Por Manuel Gayol Mecías
Leer El buscador de sombras de nubes y otros cuentos, de Ivette Fuentes de la Paz, es hacer contacto con la potencialidad de su alma y sentir una corriente de gratitud con la vida. Es sentir, por encima de todo, la otra dimensión del bien-estar. Ese deseo de ella de darse al mundo (al lector-otro), al modo de un Juan Salvador Gaviota que aletea en los cielos de la ternura.
Ivette nos propone un viaje inverso hacia nuestra íntima región más transparente, y lo hace mediante su palabra cálida, segura, precisa, de un tono poético que podría llamarse salvífico, en lo espiritual, porque con su manera de contar logra atrapar la belleza de todo mundo interior. Cada vocablo parece haber sido empleado para estremecer la sensibilidad del lector, para persuadirlo de que la vida tiene su magia profunda en cada acto que hagamos. Y que cualquier evento, histórico o no, por intrascendente que parezca, contiene su momento sublime de salvación.
En este libro hay un delicado ritmo poético, cadencia suave en todos los cuentos, como fábulas de contenidos y significados debido a un léxico preciso que brota natural, con la espontaneidad de un creador sincero. Son breves relatos que además de contar historias muestran con fina prosa la atmósfera poética de un sensible goce ante la vida.
Sin dejar de ser su propio y delicado estilo personal, en el sustrato de su discurso Ivette Fuentes proyecta, por momentos, ligeros atisbos de esa ternura que podemos encontrar en la poesía y narrativa de Eliseo Diego, en la que los objetos se penetran de humanidad. Pero sucede también que su dimensión interior (la de Ivette) rebasa toda influencia.
En efecto, la fuerza de su concepto de belleza —muy singular— fluye desde el primer relato, “Nombrar las cosas”; que deviene el significado humano de los objetos mismos, creando así un resplandor de sensibilidadesen nuestro entorno. Pero es que el ser de esta ensayista y narradora —creadora por encima de todo— es profundamente poético; su naturaleza está signada por esa luz que yace en una vasta intimidad. De hecho, Ivette toca las cosas con su palabra y las humaniza pero al mismo tiempo les otorga el sentido de lo inefable.
Uno de los relatos que va de la angustia a la revelación salvífica es “María Antonieta”, que nos habla del momento crucial antes de su ejecución, ella (la archiduquesa de Austria) ya se ha separado de su cuerpo y de su propia historia; y se ha salido de lo mundanal, de la peste y de la bajeza humana. Es un símbolo del alma en una mujer que se despoja de la podredumbre con la que han querido cubrirle la vida. En este mínimo relato, la Revolución y el populacho se convierten en una masa inaudible, a pesar de su inmisericordia vociferante, y es entonces cuando yo —como lector— solo siento una descomunal proyección de dignidad humana.
La personalidad en Ivette Fuentes asimismo es fantástica, las peripecias por viajar y sentir el mundo, los proyectos acerca de la vida y la obra de José Lezama Lima, su búsqueda de una libertad sin fronteras, incluso el sufrimiento por las circunstancias que le han atenazado la existencia y los disgustos por la mediocridad que la ha intentado aplastar sin lograrlo, todo esto se conjuga en ella creándole un aura de magia y realismo, de supremo interés crítico por la vida y por la condición humana. Su amor obsesivo por el hijo lejano crea en ella verdaderos tintes de estoicismo que luego se traducen en una extraordinaria sensibilidad existencial y al mismo tiempo creativa.
Pero Ivette también está ligada indefectiblemente a la dimensión de los libros y de lo imaginario; se acompaña así no solo de un acervo asombroso de experiencias enriquecedoras y vitales para su propia creación, sino además de vastos conocimientos culturales y espirituales demostrados en sus libros de ensayos, conferencias y trabajos especializados. Todo ello le permite re-crear el mundo a la imagen y semejanza de su intimidad, en una singular mezcla de poesía y filosofía con una proyección tan creativa que talmente parece sacada de diversos momentos de su iluminación. Al menos, intenta hacer con las palabras de los seres y las cosas lo que Dios hizo con el hombre.
