Showing posts with label reseñas. Show all posts
Showing posts with label reseñas. Show all posts

Saturday, September 21, 2024

La postverdad y el poeta. Glosa a Gargantas sofocadas. La alianza de José Martí con los negros.


Por Mario Ángel-Luzbel

La postverdad, para no entrar en filosofías de segunda mano, es un torrente de mentiras inédito en la historia. En muchos países las encontramos de la mañana a la noche en todos los grandes medios, dependientes en Estados Unidos de un gobierno demócrata infectado por George Soros, líder de la corriente globalista o movimiento woke. Soros donó 60 millones de dólares para las elecciones de 2024. Centenares de instituciones y numerosos gobiernos se subordinan al mandato del financista, incluidas la ONU y la Unión Europea. Soros pretende, a pesar de sus años, apropiarse del orbe, preferentemente el occidental, a cuyos países divide cada vez con mayor saña. Su objetivo es destrozar a occidente y dejarlo inerme en manos de su hijo para que comparta ese poder con los cómplices del padre, unas decenas de superoligarcas.

Con la mentira se pone y levanta el sol, se la respira, se vive con ella, un día hasta se la extrañará. La postverdad en el globalismo es un huracán imperturbable que arrasa, sin detenerse, los dos hemisferios.

En el siglo XIX, con más de un costado similar al de hoy, Martí describió un contexto en Estados Unidos y acaso pensó que jamás llegaría al siglo XXI: “[los periódicos] vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas (…). El que inventa una villanía eficaz se pavonea orgulloso”.

“Domingo del Monte, ¿“El Más Real y Útil de los Cubanos de su Tiempo?” (2016) despeña la esperanza martiana en cuanto a que aquella situación no arribaría, de ningún modo, al siglo XXI, y mucho menos que él mismo se convertiría en objetivo de la postverdad que hoy nos acosa, junto a la creciente censura. El autor de este artículo, el académico Francisco Morán, es un prototipo de la postverdad, que Gargantas sofocadas pulveriza.

Referimos aquí varios fragmentos de la visión y actitud martiana hacia los afrodescendientes, cubanos y norteamericanos. Muy coloreada, la postverdad sobre el tema arriba a nuestros días principalmente desde la academia del país más poderoso del mundo, cuyo PIB todavía sobrepasa al de China en cerca de 10 trillones de dólares. Si así es su poderío, así la influencia de sus universidades dentro y fuera del país.

Desde mediados de los noventa del siglo pasado, la distorsión de la obra martiana respecto de los afrocubanos fue fruto de muy parciales lecturas y problemáticas interpretaciones. En los años que corren, subordinada en larga medida la academia al globalismo y a consensos dentro de los ‘nuevos’ neomarxismos, el dilema se agrava si se entiende que el asunto ocupa el corazón y el estómago de la historia de Cuba y Estados Unidos. Del libro Gargantas sofocadas. La alianza de Martí con los negros, solo ofrecemos un recodo de la mirada martiana a la opresión que sufrían los hombres y mujeres de estirpe en África.

Fuera de las Obras completas hay un apunte donde revela su actitud en el caso de que una hipotética hija suya se enamorara de un hombre negro, documento que por taimada razón se mantendría sin publicar hasta 1978. Manifiesta ahora “la oposición y repulsa general, y los prejuicios sociales, odios a la juventud y la mujer, que el problema negro implica”. Y si esa hija se enamora de alguien de epidermis oscura: “Yo sé que tendría la sensatez y el valor de afrontar el aislamiento social”. Los muy escasos y más que medianos analistas de estas líneas se desentienden de la subversión que dispone el bardo, de pie sobre una realidad en que lo predominante era el concubinato del blanco con la negra.

Leer al caribeño Fanon y al camerunés Mbembe empuja a meditar que no padeció el poeta, en manera alguna –las razas deben mezclarse, dijo–, la obsesión de separar el phallus del negro de la mujer blanca, evidente en sus condenas contra las agresiones que sufrían parejas mixtas en el Sur de Estados Unidos. Sobre el afroamericano afirmó su derecho a casarse con quien quiera, negra o blanca. ¿Fue casual que hablara no de un hijo que sí tenía, sino de una hija?

En “Para las ‘Escenas”, de los alrededores de 1893 y la frase que encabeza ese apunte, argumento propicio para el arte teatral, escribe Martí: “Hay que levantarle al negro la altivez, para su propio bien, para que no olvide cuando vivía entre montes”. Ha visto en Cuba y Estados Unidos a negros que padecen en su autoestima, y como remedio insta al blanco a ayudar a levantar una altivez nacida en la selva africana, ámbito cultural muy otro y que, paradójicamente, muchos blancos desprecian. Pero es que el artista, sin duda, no involucra a estos, sino al blanco solidario, a un antirracista casi inconcebible por la tarea que le propone: ayudar a que el negro afiance su orgullo en el recordar cuando vivía libre entre montes. Con esto incita a que no olvide su cultura y su tradición, ya que el monte, en el estudio célebre de Lydia Cabrera, es su núcleo. Como en varios casos, el isleño desborda su mundo, y a sí mismo, de manera implacable.

Se ha criticado sin apostillas que el pensamiento martiano suscribe a la generación revolucionaria de ascendencia europea como liberadora del negro —algo que por demás es historia—, pero se desconoce o silencia que también exclamó que el hombre “del Congo y el de Benín defendía con su pecho a los hombres del color de sus tiranos, a los que habían sido sus tiranos”.

Indica, como en casi incontables ocasiones, la moral superior del negro en el contexto, pero en particular a la solidaridad que obligatoriamente tuvo que generar una guerra que se extendió por diez años. En otra espesura de su obra recuerda al campesino negro que “vuela a su rifle, con el que jamás en diez años hirió a la ley”, y mira con amor “al hombre de tez de amo que marcha a su lado o detrás de él, defendiendo la libertad”. Apartando sus modos para unir a la rebeldía, ¿es que ha sustraído a la raza, y en particular a sus líderes, de las insubordinaciones que con razón o sin ella condujeron a la rendición del Zanjón, “detalle” nunca resaltado por la historiografía salvo cuando se trata de Antonio Maceo?

La academia estadounidense y analistas de distintas huertas obvian un punto en Martí digno de mención. Criticar a España por decretos que concedían un puñado de derechos civiles a los afrocubanos, pues Martí sabía que serían incumplidos en la práctica social, no le impide poner aquellos decretos contra lo que él mismo ha dicho, y los sirve para expresar una noción inusitada: “Sin el interés fraternal [por la independencia] de nuestros libertos que, a no ser tan nobles como son, y hombres de tanto fuego y libertad como nosotros, podrían seguir con más agradecimiento, en su afán de legítima mejora, al español aleccionado que se la ofrece, que a los cubanos incapaces que los desdeñan”.

Junto al relato ineludible para crear la nación, laten en el político ideas de muchísimo interés y solo concebibles después que se leen. Aquel “nosotros”, que implica un ellos y que tanto irrita a los sospechantes, se produce mientras estrecha diariamente lazos con sus “amigos”, sus “íntimos”, su “familia”, lo que Cabrera denomina “pequeño grupo neoyorquino” de negros y mulatos, y que en el libro que apenas glosamos resulta muy principal: la fuente de sus desarrollos antirracistas. Se piensa como grupo operativo cimentado en la teoría sociológica del suizo-argentino Enrique Pichon Rivière (1907-1977). El ellos, entonces, subraya a un otro culturalmente hablando, y esto lo recapacita, hasta el hartazgo, la filosofía actual.

Existe un desentendimiento generalizado de sus críticas contra los padres de la patria en lo que tiene que ver con la opresión de los afrodescendientes. Nadie, en efecto, duda de la veneración que el poeta sintió y expresó por próceres como Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, etc. Si esas críticas se hubieran señalado, la historiografía se viera hoy menos culpable y la academia norteamericana se hubiera tal vez evitado unos cuantos embarazosos errores. Las críticas de Martí contra “los grandes del diez”, según les llama a la sazón, comprende la utilización del vocablo “punible” a pesar de que reflexiona sobre el pasado. Dichos apóstrofes están en su obra, y en Gargantas sofocadas.

Hay extravíos en la historiografía casi inexplicables. Mientras se admite la inclusividad que significa la frase “con todos y para el bien de todos”, apenas se habla de la abundancia, muy superior, en que exige derechos y literalmente derechos humanos para los negros, y esto representa un vacío primordial en las numerosas incursiones en Martí por las universidades estadounidenses (entiéndase siempre la mayoría). Solo en el artículo “Mi Raza” la palabra derecho aparece en once ocasiones. Y en otro distrito: “Todo hombre negro [en Cuba] ha de saludar con gozo, y todo blanco que sea de veras hombre, el reconocimiento de los derechos humanos en una sociedad que no puede vivir en paz sino sobre la base de la sanción y práctica de esos derechos”.

Convendría precisar que más de un decenio antes de que el ilustre W.E.B. Du Bois dijera en The souls of black folk (1903) su famosa frase en torno a que el siglo XX sería el del problema de la raza, “color line”, utilizada por la crítica contra Martí, ya este había expresado –repetimos, una década antes– acerca del afronorteamericano: “¿A qué la escuela [con profesores blancos] donde le enseñan que nació para siervo por el castigo del color, y que jamás podrá gozar en su suelo nativo de los derechos plenos de hombre?”.

También existe una notable diferencia entre las ideas martianas en torno al liberto cubano y las que Du Bois manifestó sobre el exesclavo en Estados Unidos. Los dos capítulos que Gargantas sofocadas dedica a comparar a Du Bois y Martí carecen de antecedentes en la historiografía. Aquí se demuestra la mayor radicalidad antirracista del poeta sobre un arquetipo de la lucha por los derechos y el primer negro que obtuvo un doctorado en Estados Unidos. Una veintena de temas inestrenados, que van desde la resistencia pacífica contra el racismo a la pobreza que aplasta al negro, así como intervenciones sobre la cultura relacionada con la raza en Cuba y Estados, cooperan en integrar un volumen sobre el cual Rafael Saumell, Profesor Emeritus, afirmó que es el más revelador que se haya escrito sobre Martí.

