Sunday, February 25, 2018

Hardman Hall o de cómo se inventa una guerra

Por Enrique Del Risco

Uno de los sitios que con más frecuencia usaron los exiliados cubanos en Nueva York para sus actos patrióticos fue el Hardman Hall situado en los números 138-140 de la Quinta Avenida. El Hardman Hall un salón creado por una famosa fábrica de pianos para exhibir sus productos y promoverlos a través de conciertos tal y como ocurría con otros locales usados por el exilio cubano como el Chickering Hall y el Steinway Hall. Allí Martí habló “en no menos de doce ocasiones entre 1889 y 1893” según el investigador Enrique López Mesa. La mayoría de estos eventos se daban en ocasión de fechas patrióticas como la del 10 de octubre cuya conmemoración tuvo por sede el Hardman Hall en los años 1889, 1890, 1891 y 1892. Pero ninguno de ellos fue más importante para el futuro de la historia cubana que el de 1891. No tanto por el contenido del discurso en sí sino por las circunstancias en que se dio y por la cadena de hechos que de él se derivaron.  
El 10 de octubre de 1891 pudo haber sido una fecha más en el calendario patriótico del exilio cubano de Nueva York. Ese día se celebraba el 23 aniversario del inicio de la primera guerra de independencia cubana sin que el estado de cosas en Cuba o en el exilio presagiase la proximidad de la guerra definitiva por la que año tras año se clamaba por esas fechas. No contando siquiera con la superstición de los números redondos poco se podía esperar. Lo cierto es que ese día sin que nadie lo pudiera constatar se inició el proceso que llevaría a la creación del Partido Revolucionario Cubano, dirigido por Martí y de ahí a la preparación y arranque de la guerra que anualmente se anunciaba como inevitable.
En su libro José Martí: letras y huellas desconocidas el estudioso Carlos Ripoll da una convincente versión de lo que debió suceder aquella noche. Contrariamente a lo que la mayoría de los historiadores da a entender, (aunque sin atreverse a afirmarlo directamente), a inicios de la década de los 90 el exilio cubano no era precisamente un hervidero de entusiasmo ni Martí su líder indiscutible. A principios de 1891 sólo se mantenía activo en Nueva York el club “Los Independientes”, fundado en Brooklyn tres años antes. El propósito de esta organización se reducía a recaudar fondos para cuando pudiera iniciarse una acción militar contra España. Sin embargo, los modestos trabajos de ese grupo separatista lograron atraer la atención del diario The New York Herald. Allí, con el objeto de alarmar a España y forzarla a respaldar acuerdos comerciales que le convenían al Ministro de Estado norteamericano, James G. Blaine, fue publicado un extenso artículo en el que se daba mayor importancia de la que en realidad tenían a las actividades revolucionarias de los cubanos. En la edición dominical del 13 de septiembre salió bajo estos titulares: “Cuba Determined to be Free from Spain; The Cuban Colony in this City Raising Funds and Preparing for Another Revolution” (Ripoll.1976.101). 
“La colonia cubana en esta ciudad —declaraba el artículo— no es grande. No es rica colectivamente ni es tan influyente como las colonias de otras naciones extranjeras pero es más unida que cualquier otra colonia extranjera a excepción, quizás, de la china, y es más fervorosamente patriótica”. 
El artículo daba por hecho el estallido inminente de una nueva guerra por la independencia. Exageraba, entre otras cosas, el número de miembros del club elevándolos a “dos millares de miembros juramentados para empuñar las armas en cuanto empezara otra insurrección en Cuba”.
En principio los representantes españoles en los Estados Unidos no le dieron importancia a tales declaraciones. El embajador español en Washington, al tanto de los movimientos de los emigrados cubanos comentaba a las autoridades de Madrid: “… La maravillosa facultad creativa de los Yankees ha convertido la caja del club en una manigua y ha hecho de cada dollar un filibustero”(103). En cambio, la reacción de la comunidad exiliada fue muy diferente: deseaba creer en los avances de los trabajos conspirativos y en la inminencia de la guerra que conseguiría la independencia para Cuba. Por ello acudió en masa al acto en el Hardman Hall. “Hacía años que no se lograba reunir a tantos cubanos en una fiesta patriótica. Entre los oradores se encontraban Gonzalo de Quesada, Rafael de Castro Palomino y Rafael Serra, presidente la SociedadProtectora de la Instrucción La Liga. El discurso que cerraba la noche estuvo a cargo de Martí.
Artículo sobre el evento en Hardman Hall
La celebración de discursos en Nueva York se había convertido, como habíamos dicho, en una suerte de rutina patriótica del exilio cubano neoyorquino y a Martí en su principal oficiante. Sin embargo Martí se cuidó de convertir esta ocasión recurrente en ejercicio gratuito de retórica y, lejos desmentir los rumores sobre los supuestos preparativos de guerra desde el inicio del discurso dio a entender –oscuramente- que los rumores que lo dicho en el artículo del New York Herald el mes anterior era cierto.

Venimos a caballo como el año pasado, a anunciar que al caballo le ha ido bien; que las jornadas que se andan en la sombra son también jornadas; […] que no es la hora todavía de soltarle el freno a la cabalgadura, pero que la cincha se la hemos puesto ya, y la venda se la hemos quitado ya, y la silla se la vamos a poner […] ¡A caballo venimos este año, lo mismo que el pasado, sólo que esta caballería anda por donde se vence, y por donde no la oye andar el enemigo! [Los subrayados son míos]
En el informe que hizo del discurso un espía al servicio de España hizo notar una “particularidad notable”: “No se insultó a España ni a sus hijos, y se mencionó entre aplausos y vivas el de los españoles liberales y honrados que han perecido por el derecho, la justicia y la libertad de América”.
Como si quisiera reforzar la impresión de que los preparativos para la guerra se hallaban muy avanzados al día siguiente de su discurso Martí dio un paso cargado de dramatismo: presentar la renuncia a sus puestos consulares de las repúblicas de Argentina, Paraguay y Uruguay en la ciudad. Ciertamente sus declaraciones en el discurso eran incompatibles con su condición de representante de un país que tenía relaciones con España pero no es menos cierto que no era la primera vez que Martí pronunciaba discursos de este cariz siendo representante consular. Dicho gesto le daba un peso adicional a su discurso. Si Martí estaba dispuesto a renunciar a un consulado por un discurso ¿qué no estaría dispuesto a hacer por la libertad de Cuba? Al margen de cualquier especulación lo cierto es que tanto el discurso como las renuncias fueron eficaces a la hora de atraer la atención tanto de las autoridades españolas como del exilio cubano. Enrique Trujillo, contemporáneo suyo, comentaba en 1896 que “la determinación del señor Martí le llenó de admiradores y su acción fue comentada favorablemente y repercutida [sic] en Cuba, en la América Latina y hasta en España”. (Ripoll.1976.111)
 El éxito oratorio junto a su renuncia a su condición de cónsul múltiple (retendría el de cónsul uruguayo por un tiempo más) agrandó la figura de Martí ante los ojos del resto de los emigrados del país. Al mes siguiente fue invitado a hablar en Tampa donde tuvo un éxito apoteósico gracias a dos de sus más memorables discursos, pronunciados en noches consecutivas: “Con todos y para el bien de todos” (26 de noviembre) y “Los pinos nuevos” (27 de noviembre). Poco después viajó invitado a Cayo Hueso con resultado similar. A su regreso a Nueva York de su viaje a Cayo Hueso Martí se había convertido en líder indiscutible del exilio en Estados Unidos. Al año siguiente se fundaría el Partido Revolucionario Cubano encargado de organizar la guerra.
No pretendo sugerir aquí que el liderazgo de Martí, la creación del Partido Revolucionario Cubano y la organización de la última guerra de independencia cubana fuera solo el resultado de una de las tantas exageraciones en que incurre la práctica periodística y de su manipulación por parte del cubano. Al insistir en las circunstancias que rodearon estos hechos sólo intento subrayar la contingencia de un proceso histórico al que generalmente se le ha dado una explicación providencial, mítica. El entusiasmo despertado por el fantasioso artículo del The New York Herald se habría disipado en los meses siguientes si Martí no se hubiera estado preparando desde hacía tiempo para aprovechar, inflar y, sobre todo, darle sentido a la primera circunstancia favorable una vez que se presentase.

