Saturday, October 5, 2024

ANUARIO HISTÓRICO CUBANOAMERICANO NO. 8, 2024

 


Ya se encuentra disponible en Amazon.com la más reciente entrega de la revista que publica la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp. El habitual Dossier está dedicado esta vez a “Empresas y Empresarios del Exilio.” A sus otras secciones fijas añade una nueva de estreno titulada “En busca del tiempo olvidado.” Se publican numerosas piezas relacionadas con la historia de Cuba y sus exilios debidas a casi una veintena de autores, entre ellos Alejandro González Acosta, Octavio de la Suarée, Marcos Antonio Ramos, Manuel Gayol Mecías, Rosario Rexach, Luis Leonel León, Eduardo Lolo, Raúl Moncarz y Eduardo Zayas Bazán, entre otros.

 

Para más información, pulse el siguiente enlace:

 

Anuario Histórico Cubanoamericano: Una publicación de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp. (Spanish Edition): Lolo, Eduardo, de la Suarée, Octavio, Rodríguez, Frank: 9798339472599: Amazon.com: Books

 

 

 

UN cubano en la OEA IV: Fin de una etapa

Sede del Banco Interamericano de Desarrollos

 

Por Guillermo A. Belt

La reunión de Jefes de Estado en Punta del Este fue el broche de oro a la gestión del Dr. Mora, culminada en 1968 al término de su mandato, en aquel entonces de diez años. Previamente, el diplomático uruguayo había sido electo por sus colegas del Consejo Permanente para completar los tres años del período del Secretario General Carlos Dávila, fallecido en funciones del cargo, pasando así a la historia como la persona que por más tiempo lo desempeñó.


Además de su éxito como mediador del conflicto bélico en la República Dominicana, logrando el cese el fuego gracias a su valiente decisión de viajar al país sin autorización del Consejo, algo insólito en aquel entonces, el Dr. Mora dirigió la creación del Banco Interamericano de Desarrollo – vieja aspiración, plasmada en 1928 en la conferencia de La Habana antes mencionada – permitiendo con visión de futuro la independencia de ese organismo, nacido y estructurado en la OEA. También alentó el funcionamiento de la Alianza para el Progreso, iniciativa del Presidente John F. Kennedy, sin escatimar apoyo ni recursos a un programa que trajo importantes aportes adicionales al presupuesto de la OEA.

Faltaba poco para el término del mandato del Dr. Mora cuando cayó Betances. Su enorme poder en la administración de la Secretaría General preocupaba al Departamento de Estado, donde soñaban con manejar la OEA por medio del Secretario General Adjunto, cargo creado precisamente con esa finalidad y ocupado, como se ha dicho, por William Sanders.

Con mucha dignidad el Dr. Mora había resistido fuertes presiones para destituir a Betances, pero cuando éste cometió un desliz diplomático – mi afecto por él me impide ser más explícito – hubo quejas de algunos embajadores y el Secretario General se vio en la necesidad de relevarlo como director del Departamento de Asuntos Administrativos, nombrándolo en la oficina de la Secretaría General en Santo Domingo para suavizar el golpe.

La caída de Betances se parece a la defenestración de Praga que en 1618 dio lugar a la Guerra de los Treinta Años en Europa. Los jefes de las unidades principales, Juan Nimo en Personal, Hernán Banegas en Presupuesto y Jerry Miller en Organización y Métodos, sufrieron una suerte similar a la de aquellos gobernadores imperiales. Para entonces, siete años después de mi ingreso, yo era subdirector auxiliar del departamento y por tanto me tocó hacerles compañía. Los cuatro fuimos trasladados a una entelequia, la Unidad de Encomiendas Especiales, sin encomendarnos tarea ni función alguna. La unidad recién creada era la antesala de la calle, donde en realidad deberíamos terminar, se nos hizo saber extraoficialmente. Nos tiraban por la ventana, en sentido figurado y no literalmente como a los gobernadores del Emperador Fernando II.

Amparado por su nacionalidad, Jerry Miller obtuvo audiencia con Stuart Portner, flamante subsecretario de Asuntos Administrativos. El Dr. Portner había llegado con su doctorado en Historia, procedente de la Organización Panamericana de la Salud, donde aprendió la importancia de recalcar su título académico entre latinoamericanos (algo poco usual entre estadounidenses con un PhD). Era el sucesor de Betances, ocupando un cargo de mayor nivel en la jerarquía de la OEA, creado por iniciativa de los Estados Unidos para, ahora sí, manejar toda la administración, aquella vieja aspiración.

Jerry regresó contento de su entrevista. Portner le había encargado la preparación de varios manuales de procedimiento, actualizando los existentes. Tenía, por tanto, algo que hacer y con suerte un encargo cuyo tiempo de ejecución le permitiría postergar el despido vaticinado, y quién sabe si evitarlo.

Estimulado por el éxito de mi compañero de infortunio, aunque sin la ventaja de tener su nacionalidad, solicité una entrevista con el nuevo subsecretario. El Dr. Portner me recibió con cara de pocos amigos, si bien con una cortesía fría y nada convincente. De entrada, me disparó que había tenido curiosidad por conocerme porque, dijo, “you have your finger in every political pie” - hasta hoy recuerdo sus palabras. Continuó citando otra versión de pasillo: yo había actuado de alguna manera no especificada en contra de la elección de Galo Plaza para suceder al Dr. Mora como Secretario General.

Evidentemente, Portner ignoraba mi primer encuentro con don Galo, quien había visitado a cada uno de los funcionarios de la Secretaría en sus oficinas un par de días después de asumir el cargo. Me tocó el turno antes de la defenestración, cuando aún ocupaba mi oficina junto a la que había sido de Betances. Sin previo aviso, Juan Nimo abrió mi puerta y apareció la figura alta e imponente del ex presidente del Ecuador. Detrás de don Galo asomaba la cara del grosero interventor enviado por el Departamento de Estado para destituir a los más cercanos colaboradores de Betances, con quien ya habíamos tenido el primer encontronazo.
Galo Plaza Lasso


Don Galo, estrechándome la mano, sonrió al decirme: “Pórtate bien, o te tiraré de las orejas.” Mi buen amigo Nimo sonrió también, complacido. No olvido la cara de sorpresa y preocupación del interventor, a quien dejo sin nombrar para no empañar tan grata imagen del recuerdo.

Cuando el enemigo no puede ubicarte a ciencia cierta en el campo de batalla, ese es el momento de atacar. Le contesté a Portner que yo no participaba en actividades políticas dentro de la OEA porque no figuraba entre mis atribuciones. En cuanto a mi supuesta oposición a la elección de don Galo, dije, nombrando al Secretario General de esta manera, eso lo trataría yo directamente con el aludido. Sin perder un instante me contestó que no era necesario, él se encargaría de aclarar el tema. Insistí en hacerlo yo mismo y así terminó la entrevista, tan fríamente como había comenzado.