Aunque la sabe efímera por su lado noticioso, el autor se anima a dibujar, en el Epílogo, la circunstancia imperante en los años postreros en que escribió su ensayo. A nuestro entender, un pretexto para ampliar su tesis sobre la crisis del conocimiento que aqueja a las supuestas ciencias blandas en la academia norteamericana y en muchas otras. Tal crisis se ha intensificado con el globalismo, sus imposiciones y el obligado consenso izquierdizante. De la academia norteña nació la Critical Race Theory, donde todos los blancos son sistemática y esencialmente racistas. En la academia internacional hay quien respalda o calla sobre el catastrofismo climático y un ejército aplaude el aborto absoluto. Al peor feminismo, ese que ya no existe porque cualquiera puede ser mujer, allí se le dan urras. Banderas políticas e ideológicas como esas se coluden con las de LGBTQ+, y allí, en la academia, se calla, acepta o asiente sobre el adoctrinamiento de los niños en los colegios para que cambien de sexo a espaldas de los padres y luego reciban, de por vida, hormonas que le destruyen la salud física y la psiquis, cuando no los someten a cirugías. Allí, en la universidad, se baja la cabeza ante el aberrante “derecho” a tener sexo con adultos, y allí renace un antisemitismo que es lo único invariable en toda la historia. Martí tiene que hacer no poco en un planeta que vive en el filo del abismo y donde la indignidad de la cobardía facilita que todo se envenene. 

Wednesday, September 11, 2024

Viaje a la semilla patriarcal: sobre el libro “Totalitarismo en Cuba: Castrismo cultural y el último hombre" de Ángel Velázquez Callejas*


Por Ariel Pérez Lazo

La pregunta de cuando terminó la Revolución Cubana ha definido varias de las discusiones en torno a ella. En algunos la pregunta gira en torno a las promesas revolucionarias y el cumplimiento de estas como puede verse en Carlos Franqui quien veía ya a finales de los 60 el fin de la Revolución Cubana por ser el momento en que se desiste de industrializar Cuba y mantener la llamada monoproducción azucarera, una de las razones aducidas para llevarla a cabo y de la que el propio Franqui participara. Las promesas resultaron siendo incumplidas en el espacio que va de 1960 a 1968, primero la de que habría elecciones dentro de la constitución de 1940 y por último de que la revolución seria antimperialista, al apoyar la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968. Por otra parte, Rafael Rojas, en Breve historia de la Revolución Cubana ubica el fin de la Revolución Cubana en 1976 con la constitución socialista. Se entiende así la Revolución como momento de transformaciones cuyo fin estaría en una serie de instituciones, la Asamblea Nacional, por ejemplo.

A este último análisis habría que objetar el hecho de que el régimen imperante en Cuba desde 1959 se ha caracterizado por la debilidad de las instituciones que ha creado, sobre todo a partir de 1976, de ahí la persistencia del término castrismo para referirse al mismo por el carácter personalista y no tanto por la presencia de una estructura totalitaria del régimen. La dimensión del culto a la personalidad, por utilizar un término acuñado por los propios comunistas soviéticos, de la figura de Fidel Castro provocó en los años sesenta tensiones incluso con la URSS, de ahí que, aunque ha triunfado en la prensa el termino comunista para referirse a la Revolución Cubana, la omnipresencia del líder lleva a cuestionar la relevancia de la ideología marxista-leninista o más bien estalinista en el mismo. Esto además se reafirma si se añade que como el historiador cubano Leonel De la Cuesta señalara, la constitución cubana de 1976 es más estatista que la búlgara de 1948 la cual reconocía la propiedad privada, algo que vino a ser aceptado en Cuba en 2019.

Aquí aparecen preguntas como: ¿se ha pasado en los últimos diez años a una dirección colegiada como en la URSS posterior a la muerte de Stalin -habría que recordar la célebre condena de Nikita Jrushov al estalinismo-o más bien, como dicen los herederos políticos de Fidel Castro se mantiene una continuidad con el previo liderazgo carismático? Ángel Velázquez entra de lleno en esta discusión politológica desde una perspectiva filosófica pero también de historiador, gremio al que pertenece.

Hay una sección de este libro, ensayo dentro de un ensayo titulado ¿Que es la Revolución Cubana? que impresiona por su originalidad. Velázquez va directo al grano: la Revolución Cubana es un mito. Parece un lugar común, pero acude a la teoría memética de Richard Dawkings para explicar la persistencia del mito. No se trata de entender la existencia de la Revolución ligada al entusiasmo colectivo, que como para Ortega y Gasset solo logra la perduración de un proceso revolucionario por el espacio de una generación, unos 15 a 20 años, de ahí que pudiera declararse objetivamente acabada la Revolución Cubana con el éxodo del Mariel, sino que su perduración en el imaginario colectivo pertenece a un fenómeno que es entendido por Velázquez desde una perspectiva filosófica vitalista. Es el mismo fenómeno que aplicando la teoría de Dawkings a la sociología permite la perduración de una sociedad. Desde un punto de vista sociológico se puede cuestionar este vitalismo que recuerda al intentado por el filósofo francés Henri Bergson, uno de los últimos grandes metafísicos de la filosofía contemporánea, en Las dos fuentes de la moral y la religión.

Sin embargo, si asumimos la teoría de Velázquez de que la perduración de la Revolución es la de un mito: ¿Qué necesidad tiene la sociedad cubana de este para garantizar su supervivencia?, mito al que nos indica se contribuye desde el exilio. Ya Ortega recordaba en su ensayo Mirabeu o el político explicando el origen y devenir de la Revolución Francesa que cada revolución produce su contrarrevolución, la obra del político es superar esta antítesis. ¿Por qué la sociedad cubana necesita del meme de la Revolución? Velázquez más bien nos orienta políticamente a pensar que se debe entender la Revolución no solo como un mito persistente-pues ya hemos señalado que desde el punto de vista científico o filosófico no hay revolución desde a menos, hace casi medio siglo, sino que la persistencia de este meme obligaría a no atacar la idea de Revolución sino quizás a resucitar la idea de revolución inconclusa que puede verse en el historiador Isaac Deutscher, esta vez aceptada no desde un punto de vista marxista sino desde un vitalismo posmoderno como el que propone Velázquez. De aquí que Velázquez se sitúe equidistante del típico análisis dentro de las categorías derecha-izquierda, exilio-dictadura. Si la Revolución es simplemente un meme o una idea-meme: ¿Que otro meme pudiera permitir salir de esta?

Para superar el meme que constituye la Revolución sería necesaria una transmutación de valores, quizás una conversión religiosa de la sociedad cubana, que para Velázquez sería la adopción de otro meme. ¿Podría ser esto posible en una nación constituida desde el siglo XIX en el laicismo? Son preguntas que surgen inevitablemente de la lectura de estos ensayos. Si Alberto Lamar Schweyer en Biología de la democracia supone una correlación arbitraria entre la herencia de los caracteres atávicos para la mezcla del blanco, el indio y el español en Cuba y la aparición del tribalismo en la sociedad cubana, Velázquez continua esta línea biológica del pensamiento cubano esta vez por una vía que evade la cuestionable correlación entre caracteres somáticos y psíquicos-no existe la herencia del tribalismo por la mezcla racial que asumiera Lamar para fundamentar la inconveniencia de la democracia liberal para Cuba- sino que acude a la aplicación de un hecho biológico en lo social que está en la misma línea de recientes teorías como la autopoiesis social.

Sin embargo, donde mejor se revela su análisis y muestra la versatilidad de las fuentes teóricas que utiliza para su análisis es cuando generaliza los resultados de su investigación sobre el paso de la sociedad tradicional al capitalismo en la región oriental cubana. A este tema he dedicado un ensayo publicado por la revista Eka magazine fundada por Velázquez. Nuestro autor encuentra que en el Oriente cubano durante el siglo XIX existe una esclavitud patriarcal diferente a la experimentada en el resto del país, sobre todo en el área occidental. Así explica:

Mientras que en Matanzas, en la región de Colón, prevalecía una esclavitud acorde con el modelo de los ingenios de azúcar, con el barracón como institución que establecía la separación entre el amo y el esclavo, en lugares como Bayamo, Holguín, Las Tunas y Manzanillo los hacendados mantenían un régimen de explotación patriarcal. Los esclavos participaban en las relaciones con sus amos. Si la primera tendencia, la esclavitud generalizada, se convirtió en la base de la formación del capitalismo en Cuba, la segunda, la esclavitud patriarcal, dio forma al socialismo cubano. La primera se convirtió en una ideología económica: la expansión del mercado interno; la segunda, en una ideología política, conocida como “ideología mambisa.


Lo ocurrido en Cuba desde 1959 no es sino la extensión de aquel patriarcalismo a nivel nacional. Es curioso que Manuel Cuesta Morúa en su ensayo El castrismo cultural lo viera en la subcultura del poblado de Birán, lugar donde naciera Castro. En uno de aquellos enclaves del Oriente donde citando el Manifiesto del ABC de 1932 se erigían verdaderos feudos, había que buscar la naturaleza del castrismo.

¡Que disruptivas estas afirmaciones! Estamos acostumbrados a ver la Revolución Cubana como parte del socialismo, sistema definido por Hayek como “la fatal arrogancia” de querer planificar necesidades y salarios. Sin embargo, ¿En qué racionalidad entran la Ofensiva Revolucionaria de 1968, la Zafra de los Diez Millones de 1970, o la más reciente Revolución Energética; causa eficiente del casi colapso de la generación de electricidad en Cuba? ¿Es la misma racionalidad que Ortega y Gasset viera en El tema de nuestro tiempo para la Revolución Francesa? La presencia del voluntarismo ha sido una constante, tesis que Velázquez defiende a partir del concepto de heroísmo. Si bien ha habido periodos como el que va de 1971 a 1989 en que la racionalidad propia del socialismo real se impone, mientras se vuelve a asumir cierta racionalidad capitalista de 1995 a 2004, se vuelve a abandonar en el periodo que va de ese último año hasta el presente. La imposibilidad que constituye para el castrismo abandonar el voluntarismo en economía y política nos lleva necesariamente al problema de lo erróneo que es equipararlo con los sistemas asiáticos poscomunistas donde más bien existe lo que usando un término reciente es un “capitalismo de vigilancia”-término que actualiza un reciente libro de Pablo Muñoz Iturrieta-donde un desarrollado sector de grandes empresas que todavía llamamos privadas pese a su cada día mayor carácter anónimo, vive en simbiosis con los aparatos totalitarios de control.

