Por Ángel Velázquez Callejas
“El error científico de la Democracia, juzgada biológicamente, fue el falso sentido de la igualdad”
Alberto Lamar Schweyer, Biología de la democracia
1. De la presente edición
Las sombras de Alberto Lamar Schweyer se deslizan por los márgenes olvidados del tiempo. Sus palabras, antaño prohibidas o simplemente ignoradas, resurgen de sus exilios de tinta. Cuatro de sus hijos literarios han retornado a las manos contemporáneas: Los contemporáneos: ensayos sobre literatura cubana del siglo (Biblio Bazaar, 2009), La roca de Patmos (Editorial Letras Cubanas, 2010), La palabra de Zarathustra: Federico Nietzsche y su influencia en el espíritu latino (CreateSpace Independent Publishing Platform, 2013) y La crisis del patriotismo: Una teoría de las migraciones (CreateSpace Independent Publishing Platform, 2014). Sin embargo, solo La roca de Patmos ha encontrado en el prólogo de Adis Barrio un salvavidas para flotar en las aguas turbias del olvido. Pero la obra más peligrosa, la que devoró su nombre como un incendio lento, es Biología de la democracia, y por fin regresa, indómita, desde su destierro.
Desde sus primeros latidos, en 1927, Biología de la democracia sembró un campo de batalla intelectual. Las espadas de la política chocaron con la lanza biológica de Lamar, quien fue expulsado del círculo virtuoso de la nación. La primera edición fue vista como un acto de traición, un manifiesto contra las patrias y los ideales democráticos[1]. Sin embargo, detrás del rechazo, el pensamiento cubano vio la obra como un texto incómodo, que exponía una verdad visceral: el determinismo biológico, un monstruo teórico que agitaba el fantasma de una nueva doctrina del Estado. En esta segunda edición, los editores de Exodus buscan reavivar la chispa del debate, pero ahora desde una perspectiva distinta, centrada en el giro epistemológico que Lamar proponía, un intento de definir una política del ser, del cuerpo, del instinto.
Lamar veía en las leyes de la biología —en esa pulsión de vida que él llamaba vitalismo— las raíces de una teoría bio-política donde el Estado no era más que un reflejo de las fuerzas naturales. Para él, la derecha no era ideología, sino una extensión del principio vital: selección, poder, jerarquía. Autocracia no como tiranía, sino como la fuerza ineludible de los fuertes sobre los débiles, la ley de la naturaleza misma. En este sentido, Biología de la democracia fue un manifiesto vitalista, una proclamación de vida y poder que, aunque incómoda, resonó con un eco profundo en aquellos dispuestos a escuchar[2].
¿Por qué hemos esperado noventa años para rescatar este texto del abismo? No fue por olvido, no. Lamar no desapareció, sino que fue deliberadamente silenciado, apartado como se aparta a un lobo de la manada. La nación, devota de sus mitos patrióticos y heroicos, no estaba lista para aceptar una biblioteca hecha de carne y sangre, de instinto y voluntad. ¿Acaso era necesario para la teología insular evitar la tentación de lo vitalista, de esa biblioteca dionisíaca que Lamar construyó en la periferia del pensamiento nacional? Su formación, alimentada por la memoria de los fuertes, los sobrevivientes, los que escriben con las venas abiertas, no debe ser relegada a los rincones oscuros del pensamiento.
La lectura del canon naturalista positivista, en su singularidad, refleja el estilo inconfundible de Lamar: un ensayo libre, sin las ataduras de la academia, que fluye como un río desbordado hasta los últimos días de su vida como lector y escritor. No había espacio para los rigurosos aparatos críticos ni para las citas exhaustivas. Así, en Biología, desfilan nombres y autores, pero a menudo sin las huellas de sus referencias bibliográficas. Lo que se nos presenta es un rizoma, una estructura que no sigue las reglas de la superficie sino que se hunde en lo subterráneo, en lo oscuro, donde cada lector debe llegar armado de un sentido crítico y genealógico. El naturalismo biológico, que había impregnado el pensamiento a finales del siglo XIX, había creado una nueva lente para observar las formas de vida de sociedades y culturas. La biología, esa fuerza primigenia, reclamaba el lugar que antes ocupaba la metafísica. Desde entonces, la jurisprudencia y la política se erigían como sus siervas.