Al regresar al Edificio Premier en la calle I, donde habían montado la oficina del paso previo hacia la calle para los caídos en desgracia – la tercera en mi degustación de oficinas – pedí por teléfono ser recibido por el Secretario General. Horas después me llamaron de parte de Neftalí Ponce, asesor del nuevo Secretario General, quien me recibiría al día siguiente.

Neftalí Ponce había sido ministro de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Galo Plaza. Era hombre de toda confianza de don Galo y su amigo, además. Tenía su oficina, nada pretenciosa, en el primer piso del Edificio Principal. El Dr. Ponce me recibió por encargo del Secretario General y escuchó mi queja sobre la acusación formulada por Portner. “Quédese tranquilo”, me dijo, “Galo sabe muy bien quién es usted, deje este asunto de mi cuenta.”

Cuando vi a Portner por segunda vez fue a pedido suyo. Me dijo saber del aprecio de don Galo por mis padres y por mí. No mencionó el origen de esa amistad, pero se habría enterado de la coincidencia de Galo Plaza con mi padre como embajadores en Washington en la década de 1940. Sin duda ya habría tenido noticias de Neftalí Ponce porque cordialmente me invitó a colaborar con Jerry Miller en la redacción de los nuevos manuales.

Con mis nuevas funciones aseguradas regresé al Premier. Además del trabajo de redacción era imprescindible lograr una esmerada presentación porque a Portner le gustaban los manuales más por su apariencia que por el contenido. Apelé a mis buenos compañeros de almuerzo de los tiempos de la calle 14, excelentes diseñadores gráficos. Uno de aquellos manuales, el del estilo de la correspondencia oficial, era mío del todo, por delegación de Jerry, y quedó muy bonito, gracias a los diseñadores.

Miller y yo saboreamos nuestro éxito en una reunión con Portner, de la cual Jerry salió reivindicado. Yo también salí muy bien porque el nuevo hombre fuerte de la administración me nombró subdirector de la Oficina de Coordinación de las Oficinas de la OEA en los Estados Miembros, adonde fui a dar con el encargo de apoyar al director, Juan Bautista Schroeder.

Habíamos sobrevivido a la defenestración. Nimo y Banegas también obtuvieron nuevos destinos. Tardaría un tiempo más, pero aquel mediocre interventor que quiso lanzarnos a la calle no lograría mantener su puesto en la OEA. La justicia triunfa en la burocracia internacional – muy de vez en cuando.

Un cubano en la OEA III: Conferencia en Panamá



Por Guillermo A. Belt


En 1928 La Habana fue sede de la VI Conferencia Internacional Americana, en aquella época el órgano de mayor rango en la Unión Panamericana, entidad precursora de la OEA. El gobierno cubano tiró la casa por la ventana. Quién me iba a decir que el libro publicado por la Imprenta Nacional con las sesiones de ese gran evento sería mi modelo en 1966 cuando se me designó a cargo del Diario de la Reunión de la conferencia convocada en Panamá para estudiar la reforma de la Carta de la OEA.

Logré cumplir esa tarea a cabalidad, aunque por supuesto sin lograr la presentación de lujo del modelo cubano. Fue una experiencia muy interesante porque era necesario seguir los debates para comprobar que los resúmenes de nuestro personal técnico reflejaban fielmente lo ocurrido en las sesiones de la conferencia.

Dos o tres días antes de la inauguración, unos amigos, también parte de la avanzada de la Secretaría, y yo fuimos a un cabaret recomendado por funcionarios del país sede, donde una cantante figuraba como estrella del espectáculo. Salió al escenario una mujer alta, con su buen cuerpo enfundado en un vestido de noche. Bien maquillada, la cara mostraba una cierta dureza en la expresión, pero aparte de este detalle era una artista muy atractiva. Al terminar el doblaje de una canción popular la supuesta cantante se quitó de un tirón la peluca que llevaba, revelando su verdadero sexo masculino. Ni cantante ni mujer resultó ser.

En vísperas de inaugurarse la conferencia arribó a la capital de Panamá mi buen amigo Hernán Banegas, el Jefe de Presupuesto. Junto con Álvaro López, gran amigo suyo, decidimos gastarle una broma invitándolo al cabaret donde, dijimos, cantaba una real hembra. Gracias a una propina generosa obtuvimos una mesa junto al escenario.

Poco después del comienzo del doblaje de la misma canción de la noche anterior, nuestro amigo, mirando a la artista con insistencia y evidente admiración, recibió una mirada de reciprocidad y un guiño cómplice. Entusiasmado con la conquista nos recalcó su éxito al conseguir, recién llegado, lo que nosotros no habíamos logrado al cabo de varios días en el país.

Nuestra respuesta fue retirarnos antes del fin del espectáculo con el pretexto de dejarle mayor libertad de acción. Nunca supimos qué sucedió después de la arrancada de la peluca, pero al día siguiente nuestro amigo nos buscaba por todas las salas y pasillos de la conferencia mientras nosotros nos escabullíamos, hasta unas horas más tarde cuando consideramos prudente enfrentarnos a su reclamo, planteado con justa furia.

Reunión en la cumbre

En 1967 la OEA celebró en Punta del Este la Reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados Miembros. Todos los jefes de unidad del Departamento de Asuntos Administrativos, encabezados por Betances, viajaron a Montevideo. Yo había entablado amistad con Juan Nimo, y recuperado la de Hernán Banegas merced a su generoso perdón por la broma en Panamá. A ambos les pedí ayuda para asistir a la reunión, sin duda llamada a ser histórica. Fue así como unos días después del arribo de nuestra plana mayor recibí orden de presentarme en Montevideo.

El Dr. Mora había solicitado la colaboración del Embajador Alejandro Orfila, quien en ese tiempo ya no estaba en servicio activo en la cancillería argentina, para apoyar al protocolo uruguayo en la enorme tarea de recibir a los presidentes y primeros ministros de los países miembros de la OEA. Siendo embajador en Japón Orfila había organizado la visita oficial del Presidente Frondizi, y bien sabía el Dr. Mora cuán exquisito y complejo era el protocolo del antiguo imperio nipón. Nimo, viejo amigo de su compatriota argentino me recomendó, y Orfila amablemente me aceptó como ayudante suyo.