Por otra parte, el culto al héroe definiría la tradición política de la que se nutre el castrismo. No es simplemente el nacionalismo como a menudo se expresa, identificando Nación y Revolución como se hace en los conatos de ideología desde el oficialismo y también en ciertas figuras del exilio, más propias de lo que Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo, sino de algo más concreto cuya genealogía encuentra en Martí. Sin embargo, Velázquez aclara la concreción social de ese heroísmo se presenta en Martí como ética mientras en la Revolución Cubana con la necesidad del líder.

Otro punto interesante aparece en el capítulo-aunque estos casi pueden leerse como ensayos independientes- titulado "Utopía y Revolución" donde el autor incursiona en el análisis de la idea de utopía del filósofo de la Escuela de Frankfurt Ernst Bloch. Donde el materialismo histórico de Marx veía con inevitable determinismo la llegada de la revolución que daría paso al comunismo, Bloch busca las utopías que se opusieron a diversos sistemas, desde el cristianismo, el reformador Tomas Munzer y hasta las utopías más modernas. Este ensayo dentro del ensayo permite al lector hacer el puente entre la teoría del historiador que es Velázquez sobre las características de la hacienda patriarcal cubana con el punto de vista universal de un filósofo. Del análisis de Velázquez se desprende el carácter utópico y no científico de las revoluciones.

Y es en este último aspecto en el que quisiera detenerme por algo señalado por Velázquez quizás no de la mejor forma. Comentando una cita de Ernesto Guevara acerca del “pecado original” de los intelectuales nacidos antes de la revolución como lo fueron Lezama o Mañach. Velázquez invierte la sentencia guevarista y plantea que más bien el intelectual cubano antes de 1959 ha sido demasiado revolucionario. Esto parecería seguir la interpretación ya antes hecha por Carlos Alberto Montaner en sus ensayos sobre Cuba cuando señalaba que después de 1933 todos los partidos políticos en Cuba eran revolucionarios, señalándose así la falta de tradición liberal que quedo de alguna forma interrumpida desde la primera década republicana, aquella época donde la política conservadora era “ante la injerencia extraña, la virtud doméstica”.

Velázquez señala algo que sin embargo no puede reducirse a la simplificación de que había intelectuales comunistas como Marinello. El escritor Armando de Armas ha señalado lo poco revolucionaria que es una novela como El siglo de las luces. Se trata más bien de esa tendencia a la utopía del intelectual cubano de la Republica. Esta tendencia a la utopía se ha identificado casi siempre con la idea de Engels del “socialismo utópico”. Sin embargo, si tomamos el dato aportado por Ángel Velázquez sobre la esclavitud patriarcal. ¿Acaso no puede verse en importantes escritores de la República una melancolía por esta comunidad patriarcal de la que puede incluso verse un eco en los ideólogos oficiales de hoy, diez años después de que Velázquez Callejas publicase su libro? Esta melancolía estuvo presente en escritores como Lydia Cabrera y Cintio Vitier y he escrito un libro aun por publicar para demostrarlo.

Utilizando la metáfora de Nietzsche de los estadios del camello, el león y el niño, el autor encierra bajo la primera categoría tanto a los historiadores y antropólogos de la primera generación republicana como Ramiro Guerra y Fernando Ortiz como a la hornada de historiadores y ensayistas venidos después de la revolución. El rugido del león se puede ver nos dice en ensayistas como Mañach y Lezama, autores que intentaron romper con una historia acumulativa y positivista. Frente a estos dos últimos ejemplos el intelectual cubano se ha convertido más bien en archivista, nos dice el autor mientras que, siguiendo una lógica nietzscheana, lo que se trata es de salir de la antítesis del camello y el león y llegar a la inocencia del niño. Estos ensayos que conforman Totalitarismo en Cuba: castrismo cultural y el último hombre son el intento de sobrepasar esta antítesis y llegar a este último estadio.



* Ponencia presentada en Miami, el 3 de agosto, en la séptima Convención de la Cubanidad.

Thursday, August 15, 2024

Reinaldo García Ramos o la salvación por la memoria



Por Enrique Del Risco

Los pueblos ya vienen de por sí olvidadizos. Por eso cuando un estado totalitario acomete su habitual borrado de la memoria colectiva no hace más que acentuar un proceso natural, si es que hay algo natural en lo que respecta a los pueblos y su memoria. Son por lo general esos seres melancólicos llamados intelectuales —cuando no cosas peores— los que se empeñan en dejar por escrito el testimonio de un pasado que no le importa a casi nadie hasta que es demasiado tarde y no queda más remedio que convertirlo en mito.

En cuestiones de memoria los cubanos hemos ido mejorando nuestra suerte. Desde que Aldo Baroni —en un libro que muchos citan el título pero que pocos parecen haber leído— definiera la isla como “Cuba, país de poca memoria” en 1944 se ha avanzado bastante en la restitución del pasado. Sobre todo, a través de la palabra escrita como en buena parte de la obra de Guillermo Cabrera Infante, uno de los primeros en darse cuenta luego del “Affaire PM” de que ese presente que se deshacía en las manos para convertirse instantáneamente en pasado merecía ser retenido a través de la literatura.

Los soviéticos resumieron muy bien la arbitraria administración de la memoria por un régimen comunista con la frase: “nadie sabe el pasado que le espera”. Bastante sabían ellos de eventos desvanecidos en las cronologías, personajes que desaparecían de fotos icónicas o de la misma memoria colectivizada en diccionarios o relatos oficiales después que el pelotón de fusilamiento, el Gulag —cuando no el exilio en el caso de los afortunados— hubiera dispuesto de la materia inservible para la historia oficial. No es casual que sea la generación de Mariel —la primera en constituirse como grupo de resistencia literaria y cultural contra el asedio totalitario— la que con más conciencia se empeñó en dejar constancia casi notarial del pasado escamoteado a todos. No solo pienso en Reinaldo Arenas y su famosa autobiografía Antes que anochezca. También está José Abreu Felippe y su pentalogía “El olvido y la calma”, un quinteto de novelas que abarca desde la infancia del protagonista en la década de los cincuenta hasta entrados los ochenta cubanos. O su hermano Juan que con sus memorias Debajo de la mesa y la suerte de diario que tituló A la sombra del mar donde reconstruye su vida desde su infancia hasta los durísimos años setenta, esos en que de ocuparle aquellos escritos en el fondo de una gaveta podía haberle acarreado unos cuantos años de cárcel. (Lo anterior me hace recordar otro chiste soviético. Aquel en que en una conversación de condenados en el Gulag le preguntan a un recién llegado cuál es su condena. “Diez años” responde este. “Y ¿por qué estas preso?”. “Por nada” vuelve a responder. “Mientes”, le dicen “porque por no hacer nada solo te meten cinco años”. Igualmente, en los años en que Juan Abreu escribe las páginas que luego irán a parar a A la sombra del mar no hacer nada era un delito que la famosa Ley contra la Vagancia castigaba con el envío a un campo de trabajo conocido entonces con el bucólico nombre de “granja”. Por escribir te tocaba un poco más).

Ahora Ediciones Furtivas nos trae una reconstrucción arqueológica de hace más de medio siglo con el libro Una amiga en París (Cartas 1968-1972) de Reinaldo García Ramos. García Ramos es una figura clave de la generación de Mariel, recordado tanto por sus poemarios como por su participación en la revista que recogiera el nombre del éxodo que el castrismo había convertido en carne de infamia. Lo natural es que las páginas de Una amiga en París se hubieran perdido entre otras tantas que los cubanos nos hemos exprimido dentro y fuera de la isla con la misma vocación de náufragos. Porque lo que recoge García Ramos en Una amiga en París es una selección de 33 de las más de doscientas cartas que este le escribiera a la poeta Ana María Simo miembro de la generación agrupada alrededor de Ediciones El Puente, la editorial fundada por el también poeta José Mario y una de las tantas víctimas del ansia castrista de control absoluto. Simo es la amiga en París a que se refiere el título y a quien García Ramos le escribía para coordinar las gestiones para sacarlo de Cuba, la isla donde la homofobia de Estado y la persecución ideológica la habían vuelto inhabitable para el autor de las cartas.

Las cartas de Una amiga en París van desde abril de 1968 hasta septiembre de 1972. Son años de triste recordación que incluyen la mencionada Ofensiva Revolucionaria; el escándalo que fueron objeto los libros Fuera del juego de Heberto padilla y Los siete contra Tebas de Antón Arrufat tras recibir los Premios UNEAC de 1968; la devastadora Zafra de los Diez Millones; la detención del propio Padilla por la Seguridad del Estado; el feroz Congreso de Educación y Cultura de 1971 y el subsiguiente proceso de “parametración” con que expulsaron del mundo de la cultura a todo el que no les pareciera lo suficientemente adecuado política, sexual o estéticamente. A todos estos sucesos se refiere García Ramos en medio de sus tribulaciones burocráticas ya sea para gestionar su salida como para encontrar algún oasis en el desértico mundo laboral cubano, árido sobre todo para aquellos de quienes se sospechaba poca simpatía por el régimen o “desviaciones” ideológicas o sexuales que por aquellos años venían a ser más o menos lo mismo.

