Bayamo que marcharon al exilio en Estados Unidos, sobrevive además Gerardo Granados, residente en Orlando, Florida, quien declinó la solicitud de entrevista por razones de enfermedad.
Orgullo de ser cubano
¿Cuáles eran las ideas del joven que decide involucrarse en una acción militar contra el gobierno? ¿Había usted adquirido entonces una conciencia patriótica?
Por la educación que recibí desde la enseñanza primaria, me sentía identificado con la historia de mi país. Siendo todavía un adolescente, estaba orgulloso de la Guerra de Independencia, de José Martí, de Carlos Manuel de Céspedes. Pensaba que la historia nuestra era fantástica. Me enorgullecía decir: Yo soy cubano. Tenía la semilla del sentimiento patriótico, pero no había desarrollado ideas políticas propiamente. Así que al producirse el golpe del 10 de marzo, me veo comprometido a asumir una actitud para responder a aquel hecho que había quebrantado el orden constitucional del país.
¿Cómo llega a enrolarse en la conspiración del 26 de julio?
Por Raúl Martínez Ararás, quien había coincidido conmigo en la Escuela Profesional de Comercio de La Habana y tenía contactos con Fidel Castro, a quien solo veo en alguna ocasión. Llega un momento en que Martínez Ararás me dice que se está preparando un ataque a posiciones militares y quiere saber si podía contar conmigo, y yo le digo que sí.
¿Tenía usted algún conocimiento militar o noción de la acción armada que estaba a punto de realizarse?
Absolutamente no. Ningún conocimiento militar, ni había hecho entrenamientos con armas. Se hicieron algunas prácticas con los muchachos que iban a participar en la acción, en pueblitos de La Habana y Matanzas, pero no eran prácticas militares. Martínez Ararás me visitó un día en mi casa y me dijo que nuestro grupo iba a atacar una posición militar en Bayamo. Aquello para mí fue grandioso. Pero con la experiencia que después me dio la vida, no hubiese participado nunca en una acción de ese tipo sin una preparación y sin la logística necesaria. Había mucha pasión, pero poco conocimiento. La primera vez que yo cogí un arma de fuego fue para participar en el ataque.
Improvisación absoluta
¿Cuál fue su responsabilidad en los preparativos de la operación?
Prácticamente todas las armas que se utilizaron en Bayamo se situaron en mi apartamento. Mi misión fue trasladarlas en maletas por el ferrocarril hacia Bayamo. Eran sumamente pesadas. Llegué a Bayamo con las armas en el tren en la mañana del 24 de julio. A la llegada a la terminal de trenes me estaba esperando Gerardo Pérez-Puelles, otro asaltante, quien había viajado varios días antes y había alquilado un local en un hotelucho de citas amorosas.
¿Allí se alojaron los demás participantes?
Sí. Llegaron en el atardecer del 25 de julio. Con Pérez-Puelles tomamos una foto del cuartel desde un acueducto para saber por dónde íbamos a entrar. Esa fue la única labor previa al asalto.
¿Cómo fue el momento de la salida para la acción?
Pues le fuimos dando los uniformes a la gente. De más está decir que ningún uniforme le venía bien a ninguno, era un desastre. Todo muy mal organizado, esa es la realidad histórica. Salimos poco antes del amanecer. Castro dijo años después que todo aquello había sido una labor muy responsable e inteligentemente preparada, pero nada de eso es cierto. Todo fue de una improvisación absoluta.
¿Por qué nunca pudieron entrar al cuartel?
El ataque fue por detrás del cuartel, donde había unos corrales con caballos. La presencia nuestra agitó a los caballos y cuando un soldado salió a ver qué pasaba, se produjeron los primeros disparos y aquellos animales corrieron de un lugar a otro tremendamente agitados. La poca preparación nuestra nos impidió pasar de la parte posterior del cuartel. Los soldados montaron una ametralladora y empezaron a disparar. El tiroteo duraría acaso 10 ó 12 minutos. El volumen de fuego de los militares fue muy superior. Sus rifles eran muy superiores a nuestras escopetas, solo por el ruido de los disparos fue evidente. Fuimos unos guerreros muy ingenuos.
En fuga hasta La Habana
¿Qué sucedió en la estampida de los asaltantes?