El Hardman Hall se trasladó años después a otro edificio en el 433 Fifth Avenue pero en el 138 de la Quinta Avenida, queda, tras varias modificaciones el edificio donde se conjuraron las circunstancias para convertir un discurso en el germen de la última guerra de independencia cubana.

138 Fifh Ave., Nueva York, Foto del autor



Wednesday, February 21, 2018

Penitencia y Delirio

Por Luis F. Brizuela Cruz
Se mueren las generaciones más viejas, se diluyen los recuerdos en las siguientes y se desconoce la historia en las actuales. La nuestra es una penitencia perpetua, pero envuelta perennemente en delirio. Quizás no seamos la primera ni la única agrupación humana en sucumbir al dualismo donde en ocasiones parece cotejarnos esta absolutoria ironía del tiempo, pero podríamos fácilmente ser la más exuberante y ambivalente de la historia.
Durante medio siglo de “República Frustrada”-como la llamara de forma tan elocuente nuestro verdugo preferido- delirio y ambivalencia estuvieron siempre presentes, pero encausados dentro de los pacificadores y paradójicos parámetros capitalistas. Éramos una controlada esquizofrenia siempre a punto de estallar; un torbellino de elocuencia, perspicacia, resentimiento y envidia clamando subconscientemente por la oportunidad de purgar. Y aguardando en las sombras siniestras de nuestra euforia el malévolo emisario analizaba y conjeturaba sobre los dones y defectos de nuestra idiosincrasia.
A aquellos de nosotros atrapados en la medianía –un evento enteramente fortuito- posiblemente nos corresponde la parte más humillante de ese purgatorio. Andamos por la vida, divagando en un limbo que fluctúa entre culpabilidad, principio, añoranza y renuencia. Pero nada haremos más allá de exaltar, de vez en cuando, nuestra condición de “niños del exilio”, hacer mención de una que otra hazaña que se nos fue enseñada o que apenas recordamos nebulosamente. Nada más.
Desafortunadamente es mucho más complejo nuestro destino colectivo, además de sus múltiples bifurcaciones. También en la medianía moran contemporáneos, pero de otros éxodos y sus perspectivas no pueden ser las mismas. Solo tendríamos que intercambiarnos con ellos y su sentir sería inequívocamente el nuestro y el nuestro el suyo. Ellos piensan constantemente en el regreso, porque su boleta de viaje traía -aunque costosa y en ocasiones denigrante- alguna que otra opción de “retorno”. Para nosotros el último Adiós fue en aquel andén, que hoy solo existe en nuestro recuerdo.
Y después están todos los otros éxodos, entreverados con tres o cuatro generaciones; algunas sumidas en patriotismo y otras en un lógico existencialismo personal. La hora de los reproches y las causas ya hace tiempo pasó. Los únicos ganadores fueron los más infames, aunque hasta sus imágenes también se han ido diluyendo en el tiempo. Tal vez su peor castigo es desconocerse a sí mismos después de tantos años, de tanto fervor y de tanta futilidad. A veces es cuestionable asumir que ellos fueron los triunfadores, ya que muchos hoy se trocarían por la temprana cronología de cualquier éxodo.
Pero tal vez el común denominador siempre ha sido el delirio. Estuvo presente –como ya era costumbre- en la gesta contra Batista, tomó después un súbito atajo rumbo al Escambray contra los milicianos, se proclamó apasionadamente desde un exilio sin bandera y desde una plaza revolucionaria estupefacta frente a las forzadas letanías de un estafador, se enalteció con el himno y los versos de Martí simultáneamente en la isla cautiva y en la diáspora para finalmente sucumbir a la resignación de su impotente fracaso en ambas orillas; renaciendo -en tiempos recientes- ante el llamado de la tierra sin patria o de la patria sin tierra y disfrutar de los sobornos del espectro del tirano.
Creo que la mayoría de nosotros prefiere no verlo así, pero nuestra penitencia es perpetua. Ya casi es preferible seguir hacia el futuro, delirantes, preservando una antigua tradición cubana y comprando siempre lo más barato a precio alto; humillándonos ante todo aquello que repudiaríamos sino fuera nuestro.
Todo por encontrar nuestra identidad perdida…

Tuesday, February 13, 2018

Conversatorio

Hoy martes 13 de febrero tendrá lugar un conversatorio entre el artista Geandy Pavón y el profesor Alejandro Anreus sobre la expo del primero Vae Victis Vanitas sobre los sobrevivientes del presidio político cubano. Será a las 6: 00 pm en las galerías de William Patterson University (300 Pompton Rd, Wayne, NJ).


Sunday, February 11, 2018

Presentación en Miami de libro sobre el Che Guevara



El Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo invita a la presentación de "Este soy Yo", un libro  que muestra la verdadera personalidad de Ernesto Guevara. Será el próximo viernes 16 de febrero a las 7 pm, en la Casa del Preso (1140 SW 13 Ave. Miami). Se encontrará su autor Pedro Corzo y asistirán como presentadores Horacio Puerta Cálad y Ángel de Fana.
El libro recoges frases escritas y pronunciadas por Guevara en diferentes momentos de su vida y tambien comentarios que hizo a diferentes personas sobre la violencia, el odio etc. Es un documento que testimonia el verdadero carácter del Che Guevara.
Este llegó a decirle a corresponsal inglés London Daily Worker cuando le preguntó sobrela crisis de los misiles: “Si los misiles hubiesen permanecido en Cuba, nosotros los habríamos usado contra el propio corazón de los Estados Unidos, incluyendo la ciudad de Nueva York”.

Abajo: exiliados protestan ante la visita del Che Guevara a Nueva York en marzo de 1964:


Saturday, February 10, 2018

Los rostros de los que escogieron luchar


En Diario de Cuba aparece hoy una versión abreviada de una entrevista al artista Geandy Pavón sobre su última exposición dedicada al presidio político cubano. Este blog se complace en ofrecerles la versión íntegra de dicha entrevista:


Vae Victis Vanitas: los que escogieron luchar

Por Enrique Del Risco

251 años. Esos fueron los años que cumplieron en el presidio político las 18 personas representadas en los retratos que reúne Vae Victis Vanitas, exposición que acaba de inaugurar el artista visual Geandy Pavón en William Patterson University. Apenas una mínima muestra, modélica pero no excepcional, del presidio político más nutrido y extenso que haya conocido el hemisferio: decenas de miles de reos condenados a largas penas que habrían de cumplir en condiciones atroces. Para en buena parte de los casos salir de la prisión directamente al destierro donde nunca dejaron de enarbolar los mismos principios que sostuvieron en prisión. Opositores armados o pacíficos, magnicidas frustrados (la única variante que conoce nuestra historia) o conspiradores de café sin leche; intelectuales, campesinos, obreros, de origen africano, europeo, asiático o hasta del Medio Oriente; liberales, anticomunistas, socialistas, anarquistas: todos fueron engullidos por la misma maquinaria que repartía años de prisión con una generosidad asociada a cosas más leves. Hermanados en el dolor y el aislamiento en épocas que nadie se daba por enterado de su propia existencia. Lo que no consiguió la violencia ejercida sobre ellos lo están consiguiendo los rigores de la edad, los desmanes del tiempo. De ahí que esos rostros que Geandy se esfuerza en conservar antes que desaparezcan sean –en su severidad y desafío- mucho más elocuentes de lo que fueron recién salidos de la cárcel. De eso se tratan estos retratos, de una última línea de defensa contra el tiempo. No es metáfora. El día en que se inauguraba la exhibición buena parte de los retratados estaban en el funeral de la esposa de uno de ellos.  

¿Cómo surgió la idea de crear la serie?

