Por Eduardo Lolo
Manos anónimas, pero a nombre de muchos nombres, me dejaron en el buzón un ejemplar de Galería de Mártires, confeccionado por la Unión de Expresos Políticos Cubanos NY, NJ, CT y editado por D’Fana Editions. Se trata de un registro histórico –que comprende varios decenios– de caídos en la lucha contra el totalitarismo castrista representados por hombres y mujeres de todas las edades, razas y estratos sociales; o simples víctimas mortales del odio estatuido. Conviven, tanto en el libro como en la historia, profesionales, obreros, campesinos, estudiantes, ancianos y hasta menores de edad que, como obedeciendo a las palabras de Mariana Grajales, se empinaron para sobrevivir en la Historia aun con la vida truncada a medio vivir. La relación, en orden alfabético, incluye una breve ficha biográfica de las víctimas y, en la mayoría de los casos, una fotografía. La pequeña introducción de los compiladores, firmada por el Ejecutivo UEPPC, Zona NE de EE.UU. aclara que “La idea surgió en una de nuestras reuniones de los martes por la noche, en las que hemos persistido durante más de 37 años, donde la nostalgia se hizo presente al discutir sobre el destino de la Galería de Mártires que tapizan los muros del local de nuestra asociación: en definitiva, marcos y cartulinas de vida limitada.” (p. 5) Y se acordó crear y editar esta compilación del horror (y del honor) en que los mártires sobreviven en el registro histórico resultante.
Con solo abrir y hojear la obra basta para que ésta se convierta en campo de batalla, cárceles de consignas nunca acalladas, inmolaciones dignas, muros con cicatrices de balas, luchas sin cuartel contra la ignominia. Son sus personajes quienes dieron la vida porque no podían vivirla sin libertad, y libres murieron aunque estuvieran confinados en una mazmorra, o quienes fueron asesinados “porque sí”, pues en un sistema totalitario hasta vivir puede ser un delito. Es el único libro cuya lectura he tenido que fragmentar adolorido y furioso a la vez al comprobar cómo en Cuba fuera sacrificado lo mejor del país por lo más malo. No debe extrañar, entonces, que las notas biográficas de los mártires de quienes sus editores no pudieron encontrar una foto personal, las ilustraran con un grabado del Escudo Nacional de Cuba. El lector desconoce sus rostros, pero no habría mejor imagen para representarlos.
Hay casos en que el horror rebasa los niveles más crueles, como el del anciano asturiano José Gonzalo Tejada, padre de “Felo” Gonzalo, uno de los jefes de los alzados en armas contra el régimen. Narran los compiladores: “Después del combate en la finca ‘Josefita’, en que murieron dieciocho efectivos del régimen, las tropas gubernamentales recurren al punto más débil para la venganza. Rodean la casa de José Gonzalo Tejada, ciudadano español, (…) el 8 de marzo de 1963, y en presencia de Manuela, su esposa, lo obligan a salir al patio, asesinándolo.” Pero la infamia no concluyó con ese cobarde asesinato: los desalmados esbirros se llevaron el cadáver y nunca lo devolvieron a la familia, impidiéndole a la estoica viuda ni siquiera tener un sitio donde venerar y llevarle flores a su amado de toda la vida. Continúan los autores: “Otros cuatro hijos se incorporan a la guerrilla. (…) Diez fueron ‘los asturianos’ entre muertos en combate, asesinados o presos: Gerardo, Angelino, José Gonzalo padre, Felo, Dionisio, Santos, Rubén, José, Eloy y Elías” (pág. 130). Pocas veces España ha quedado tan dignamente representada en la Historia de Cuba como por el ultimado patriarca asturiano y sus heroicos descendientes.