Gracias a la sensibilidad y a la acuciosa disciplina con que García Ramos reporta desde las incidencias del Salón de Mayo en La Habana hasta un artero ataque de ladillas nos vamos haciendo una idea íntima y tremendamente compleja de aquellos años. García Ramos no es lánguido burgués de Memorias del subdesarrollo y cuyo distante reporte se interrumpe en la Crisis de los Misiles de 1962. El protagonista de Memorias al menos vivía de las rentas y sus amoríos eran vistos con cierta comprensión por los mismos encargados de vigilarlo. El reportaje de García Ramos viene de años tan terribles como los de Memorias pero todavía más oscuros, menos iluminados por el recuerdo colectivo. Encima, en su doble condición de “gusano” y homosexual, García Ramos era doblemente marginado, vigilado y sus aventuras sexuales debían ser tan clandestinas como sus lecturas. Uno puede entender lo importante que fueron para el autor estas cartas donde podía expresarse con una libertad y una lucidez imposibles en su vida cotidiana. Lo mismo da cuenta de las últimas medidas tomadas por el gobierno para apretar las clavijas económicas o políticas que de su propio embrutecimiento y alienación y del “espectáculo de mi propia depauperación individual”.      

Se puede pensar que cualquiera con dos dedos de frente y con ojos y oídos para percibir lo que ocurría a su alrededor podría haber escrito una crónica honesta de aquellos años. Pero sucede que no. Donde los Carpentier, los Vitier o los Eliseo Diego sobornados por las imposiciones de la Historia o incluso los Lezama o los Piñera, atenazados por el miedo, no se atrevieron a confesar en sus cartas más íntimas lo que sentían y pensaban, la coherencia intelectual y la integridad ética de un García Ramos (auxiliado por cierto candor juvenil) fue capaz de dar cuenta honesta de tiempos en que tantos aplaudían a los verdugos de su libertad. Aún consciente del peligro de hablar por lo claro (“No puedo manifestar ni un segundo, con nadie, mis preferencias políticas o sexuales, por ejemplo. Me liquidarían sin contemplaciones”) el autor de las cartas no incurre en el pecado mayor de mentirse a sí mismo y rechaza el régimen en el que sobrevive no por sus fallas circunstanciales sino por su propia esencia: la de “encasillar en patrones abstractos los deseos y necesidades de millones de criaturas vivas y darles (o pretender darles) a todos ellos por igual, la misma supuesta satisfacción”. 

La estrecha vigilancia ética a la que García Ramos somete al régimen que lo constriñe se redobla cuando juzga sus propias tácticas de supervivencia. Reconoce que por mucho que se refugie en su ironía y sus lecturas

cuando llega la hora de celebrar chistes y comentarios mediocres, cuando es preciso perder tiempo y hacer concesiones (porque hacer lo contrario, rebelarse, carece absolutamente de sentido), todas esas lecturas se van a la mierda. y un diálogo genial de una obra de Camus no penetra sino nominalmente en nuestra sensibilidad y sólo tenemos escasamente unos segundos para darnos cuenta, con un estremecimiento de sorpresa y de confirmación a la vez, que estamos siendo tragados por ese personaje que nos hemos visto obligados a inventar, y que nuestros actos ya no se corresponden ni en lo más mínimo con nuestro ser más íntimo ni con nuestras aspiraciones ni con nuestra inteligencia.

Hundido en los intestinos del castrismo García Ramos no renuncia a entender el régimen más allá de sí mismo. Sobre todo en relación con el mundo occidental que todavía veía el comunismo con simpatía. Pero no por ello acepta el relativismo “de que la existencia es prácticamente insoportable en cualquier parte” para hacer de su vida en Cuba algo más aceptable. En los mismos días en que Michel Foucault se declara admirador de Mao Zedong en el París al que García Ramos sueña escapar, el cubano acepta con orgullo su condición de desertor de la Gran Marcha de la Humanidad hacia el Porvenir. Al escribir estas cartas se resiste a que su experiencia sea reducida a lo que aparezca en “los sesudos ensayos de periodistas ladinos y experimentados, ni en los discursos, ni en las estadísticas, ni en los libros de historia académica, vida que sólo se puede captar por la expresión desgarrada del que la sufre”. El corresponsal se resiste a ser mero objeto de la descripción de los que peregrinan al paraíso revolucionario. Como Padilla en su famoso poemario García Ramos se sale del juego en el que solo tienen derecho a ser escuchados los devotos de la religión del progresismo. “Quizás, sí, me he convertido sin remedio en un reaccionario ajado y sin gran dosis de vitalidad: no me importa. No es de los libros ni de las creencias políticas en boga de donde tengo que sacar una verdad; es de mí mismo, de lo que con mi torpe existencia pueda llegar a descifrar”.  

En todo caso, a pesar de contar con todas las disculpas posibles Una amiga en París evita caer en el patetismo. El humor que recorre estas cartas se lo impide. Un humor entendido no como el impulso de tirar a broma incluso lo más terrible sino el esfuerzo por distanciarse de su propio sufrimiento para poder apreciar mejor el profundo sinsentido que lo produce. Al fin y al cabo la tragedia siempre termina dignificando sus causas. En cambio, todo el acoso y la marginación por los que pasa García Ramos no le impiden apreciar la ridiculez y el absurdo del régimen que lo oprime. Comprende, por ejemplo, que de aceptar los principios sobre los que erige el “hombre nuevo” guevariano él mismo quedaría despojado de todo rastro de dignidad.

Digámoslo: sobrevivimos sólo para que sobre nuestros huesos pasen las sonrosadas piernecitas de estos gozadores del futuro. Ellos son la pureza. Ellos son la garantía de una salvación. Nosotros no; nosotros somos un rebaño de seres monstruosos y deformes, viles y cínicos, que apenas logramos por momentos convencernos de nuestra inservible condición histórica. Por eso estamos (sí, desde luego, dichosa y divinamente) preparados para desaparecer. [...] Somos criaturas, repito, convencidas de su próxima, necesaria e inexorable desaparición.

En el episodio más humillante que recogen estas cartas, el del interrogatorio por el que debe pasar su autor sobre sus preferencias sexuales conducido por militares que supuestamente evalúan su incorporación al Servicio Militar Obligatorio, termina convertido en una falsa teatral titulada El golpetazo del oprobio. En dicha farsa, mientras que el autor se reserva el papel de “El Incomprendido”, le asigna a sus interrogadores personajes nombrados “Primera Señora” y “Segunda Señora”. No obstante, las hilarantes escenas que describe no le ahorran al lector lo vejatorio de una situación que incluye parlamentos (tomados del natural) dignos del orwelliano interrogador de 1984:

Aquí tenemos nosotros toda la información, pero queremos que seas tú mismo el que nos hables del asunto y ver hasta qué punto podemos confiar en ti. Nosotros no queremos destruirlos a ustedes [los homosexuales, se sobreentiende], sino ayudarlos. Cuando tú termines de hablar, nosotros te vamos a dar un consejo. Nosotros no hacemos nada con pasar este expediente tuyo al departamento de lacras sociales…

Hay que agradecer la escritura, rescate y publicación de estas cartas de cuya importancia el autor estaba consciente incluso a medida que las redactaba. En algún momento, García Ramos al revisar correspondencia acumulada reconoce quedar impresionado por su volumen: “¿es así como se escriben esos enormes libros que leemos? ¿Esas novelas alemanas interminables? […] ¿Te imaginas que en esas trecientas cuartillas puede haber por lo menos cien de un interés más permanente?”. La edición de estos cinco años de confesiones epistolares, interrumpidas por el traslado de la destinataria a Estados Unidos, suma 161 páginas que nos traen, junto con noticias fresquísimas del pasado, una pequeña epopeya de la dignidad humana. La de un escritor que, abandonada toda esperanza de expresarse públicamente, no renuncia al deber fundamental de todo ser humano de ser honesto consigo mismo, cualesquiera que sean las circunstancias. Y pocas circunstancias pueden ser más asfixiantes que las de un ser inteligente, honesto, independiente y sensible en medio de una sociedad que ha optado por la necedad y la obediencia.

Interrumpida la correspondencia en 1972 a García Ramos todavía le faltarían ocho años para poder escapar de Cuba a través del éxodo de Mariel. Uno puede lamentar la pérdida de lo que el autor pudo haberle contado a su confidente en aquellos años pero también vale preguntarnos si estamos dispuestos a padecer tanta verdad.


Monday, August 5, 2024

Ciencia ficción y distopía como umbrales del siglo XXI: A propósito de “Los dioses imaginarios”, de Manuel Gayol Mecías


Por Octavio de la Suareé

Profesor Emérito
William Paterson University

Con el sugestivo título de Los dioses imaginarios: Historia mítica de un mundo paralelo: Marja y la isla de Sin Al-Uz, el conocido escritor y editor de las ediciones Palabra Abierta, Manuel Gayol Mecías, da a conocer con esta entrega su décima aportación a la ya larga serie de Crónicas Marjianas. Y, tal como es de esperarse, esta obra vuelve a captar la atención del lector apegado a la literatura hispanoamericana por numerosos motivos, entre los que sobresalen los siguientes: En primer lugar, porque el autor continúa desarrollando su preferencia por y dominio de la literatura de ciencia-ficción, tan popularizada hoy día, compartiendo muchos de los atributos ya establecidos por los pioneros H. G. Wells, E. M. Forster, Shirley Jackson e Isaac Asimov, entre otros, y creando a su vez nuevas características.

De similar interés, nos hallamos aquí con el siempre atractivo tema de la historia de Cuba, y, en especial, desde el momento en que sus nuevos gobernantes deciden borrar por completo el pasado de la isla y dejar que el futuro se disuelva en promesas irrealizables. Sus propósitos eran perpetuar aquellos momentos del presente que cumpliesen con sus funestos ideales políticos que no eran otros que el de establecer el primer gobierno comunista en el hemisferio occidental. Por último, esta originalísima narración sobresale por el empleo del humor, la ironía y el sarcasmo de los que hace gala su narrador cuando convierte un ya olvidado caso político del pasado siglo en un llamativo relato contemporáneo, mientras se burla de un gran número de los protagonistas de esta semblanza.

Que Manuel Gayol Mecías haya decidido utilizar este popular género narrativo como vehículo para lidiar con un tema controvertido que desató pasiones extremas en su momento, no debe tomar a nadie de sorpresa si se considera que tanto los defensores como los críticos del cambio de gobierno efectuado no han variado un ápice su actitud y continúan tan firme en sus convicciones como lo estaban hace ya sesenta y cinco años.

