Tuesday, July 23, 2024

Un cubano exiliado en la OEA: Reunión en la cumbre


Guillermo A. Belt y el embajador Alejandro Orfila

Por Guillermo A. Belt


En 1967 la OEA celebró en Punta del Este la Reunión de Jefes de Estado Americanos. Todos los jefes de unidad del Departamento de Asuntos Administrativos, encabezados por su director Luis Raúl Betances viajaron a Montevideo. Yo había entablado amistad con Juan Nimo, jefe de Personal y recuperado la de Hernán Banegas, jefe de Presupuesto, merced a su generoso perdón por una broma que le había hecho en otra ocasión. A ambos les pedí ayuda para asistir a la reunión, sin duda llamada a ser histórica. Fue así como unos días después del arribo de nuestra plana mayor recibí la orden de presentarme en Montevideo.

El Secretario General de la OEA, Dr. José Antonio Mora, había solicitado la colaboración del Embajador Alejandro Orfila, quien en ese tiempo ya no estaba en servicio activo en la cancillería argentina, para apoyar al protocolo uruguayo en la enorme tarea de recibir a los presidentes y primeros ministros de los países miembros de la OEA. Siendo embajador en Japón Orfila había organizado la visita oficial del Presidente Frondizi, y bien sabía el Dr. Mora cuán exquisito y complejo era el protocolo del antiguo imperio nipón. Nimo, viejo amigo de su compatriota argentino me recomendó, y Orfila amablemente me aceptó como ayudante suyo.

Para comenzar Orfila me invitó a ir con él al aeropuerto de Carrasco, en Montevideo. Al rato llegaron el ministro de Relaciones Exteriores, Héctor Luisi, y personal del protocolo de la cancillería. El ministro y Orfila se saludaron cordialmente, como buenos amigos. Acto seguido, mi nuevo jefe pro tempore dispuso dónde debía colocarse el canciller, dónde el funcionario que haría las veces del Presidente Gestido, haciendo marcar los lugares con tiza, y dónde la tropa para rendir los honores militares de estilo a los Jefes de Estado y de Gobierno asistentes a la reunión.

Terminada la asignación de lugares a la comisión de recibo, Orfila hizo colocar un avión frente a ésta y pidió a un funcionario de protocolo descender del avión, tal como lo harían los ilustres visitantes en su día. La tropa en posición de firme y la banda militar lista, Orfila me dijo en voz baja: “Camine junto a mí y fíjese bien porque usted va a quedar a cargo de todo esto.”

El autor acompañando al presidente dominicano Joaquín Balaguer


Sin más me encontré caminando por la pista de Carrasco junto al Embajador Alejandro Orfila a los acordes del himno nacional del Uruguay, pasando revista a la tropa – el funcionario del protocolo representando al jefe de estado visitante sólo bajó por la escalerilla del avión, agotando así su papel, asumido enseguida por Orfila. Cronometrando el tiempo recorrimos a paso solemne la distancia desde el avión hasta el helicóptero que habría de transportar a los presidentes de inmediato a Punta del Este, en cuyo Hotel San Rafael tendría lugar la reunión.

Esa fue mi introducción al ceremonial diplomático para recibir a veinte y tantos Jefes de Estado y de Gobierno. Conservo la foto con Orfila en la pista de Carrasco, sépalo el lector incrédulo. Con o sin foto, aquella lección no la olvidaría nunca. De mucho habría de servirme, años después.
Terminado el ensayo y a punto de retirarse para atender otros asuntos con el Dr. Mora, Orfila me encargó el manejo de toda la operación a partir de ese momento, instándome a tratar a los funcionarios del protocolo nacional con delicadeza, teniendo presente que la responsabilidad del recibimiento en Montevideo era del país anfitrión. En cambio, la OEA sería responsable de recibir a los presidentes en Punta del Este por ser ésta la sede de la reunión.Con la gentil ayuda de un sobrino del Dr. Mora, funcionario del protocolo de la cancillería, pude dirigir el ceremonial en el aeropuerto sin mayores dificultades a lo largo de dos días muy intensos. Todo iba saliendo tal como Orfila lo había organizado cuando surgió un contratiempo. Mientras cada presidente pasaba revista a las tropas a los acordes de su himno nacional, su equipaje debía ser trasladado del avión al helicóptero para el viaje a Punta del Este. En un caso este trámite se demoraba y al parecer el presidente se iría sin sus maletas. Pedí ayuda al piloto de otro helicóptero, en fila esperando al próximo presidente. Accedió de inmediato, subí al aparato con el equipaje y en vertiginoso vuelo llegamos al otro helicóptero dos minutos antes del ilustre pasajero. Así devine maletero aerotransportado, un oficio, creo, sin precedentes.

Al llegar al Hotel San Rafael, Manuel Ramírez, subjefe de la Oficina de Protocolo de la OEA, me encargó recibir a los presidentes a su llegada a la sede de la conferencia a fin de poder atender él otros asuntos junto al Secretario General. Yo habría de permanecer de pie en la puerta del hotel, esperando por los presidentes o primeros ministros, quienes llegaban uno tras otro, cada uno en su automóvil, a intervalos de unos minutos, y acompañarlos por un largo pasillo hasta la sala de sesiones plenarias. Lo poco apetecible de esta tarea quizás fue el factor decisivo en la delegación de autoridad que me hizo el subjefe de protocolo.

