Por Manuel Gayol Mecías
II.- Del ajiaco de los genes
(a la utopía de la imperfección)
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Antes de
la hecatombe
Resulta
bien complejo el hecho de comenzar a hablar de distintos aspectos de la
historia de una nación o de un país… o bueno, de una Isla como la nuestra.
Pero, como quiera que sea, Cuba empezó con la pura diversidad del aborigen, el
caucásico y el africano, y después continuó con el mulato, el chino y muchísimos
más que ya no son solo pintas genéticas, sino además categorías humanas de
otras geografías que vinieron surgiendo a través del tiempo13.
Así tenemos que, con los años, después de
los canarios, andaluces y catalanes, encontramos a los gallegos y asturianos, y
más tarde fueron haitianos, jamaiquinos, puertorriqueños, franceses,
estadounidenses, ingleses, italianos, griegos, judíos, sirios, turcos,
palestinos, armenios, polacos, rusos, alemanes y rumanos, entre tantos14; o sea, que nuestro país, al igual que
Argentina, Brasil, Estados Unidos y otros en el planeta, ha sido un país de
inmigrantes…15. Pero eso fue, más
bien, durante la República hasta 1959. Posteriormente, Cuba pasó a ser un lugar
de donde todo el mundo ha querido (y quiere) marcharse.
Por la razón de la diversidad, sabemos que el hecho de ser (existencia
por sí misma) implica la pasión, la inteligencia, la intranquilidad y la
paciencia; implica el amor y el odio; implica la pereza y el esfuerzo; la
ignorancia y la sapiencia; la charlatanería y el respeto; implica la burla y la
seriedad y, por encima de todo, implica la voluntad de querer ser y de querer
ser mejor. De hecho, la imaginación y el empecinamiento se mezclaron con la
nostalgia y los sueños de los cubanos.
Pero también encontramos el miedo
psicológico (que ya tenía sus hondas raíces desde la Conquista y la Colonia.
Hay toda una historia del miedo de los cubanos que habría que estudiar para
contarla; una historia que creo comenzaría desde la misma llegada de los españoles
a esta tierra), el miedo a causa de la imposición, el miedo y la confusión a
vivir sin identidad en un principio, el miedo a desaparecer como persona, a no
ser nadie, a saber que la vigilancia un día puede tocar a la puerta y entonces
ha de comenzar el horror, pero por sobre ello, a veces, en algunos —no en
todos, por supuesto—, se ha dado la audacia irrefrenable, el hecho de
sobreponerse a cualquier opresión y trance, y a no tener paz consigo mismo
hasta alcanzar el horizonte desconocido… o perecer; perecer por el mismo miedo
a vivir en opresión.
Estas
actitudes y supuestos se encuentran en el cubano, entre tantos otros aspectos
buenos y malos; al menos, al cubano inmediato para un proceso cultural de 500
años y un poco más. La persona así puede recibir y entregar cultura por su
riqueza antropológica. De esta riqueza étnica y cultural surgen proyecciones y
reflejos genéticos de lo que puede ser capaz de gestarse en una sociedad
multirracial y multicultural como esta, una complejidad antropológica que deja
entrever los aspectos negativos —como en cualquier sociedad del mundo— al
tiempo que va potenciando su progreso, en un avance lento pero innegable. Desde
esta perspectiva, a mi modo de ver, y por encima de las adversidades humanas
que ha conllevado a lo largo de la historia el hecho mismo de ser cubano, este
de manera inconsciente se proponía una superación de sí mismo (esto podría
verse más claro si se analizara, pienso, los años de la década del 50, y quizás
también del 40, del siglo pasado; perspectiva para estos años que habría que
buscar en las obras de don Fernando Ortiz, uno de nuestros más lúcidos
pensadores); superación física y mental, una y otra vez, que hacía que el
individuo avanzara a un estatus no solo de dinamismo y civilidad, sino de mayor
identidad cultural, incluso para una perspectiva de nación16…
Esto habría sido el cubano en una situación anterior a 1959, con sus problemas,
hallazgos y deslices, pero siempre con una historia que venía en ascenso
evolutivo, anterior a la Debacle, al Diluvio, a la Hecatombe.