Mi relación con la comunidad de expresos políticos comienza desde mi primer día de exilio en los Estados Unidos. La persona que nos recibió en el aeropuerto fue también un ex preso político, el director de la oficina de Rescate Internacional en West New York, el señor Guillermo Estévez. Y el primer lugar al que llegué después de aterrizar en el aeropuerto Kennedy de Nueva York, fue la Unión de Ex Presos Políticos Cubanos. Pero sin embargo, la idea de un ensayo fotográfico sobre los expresos políticos surgió casi 20 años después, paralelamente al de mi interés por la fotografía documental.

El  primer retratado de ésta serie fue el poeta y ex-prisionero político Jorge Valls. Todos los que conocimos a Jorge Valls, tenemos la certeza de habernos encontrado con otra Cuba, con la dimensión de un universo y un carácter que le fue arrebatado a mi generación. Por eso comencé a retratar a Jorge Valls, como quien se encuentra con un ser de otro universo y quiere conservar el testimonio de ese encuentro. Después descubrí que Jorge era la puerta a un mundo al que ya tenía acceso, pero que justo por tenerlo tan cerca y haberlo mirado, nunca había visto: los expresos políticos del presidio histórico cubano. Ésta es una serie que de muchas maneras me hizo consciente de un mundo a mi alrededor que está a punto de desaparecer, de individuos con vidas increíbles que están desapareciendo junto a ese mundo. Es un trabajo que me ha obligado a andar con prisa, que agudizó mi consciencia sobre la mortalidad.

 Sí, y me imagino que la muerte posterior de algunos de los retratados confirme esa necesidad y esa urgencia. ¿Cómo ha sido el proceso de retratarlos? ¿Sentías incomodidad en ellos al dejarse retratar? 

Cuando se retrata a una persona que ha estado tantos años en prisión, siempre hay tensión, tanto de un lado de la cámara como del otro. El retratado tiene la suspicacia natural, la sospecha de estar siendo el objetivo de algo sobre lo cual no tiene ni el control, ni la certeza de un fin particular. El que retrata, tiene en sus manos la responsabilidad de la dignidad estética de quien es retratado. Cuando digo “estética” no me refiero solo a la mera representación de lo bello o lo feo, sino al testimonio material de una vida, contenida en una sola imagen.

Algunos de los retratados se mostraron reticentes al principio, después pude convencerlos de la importancia de su testimonio. Esta serie incluye fotografías de carácter situacional, para dar una idea del contexto, otras son más estudiadas, donde el sujeto posa para la cámara. Todos los sujetos fueron retratados usando el mismo formato del Mugshot. El mugshotes un close up del rostro del acusado, es la manera en la que la policía documenta a los detenidos. Pero para realizar este tipo de retratos, generalmente se usa un teleobjetivo para no acercarse demasiado al retratado. Yo en cambio usé un lente normal con una anilla de acercamiento, de manera que literalmente estoy a un pie del rostro de cada una de las personas retratadas. Como te puedes imaginar no es una situación demasiado cómoda para quien está frente a la cámara.

Una vez que el sujeto estaba sentado y listo para ser retratado, yo le pedía que mirara directamente al mismo centro del lente (una cámara Hasselblad de formato mediano). Así los dejaba por unos instantes, concentrándose, y entonces tomaba el retrato. Creo que esos pocos segundos de concentración frente a un objetivo tan cercano a sus rostros, fue lo que me permitió lograr que el retratado estuviera centrado en sí mismo y no distraído por el hecho de posar para un retrato. Es algo paradójico, porque quizás lo que rompe con esa aprensión de ser el objetivo de un lente, es precisamente el extremo de una cercanía tal, entre la cámara, que funciona como un espejo, y el rostro.

Muchos de estos ex-presos han visto su vida reflejada en los libros de otros, en los documentales y las palabras de otros, en el saco testimonial de un colectivo: los presos políticos cubanos. Creo que para una gran parte de mis retratados en esta serie ha sido la posibilidad de un último testimonio, pero esta vez individual, más personal. Las calaveras todas son iguales, los rostros no.


También te lo preguntaba pensando en que todos ellos son parte de una generación que ve ajenos a su idea de dignidad ciertos gestos de vanidad, ya sea retratarse o exponerse como víctimas, en contraste con el propio título de la serie.

Los ex-presos políticos cubanos se ven a sí mismos, con toda la razón del mundo, como los guardianes del testimonio de la lucha contra la tiranía en Cuba. Tal vez la esperanza no es algo que esté reflejado en cada una de las imágenes de esta serie. Sin embargo, su persistencia después de tantos años de cárcel y exilio, es una prueba irrefutable de ese optimismo, de su conmovedora voluntad.

Mi serie, a pesar de tener en cuenta todo lo anterior, pretende ir un poco más allá. Vae Victis Vanitas es un retrato de los vencidos de una coyuntura histórica y material pero no de una derrota moral; su existencia y testimonio representa en sí, una derrota ética para sus carcelarios, una fisura irreparable en el despliegue del proyecto totalitario cubano.

Cuando se piensa en la fotografía cubana, generalmente se piensa en la fotografía épica. Una de las primeras imágenes que nos vienen a la mente son las de los vencedores, la entrada triunfante del joven Fidel en La Habana, el famoso retrato del Che etc. Vae Victis Vanitas es el reverso del triunfo, de la vanidad, un retrato de la crueldad de los “héroes” vencedores.

Iván De La Nuez, en un ensayo sobre su proyecto curatorial Iconocracia, expone cómo la Revolución Cubana se hizo retratar no en mármol o grandes monumentos, sino en la blandura del papel fotográfico. Nuestro imaginario occidental nos hace aceptar la caída de un monumento, la mutilación de una estatua, pero no la destrucción de un documento. Iván llega a la conclusión de que ese es el motivo por el cual, el arte cubano no recurre al gesto iconoclasta, sino más bien a una intervención del ícono, transformar la imagen épica y darle otro sentido, hacerla hablar contra sí misma, revertirla. Esta serie, aunque no de manera exacta, sigue esa lógica. Mi manera de lidiar con la imagen épica del vencedor, no es destruyendo su monumento, sino mostrando los cimientos sobre los que se alza y la sombra que aún proyecta.


¿Por qué el título?

Vae Victis (¡Ay, de los vencidos!) es la frase pronunciada por Breno, el jefe galo que entró triunfante a Roma. Cuenta la leyenda que Breno impuso un rescate impagable a los vencidos. Al acudir estos a presentarles sus quejas, el jefe galo tiró su espada sobre la balanza exclamando que no solo tendrían que pagar el impuesto original, sino que ahora además tendrían que equiparar el peso añadido de su espada.

Tal vez algunos de los retratados no se sientan del todo cómodos con la condición de vencidos que yo subrayo en esta serie. Una vez tuve esa conversación con uno de ellos y me dijo lo siguiente:

“Mi generación al menos tuvo el honor de ser derrotada, la tuya nació en la derrota, es parte de ella. Uno no puede escoger ganar o perder, solo puede escoger luchar o no luchar”

El titulo de esta serie incluye también la palabra Vanitas. El Vanitas fue un tema recurrente en la pintura durante los siglos XVII y XVIII. Es un tipo de obra simbólica en la que se pone de manifiesto la futilidad del poder terrenal, lo material e intrascendente de la vida física. En esas imágenes era recurrente el uso de símbolos que aluden al tiempo y la mortalidad, uno de ellos, tal vez el más común, es la calavera. En mi serie la calavera es sustituida por el rostro, mis retratados no son un still life, sino más bien un still alive. La foto no es más que una forma apresurada y a la vez quieta de captar ese “todavía” (Still significa quieto, pero también significa todavía). Siendo el Vanitas una forma de la ruina puede entenderse de manera equívoca, sobre todo si tenemos en cuenta que se trata de seres humanos. Porque para hablar de la vanidad del poder cubano, su futilidad, está toda Cuba que es una ruina, un testimonio de la decadencia del poder que la controla. Un uso menos riguroso de la palabra Vanitas, la limitaría a su acepción más elemental, la de “ruina”. Pero para que las huellas de la decadencia tengan el valor de un Vanitas, tienen que contener un valor moral y ese es el valor de los ex-presos políticos. Sus retratos son un Vanitas político, una manera de recordarle al Poder su temporalidad, un testimonio contra su vanidad.