En esta edición de Biología de la democracia, uno de nuestros propósitos es desvelar el mito del vir obscurissimus, develando el error que, según las teorías de Lamar, procedía de fuentes insospechadas para analizar el fenómeno de la política y la democracia, entrelazado con una vasta bibliografía que abarcaba historia y psicología.
El eje de la biología en el pensamiento de Lamar, durante la segunda mitad de los años veinte, se convirtió en el núcleo que alimentó su ruptura radical con el positivismo y el minorismo sabático de su tiempo. Su inspiración era como un torrente imparable, que desafiaba a los intelectuales moldeados por la burguesía y el pensamiento liberal. Las críticas que recibió Biología, tanto en sus primeros años como después, nunca alcanzaron las fuentes profundas del vitalismo que definía su obra. Se esparcieron elipsis, hipótesis mal fundadas y deducciones pos-positivistas que pretendían aplicar el darwinismo social a los problemas de la democracia americana sin comprender la esencia del pensamiento lamariano.
En Lamar, leer no era un simple placer; era una forma de existir. Esa íntima conexión entre la obra, la lectura y la vida lo llevó a abrazar el vitalismo como un modo de conocimiento total. Ergo, en esta edición nos proponemos destacar los pilares de su pensamiento polémico: la ruptura con el liberalismo, la hibridación cultural como mecanismo vital, la selección racial como una herramienta para la comprensión de la sociedad, la igualdad como origen del cesarismo, caciquismo y tiranía, y, por supuesto, la autocracia (minorismo), vista no como un despotismo, sino como la manifestación biológica del poder y el gobierno.
2. Ruptura contra el ideal positivista independentario
En el intrincado laberinto de la interpretación, una breve pero vibrante tradición critica la lectura social darwinista y de derecha del pensamiento político de Lamar Schweyer. El pathos patriótico de Alberto Lamar se presenta como una construcción rudimentaria y artificiosa para algunos. Otros lo catalogan como un pensador antipolítico y antidemocrático. Sin embargo, esta visión no refleja el verdadero espíritu de Lamar. El pensador, influenciado por una época en transición, abrazó un enfoque antimetafísico que colocaba al hombre en el centro de sus circunstancias, en un universo de selección y adaptación. Su biologismo (o vitalismo) se alinea más con la filosofía práctica nietzscheana que con el darwinismo de los evolucionistas ortodoxos.
La metamorfosis entre el vitalismo natural y el espíritu político en Lamar es aún un enigma por desentrañar. Sus reflexiones abordan directamente la politeia, las formas de vida de los regímenes antidemocráticos, fundamentadas en el caudillismo, la tiranía y el autoritarismo. Para Lamar, según el orden lógico de los eventos políticos, América estaba condenada a la imposibilidad de una democracia artificial. Aunque su visión política estaba llena de optimismo y esperanza para el continente americano, no debemos descontextualizar sus introspecciones. Hoy, nos enfrentamos a una variedad de definiciones sobre política, Estado y democracia, que se distancian del marco uniforme de su tiempo.
En el sentido más estricto del término, Lamar Schweyer es antidemocrático y rechaza la cultura de masas si esta no se subordina a un gobierno dirigido por una nobleza dotada. Para él, la superioridad no es un don de la naturaleza, sino un atributo de la minoría natural, un aristokratischer Radikalismus que resuena con la radicalidad nietzscheana.
3. El biologismo en el pensamiento político de Alberto Lamar Schweyer
Al examinar el pensamiento de Alberto Lamar Schweyer, nos encontramos con una profunda reconsideración del positivismo, que arranca desde la premisa de que la vida se define en su medio, contra otros medios inconcebibles. En la evolución de su perspectiva, se va perfilando un desvío del ideario positivista del bien común. La concepción positivista, que intenta capturar la proximidad a través del holismo social analógico—ya sea bajo la rúbrica de espíritu, paisaje, patria, nacionalidad, nación, leyes o constitución—pierde su relevancia. Esta orientación abre un espacio para una reflexión sobre la pluralidad de relaciones vitales con el entorno. Este cambio metodológico y constructivista se distancia de los estudios de Schweyer sobre la teoría darwinista, así como de las críticas que esta ha suscitado. Lamar no solo reelabora su vitalismo biológico a partir del darwinismo convencional, sino que también lo enriquece con los avances de la biología teórica de su época. A partir de una lectura crítica de Jakob von Uexküll, se aparta notablemente de la ortodoxia darwinista. En particular, Cartas biológicas a una dama podría haber inspirado en Lamar la percepción de que la vida, en su entorno inmediato, constituye una realidad vital y envolvente. De estas Cartas, Lamar toma el concepto de Planmäßigkeit, o «plan funcional», según el cual los organismos vivos y las culturas desarrollan sus teleologías afines. Esto da lugar a un concepto evolutivo de voluntad política sobre el Estado, aunque carece de las premisas para una democracia americana. Sin este contexto metabiológico y la biología subjetiva, la funcionalidad de la vida en el espacio, resulta incomprensible Biología de la democracia y sus conceptos fundamentales de selección, minorías y raza.