La carambola de la suerte, los
seres de la
incertidumbre y el ser para sí
En el cubano interesan todas
las posibilidades que conformaron su origen, porque nos consta como un problema
siempre latente de identidad; sí, por la cruzada ascendencia multirracial que
nos compete; por integración de genes e interrelación de culturas. Y es que
conformamos un conjunto humano complejo, una especie de carambola de la suerte,
para decirlo con un poco de sorna, debido a que somos seres de la incertidumbre
y, de alguna forma, la interrogante del azar anda en nosotros; en otras
palabras, que de tantas características que nos toca por nuestra historia
biológica, también hay que añadir lo histórico, lo divino, lo cósmico y lo
universal. Por ello, en cuanto a carácter y temperamento, y demás rasgos, claro
que somos diversos y sorprendentes… Eso
sí, sorprendentes como cualquier pueblo, aunque nosotros mismos nos creamos
diferentes.
Pongamos un ejemplo de asombro: a simple
vista, hemos hecho indagaciones y nos encontramos con estudios inesperados de
antropología, y cuál es la sorpresa entonces si no es saber por un reciente
ensayo, de buen carácter científico —al menos, eso parece—, que los británicos
no vienen de los anglos y los sajones como se pensaba, sino de pescadores
españoles, de las regiones de Galicia y la Cantabria, puesto que estos estuvieron
en el Reino Unido hace unos 6,000 o 7,000 años. ¡Increíble!, ¿verdad? Este
estudio lo aporta el antropólogo Bryan Sykes en uno de sus libros17, una investigación que desarticula la teoría de que los celtas
vienen de Centroeuropa. Y, por otra parte, y tan despampanante como este
hallazgo, vemos que en el mes de noviembre de 2007 el Centro Nacional de
Genética Médica de Cuba dio a conocer —cosa rara, ¿verdad?; quiero decir, el
hecho de que sea un centro oficialista el que lo diga— “que los cubanos
tenemos en el código genético nacional un 73.8 % de herencia caucásica; es
decir, europea; un 16.8 % de africanos y un 9.4 % de indocubanos y asiáticos”18.
Este estudio habla de que unas siete generaciones (yo supongo que más) de
cubanos hemos ido componiendo “el crisol de etnias” al que se refiriera el
antropólogo cubano Fernando Ortiz. Y para mayor sorpresa añade su autora, la
directora del centro oficialista en ese entonces, Beatriz Marcheco, que “los
mestizos o mulatos poseen hasta un 64 % de legado genético europeo y un 31 % de
origen africano, casi dos veces más de europeos que de africanos”. Pero lo que
también este hecho corrobora, concluye la noticia sobre el estudio, es que en
realidad en Cuba “el que no tiene de congo tiene de carabalí”.
Lo que podría querer decir asimismo que
del 9.4 % de indocubanos y asiáticos, muy probablemente un 5 % vendría de los
siboneyes, nuestros nativos más originales, que pudieron habernos legado
algunas de sus características como podrían haber sido las de la música y el
baile (además de la fuerte herencia musical de los negros africanos), ya que,
al parecer, algún que otro estudio histórico lo ha tenido en cuenta19, creándonos también la tentación de
pensar que muy bien otras características estarían latentes en su diapasón de
posibilidades.
Pero, entre tantas cosas, lo que me
interesa aquí es que, si nos vamos por ese camino de Sikes, ¿podríamos entonces
decir que los cubanos también descendemos de los celtas? Y si esta idea tomara
fuerza en las llamativas investigaciones de la Marcheco, no dudo que empezarían
a aflorar ensayos y nuevos estudios en los que los cubanos encontrarían que los
mambises eran tan valientes y caudillos porque, de alguna manera, ya traían el
germen de esos conquistadores celtas. Por este sendero —un poco o bastante
turbio, según cómo se mire— habría que hablar tanto de los romanos como también
de los godos, visigodos y ostrogodos, a la manera de otra raíz ancestral de los
isleños… Y que conste, sí, estoy hablando de esa pretensión (o del ombliguismo
del mundo) tan connatural e histórica de la antropología que el cubano heredó
de los españoles. En fin, que es un camino, como dije, tan sinuoso como un
laberinto, pero que podría conducir a extraordinarias y funestas sorpresas,
como sería el hecho de encontrar el enlace con el hombre-mono y hasta con el
eslabón perdido.
El asunto es que, en el caso del cubano,
una de sus características notorias, es que le gusta estar en todo lo que
parezca de gran importancia. Una cuestión puramente egotista. Para nosotros ha
sido necesario que esa presencia esté en el centro de la importancia. Pero esto
ha sido siempre un arma de doble filo: “el estar en todo” implica el querer ser
el bueno y el malo de la historia, no importa, uno u otro, pero “ser” o “estar”;
el estar aquí o allá, pero “estar”; llegar o irse, pero “dejar una marca” de su
presencia. De manera indiscutible, esto que ya va siendo un ego que tiende a lo
irracional.
