Tuesday, April 28, 2020

Ultimos días en La Habana*

Por Roberto Madrigal

Mi última semana en Cuba la pasé en el campamento El Mosquito. Utilizo la palabra campamento porque fue el eufemismo oficial que nadie cuestionó. Era, en realidad, un campo de concentración transicional para quienes iban a salir por el puerto del Mariel.
El Mosquito fue, en tiempos mejores, una finca propiedad de la familia Carbonell, quienes eran, entre otra cosas, los dueños de las plantaciones de henequén en Cuba. No sé qué hizo con ella el gobierno revolucionario tras intervenirla a principios de los sesenta, pero durante unos meses de 1980, se convirtió en la antesala de la salida para cientos de miles de cubanos. Una antesala incierta, porque muchos eran regresados a sus casas después de pasar un tiempo por allá, debido a “irregularidades en sus papeles” descubiertas a última hora, a pesar de que antes de llegar a El Mosquito ya habían sido procesados en el Círculo Militar Gerardo Abreu Fontán de la Playa de Marianao.
Tras echar un vistazo final al balcón de mi apartamento, adornado por manchas de huevos y tomates podridos explotados contra sus paredes y cristales, producto de los diarios (aunque en mi caso algo anémicos) mítines de repudio, y llegar de madrugada al Abreu Fontán, escapando de una turba organizada que nos daba la bienvenida con insultos y pedradas, una cuarenta y ocho horas después una guagua militar nos dejó, a mí y a un grupo de procesados que íbamos rumbo a Cayo Hueso, en El Mosquito.
Entré por una inmensa nave tipo almacén, en obediente y controlada fila, para llegar a unas mesas repletas de militares en las cuales uno presentaba sus papeles y era, una vez más, interrogado respecto a la fidelidad de los datos. El caos, la confusión y el ruido reinaban en esa nave. Me llevaron a un lado y me sometieron a un breve cacheo. No tuve muchos problemas pues yo solamente llevaba la ropa que tenía puesta. Vi que mucha gente trataba de pasar una prenda personal, una foto o un recuerdo, de los cuales, después de ser injuriados por atrevidos, eran despojados.
De ahí pasé a la “zona” que me tocaba. El campamento estaba dividido en varias de estas zonas, dominadas por unas carpas gigantescas y delimitadas por unas sogas. En cada parcelación ubicaban grupos humanos según la denominación oficial. En una estaban los “homosexuales”, en otra “los delincuentes”, en otra “las familias” y finalmente “los diplomáticos”, que consistía en los que se habían asilado en la embajada de Perú. Puede que hubiera otras divisiones, pero esas fueron las que pude notar. Por supuesto, me llevaron casi de la mano a la sección diplomática.
El contacto entre los habitantes de las distintas zonas estaba prohibido. Para salir de la zona a las letrinas, que se encontraban hacia el dienteperro casi a la orilla del mar, había que pedir permiso. La carpa que me tocó, tenía literas dobles capaces de albergar unas noventa personas, pero seríamos unos trescientos diplomáticos, una cifra bastante constante ya que si hoy salían dos, pues mañana llegaban dos y así. A las mujeres con niños y a las personas mayores les reservábamos las literas, el resto dormíamos a la intemperie.

Teníamos que alinearnos cada vez que hacían un llamado para llevarse gente hacia el Mariel. A la entrada de la zona había cinco o seis militares, casi todos tenientes, con listas de nombres que de repente gritaban: “¡Dame un par de diplomáticos!” y con ello comenzaba un ritual, tenso y horroroso, que ocurría dos o tres veces al día. Una vez formados en una fila que los gritos de los militares conminaban a que fuera bien recta, sin que nadie se saliera ni un centímetro, traían a otro militar con una bayoneta al cuello y sosteniendo a un furioso perro pastor alemán. El hombre caminaba, mientras el perro ladraba, con la punta de la bayoneta hacia la fila, haciendo un límite imaginario y cortando al que estuviera fuera de alineación.
Después, uno de los oficiales, siempre gritando, decía: “Pero yo no quiero que se vayan en orden” y entonces había dos alternativas. O él o uno de sus compinches apuntaban con el dedo a los escogidos, sin orden ni concierto, o sacaban a alguien de la fila y le pedían que escogiera a dos personas y si ellos aprobaban la selección, los tres se irían. Con ello no solamente aseguraban la humillación de los diplomáticos, sino que garantizaban la generalización del sentimiento de incertidumbre.
Por lo general, traían comida en cajitas, en una cantidad insuficiente para alimentar a toda la población. Situaban un centro de distribución cerca de las letrinas y llamaban a la gente a venir en fila, por zonas. Los diplomáticos éramos los últimos. Nunca cogí una cajita y en consecuencia perdí quince libras (tratar de salir de Cuba, en aquellos tiempos, era la mejor forma de perder peso).
Una noche anunciaron que se aproximaba un ciclón y evacuaron a todo el campamento, excepto a los diplomáticos. Recogieron la carpa y nos dejaron allí a la intemperie mientras los oficiales buscaban refugio en la nave de recepción. Por varias horas hubo mal tiempo, lluvia y ventolera, pero el ciclón nunca llegó y el resto de la población regresó temprano en la madrugada.
Por suerte para mí, me encontré con mi amigo Ricardo Oteiza (como hago este recuento de memoria y esta traiciona luego de tantos años, no estoy seguro si nos encontramos en el Abreu Fontán o en el propio Mosquito), con quien también fui compañero de espacio en el patio de la embajada de Perú. Al menos podíamos rumiar nuestras preocupaciones y dividir un poco el espanto. El último día de nuestra estancia, cuando por circunstancias azarosas éramos los dos primeros de la fila, el camarada teniente de turno pidió tres diplomáticos y escogieron a Ricardo y a dos más que estaban al final de la fila.
Finalmente, el 12 de mayo de 1980, me tocó agarrar la guagüita que me llevaría al puerto delMariel. Me montaron en un camaronero, el Cayman, con capacidad para veinte personas, pero en donde agolparon unas 260, la gran mayoría expresos comunes. Por mal tiempo nos retuvieron unas catorce horas en el puerto, sin bajarnos de las embarcaciones. Desde allí pude ver a Ricardo en la proa de otra embarcación atiborrada de gente. Otra docena de horas de espera más tarde y el Cayman zarpó en medio de un mar que metía miedo. No fue hasta la madrugada del 15 de mayo que llegué a una base militar en Cayo Hueso. Nunca más he regresado a la isla.
El Mosquito es un episodio tenebroso que no sé por qué no ha sido contado con más frecuencia y con la importancia que se merece, por el tratamiento humillante que se le dio a los que por allí pasaron, en la historia del éxodo de 1980.