El concepto de formación de razas en Lamar se aleja del biologismo superficial, influenciado por el espíritu antinaturalista de la Ideologiekritik positivista y marxista. En el marco de sus análisis teóricos, Lamar adopta un concepto de razas de la biología en auge, cuyas implicaciones hermenéuticas van más allá de la pigmentación y los rasgos antropomorfos, enfocándose en la formación, dentro de la evolución ascendente de la naturaleza y la cultura, del grado, valor y rendimiento frente a la supervivencia cultural y social. Por lo tanto, es crucial evitar el análisis de la obra de Lamar sin considerar las influencias científicas y teóricas del contexto y las inevitables interacciones durante el umbral de un movimiento epistemológico en el que el pragmatismo y las relaciones con el mundo empezaban a desafiar el pensamiento metafísico. En este sentido, la biología, especialmente la biología teórica, contribuyó de manera inesperada a transformar el pensamiento filosófico y político hacia finales del siglo XIX y principios del XX.
La omisión de este giro por parte del neo positivismo marxista, tanto anterior como reciente, no menoscaba la proyección teórica y empírica de la formación intelectual de Lamar Schweyer. Más bien, el tránsito de Lamar de una ideología patriótica al biologismo antidemocrático abre un hiato en el pensamiento durante varias décadas, sin una claridad absoluta sobre las fuentes e influencias concretas. Este giro biológico distingue entre la política como pura acción del poder, en consonancia con las fuerzas ideológicas patriótica y nacionalista, y la política como modelo de Estado y Gobierno. Como expone Lamar en Biología de la democracia, el objetivo es interrumpir el curso del meliorismo fundamentalista de la igualdad natural entre los seres vivos. La verdadera virtud política radica en la desigualdad entre los individuos. Estas desigualdades, en términos políticos, no se refieren a la raza, sino a minorías y formas de autocracia. En secciones posteriores, se profundizará en el minorismo autocrático y su relación con la biología según Lamar Schweyer. Todo análisis de la biología contra la democracia no aborda ni cuestiona los fundamentos autocráticos y políticos que subyacen a esta biología.
4. El autor y su época
Mi primer encuentro con los libros de Alberto Lamar Schweyer tuvo lugar en la primavera de 2011, cuando revisaba material sobre la prensa cubana del primer cuarto del siglo XX. Sin embargo, fue un año después, durante una prolongada visita al Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami, que me detuve a explorar Biología de la democracia, La crisis del patriotismo y Cómo cayó el presidente Machado. En particular, Biología de la democracia tuvo un impacto notable en los círculos intelectuales cubanos de la década de 1920. Había leído previamente en artículos y críticas cómo su obra era aclamada y condenada por los intelectuales contemporáneos, debido a sus posturas conservadoras y anti-liberales que apoyaban el régimen tiránico de Gerardo Machado. En febrero de 1927, El Fígaro publicó un fragmento del capítulo XII de Biología de la democracia, provocando un debate intenso que marcó un cambio significativo en las concepciones políticas de la joven intelectualidad criolla y contribuyó a la disolución de una de las agrupaciones más destacadas de la vida intelectual cubana: el minorismo.
Aunque no es el objetivo de estas páginas profundizar en las implicaciones ideológicas y prácticas del debate sobre Biología, no se puede pasar por alto, aunque sea brevemente, la importancia de las acusaciones que surgieron en respuesta. El sociólogo y profesor de la Universidad de La Habana, Roberto Agramonte, redactó veinte días después del suceso el documento más extenso y desafiante contra Biología, una crítica meticulosa que recibió el respaldo y la celebración de muchos intelectuales de la época. En Biología contra la democracia (un texto de más de 200 páginas), Agramonte emplea el poder de la sociología positivista para argumentar la incompetencia intelectual de Lamar. El contrataque de Agramonte a la supuesta debilidad empírica eugenésica y racial de la igualdad desconcierta a Lamar, quien aborda estas cuestiones desde una perspectiva biológica en el contexto de la democracia. La crítica de Agramonte puede considerarse como el único documento crítico de relevancia de la época. También es relevante mencionar el impulso que llevó a Alberto Edward a publicar un año después una exégesis anti-Lamar sobre la realidad chilena. En La fronda aristocrática, Edward no desmiente la superioridad del homo politikon, sino que argumenta que una selección política instruida asegura la eficiencia de la gubernatura chilena.