Para comenzar Orfila me invitó a ir con él al aeropuerto de Carrasco, en Montevideo. Al rato llegaron el ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Luisi, y personal del protocolo de la cancillería. El ministro y Orfila se saludaron cordialmente, como buenos amigos. Acto seguido, mi nuevo jefe pro tempore dispuso dónde debía colocarse el canciller, dónde el funcionario que haría las veces del Presidente Gestido, haciendo marcar los lugares con tiza, y dónde la tropa para rendir los honores militares de estilo a los Jefes de Estado y de Gobierno asistentes a la reunión.

Terminada la asignación de lugares a la comisión de recibo, Orfila hizo colocar un avión frente a ésta y pidió a un funcionario de protocolo descender del avión, tal como lo harían los ilustres visitantes en su día. La tropa en posición de firme y la banda militar lista, Orfila me dijo en voz baja: “Camine junto a mí y fíjese bien porque usted va a quedar a cargo de todo esto.”

Sin más me encontré caminando por la pista de Carrasco junto al Embajador Alejandro Orfila a los acordes del himno nacional del Uruguay, pasando revista a la tropa – el funcionario del protocolo representando al jefe de estado visitante sólo bajó por la escalerilla del avión, agotando así su papel, asumido enseguida por Orfila. Cronometrando el tiempo recorrimos a paso solemne la distancia desde el avión hasta el helicóptero que habría de transportar a los presidentes de inmediato a Punta del Este, en cuyo Hotel San Rafael tendría lugar la reunión.

Esa fue mi introducción al ceremonial diplomático para recibir a veinte y tantos Jefes de Estado y de Gobierno. Conservo la foto con Orfila en la pista de Carrasco, sépalo el lector incrédulo. Con o sin foto, aquella lección no la olvidaría nunca. De mucho habría de servirme, años después.

Terminado el ensayo y a punto de retirarse para atender otros asuntos con el Dr. Mora, Orfila me encargó el manejo de toda la operación a partir de ese momento, instándome a tratar a los funcionarios del protocolo nacional con delicadeza, teniendo presente que la responsabilidad del recibimiento en Montevideo era del país anfitrión. En cambio, la OEA sería responsable de recibir a los presidentes en Punta del Este por ser ésta la sede de la reunión.

Con la gentil ayuda de un sobrino del Dr. Mora, funcionario del protocolo de la cancillería, pude dirigir el ceremonial en el aeropuerto sin mayores dificultades a lo largo de dos días muy intensos. Todo iba saliendo tal como Orfila lo había organizado cuando surgió un contratiempo. Mientras cada presidente pasaba revista a las tropas a los acordes de su himno nacional, su equipaje debía ser trasladado del avión al helicóptero para el viaje a Punta del Este. En un caso este trámite se demoraba y al parecer el presidente se iría sin sus maletas. Pedí ayuda al piloto de otro helicóptero, en fila esperando al próximo presidente. Accedió de inmediato, subí al aparato con el equipaje y en vertiginoso vuelo llegamos al otro helicóptero dos minutos antes del ilustre pasajero. Así devine maletero aerotransportado, un oficio, creo, sin precedentes.

Con el Presidente Joaquín Balaguer, de República Dominicana, Hotel San Rafael, Punta del Este



Al llegar al Hotel San Rafael, Manuel Ramírez, subjefe de la Oficina de Protocolo de la OEA, me encargó recibir a los presidentes a su llegada a la sede de la conferencia a fin de poder atender él otros asuntos junto al Secretario General. Yo habría de permanecer de pie en la puerta del hotel, esperando por los presidentes o primeros ministros, quienes llegaban uno tras otro, cada uno en su automóvil, a intervalos de unos minutos, y acompañarlos por un largo pasillo hasta la sala de sesiones plenarias. Lo poco apetecible de esta tarea quizás fue el factor decisivo en la delegación de autoridad que me hizo el subjefe de protocolo.

Una rampa muy angosta y curva daba acceso a los automóviles en la entrada principal del San Rafael, lo cual obligaba a los conductores a aminorar la velocidad considerablemente. Los responsables de la seguridad de los dignatarios vieron esto con malos ojos. Ante sus preocupaciones, resolvimos habilitar la entrada del fondo del hotel para el ingreso de los ilustres visitantes, adonde sus coches podían llegar a buena velocidad con su escolta de motocicletas.

Aunque el ceremonial de recibimiento en Punta del Este correspondía a la OEA, el gobierno uruguayo nos prestó mucha colaboración. La más importante, y vistosa, fue la participación del Regimiento No. 1 de Caballería, los Blandengues de Artigas. Decano de las unidades militares del país, este regimiento es la Escolta del Primer Mandatario de la República Oriental del Uruguay, y actúa de guardia de honor de Jefes de Estado cuando visitan el país. Sus miembros, jinetes de primera, visten uniforme azul oscuro con vivos rojos, correaje blanco, morrión en que destaca el Escudo Artiguista, y portan sables y lanzas. Por si fuera poco, los blandengues cuentan con su propia banda militar, la Charanga.

Al mando de un destacamento de seis lanceros y un soldado músico se me presentó el primer día un joven teniente. Quería saber cómo deseaba yo colocar a sus hombres. El de la corneta, acordamos, iría a la derecha de la puerta, frente a mí; yo le haría una señal cuando saliera del coche cada mandatario y así podría prepararse para tocar su diana de bienvenida. Tres lanceros a cada lado de la entrada, el teniente a mi lado, sable en puño, y listo.

Como cada coche llevaba la bandera del país del visitante, además de la uruguaya, ésta en la parte delantera derecha del vehículo, me aprendí el diseño de todas para poder anticipar, a la distancia de una cuadra, quién sería el próximo en llegar. Desde Carrasco me había provisto de un aparato de radio portátil (del incómodo tamaño de un ladrillo, más o menos, en aquel entonces) y con este dispositivo me comunicaba en el aeropuerto con el protocolo nacional y, ahora, con un colega de la OEA, quien anunciaría la llegada de los jefes de delegación a la sala de sesiones plenarias.

Caminé mucho más en el Hotel San Rafael que en el aeropuerto de Carrasco, y me divertí casi tanto. Algún que otro presidente me dio la mano al llegar al hotel; la mayoría saludaba con una leve inclinación de cabeza, o quizás una sonrisa. El de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, dormía en un buque de guerra anclado frente a la costa del elegante balneario uruguayo y llegaba al San Rafael con cara de malas pulgas (no establezco ninguna relación de causa-efecto). El hecho es que nunca me saludó, a diferencia de un diplomático de su séquito, quien me dio las gracias diciéndome con disimulado asombro, You are here all the time!