Una rampa muy angosta y curva daba acceso a los automóviles en la entrada principal del San Rafael, lo cual obligaba a los conductores a aminorar la velocidad considerablemente. Los responsables de la seguridad de los dignatarios vieron esto con malos ojos. Ante sus preocupaciones, resolvimos habilitar la entrada del fondo del hotel para el ingreso de los ilustres visitantes, adonde sus coches podían llegar a buena velocidad con su escolta de motocicletas.

Aunque el ceremonial de recibimiento en Punta del Este correspondía a la OEA, el gobierno uruguayo nos prestó mucha colaboración. La más importante, y vistosa, fue la participación del Regimiento No. 1 de Caballería, los Blandengues de Artigas. Decano de las unidades militares del país, este regimiento es la Escolta del Primer Mandatario de la República Oriental del Uruguay, y actúa de guardia de honor de Jefes de Estado cuando visitan el país. Sus miembros, jinetes de primera, visten uniforme azul oscuro con vivos rojos, correaje blanco, morrión en que destaca el Escudo Artiguista, y portan sables y lanzas. Por si fuera poco, los blandengues cuentan con su propia banda militar, la Charanga.

Al mando de un destacamento de seis lanceros y un soldado músico se me presentó el primer día un joven teniente. Quería saber cómo deseaba yo colocar a sus hombres. El de la corneta, acordamos, iría a la derecha de la puerta, frente a mí; yo le haría una señal cuando saliera del coche cada mandatario y así podría prepararse para tocar su diana de bienvenida. Tres lanceros a cada lado de la entrada, el teniente a mi lado, sable en puño, y listo.

Como cada coche llevaba la bandera del país del visitante, además de la uruguaya, ésta en la parte delantera derecha del vehículo, me aprendí el diseño de todas para poder anticipar, a la distancia de una cuadra, quién sería el próximo en llegar. Desde Carrasco me había provisto de un aparato de radio portátil (del incómodo tamaño de un ladrillo, más o menos, en aquel entonces) y con este dispositivo me comunicaba en el aeropuerto con el protocolo nacional y, ahora, con un colega de la OEA, quien anunciaría la llegada de los jefes de delegación a la sala de sesiones plenarias.

Caminé mucho más en el Hotel San Rafael que en el aeropuerto de Carrasco, y me divertí casi tanto. Algún que otro presidente me dio la mano al llegar al hotel; la mayoría saludaba con una leve inclinación de cabeza, o quizás una sonrisa. El de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, dormía en un buque de guerra anclado frente a la costa del elegante balneario uruguayo y llegaba al San Rafael con cara de malas pulgas (no establezco ninguna relación de causa-efecto). El hecho es que nunca me saludó, a diferencia de un diplomático de su séquito, quien me dio las gracias diciéndome con disimulado asombro, You are here all the time!

Pero el día de la clausura de la reunión Johnson me agarró del codo con una de sus manazas y así desfilamos él y yo entre lanzas y blandengues, sin decir palabra, por aquel pasillo largo hasta el umbral de la sala del plenario donde lo entregué sin pena ni gloria en manos del colega encargado de anunciar la solemne entrada del presidente de los Estados Unidos a la Reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de los Estados Miembros de la OEA.

Sunday, July 21, 2024

¿Habrá cumbre en Pekín?




Por Guillermo A. Belt

 

En estos días del mes de julio hace 68 años tuvo lugar en la capital de Panamá la primera reunión de presidentes de los países de América Latina y el presidente de los Estados Unidos. Un artículo publicado en el sitio del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, cepc.gob.es, titulado La mayor conferencia de Jefes de Estado de la historia, comenzaba así:

        “La hermosa ciudad de Panamá, bisagra de dos Continentes, vínculo y rompeolas de dos océanos, se aprestó a recibir dignamente, entre los días 20 y 23 de julio de 1956, al mayor cónclave de Jefes de Estado que jamás se haya reunido anteriormente ni es probable se congregue en el futuro.” 

De los 19 presidentes que asistieron a la reunión en Panamá once eran militares y sólo ocho eran civiles. Al respecto el autor del artículo comenta: En cuanto al origen de su poder, puede observarse que más de la mitad de ellos lo obtuvieron mediante un golpe de fuerza o de algún modo que sería difícil considerar como estrictamente democrático.

Prueba al canto. Entre los generales ocupantes de la presidencia se encontraban Fulgencio Batista Zaldívar (Cuba), Pedro Aramburu (Argentina), Carlos Ibáñez del Campo (Chile), Héctor Trujillo Molina (República Dominicana), Dwight Eisenhower (EE.UU.), Paul Magloire (Haití), Anastasio Somoza (Nicaragua) y Alfredo Stroessner (Paraguay). Completaban el elenco militar tres coroneles: José María Lemus (El Salvador), Carlos Castillo Armas (Guatemala) y Marcos Pérez Jiménez (Venezuela).