Una respuesta menor pero enérgica desde el punto de vista político y personal contra Biología no tardó en llegar. Días después de la publicación del capítulo de Biología, en Social, los colaboradores más cercanos a Lamar, Emilio Roig de Lechsenring y Conrado Amassager, publicaron una crítica contundente y, semanas después, redactaron la Declaración del Grupo Minorista en respuesta a las afirmaciones de Lamar sobre el extinto deseo «minorista» como práctica intelectual. Publicada en Carteles el 22 de mayo, la declaración minorista criticaba directamente el núcleo de Biología: «creo en las minorías de selección y no en los sabáticos». El concepto de selección, como veremos más adelante, tendrá una repercusión decisiva en Biología, especialmente en relación con los conceptos de raza, herencia y civilización en la obra de Lamar.
Para resumir, las principales objeciones a Biología a finales de la década de 1920 y principios de la de 1930 provienen de criterios chovinistas y nacionalistas. Alejo Carpentier acusó a Lamar de traidor, Marcelo Pogolotti de sátrapa y autocrático, y Jorge Mañach de nihilista y escéptico. No obstante, Labrador Ruiz lo considera un profundo observador de la realidad cubana. No es hasta la década de 1990 que surge en Cuba una crítica detallada y tendenciosa a Biología desde un «posicionamiento marxista». En resumen, se pueden identificar tres momentos en la crítica a Biología: la sociología positivista, el nacionalismo patriótico y el marxismo crítico. Todas estas corrientes críticas coinciden en su rechazo a la tendencia anti-democrática, social darwinista y fascista-nietzscheana de Lamar Schweyer.
Desde nuestra perspectiva, Lamar puede ser catalogado como anti-burgués, anti-liberal y ferozmente anti-comunista. En Biología, se presenta de manera ambivalente y como un reaccionario obsoleto (para usar una expresión peculiar de Nietzsche); albergaba la esperanza de una futura «democracia» para América, mientras intuía al mismo tiempo que la autocracia no era adecuada para el continente. Esta ambivalencia naturalista de Lamar, que no logró trascender los años 30 del siglo XX ni consolidarse en las corrientes nacionales y círculos intelectuales criollos, puede entenderse en el contexto de que no constituía una directriz ideológica y patriótica, sino una artificialidad nacionalista.
Por supuesto, para Lamar Schweyer, la evolución de la naturaleza no ocurre por saltos abruptos. Este enunciado darwinista trasladado a la práctica política implica una prognosis que esclarecería su impulso vitalista y su alejamiento de las ideologías y demagogias políticas de la época. Ya en el prefacio del libro, Lamar afirmaba: «Despojándome del ‘optimismo paradójico’ que denunció la voz magistral de Rodó, he querido exponer una tesis, imparcialmente, con frialdad, sin prevenciones intelectuales que pudieran evolucionar hacia un pesimismo que no existe en mí». En efecto, la fuga de Ariel impone, en el desarrollo posterior al año 1900 en la jurisprudencia americana, un freno directo contra la barbarie y promueve como antídoto la democratización de la educación (tema que merece un estudio aparte). En este punto, Lamar no profundiza lo suficiente para sostener la tesis de que «la democracia no es americana». El valor de sus postulados sigue siendo demostrativo de una jerarquización de las razas.
La visión de Lamar, que la naturaleza no procede por saltos sino por continuidad, le permite inferir que Biología se desmarca por la implementación de un nuevo Estado basado en la naturaleza. Lo que toma de Le Dentec como plan unificado constituye la vía mediante la cual la naturaleza y la sociedad se unen en un arquetipo jerárquico. La autocracia no es el modelo del culto al poder o de ser culto para ejercer el poder, sino el escalonamiento donde los grados intermedios en la evolución de la continuidad hacen de la raza el dominio sobre otra. En América, no se producen saltos; por eso Lamar considera al caciquismo, el cesarismo y las tiranías como grados intermedios en la evolución de la democracia autocrática. Esta nueva forma de autoridad queda fuera del ámbito de interés del libro de Lamar.