Ivette Fuentes de la Paz |
Leer entonces este hermoso cuaderno de cuentos, aun cuando sea en el género, su primera incursión en libro, más que entenderlo, es en realidad sentir la pasión de Imago. De aquí que estos relatos, en su brevedad y concisión, den la imagen de un destello, un chispazo de infinitud que, incluso, a veces, atemoriza. En “El Ángel Perverso” sucede esa inquietante belleza, en la que nos quedamos absortos en la descripción de algo que puede ser definitivamente aterrador. Y es esa figura de un ángel la que puede inferirnos el momento decisivo de aquellos que hemos sido o no elegidos. “El ángel allí está… Prepara las armas en el festón de la pompa, las dagas se limpian, ocultas en el juego, en la metáfora de la paz, prepara sus dardos. Comienza de nuevo a mirar” ¿Será el Ángel de la Muerte?
El discurso narrativo de esta creadora —quien siempre ha sido conocida como ensayista y conferencista— es sorprendente, porque refleja tanta madurez estética y estilística que logra convertir sus cuentos en un canto a la esperanza, repito, a la esperanza de que el ser humano tiene salvación. Y la salvación —que es observarse a sí mismo, encontrarse uno mismo en toda la plenitud del goce interior, que a su vez resulta ser el mundo divino de la no-forma— viene por una bella humanidad espiritual. Es en este sentido un encuentro no con lo mundano que carga con arrogancia el ego irracional del mundo, sino un encuentro con el alma en su camino hacia el Espíritu, hacia el Ser. Es el poder de la palabra poética, ansiedad palpitante que se pierde en la infinitud de un universo (En este libro lo eterno es la palabra en sí misma). Ivette logra hacer feliz al lector que aspira a la potencialidad de ser redimido por la belleza. Sus cuentos son hermosos poemas que desdoblan lo mejor de cada uno en la posible energía del ámbar que poseemos, incluso en el reencuentro con la propia iluminación interior.
Cada una de las oraciones es un verso, es la composición de una imagen diversa, y todas conforman un conjunto irrompible, una unidad inefable que se va conjugando, entrelazando con otros pulsos polares. Estos cuentos se eslabonan a modo de una malla invisible que aprisiona su propio universo. Van del detalle espléndido de cualquier alma a la sólida imagen del Espíritu acogedor.
Pero el equilibrio es otra suerte de magia, dimensiones diferentes de las tangiblemente conocidas. Es el otro escenario, dentro del cuadro, donde “el buscador de sombras de nubes… Hacia el ocaso se lanza a caminar. Sigue el rastro de las nubes que le muestra el hilo de sus pasos”. El cuadro, la tela, el óleo, la figuración de su sombra, la transparencia de su propio cuerpo, todo ello se aferra a él y no le dejan encontrar los bordes de otra sombra.
¿Hablaríamos además de reencarnación, o de historias paralelas de una misma mujer, o simplemente de un deseo de sentirse amada? Esta mujer invisible lo es porque es su ser quien busca a su Maestro, quizás al modo de Margarita, la de Bulgakov, o quizás su alma discurre entre las épocas en las que cambian las formas, pero nunca la esencia. “La mujer invisible o los secretos del mirar atento” es un relato de magnitud insondable, en el que las ansias de la entrega estallan en una precisa y sensible galería de palabras, frases, imágenes, en un ejemplo de lo que podría ser el amor inmortal.
Así, desde los románticos franceses y alemanes hasta nuestros días, este libro nos presenta su impronta de honda humanidad y de una belleza tan espiritual como poética en medio de la más terrible soledad. Y la soledad está enmarcada por el cuaderno mismo. En este sentido, el alma de la autora, y cada uno de los narradores de estos cuentos, no atinan a otra cosa que saber que su sino es ser espejo; o mejor, ser el paisaje de sus nubes y que son ellas las que proyectan las sombras fuera del cuadro. No obstante, el alma de Ivette Fuentes de la Paz sabe que su paciencia es infinita y seguirá buscando su sombra; como el Sísifo de otro mito, seguirá buscando su sombra, a pesar de todo.
©Manuel Gayol Mecías.
No comments:
Post a Comment