Los ocho presidentes civiles fueron Hernán Siles Suazo (Bolivia), Juscelino Kubitschek (Brasil), José Figueres (Costa Rica), José María Velasco (Ecuador), Adolfo Ruiz Cortines (México), Ricardo Arias Espinosa (Panamá), Manuel Prado (Perú) y Alberto F. Zubiría (Uruguay).

Los únicos mandatarios ausentes fueron Julio Lozano Díaz (Honduras) y el General Gustavo Rojas Pinilla (Colombia). Ambos se adhirieron  mediante expresivos mensajes a lo acordado en Panamá.

Fulgencio Batista y Ike Eisenhower durante la cumbre

La predicción pesimista del autor del artículo, Tomás de Arandía, no se cumplió. Del 12 al 14 de abril de 1967, por iniciativa de la OEA al igual que en Panamá, se celebró en Punta del Este, Uruguay la Reunión de Jefes de Estado Americanos. En esta ocasión se contó con la participación del Primer Ministro de Trinidad y Tobago, nuevo estado miembro de la OEA, y con la asistencia de representantes de varios países no miembros que más tarde ingresarían en la organización regional: Barbados, Canadá, Guyana y Jamaica.

Presidía Argentina otro general, Juan Carlos Onganía. En cambio, Colombia pasaba de un general a un mandatario civil, el doctor Carlos Lleras Restrepo, así como Chile, en Punta del Este presidido por Eduardo Frei. Guatemala, Nicaragua y República Dominicana también pasaban a tener civiles en la presidencia con Julio César Méndez, Lorenzo Guerrero y Joaquín Balaguer, respectivamente. Venezuela contaba con Raúl Leoni en lugar del coronel Pérez Jiménez. En Paraguay continuaba al mando el General Stroessner.

En 1956 el tema principal fue el desarrollo económico de América Latina con la colaboración de los Estados Unidos. En 1967 la reunión presidencial se centró en la misma aspiración, esta vez mediante el programa llamado Alianza para el Progreso, lanzado por John F. Kennedy y manejado en Punta del Este por el sucesor del presidente asesinado, Lyndon B. Johnson.

Del 9 al 11 de diciembre de 1994 se celebró en Miami la Cumbre de las Américas, a la que habrían de suceder varias más: 1996 en Santa Cruz, Bolivia; 1998 en Santiago, Chile; 2001 en la ciudad de Quebec, Canadá; 2004 en Monterrey, México; 2005 en Mar del Plata, Argentina; 2009 en Puerto España, Trinidad y Tobago; 2012 en Cartagena, Colombia. En 2015 volvió a celebrarse en la ciudad de Panamá. Como un viaje a la semilla, diría Alejo Carpentier.

Mientras que en todas las ocasiones citadas se habla de mayor desarrollo económico para los países de América Latina, agregando los del Caribe angloparlante, y en tanto que en frecuentes comunicados del Departamento de Estado de EE.UU. se hace alusión al tema, se observa el creciente interés que países alejados de nuestra región, como China y en menor grado Rusia e Irán, muestran por participar en grandes proyectos de desarrollo, entre ellos puertos de gran calado, represas y aeropuertos. De ahí la pregunta formulada en el título de este aporte.

También se habla de democracia, elecciones libres y  derechos humanos. Esto a pesar de que en Cuba no se cumplen estos nobles objetivos desde hace 72 años; no obstante que se violan impunemente y a diario en Nicaragua, como en Venezuela y Bolivia.

Mientras más cambian las cosas, más siguen siendo lo mismo. (Suena mejor en francés.)

Saturday, July 20, 2024

Quién es quién en la dramaturgia cubana: Diccionario

 


Sobre el nuevo libro de Pedro Monge Rafuls:

Un diccionario sobre los autores de teatro en Cuba… Nunca había existido. Y de pronto... ¡EXISTE!!! ¿Qué decir? Lágrimas en los ojos al ver tantos nombres, tantas obras… Buenas, malas, mediocres… poco importa. Es el amor al Teatro lo que nos une a todos y a todas. Gracias a Dios y gracias a Pedro Monge Rafuls. El primero creó el mundo. El segundo salvó el Teatro Cubano del olvido.
EDUARDO MANET

¿Se puede conocer a un país sin leer su teatro? Tal vez sí, como se conocen las rocas de Marte, las tormentas solares o el polvo lunar. Pero sin adentrarse en el teatro cubano y sus autores, será imposible comprender los conflictos del alma de una nación singularmente dramática, con sus contradicciones profundas y sus anhelos inconfesables. Gracias a este libro, el lector encontrará una ruta de acceso a esos secretos: un camino a veces arduo e intrincado, pero sin dudas, revelador y fascinante.
YUNIOR GARCÍA AGUILERA