5. Biología de la democracia intrínsecus
a) No nos centraremos en los pormenores de por qué diversas corrientes de pensamiento en Cuba lanzaron una crítica contundente a Biología de la democracia. En primer lugar, tanto el positivismo como el marxismo en Cuba no incorporaron elementos biológicos de manera efectiva. La transformación del ser humano se abordaba desde una perspectiva objetiva en el positivismo y desde la conciencia de clase en el marxismo. Estos aspectos hermenéuticos requieren un estudio aparte. Nuestro objetivo ahora es analizar Biología desde dentro, explorando sus fundamentos teóricos. Lamar no se presenta como un biólogo ni como un darwinista que aplica estrictamente las leyes del naturalismo biológico a la estructura social.
En la teoría de Lamar no hay un determinismo estricto, sino una combinación de factores psicosomáticos dentro de la evolución natural. A pesar de cualquier intento de desafiar lo establecido, Lamar se mantiene como un vitalista que ve la civilización como una etapa en la evolución de la naturaleza. Hasta ahora, ninguna estructura cultural colectiva ha alcanzado la igualdad ideal que se postula en las democracias utópicas. Para Lamar, la democracia representa un avance, una metamorfosis de la política menor dominada por caudillos hacia una gran política autocrática. Los individuos dotados de posibilidades infinitas, capaces de redistribuir valores a partir de un rendimiento superior, serán los artífices de esta gran política. Así, el análisis de Biología comienza con una disección de postulados en sociología, psicología y biología, y avanza para desentrañar la psicología del caciquismo y el caudillismo, así como el surgimiento de cesarismos y tiranías en América. La democracia, tal como se entiende en América, se convierte en el terreno propicio para el tirano y el caudillo.
Desde el prefacio, Lamar establece los objetivos de su ensayo: «Si América supera sus males —diferencias étnicas, analfabetismo, espíritu anárquico—, las tiranías desaparecerán por sí solas, ya que el tirano prospera solo en ambientes de desorden y desorientación política, propiciados por la falta de preparación. América lo sabe, y el mundo puede verlo. Los tiranos pasarán, los subyugadores del medio desaparecerán, al igual que los déspotas, consecuencias de un entorno bárbaro, pero las dictaduras persistirán. Los pueblos, las masas, no pueden regirse por regímenes de igualdad, porque las ciencias biológicas han demostrado en los últimos veinte años que la palabra igualdad no existe en el léxico de la naturaleza.»
b) La igualdad, según Lamar, es un principio anti-biológico. Si la biología está en contra de la democracia, el postulado democrático basado en la igualdad revela en el fondo un principio anti-biológico. Esta tesis no es objeto de discusión hoy en día, sino de comentario. Para Lamar, lo crucial es examinar la genealogía de la igualdad en América y el contexto, favorable o no, en el que se instauró la idea política de la igualdad. Según Lamar, «existe en América un determinante psico-biológico que entorpece la posibilidad democrática. Tal afirmación se basa en el estudio de los factores sociales que componen nuestros pueblos, y encuentra confirmación en el estado de desorden y anarquía ideológico-política en el que se desenvuelven la mayoría de las repúblicas, que distan mucho de ser verdaderas organizaciones democráticas.»
c) Uno de los términos que Lamar utiliza en Biología y que le confiere el estigma de neo-nietzscheano y fascista, y que contribuye a la noción eugenésica de su teoría, es el concepto de raza en el sentido bio-social darwinista y galtiano. Lamar lee y escribe sobre Las palabras de Zaratustra para revelar la misión de Nietzsche. No hay dudas de que Lamar, con Biología, busca construir una teoría que ascienda desde lo inferior de la raza hacia lo superior. Esta transmutación ascendente del rendimiento y la capacidad que las especies vivas reciben de la naturaleza no está bien dilucidada en los textos críticos sobre Biología. La crítica tiende a descontextualizar el panorama teórico en torno a la obra, y a rechazar las nociones contemporáneas del darwinismo racial. Lamar afirma: «El grupo generado por las razas mezcladas carecerá de un sentido político unánime, porque la ley de herencia ancestral descubierta por Galton al estudiar el atavismo en biometría hará que en cada individuo se presenten caracteres físicos y morales de sus ascendientes, en una proporción decreciente que permite todas las influencias, hasta los caracteres de los tipos fundamentales. Con estas cualidades negativas, queda anulada la posibilidad de un tipo humano cuya moral social permita dentro del grupo el avasallamiento de individualidad en un mismo sentido, que ha sido el fundamento moral de las organizaciones humanas desde el desarrollo de la tribu.»