En realidad, es algo bueno, por lo
“emprendedor”, por lo “activo” para ocupar espacios; pero al mismo tiempo es
malo, por lo de “abarcador”, por lo de convertirse en alguien negativamente
individualista al que no le importa separarse de su sociedad, de su prójimo. En
relación con esto hay un dicho que ha tenido resonancia en Cuba también, y es
ese de que “el que mucho abarca poco aprieta”. Es bueno ser así cuando las
causas son justas, pero es como todo: “abarcar” también significa “rebasar
nuestras propias posibilidades”. Lo que sucede es que el cubano,
verdaderamente, a la hora de hacer o de ser, pues no toma en cuenta hasta dónde
llegan sus posibilidades. Se podría decir que, a la hora del cuento, no le
importa que hablen bien o que hablen mal, sino que hablen, que lo mencionen,
que al menos él aparezca en la película. ¿Es un tanto, tal vez, el síntoma de
Donald Trump? (aunque este de cubano no parece tener nada, bueno, realmente, en
su gestualidad de discursos sigue una rima parecida a la de Fidel Castro). Esta
alternativa de contradicciones es una de las tantas cosas que podría hacer del
cubano un ser extraordinariamente complejo; y es lo que supongo, también de
alguna manera, ¿haría del isleño, por lo general, un bipolar? No obstante,
podríamos hacer una comparación del cubano, por épocas, y tendríamos quizás el
acierto de confirmar que, en realidad, el cubano venía en progreso cambiante
desde que salió de la Colonia a la República, y hasta que llegó al año 195920.
Cuando un cubano, de estudio o ignorante,
se deja llevar por su tendencia irracional es entonces que añora escuchar los
discursos violentos; se regocija con los escándalos públicos; no le interesa en
lo más mínimo las normas de la cortesía; busca centrar todos los ojos de los
demás en él; y cae con una extrema facilidad en el abuso, en la vociferación
constante de improperios, en descalificativos, en su juntarse con otros como él
para sentirse más fuerte y lo que quiere es agredir, dar golpes y producir
odio. Porque este se hace así el ingrediente esencial de su ego. Y este ego se
fue a las nubes; no le importa ya estar separado de lo constructivo; del ego
necesario para enfrentar la vida o, digamos mejor, las circunstancias. Esta
instancia violenta del cubano se ha incentivado mucho a partir de la
“Revolución”, cuando los dictadores Fidel y Raúl Castro et al lo incorporaron como estrategia de intimidación,
principalmente, en su control de las calles y de mantener coartada la voluntad
democrática del pueblo.
♦♦♦
El “ego de ser para sí mismo,
por encima de todas las cosas o tener para poseer más poder” nunca intenta
sacrificar nada, sino más bien tiende a poseer, sobre todo, sin importarle el
daño que pueda hacer a su alrededor. Incluso no le importa su propio dolor, si
a ese dolor le puede sacar determinados momentos de protagonismo. Este ego en
su acción, en su conducta, puede parecer superficial, aun fácil de criticar;
pero en su interior hay toda una complejidad en su relación
imaginación-corporeidad. Encontramos una realidad de imaginación falseada
porque, en esencia, no hay una sustentación corpórea, física, que en su
problemática apunte a lo social.
De esta manera, la imaginación-corporeidad
debe ser una relación armónica, verdadera; una imaginación que esté acorde con
la realidad física de lo que rodea a la persona o a la sociedad en un país, en
su momento preciso. Este entrelazamiento, individual y social, es la garantía
de que nuestra manera de pensar debe estar en consonancia directa con lo que se
encuentra pasando a nuestro alrededor. Los hechos, sus relevancias, también
entran activamente en nuestra imaginación.
Cuando la realidad física no está en
relación con la imaginación; es decir, la relación se encuentra desfasada, la
imaginación está falseada; la imaginación (tanto del individuo como de la
sociedad en su conjunto) se hace falsa; es una imaginación confusa que da
cabida a mitos negativos; simplemente porque no está sustentada por una base
real de sólidos hechos concretos, que es como decir que la realidad física, las
circunstancias objetivamente sociales andan por caminos muy distintos.
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