Cuando se ha omitido tanto y desconocido a tantos, el Diccionario de dramaturgos cubanos elaborado por Pedro Monge Rafuls se eleva como una de esas piedras que los antiguos colocaban para perpetuar una vida, una existencia. «Quién es quién en la dramaturgia cubana» es un diccionario imprescindible para el teatro cubano y latinoamericano.
ALBERTO CURBELO

Este diccionario es una luz imprescindible para nuestra dramaturgia, que contribuye a comprender las conexiones entre épocas y generaciones, el mapa disperso al que pertenecemos, como parte de nuestra nación. La labor titánica de Pedro Monge Rafuls en este libro, rinde homenaje a nuestra dramaturgia y la dignifica, con una obra trascendental que nos guía por su Historia y nos muestra como un Todo. A partir de ahora, podemos encontrar, con este libro, quién es quién en la dramaturgia cubana, y nuestra memoria, con sus vacíos, nos es entregada, para comprendernos.
ULISES RODRÍGUEZ FEBLES

Pocas veces en las estrechas páginas de un diccionario pueden captarse los capítulos de la historia que forman parte de nuestras vidas y nuestra cultura. El Diccionario de la Dramaturgia Cubana ha logrado llenar un vacío al recoger la existencia de nuestro teatro a través del tiempo. El teatro, lamentablemente, es el huérfano de nuestras artes. Un pueblo disperso, incluyendo la tragedia del exilio, podrá encontrar en este acertado sumario el importante quehacer teatral que es parte de nuestra historia.
RAÚL DE CÁRDENAS

Tuesday, July 9, 2024

Fidel, tirano tímido*



Por Enrique Del Risco

Antes del encontronazo en Córdoba en 2006 con el periodista exiliado Juan Manuel Cao, que terminó sacándolo de circulación, uno de los mayores berrinches públicos protagonizados por Fidel Castro fue en una reunión con aprendices de periodistas en la Universidad de La Habana en octubre de 1987. Digo público y exagero. En realidad, la reunión ocurrió a puertas cerradas en la sede del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (ese que los cubanos llamamos «El Partido», para abreviar, a falta de otro). A pesar de que el suceso contó con la mayor concentración de periodistas por metro cuadrado que conociera la república por aquellos días, no trascendió a la prensa.
Por suerte existen los rumores. Gracias a ellos nos enteramos de que en la reunión los pichones de periodistas, soliviantados por los aires de apertura que soplaban desde la Unión Soviética, se cuestionaron la realidad nacional al punto de que el Comandante en Jefe, primer secretario del Partido y presidente del Consejo de Estado y de Ministros, llegó a dar un puñetazo en la mesa. Si los rumores son fidedignos, lo que detonó la explosión del Máximo Líder fue la afirmación de que en la prensa cubana circulaba rampante el culto a su personalidad.

Fidel Castro siempre fue especialmente sensible con el tema. No solo decía haber combatido el culto a la personalidad, sino que afirmaba —con su modestia característica— haber marcado nuevas pautas universales al respecto. «En nuestro país nos cabe a los dirigentes revolucionarios la honra de haber establecido un precedente único hasta hoy —dijo el 13 de marzo de 1966—, que fue una ley de la Revolución, una de las primeras leyes de la Revolución, estableciendo la prohibición de ponerle el nombre de ningún dirigente vivo a ninguna calle, a ninguna ciudad, a ningún pueblo, a ninguna fábrica, a ninguna granja; prohibiendo hacer estatuas de los dirigentes vivos; prohibiendo algo más: las fotografías oficiales en las oficinas administrativas. Le cabe a esta Revolución ese honor».

Cuando hacía un resumen de sus primeros 20 añitos en el poder, el Comandante en Jefe aseguró: «Nuestra Revolución jamás devoró a ninguno de sus hijos, porque no hubo culto a la personalidad ni dioses sedientos de sangre. La más estrecha unión, respeto y camaradería reinó siempre entre todos los revolucionarios». Cuando se había retirado de sus cargos oficiales de secretario general, etcétera, se ufanaba de que «Nunca se practicó tampoco en nuestro país el culto a la personalidad, prohibido por nuestra propia iniciativa desde los primeros días del triunfo». Cierto que luego del fusilamiento de Ochoa y el curioso infarto de Abrantes hablar de «estrecha unión, respeto y camaradería» se hacía incómodo y el retirado Comandante en Jefe prefirió ser discreto al respecto.


Usemos su estilo rotundo para decir que nunca un hombre de Estado se vanaglorió más de su humildad. Incluso llegó a decir que «El ejercicio del poder debe ser la práctica constante de la autolimitación y la modestia». ¡Ya habría querido Marco Aurelio tanta contención para sí! Pero preguntémonos, en serio, ¿por qué tanto comedimiento en una personalidad desbordada por naturaleza? Deberemos recordar entonces que, a diferencia de Mao Tse Tung o Kim Il Sung, el reinado de Castro I se inició cuando todavía resonaban los ecos del XX Congreso del PCUS de 1956. Allí, el entonces secretario general Nikita Khrushev había resumido una de las carreras criminales más brillantes en la historia de la humanidad bajo la acusación, más bien tenue, del culto a la personalidad. De las conclusiones del histórico congreso soviético, el Comandante en Jefe, etcétera, extrajo una de sus más importantes lecciones para el ejercicio del poder en nombre del comunismo. Podías mandar a la muerte a 20 millones de personas —si la demografía de la nación lo permitía, claro—, pero lo verdaderamente imperdonable para una ideología tan arraigada en la humildad sería llenar el país de estatuas y retratos tuyos.