*Tomado del blog Diletante sin causa por cortesía de su autor

Saturday, April 25, 2020

Nueva York va a (y viene de) la guerra*

Entrando 1898 la batalla decisiva de la guerra de Cuba se libraba en Nueva York: entre el Journal de William Randolph Hearst y el World de Joseph Pulitzer. A ver quién vendía más muertos: todos los días los despachaban por decenas a los neoyorquinos quienes no paraban de indignarse ante la pasividad de su gobierno. Y compraban más periódicos.
A Hearst le servía cualquier cosa. Si a una cubana sospechosa de llevar mensajes secretos a Nueva York la registraban discretamente unas damas en el barco el Journal la dibujaba desnuda y rodeada por tipos de aspecto siniestro: como en póster de película porno. Muda y en blanco y negro (la película, digo). Si un dentista cubano con ciudadanía norteamericana moría en una prisión en La Habana, el titular decía: “Norteamericano asesinado en prisión española”. Y así.
En enero de 1898 cubanos independentistas le proporcionaron al Journal una carta privada del embajador español en Washington donde afirmaba que el presidente McKinley era débil, populachero y politicastro. O sea, lo mismo que le dicen a Trump cada día. Públicamente. Hearst, tipo sensible, lo tituló “El peor insulto hecho a los Estados Unidos en toda su historia”.  Pero una carta privada no era suficiente para desencadenar una guerra… aunque sí para enviar a La Habana un acorazado a proteger los intereses norteamericanos, lo que en política norteamericana es el código para designar una expedición de pesca. De islas o de lo que se aparezca.
Días después de estar anclado frente a La Habana el acorazado Maine explotó matando a 261 tripulantes. Hearst no se puso a averiguar: el Journal afirmó “El acorazado Maine fue partido en dos por una máquina infernal secreta del enemigo”. Joseph Pulitzer, más medido, declaró que solo un loco creería que España había causado el hundimiento pero el titular de su periódico Fue: “Explosión del Maine causada por bomba o torpedo”. Descartando a los extraterrestres, no quedaban más sospechosos que los españoles.
Y Estados Unidos entró a la guerra que llamó “Hispano-Americana”. Como si los cubanos no llevaran tres años participando en aquella coproducción. Fue lo que John Hay, Secretario de Estado, llamó “una espléndida guerrita”. Para los norteamericanos. Para los españoles fue “el Desastre del 98”. En la batalla naval de Santiago de Cuba, celebrada el 3 de julio de 1898 la armada norteamericana hundió cinco buques españoles de seis y mató a 343 tripulantes mientras apenas tuvo que lamentar un muerto, un herido y algún que otro arañazo en el casco de sus buques a la hora de parquearlos. Lo que se dice una pelea de león a mono con el mono con coronavirus, si me permiten la contagiosa metáfora.  Dos días antes, los norteamericanos tuvieron la oportunidad de derramar su sangre en el combate más serio de la guerrita: el de la loma de San Juan donde murieron 144 norteamericanos y 114 españoles.
Al final de los 385 norteamericanos muertos en combate solo 12 provenían de Nueva York. Los fallecidos por enfermedades tropicales, en cambio, fueron miles. Es que los mosquitos cubanos eran mucho más mortíferos que las balas españolas. Afortunadamente, aquellas muertes de bala o fiebre amarilla no fueron en vano. La guerra tuvo consecuencias trascendentales como el famoso Cuba Libre, trago creado a partir de la Coca Cola de los invasores y el ron local.
Nueva York no salió ilesa de la guerra: a la esquina suroeste del Central Park le incrustaron un monumento a las víctimas del acorazado Maine donde todavía la gente coge sol y alimenta palomas. Y el barrio adyacente, famoso por su violencia, fue bautizado en honor a la batalla más sangrienta de la espléndida guerrita: San Juan Hill. Ahora esa zona ha cambiado de nombre y aspecto y la única violencia que se permite es el precio de sus alquileres, que no es poca cosa.
*Tomado de Nuestra Voz

Friday, April 24, 2020

La crisis del éxodo del Mariel y cómo enfrentamos el reto*


POR AIDA LEVITAN, PH.D.

Se les llamó “escoria,” “lumpen proletariado,” “antisociales”. Las Brigadas de Respuesta Rápida los golpearon, humillaron y escupieron antes de que dejaran Cuba en 1980.
El “pecado” de la generación del Mariel era el anhelo de vivir en libertad. El éxodo del Mariel se originó hace 40 años cuando un hombre estrelló un autobús contra los terrenos de la Embajada Peruana en La Habana, seguido de 10,000 cubanos que buscaron asilo al retirar Castro los guardias.
Como Directora de Asuntos Latinos de Metro-Dade, me reuní con los Subadministradores del Condado Tony Ojeda y Sergio Pereira y propuse crear Reenlace, una nueva coalición de grupos cubanos, para ayudar al personal gubernamental a procesar a los 10,000 cubanos. No nos imaginamos que el 20 de abril, Fidel Castro transformaría su crisis de relaciones públicas en un caos para EEUU al anunciar que los cubanos podrían abandonar la isla a través del Puerto de Mariel. Más de 125,000 llegaron a Miami entre el 21 de abril y el 31 de octubre.
Líderes como el Administrador y el Subadministrador del Condado, Merrett Stierheim y Sergio Pereira, y el Alcalde de Miami Maurice Ferré se enfrentaron con eficacia a la crisis. Stierheim organizó un procesamiento ordenado de refugiados en el Parque Tamiami. Yo activé Reenlace, y voluntarios cubanos acudieron en masa al parque. Donaron efectivo, ropa y, lo más valioso, su tiempo. Trabajábamos 20 horas al día y apenas dormíamos. Voluntarios como Siro del Castillo parecían vivir en el parque.
El ex Subadministrador de la Ciudad de Miami César Odio, lo resumió cuando dijo a NPR: “... me siento muy orgulloso de mi ciudad... nos ocupamos del problema. No teníamos gente viviendo en las calles como se ha dicho... las personas que llegaron de Mariel... tenían familias aquí... tenían casas esperándoles,... trabajos... y fueron absorbidos por la comunidad casi de inmediato”.
Muchos no cubanos de Miami y algunos exiliados cubanos vieron con sospecha a los que llegaron desde el Mariel. Aunque la gran mayoría eran personas decentes, aproximadamente 2,746 delincuentes endurecidos, así como personas con enfermedades mentales, habían sido añadidos, por la fuerza, a los barcos de cubanoamericanos que recogían a sus familiares. Este pequeño porcentaje del grupo y sus crímenes estigmatizaron a todos los exiliados cubanos, una imagen que reforzó la película “Scarface”.
Los exiliados de Mariel se convirtieron en empresarios, ejecutivos, artistas, periodistas y académicos. Nuestra escena cultural floreció. Carlos Alfonzo se hizo mundialmente famoso, con exhibiciones en el Museo Hirshhorn y el Museo de Arte de Miami. Otros artistas incluyeron a Laura Luna, Juan Boza, Eduardo Michaelsen, Andrés Valerio, Víctor Gómez, Luis Vega y Miguel Ordoqui. Escritores como el galardonado Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, los hermanos José, Juan y Nicolás Abreu Felippe, Roberto Valero, Luis de la Paz, Jesús Barquet y Mirta Ojito (ganadora del Premio Pulitzer) enriquecieron nuestra literatura.
En Miami triunfaron el periodista Andrés Reynaldo, el baterista de jazz Ignacio Berroa, la cantante de ópera Elizabeth Caballero y el productor de ballet Pedro Pablo Peña. En 1983 la revista Mariel se convirtió en un símbolo de esta aportación cultural. Como le dijo el poeta Reinaldo García-Ramos a Fabiola Santiago: “Llegamos con una necesidad desesperada de expresarnos... La libertad nos permitió convertirnos y Mariel fue el parto laborioso”.
Los disturbios raciales de la década de 1980, la llegada de tantos refugiados del Mariel y los delitos de drogas dañaron la imagen de Miami, y el 23 de noviembre de 1981 fue llamada “¿Paraíso Perdido?” en una historia de portada de Time.
Cuando el alcalde Ferré me nombró Directora de Información, me asignó la “Misión Imposible” de promover la ciudad como centro internacional de negocios. Enfrenté este reto creando giras de “Miami: Centro del Nuevo Mundo”, para directores de periódicos. Los invitamos a giras periodísticas serias, las cuales incluían reuniones con líderes en Liberty City, la Pequeña Habana, ejecutivos e intelectuales. Durante 10 años vinieron 1,500 periodistas, sin costo para la ciudad, y escribieron cientos de artículos positivos.
Líderes cubanos exiliados combatieron la injusta imagen negativa de los cubanoamericanos, así como los ataques de los partidarios de la ordenanza antibilingüe. En 1982, el urbanizador Armando Codina, el banquero Luis Botifoll, la líder de la publicidad Tere Zubizarreta, el ejecutivo del Herald Sam Verdeja y otros fundaron FACE (Facts About Cuban Exiles) para luchar contra los prejuicios y comunicar información precisa sobre los cubanoamericanos.
A pesar de las diversas crisis que enfrentamos los miamenses a principios de la década de 1980, triunfamos gracias a los líderes y voluntarios que se unieron para vencer los desafíos.
Algunos todavía usan el término “Marielito” para insultar a los cubanos que llegaron en 1980. Nada podría ser más injusto. El tiempo ha demostrado que la generación del Mariel hizo una transición exitosa de una sociedad totalitaria a una libre y ha contribuido de manera significativa al desarrollo de Miami.
Después de 40 años, nadie puede dudar de que merecen ser honrados y apreciados.
Aida Levitan, Ph.D. es presidenta de ArtesMiami, Inc., ex-presidenta de la Junta Directiva de FACE. Twitter: @aidalevitan.