Pero el día de la clausura de la reunión Johnson me agarró del codo con una de sus manazas y así desfilamos él y yo entre lanzas y blandengues, sin decir palabra, por aquel pasillo largo hasta el umbral de la sala del plenario donde lo entregué sin pena ni gloria en manos del colega encargado de anunciar la solemne entrada del presidente de los Estados Unidos a la Reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados Miembros de la OEA.

RESPUESTA a los discursos de Investidura de José Antonio Albertini, Salvador Larrúa-Guedes y Armando Valladares

RESPUESTA a los tres Discursos de Investidura de la Academia de la Historia Cuba en el Exilio, Corp., de José Antonio Albertini, Salvador Larrúa-Guedes y Armando Valladares, el viernes 4 de agosto de 2017, 7.00 pm, 2007 en el Salón de Conferencias de la Universidad Rafael Belloso Chacín, situado en el 2550 NW 100 Ave., Doral, Florida 33172.

Por Octavio de la Suarée, Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.

Muy buenas tardes.

Los tres bien desarrollados y muy provocativos Discursos de Investidura a la Academia de la Historia de Cuba en el exilio, Corp., que acabamos de escuchar, de José Antonio Albertini, Salvador Larrúa-Guedes y Armando Valladares, discuten sucintamente las relaciones socioculturales cubanoestadounidense desde de tres puntos de vista diferentes. Pasemos a revisarlos.


Salvador Larrúa-Guedes
La ponencia del profesor Salvador Larrúa-Guedes, titulada “Floridanos en Cuba, Hispano Cubanos en La Florida”, nos ofrece un detallado recorrido de los intercambios entre la isla de Cuba y la península de La Florida a través de tres siglos. Su estudio se puede dividir en tres secciones. La primera se inicia en 1513 con las exploraciones y el establecimiento de los españoles en la Florida y cercanías con Ponce de León, Pánfilo de Narváez y Hernando de Soto, entre otros, y continúa hasta 1762 con la toma de La Habana por los ingleses.

En su fascinante y esclarecedor ensayo el historiador establece la primacía de los indios floridanos como los iniciales pobladores de la isla en sucesivas etapas cronológicas, los descendientes directos de los matacumbes de los cayos, los tequestas de Miami, los timucuas , los apalaches y los calusas del centro-este de la Florida, muchos de los cuales regresarán a la Florida con el establecimiento de las encomiendas. Este conjunto, al que el profesor califica como
pertenecientes al grupo occidental, se establecerá a todo lo largo de la parte noroeste de Cuba, desde la península de Guanacahabibes hasta Matanzas, y lo seguirá un segundo grupo al este de la isla, el grupo oriental, entre los que se encuentran los taínos y los araucos, procedentes de la América del Sur. El grupo occidental será responsable por el establecimiento del poblado de Guanabacoa primero y de Casablanca después, del otro lado de la bahía de San Cristóbal de La Habana.

Más adelante, en 1763, los 3,000 floridanos que huyen de la dominación inglesa de San Agustín, --La Florida ahora en control de los ingleses--, establecerán el poblado de San Agustín del Nuevo Mundo en La Habana.

Esta continua relación sociocultural entre la isla y la Florida aumentará con el intercambio comercial que tendrá lugar entre Cuba y las Trece Colonias con el negocio de la melaza para la industria del ron, ya que se prefería el azúcar de Cuba cuya proporción de miel era mayor que el de otras Antillas. Y seguidamente los beneficios económicos derivados del negocio de la trata de esclavos en África ha de aumentar por igual las relaciones entre los Estados Unidos y la isla, ajenos ambos a los choques constantes de Inglaterra y España.

Si el profesor Larrúa-Guedes enfoca su contribución en los intercambios socioculturales y económicos entre Cuba y la Florida durante los trescientos años que van desde el siglo XVI al XIX, el antiguo Embajador de los Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Honorable Armando Valladares Pérez, concentra su aportación al señalado tema de “La Alta Jerarquía Católica y el totalitarismo cubano” de hoy día. En ella, el poeta y destacado autor del poemario Desde mi silla de ruedas (1974), denuncia la detestable y abusiva política de la Alta Jerarquía del Vaticano en sus relaciones con la dictadura castrista. Pasa de seguido a destacar tres ejemplos, comenzando por lo menos tres años antes de que el expresidente estadounidense, Barack Obama, viajara a Cuba, la Conferencia Católica de Obispos Cubanos de EEUU pidió a su administración que levantara el bloqueo comercial a la isla. Como señala el diplomático cubano, “Los obispos católicos le exigieron a la administración del presidente Obama que se restablecieran las relaciones diplomáticas con el régimen comunista de La Habana, sin ponerle a éste absolutamente ninguna condición” En resumen –concluye- esto resultaría “una fiesta para los carceleros de La Habana” que tendrían todas las de ganar y nada que perder”.
Armando Valladares

De esta forma, los obispos estadounidenses rehúsan encarar el verdadero problema de la falta de libertades en la isla y la total represión comunista contra sus ciudadanos. “Tratan de convertir lo negro en blanco, - sostiene – y, por supuesto, lo blanco en negro”. El embajador presenta a continuación una aguda distinción entre el “embargo físico, económico, “externo”, de los Estados Unidos” en la isla y el “embargo interior”, represivo, que mantiene el régimen comunista desde hace 57 largos años contra los fieles católicos y contra los 11 millones de cubanos en la isla. “Al gobierno estadounidense los obispos le exigen levantar totalmente el embargo externo y le recriminan sus alegados “efectos dañinos –subraya el Embajador-, pero al régimen cubano –continúa- no se le pide en contrapartida absolutamente ninguna “abolición” y ninguna eliminación del andamiaje constitucional, jurídico y policial que asfixia a los habitantes de la isla cárcel, un andamiaje, ese sí, intrínsecamente dañino”. Esta partidaria e injusta política de la Alta Jerarquía Católica, esta posición basada en una cruel ignorancia de los hechos y de la verdad – que tanto recuerda a los clásicos monitos aquellos que no veían nada malo, no escuchaban nada malo y, por ende, aquí, tampoco “decían nada malo” del régimen castro-comunista; en fin esta omisión de no pedirle responsabilidades a la dictadura totalitaria, “no podía ser más flagrante – cito-- y el episcopado católico de los Estados Unidos manifiesta de esta manera una increíble condescendencia con el régimen cubano, violador sistemático de todos y cada uno de los derechos del hombre”.

Y más triste y deprimente aún es ver que un grupo como los obispos estadounidenses que tantas veces ha demostrado una firme y pública oposición al aborto, en una clara actitud “provida”, como recuerda el poeta, con relación al indefenso pueblo cubano “actúan como “adhoc” embajadores del régimen opresor y, por lo tanto, se colocan en una nítida actitud “promuerte”.