El culto de la personalidad del líder tal y como lo había ejercido en vida Stalin era, además de poco pragmático, un atentado a la estética. Instalar en cada población del país una estatua en bronce de al menos el doble del tamaño natural era, por una parte, un despilfarro de materias primas y, por otro, una obscenidad.

Eso no no impedía que cada vez que el Comandante en Jefe tomaba la tribuna para lanzar un discurso —de al menos dos horas y media— todos los canales de televisión y las estaciones de radio lo transmitieran en cadena y todos los periódicos lo reprodujeran al día siguiente en su totalidad. O que no hubiera recurso más socorrido para adornar ciudades, fábricas o carreteras que empapelarlas con frases tomadas de los mismos discursos acompañadas de un retrato de su modesto autor. O que las menores insinuaciones lanzadas en sus discursos tomaran desde la mañana siguiente fuerza de ley inapelable, sin importar siquiera que contradijera lo dicho por el mismo orador en una ocasión anterior.


Muy pronto, el Comandante Etcétera le tomó el gusto a tan esforzado ejercicio de autocontención y timidez. ¿Para qué aparecer como el origen de las decisiones y medidas que se tomaban en el país, si bien podía presentarse como el intérprete y ejecutor de los deseos del pueblo? ¿O por qué no permitirles a sus ciudadanos expresar libremente lo que su líder había decidido por ellos? ¿Era necesario eliminar el estipendio que recibían los estudiantes universitarios? Se le daba la tarea al deportista más popular del momento —el inefable Alberto Juantorena— para que en nombre de los estudiantes del país renunciar a unos pesitos que nadie en su sano juicio hubiera rechazado.

¿Había que revitalizar las milicias? Se le daba la palabra a un humilde ciudadano para que les recordara a los asistentes en algún magno evento la necesidad de defender la patria y usar los fines de semana en infinitos entrenamientos. ¿Cometía el Comandante un error de cálculo sobre la cantidad de gente dispuesta a irse del país en 1980? Dejaba que el pueblo se lanzara «espontáneamente» a asediar a los que optaban por irse. ¿Se empezaban a multiplicar las voces disidentes? El pueblo, tan autónomo siempre, creaba grupos parapoliciales nombrados «Brigadas de Respuesta Rápida» que se encargaban de los famosos actos de repudio.

Todo lo anterior fue iniciativa popular, si no me cree busque en los discursos del Comandante las expresiones «Brigadas de Respuesta Rápida» y «actos de repudio» y no los encontrará ni una sola vez. (Sin embargo, fui testigo en 1990 de cómo un «seguroso» vestido de civil montaba en una guagua para animarnos a participar en un acto de repudio «espontáneo» contra «los que nos quieren quitar las escuelas y los círculos infantiles». ¿Estaría actuando el «seguroso» por cuenta propia? Los que sin dudas no lo hacían eran los estudiantes de la Universidad de La Habana, a quienes ese día los dispensaron de ir a clases para que pudieran hostigar al disidente Gustavo Arcos Bergnes en su apartamento en El Vedado).


El autoritarismo recatado y tímido se empezó a ensayar muy temprano. En otro artículo he mencionado el caso del discurso del 6 de febrero de 1959 cuando el líder de la «revolú» triunfante «sugirió» un boicot a una publicación por el simple hecho de haber incluido en sus páginas una caricatura suya. (Para asegurar el cumplimiento del boicot, la madrugada siguiente, miembros del Ejército Rebelde requisaron los ejemplares de la publicación recién salidos a la venta). Apenas un año más tarde, el Comandante fue interpelado en medio de un discurso a sindicalistas por una mujer que se quejaba de «que le estaban haciendo igual que en la época del Gobierno de Batista». Con su habitual contención, el orador le pide a la multitud que se calme y que invite a la señora «a que se retire buenamente» porque «aquí en una tribuna no se vienen a plantear problemas personales de ninguna clase; y cuando una persona viene a un acto o a una tribuna a plantear un problema personal, es por dos razones: o porque quiere sabotear el acto o porque no está muy bien de su salud». Minutos más tarde comenta que le han informado que «la señora está mal de salud mental». Resulta totalmente lógico, porque al decir del orador «nadie que esté cuerdo se atreve a venir a provocar al pueblo aquí».

Paradójicamente, saberte en posesión de un poder tan vasto e infalible, tan incontestable que solo se atreverían a desafiarlo quienes están fuera de sus cabales, puede hacerte perder la cabeza. Fue lo que le ocurrió al camarada Stalin. Fidel, en cambio, poseía un control sobre sí mismo que, aun sabiéndose sobrehumano, renunció a sembrar la isla con estatuas suyas. (Algún guasón argumentará que al Comandante siempre se le dio tan mal la escultura como la agricultura, pero no vale la pena contestarle).