*Tomado de El Nuevo Herald por cortesía de la autora.

Thursday, April 23, 2020

7 de abril de 1980: mi expulsión ignominiosa del Instituto Superior de Arte*

Por Carlos Molina
Carlos Molina, autor de este artículo, junto a Leo Brower
La tarde del 6 de abril recibí una llamada de un agente de la Seguridad del Estado, un tal “Igor” que  “me atendía”. Me dijo que ya sabían que yo estaba haciendo gestiones para salir del país y tenía que presentarme al siguiente día a las 8:00am, en la oficina del Decano de Música del Instituto Superior de Arte, Carlos Fariñas, quien me daría una carta de baja como profesor y fundador del departamento de guitarra desde 1976. Le expliqué que podía quedarme hasta el final del curso, ya que no tenía la fecha de salida todavía y que los alumnos se quedarían sin maestro. Me respondió que no importaba y que hiciera lo que me decía.

Unas semanas antes el violinista Evelio Tieles se me había acercado a preguntarme (con cara de dudas y el ceño fruncido) que “se decía que yo me quería ir del país”, que si eso era cierto. Le contesté que cómo iba a llevarse por lo que “se decía”. Apunté: “Mira, se dice que tu hermano es maricón y yo nunca le he hecho caso a eso”. Se marchó sin hablar más nada. Esto fue en los pasillos del Segundo piso del ISA.

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Desde hacía varios años me carteaba con el francés Robert Vidal, tratando de ir al Concurso de la Radio Francesa ORTF que él fundó en Paris. Siempre por una razón u otra, el gobierno cubano no aprobaba mi participación, a pesar de haber ganado el Premio en Cuba en 1970. En 1975, conocí a Vidal personalmente en el Festival Internacional de Esztergom donde compartíamos los desayunos y las comidas diarias con Abel Carlevaro. Ya en 1976, Vidal me volvió a escribir sobre el Festival Mundial de Guitarra que él dirigiría en Martinica del 26 de noviembre al 12 de diciembre de ese año.

Para lograr mi participación en Martinica, tuve la iniciativa de abordar y hablar personalmente con  Nicolás Guillén, presidente de la UNEAC. Guillén sabía que yo había obtenido el Primer Premio del Concurso UNEAC y que pertenecía a la directiva del Departamento de Música, presidido por Enrique González Mantici. Con posterioridad a la entrevista y, avalado por mi trayectoria guitarrística nacional e internacional en ese momento, mi gestión tuvo el éxito esperado…

Dicha trayectoria se puede resumir con los siguientes logros: la dedicatoria y estreno del Canticum de Leo Brouwer para mi graduación en 1968; mis múltiples conciertos en las más importantes salas de concierto de La Habana y en el resto de la nación; los conciertos con la Orquesta Sinfónica Nacional; la organización y dirección del Panorama de la Guitarra, primer festival de guitarra en la historia de Cuba en 1976 (8 conciertos celebrados en la Biblioteca Nacional, adonde participaron todos los guitarristas graduados en esos años); el lanzamiento y publicación en dicha biblioteca de la tesis sobre la Escuela Cubana de Guitarra; mi primera gira de conciertos por Hungría, incluyendo la Zeneakademia Kisterem de Budapest y otras cuatro ciudades; los conciertos en la Filarmonia de San Petersburgo y otras cinco ciudades de la URSS; los conciertos en Checoslovaquia en el Dum Umelcu, Dvrorak Hall de Praga y otras ciudades; el concierto representando a Cuba en el Interpodium BHS Festival de Bratislava, también en Checoslovaquia; la primera participación cubana en un festival internacional de guitarra, con concierto y clases magistrales en el Festival Internacional de Esztergom, Hungría, adonde conocí y compartí diariamente con Abel Carlevaro y Robert Vidal.

Ese trabajo profesional y el haber sido nombrado profesor inaugural del ISA junto Isaac Nicola y Leo Brouwer, llevó a Nicolás Guillén a escribir una recomendación al Ministerio de Cultura, la cual pudo lograr mi primer viaje a un país capitalista (conservo los tomos de la Obra Poética de Nicolás Guillén con la siguiente dedicatoria: “Para mi querido amigo Carlos Molina, marido de su guitarra. Como recuerdo de su admirador Nicolás Guillén, La Habana, Sept. 4/73”).

Como consecuencia de la gestión de Guillén asistí al Festival de Martinica. Allí disfruté de  conciertos de maestros como John Williams, Alirio Díaz, Leo Brouwer, Rodrigo Riera, Atahualpa Yupanqui, Paco Peña y Alberto Ponce. Con éste último recibí quince días de master clases diarias, (siendo el único que recibió ese privilegio). La oportunidad de perfeccionarme con el Maestro Alberto Ponce fue una ocasión única para mi carrera. Ponce era el profesor de L’École Normale de Paris, antiguo discípulo y asistente de Emilio Pujol y Primer Premio del concurso de la ORTF que organizaba Vidal por muchos años.

Durante mi estancia en el festival perfeccioné 17 piezas de Emilio Pujol bajo la tutela de Ponce. Tal fue el embullo y complacencia de este último, que me ofreció la posición de asistente de sus clases en París. En ese momento, con 30 años de edad, vi los cielos abiertos. Le advertí que en Cuba no se hacían las cosas tan fáciles, que debía de escribir una carta pidiéndome al Consejo Nacional de Cultura, el cual decidiría el asunto. Dado el prestigio de esa institución, partí con la ilusión y alegría desmesurada de un joven que aspiraba abrirse camino en el mundo profesional guitarrístico a nivel mundial.

Pasaron varios meses, hasta que un día en una recepción del Ministerio de Cultura, Harold Gramatges, a la sazón asesor del ministro Armando Hart Dávalos, con algunos tragos de más, se me acercó y me mencionó la carta de Ponce que el Ministerio había recibido. Yo me hice el sueco y me mostré sorprendido, a lo cual me dijo que la estaban considerando, pues Ponce le pedía al ministerio que yo fuera su asistente en París. Todo quedó así por el momento, y a los pocos días, tuve la llamada y visita del “agente Igor” para entrevistarse conmigo. Igor comenzó a citarme en casa de mis padres.