Paso seguido el representante diplomático trae a colación otra violación de la Alta Jerarquía Católica, cuando Monseñor Jaime Ortega, entonces Cardenal de La Habana, en una Conferencia en Harvard acusa al destierro cubano de Miami de haber instigado poco antes de la llegada de Benedicto XVI a Cuba a que 13 cubanos ocuparan brevemente la Basílica Menor de la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad en La Habana sin prueba alguna. Lo que hizo el Cardenal Ortega con esa gratuita acusación -y que a la vez subraya nuestro poeta – es haber dado origen a una situación asombrosa e inimaginable en materia de servilismo eclesiástico y de cooperación con el régimen comunista. Ha actuado, de facto, como “agente” del castrismo en Estados Unidos.

Un tercer ejemplo de conducta rastrera e inexplicable la encontramos en los altos funcionarios del Vaticano antes, durante y después del viaje papal de Benedicto XVI a Cuba, cuando solicitaron el levantamiento del embargo comercial estadounidense. Y eso que alegan que su reino no es de este mundo.

En resumen, parecen ahora verídicas las palabras del fallecido arzobispo de Santiago de Cuba Monseñor Pedro Meurice, cuando poco antes de morir en 986, advertía a todo quien quisiera oírle: “Nos consideraban una iglesia de mártires y ahora muchos dicen que somos una iglesia de traidores”.

Finalmente, el escritor José Antonio Albertini, en su presentación titulada “Cuba y Puerto Rico: Quizá del águila las dos alas”, da la voz de alerta sobre el posible futuro de la isla de Cuba. Comienza por recordarnos las palabras del estadista norteamericano John Quincy Adams, cuando le observaba a su embajador en Madrid que al separarse Cuba de España la manzana nunca caía lejos del árbol y la preocupación del Apóstol por conseguir la independencia para evitar que Cuba corriese la misma suerte que Puerto Rico, Guam y las Filipinas. En un penetrante y rápido estudio sobre el estado del pueblo en la isla, y especialmente de la juventud, advierte que resultaría relativamente fácil para que la población cubana de hoy votase a favor de la anexión a los Estados Unidos, de efectuarse elecciones libres en la isla, como es muy probable que ocurra en el futuro, una vez que desaparezca la calaña comunistoide de la isla.


José Antonio Albertini
El novelista señala agudamente que aunque el castrismo no haya logrado separar al pueblo cubano del pueblo norteamericano como se observa en el reciente y cariñoso recibimiento a los turistas en la isla, el castrismo sí ha logrado denigrar tanto la imagen de los próceres cubanos como la de la República y no resulta nada sorprendente que el joven pueblo cubano – que nunca conoció la República- se deje arrastrar por sus necesidades del momento y favorezca la unión más que la independencia, en una isla como Cuba que en estos momentos no produce mucho. Aunque la anexión o la categoría de estado sería una píldora más difícil de tragar para los puertorriqueños, el reciente y continuo emigrar de la isla del encanto hacia los Estados Unidos en busca de mejoras económicas no excluye esa posibilidad. Y por supuesto, no olvidemos los poderosos intereses creados que favorecerían esta nueva posición.

Por supuesto que el futuro destino de Cuba tendrá que ser trazado por el mismo pueblo cubano de la isla y esperemos que cuando llegue el momento de considerarlo el éxito del exilio cubano, especialmente en Miami, sea tomado en cuenta. El pueblo cubano de la isla tendrá que ganarse la independencia política de la misma manera que el exilio cubano en Miami se ganó la independencia económica.

Muchísimas gracias a los 3 ponentes por sus excelentes presentaciones.

¡Y bienvenidos todos a la Academia!

Tuesday, October 1, 2024

Un cubano en la OEA II: Primera misión fuera de la sede

Feria Mundial en Flushing Meadow, Nueva York


Por Guillermo Belt

Entre los compatriotas exiliados que tanto molestaban a Lechuga por su condición de nuevos funcionarios de la OEA – el Dr. Mora nombró más de 100 – había varios amigos de mi padre. Ellos se impusieron la tarea de aconsejar al muchacho asomado sin experiencia alguna al mundo de los organismos internacionales.

No recuerdo si fue Guillermo de Zéndegui o José Miguel Ribas quien me recomendó participar en una misión fuera de Washington porque sería conveniente para mi carrera. En los primeros años yo no quería hacer carrera en la OEA. En mi primera ceremonia anual para premiar la antigüedad de los funcionarios, sentado entre una docena de amigos cubanos, tuve la imprudencia de decir: “Si llega el día y me llaman a subir al escenario para recibir ese botón, me pego un tiro”. Los amigos se echaron a reír, y al cumplirse los diez años de mi ingreso, cuando oímos mi nombre por los parlantes me recordaron mi bravuconada con ese cordial choteo tan nuestro.

Habían pasado apenas cuatro años y yo seguía aferrado a mi ilusión de la OEA como mera etapa necesaria – mejor dicho, imprescindible, porque yo era el único sustento de mi mujer y mi hija Mimi, que tenía apenas dos años al llegar a Miami y poco más de tres al mudarnos a Washington en busca de trabajo.

En abril de 1965 decidimos ir a la Feria Mundial en Flushing Meadow, Nueva York. El precio de las entradas, $2.50 para los adultos y $1.00 los niños, era asequible. Betances, de jefe convertido en nuestro amigo, me dio unos días de vacaciones. Habíamos visitado la feria un par de días cuando tuve que regresar a la sede. Una guerra civil había estallado en la República Dominicana y mi jefe me necesitaba ante la crisis en su patria. Por primera vez, y no sería la última, urgencias del trabajo exigieron la interrupción de mis vacaciones.

Juan Nimo estaba a cargo del reclutamiento de voluntarios para ir a la República Dominicana. Te presentabas en su oficina y te daban a llenar un cuestionario para, entre otras cosas, exponer tu experiencia militar, en caso de tener alguna. Yo quería ir a ese país en plena guerra civil. Por consiguiente, exageré mi experiencia con la pistola calibre 45 y la subametralladora Thompson (con ambas había disparado en el campo de tiro del Campamento de Columbia, en Cuba, historia contada en otras páginas.)

Betances quería enviarme a su país no sólo por complacerme sino porque necesitaba gente de su confianza allí. Además de mis funciones como redactor de memorandos yo llevaba el sistema de control de la correspondencia oficial del Secretario General, una demostración de confianza del Dr. Mora. Por consiguiente, mi jefe decidió mi inmediato viaje a Santo Domingo, donde se encontraba el Secretario General para negociar un cese el fuego, a fin de prestarle apoyo administrativo.