Más importante y duradero fue esparcir sus ideas y sus frases con la esperanza de que echaran raíces en su pueblo. En efecto, nunca su pensamiento ha estado más presente entre los cubanos. Sobre todo, por aquello de «no los queremos, no los necesitamos» que tanto compatriota ha tomado de paternal consejo para irse de la isla. Que ahora se haya creado un esplendoroso Centro Fidel Castro Ruz, dedicado a su pensamiento o que abunden las referencias públicas al «Dios Fidel» no es traicionar la infinita modestia comandántica. Fidel, en su infinita sabiduría, no se oponía a homenajear «a los que ya rindieron su vida por la causa».

Es hora de que, tras su muerte, demos rienda suelta a la adoración que merece. Porque si las cosas en la isla no marchan como debieran, seguramente es por no seguir fielmente su guía infalible.

*Publicado originalmente en El Toque


La Víbora y sus orígenes*

Por Yaneli Leal

 


En 1902, el novelista Ramón Meza lamentaba que el barrio de La Víbora, llevara el nombre de tan "espeluznante reptil". Lo curioso es que este ha sido uno de los caprichos populares más longevos de La Habana, nunca transfigurado en ley, ya que el barrio La Víbora no está asentado ni delimitado legalmente en ningún documento histórico. Lo que conocemos como tal es la unión de varios repartos popularmente unificados bajo el nombre de un antiguo asentamiento campestre.  

Una vez que La Habana se instaló junto a la bahía, las zonas sur y oeste se definieron como espacios de explotación agrícola y ganadera, lo que garantizó su paulatino poblamiento. Con la rápida expansión extramural, el sur se potenció como región productiva y de comercio, en fuerte vinculación con los caminos trazados desde intramuros. Entre los primeros estuvo el de Monte, que a la altura de la Esquina de Tejas se bifurcaba y continuaba hacia el sur por el camino de Matabanó. Esta línea sinuosa pero bastante vertical en disposición norte-sur comunicaba con el antiguo poblado de Batabanó. Luego fue rebautizado Camino Real del Sur; a partir del siglo XVIII, Jesús del Monte; y desde 1918, Diez de Octubre.  

Villa Isabel, frente al paradero de La Víbora

En el sur de La Habana, esta vía constituyó punto de partida de los primeros proyectos urbanizadores, definiendo una ocupación lineal que se expandió a ambos lados de ella. De ahí que las secciones más irregulares estén condicionadas por el accidentado recorrido del legendario camino, y los trazados de los repartos varíen su orientación al buscar paralelismo con la antigua calzada.  

Se ha registrado que a finales del siglo XVII o principios del XVIII, entre las actuales calles Acosta y Santa Catalina, había una especie de cuadra que servía de descanso a los arrieros que trasportaban mercancías hasta la actual Habana Vieja. La edificación tenía una campana de bronce que anunciaba la salida y entrada de vehículos, por lo que fue conocida como Paradero de la Campana. Luego su nombre cambió al de La Víbora, por la pintura que identificaba el consultorio de un médico alemán que allí radicaba desde 1728. Este nombre quedó e incluso renombró extraoficialmente la vía de Jesús del Monte desde la Loma de Luz o Chaple hasta el final.

Al siglo XIX correspondieron los primeros proyectos urbanizadores aprobados por el Ayuntamiento, y aunque algunos no se ejecutaron inmediatamente, fueron testigos del interés inmobiliario que existía en el área. Su vinculación con los centros de producción y cultivo definieron la población de clase media y baja, con inclusión de familias de renombre que, atraídas por el carácter campestre y las hermosas vistas, tomaron parte activa en la urbanización y desarrollo social, económico y cultural de la localidad.

Antigua Academia Militar del Caribe

La práctica constructiva tradicional y las regulaciones vigentes condicionaron la estrechez de las calles y la ocupación compacta de las manzanas. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, los repartos buscaron ganar en amplitud e higiene, al incluir vías amplias, parterres, portales y pasillos laterales. Los patios, por lo general traseros, respondieron a la preeminencia de lotes largos y estrechos.

Contemporáneos discretos de El Carmelo y El Vedado, los nuevos repartos del sur, aún con sus irregularidades, manifestaron la influencia de las corrientes de planeamiento urbano decimonónicas que motivaron el diseño de barrios residenciales mejor ordenados y ventilados, dígase más modernos física y visualmente, y con sistemas de infraestructura moderna (alumbrado, acueducto, alcantarillado y pavimentación). No obstante, el gran cambio fisionómico del lugar tomó gran parte del siglo XX.