En la primera entrevista me dijo que estaban muy contentos del ofrecimiento y que sería muy bueno que se pudiera realizar. Claro, que el Departamento de Seguridad tendría que brindarme un “entrenamiento”, de manera que yo haría algunas funciones que ellos determinarían. Inmediatamente le expliqué que eso me ponía muy nervioso, que yo era un guitarrista y pensaba que no podría hacer otra cosa. Quedó pendiente una segunda entrevista para que yo lo pensara.

En la segunda entrevista Igor me reiteró que la Seguridad seguía muy interesada; que previamente a mi salida para trabajar con Ponce tendría que pasar un entrenamiento que ellos me darían, lo cual no me privaría de seguir con mi trabajo de la guitarra. La idea era que yo investigara al GATT (¿?).  Le repetí que no me creía adecuado para eso, que me ponía nervioso el sólo pensar en ello. Volvió a darme otra oportunidad con otra entrevista. Poco tiempo después me citó con una actitud molesta, precisándome si aceptaba la proposición del Departamento o no, a lo cual le dije que con esas condiciones, NO.

Tal y como me orientó Igor en su llamada el 6 de abril, al otro día fui a las 8:00 de la mañana a la oficina de Carlos Fariñas a pedir la carta de renuncia como profesor. Toqué la puerta de su oficina y lo vi agitado, llamando por teléfono sin parar. Me dijo que lo esperara afuera. Así hice, esperé y volví a tocar. No abrió la puerta. No fue hasta las 3:00 pm me autorizó a entrar. Me indicó que lo siguiera hasta el Aula Magna, donde siempre nos reuníamos con los alumnos. Fue entonces que di cuenta del plan que se estaba urdiendo.

Allí estaban presentes todos los estudiantes del plantel: la directora general del Instituto de apellido Santamaría (hermana de Aldo Santamaría, buscado internacionalmente por narcotráfico por la Interpol) y otros profesores que no recuerdo. La directora leyó públicamente un escrito largo en que se me acusaba de “traidor a la Patria”. Cuando terminó de leer, escuché la palabra “deshonrosamente”, repetida nuevamente; la misma palabra que en 1972, el entonces decano Roberto Valera había usado contra mí en una carta dándome de baja como estudiante del Nivel Superior de Música. Leía: Expulsado deshonrosamente por extravagancias que atentan contra la moral socialista.  Lo único que atiné a expresar fue: “¿Ya terminó?”.

Llegó entonces el momento de marcharme del lugar. Tenía la premonición de que me prepararían alguna encerrona luego de la renuncia, por lo que había parqueado mi Chevrolet ’58, apuntando a la salida de la calle que daba a la avenida, detrás de unos matorrales, de manera que no se pudiera ver. Salí a la escalera que daba al primer piso y cuando me asomé, vi una masa de gente abajo,  esperándome, algunos de ellos armados con palos.

Pensé bajar y enfrentarme a ellos. Pero, recapitulando, no lo hice. Conocía bien todos los recovecos del edificio y salí por un pasillo que daba a la cocina (recuerdo vívidamente la cara de asombro de un empleado que trabajaba al verme pasar). Salí al primer piso por la parte de atrás y agachado entré en mi auto. Cuando manejé hacia la salida que daba a la avenida principal me encontré dos automóbiles que me cerraban el paso: uno era de Karelia Escalante, hija de Juan Escalante, condenado años atrás en la llamada Microfracción junto a otros militantes del Partido Comunista, incluyendo a Ramón Calcines, padre de Evelio Tieles.

Dirigí mi auto decisivamente hacia los dos carros que me bloqueaban el paso y afortunadamente me abrieron camino. Salí a la avenida y pasé por la casa adonde vivía Flores Chaviano con su esposa Ana y su madre. Paré allí unos minutos y llamé por teléfono a Marisa, pidiéndole que vistiera a las niñas par irnos al Rovers Club en la calle Capdevila, al cual pertenecíamos desde hacía poco. Unos veinte minutos después las recogí y nos dirigimos al Rovers. Le expliqué cómo había sucedido todo y estuvimos allí hasta que cerraron el club tarde en la noche. Regresamos a casa con mucho temor. Todo el barrio estaba durmiendo.

Posteriormente, ya en Miami, supimos por boca de profesores como Mercy Soto y su esposo, profesor de Artes Plásticas del ISA, que las llamadas telefónicas de Fariñas habían sido para dar la orientación a todos los departamentos que llevaran a los alumnos a “repudiarme” en la reunión que  organizaron en el Aula Magna. Ese día trataron de conseguir unas guaguas para ir a mi casa a hacerme un acto de repudio, pero no pudieron por falta de gasolina, transportes rotos, etc.

Relataré más adelante todo lo concerniente al horrible “repudio” que nos hicieron injustamente del 3 al 13 de mayo, por orientación expresa y escrita de la Seguridad del Estado conjuntamente con los Comités de Defensa de la Revolución.


*Tomado de TuMiamiBlog

ROBERTO GONZÁLEZ ECHEVARRÍA GANA EL PREMIO NACIONAL “ENRIQUE ANDERSON IMBERT” 2020 DE LA ACADEMIA NORTEAMERICANA DE LA LENGUA ESPAÑOLA



NUEVA YORK (23 de abril de 2020).  El destacado catedrático, investigador y promotor cultural Roberto González Echevarría, Sterling Professor of Hispanic and Comparative Literature de la universidad de Yale, ha sido ganador de la edición 2020 del Premio Nacional “Enrique Anderson Imbert” de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

Este galardón –el más prestigioso que concede anualmente la ANLE desde 2012– tiene por finalidad reconocer la trayectoria de vida profesional de quienes han contribuido con sus estudios, trabajos y obras al conocimiento y difusión de la lengua, las letras y las culturas hispánicas en los Estados Unidos. El premio se concede anualmente a personas naturales o jurídicas residentes de los Estados Unidos y consta de un diploma, una placa artística y una medalla conmemorativa.

En esta oportunidad el jurado se inclinó, unánimemente, por conceder el premio a un destacado candidato por sus trabajos como especialista en literatura española del Siglo de Oro, literatura latinoamericana colonial y moderna, y literatura comparada, que han aportado trascendentales estudios, concretados en libros, artículos publicados en revistas de reconocido prestigio internacional, conferencias y cursos dictados en universidades de los Estados Unidos y varios países.

El jurado fundamentó su decisión en “sus destacadas contribuciones a las letras panhispánicas, concretadas tanto en una ejemplar trayectoria docente como en una labor erudita, crítica y de investigación literaria cuyo universal reconocimiento ha favorecido el desarrollo, expansión y profundización de los estudios hispánicos, la promoción de la lengua y la valoración social de la cultura hispánica en los Estados Unidos, a lo largo de una trayectoria que exhibe, además, una amplia gama de actividades de promoción cultural”.

En esta oportunidad, el jurado estuvo conformado por nueve miembros provenientes de la ANLE, de la ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española) y de instituciones socioeducativas y culturales panhispánicas tanto de los Estados Unidos como del ámbito internacional. El Director Honorario de la ANLE, Gerardo Piña-Rosales, declaró: “Nos enorgullece esta labor de un jurado que ha desarrollado una intensa labor para reconocer que, adicionalmente a los muchos premios y reconocimientos que este académico ha recibido durante su larga trayectoria, se destaca una dedicación a la enseñanza, investigación, producción académica y una variada gama de servicios profesionales culturales y artísticos, en distintos campos y áreas del conocimiento con el propósito de promover el saber y la cultura hispánica en los Estados Unidos, que se inserta con los propósitos de este premio”.