Mis retratados, además, no se acomodan a esa idea común que muchos tienen del exilio cubano, gente exitosa económicamente etc. Sin embargo y paradójicamente, han sido el núcleo principal de eso que todavía llamamos exilio. Son ellos quienes han dedicado su vida antes, durante y después de la prisión política, a sostener el peso de esa otra cara de la Historia, la de los  que todavía luchan. Nosotros, el resto, vivimos en la comodidad moral de una derrota digna, la que ellos han pagado contra el peso de la espada.

Siempre que se habla de modelos de sobrevivencia uno de los que primero que vienen a la mente son los sobrevivientes de los campos de exterminio nazi. Estos, sin embargo, por lo general sobrevivieron a su prisión y al sistema que los encarceló. No es el caso de los sobrevivientes que representas en tu serie. ¿Qué características en tu opinión los identifican como grupo? Cómo sobrellevan esa condición de sobrevivientes "a medias"? 

Sí, su tiempo en prisión ha terminado, pero el sistema que les arrebató su libertad no ha desaparecido todavía. Son los sobrevivientes de un monstruo que sigue vivo, de manera que aún en libertad y después de tantos años, los sigue uniendo una misma causa. Una causa que conserva su ubicuidad, que dominó y determinó su pasado, que sigue dominando y determinando su presente al igual que su proyección de futuro inmediato, y el futuro de las generaciones que los siguen.

Es importante aclarar que la serie se concentra específicamente y de momento, en la comunidad de ex-presos vinculados a la Unión de Ex-Presos Políticos | Zona Norte (New York y New Jersey). Digo que por el momento, pues es un trabajo en proceso, un proceso que no creo llegue fácilmente a su fin. Cuba ha tenido la población penal por causas políticas más grande del hemisferio, y una de las más grandes per cápita del mundo. En un momento llegaron a existir más de 35,000 prisioneros políticos en la isla. Hay también muchas mujeres que aún estoy documentando pero casi todas están radicadas en el estado de la Florida.

Señalas en el texto introductorio a esta exposición la variedad política, social, racial, cultural, educativa y de todo tipo de las personas encarceladas. Como mismo hicieron Jorge Ulla y Néstor Almendros en su esencial Nadie escuchaba hay un especial énfasis en recordarnos que los presos eran lo mismo batistianos, miembros del Ejército Rebelde, del Movimiento 26 de julio, del Directorio Revolucionario, anarquistas, sindicalistas, negros, blancos, intelectuales, obreros, campesinos. Pero al mismo estas larguísimas penas de cárcel, y las condiciones terribles que sufrieron los acercaron en medio de sus diferencias. Forjaron una hermandad que se puede apreciar hasta el día de hoy. ¿Qué nos puedes decir sobre ello?   

Sí, contrario a lo que muchos creen, los expresos políticos cubanos no son un grupo homogéneo. Mi trabajo para este ensayo fotográfico incluye, por ejemplo, los retratos del coronel Ricardo Montero Duque y del poeta Jorge Valls. No puede haber dos figuras más antitéticas; Montero Duque fue uno de los militares a los que Batista confió la solución del problema rebelde en la Sierra Maestra, Jorge Valls en cambio era un revolucionario católico y socialista, opuesto radicalmente al gobierno de Batista. Ambos, Montero Duque y Jorge Valls, purgaron largas condenas en la cárcel política: el gobierno de Castro, fue igualmente despiadado con ellos. Montero Duque fue sentenciado a 30 años de los cuales cumplió 27, Valls fue sentenciado a 20 años, cumplió 20 años y 40 días. Expongo todo lo anterior para afirmar que a pesar de haber estado en antípodas ideológicas después de tantos años compartiendo la prisión, estos hombres terminaron siendo amigos, perdonando al otro y perdonándose a sí mismos. Es una historia de reconciliación realmente conmovedora, que debería servirnos de ejemplo al resto de los cubanos, no solo para el futuro, sino desde ya.

¿Me puedes hablar de algunas de las personas concretas que aparecen en esta serie? ¿Alguna anécdota que los defina más allá del grupo al que pertenecen?

Cada una de las personas de esta serie tiene una vida intensa y llena de anécdotas. Pero te pongo de ejemplo algunos casos que me parecen especialmente reveladores.

Kemel Jamís un cubano de origen libanés, fue sentenciado a 20 años de prisión y salió en libertad después de 14 años. Mientras Kemel estaba preso, su hermano el pintor y poeta Fayad Jamís, era el attaché cultural del gobierno de Cuba en México. Durante el tiempo que Kemel pasó en la prisión política, su cuñada en aquel entonces, estaba a cargo del Departamento de Derechos Humanos del MINREX cubano para las Naciones Unidas. Su trabajo consistía precisamente, en negar públicamente en foros internacionales a los que iba, en representación del gobierno cubano, que en Cuba hubiera prisioneros políticos.


Aquí va una anécdota contada por el propio Kemel Jamis:

“Mi cuñada en aquel entonces era la Dra. Marta Jiménez, viuda de Fructuoso Rodríguez, de cuyo matrimonio resultó Osvaldito Fructuoso. La breve historia como sigue: cuando salí de prisión en el año 1976, hice un viaje a La Habana, por petición de mis hermanos, llamé a Marta al MINREX, donde ella tenía el cargo del Departamento de Derechos Humanos ante ONU. En ese entonces viajaba a Suiza con frecuencia (todo esto según me cuentan mis hermanas). Una vez sentados frente a frente, en su oficina majestuosa, lo primero que me dijo fue: “¿cómo no te convertiste en revolucionario a través del Plan Camilo Cienfuegos?”. Inmediatamente le contesté que ella se refería al Plan de Trabajo Forzado de Isla de Pinos, donde muchos de mis compañeros fueron asesinados y otros sufrieron múltiples heridas, golpes a diario en condiciones infrahumanas, celdas de castigo en las cuales pasé alrededor un año. Se sorprendió y lo comprobé en sus expresiones. El régimen le mentía. Me pidió que antes de partir de La Habana para Santi Spíritus, escribiera las primeras cuartillas de mi relato. Como es de suponer no escribí nada. Yo desconfiaba de todo y todos. Acababa de pasar 14 años en distintas prisiones. Nunca más supe de mi ex cuñada”.

Ya sé que nada de esto es nuevo, pero a mí me parece un ejemplo terrible de cómo el régimen logró fragmentar a tal punto la sociedad y la familia cubana, de engañar a sus propios representantes.

Otro de los ejemplos que me vienen a la mente es el de Guillermo Estévez, es un caso que revela la arbitrariedad del sistema legal impuesto por Fidel Castro. Guillermo fue uno de los pilotos acusados en 1959 de haber bombardeado localidades civiles durante el conflicto entre los rebeldes y el ejército. En el juicio, que tuvo lugar en un tribunal de Santiago de Cuba, también se acusaba de similares cargos a los artilleros y mecánicos del ejército. La fiscalía nunca entregó el sumario de los cargos a la defensa hasta el mismo día del juicio. A pesar de ello, los abogados pudieron defender magistralmente a sus representados. Tanto así, que el tribunal revolucionario terminó absolviendo a los acusados unánimemente. Inmediatamente Fidel Castro, a través de los medios, proclamó el juicio nulo y exigió uno nuevo. Castro siendo abogado el mismo, sabía perfectamente la aberración jurídica en la que incurría. Se realizó un segundo juicio, el veredicto lo dio el propio Fidel: “Pilotos: 30 años; Artilleros: 20 años; Mecánicos: 2 años. Condenados todos a trabajo forzado”

Tres meses después, tras una intensa campaña de descrédito contra su persona, el fiscal del juicio, el comandante Félix Lugerio Pena, se suicidó. Guillermo Estévez fue condenado a 30 años, de los cuales cumplió 19 en diferentes prisiones  de la isla.