Enfrentado, pues, a una situación en extremo ilógica para un ser racional y civilizado, el artista encuentra campo fértil expresándose de un estilo literario muy apropiado para lo fantástico y humorístico, como se observa, por ejemplo, en los apodos con los que califica al tirano de turno: el Líder Supremo, el Innombrable, Falexdel, el Endemoniado, Grandpa Luchero, etc.

En esta audaz y entretenida crónica, Manuel Gayol decide limitarse solo a un período cercano antes de iniciar la trama del libro, o sea, a los años 2020, 2021 y 2022, que incluye los disturbios espectaculares del 11 de julio, y que aparecen señalados con los números 2010, 2011 y 2022. Esta imagen de disfunción o distraibilidad con las fechas le viene de perillas al novelista, pues si, por un lado, se concentra en los treinta y seis meses inmediatos antes de la impresión del tomo en 2023, por otro, quiere hacernos comprender que este juego de luces, de reflejos y de fechas se refieren por igual a la larga extensión que llevan los arribistas de la intolerancia manipulando la verdad de los hechos y subyugando al sufrido pueblo cubano. Más claro no pudiera haberse expuesto el mensaje y así lo declara con ímpetu lírico el mismo historiador, o como él mismo se autotitula, el Copista. Dice así:

Esta es la insólita historia, o parodia, de los dioses imaginarios,

que llegaron a ese mundo

para hacerlo feliz y organizar así las mentes

de los humanos.

Y del pueblo que permitió el orden

de las cosas al revés

y de los personajes creados por una

realidad divina,

en medio de la confusión…” (1)

Comienza de este modo la “parodia de los dioses imaginarios”, texto compuesto de un prólogo, diez capítulos con nueve “respuestas rápidas” intercaladas, un epílogo y un glosario, que, no obstante, fue inspirado en hechos verídicos, con situaciones y personajes de ficción, que no dejan de ser reales. La misma dedicatoria a George Orwell confirma la veracidad de los sucesos ocurridos ya que, desde el siglo anterior, con la publicación de 1984 y Rebelión en la granja, el socialista demócrata nos prevenía sobre “la verdad terrible de los totalitarios mundos del odio” que ya se destacaban en el panorama mundial y que se adivinan en la realidad actual.

Como puro asunto de ciencia ficción que es, además de un indudable toque poético, no es insólito observar que muchas de las principales características de este subgénero sobresalen a primera vista, incluyendo la inventiva humana, el interés en el discurso científico y tecnológico y su impacto en la vida de los seres humanos, la poderosa imaginación, la aventura espacial, los fenómenos naturales imprevistos, realidades y mundos paralelos, la inteligencia artificial, la robótica, sociedades y futuros distópicos, viajes interestelares o en el tiempo, culturas alienígenas, dilemas físicos de la realidad conocida, la creación de descripciones especulativas, et al, ya que todo esto y aún más se incluye en esta modalidad. En resumen, cualquier tema que plantee una diégesis ficcional “sostenida en la extrapolación (exagerado, supuesto, teórico) del discurso de la ciencia y la tecnología puede pertenecer a esta especie narrativa” como a la vez poseer cierto margen de predicción tecnológica, ya que esta especie indaga en los sueños y fantasías del ser humano que la ciencia se empeña en hacer realidad, como ya destacaron Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges en su momento (2).

Por su parte, Gayol Mecías empieza su fantástica épica explicando cómo los dioses imaginarios capitales, que son los que ocupan altos niveles de poder, entablan relaciones con los seres humanos, que en un primer tiempo fueron los seres genésicos. Estos últimos, dentro del mundo corpóreo, se encuentran en transición entre los primates y los humanos, aunque siempre están caracterizados por una evolución gradual y con una mentalidad fácil de controlar. Padecían, al parecer, del gen de la idiotez, resume el escritor con un dejo de sarcasmo. Son seres insensibles, amantes del sexo, que recordaban poco o nada de lo que sucedía ayer o en el pasado, y así resultaban poco dados al afecto…eran “hombres intrépidos, de poco seso aún, pero de fogosa voluntad”, concluye sobre los habitantes de esta leyenda. Debido a su estado, y no contentos con su lento desarrollo, los dioses imaginarios les pidieron ayuda a los dioses mesiánicos, unos dioses muy fanáticos, radicales e intransigentes, para destruir y reconstruir el planeta, y con ello crear una nueva clase de individuo. Así se hizo y la catástrofe fue inmensa. (3)

Los nacidos de esta confabulación son individuos verdaderamente reales, corpóreos, pero por sus nombres se transforman en personajes de ficción y están todos anexos entre ellos ya que viven en Sin Al-Uz, cuya capital, por más señas, era la Ciudad del Faro o Al Naa-Baah, como explica Manuel Gayol. Esta relación es de vida o muerte, de amor y odio y proviene de crónicas anteriores, y de una profecía de fuego que empezó a cumplirse por iniciativa de Hildegarda, prima de Alejandra, y fue cuando se construyeron túneles como residencias para los isleños, los espejos se convirtieron en puertas de cristal estelar que conducían a un mundo ficticio, una forma de vivir imaginando las cosas y los seres de una manera idílica, como si la vida fuera al revés de lo que se notaba físicamente, o sea, lo opuesto de lo que se conocía de las personas de carne y hueso.

Manuel Gayol Mecías

Es así que mediante el empleo de los dos mundos paralelos en el desarrollo de esta historia mítica, el mundo de Marja, por un lado, y la Isla de Sin Al-Uz, por otro —y fijémonos de paso en la neología, el simbolismo y los juegos verbales—, el narrador, o su alter ego en esta parodia, introduce a Alejandra, biznieta del Navegante y tía de su sobrino Joel Merlín, personajes claves en este relato épico, quien descubrió desde sus primeros años que los espejos contenían un mundo interior que funcionaba al revés de aquel exterior, en el que ella vivía. Y lo descubrió porque se dio cuenta de que el gato que se hallaba a su lado derecho en el espejo se veía al lado izquierdo y con la grandiosa forma de un jaguar. “Entonces metió la mano en el azogue y pudo acariciar al animal que ronroneó, salió del espejo y se acercó más a ella”. Fue de esta manera que Alejandra, o mejor dicho, los dos seres frente al espejo, la persona real y su imagen, o bien la diestra y la siniestra, comprendió que “los espejos eran una puerta de entrada a una dimensión paralela, que lo real estaba en que todas las cosas tuvieran dos lados, porque en ello existía la armonía de las diferencias” (4), concepto en parte asociado a lo ya expuesto por Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas.

Poco después, la joven se entera de las aventuras de su antepasado, Zacarías Adonáis Merlín de Cornillot, mejor conocido por el Navegante, quien hereda una cuantiosa fortuna gracias a su media hermana que se lo notifica, pero también se olvida de cumplir una promesa indispensable para el disfrute de la misma y que ella le había exigido. Ésta consiste en sufragar la libertad de unos cimarrones que fallecerían si no fuesen rescatados. Más aún —le aclara—, que si no llegase a cumplir esa condición impuesta, padecería una maldición que siempre traería el fuego, la división, el odio y la miseria no solo para su familia, sino por igual para su pueblo, y es así que se efectúa la transición de la noche a la mañana en donde ellos residían, termina explicándole Alejandra a su sobrino Joel Merlín. Como resultado de su olvido, esa isla pierde los beneficios disfrutados por sus habitantes de haber sido una de las naciones más avanzadas del continente, que incluían, según la Organización de Naciones Unidas en 1956, un bajo nivel de analfabetismo (23%), el disfrute de poseer un médico por cada 980 habitantes; una cama de hospital por cada 190 personas, todas cifras superiores a muchos otros países. Y de acuerdo a datos de la Cámara de Comercio de In Al-Uz en 1957, la isla tenía 147,742 automóviles, el triple que Chile (47,950), casi el doble que Colombia (84,500), 13 veces más que Costa Rica (10,985) y 17 veces más que Panamá (8,232). En total, el país mostraba 196,902 vehículos automotores, uno por cada 29 habitantes, el mayor promedio de Hispanoamérica. Era la capital también un centro financiero de envergadura con 62 diferentes bancos, con unas 330 oficinas en toda la isla, etc. (5)

Marja, la Seráfica, por último, es el símbolo del pueblo cubano como espíritu celeste que forma su primer coro, contempla directamente a Dios y canta su gloria, y a quien la nueva situación imperante la hace arrastrarse como jinetera en la sociedad para poder sobrevivir. Ella está al tanto de todas las anécdotas que Alejandra le ha contado a su sobrino Joel y siempre la encontramos rodeada de familiares y amigos, entre los que se destacan Joel y Gladys, Sísifo y Alicia, y por otro lado Mito Vidal, el Fabulador, Lúcido Dante, alias el Transmigrador, Hermes, el guarachero, Zafi, y otros muchos más. Todos ellos se ven tratando por cualquier medio posible de escaparse de aquel infierno creado por los dioses mesiánicos e históricos y dirigido por Falexdel, el Gran Timo-nel, apodo atribuido a la persona que guía una nave como jefe de Gobierno y por igual por haber establecido el gran timo o engaño con que confundió al confiado pueblo.

Esta parodia mitológica está a la vez vinculada con la distopía, o sea, esa visión horripilante de la sociedad humana en la que, dicho de un modo simple, las cosas salen muy mal. Estas distopías ofrecen panoramas desoladores, poco atractivos, en los que el ser humano arruina su existencia o/y no logra estabilizar la sociedad lo suficiente como para llevar adelante una vida apacible. En general, son exposiciones terribles de una sociedad futura que, por desgracia, ya ocurre hoy día en ciertos lugares, en los que se deshumaniza a las personas y se experimenta una situación indeseable, ya sea una dictadura perfecta, una guerra sin fin o un mundo posapocalíptico. Muestra así una sociedad totalmente despegada de la actual que conocemos, con cambios específicos y dramáticos entre los que sobresalen los abusos, la imposibilidad de la ciudadanía de criticar el gobierno, el no poder abandonar la isla legalmente, el no poder disfrutar de necesidades básicas, alimentos nutritivos, primeros auxilios, libertad de expresión, derechos humanos, derechos civiles, etc. (6).