Horas antes de viajar fui llamado a la oficina del Tesorero de la Secretaría General, un estadounidense que no se destacaba por su amabilidad. El señor Jauchem me mostró una bolsa de lona cerrada con candado y me dijo que contenía $25,000 en efectivo. Yo debía llevarla a Santo Domingo y entregarla allí a uno de sus funcionarios, quien tendría la llave para abrirla. Le contesté que si desconfiaba de mí tendría que encargarle la gestión a otra persona. De muy mala gana me entregó la llave.

Este incidente menor tuvo un final muy agradable. Betances decidió que Herbert Tobias, un simpático funcionario bajo su dirección, me acompañara hasta San Juan, donde haríamos escala en el vuelo a Santo Domingo. Era su primer viaje en avión y Tobias iba un poco nervioso. Me entretuve ayudándolo a calmarse y ya en tierra me hizo compañía, con la bolsa de lona en el suelo entre los dos en la sala de espera del aeropuerto, hasta que llamaron para abordar mi vuelo.

La experiencia dominicana fue muy aleccionadora. Un representante especial de alto nivel del Secretario General de Naciones Unidas llegó a la capital dominicana poco después del Dr. Mora, acompañado por un general de la India, de uniforme, con imponente turbante azul y todo. El mensaje era claro: el organismo mundial reclamaba jurisdicción en una situación que afectaba la paz y seguridad.

El Dr. Mora manejó la situación con gran habilidad diplomática y mucho valor personal. A pesar de frecuentes tiroteos salía a las calles en su gestión pacificadora, acompañado por su asistente Víctor Silva, y al lograr el cese el fuego pasó a ser la figura central indiscutible, reconocido como tal por todos los actores.

Por mi parte, concluidas las labores diarias y como no convenía salir después de la puesta del sol, me entretenía observando desde la terraza del hotel los disparos con balas trazadoras, espectacular despliegue de todas las noches, acompañado a veces por el periodista Jules Dubois, a quien había conocido en La Habana en los días siguientes a la toma del poder por Fidel Castro. De día atendía los asuntos que me encomendaba el Dr. Mora, y si disponía de una hora almorzaba en el hotel donde se había instalado el cuartel general del Estado Mayor de la Fuerza Interamericana de Paz. Como es de suponer, allí se comía bien y además barato.

Cumplida su labor el Secretario General decidió regresar a Washington, y yo también lo hice, pues la mía se limitaba a darle apoyo administrativo. Quién diría que unos años después me tocaría acompañar a otro Secretario General en una misión a un Estado Miembro, también en situación de emergencia, aunque no causada por los hombres sino por las fuerzas de la naturaleza.

De santo en santo

Pocos meses después, en ese mismo año 1965, se convocó a una reunión del Comité Interamericano de Jurisconsultos. Esta sería una buena oportunidad para retomar contacto con mi profesión – de nuevo, indulgente lector, la ilusión del regreso a Cuba – y con ese argumento ofrecí mis servicios (por no decir que le pedí a mi jefe el favor de enviarme) para colaborar en la reunión.

Mi formación en Derecho, creía yo, me calificaba para tareas relacionadas con las deliberaciones de los ilustres juristas reunidos en la capital de El Salvador. De la guerra en Santo Domingo a sesudos debates en San Salvador. Progresando de santo en santo, por así decirlo.

Nada de eso, dijo el encargado de la conferencia, un engolado funcionario de la Secretaría General, haciendo uso del poder adquirido al salir de Washington en desquite por su carencia en la sede. Y me puso a trabajar en cuestiones administrativas, agregando, como quien no quiere la cosa, la función de enlace con el protocolo nacional.

Esto último me salvó de la monotonía. La reunión se celebraba en el Palacio de Justicia. Allí funcionaba una oficina de protocolo ad hoc, a cargo de un joven muy simpático, hijo de un notable jurista salvadoreño. El primer día me invitó a visitarlo en su oficina a las 10 de la mañana. Tras las presentaciones y no bien sentados me ofreció un escocés: con hielo, con soda, o sin afectar su excelente calidad, preguntó. Le di las gracias y sugerí dejarlo para más tarde. En buena transacción me tomé una cerveza, sacada de un gran congelador, muy parecido a los de Coca Cola en el Colegio De La Salle de Miramar, grato recuerdo.

Más de una ocasión hubo para beber unos cuantos whiskies, siempre escoceses, al almuerzo y a la cena. Mi nuevo amigo me llevó a varios restaurantes, muy buenos, por cierto. Una noche escuchábamos a una cantante de buena voz y buen ver (la mirábamos también) desde nuestra mesa frente al escenario. Un hombre solo, sentado a una pequeña mesa redonda, de repente sacó una pistola y la puso con un golpe sobre la mesa. Mi joven amigo, con toda calma, sacó su escuadra, que así le llaman en su país, y la colocó deliberadamente y sin hacer ruido sobre nuestra mesa. El asunto no pasó a mayores. Nadie dijo una sola palabra y la cantante continuó su presentación, impávida.

En aquellos tiempos de holgura presupuestaria la Secretaría General solía ofrecer una recepción de agradecimiento al personal nacional asignado a las reuniones fuera de la sede. Organicé la nuestra en los salones del Palacio de Justicia. Asesorado por mi contraparte, hice colocar una mesa a la entrada donde uno de sus funcionarios, con el tacto necesario, pedía a sus compatriotas entregar sus armas para guardarlas en un cajón y devolverlas a la salida de la fiesta.

Hubo baile con muy buena música y ningún incidente, gracias en parte al desarme amistoso del personal local. Dos o tres días después, San Salvador se despidió de mí con un terremoto que por fortuna no causó grandes daños. Otra vez, un presagio, y nuevamente ni me di por enterado. Ya se verá cuál fue, lector paciente.

Monday, September 30, 2024

El futuro del pasado cubano: un experimento maléfico*



Desde su principio, el régimen cubano ha contado con un coro de apologistas orwellianos en los sectores académico y periodístico, aunque desde el cómodo extranjero: ninguno de ellos residiría en la Cuba socialista ya que, hipócritamente, ellos requieren libertades para sí mismos. No obstante, siguen pregonando los mitos fraudulentos —estilo eslóganes propagandísticos— de los supuestos logros del Gobierno cubano. Comencemos por exponer que la Cuba socialista representa una colección de 65 años de anomalías, de mal en peor. La crisis actual, más bien duradera (financiera, sociopolítica, alimentaria, energética, de higiene y salud pública, etc.) se agrava vertiginosamente.