¿Qué sentido tiene para ti incluir en esta exhibición, junto a los retratos de los ex presos políticos, tres piezas de video arte que parecen alejarse del tema central de esta serie?

Siguiendo un recorrido en orden de la exposición, la muestra termina en una sala de videos. La curadora, Kristen Evangelista y yo, decidimos incorporar dos videos en los que se traduce, de una manera más libre y no en forma de documento, el tiempo mismo del poder.

Un último video es mi retrato de Orlando Zapata, esta es la obra que cierra, da conclusión a toda la muestra. El video sobre Orlando Zapata, muerto durante una huelga de hambre en el 2010, devuelve al espectador a la misma prisión política muchos años después. A los primeros presos políticos el gobierno los acusaba de no haber entendido la Revolución, de haber estado contaminados por los vicios de otra época, etc. ¿Qué sucedió entonces con Orlando Zapata? Un albañil negro, un proletario para el cual, al menos teóricamente, la Revolución se había gestado. Sin embargo terminó muriendo a manos del Estado cubano, en una huelga de hambre convertida por sus carceleros en huelga de sed. Hay testimonios que aseguran que el militar a cargo de la cárcel donde estaba Zapata, ordenó que le impidieran tomar líquido alguno, para de esa manera hacerlo abandonar la huelga de hambre. Orlando Zapata no cedió a esa presión ni a ninguna otra y murió a consecuencia de la huelga que duró 83 días.

La parte fotográfica de la exposición lidia con un tema del pasado más distante, de alguna manera congelado por el tiempo. La parte que contiene los videos, habla de un momento más actual, todavía vivo y en movimiento. Creo que era necesario devolver el tema al presente: es por eso que la exposición se concibió así.

¿Es esta serie solo una documentación o también lo ves como un homenaje?

Vae Victis Vanitas es una documentación y a la misma vez un homenaje. Confieso no ser optimista con relación al futuro de Cuba, quiero creer en una Cuba verdaderamente democrática y plural, pero no encuentro la fe. Sin embargo los ex-presos políticos, al menos los que yo he conocido, sí tienen esa fe. Y a juzgar por sus vidas parecen haberla tenido siempre. Me da un poco de vergüenza, porque yo no he sufrido ni sacrificado un ápice de lo que ellos sí han sufrido y sacrificado. Sin embargo, no tengo la confianza en el futuro que ellos tienen.

Pero es quizás mi aceptación de la derrota lo que me ha hecho documentar a estas personas. Si ya se ha perdido todo, entonces al menos nos queda la responsabilidad de contar las víctimas, ponerles nombre y rostro. Mostrar el precio, el costo humano sobre el cual se ha erigido el poder totalitario en Cuba.