Barack Obama, presenta la Medalla Nacional de Humanidades a Roberto González Echevarría


A su vez, Carlos E. Paldao, Secretario del certamen, y actual Director de la ANLE, comentó: “Su labor docente, ejercida en prestigiosas universidades dentro y fuera de le región, no se ha limitado a las aulas sino que ha impartido cursos, seminarios y ciclos de conferencias en numerosas entidades y centros de estudios, entre las que se destaca las famosas DeVane Lectures sobre Cervantes, que constituyeron el germen de su teoría sobre el origen de la novela. Su labor docente ha servido de ejemplo e inspiración a varias generaciones de estudiosos, abocados como él a la profundización, promoción y difusión de los estudios hispánicos en los EE.UU.”

Por su parte, González Echevarría expresó: “Estoy profundamente agradecido de recibir este reconocimiento, porque viene de mis colegas, y porque siempre admiré a Enrique Anderson Imbert.  Era un hombre de vasta cultura, amplia erudición, certero juicio crítico y elegante prosa.  Me honra que mi nombre se asocie al de él”.

Los ganadores de las ediciones anteriores fueron: Elias Rivers, catedrático emérito de la Universidad del Estado de Nueva York (2012); Saúl Sosnowski, de la Universidad de Maryland (2013); Nicolás Kanellos, de la Universidad de Houston (2014); Manuel Durán Gili, catedrático emérito de la Universidad de Yale (2015); Raquel Chang-Rodríguez de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) juntamente con David T. Gies de la Universidad de Virginia (UVA) en 2016; Matías Montes Huidobro, profesor emérito de la Universidad de Hawái y afamado escritor (2017); Enrique Pupo-Walker, emérito Centennial Professor de Español y Portugués de Vanderbilt University, y Rolena Adorno, que ocupa una de las distinguidas Cátedras Sterling de Yale University (2018); y Enrique R. Lamadrid, profesor emérito de la University of New Mexico (2019).

Al igual que los galardonados en ediciones anteriores, con el premio a Roberto González Echevarría en esta edición del 2020, una vez más se hace presente la sostenida pujanza de los estudios panhispánicos en los Estados Unidos en los cuales la ANLE es actora y artífice.

Wednesday, April 22, 2020

LA GRAN REUNIÓN DE MÚSICOS EN LA HABANA*


FUE EL MAYOR ENCUENTRO DE MÚSICOS DE LA ISLA QUE SE RECUERDE Y SE LE CONOCIÓ COMO “50 AÑOS DE MÚSICA CUBANA”.

Por Rosa Marquetti y Tommy Meini

Eran en Estados Unidos y Europa los músicos cubanos más famosos y los que con su trabajo estaban defendiendo, no sólo la música cubana, sino también lo que hoy conocemos como música latina. Nunca antes a nadie se le había ocurrido agradecer públicamente a esos músicos por ser los verdaderos embajadores de la música cubana en muchos puntos del planeta. Pero 1957 parecía ser el año ideal para festejarlo y alguien muy creativo, con un impulso y capacidad competitiva, tuvo la feliz iniciativa de hacer posible la mayor reunión de reencuentro de músicos cubanos en su país que se recuerde: el evento 50 años de música cubana.

Gaspar Pumarejo (Santander, España, 1912 – San Juan, Puerto Rico, 1975), nombre de gran trascendencia para la historia de los medios de comunicación en América Latina, había logrado ascender con rapidez y audacia en Cuba, a donde llegó siendo niño. Trabajó en la radio y allí hizo de todo: cantó tangos, animó un programa que, por la simpatía natural siempre tan bien aprovechada, lo hizo muy popular en programas de Radio Salas, CMQ y otras, pero era ambicioso y consiguió transitar por cargos ejecutivos en el circuito CMQ, hasta que decidió crear su propia planta: Unión Radio.

En Cuba tiene dos records indiscutidos: la idea de crear Radio Reloj, una emisora que transmitía 24 horas dando noticias y el tiempo minuto a minuto, y la realización de la primera transmisión de televisión en Cuba y el desarrollo de CMBF-Canal 4 –o Unión Radio TV–, la primera estación de televisión en la isla, y la segunda en Latinoamérica. En 1957 era la cara visible del Canal 2, con una popularidad en ascenso, en medio de una verdadera guerra mediática entre los circuitos televisivos cubanos.

Gracias a la proverbial sagacidad de Pumarejo, el festival 50 años de música cubana y la presencia en Cuba de afamados músicos cubanos trabajando en el extranjero, surgió como una original iniciativa mediática, que no fue ajena a ningún medio de prensa en el país. En momentos en que Cuba era el centro del entretenimiento hemisférico, donde con mucha frecuencia el ambiente se estremecía por la presencia de alguna luminaria norteamericana, italiana o francesa, la llegada de estos músicos fue calificada por la revista Bohemia como un evento «llamado a convertirse en un hecho sorprendente, capaz de aventajar como impacto emotivo, la llegada a La Habana de Liberace y sus conciertos en el teatro Blanquita».

Detrás de la organización y producción del evento estaba Hogar Club, una especie de agencia bancaria por suscripción que se hacía pública a través del programa del mismo nombre con un sorteo televisivo que lideraba «El hombre del choripán» (así llamaban a Pumarejo, por su popular promoción de una marca de chorizos españoles), y que alcanzaba altos ratings de teleaudiencia. Las socias de Hogar Club tuvieron entrada preferente y gratuita al espectáculo.

Los invitados no tendrían de qué preocuparse: gastos de boletos aéreos y estancia en La Habana corrieron por cuenta de Hogar Club y Escuela de Televisión, las empresas de las que Pumarejo era presidente y director, respectivamente. Procedentes de distintas partes del mundo, llegarían cerca de cien invitados entre músicos, periodistas y otras personalidades para estar presente los días 23 y 24 de febrero en el Stadium del Cerro (hoy Estadio Latinoamericano, mejor conocido como El Latino), con capacidad entonces para 40.000 personas.

De Francia viajarían los hombres que habían mantenido allí latente la música cubana desde los años 30 hasta hoy: Filiberto Rico (clarinetista y director), Ruddy Castell (cantante y director), Raúl Raoul Zequeira (cantante y director), Antonio Picallo (cantante), Humberto Cobo (cantante), José Quintín Banderas José Bandera –el hijo del general mambí– (saxofonista), Leopoldo Picolino Junco (saxofonista), Rodolfo Jordán Fernández (saxofonista), Guillermo Fellove (trompetista), Luis Gody (pianista), Rogelio Barba (pianista), Aldo Jova (percusionista), Emilio Boza Bombón de Chocolate (percusionista), Rafael Ruiz (contrabajista), Nora Peñalver (bailarina), Johnny Álvarez (bailarín), Ramiro Arango (empresario) y Cirilo Alfonso Horta.

Invitados de Francia y España: Humberto Gelabert (1), Raúl Zequeira y su hijo Mario Raúl (2), Filiberto Rico (3), Leopoldo Junco (4), Abuelito (5), Olga Socarrás (6), Gilberto Valdés (9), Hilda de Carlo (10), Vilma Valdés (12), Luis Gody (14).