Esta isla caribeña va a sufrir una trasformación drástica con la llegada del año 1959, ocasionada por el vacío que se forma al abandonar el poder el ambicioso dictador, Fulgencio Batista, que se había instalado con un golpe de estado y establecido la supresión de las libertades civiles. Su sucesor toma poco después las riendas del gobierno, apoyado mayormente por una sociedad que anhelaba el retorno a sus instituciones democráticas y a la tranquilidad, después de haber sufrido siete años caóticos. Sin embargo, sus ciudadanos pronto van a despertar de su embeleso, al darse cuenta de que no solo habían cambiado un tirano por otro, sino que, por igual, la nueva dictadura con su ideología totalitaria iba a convertirse en una tenaz pesadilla por más de sesenta y cinco años de duración hasta el momento, al establecer la primera nación totalitaria en América. En esta tesis de ciencia ficción y distopía, con historias paralelas reales y míticas, el creador va a emplear símbolos e imágenes apropiados para sintetizar estos pasados tres años y cómo los actores principales de este drástico cambio se las arreglaron para destruir las instituciones del país mientras el pueblo consentía tales desmanes, motivados quizás por ignorancia, dejadez y, hasta quizás, envidia, al ver sufrir la desgracia de otros mejor situados que ellos. Y el principal personaje es, como es de esperarse, el mismísimo pueblo cubano que, en medio de su total incultura sobre el pasado y la actuación del nuevo dictador, se deja engatusar por su líder, semejante a lo sucedido en la tristemente célebre Alemania nazi de los años 30, y no puede o no sabe reaccionar al ver cómo le van quitando sus derechos civiles uno por uno (la libertad de prensa, la libertad de asociación, la libertad de movimiento, el derecho a pensar libremente y de expresarse, el sufrir verse vigilado de continuo por los Comités de Defensa de su vecindario establecidos por la “Robolución”, etc.).

Es a la vez interesante y provechoso comprender que Manuel Gayol Mecías ya había hurgado en la cuestión del ser cubano con antelación y había publicado su avispado 1959. Cuba, el ser diverso y la Isla imaginada, volumen donde analiza a fondo la personalidad del cubano típico y las características negativas de que padece como ser humano, entre ellos el choteo, la falta de seriedad, la falta de respeto señalada por el filósofo Jorge Mañach y su falta de responsabilidad, entre otras.

Si por una parte, el narrador nos deleita con su fantástico y original universo mágico en diez capítulos, al recrear la funesta historia de esa isla cuyos ciudadanos sufrían por su ignorancia al dejarse cautivar ante cualquier flautista de turno, por otro, demuestra con lujo de detalles los abusos cometidos contra el indefenso pueblo por el totalitario gobierno castro-comunista con nueve “Respuestas Rápidas” que evidencian su único propósito que es el de mantenerse en el poder a toda costa. Sus temas específicos varían, pero a la vez, todos ellos subrayan la intolerancia general contra cualquier ciudadano que demuestre iniciativa y se quiera separar de la norma establecida por ellos.

Veamos algunos ejemplos: “El gordito y sus alumnos” trata del asesinato de un profesor de matemáticas por sus propios estudiantes al querer abandonar el país; y en El “músico” se va para la Yuma (USA), las turbas organizadas por el gobierno encierran a la víctima en un barril herméticamente sellado y lo ruedan a patadas calle tras calle hasta que la víctima fallece de un ataque cardíaco.

En “Lo mejor del dragón está en el fuego” nos hallamos frente a un mitin de repudio contra una familia entera que planeaba abandonar el país; esta se defiende lo mejor que puede contra la multitud que los ataca y termina siendo detenida cuando ya no pueden defenderse más y es llevada a juicio, un juicio ficticio por atentar “contra el pueblo”, para no saberse nunca más de ella.

En el “Maelstrom” se narra el triste suceso de un pequeño remolcador que intentaba abandonar el país con setenta y dos personas a bordo el 13 de julio de 1994 y fueron bloqueados por cuatro embarcaciones gubernamentales que “embistieron con sus respectivas proas al remolcador fugitivo con la intención de hundirlo, al mismo tiempo que les lanzaban manguerazos de agua a presión a todas las personas que se encontraban en la cubierta del mencionado bote, incluyendo mujeres y niños”. Resultado: 41 muertos, de los cuales 10 eran menores de edad.

En la próxima sección, “Los tres negritos”, un grupo de diez pasajeros entre los que se encontraban los tres conspiradores, trata de desviar el rumbo de la lancha de Regla hacia el norte y fueron detenidos por las autoridades, al quedarse la embarcación sin gasolina y terminaron en la cárcel. Al día siguiente, los padres de los tres responsables por el asalto fueron notificados que “a las diez de la mañana fueran al cementerio a recoger los restos de los tres cadáveres”. Como bien subraya el historiador de este estudio, se puede consultar el artículo publicado por Lázaro Javier Chirino en #CyberCuba del 18 de abril de 2019, donde se encuentran los nombres de los fusilados, los condenados a cadena perpetua y los sentenciados a diferentes penas, entre ellas la máxima de 30 años. Y resume Gayol Mecías con esta ironía situacional: “Intelectuales de todo el mundo protestaron ante tal atropello por parte del régimen cubano; pero, asimismo, puede verse la lista de los intelectuales de la Isla que —presos del miedo tal vez— firmaron una carta apoyando el asesinato perpetrado por dicho régimen…” (7).

De la viñeta sobre lo acontecido al General 8A, a “James Bond” y al editor-jefe de los videos, basta señalar que es muy probable que participasen en la distribución de drogas colombianas que enviaban a los Estados Unidos durante varios años con el visto bueno de los líderes del gobierno, hasta que los Estados Unidos reunió las pruebas necesarias para procesarlos. En el juicio ficticio llevado a cabo en Cuba se les condenó al fusilamiento, que se llevó a cabo de inmediato, sin que se llegara a procesar a los verdaderos culpables, los hermanos Castro, sin cuya anuencia no se puede hacer absolutamente nada en la Cuba totalitaria. Más adelante, el editor-jefe de los vídeos del proceso amaneció muerto muy convenientemente en un accidente automovilístico pocos días después.

Y, por último, “Los misiles del diablo”, cuenta la tragedia de las dos avionetas indefensas de la organización Hermanos al Rescate, conducida por sus pilotos conocidos como los Ángeles del Cielo, llamados así por haber rescatado numerosos náufragos. La tragedia ocurrió un triste 24 de febrero cuando patrullaban las aguas del Mar Caribe en busca de frágiles embarcaciones de cubanos que huían en precarias lanchas construidas a mano y que fueron atacadas en aguas internacionales por dos migs comunistas cuando aquéllos trataban de socorrer a una balsa en el mar picado. Los cuatro tripulantes de las dos indefensas avionetas perecieron de inmediato.

En resumen, esta extraordinaria y amena aportación a los sucesos que tienen lugar en este país aún después de transcurrido más de medio siglo, ofrece una verdadera y completa síntesis de los abusos del poder del castro-comunismo, aclara cualquier confusión que pueda existir todavía y recupera la verdad histórica. No hay duda de que el lector disfrutará su lectura. Por último, esta fina edición incluye un completo Glosario al final de la obra que contiene un reportaje detallado sobre el universo real imaginario de Manuel Gayol Mecías y de los participantes de esta tragedia.

¡Bienvenidos, pues, al universo real e imaginario de Manuel Gayol Mecías!

BIBLIOGRAFÍA

(1). Gayol Mecías, Manuel. Los dioses imaginarios (Historia mítica de un mundo paralelo, Marja y la Isla de Sin Al-Uz). Middletown, DE: Palabra Abierta, Neo Club Ediciones, 2023, página 5.

(2). Wikipedia. La enciclopedia libre. Cf. también Gallardo, Eduardo y Guillam Sánchez (2003). ¿Qué es la ciencia ficción? Por igual, ver, entre otros, Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel (1940); los ensayos “El primer Wells” y “La literatura fantástica” de Jorge Luis Borges, su libro Ficciones (1944) y las narraciones “There are More Things”, “Utopía de un hombre que está cansado” y “El libro de arena”. Asimismo, The Book of Fantasy (1940), Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges.

(3). Gayol Mecías, Manuel. Los dioses imaginarios…, páginas 38-39.

(4). Ibid, página 133.

(5). Ibid, páginas 92-93.

(6). La Britannica Dictionary (www.britannica.com). Cf. a la vez Claeys, Gregory. Dystopia: A Natural History (2017).

(7). Gayol Mecías, Manuel. Los dioses imaginarios…, página 107, cita # 23.

[Enero de 2024]

©Dr. Octavio de la Suarée
Profesor Emérito
William Paterson University

 


Wednesday, May 8, 2024

UN TESTIMONIO EJEMPLAR: REHENES DE CASTRO

 


Por Waldo González López

«A los libros no se les describe, se les lee. […] A los hombres erectos, no se les cita, se les honra».                                     Agustín Tamargo


Mientras disfrutaba la enriquecedora lectura de Rehenes de Castro (Testimonio del Presidio Político de Cuba), tuve la suerte de conocer, en el acto de investidura de su ingreso a la Academia de Historia de Cuba en el Exilio, a su autor, el valiente luchador anticastrista y anticomunista Ernesto Díaz Rodríguez (al que ya admiraba por su incambiable actitud, reflejada a lo largo de veintidós años en varias de las ergástulas implantadas por el tirano y sanguinario Castro), quien evidencia no pocas de sus virtudes vertidas en su libro, del que me ocupo ahora.

   En su «Introducción», no dice Ernesto, con su sencillez espartana que convence:

Corría el mes de mayo de 1983, cuando comencé a escribir Rehenes de Castro, esta obra literaria que es parte importante de mi vida. No voy a hablar del alto precio pagado en sacrificio para llegar a acumular las experiencias que hoy comparto con ustedes, porque más grande que todos los tormentos de la cárcel es la satisfaccion de haber servido con amor y decoro a la sagrada causa de la Libertad de Cuba.

