Thursday, April 16, 2020

El cuadro de la buena suerte

Por Guillermo A. Belt


El presidente norteamericano Harry Truman junto al cubano Carlos Prío
En el Washington de entonces, como lo nombra mi madre en Apuntes y garabatos, los recuerdos de su vida publicados privadamente, refiriéndose a la década de 1940, las recepciones en la Casa Blanca para el cuerpo diplomático eran muy formales: “los caballeros de frac y condecoraciones y las señoras con traje de baile y largos guantes blancos.”

De frac y condecoraciones iba Guillermo Belt Ramírez, flamante embajador de Cuba en Washington, con su mujer, ella con un vestido largo, de tafetán rojo, nos dice mi madre en sus memorias. En lugar de guantes largos llevaba una mantilla negra, y a diferencia de las joyas de las otras señoras, al cuello una pequeña cruz negra, pendiente de una cinta del mismo color.

Una de las tres famosas anfitrionas de aquellos años, Mrs. Marie Truxton Beale, ofrecía su propia recepción, inmediatamente después de la del Presidente de los Estados Unidos, a la cual “invitaba a un grupo reducido de estos Jefes de Misión; siempre estaban incluidos los embajadores de turno de la Gran Bretaña, Francia, Bélgica y España, y nosotros.”

Presidente Truman saludando a Guillermo Belt, padre del autor de esta nota

Al día siguiente de su recepción, Mrs. Beale le pidió a mi madre por teléfono que recibiera a un invitado de la noche anterior. Alfred Jonniaux, retratista belga muy conocido en su país, la visitó para pedirle que le permitiera pintarla, vestida exactamente igual como en casa de Mrs. Beale. Necesitaba un retrato de mujer para las exposiciones que llevaría a cabo en los Estados Unidos. “Me daba pena negarme, y así, en unas cinco sesiones de varias horas, pintó el cuadro.”

“Un año más tarde pasó Jonniaux por Washington y fue a visitarme. ‘Aquí tengo un regalo para sus hijos’, me dijo. ‘Me ha traído buena suerte, y se la quiero agradecer en esta forma.’ Y nos regaló el cuadro.

El cuadro al óleo de Elisa Martínez Viademonte de Belt estuvo colgado en el salón principal de la embajada de Cuba en Washington hasta el fin de la misión de mi padre en 1949. Viajó de regreso con los Belt a Cuba, donde ocupó un lugar de honor en la sala de su casa en el reparto La Coronela.

Tras nuestra salida al exilio, un buen día la persona extraordinaria que fue Ernestina Mederos Owen, miembro ad honorem de nuestra familia, desmontó el lienzo de su marco, lo enrolló, lo introdujo en un tubo de cartón y lo puso al correo. El cuadro de la buena suerte regresó a la casa de los Belt, para entonces en Bethesda, Maryland, por el resto de los días que tuve el privilegio de tener a mi padre y a mi madre en el reino de este mundo. 





2 comments:

  1. Imperdible acontecimiento de nuestra historia diplomática republicana, adornada con una obra de arte que conmemora la belleza y elegancia de nuestra mejor época.
    Emilio Bernal Labrada

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  2. Qué maravilla de historia. Qué maravilla de "Cuadro de la Buena Suerte". Hermosa pintura y hermosa dama. Me impresiona la historia, pero también me impresiona la manera en la cual la cuentas. Tu madre era muy bella también, Guillermo. Gracias por compartir estos momentos con todos los que te admiramos. Mariela A. Gutiérrez

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