En Madrid se concentró un grupo muy nutrido, encabezado por Gilberto Valdés (director), Raúl de Castillo (cantante), Hilda de Carlo (cantante), Maño López (compositor, cantante y director), Candita Batista (cantante), la ex Mulata de Fuego Olga Socarrás (bailarina y cantante), Emma Frómeta (vedette), Vilma Valdés (vedette), Zenaida Manfugás (pianista), Miguel Ángel Portillo Abuelito (bongosero), Rafael Guillén (compositor), Juan Lugo Machín (hermano de Antonio Machín), Antonio García Robleda y el doctor Marino Barreto López. Viajaría también el español Manuel Aznar, director de Radio Madrid. Les recibió al pie de la escalerilla del avión, entre otros, el músico Humberto Gelabert, quien, como su pariente Raúl Zequeira, tuvo una orquesta en París, y por su condición también de militar en Cuba, pudo acceder a la pista del aeropuerto habanero.
Raúl Zequeira y su hijo Mario llegando a La Habana.
Encuentro durante el festival: Graciela (4), Vicentico Valdés (7), Aurelio Reinoso (8), Reinaldo Henríquez (9), Ricardo Díaz (10), Orlando Vallejo (13), Mario Bauzá (14), Giraldo Piloto Bea (15), Julio Becqué Jr. (16), Rosendo Ruiz Quevedo (17), Machito (18).
Credencial para invitados.
El grupo de Estados Unidos estuvo coordinado por el periodista José Babby Quintero. Entre invitados, periodistas y personalidades del mundo del music business: Mario Bauzá (trompetista y director musical), Frank Grillo Machito (cantante y director) y Graciela Pérez Grillo (cantante) –el trío de oro de Machito y sus Afrocubans, la orquesta cubana por excelencia en los años 40 y 50 en Estados Unidos–, el afamado Arsenio Rodríguez (tresero, compositor y director), Alberto Socarrás (flautista y director), Pedro Vía (trompetista y director), Emilio de los Reyes (saxofonista y director), Al Castellanos (saxofonista y director), Germán Lebatard (saxofonista), Lázaro Quintero (clarinetista y director), René de la Rosa (trompetista), René Hernández (pianista, arreglista y director), René Touzet (pianista, compositor y director), José Curbelo (pianista y director).
Invitados de Estados Unidos: Antar Daly (1), Lázaro Quintero (6), Carmelina Delfín (8), Nilo Sierra (10), René Hernández (11), Arsenio Rodríguez (13), Gilberto Ayala (15), Vicentico Valdés (16), Graciela (17), Norma Festa Calvet (18), Óscar Calvet (19), Carlos Spaventa (20), Emilio Reyes (21), Alberto Socarrás (23), Chino Pozo (25), Mario Bauzá (26), Machito (27), Tito Puente (28), Félix Soloni (29), Gilberto Supervielle (31), Chiquito Socarrás (32), Osvaldo Alén (35), Pedro Vía (36), Freddy Alonso (37), Wilfredo Ellis (38), Roberto Vázquez (41).


También Enrique Avilés (pianista y director), Ferdinand Freddy Alonso Legido (pianista y director), Gilberto Ayala (pianista), José Mora (pianista), Francisco Pancho Cárdenas (pianista), Osvaldo Alén (pianista), Aída Robles (pianista), Óscar Calvet (pianista) –y su sobrina Norma Calvet–, Carmelina Delfín (pianista y compositora), Nilo Sierra (contrabajista), Argelio Curbelo (contrabajista), Antar Daly (cantante y compositor), Vicentico Valdés (cantante), Guillermo Pérez Macucho (cantante), José Chiquito Socarrás (cantante), Gilberto Supervielle Nafia (cantante), Nina Franco (cantante), Antonio Tony Escollies (bongosero), Francisco Chino Pozo (bongosero), Frank Ugarte (secretario del Gremio de Músicos de Nueva York), Héctor Sánchez, Antonio García, Fabio Valdés, Yolanda Segurola y Norberto González. De la Orquesta Oriental Cubana, Cresencio Gutiérrez (director), Roberto Tata Vázquez (trombonista) y Eugenio Vázquez (manager). Y dos futuros fundadores de la Orquesta Novel: Wilfredo Willy Ellis (pianista) y Eddy Rodríguez (cantante y arreglista).

Desde Nueva York viajaron tres invitados no cubanos: los boricuas Tito Puente (timbalero y director) y Catalino Rolón (promotor musical), y el argentino Carlos Spaventa (cantante). Completaron la lista los periodistas Gonzalo de Palacio, Félix Soloni, José Babby Quintero, Miguel Ángel Ruiz del Vizo y Gregorio Goyito del Vignau (también pianista y director de una charanga en Nueva York). El nutrido grupo de Estados Unidos viajaría en dos vuelos de la aerolínea Cubana de Aviación, el martes 19 y el sábado 23.

De México harían el viaje Miguel Ángel Pazos (pianista y director), Pedro Luis Santos Carbó (director), Everardo Ordaz (pianista), Gilberto Urquiza (guitarrista y director); completando la lista de nombres Nina Cassola, Paco González y Adolfo González. Desde Venezuela, Kiko Mendive (cantante) y Manolo Monterrey (cantante). Desde Costa Rica, Benito Beltrán; y de la lejana Turquía, el muy conocido Don Marino Barreto (pianista y director).

Compromisos de trabajo ineludibles parecen haber sido la causa de la ausencia de otros tres importantes invitados: Miguelito Valdés (cantante) y Alberto Iznaga (violinista, saxofonista y director) desde Nueva York, y Antonio Machín (cantante) desde Madrid.

Evento durante el festival: Raúl del Castillo (1), Vicentico Valdés (2), Graciela (3), Gilberto Valdés (5), Rita Montaner (12), Tito Puente (13).
Encuentro durante el festival: Orlando Vallejo (1), Rolando Gómez (2), Tito Puente (3), Ricardo Cachaldora (4), Julio Becqué Jr. (5), Machito (6), Vicentico Valdés (7), Luis Yáñez (8).


Aunque no aparecen en las fotos que hemos podido obtener, algunas fuentes no verificadas indican la posibilidad que otros músicos que trabajaban fuera de Cuba y estaba en ese momento en la isla, se hayan unido ya en La Habana al homenaje, como el trío Hermanos Rigual, Xiomara Alfaro, las rumberas Amalia Aguilar, Ninón Sevilla y otros.

Pumarejo había dispuesto que a la llegada de cada vuelo, las cámaras del Canal 2 estuviesen en el aeropuerto de Rancho Boyeros para captar las incidencias de la llegada y transmitir por control remoto el gran recibimiento que se les había preparado. El primer grupo llegó de Europa el lunes 18, pero los equipos presentaron problemas técnicos y la llegada no pudo ser transmitida, lo que Pumarejo solventó presentando el día siguiente a cada uno de los cubanos “europeos” en su programa Escuela de Televisión.

El espectáculo artístico del festival estaría dirigido por Roderico Neyra, Rodney, el mítico productor de los fabulosos shows de Sans Soucí y Tropicana. Rodney llevaría al escenario especialmente montado en el Stadium para la ocasión, cuatro fastuosas producciones de Tropicana: Estampas del pasado, para presentar los ritmos y géneros tradicionales cubano como el son, danzón, danzonete, sucu-sucu y campesino; Evocación, con selecciones de las figuras femeninas de las grandes zarzuelas cubanas: Cecilia Valdés, Amalia Batista, Lola Cruz, María Belén Chacón, Soledad, Rosa La China, y María La O; Pregones con los más notables temas inspirados por los vendedores callejeros, y Música negra, con los mejores temas afrocubanos. La producción para televisión estuvo a cargo de Héctor Beltrán.