Al final del texto, Lamar concluye: «Desde el primer siglo de la conquista se pueden determinar los lineamientos de una cultura en germen, que se manifiesta en reacciones y orientaciones desvinculadas de toda tradición política, artística e intelectual europea. A través del tiempo, estas no podrán coincidir con la Democracia. En los siglos que preceden a la revolución, el estado psíquico colectivo americano ha cambiado de acuerdo con los determinantes biológicos —mestizaje, lucha en el medio, necesidades de vida—. Las fórmulas tradicionales o circunstanciales europeas llegan a no tener sentido sobre los nuevos supuestos psicológicos americanos, y su imposición determina toda la gama de anormalidades y desequilibrios.» Lamar utiliza un perspectivismo racial anti-eugenésico, basándose en varias teorías de origen «social-darwinista».
El problema radica en no considerar que Lamar, aparentemente, reformuló sus perspectivas sobre los fundamentos raciales de la cultura y la selección racial, a partir del enfoque de Joseph Gobineau en Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, un texto que Nietzsche leyó con gran interés. El énfasis recae en destacar que las leyes de selección de razas y su adecuada aplicación al gobierno de los hombres constituyen una labor esencial del Estado, sin que implique un viraje calamitoso e ideológico. La selección va en contra de la cultura de masas. La idea básica, histórica y antidemocrática, es que la cultura de masas se considera la base del progresismo, el socialismo y el social-liberalismo. Para Lamar, el núcleo duro de su teoría es la prognosis de que la decadencia y degeneración de América a lo largo del siglo XIX se debió a la mezcla interracial, sin vislumbrar un ascetismo racial auténtico y autocrático. Lamar aduce: «La cultura americana, aún en germen, se orienta contra la democracia. Es la tendencia al equilibrio de la que hablamos anteriormente. El espíritu sin carácter, formado por múltiples cruzamientos étnicos, ha producido un caos político extendido, necesario para generar una nueva cultura que solo alcanzará su plenitud con la equivalencia de una raza definida.»
Antes que ellos, el genio siempre se adelanta, encarnando un sentido futuro, mientras la totalidad se desplaza con la lentitud de la historia. La sociedad en la que el genio se desarrolla, incapaz de alcanzar la plenitud, solo modela aquellas partes de sí misma que están orientadas hacia el futuro que representa el genio. Miguel Ángel encarna el Renacimiento, pero vive en el medievo. Rousseau anticipa la democracia, pero su vida transcurre bajo el gobierno del Cardenal Fleury. Bolívar y Martí, así como Moreno y O’Higgins, no pueden personificar el sentido del porvenir que Nietzsche atribuye al superhombre. Su genio representa un cierre de la cultura europea, no una anticipación del contexto; intentan crearlo. Eran, como hemos observado, republicanos en un entorno monárquico, desorientados por su ignorancia. Por lo tanto, no es posible juzgar la cultura americana a través de estos hombres síntesis, ajenos a lo que falsamente representan.
La cultura americana, aún en sus primeras etapas, se orienta contra la democracia. Es la tendencia hacia el equilibrio de la que hemos hablado anteriormente. El espíritu sin carácter, forjado por múltiples cruzamientos étnicos, ha creado un caos político necesario para generar una nueva cultura que solo alcanzará su plenitud con el surgimiento de una raza definida.
Lamar aplica estas ideas desde las perspectivas del darwinismo naturalista, pasando por el social darwinismo y culminando en la noción del superdotado nietzscheano de raza. La primera mención aparece en:
d) Un cuestionable excursus sobre un tema semántico-político en Biología es el concepto de hibridismo, utilizado por Lamar a partir de los juicios de Félix le Dantec sobre el egoísmo como base de toda la sociedad, y que sirvió para explicar aspectos del mestizaje de las razas. Con este giro, el autor de Las palabras de Zaratustra sugiere que: «… incluso dentro de esa tendencia hacia un tipo único, no habrá unidad. El grupo generado por las razas mezcladas carecerá de un sentido político unánime, porque la ley de herencia ancestral descubierta por Galton al estudiar el atavismo en biometría hará que en cada individuo se presenten caracteres físicos y morales de sus ascendientes, en una proporción decreciente que permite todas las influencias, hasta los caracteres de los tipos fundamentales.»