O el de un grupo de espirituanos ametrallados impunemente el 23 de febrero del mismo año, cuando un miliciano conocido por “Lechuza” abrió fuego indiscriminadamente con una ametralladora contra unos jóvenes que se encontraban en el portal del hotel “Perla de Cuba” (sito en el lado norte del parque Serafín Sánchez, de Santi Spiritus), aparentemente como letal venganza por éstos estar disfrutando en alegre tertulia juvenil en vez de escuchar la transmisión, desde altoparlantes ubicados en el parque, de uno de los aburridos discursos de Fidel Castro, quien en ese momento hablaba en cadena nacional de radio y TV. Murieron los adolescentes Armando Piñeiro García, Ismael Llorente Brunet, René García y René Odales (todos con solamente 17 años de edad) así como un adulto (Carlos Rodríguez Morera, de 40 años); más de diez resultaron heridos, casi todos menores de edad. Narran los compiladores que “El asesino fue puesto a buen resguardo y los investigadores se dieron a la tarea de tergiversar los hechos y aterrorizar a familiares y amigos de las víctimas para que ni siquiera comentaran lo sucedido” (pág. 148) Después del crimen, lo más probable es que “Lechuza” haya sido ascendido a “Buitre”.
A veces los asesinados el mismo día y en el mismo lugar son identificados solamente con sus nombres, uno detrás de otro, en un listado del horror y el honor combinados. Tal fue el caso de los expedicionarios de la Brigada 2506 muertos por asfixia mientras eran transportados en un camión herméticamente cerrado por casi nueve horas a pesar de uno de los brigadistas haber llamado la atención sobre el peligro que corrían, a lo que Osmany Cienfuegos respondió que no importaba, pues “así se ahorran balas. (p. 180-181) O el de los 73 fusilados en la Loma de San Juan el 12 de enero de 1959. (p. 154-156) A ellos habría que añadir otros ejemplos, como los asesinados con el deliberado hundimiento del Remolcador “13 de Marzo” el 13 de julio de 1994, con una larga lista de niños desde 6 meses a 11 años de edad entre los 39 cadáveres identificados. (p. 209-211) Da la impresión de que todos se volvieron uno solo en cada caso, como si las vidas sesgadas al unísono los hubiera hecho una misma persona de nombres disímiles, pero con una misma vida que culmina en una misma muerte tan digna como injusta
Sin embargo, no siempre se conocen los nombres de las víctimas, como el de las 56 personas ultimadas (muchos de ellos niños y adolescentes) en lo que se conoce como “La Masacre del Canímar”, en Matanzas, en el verano de 1980. Los cadáveres de los occisos nunca fueron entregados a los familiares, y hasta el día de hoy se desconoce qué hicieron con ellos sus verdugos. Sus deudos sí recibieron una ‘esmerada’ atención gubernamental: todos ellos fueron visitados por esbirros de la Seguridad del Estado que les amenazaron, si daban a conocer el horrendo crimen, con encausarlos como cómplices de un masivo intento de fuga del país de sus familiares asesinados, cuando en realidad las víctimas eran personas de paseo en una embarcación de recreo que fue desviada de su curso por 3 jóvenes reclutas del Servicio Militar Obligatorio que pretendían desertar. (p. 212-213). O el texto que acompaña una foto en la nota titulada “Mártir anónimo en la lucha contra el comunismo” y que dice así: “Esta foto fue encontrada en el bolsillo de la camisa de un alzado muerto en combate. Muestra huellas de su sangre, y se ve borrosa.” (p. 168) Rostro identificado solamente por una vieja mancha de sangre heroica, para siempre ya imborrable gracias a esta obra.
Lo peor de esta recopilación es que se trata de un registro histórico del todo incompleto. Los asesinatos llevados a cabo por sicarios castristas (que comenzaran, incluso, antes de la llegada de Fidel Castro al poder) no han dejado de producirse en más de 6 décadas de totalitarismo. Hoy, ahora mismo, en este preciso instante, puede que un nuevo mártir espere por una segunda edición consternadamente aumentada de esta obra de espanto para que quede el registro de su muerte, pues es el caso que cada generación de cubanos aporta una especie de cuota de asesinos y héroes en que los primeros matan y los segundos viven, aunque hayan muerto en ese choque entre heroicidad y satrapía. Esta reseña de un compendio donde los mártires sobreviven es solamente el comentario adolorido de unos pocos crímenes del totalitarismo en Cuba.
Los cubanos que vivan en una futura Cuba libre deberán leer, como una letanía fúnebre a modo de homenaje, este libro; con un ejemplar en cada hogar, siempre a mano. Entonces, y solo entonces, sabrán a quiénes agradecer el vivir históricamente iluminados por una luz que comenzara a forjarse largo tiempo atrás en la más espantosa y dilatada oscuridad.
*Tomado de: Revista Lux (FL), Marzo-Abril de 2022. Págs. 21-22.)
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