Reunión en el Palacio Capitanes Generales: Rafael Ruiz (4), Rafael Hernández (5), Toberto Vázquez (6), Vicentico Valdés (8), Mario Bauzá (11), Abuelito (12), Gilberto Valdés (20), Chino Pozo (26), René Touzet (28), Freddy Alonso (29), Machito (30), Raúl Zequeira (31), Wilfredo Ellis (32), Arsenio Rodríguez (33), Israel Travieso (34), Gilberto Supervielle (35), Eddy Rodríguez (37), Gaspar Pumarejo (39), Norma Calvet (41), Óscar Calvet (43), Graciela (45), Carlos Spaventa (48).


Lucho Gatica, que por esos días se presentaba en Cuba y estremecía la radio, la televisión, los cabarets y teatros habaneros, y era considerado por la prensa como «el mejor cancionero de habla hispana», cantó en el show y con él Pumarejo volvió a pulsar los hilos de la emoción en el público, algo que tan bien se le daba siempre: había hecho traer desde Chile a la madre y a la hermana del cantante, quien recibió la sorpresa directamente sobre el escenario y ante las cámaras. En el espectáculo, los actores María Brenes y Otto Sirgo fueron coronados como Reyes de la Televisión 1957, como ya venía siendo tradicional desde que apareció la televisión en Cuba.

Al parecer, los músicos invitados recibieron el homenaje que sus colegas cubanos le ofrecían sobre el escenario, aunque algunos aparecieron en otros espacios de radio o televisión, como el Show de la Medianoche, que patrocinaba la revista Show. Allí acudieron Gilberto Valdés, Pancho Cárdenas, Raúl del Castillo, Humberto Cobo, Olga Socarrás, Vilma Valdés, Emma Frómeta, Johnny Álvarez, Miguel Portillo Abuelito, Zenaida Manfugás, Ruddy Castell, Hilda de Carlo y otros.

Los músicos cubanos invitados recibieron muchas muestras de simpatía y gratitud. El Alcalde de la Habana los recibió en el Palacio de los Capitanes Generales; los hijos y descendientes de veteranos mambises, reunidos en asociación, honraron al músico José Quintín Bandera y también a Gaspar Pumarejo por la iniciativa. Pero ellos eran músicos y se sucedieron algunos encuentros con colegas y amigos, como los que organizaron con algunos de los compositores e intérpretes del feeling, donde la música no faltó. Muchos aprovecharon para los deseados encuentros familiares y también para tomar el pulso a la música y el show bussiness en la Cuba de 1957, viviendo de nuevo la noche habanera.
Pumarejo se anotaría otro punto en su ascendente carrera en la televisión cubana y la de sus empresas. Y los músicos regresarían felices a seguir gozando, haciendo música cubana por el mundo.