Instituto de La Víbora

Actualmente cuesta imaginar lo que en 1940 describía un vecino de la calle Estrada Palma, entre Heredia y Poey, del año 1914: "Al principio se podía decir que vivía uno en pleno campo. […] Por las tardes íbamos a pasear con nuestros hijos, el mayor de 11 años, por lo que se llamaba La Huerta de los Chinos, vasto campo sembrado por los asiáticos que lo ocupaban, de variadas hortalizas, y cruzado de zanjas y regatos de agua no muy limpia, y por lo que se vio recientemente, nada higiénica. Eran unas excursiones encantadoras, llenas de sorpresas y fáciles peligros. Perderse y volverse a encontrar entre aquellos matorrales; caminar haciendo mil equilibrios sobre la gran cañería maestra de Vento que cruzaba sobre una cañada. Cazar tomeguines con jaulitas de trampa. Atrapar pintorescas mariposas, temblantes sobre las endebles ramas de los romerillos. Volver a casa cargando un palo travesado, del que pendían goteantes y frescas lechugas, jugosas acelgas, nutritivas coliflores, tiernos rabanitos, etc. Algunos domingos por la mañana ascendíamos a la Loma de Chaple, frontera a nuestra casa de Estrada Palma, a ver el plateado globo de aluminio del Capitán Zorrilla, ascender allá a lo lejos, detrás del Plaza, donde se hallaba la carpa de Pubillones. […] Hoy todo aquello está urbanizado, fabricado, cuadriculado, solicitado, y de La Huerta de los Chinos no queda ni un rábano de muestra".

Villa Teresa. Foto tomada del sitio para alquiler de casas https://www.havanacasaparticular.com/

Del germen marcado por el barrio De la Cruz (1864), cuyos límites originales fueron las actuales calles Diez de Octubre, Carmen, Poey y Libertad, el territorio fue consecutivamente parcelado y definido por otros barrios. Estos fueron: Vivanco (1903) y sus ampliaciones en 1907 y 1922 (La Sola), Acosta (1905), El Rubio (1906), Loma del Mazo (1906), ampliación De la Cruz o Párraga (1908), Havana Land Co. (1908), Loma de Chaple (década de 1900), Nueva Habana (1914) y su ampliación de 1947, Chaple (1914), La Floresta (1914), y San Juan Bosco (década del 40).

En algunos trazados participaron conocidos arquitectos e ingenieros cubanos como Walfrido Fuentes, Antonio Fernández de Castro, Eugenio Rayneri, Benito Lagueruela y Francisco Centurión. Estos dos últimos fueron inmortalizados en dos calles, hoy renombradas Continental y Pedro Consuegra.


Resulta interesante que entre tantos nombres perviviera aquel del siglo XVII homogeneizando hasta hoy los que legalmente tuvieron los proyectos de urbanización. De este modo, los que en realidad eran 15 repartos, han trascendido popularmente como uno. Tras una amplia investigación que involucró planos de urbanización, documentos históricos y la consulta de especialistas y vecinos de la zona, Juan Carlos Santana definió un derrotero para ayudar a comprender lo que entendemos por La Víbora, definida por las calles General Lee, Diez de Octubre, Acosta y Vento. Un barrio habanero amado por sus bondades paisajísticas y arquitectónicas que lamentablemente se deprecian a paso acelerado por la desidia estatal, la crisis económica y la deficiente administración pública. 

*Tomado de Diario de Cuba

Tuesday, July 2, 2024

La muerte asistida de mi padre, Carlos Alberto Montaner*


Por Gina Montaner

 
Son días de sentimientos encontrados para mí. Este 25 de junio se cumplió en España el tercer aniversario desde que la ley de eutanasia entró en vigor. Y el pasado 29 de junio marcó el primer año de la muerte de mi padre, el escritor cubano y analista político Carlos Alberto Montaner, quien pudo acogerse en Madrid a la prestación de ayuda para morir. Mi padre ha sido una de las 323 personas que en 2023 recibieron la muerte asistida en España. De ese modo, cumplió su deseo de marcharse de este mundo antes de que una cruel enfermedad neurodegenerativa acabara por postrarlo en una cama con las facultades físicas y cognitivas totalmente mermadas.
Mi padre falleció a los 80 años gracias a la sedación que le practicó un equipo médico de la sanidad pública española. No fue fácil recorrer el camino debido a los obstáculos que enfrentamos, a pesar de que con anterioridad él había establecido sus últimas voluntades en el testamento vital (documento que está al alcance de todos los españoles). Para él y para la Asociación Morir Dignamente (DMD), que fue nuestra guía en todo momento, no había duda de que su caso se ceñía a los requisitos de la ley vigente: su enfermedad era incurable, crónica e imposibilitante. Unos años atrás le habían diagnosticado Parkinson y una posterior resonancia magnética arrojó un diagnóstico más cruel: su mal era un Parkinson atípico y más severo llamado Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP).

Mi padre luchó con perseverancia contra el avance de la enfermedad, pero cuando advirtió que más pronto que tarde su actividad intelectual, que había sido su brújula desde muy joven, se desvanecería irremediablemente, tomó la decisión (muy meditada) de solicitar la eutanasia antes de perder del todo su autonomía. El objetivo de la ley de eutanasia en España es el de respetar la voluntad de quienes, por determinadas enfermedades, desean poner fin a la vida; asimismo, debe garantizar que se haga con la máxima profesionalidad de los médicos, algo que no siempre se cumple. Para mi padre, la mayor dificultad radicó en la falta de formación de los profesionales de la sanidad pública en lo referente a abordar con conocimiento una ley que todavía es nueva y que está en pleno rodaje.