Los privilegiados que creen ser gobierno, porque mantienen prácticamente secuestrados a los cubanos —de todas las generaciones y orígenes étnicos— parecen no saber cómo salir de ella, excepto por empecinarse en su perpetuación en el poder y en continuar transmitiendo sus quimeras al resto del mundo, así como en insultar a todo aquel (nacional o extranjero) que se atreve a diferir de la línea oficial. En efecto, es un verdadero nudo gordiano que nadie puede, o se atreve a cortar, mientras la población que queda atrapada allá marcha inexorablemente hacia la prolongación de una pesadilla dantesca, tan innoble que es difícil describir. Nos preguntamos cómo se llegó a esta encrucijada.

A pesar de las toneladas de tinta derramadas en escritos acerca de la Cuba contemporánea, las Ciencias Sociales —trabajando separadamente cada una por su cuenta— no parecen tener las respuestas satisfactorias, aunque quizás los lectores nos puedan asistir con sus propias observaciones a nuestro intento de análisis; damos bienvenida a todo comentario constructivo.

Los estudios del campo de la Economía, por ejemplo, identifican varios de los problemas claves, pero no los resuelven por razones psicológicas o políticas; el “daño antropológico” que apunta el respetado disidente cubano Dagoberto Valdés es dificultoso de medir. El fenómeno multisocial que se manifiesta en el país antillano bajo el rubro de “revolución” se transfiguró en algo monstruoso que entrampa al país, aparte (o a pesar) del costo de tantas vidas sacrificadas. Este fenómeno, que amenaza la existencia de la cubanidad con su misma desaparición, debe ser analizado con una nueva estrategia, un enfoque epistemológico valeroso diferente.

La historia de Phineas Gage pudiera ser didáctica para el caso cubano. Gage era un obrero ferroviario estadounidense que sufrió un accidente en 1848, cuando una barra de hierro le destrozó parcialmente el lóbulo frontal del cerebro. Irónicamente, fue gracias a ese espantoso accidente de trabajo —del cual sobrevivió— que las ciencias médicas pudieron ampliar los conocimientos sobre el cerebro humano.

Phineas Gage con la barra que le atravesó el cráneo

La Filosofía de las Ciencias nos recuerda que las Ciencias Sociales son aún menos experimentales. Por ejemplo, no podemos imponer como ensayo una dictadura de corte fascista en una nación X, y otra de corte marxista en otro país para contrastar sus resultados en nuestro experimento de laboratorio sociopolítico ficticio. No obstante, hemos escuchado a ciertos académicos —bien arrellanados en el extranjero (incluso algunos nacidos en Cuba y hasta localizados en el mismo Miami)— que a estas alturas todavía se refieren vergonzosamente al fenómeno cubano como “un experimento revolucionario valioso”. Pero quizás sea más preciso un paralelo con el accidente de Gage.

Supongamos que el castrismo ha sido el equivalente de la barra que le atravesó el cráneo a Gage, una barra sociopolítica-económica aterradoramente maligna (aunque disfrazada de un benevolente “humanismo”) que traspasa toda una sociedad que languidece. Al igual que con el sistema nervioso humano, las sociedades no se prestan a experimentos horripilantes (aparte de los códigos de ética profesional), y a menudo dependen de accidentes para estudiar ciertos fenómenos. Así lo transcurrido en Cuba —que, de nuevo, rehusamos citar como “revolución” propiamente— debe reconocerse bajo otra etiqueta, además de servir como fuente de conocimiento en las diversas disciplinas científico-sociales dentro del marco de la Consiliencia propuesto hace unos años por el afamado científico estadounidense Edward Wilson.

Las innumerables decisiones descabelladas tomadas por la dirigencia en Cuba a partir de 1959 han tenido consecuencias destructivas de todo tipo que deben ser estudiadas fríamente desde diversos ángulos disciplinarios en combinación. Por ejemplo, vista desde el campo de la Economía, es imposible comprender el papel de la ideología en la forma que se toman decisiones de las políticas sobre la economía implementadas en Cuba si no se usan elementos de la Psicología Social, de la Antropología y de la Politología de las tiranías para lograr entender los efectos de los intentos de sovietización, incluyendo los elementos de control social con secuelas psico-sociales antes desconocidos por la población cubana.

Mencionemos solo dos arquetipos de los “experimentos” más destructivos iniciados por Fidel Castro: a) la llamada “Ofensiva Revolucionaria” anunciada el 13 de marzo de 1968, medida extrema con el propósito de eliminar toda actividad económica privada como un paso a la desaparición de lo que él llamó las relaciones monetario-mercantiles. Su meta era ensayar con la desaparición del dinero como medio de cambio; b) la Zafra de los Diez Millones de toneladas de azúcar que, aunque no fue lograda, afectó negativamente casi todos los renglones socioeconómicos cubanos dada la movilización forzosa de la fuerza laboral nacional, en detrimento del resto de los renglones.

Los efectos destructivos de tales medidas y muchas otras han resultado en la crisis presente, a pesar de los millones de dólares de subsidio del antiguo Bloque Socialista por tres sólidas décadas y de todas las llamadas “reformas” iniciadas más recientemente por Raúl Castro, el heredero del trono tropical, y las de su protegido en la sucesión dedocrática, Miguel Díaz-Canel.

Incluso ya en 1970 el antropólogo estadounidense Douglas Butterworth descubrió una “cultura de la pobreza” creada post-1959 durante sus pesquisas en una comunidad en las afueras de La Habana, donde los cubanos de a pie se quejaban abiertamente del régimen, aparte de que casi nada funcionaba en la localidad, ni siquiera el temido “comité de vigilancia” (ver The People of Buena Ventura, 1977). Significativamente, Butterworth tildó la época de su estudio como “la Cuba post-revolucionaria”.

Los mundillos académico y periodístico extranjeros fallan al no reconocer que la dictadura socialista convirtió a Cuba en un laboratorio involuntario de la misma manera que el nazi Josef Mengele condujo experimentos espeluznantes con seres humanos en la Alemania hitleriana. El conocimiento así generado por accidentes socio-económico-políticos debe ser incorporado en las evaluaciones basadas en las Ciencias Sociales.

Contrario a lo que pregonan descaradamente los defensores del rebatible régimen cubano, estimamos que la infortunada historia cubana reciente y su fracasado resultado actual sirven también de modelo preventivo a otras naciones. Ese puede que sea uno de los principales legados reales de la inverosímil tormenta gubernamental cubana.

Es una lástima que sean los cubanos las víctimas, los conejillos de Indias —los Gage— y no los beneficiados, aunque confiamos que como Mr. Gage, Cuba sobreviva, milagrosamente, al lamentable accidente socialista.