   Ante todo, se trata de una fecunda lectura, que me recuerda tres títulos afines, con los que conforma una invaluable tetralogía por su alta calidad, tales Contra toda esperanza, de Armando Valladares, Procesado en el Paraíso. Un poeta que vivió la guerra, de Ismael Sambra y ¡Pobre Cuba! Mis memorias, de Alberto Müller, heroicos prisioneros durante años.

  Entre otros méritos de Rehenes de Castro (publicado en 1995 por Linden Lane Press, con prólogo del recordado periodista Agustín Tamargo) figuran en primer lugar: la modestia del autor, quien  [fundador de Alpha 66] nacería en Cojímar, humilde poblado de pescadores próximo a La Habana, porque evidencia la mencionada cualidad de «los pobres de la Tierra», tal denominara Martí a la gente sencilla, con quien quería el mayor cubano su suerte echar.

   A esta, le añado otras que, propias del narrador y poeta, resultan valiosos conceptos demostrados a lo largo de las 570 páginas, como el sentido de la amistad, la dignidad, la fraternidad y la valentía, sin que falten la bonhomía, el humor y, en precisos instantes, la ironía, que enriquecen su prosa, no pocas veces poética, otro mérito de la obra.

   Hay en el libro abundantes momentos que confirman la enorme valía de Rehenes de Castro, en sus amenos 77 capítulos. Por solo mencionar algunos memorables, reproduzco un fragmento del primero que inicia este excelente volumen, al que leemos como una ferviente novela: «Los presos políticos plantados» (que luego abordara en una inolvidada serie Lilo Vilaplana):

La historia del presidio político de Cuba está escrita con sangre. Describir tanto horror, tanta tragedia humana es tarea penosa. Muchas veces he pensado que lo mejor sería poder olvidar, cerrar los ojos y borrar de un tirón los amargos recuerdos, las experiencias desgarrantes vividas en las prisiones de la Isla esclavizada.   Pero ¿cómo guardar silencio cuando todo un pueblo ha sido sometido a un sufrimiento prolongado y absurdo, y una parte del mundo aún desconoce, tal vez, esta realidad dolorosa y sombría? 

   Apenas leemos estas líneas iniciales, ya nos immersamos en el inframundo impuesto por el fascista Castro, tras engañar al pueblo y la comunidad internacional, negando su oculta filia comunista, que solo revelará el 17 de abril de 1961, tras la invasión de mil quinientos cubanos integrantes de la Brigada de Asalto, que quisieron derrocar la tiranía por la Bahía de Cochinos, heroica gesta que fracasara por la traición del cobarde presidente demócrata John F. Kennedy.

  Entre muchos otros, destacan los dedicados a la Prisión Combinado del Este, Una bandera rusa, San Ramón y Tres Macíos: calabozos especiales de castigo, La muerte de Pedro Luis Boitel, El proceso del juicio, La Embajada del Perú… y Mariel, Julio Ruiz Pitaluga al borde de la muerte, Nueva escalada represiva, Requisa devastadora y golpiza, “Boniatico: centro de experimentación y tortura, por solo mencionar algunos capítulos.


    Pero el autor no olvida a las mujeres no menos heroicas y ejemplares (a las que asimismo dedicara Lilo Vilaplana su reciente filme Plantadas). Por ello, Ernesto subraya:

Quizás alguien pueda pensar que a la hora de escribir estas memorias olvidé a las mujeres del Presidio Político de Cuba. Nada más lejos de la realidad. Si en Rehenes de Castro hay ausencia de informes sobre tan valerosas hermanas, solo se debe a la férrea incomunicación a que estábamos sometidos el grupo de prisioneros confinados en las celdas tapiadas de Boniato cuando me dispuse a escribir este libro. Porque siento mucho respeto por la historia que con dignidad, estoicismo y coraje estamparon sobre la roca dura del Presidio Politico Cubano estas abnegadas mujeres, ni podia entregarme a relatos imprecisos, por más que estuviesen presentes en mis pensamientos y fuesen parte de mi inspiración de cada día.

   Sin duda, he aquí uno de esos libros necesarios que me evocó los ejemplos de los genuinos cubanos arriba citados, quienes tanto sufrieron largas prisiones por anticastristas, a diferencia de otros, pocos realmente, que no son consecuentes con los ideales por los que habían luchado. Y me dan pena, una gran lástima, verlos echando por tierra el ejemplo que hasta ese momento dieran. En fin, pero esta nota no está dedicada a esos escasos personajillos de ópera bufa, sino al humilde autor del ejemplar testimonio Rehenes de Castro, tácita prueba de tantos héroes aportados por nuestra Patria, como Ernesto Díaz Rodríguez, un verdadero Hombre en el genuino registro de este difícil vocablo.  

   Por tanto, por todo, sugiero la reconfortante lectura de Rehenes de Castro, un testimonio tan válido como los arriba mencionados, porque nos ofrece nuevas esperanzas de la ya no tan lejana caída del castrismo.   

Monday, October 10, 2022

EL EJEMPLO DE LOS PROCERES

P
or Néstor Carbonell Cortina

Los tiranos a través de la historia se han valido de todo tipo de argucias para usurpar el poder, y han recurrido a todo género de coacciones para eliminar o neutralizar la resistencia. Pero los que perfeccionaron la técnica de yugulación han sido los regímenes totalitarios, maestros en el arte de sojuzgar y envilecer.

Una de las armas más eficaces que han utilizado para obnubilar y subyugar a poblaciones enteras ha sido la mentira. Cuando es grande, repetida y no impugnada, la mentira es un arma letal que no deja huellas físicas, pero que ofusca la mente, degrada el carácter, corroe la voluntad y envenena el espíritu.

Los tiranos totalitarios la utilizan sistemáticamente para encubrir su iniquidad. Con ese fin, deforman la historia, agigantando los errores pretéritos cometidos. Su objetivo es hacer table rasa del patrimonio nacional, cercenar todo nexo institucional y cultural con el pasado para consumar, en el vacío creado, la estafa totalitaria y convertir a las masas incautas en dóciles rebaños sin espinazo moral y sin perspectiva histórica.

Decía Ortega y Gasset que “el hombre es, por encima de todo, heredero. Y esto, y no otra cosa, es lo que lo diferencia radicalmente del animal. Tener conciencia de que se es heredero es tener conciencia histórica.” (1) Muy acertado el pensamiento de Ortega, porque cuando falta o se pierde esa conciencia, cuando se quiebran las raíces de la nacionalidad, los hilos de las tradiciones y los lazos de la cultura, los pueblos, aun los más civilizados, sufren hondas aberraciones y caen en el laberinto oscuro de la tiranía o en el vórtice asolador de la barbarie.

Eso fue, a grandes rasgos, lo que le aconteció a Cuba en 1959. Bajo un estado sicopático de histeria colectiva, el país, proclive al mito de la revolución, se entregó en manos de un megalómano que deformó el pasado para controlar el futuro. Desechando los valores, creencias y tradiciones de Cuba, y denigrando a sus héroes, el tirano reescribió la historia con los tintes biliosos del resentimiento y las consignas malévolas del comunismo.

Teniendo muy presente la necesidad de rescatar, no sólo la libertad de Cuba, sino también el patrimonio nacional, aplaudí la feliz iniciativa de la Editorial Cubana de publicar en 1999 una nueva edición del libro Próceres, escrito por uno de mis mayores: el diplomático, escritor, historiador y devoto de Martí, Néstor Carbonell Rivero. Asimismo, acepté la honrosa encomienda de redactar el prólogo en el exilio. Aquí va una síntesis evocando el pasado y mirando al futuro.

Contenido y Significación de Próceres

Próceres, libro cautivante que Néstor Carbonell Rivero escribió en 1919 y publicó, en edición especial, en 1928, es un devocionario patriótico que le dedicó a la juventud de Cuba, sedienta de fe y urgida de historia. Contiene treinta y seis ensayos biográficos o semblanzas de próceres cubanos, con ilustraciones del notable retratista Esteban Valderrama.

El autor se concentró en próceres fallecidos con anterioridad a la redacción del libro; por eso no figuran en sus páginas patricios como Manuel Sanguily, Enrique José Varona, Emilio Núñez y Juan Gualberto Gómez. La lista de los personajes seleccionados es representativa, pero no exhaustiva. En un sólo volumen no caben todas nuestras luminarias. Inevitables son, pues, las omisiones, pero éstas no le restan lustre ni valor a la colección de estampas egregias incluidas.

Siguiendo un orden alfabético, el libro comienza con Ignacio Agramonte, arquetipo de la epopeya del 68 a quien Martí llamara “un brillante con alma de beso,” y termina con Cirilo Villaverde, una de nuestras cumbres literarias y patrióticas.

Aparte de los libertadores más insignes y conocidos, como Carlos Manuel de Céspedes, Salvador Cisneros Betancourt, Francisco Vicente Aguilera, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Calixto García y el sin par José Martí, el libro incluye a los protomártires de nuestra independencia, entre los cuales sobresalen Ramón Pintó, Joaquín de Agüero, Isidoro Armenteros y Narciso López.

No podían faltar, en el soberbio desfile de próceres, los forjadores de la nacionalidad cubana, aquellos que con tanto talento y fervor se esforzaron en cimentar nuestra identidad, sembrando ideas, formando hombres, hacienda patria: Francisco Arango y Parreño, Félix Varela, José de la Luz y Caballero, y José Antonio Saco, entre otros. Y como máxima representación de los poetas que fueron surtidores de cubanía y abanderados de la libertad, figura el ínclito cantor de El Niágara, José María Heredia.

Es imposible recorrer las páginas de Próceres sin que se enardezca el corazón y se encumbre el orgullo patrio. Las semblanzas enmarcadas ponen de relieve el tesoro espiritual de heroísmos y grandezas que tienen los cubanos. Claro que hay gradaciones entre los grandes, pero el autor no hace comparaciones estériles y lesivas. Sólo muestra con fina sensibilidad y perspectiva, en todo su esplendor, las constelaciones de próceres que fulguran en nuestro cielo—algunas mayores, otras menores, pero todas imponentes y magníficas.