Tuesday, April 21, 2020

El Mariel: la historia no contada

Por Rolando Morelli
Entre las innumerables conmemoraciones y eventos, bien descarrilados o forzados a la posposición por causa de la pandemia del virus de Wuhan, cuyos estragos enfrentamos, ha debido aplazarse la celebración de numerosos programas relacionados con la conmemoración del cuarenta aniversario del “fenómeno” Mariel.
Entre las actividades previstas podríamos citar el lanzamiento del Dossier Carlos Victoria, a cargo de las Ediciones La gota de agua, que será presentado en fecha aún no determinada durante “Los viernes de tertulia” que conduce el escritor, poeta y periodista Luis de la Paz en la sede del ballet de Miami; la puesta en escena de la obra “¡Sin quejas ni lamentaciones!” de Rolando Morelli, autor de estas líneas, en el “American Museum of the Cuban Diaspora”, también en Miami, y varias lecturas de poemas y relatos en el mismo escenario miamense.
Es natural que todas estas celebraciones coincidan en un mismo ámbito, puesto que en él residen el mayor número de cubanos del exilio, entre ellos, muchos de los llamados “marielitos” de ayer. Por iguales o parecidas causas, me parece, cuando se habla de los sucesos del Mariel en su origen, las referencias a lo ocurrido se constriñen a la capital de Cuba, donde concurren como en un embudo todos los puntos de la geografía nacional. Afirmar esto es reconocer un hecho no demasiado nuevo, pero “ignorado” en su significación.
Ya en mi temprana juventud decíamos sin reparar mientes en la implicación del fenómeno: “todo lo que no es La Habana es césped” a lo que algunos agregaban “sin recortar”. Posiblemente hubiera otras variantes de esta declaración. En fin, que nuestra capital terminaría por “no aguantar más” y reventar por las costuras. En realidad, mucho antes de que Juan Formell se hiciera eco del fenómeno, ya la ciudad de La Habana había llegado a un tope de superpoblación en el que mucha gente no tenía donde vivir, y se las arreglaba peor que otros a quienes la categoría de estar mal les quedaba corta. Los orientales no eran todavía “los palestinos” que llegarían a ser menos de  una década después, pero eran ya los pre-apestados “invasores” que “se querían coger la Habana para ellos solos”, expresión ésta que circulaba entonces, como se afianzó decir después y ha sido moneda de cambio de las autoridades para justificar el decreto por el cual a los no nacidos en La Habana, salvo excepciones conocidas y otras toleradas por los mismos, no se les permite residir en la capital.
Observo que, en mi condición de “provinciano”, nunca conseguí establecerme en La Habana por más gestiones que hice, y debí conformarme con verdaderas escapadas de fines de semana y durante períodos vacacionales en los que, generalmente, me hospedaba con parientes, amigos cercanos nacidos y residentes en la capital, o en hoteluchos de mala muerte, como el desaparecido San Carlos, que no estaban en capacidad de alojar viajeros internacionales. Aun así, era preciso disponer de alguna “justificación” que se estimara legítima para ocupar una habitación de esta categoría ínfima, y las visitas a las casas de parientes o amigos, eran fiscalizadas abierta o encubiertamente por los Comités de Defensa de la Revolución”.
¿Quiénes éramos? ¿Qué buscábamos o hacíamos en la capital? ¿Qué relación nos unía a nuestros anfitriones? Las interrogantes lo mismo se dirigían a quienes nos alojaban como a nosotros mismos. Vivíamos la asfixia, pero creíamos respirar. Algunos de estos procedimientos se nos antojaban incluso algo “normal”. ¡La Habana era después de todo La Habana! El interior del país era aún peor. La camisa de fuerza menos disimulada. Sí, Cuba era dos repúblicas o muchas a la vez. Y no es lo mismo la capital que el interior. En esencia esto no ha cambiado.
Es mucho más fácil represaliar y oprimir con absoluta impunidad a la población que no cuenta con la atención de posibles ojos y oídos de cuerpos diplomáticos e incluso de algún visitante extranjero. La capital es la cabeza del país (algo más parecido a una cabeza olmeca que a una cabeza de tamaño natural) sostenida sobre un cuerpecito de alfeñique al que se le propinan toda suerte de palizas. Un cuerpo lleno de mataduras, al que se azota para que no se eche al suelo.
Muchos de quienes salieron por el Mariel, procedían del interior del país, bien porque se hubiesen asentado antes del Decreto-Ley que vino después, bien porque se arriesgaron a hacer antes que la del Mariel-Cayo Hueso, la travesía terrible que en muchos casos fue llegar de sus respectivas provincias a La Habana. Poco se ha hablado, creo, de esos desplazamientos y de la suerte corrida en muchos casos por quienes se jugaron todo al albur de la suerte para llegar, antes a La Habana, y después, al exilio.
Durante una visita que hice a mis padres, dieciséis años después de haber salido (cuando me lo permitió el estado cubano apremiado por la necesidad de divisas) se me acercó una señora a quien conocía, a preguntarme ansiosamente por el destino de su hijo —dando por sentado que yo podría saberlo— que había sido detenido en mayo de 1980 antes de llegar a La Habana por las autoridades castristas, devuelto a su residencia donde lo esperaban ya hordas de supuestos vecinos y otros indignados pobladores para propinarle un acto de repudio, el cual había desaparecido finalmente sin dejar rastro, luego de un segundo intento de “deserción” de su parte. El “delito” cometido por esta persona, que había merecido el primer acto de repudio sufrido por él y su familia, se resumía en haberse “marchado subrepticiamente” en dirección a la capital para escapar de Cuba, cuando ninguno lo esperaría de él “un muerto de hambre” según decían, que “debería estarle agradecido a la Revolución y a Fidel por haberlo hecho persona”. Luego del primer “acto de repudio”, (siempre orquestados por el estado cubano) otros le sucedieron contra la residencia del individuo que vivía con su familia, de manera que una madrugada éste se arriesgó a salir a escondidas e intentar nuevamente llegar a La Habana, donde con mejor suerte se presentaría en uno de los lugares conocidos de “recogida de la escoria”. Lo que ocurrió durante este segundo intento, nadie lo sabe, o tal vez lo sepan algunos que no lo han declarado nunca a la señora, que vivía aún hace unos años, y aún procuraba saberlo.
Esta anécdota es sólo una muestra de lo que ocurría al interior de Cuba por esos días del año 1980.
Algún que otro recuento del Mariel corresponde a personas al interior de Cuba, como el que procede de Guillermo Hernández, en su libro Memorias de un joven que nació en enero (Editorial Persona, ed. Yara González Montes y Matías Montes Huidobro, 1991). Guillermo era natural de Santa Clara. Entre los años 1975 y 1979 cursó estudios en la “Escuela de Letras” de la Universidad de La Habana, y al tiempo que enseñaba literatura en una escuela secundaria de la propia ciudad, matriculó la carrera de derecho. Algo en él se iba manifestando cada vez más pronunciada y abiertamente contra la opresión reinante, realización ésta que lo que lo había llevado en primer lugar a matricular derecho, en un acto “de ingenuidad jurídica”, según afirmación que le oí alguna vez.
Según su testimonio gráfico no logró concluir la carrera de abogado que se había propuesto terminar, pues fue expulsado de la Universidad de La Habana, la noche del 24 de febrero de 1980 en medio de una reunión convocada aparentemente con otro propósito, en realidad con la intención de expulsarlos a él y a un número de otros estudiantes integrados a las “Facultades de Letras y Leyes” respectivamente, acusados del crimen de “diversionismo ideológico”.
En testimonio personal a este autor, Guillermo resaltaba la nocturnidad y alevosía de la encerrona. Expulsados él y sus compañeros de infortunio ante una asamblea vociferante y amenazadora, les fue informado que las autoridades “competentes” ya habían sido notificadas de la separación académica, a fin de que se tomaran otras medidas pertinentes.
Por la misma causa, Guillermo quedó cesante en su empleo como profesor de enseñanza secundaria. Sin otras avenidas por delante de él, regresó a la casa de sus padres en Villa Clara, donde estos lo aguardaban ansiosamente. Temeroso de que le fuera aplicada de un momento a otro la imprevisible “Ley contra la peligrosidad” (suerte de espada de Damocles pendiente sobre la cabeza de cualquiera), o la llamada “ley contra la vagancia” por hallarse desempleado, se mantuvo en su casa, vigilado de cerca por la Seguridad del Estado e incapacitado para continuar una vida más o menos normal. Naturalmente, cuando en los primeros días de abril de ese mismo año llegaron hasta él, en un oscuro rincón de provincias, las noticias de lo ocurrido en la Embajada del Perú y el consiguiente éxodo del Mariel, contempló de inmediato y manifestó eventualmente su intención de acogerse a esa válvula liberadora.
El procedimiento para acceder a esta espita milagrosa, sin embargo, no era simple cuestión de trámite. Después de informar, según se requería, al Comité de Defensa de la Revolución de su intención de sumarse al éxodo, aguardó a que le fuera autorizado emprender la tramitación correspondiente. A la espera de una respuesta se hallaba al interior de su casa, cuando la noche del nueve de mayo se presentó una turba de individuos armados con varillas de acero (cabillas), machetes y toda clase de instrumentos persuasivos, queriendo derribar puertas y ventanas del inmueble. Caídos en la cuenta de lo que aquello significaba, los ocupantes se precipitaron a reforzar desde dentro las posibles entradas, con tablas, muebles y cuanto obstáculo fuera concebible anteponerles. Guillermo contó alguna vez, con extremo de detalles, lo que sufrieron él y sus padres y hermano durante el tiempo que se prolongó el encierro ante la indiferencia de la policía local, a la que acudieron en algún momento propicio, en busca de protección. “Ellos nada podían hacer ni querían hacer para protegerlos de nada”, fue la respuesta. “La indignación del pueblo revolucionario contra los traidores y apátridas como ellos” no iba a ser contenida por las fuerzas del orden revolucionario.
El testimonio de lo sucedido con posterioridad, en el que no abundaré aquí, da cuenta de una paliza sufrida por el propio Guillermo, su padre y su hermano, forzados a procurar “una baja de empleo” como prerrequisito para emprender el trámite formal de salida del país, y la retención posterior de tres largos años sufrida por ambos padres con posterioridad a la salida del propio Guillermo y su hermano por el puerto del Mariel.
En un par de ocasiones intercambiamos notas Guillermo y yo sobre nuestros respectivos avatares que nos condujeron de las provincias respectivas en las que por entonces residíamos, a la capital, y de allí a Cayo Hueso. No me extenderé aquí en el relato de mis propias experiencias, sin embargo, mencionaré de pasada otro testimonio “de provincias” que recoge, con el trazo escueto característico de su escritura, la ferocidad de los “actos de repudio” durante los días “del Mariel”. Se trata del testimonio que corresponde a mi coterráneo y colega, el escritor Carlos Victoria, por entonces residente en la ciudad de Camagüey, que se recoge en el número conmemorativo del éxodo, de que hablé al comienzo. He aquí un brevísimo resumen de ese testimonio:
“(…) Ver a Cuba metida en esa fiebre donde se desataron los instintos más bajos (…); ver por primera vez la posibilidad real de una fuga, de iniciar una vida que se pareciera a lo que yo vagamente entendía que debía serlo, me despertó un instinto que tenía por muerto. El instinto del cambio. Tal vez el más riesgoso y el más preciado de todos los instintos. (…) Hoy recuerdo solamente detalles de aquellos días enloquecidos. Hay cosas que uno olvida, también por instinto. Y han transcurrido (muchos) años.
Recuerdo, como en una neblina, los actos de repudio, con sus golpizas y sus escupitajos (mi madre recibió uno en la mejilla), sus huevos y sus piedras lanzados con furor. (…) La violencia mezclada con la farsa.”
El verdadero perfil de esos días de abril a junio de 1980, no se concibe de manera integral si no se incorporan al registro existente incontables testimonios que corresponden a lo ocurrido en ciudades capitales de provincia y ciudades, pueblos y villorios del interior del país, esa Cuba profunda que si desemboca en nuestra capital es sólo por un cuentagotas cuyo contenido se vierte en la boca de un embudo. Si nuestra querida Habana es un horror sin cuento, el interior de Cuba ha sido desde hace mucho tiempo “el horror mismo” de un sistema que busca lavarse el rostro de cara a la galería internacional, siempre “sin salir del asfalto”.