Friday, February 2, 2018

Anna Veltfort, una mujer libre

Reproducimos acá la entrevista que le hizo Enrique Del Risco a Anna Veltfort para Hypermedia Magazine:
Adiós mi Habanala novela gráfica que Anna Veltfort publicó en el 2017 con la Editorial Verbum funciona como una caja negra abierta 45 años después. La caja negra de una adolescente germano-norteamericana (Connie para sus amigos) que viajó en 1962 con su padrastro comunista y el resto de su familia para sumergirse en la entonces novedosa experiencia de la Revolución Cubana.
Es la caja negra de un viaje que duró diez años: la década que va de 1962 a 1972. Desde el año de la Crisis de los Misiles a los inicios del Quinquenio Gris. Un viaje fascinante en el que la adolescente Connie descubre, junto a la complejidad de la sociedad cubana de aquellos días, su propia sexualidad y es testigo excepcional de las diferentes campañas que contra los homosexuales y otros grupos considerados “antisociales” fue lanzando el Estado cubano. Desde la “Noche de las tres P’s” a las UMAP, desde las “depuraciones” de 1965 a la “parametración” de 1971.
No es la primera vez que Veltfort echa mano  a su experiencia cubana. En el 2007 estrenó su blog Archivo de Connie que constituye uno de los recuentos más amplios y accesibles de la saña con que el régimen cubano persiguió a cuanto elemento consideraba antisocial o indeseable desde su instauración. No obstante, en Adiós mi Habana Veltfort consigue conjugar la sistematicidad de su archivo con la calidez de la experiencia personal para acercarnos a esos años desde una cercanía y al mismo tiempo una distancia a la que muy pocos han tenido acceso. Esta entrevista es un intento de acceder al proceso de reconstrucción de esas memorias.
Adiós mi Habana es la historia de un encanto y un desencanto. ¿Qué fue lo que más te sedujo al llegar a La Habana? 
La desigualdad social, las injusticias raciales en los EE.UU., eran temas centrales en la ideología de la izquierda norteamericana en los años 50. Al llegar a Cuba, me encontré con una sociedad muy diferente, donde negro y blanco parecían tener el mismo estatus, con los mismos derechos y centralidad en la cultura. Atribuí esto a la Revolución. Así lo percibí cuando comencé mi vida en Cuba.
En los EE.UU. yo había vivido en una comunidad izquierdista bajo sitio, durante el Macartismo. Aquella comunidad de comunistas, ex comunistas, “fellow travelers”, y demás “rojos” no afiliados (siempre que no fueran trotskistas, considerados unos hijos de Satanás) mantuvieron una unidad, con su cultura propia incluso. Esa incluía escuchar música en vivo, en grupo, sea en manifestaciones como en conciertos o en casas particulares. Paul Robeson, el cantante negro, comunista, actor de teatro y activista político, era uno de los dioses culturales y políticos de mis padres y de todos con los que se reunían. Al casarse mi madre con Ted Veltfort, comunista norteamericano, en 1954, cuando yo tenía 9 años ese era mi mundo. Era el tiempo de Martin Luther King, de los “sit-ins” y de los “Freedom riders”. La música folclórica negra y blanca, el gospel, y el jazz, eran reverenciados y disfrutados. La conciencia sobre la injusta desigualdad que sufrían los negros, prácticamente definía identificarse como izquierdista. Claro, también contaba tener conciencia de la clase obrera, los sindicatos, las huelgas, etc. La tragedia humana de la historia de los negros en los EE.UU. se atribuía al capitalismo. En cambio, el socialismo supuestamente ofrecía la posibilidad de una sociedad justa, igualitaria entre las razas.
¿Hubo detalles que atribuiste en principio a la Revolución para luego descubrir que eran parte de una idiosincrasia anterior a ella?
Cuando llegué a Cuba en 1962, veía un trato aparentemente de absoluta igualdad, tanto en la calle como en mis clases del preuniversitario de El Vedado y luego en la Universidad y en el campo donde frecuentemente trabajé en la agricultura con mis compañeros de clases. Igualdad de gente buena, tanto negros como blancos, igualdad de HP, tanto negros como blancos… Atribuí este maravilloso avance social a la Revolución (al menos mi cabeza de niña de 16 años, aún con gafas de color rosa, lo asimiló así). Y la propaganda revolucionaria se manifestaba y se expresaba a través de la igualdad racial. Con el tiempo viví y me informé de realidades mucho más complejas, de prejuicios y hábitos racistas que nada tenían que ver con los dogmas revolucionarios. “Pelo bueno” y “pelo malo” no lo inventaron ni los imperialistas ni los revolucionarios. La cultura cubana no la inventó la Revolución. Eso no lo tenía claro en 1962.
El desencanto puede ser muy productivo e instructivo como demuestra el propio libro. ¿Puedes contarnos la evolución de ese desencanto que obviamente comienza con las historias que cuenta el libro pero —sospecho— se prolonga mucho más allá?
Cuando me fui de Cuba en 1972, fue con furia y dolor por la ruptura de mi relación personal. Pero políticamente, me aferré a las partes buenas de mi experiencia “revolucionaria”, la estancia en la Sierra Maestra en 1967 con gente que quería mucho, por ejemplo. Todavía creía realizables los ideales que se soñaban para mejorar el porvenir —educación para todos, medicina para todos, casa para todos, etc. Las partes horribles, la guerra contra los intelectuales y artistas, vivir la persecución de los homosexuales, la vigilancia e intromisión omnipresente del Estado en la vida íntima de todos, etc., los acepté al principio como males inevitables y que así funcionaba el mundo.
Cuando emprendí mi vida en Nueva York, a partir de 1972, mis ideas evolucionaron. No en una línea recta, a un paso continuo, sino por choques o eventos transformativos. Por la falta casi total de información entre Cuba y los EE.UU. en las décadas siguientes, dependí de mi amiga Marta Eugenia para mantenerme al tanto de lo que ocurría en Cuba, mediante cartas llevadas por viajeros, envíos que duraban meses en llegar, y ocasionales llamadas telefónicas. Era como mantener contacto con un planeta lejano. Conté con ella y demás amistades, primero en La Habana y luego en México, para seguir de lejos la historia de mi Cuba querida. Marta Eugenia llegó a desengañarse definitivamente, creo que a mediados de los 80, después de un largo romance político/idealista con las ilusiones sandinistas.
Cuando Gorbachov y la Perestroika parecían abrir las puertas a un futuro mejor, el régimen en La Habana se mostró más estalinista que nunca. Fue un marcador clave del desencanto. Cuando supe que en la Rumanía de Nicolae Ceaușescu, aliado de Cuba, uno de los “países hermanos”, fue declarado ilegal para los ciudadanos poseer máquinas de escribir sin permiso y había que matricularlas con la policía, que a las mujeres se les exigía tener hijos para el Estado como si fueran esclavas; cuando se cayó el muro de Berlín, y los países socialistas se desmoronaron; cuando el caso Ochoa; y cuando la matanza de 41 personas en el remolcador 13 de marzo, en 1994, en la Bahía de La Habana: todos esos eventos consolidaron el desencanto y al mirar para atrás, se les unieron las injusticias cometidas contra los intelectuales y los homosexuales durante los sesenta y después.
Nada de esto podía explicárselo a mis amistades y familiares izquierdistas norteamericanos. Los cubanos de la diáspora conocen este fenómeno mejor que yo. En la academia, en las comunidades izquierdistas y también en la derecha norteamericana, no entendían nada. No hubo modo. Cuba no era más que camisetas con la cara del Che, playas, ron, jineteras y tabaco.  Mientras, algunos en la extrema derecha estaban convencidos de que a los niños cubanos los mandaban a Rusia para enlatarlos como comida. Frustrada, me callé por décadas. Solo comentaba con mis amigas cubanas de los viejos tiempos. La llegada de la era digital, con sus blogs, con la sorprendente libertad y alcance para expresarse, cambió el panorama.
¿El tiempo te ha ayudado a “desnaturalizar” aquella represión contra los homosexuales o ya en aquellos momentos te parecía algo atroz?
La represión la percibimos entonces por la óptica de la época y su contexto histórico, no solo en Cuba sino en los EE.UU., donde ser homosexual era también todavía algo vergonzoso, embarazoso y privado. El concepto de “Gay Pride” no existía aún. Cuando visité a los EE.UU. en 1970, la irrupción ese año del Gay Liberation Movement todavía no tenía resonancia en Kansas, ni en el resto del país fuera de Nueva York y San Francisco. Y cuando llegué por primera vez a Cuba en 1962 no sabía ni de la existencia de la homosexualidad. Es más, no se usaba la palabra homofobia en ninguna parte (el término no fue inventado hasta 1971 por el psicólogo George Weinberg). Así, cuando en Cuba descubrí que era gay, no pude llenarme de indignación, ni pensar que se abusaba de mis derechos. No sabía que tenía derechos. No había con qué comparar.
No recuerdo que mis amigos gays cubanos tomaron como sorprendente el rechazo social y oficial, ni sorprendía que el Estado jugara un papel omnipresente en ese rechazo y descalificación. El Estado ya dictaba todo en la sociedad y en la vida de cada ciudadano. Así eran los años delirantes de la primera década de la Revolución. La vida no era ni remotamente “normal”. Era un poco como encontrarse en el país de las maravillas de Alicia, donde uno podía crecer o achicarse con el mordisco de una seta. Las leyes físicas del mundo “normal” no aplicaban. Nos acostumbramos a circunstancias extraordinarias en todas las esferas. Las UMAP sí nos indignaron. ¡Campos de trabajo forzado como en el gulag soviético, o el chino! ¿No fue un viaje a la China de Mao la inspiración para Raúl Castro crear las UMAP y barrer así a los “degenerados contrarrevolucionarios” de la “sana sociedad socialista”? Pero más que indignación, lo que sentíamos todos los días era miedo.
Al contemplar hoy la homofobia de aquellos tiempos en los EE.UU. y en la Cuba revolucionaria de 1960, por supuesto veo como atroz lo que pasó en la Isla. Fue llevado a cabo por un Estado autoritario, que se otorgó a sí mismo el derecho de juzgar la vida privada de todos, en especial un sector considerable de la población, el mundo intelectual y artístico. Ahora, en los EE.UU., cuando retorné, descubrí que ser gay seguía siendo pecaminoso, y vergonzoso fuera de los brotes de protesta en 1970 y después. Hay que recordar que antes de 1972 cuando murió, el jefe del FBI, J. Edgar Hoover (se supone que él mismo era gay), tenía poderes dictatoriales y condujo brutales cacerías de bruja contra los homosexuales en muchas esferas de la sociedad americana.  Salir del clóset no fue fácil hasta años más tarde. Pero el gobierno de los EE.UU. no puso a nadie en campos de concentración por ser gay.
Una pregunta que me imagino que te hayan hecho antes: ¿Por qué te decidiste a crear y publicar este libro tantos años después?
Cuando llegué de Cuba a NY, viví una pobreza dura. Tuve que aprender, a la edad de 27 años, cómo sobrevivir donde mi título universitario cubano no valía nada. Más bien era mejor ni mencionar que había vivido en Cuba, siendo americana, si quería encontrar trabajo. No tenía recursos ni tiempo para pensar en escribir un libro. La incomprensión de los norteamericanos y la imposibilidad que vi para hacer entender cómo era mi experiencia en aquel mundo de la Revolución Cubana, hizo que yo enterrara mis posesiones y memorias cubanas en las gavetas de mi apartamento en el Upper West Side de Manhattan. Me dediqué a vivir lo que me tocaba de vida neoyorquina. Trabajar, encontrar amor y amistad, familia, vivir con mi pareja Stacy, tener una hija, y disfrutar de las maravillas culturales de mi ciudad, Nueva York.