Diversas y excepcionales fueron las ofrendas de los treinta y seis próceres a la patria que tanto amaron. Unos le dieron la savia nutricia de su prosa cristalina; otros la lírica apasionada de su corazón poético; otros el verbo acendrado de su oratoria elocuente; otros la concepción filosófica de su mente fértil; otros el sacerdocio ejemplar su vida prístina; otros el genio económico para crear riquezas; otros la estrategia militar para sacudir el yugo; otros el viril martirio para conquistar la independencia.

No encontrará el lector en este libro la clínica frialdad de un diccionario biográfico, ni la petulante aridez de una disquisición erudita. Con prosa vibrante y fluida, el autor logra condensar el fruto de sus investigaciones, trazando con pulso firme y atinado los rasgos más sobresalientes de la personalidad y la vida de cada uno de los próceres.

Se leen las semblanzas de Carbonell Rivero como poemas homéricos, porque homéricos son muchos de los episodios narrados, de las hazañas que con unción patriótica el autor describe. Mas no hay fantasía en sus cantares; no hay adulteración ni rebuscamiento en sus épicos relatos; solo galanura y vehemencia con apego riguroso a los hechos.

El Culto a los Héroes

El autor de Próceres estudió seguramente a Carlyle. Este romántico de las letras inglesas fue el escritor de la era moderna que con mayor brillantez enfocó el culto a los héroes—seres excepcionales que por su genio visionario, su valor índómito o su dedicación sublime dejan huellas indelebles en la humanidad a su paso por la vida.

Según Carlyle, el mundo en todas las épocas se ha adherido a unas pocas personas magnéticas, intérpretes de inquietudes humanas, catalizadores de fenómenos sociales, que asumen la función de misioneros, guías, estadistas o libertadores. Por eso Carlyle llegó a sentenciar que la historia universal no es sino la historia de los grandes hombres sobre la tierra.

Esta tesis, que tuvo hondas resonancias en pensadores como Nietzsche, Maeterlink, James y Emerson, ha sido muy debatida por lo que tiene de individualismo hipertrofiado, de fatalismo encarnado en los seres providenciales. La crítica es válida, pero aun reconociendo el concurso de factores económicos, políticos y culturales que influyen en la organización y evolución de las sociedades, no puede negarse el singular impacto en la historia de los grandes hombres (expresión genérica que abarca naturalmente a ambos sexos).

La necesidad que tienen las democracias, en su maduración, de depender de la solidez de sus instituciones más que del carisma a veces embustero de sus líderes, no debe llevarnos a desdeñar u olvidar la estela luminosa de sus héroes y mártires, el ejemplo nimbado de gloria de los ciudadanos eminentes. Los pueblos requieren para progresar de una escala notable de valores, de una jerarquía sugestiva del intelecto y el espíritu que sirva de modelo para exaltar la virtud y superar la mediocridad, que estimule el avance de los que son, o pueden ser, realmente grandes por la inteligencia, el carácter o el dinamismo en la búsqueda afanosa y desprendida del bien.


Escala de valores no implica, desde luego, odiosas castas ni almidonado elitismo. Como decía Emerson, refiriéndose a lo que algunos llaman masas u hombres comunes: “…no existen hombres comunes. Todos los hombres son, al fin y al cabo, de alguna talla; y el verdadero arte es sólo posible por la convicción de que cada talento halla su apoteosis en alguna parte. ¡Juego limpio y campo abierto, y frescos laureles para todos los que los hayan ganado!” (2)

Mas, como sabemos los cubanos por trágica experiencia, no siempre los que aparentan ser grandes lo son en verdad. La historia está cuajada de farsantes y simuladores, de seudosalvadores de pueblos que enajenan con el paroxismo de su demagogia engañosa y subyugan con el latigazo de su tiranía vil. Hay que cuidarse de ellos, como advirtiera San Mateo en el Nuevo Testamento: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces.” ¿Cómo identificar a estos impostores? No por sus palabras ni por sus promesas. Como señalara San Mateo, “por sus frutos los conoceréis.” (3)

Ahora bien, el hecho de que haya falsos profetas no niega la existencia de genuinos y sabios guías. La aberración de la mentira confirma la norma de la verdad. Hay árboles que sólo dan abrojos espinosos, pero hay otros que dan higos frescos. Si hay seres malvados que enlodan y rebajan la especie humana, hay también seres excelsos que la eleven y dignifican.

Al escudriñar la vida de las luminarias, al reseñar la trayectoria de los héroes, algunos escritores se deleitan en agigantar sus fallos para poder así regañar al genio. Otros, por el contrario, los endiosan con loas desmesuradas, cubriendo sus lunares con incienso. El biógrafo o ensayista de nota debe evitar estos extremos. Siguiendo la regla de oro de Platón, ha de lograr la estrecha unión, la indispensable alianza de amor y de conocimiento. No puede el escritor ser un alegre sin pensar que es un necio, ni un romántico sin enjundia que es un tonto, ni un predicador del bien sin conciencia del mal que es un iluso.

El feliz balance de elogio edificante y juicio reflexivo, apoyado en sólida documentación, lo encontramos en las páginas de Próceres—líricas pero conceptuosas, emotivas pero lúcidas, apasionadas pero justas. Sin complejos bastardos ni motivaciones espúreas, Néstor Carbonell Rivero acomete la delicada tarea de enhebrar las semblanzas de nuestros grandes. El autor los ensalza sin raquitismo envidioso, mas no cae en la hibérbole vacua ni en la hagiografía pueril. Para él, los próceres no son semidioses de nuestra mitología ni arcángeles de nuestro cielo. Son seres superiores porque se sobreponen con talento y virtud a las flaquezas de su humana condición.

Perennidad de Próceres

Encomiable ha sido la decisión de Editorial Cubana, que con alta distinción presidió el Dr. Luis Botifoll, de publicar una nueva edición de Próceres. Libros como éste tienen lo que pudiéramos llamar perennidad, no sólo porque son clásicos de las letras, sino porque sirven de enseñanza histórica, de norte cívico y de ancla moral para todas las generaciones, en todas las épocas.

Esbozar en lienzos duraderos el perfil de patricios y repúblicos es sentar derroteros de grandeza; es abrirle a la mente inquieta vastos campos de ideación para enfrentar los retos; es impartirle a la imaginación feraz y al magno sentimiento el ímpetu vital para realizar los sueños. La vida inspiradora de los grandes deja siempre seguidores a su vera.

Antes de servir de acicate a los demócratas cubanos, Próceres nos ayudará a cumplir una misión esencial: remover la costra de falsedades con que el régimen de Castro ha tergiversado nuestra historia y denigrado a nuestros héroes. La tiranía que se implantó en Cuba en 1959 no solo contó con el terror difuso que intimida y con la fuerza bruta que esclaviza. Contó también con la mentira larvada que atonta, corroe y envenena.

Para rehacer a Cuba con molde totalitario, hubo que arrasar todos los cimientos, estructuras, tradiciones y creencias. Por eso el tirano, en su afán de justificar su monstruoso crimen social, reescribió la historia con tintes sombríos, pintando a nuestra isla progresista como un lodazal de corrupciones, como un páramo de indigencia y de miseria. Y en su campaña nihilista y vilipendiosa, profanó a nuestros próceres y los suplantó con falsas deidades que él cambiaba a capricho desde el olimpo de su vana omnipotencia. En el caso de Martí, no pudiendo esfumarlo, lo maquilló de socialista, presentando al Apóstol que luchó por la libertad de Cuba como precursor del régimen que la aniquiló.

Libros como Próceres servirán para limpiar la infamia y corregir los hechos. En la ingente tarea de reeducación cívica y moral que en el futuro se emprenda, habrá que separar lo falaz de lo genuino, lo pérfido de lo cubano. La consigna ha de ser una sola: a la mentira totalitaria, la verdad histórica; a la estafa encubierta, transparencia plena.

Pero antes, tenemos los exiliados cubanos que extraer nuevos bríos del ejemplo de los próceres, y luz orientadora de su credo, para acelerar la liberación de Cuba y ponerle fin a su larga agonía. Víctor Hugo, quien durante veinte años luchó desde su exilio contra el imperio despótico de Napoleón III, demostró la enorme importancia que tienen la militancia, la prédica y los versos de los desterrados, de los patriotas fieles a la causa de los vencidos.

Según Enrique José Varona, el gran poeta francés les enseño a todos los oprimidos “la fuerza oculta, pero incontrastable, del derecho, el triunfo final del bien contra el mal, de la inteligencia contra la pasión, de la libertad contra el despotismo; y les [hizo] repetir su invocación sublime: ¡ Resonad, resonad siempre, clarines del pensamiento, y las murallas de la iniquidad, los alcázares de la injusticia, se hundirán al cabo por su propio peso en los abismos!” (4)

Invocaciones como ésta, que alentaron a los mártires de nuestra independencia y a los miles que han caído en la actual epopeya, han de motivarnos hoy para vencer el escepticismo enervante y avivar la fe en nuestra capacidad para rescatar y mantener la libertad. El pasado glorioso de Cuba, condensado en el libro de Néstor Carbonell Rivero que me honro en prologar, puede y debe ser nuncio de un futuro promisorio. No se calibra a los pueblos por sus desviaciones y caídas, sino por su perseverancia, talento y denuedo en sacudirse el polvo y reencontrar su camino. No se juzga a los países por sus eclipses temporales de despotismo, sino por sus epifanías perdurables de libertad. La talla no la dan los tiranos y traidores. Los pueblos tienen el tamaño de sus próceres.



-----



Notas

1-José Ortega y Gasset, Ideas y Creencias, Obras Completas, vol. V, pág. 400.

2-Ralph W. Emerson, Hombres Representativos, Editorial Iberia, España, 1960, pág. 21.

3-San Mateo 7, 15-16.

4- Enrique José Varona, Estudios y Conferencias, Editorial Cubana, 1998, pág. 269.