*Publicado en Cubanet

DISCURSO EN EL ACTO DE CLAUSURA DE ACTO DE INVESTIDURA DE LA AHCE

Por Eduardo Lolo

 Comienzo diciendo algo que no me canso de repetir una y otra vez: que un hecho histórico, por muy importante que sea, si no queda registrado, corre el riesgo de diluirse entre las brumas del tiempo y desaparecer o, en el mejor de los casos, terminar convertido en leyenda. Si no hubiera sido por la famosa obra Cyropoedia de Xenophon, posiblemente Ciro el Grande estaría en la misma categoría que King Arthur; es decir, una fábula. Del hecho parte el registro, que lo autentifica y precisa en el tiempo, convirtiéndolo en Historia.

El registro histórico ha tenido un desarrollo que comienza con el hombre de las cavernas en lo que hoy llamamos petroglifos y siguiera con las pinturas rupestres, donde el bisonte perseguido por el cazador hace miles de años continúan su carrera detenida en el tiempo, el bisonte todavía vivo; el cazador, incansable en su persecución.

Sin embargo, no hay duda alguna que el registro histórico no alcanzó su mayoría de edad hasta el advenimiento de la escritura. Aunque al inicio tuvo sus tropiezos. Las pirámides y otros monumentos del Antiguo Egipto no fueron más que montículos mortuorios saqueados llenos de bellas pinturas y jeroglíficos indescifrables hasta el descubrimiento de la llamada Rosetta Stone, en la cual se había publicado el decreto que honraba al faraón Ptolomeo V en tres idiomas, entre ellos el griego y el desaparecido egipcio en sus jeroglíficos. Con la traducción de los jeroglíficos,  los monumentos egipcios cobraron, de pronto, vida. La civilización en la que nacieron hacía siglos había desaparecido; pero perduró su historia.

Viejos pergaminos, incunables, periódicos, revistas, fotos y filmaciones en celuloide se encargarían, con el tiempo, de continuar el registro histórico iniciado en las cavernas. Más recientemente, grafitis de ocasión sobre muros ansiosos de historia y los teléfonos celulares, con su acceso a las redes sociales, completan ese desarrollo hasta nuestros días.

No obstante, no todo han sido ganancias. El registro histórico puede ser manipulado. Quienes van a Toledo se quedan maravillados con la gran obra del Greco “El entierro del Conde de Orgaz” con su cadáver rodeado de rostros tristes. Pero todo es falso, los dolientes que aparecen eran toledanos pudientes de egos notables que pagaron al pintor para que los incluyera en el cuadro, pues ninguno de ellos había nacido en tiempos del occiso. Hasta la mirada que describe lo visto es falsa, pues el Greco tampoco existía. Hay otros muchos ejemplos: la presencia de la madre de Napoleón en la auto-coronación de su hijo como Emperador, el escamoteo de las figuras de Carlos Franqui y Huber Matos en fotos icónicas de Fidel Castro en la Sierra Maestra y a su llegada a La Habana, respectivamente, y un largo etcétera.

Sin embargo, la manipulación y su extremo en falsificación del registro histórico se tornan más peligrosas aún en la palabra escrita. La historiografía castrista es un ejemplo perfecto. De ahí que uno de los objetivos básicos de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio sea el conjurar académicamente, más allá del debate ideológico, las falsedades de los que ya Martí había calificado como “bribones inteligentes”. Una de las víctimas más destacada del castrismo ha sido, precisamente, el ideario martiano. En el Exilio, tan temprano como en 1973, Carlos Márquez Sterling acuñó el término “falsificar”, que luego desarrollaría profunda y ampliamente Carlos Ripoll, el más importante martianista del Exilio hasta el momento. Ahora Julio M. Shiling toma la antorcha, que no solamente mantiene viva, sino que le da más luz aún, llevando la denuncia a este siglo como historiador y, como ya se dijo en la su presentación por Luis Leonel León, en su fundación y conducción de Patria de Martí, la única entidad del Exilio, de la cual tengo noticia, dedicada en especial a la “desfalsificación” de Martí por parte de la historiografía castrista. Muy justo el merecido honor de haber sido admitido en la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.

Otro de los objetivos básicos de nuestra institución es registrar los hechos históricos, tanto de Cuba como de sus exilios, para que no sean víctimas de las brumas del tiempo a las que me refería al principio. Uno de esos hitos históricos que comienza en nuestra Patria y se extiende hasta el Exilio es la llamada Operación Pedro Pan (1960-1962) –la única acción encubierta importante contra el castro-comunismo que resultara exitosa–en la cual los padres y madres en la Isla se desgajaron el corazón para que sus hijos cultivaran un futuro digno en la cercana/lejana tierra de libertad. Francisco Rodríguez e Yvonne Conde dieron una notable descripción de esa epopeya en Pancho Montana (1996) y Operación Pedro Pan: la historia inédita de 14,048 niños cubanos (2001), respectivamente. La hazaña también se extendió a la ficción en obras tales como la galardonada narración Kike (1984) de Hilda Perera y Operación Pedro Pan: el Éxodo de los Niños Cubanos, una novela histórica (1994) de Josefina Leyva.

Ahora Francisco Rodríguez vuelve a tocar el tema pero desde una óptima más personal aún mediante el resumen de una visión del todo privada, testimonial, pues él fue uno de esos miles de niños que pudieron salvarse de la mutilación de futuro que de seguro habrían sufrido de haber permanecido en la Cuba del Totalitarismo. Se trata de un registro histórico desde dentro, en que desgarro y esperanza se combinan, en que la heroicidad es compartida por adultos e infantes a la par. Frank (como le llaman sus amigos) es uno y muchos a la vez, persona y personaje de manera simultánea; hecho y registro en sí mismo; historiador que es parte de la historia que registra. En su caso, es igualmente muy justo el merecido honor de haber sido admitido en la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio.

En ambos se destaca, también, el hecho de que dan a conocer sus trabajos tanto en español como en inglés, ampliando el alcance de sus trabajos al público anglosajón en general y, en particular, a las nuevas generaciones de cubanos nacidos fuera de nuestra Patria, pero contentivos de una cubanía que trasciende tiempos y geografías, y les llega por genética histórica a través de una especie de herencia almática.

Por todo lo anterior, es para mí un honor, a nombre de la Junta Directiva de nuestra institución, pasar de inmediato a entregar a Julio M. Shiling y a Francisco Rodríguez los correspondientes diplomas que los acreditan, para honra bidireccional, como Miembros Numerarios de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio, Corp.


Museo Americano de la Diáspora Cubana

Miami, 27 de septiembre de 2024