Este enfoque ha generado un fundamental desacuerdo crítico con la obra de Lamar. Se le acusa de aplicar el principio darwiniano de selección natural a problemas sociales y culturales. Aunque cita a Galton, artífice de las técnicas eugenésicas, no se debe considerar su enfoque como un simple mecanismo de segregación racial. La falta de unidad política atribuida por Lamar al mestizaje debería analizarse también considerando la biología (en términos de rendimiento y capacidad individual) en la formación del Estado. Una vez más, el sociólogo convertido en cátedra cosmopolita de historiografía natural nos invita a reflexionar:
«Ampliemos esta reflexión y pasemos de la Familia al Estado. La confusión de razas crea, dentro de este último, capas étnicas y morales que obstaculizan el proceso evolutivo hacia el mejoramiento político. El protoplasma social, al desarrollarse en el medio americano, ha formado un organismo esencialmente anárquico. No actúa una sola raza dentro de él, sino tres razas fundamentales con sus híbridos. La superioridad intelectual (o guerrera) de la raza blanca pudo someter a las otras, pero es una mera presión física sin trascendencia espiritual. En cualquier momento de debilidad, los grupos sometidos actuarán siguiendo su impulso ancestral. Dentro del mismo Estado, como veremos más adelante, no hay una tendencia social única, sino fracciones de tendencias representadas por los diversos grupos que componen el total. Así, la anarquía es una tendencia que se manifestará con la decadencia de la raza dominante, precipitando la caída del régimen que impuso en su momento de apogeo.»
El capítulo XI de Biología de la democracia, titulado Novena cultura y el hombre síntesis, se destaca por su relevancia en el contexto de la obra. Su propuesta se basa en una reinterpretación del enfoque spengleriano, que contrasta el método fisiognómico con el vitalismo. Spengler, en La decadencia de Occidente, afirma: «El darwinismo, quizás sin intención, ha conferido una eficacia política a la biología. La hipotética mucosidad primaria ahora posee una actividad democrática, y la lucha de los gusanos por la existencia ofrece una lección ejemplar para los bípedos, que llegaron al mundo de manera simple y sin complicaciones». En este sentido, la actividad democrática refleja la visión de Lamar sobre la cultura en su estado morfológico real, es decir, la democracia como manifestación política externa.
Lamar considera que esta configuración es inconcebible para América. Entonces, ¿puede la democracia, en el contexto de la época fáustica, ser vista como un elemento crucial de la civilización y la decadencia occidental, una técnica social de la política? Lamar sostiene que no. Afirma que la democracia «no es para América». En consecuencia, «Bolívar y Martí, siendo europeos puros tanto física como intelectualmente, están desvinculados del entorno al que no representan, a diferencia de Rousseau y Napoleón, quienes encarnaron el sentido de su época y su contexto. Su caso es único en la historia de las culturas». Schweyer añade que «la cultura americana, aún en desarrollo, se opone a la democracia. Es la tendencia al equilibrio mencionada anteriormente. El espíritu sin carácter, formado por múltiples cruzamientos étnicos, ha generado un caos político extenso, necesario para la génesis de una nueva cultura que solo alcanzará su plenitud con el surgimiento de una raza definida».
En resumen, Alberto Lamar no se presenta como un demócrata en esencia. Su obra está marcada por la preocupación por los limitados avances democráticos en América y se opone a la idea de que la Democracia, bajo el enfoque naturalista, encarna el pathos de la igualdad. En respuesta, propone el resurgimiento del minorismo autocrático para moldear el Gobierno y el Estado de manera autónoma, sin la influencia de la cultura de masas. Lamar utiliza el concepto de entelequia social como punto de partida, un concepto inaplicable a sociedades dominadas por regímenes caudillistas y tiránicos. En The History and Theory of Vitalism, Eduard Driesch, creador de la entelequia social, sugiere que la vida social, al tener un fin en sí misma, actúa como una causalidad unificante e individualizante, reflejo del devenir biológico. Los organismos y estructuras sociales, como el Estado y las instituciones gubernamentales, deben adherirse a esta ley de finalidad vitalista. La entelequia permite ver los entes en la temporalidad como modulaciones integrales y orgánicas. La democracia, en este contexto, se revela como una falsa conciencia ilustrada.