Solo fue en el 2004 o 2005 cuando un par de jóvenes académicas puertorriqueñas me contactaron para entrevistarme sobre un poema de Lourdes Casal, titulado “Para Anna Veltfort”, que decidí abrir esas gavetas y las memorias antiguas. Frescas todavía esas turbulencias en mi mente y en mi corazón, ocurrió entonces, en 2007, la “guerrita de los emilios”, donde por la TV cubana se pavonearon tres verdugos de la cultura en los años setenta —Luis Pavón, Papito Serguera, y Armando Quesada. A esos comisarios culturales del Estado, en el 2007, intentaron rehabilitarlos a los ojos del público cubano actual, dentro y fuera, con una campaña que pretendía borrar las historias de las persecuciones, la UMAP, y las vidas destrozadas… Monté en cólera, armé un blog, Archivo de Connie, decidida a presentar lo que yo poseía, que revela, en palabras oficialistas publicadas, mucho de lo ocurrido. Inicialmente no pretendí construir y mantener un archivo durante 10 años, ni con tantas entradas. Solo pensaba bloguear sobre aquel tema de la política homofóbica estatal. Fue algo orgánico que tomó vida propia. Así lo sentí.
A lo relatado hasta aquí se añade al hecho fortuito del crashfinanciero en el año 2008. Perdí entonces la mayoría de los clientes corporativos para quienes trabajaba. De pronto me encontré sin trabajo y con tiempo libre. Mi pareja, Stacy, me convenció de que era el momento de lanzarme a escribir el libro. Por suerte, ella estaba dispuesta y pudo cubrir nuestros gastos. Al fin, quizás podría explicar aquel mundo incomprensible a mi familia, a mis amistades, y a otros interesados. Esperé también compartir esas memorias dulces y amargas con cubanos de mi generación y jóvenes de hoy día. Como soy dibujante, no escritora, el medio de la novela gráfica me pareció una solución práctica y atractiva. Me costó hasta 2017, con algunas pausas por el camino, crear la versión definitiva que la Editorial Verbum publicó en Madrid.
Me pregunto si cuando coleccionabas todo ese material en Cuba como cuando te empeñaste en sacarlo de allá o en conservarlo a lo largo de tantos años ¿en qué pensabas exactamente? ¿Ya desde aquellos tiempos lo veías como lo que ahora es, una denuncia sobre el sistema para justificar la homofobia de Estado en Cuba o en principio fue mero impulso de coleccionista? 
Llevar conmigo mis materiales (libros, papeles, discos, afiches y demás) fue algo muy personal y emocional. No fue una decisión política. Cuando vivía en Cuba y cuando me fui, mis posesiones más queridas eran precisamente esos libros, discos, y papeles, etc. No tenía nada más. Una maleta vieja con tres mudas de ropa. Y debía trasladarme a un planeta diferente. Conocía los EE.UU., mayormente en California, durante años de la niñez y parte de la adolescencia, pero para nada como adulta en la Nueva York capitalista. Como era una extranjera en Cuba, con el poder de llevarme mucho más que una maleta, a diferencia de los cubanos que abandonaban el país con acaso una sola maleta permitida, pude y quise llevar conmigo lo que quedaba de mi vida cubana. Los papeles que trataban el tema de la persecución contra los homosexuales sí los preservé para hacer conocer en el mundo de afuera lo que en Cuba pasó y pasaba. Las UMAP, las vidas destrozadas. ¿Por qué? Porque en mi viaje al norte en 1970, no me fue posible comunicar aquello. Esperaba que mis papeles y revistas sirvieran de intérprete. Así pensaba cuando los llevé. Los había guardado porque sí tenía conciencia que esto era historia y yo era testigo.
En Nueva York, como nunca me mudé de casa, fue muy fácil, por la inercia misma, garantizar que esos materiales descansaran seguros e intactos hasta el 2007 cuando los comencé a presentar en la blogosfera cubana.
Otro elemento importante que figura en la historia de la colección del Archivo de Connie es que mi amiga Marta Eugenia subrepticiamente trasladó sus libros y papeles más preciados a mi domicilio en La Habana, para mezclarlos con los míos y así sacarlos del país también. Era parte de nuestro plan de fuga frustrado. Fui entonces no solo poseedora de mi colección sino responsable de la de Marta Eugenia. Una vez que ella se fue de Cuba al fin, en 1990, decidió que mejor me encargara yo de ambas colecciones. Se llenó de alegría cuando el Archivo de Connie nació, dando una segunda vida a esos tesoros y testimonios de la cultura y política cubana de los 60.
Hay quienes achacan las persecuciones contra los homosexuales por parte del Estado como reflejo y resultado de la tradicional homofobia cubana, mientras otros hablan de una instrumentalización totalitaria de bajas pasiones del vulgo con las que el Estado y su líder trataban de reforzar su poder (tal y como ocurrió en otras sociedades totalitarias). ¿Cuál de estas dos visiones te parece más acertada? Teniendo en cuenta que el poder cubano aceptaba la colaboración de conocidos homosexuales ¿Cabe hablar de una reacción atávica dirigida a los homosexuales o se trataba más bien de usar la homofobia como instrumento de intimidación contra toda la sociedad?
Estoy convencida que ambas cosas son ciertas. Prejuicios a nivel de la calle y la manipulación autoritaria por parte del Estado. Se sabía siempre, perfectamente, que Alfredo Guevara era homosexual, que Mirta Aguirre también, y unos cuantos más en las altas esferas. Pero comunistas de la élite política podían discretamente tener sus “desvíos”. Eso no fue todo: además de los prejuicios, y el desprecio del vulgo, fueron también los prejuicios personales y el odio personal de Che Guevara y los Castro hacia los homosexuales lo que dio combustible a las depuraciones y campañas de persecución.
Una de las cosas que llama la atención en Adiós mi Habana es el detalle con que recrea la arquitectura habanera, lo reconocibles que son los espacios que representas allí. Incluso una de mis estudiantes me dijo que creía que al triunfo de la Revolución Cuba era un país mucho más pobre y que gracias a tus dibujos descubrió que La Habana era una ciudad moderna y rica. ¿Qué importancia le diste a la recreación del ambiente?
Por un lado, sí fue deliberado e intencional mostrar la belleza especial de La Habana de entonces: el estado e integridad de los edificios y espacios públicos en esa década, en contraste con el trágico deterioro actual de la ciudad. Hace unos años, un amigo cubano me dijo que acababa de ver un documental donde se podía ver a La Habana en los sesenta y setenta en La Rampa: la gente en la calle bien vestida, las tiendas con vida. Y que eso le hizo entender lo que se había perdido durante las décadas de Revolución. Ese comentario me impresionó mucho y fue inspirador para mi empeño de mostrar el entorno arquitectónico de La Habana en los sesenta.
Por otro lado, también quise presentar lo más fielmente posible la arquitectura, por el amor e interés adquiridos en mis clases de apreciación de la arquitectura impartidas en la Escuela de Letras por el profesor argentino Roberto Segre, como parte de la carrera de Historia del Arte. Además de cursos sobre arquitectura europea, recibimos clases sobre la arquitectura de los grandes maestros cubanos de los años 50 y antes. Incluían visitas a edificaciones por toda La Habana. Con Adelaida de Juan, y con Yolanda Aguirre, recibimos clases sobre arquitectura colonial cubana. Todo esto me influyó, fue parte de mi vida, la experiencia que quise integrar al libro.
Pese al acoso y la persecución que sufriste en Cuba por ser homosexual, de alguna manera te protegió tu condición privilegiada de norteamericana de izquierdas con cierto nivel de protección oficial. Esta pregunta te la hago en nombre de otro de mis estudiantes: ¿Tenías idea de lo que pasaba con homosexuales menos protegidos, más pobres, en aquellos días? 
Yo estaba perfectamente consciente de la protección que me ofrecía mi condición de extranjera, sobre todo por ser miembro de la familia de un técnico extranjero, trabajando de profesor en la Universidad de La Habana. También estaba perfectamente consciente de lo que pasaba con homosexuales menos o nada protegidos. No vivía en una burbuja de extranjeros. Mi vida la llevaba entre cubanos, la mayoría hombres y mujeres gays. Cuando uno de mis amigos fue secuestrado para ser enviado a la UMAP lo supe al igual que los demás amigos de nuestro círculo. Viví el mismo miedo con mis amistades y amantes. Nos aterraban los mismos HP en la Escuela de Letras. Viví con un pie en el mundo de mis padres, ignorantes de lo que pasaba en el país, y el otro pie en un mundo paranoico, puramente cubano, en Centro Habana, en El Vedado y en el campo. Sabía que la diferencia entre mis amistades y yo era que en última instancia, yo podía irme del país sin que fuera un pecado mortal, o peligrosa la travesía, y ellos no. Era tema de conversaciones penosas. Aludí a ese hilo del tapiz en la página 213 de mi libro con la pregunta: “¿Cómo es posible que para ti, siendo cubana, sea inmoral marcharte del país y para mí, norteamericana, sea perfectamente lícito? ¿Cómo es que nacer aquí cambia la ética?”.
Otro de los hallazgos de Adiós mi Habana es la recreación de esa colonia de norteamericanos partidarios de la Revolución en Cuba (algunos de los cuales han tenido un papel decisivo en el montaje del sistema propagandístico del régimen cubano dentro o fuera de Cuba, como es el caso de Estela Bravo). ¿Cómo lidiaban con el contrasentido de vivir dentro de una revolución igualitaria como privilegiados? ¿Qué argumentos se inventaban para justificar que recibieran un tratamiento especial en un país en el que todo escaseaba?
Dar a conocer en mi libro a la colonia de norteamericanos en la Cuba de los sesenta y setenta fue muy deliberado. Creo que es una historia olvidada, desconocida por completo hoy en día, excepto por algunos pocos sobrevivientes dispersos por el mundo. ¿Cómo lidiaban ellos? Encantados de la vida. ¡Gozosamente! “¡Se lo merecían por ser especiales y solidarios!”. Ahora, aquí solo puedo hablar con certeza de la actitud de mis propios padres. Pasé muy poco tiempo con los demás, el menor tiempo posible. Mis relaciones con mis padres eran difíciles. Busqué pasar mi tiempo con mis amigas y amigos fuera de la casa. No discutía este tema, ni otros, con los demás norteamericanos de la colonia. Ninguno era gay, ni joven, ni amaba a Bola de Nieve. ¿Qué tendríamos en común para hablar? Mis padres nunca cuestionaban la contradicción de considerarse comunistas igualitarios y vivir ahora en una casa en Miramar, con una criada cubana, con tiendas especiales y un club social con mar y piscinas. Estaban deslumbrados por ser bien considerados, invitados a eventos con celebridades de la izquierda internacional. Mis padres se sentían importantes por primera vez en sus vidas. Vejados y perseguidos años anteriores por el gobierno en los EE.UU. por ser izquierdistas, ahora se habían ganado la lotería revolucionaria.
¿Qué significaba ser americana en la isla, justo en los años de mayor tensión entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba? ¿Cómo asimilaban los cubanos que te conocían tu condición de norteamericana? 
A todos los norteamericanos en Cuba, que yo sepa, menos los pocos que cayeron en desgracia por alguna infracción, los trataron, tanto las personas oficiales como la gente de a pie, con amabilidad, curiosidad, y la presunción de que estaban en Cuba en condición de “solidarios” amigos de la Revolución. Mi experiencia personal era que si me preguntaban en la calle si era rusa (la presunción más usual), yo decidía si tenía tiempo y ganas de conversar. Si tenía tiempo, contestaba que era norteamericana. Si estaba apurada o no tenía deseos de hablar, contestaba alemana. Eso se entendía como alemana de la RDA, la República Democrática Alemana, lo cual  resultaba en un “ah, sí” de quien preguntaba, y fin de conversación. Ser americana generalmente provocaba una sonrisa y curiosidad.