En la huida me encuentro con un muchacho atacante que yo no conocía. Era Enrique Cámara, de Marianao. Con él me interno en las calles de Bayamo y en una esquina donde había gente tomándose un cafecito hago un discurso convocando a la gente a la rebelión, algo completamente absurdo. Les digo que esto es una revolución y necesitamos el apoyo del pueblo. Nadie me hizo caso, incluso nos pasó por al lado un vehículo con policías y ni siquiera se dieron cuenta de que éramos asaltantes, aunque a unas cuadras de allí sostuvieron un encuentro a tiros con compañeros nuestros. A insistencia de un vecino que se percató de la situación, cogimos el camión de un lechero para salir hasta las afueras del pueblo. El lechero estaba aterrorizado, pero tuvo que sacarnos de allí porque ninguno de los dos sabíamos manejar.
¿Cómo logró llegar a La Habana?
Llegué en un ómnibus local a Manzanillo, después de la ayuda de una familia campesina que nos dio ropa limpia y leche e hizo oraciones a los santos para que nos protegieran. Creo que en el camino hubo más de una persona que detectó que yo era un prófugo y no quiso hacerme daño, tal vez porque no eran simpatizantes del gobierno. La gente de Sabatés en Manzanillo gestionó en un taller donde estaban arreglando un vehículo militar para sacarme a mí de allí hasta Cayo Espino, un lugar a las afueras, y luego estuve escondido por varios días en un bohío en la sierra cercana. Poco después salí de Manzanillo en un ómnibus, disfrazado de empleado de la ruta Santiago-Habana. Cuando arribé a La Habana todo estaba coordinado para mi asilo en la Embajada de Argentina, donde me encuentro con Martínez Ararás y Pérez Puelles. De ahí salimos para Costa Rica con un salvoconducto. Estando en la embajada argentina, se asila allí José Pardo Llada.
Una visita de Fidel Castro
Usted viaja después a México y Honduras, y regresa a Cuba tras la amnistía de 1955. Comienza entonces su distanciamiento con Fidel Castro. ¿Qué lo motivó?
Dos o tres semanas después de que naciera mi único hijo, Fidel Castro me visita en mi apartamento. Se ha enterado que yo he redactado un memorando, firmado por varios asaltantes, entre ellos Ciro Redondo. El documento pide que el Movimiento "26 de Julio" debe tener dirección colegiada, no unipersonal, y debe hacer un programa democrático, explicándole al pueblo de Cuba hacia dónde queremos llevarlo. Fidel Castro sabía de la existencia del memorando por vía de Ramiro Valdés, quien no quiso firmarlo, y me dice que las revoluciones no se hacen con memorandos. Yo fui respetuoso y le dije: "Sí, está bien Fidel, pero es fundamental fijar las posiciones y el memorando se te va a entregar de todas maneras". No quedó satisfecho y antes de la despedida se acercó a la cuna de mi hijo y me dijo: "Oye este muchacho es fuerte, va a ser un soldado de la revolución". Y yo –con un poco más de experiencia y madurez- le respondí: "No, Fidel, va a ser un ciudadano de la república democrática".
Es significativo que del centenar de sobrevivientes de las acciones del Moncada y Bayamo, 27 se distanciaron de Fidel Castro, y que solo 20 de ellos figuraron como expedicionarios del yate Granma, en 1956. ¿Qué pasó en esos tres años?
Hubo mucha gente que estuvo con Fidel Castro en la prisión de Isla de Pinos que terminó muy decepcionada con su personalidad. Después de la amnistía -y es algo que la mayoría ignora- hubo una libertad de prensa absoluta para combatir al régimen y denunciar los crímenes del Moncada, y Castro se explayó. Se mostró como un verdadero caudillo, que era lo que cuadraba a su persona. Es por eso que en ese momento hacemos el memorando diciéndole que no queremos caudillismo, porque el caudillismo es lo que estamos combatiendo. Pero eso él lo recibió como un insulto.
Pero firmantes del memorando, como Ciro Redondo, se enlistaron luego en la expedición del Granma...
Es verdad, Ciro acompañó a Fidel Castro en el Granma y murió peleando con él en la Sierra Maestra. Ciro tenía la pasión irrefrenable de la lucha por Cuba, pero ya con más conocimiento de quien era Fidel Castro. Es una especulación, pero si tal vez Ciro hubiera sobrevivido la revolución se hubiera separado del régimen. Lo digo porque Ciro firmó con mucho gusto el memorando.
El fracaso electoral
¿Le entregó el documento finalmente?
Fui a llevárselo días después a una casa en la Calzada de Jesús del Monte donde estaba reunido. No lo leyó porque ya Ramiro Valdés le había pasado una copia. Fue muy ríspido conmigo, me dijo si no temía que el documento cayera en manos de la policía política de la dictadura. Le respondí que no, que este no era un memorando conspirativo, sino un memorando político para fijar nuestras posiciones ante la Historia. Fue mi último encuentro con Fidel Castro y la ruptura definitiva entre nosotros.