Lamar concluye afirmando: «Los regímenes políticos son el resultado de la biología social, productos de culturas que encuentran en ellos su representación histórica, manifestación de las fuerzas orgánicas del Estado que derivan hacia un régimen de armonía interior. Cada entorno corresponde a una cultura que implica un sistema de teorías propias, una construcción política determinada por sus necesidades, el carácter psíquico y el factor biológico de los individuos que la componen. La política es la manifestación suprema de la ética social, que es una extensión de la ética individual. El hombre no es un animal político en sí, sino porque necesita una moral pública, un conjunto de inhibiciones, un sometimiento de la individualidad para armonizar su vida con la de los demás.»
Finalmente, la controversia es evidente. Lamar aborda el problema de gobernar al hombre de manera efectiva ubicando en primer lugar la biología, acoplada a un sistema de teorías propias y una construcción política determinada por sus necesidades. Dos años antes de la publicación de Biología de la democracia en 1925, Lamar había publicado un artículo en la revista Social donde discutía el aporte de José Ingenieros al pensamiento americano. En ese texto se anticipa la transición del conocimiento positivista hacia un análisis de la biología como fenómeno de autocuidado y autoformación de la vida política.
Sobre el pensamiento de Ingenieros, cuyo texto completo aparece en el anexo, Lamar comenta:
«De ese criterio filosófico se deriva su teoría de la moral adogmática, práctica en todos los sentidos. Al mismo tiempo, revela en la ética humana un simple problema biológico de herencia en las líneas espirituales, demostrando la posibilidad de una moral alejada del idealismo kantiano, con un “noúmeno” casi material, desvinculada del romanticismo hegeliano y del viejo escolasticismo, petrificado aún en muchas conciencias, de todo aquello que está más allá de la experiencia. Se argumentará que esta concepción nace en el Catecismo Positivista.»
Lamar señala que las leyes de selección de nobleza y su correcta aplicación al gobierno de los hombres es la primera labor innata del Estado, evitando así la malformación del gobierno a través del caudillismo y la tiranía.
Así, detrás del discurso de Biología de la democracia se vislumbra la intención de un autor que busca responder a los problemas de la política liberal democrática en América. Apuesta por el concepto de genio, gran hombre, apto para la política, ideado por Schopenhauer en La sabiduría de la vida. De Nietzsche, toma la gradación subyacente del puente cultural en la naturaleza ascética humana: la verdadera historia y política de un pueblo reside en la conexión entre el genio y el pueblo. Gradación que interrumpe la transición de una generación de últimos hombres a otras.
Dr. Ángel Velázquez Callejas
Miami, diciembre de 2016
Bibliografía activa
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[1] Aunque algunos, como el
ensayista Juan Benemelis, sugieren que Lamar aprovechó la Primera Conferencia
Panamericana de Eugenesia y Homicultura, celebrada en La Habana del 21 al 23 de
diciembre de 1927, para lanzar Biología de la democracia durante el
gobierno de Machado, cuando era su secretario de prensa, esta idea no es del
todo precisa. Tampoco se precipitó en ese momento. Es cierto, sin embargo, que
Lamar desempeñó un papel en la organización del congreso de eugenesia, lo que
revela su compromiso con el evento. Desde sus primeros años, Lamar se había
sumergido con fervor intelectual en los estudios de biología y darwinismo,
explorando estos campos con una pasión notable. No obstante, Lamar nunca se
consideró un eugenicista en el
sentido estricto de la biología. Más bien, su enfoque se inclinaba hacia la
promoción de la inmigración de diversas razas como un medio para estimular el
desarrollo de América. Para una comprensión más profunda de sus ideas, se
recomienda consultar su obra La crisis del patriotismo. Una teoría de las
migraciones.
[2] Sin previo aviso, algo emerge
aquí, casi como un eco inevitable: Lamar no solo se enfrentaba a dilemas
políticos, sino a una cuestión ética de gran calado. La transición que él
presenciaba, marcada por una crisis profunda del patriotismo nacionalista, lo
empujaba a reconsiderar su propia responsabilidad. En ese contexto, El principio de responsabilidad de Hans Jonas (1979)
habría sido clave para comprender la verdadera naturaleza de su desafío. Jonas,
tal vez, habría visto en Lamar no solo la lucha por una idea abstracta, sino el
ejercicio de una responsabilidad ciudadana concreta, una que se gestaba en una
era que ya había dejado atrás la metafísica martiana.
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