Según datos de DMD, casi un tercio de las personas que solicitan la eutanasia en España fallecieron durante la tramitación. Es un escollo que los defensores de este derecho atribuyen, principalmente, a la burocracia y a una tendencia de los médicos a no ponerse en el lugar de quienes solicitan la prestación de ayuda para morir al verse cercados por enfermedades terminales o padecimientos que avanzan inexorablemente como el Alzheimer, ELA o Parkinson. Fue muy duro para mí y la familia inmediata acompañar a mi padre en un camino cuyo final sería su despedida definitiva. Pero también fue un motivo de satisfacción ayudarlo a concluir su fructífera trayectoria vital. A lo largo de su vida luchó por la libertad en Cuba, su país natal y de donde tuvo que huir por la dictadura castrista; también luchó a favor de las libertades individuales porque era un firme creyente en el modelo de las democracias abiertas. Mi padre era un liberal en el sentido más amplio (no sólo en lo económico) y siempre se pronunció a favor de la legalización de la eutanasia. Para él era un derecho fundamental que debía estar al alcance de quienes se vieran en situaciones extremas de salud.

La vida nos aboca a pasar de lo abstracto a lo concreto y es la prueba definitiva de la capacidad de poner en práctica las creencias que enarbolamos. En el otoño de su vida –después de haber escrito sus memorias. Sin ir más lejos, publicadas en 2019–, mi padre se vio en la disyuntiva de plantearse una muerte asistida como salida a una enfermedad que lo carcomía con rapidez. Lejos de abordarlo con emotividad, lo hizo con fría racionalidad y fiel a su línea de pensamiento: había llegado el momento de acogerse a la ley de eutanasia y, por ser ciudadano español, tenía la fortuna de poder hacerlo en uno de los pocos países que ha legalizado este derecho (un total de 7 en todo el mundo).

En la década de los 70, mi padre vivió con júbilo la transición a la democracia en España. Desde entonces, la conquista de las libertades individuales fue avanzando porque la sociedad española estaba dispuesta a abrazar la tolerancia. Cuando en junio de 2021 la ley de eutanasia finalmente entró en vigor, contaba con el respaldo de la mayoría de los españoles. Representó todo un triunfo frente a las presiones de la Iglesia y la oposición de partidos de ultraderecha como Vox. Hoy me uno a las celebraciones de organizaciones como DMD, que en el tercer aniversario de esta ley también informan de la importancia de mejorarla y de resolver los obstáculos que los solicitantes encuentran a lo largo de tan duro proceso.

También, y a pesar del profundo dolor que siento por su pérdida, celebro que mi padre pudo despedirse como él lo deseaba: por medio de una muerte digna y muy dulce (Una muerte muy dulce es el título del libro que Simone de Beauvoir escribió sobre los últimos días de vida de su madre), que lo libró de un deterioro definitivo que para él era inaceptable. Mi padre vivió y murió libremente. Ganó la más primordial de las batallas.

*Tomado de El Nuevo Herald

Sunday, June 23, 2024

Film "Amigos" by Iván Acosta at Coral Gables Art Cinema

 


Description

FILM + Q&A with writer/director Iván Acosta and actor Ruben Rabasa, moderated by local filmmaker Gabriel de Varona.

 A Cuban refugee named Ramon (Ruben Rabasa) arrives in Miami after being in prison for years. Freed during the Mariel boatlift, Ramon is welcomed to Florida by his childhood friend Pablo (Reynaldo Medina). Pablo, now a successful car salesman with a comfortable life and a beautiful fiancée (Lucy Pereda), takes Ramon under his wing. As Ramon navigates his new life, Pablo helps him experience the American dream.

Upset by the negative depiction of "Marielitos" in Brian De Palma's Scarface (1983), Cuban writer/director Iván Acosta (El Super play) sought funding to make the first feature-length film made in the U.S. entirely by Cuban filmmakers, artists, technicians and actors. Amigos presents "the other face of Scarface" (Miami Herald) and was filmed on location in Miami, with additional scenes shot in Washington D.C., Union City, New Jersey, and New York City.

 "The Cuban community in Miami had a very negative attitude towards the new refugees. So, to me, it was very important to tell the human story of the "Marielitos." In Amigos, we aimed to do just that, in El Súper’s style. In El Súper, I had Roberto Amador Gonzalez expressing the Cuban exile experience of those days. In Amigos, I have Ramón Goizueta Fernández, telling the stories of many Cuban refugees who decided to leave everything behind, to escape through the Mariel boatlift. I wrote the script as a bittersweet comedy drama." —Iván Acosta

 Ruben Rabasa, who stars in Amigos, is also featured in the film Thelma, showing at Coral Gables Art Cinema June 21 to July 4.

 "A story of a Mariel refugee told with warmth and humor." — The Miami News