Usted participó en las cuestionadas elecciones generales de 1958 para aspirar a representante por el Partido del Pueblo Libre, con Carlos Márquez Sterling en la candidatura presidencial. ¿Era esa una solución viable en un país convulsionado y descreído de los políticos tradicionales?
Las elecciones fueron un fracaso. Nosotros fuimos a elecciones porque queríamos marcar un esfuerzo para buscar soluciones al problema de Cuba que no fueran la violencia y la revolución. Además, ya desconfiábamos completamente de Castro y de lo que se proponía. Por eso apoyamos a Márquez Sterling. ¿Por qué fracasaron las elecciones? Fidel Castro ya estaba convertido en un Robin Hood contemporáneo, después de los artículos del periodista Herbert Matthews en el New York Times y, en honor a la verdad, el pueblo de Cuba mayoritariamente no quería un proceso electoral que le abriera un camino de transición pacífica para resolver el problema político de la nación. El pueblo de Cuba favoreció en la solución revolucionaria de Fidel Castro. En definitiva, eso fue lo que decidieron nuestros compatriotas y los resultados no tengo que contarlos, porque todos los conocemos.
¿Qué hizo usted después de 1959?
Fui un conspirador activo contra Fidel Castro. Después de 1959 no vi ninguna posibilidad de negociación con el régimen impuesto. Caí preso en 1961. Se había producido la invasión de Bahía de Cochinos y subestimé la eficiencia de los servicios de inteligencia de Castro. Fui acusado de conspiración y me condenaron a 30 años; cumplí 17.
¿Qué fue lo peor de la prisión?
Todo. La prisión fue muy violenta en todos los sentidos: las requisas, el trato a los prisioneros, la alimentación, la falta de atención médica, el trabajo forzado con el llamado plan Camilo Cienfuegos, todo eso fue cruel y severo. Nuestros familiares eran humillados. El régimen de Castro ha sido extremadamente deshumanizado. No ha habido piedad ni respeto mínimo por las personas. Vi morir a muchos presos por bayonetazos de los guardias.
El incierto futuro cubano
¿Cómo ve el futuro de Cuba?
Quisiera que se abrieran todas las posibilidades para un proceso de democratización en Cuba, con diversidad de partidos políticos, pero realmente no lo veo como algo cercano. El régimen se ha perpetuado y pretende que el poder lo hereden sucesores incondicionales. A Raúl Castro los años lo obligarán a desaparecer pronto después de heredar el poder de su hermano, pero ellos pretenden que sus hijos y sus nietos sigan al mando para alargar hasta el infinito este doloroso proceso de la revolución. Realmente, no me siento optimista con el futuro de Cuba.
¿Se arriesga a vislumbrar una solución para la encrucijada cubana?
Cualquier solución debe ser ajena a la violencia. Es una convicción que asumí después del ataque armado en Bayamo. Ninguna solución violenta puede ser recomendable. Las soluciones políticas negociadas son siempre la mejor salida para el futuro de un país. Desde el exilio fue partidario del diálogo y la búsqueda de una solución pacífica, y respaldé el movimiento de derechos humanos, con Gustavo Arcos Bergnes y Jesús Yánez Pelletier desde la isla. Pero no sé si el pueblo cubano habrá aprovechado la experiencia de lo vivido estos años para hacer de Cuba un país mejor del que tenemos ahora.
¿Está acaso decepcionado del pueblo cubano?
No diría que decepcionado, pero he cambiado mi manera de pensar con respecto a la responsabilidad y la actitud de la inmensa mayoría de los seres humanos, no solo de los cubanos. Los movimientos populistas que aúpan a líderes fantasiosos prometiendo soluciones inverosímiles, son errores enormes y demostración de inmadurez de los ciudadanos. La democracia es el mejor sistema, pero exige que los electores sean responsables, sensatos y pensantes.
¿Qué le pasa por la cabeza en este 65 aniversario de aquella gesta?
Siento que por mi juventud y mi inmadurez contribuí a que Fidel Castro se convirtiera en un dictador. La revolución castrista, que fue la opción que se impuso, ha derivado en una tragedia tremenda para el pueblo de Cuba. Aún hoy pienso que hubiera sido más beneficioso un proceso de transición negociada. Nos hubiéramos evitado el exilio, miles de fusilamientos, las prisiones viles, y tras la interrupción del 10 de marzo, se hubiera retomado un proceso de desarrollo del país y la historia fuera completamente diferente.
*Esta entrevista fue publicada originalmente en Martí Noticias el 26 de julio de 2018.
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