¿Sentías que el gobierno cubano te trataba mejor o peor que al resto de los cubanos por ser norteamericana?
Como hija de un “técnico”, me trataron con un cuidado extra que no daban al público cubano.  Es de suponer.
El viaje que hiciste para ver a tu familia en los Estados Unidos, luego de varios años viviendo en Cuba, resulta una revelación en el libro tanto para ti como para el lector. Algo así como si alguien que ha viajado supuestamente al futuro (Cuba) al regresar a su lugar de origen se da cuenta de que aquel futuro en realidad se ha quedado estancado en el pasado. ¿Eso fue lo que sentiste? 
Así precisamente me sentí. Cuba, se suponía, era el futuro y los EE.UU. el pasado. Pero cuando hice el viaje, el mundo se me puso de cabeza (en gran medida, nada fue simple). Y comenzó a formarse y fusionarse mi comprensión de que iba a tener que separarme de aquel mundo donde había encontrado tanta familia, tanta cultura rica y tanto amor, además de la experiencia extraordinaria de presenciar y vivir en medio de una revolución. Los años 60 no eran como los años grises de los 80, 90… Había ideales en qué creer y las decepciones futuras estaban todavía por venir.
¿Qué fue lo que más te chocó en ese viaje respecto a tu experiencia cubana?
Darme cuenta que uno podía caminar, correr por la calle, sin preocupación de ser vigilado. Vi maravillada a las mujeres del Gay Liberation Front caminar con todo derecho, por las calles de Manhattan, darse un beso sin que nadie se las llevara presas. ¡Qué maravilla! Libertad individual a la vista. Fue tremendo choque.
Tu partida final de Cuba fue un proceso doloroso y al mismo tiempo liberador. ¿Fue muy difícil readaptarte al mundo exterior? 
Fue muy difícil. Mi primer invierno lo pasé con lágrimas en los ojos. Resistir el frío, saber qué tipo de ropa necesitaba y cual podía comprar con poquísimo dinero era duro. Encontrar trabajo, crear amistades, abrir vida en un mundo completamente ajeno hasta ahora, fue muy difícil. Mi familia vivía en un pueblo al norte de la ciudad, y los podía visitar, pero en la ciudad estaba sola.
¿Contabas la historia de lo que habías pasado en Cuba? ¿Cuáles eran las reacciones más frecuentes que encontrabas?
La gente que iba conociendo reaccionaba a la noticia de que yo venía de vivir 10 años en Cuba según sus simpatías políticas. Las preguntas eran tan abismalmente ignorantes que evité hablar más de lo necesario de Cuba. Mi colección de música cubana fue lo único que pude compartir con amigos y amigas nuevas, especialmente cubanos y puertorriqueños en Nueva York.
¿Has recibido reacciones de lectores no cubanos? ¿Qué te han dicho? 
He recibido muy buenas reacciones de lectores españoles. Pero aquí en los EE.UU., como está escrito en español, mi familia y amistades norteamericanos lo asimilan más bien como un libro de dibujos interesantes. Las pocas amistades norteamericanas que leen en español sí han recibido el libro con simpatía, aunque sin poder seguir los hilos, solo reconocibles para los que vivieron esa época en Cuba.
¿Hay editoriales interesadas en traducir tu libro?
Estoy trabajando ahora en una versión en inglés. Espero poder encontrar un editorial que lo publique. Es mi próximo proyecto.
¿Qué te parece la situación actual de los homosexuales en Cuba? 
No puedo comentar sobre la situación actual de los homosexuales en Cuba a partir de experiencias propias. Las amistades que me quedan allá y que me escriben, son “senior citizens” de la “tercera edad”. No siguen de cerca las vidas de los jóvenes. Solo conozco lo que leo en la prensa de la diáspora y lo que sale de la isla ocasionalmente en la prensa oficialista y en la prensa independiente. Podemos suponer que ser gay en Cuba no es una calamidad tan drástica ahora como fue en los sesenta, al menos en La Habana. No tengo idea de si se ha avanzado algo en el campo, en las pequeñas ciudades. Me sorprendería. Quiero creer al menos que lo que ocurre en Chechenia no ocurre en Cuba.
¿Qué te parece que quien administre la lucha contra la homofobia en Cuba sea precisamente Mariela Castro, hija del encargado de implantar las UMAP?
Especulo, no presumo saber, que Mariela Castro pertenece a un ala relativamente liberal de la élite política, en contraste con los “talibanes” duros, los ultra-conservadores. Estos últimos, pienso yo, estarían encantados en vernos a la gente gay, allá, acá, y dondequiera, quemarse en una hoguera, como se piensa en unas cuantas partes del mundo, hoy en día.
Me alegra que Mariela defienda a los gays en Cuba, si eso alivia en algo los pesares de ellos en cualquier medida. ¿Pero serán honestos sus motivos? Creo que Mariela representa una cara benigna, femenina, que enmascara a un régimen militar hostil, y su misión es borrar la memoria del pasado mediante conferencias en el extranjero, con su participación en eventos donde niega que el Estado cubano fue responsable del sufrimiento de miles en las UMAP y de las depuraciones en todo el país. Si Mariela tuviera la valentía y la humildad de pedir perdón por los pecados de su padre y de su tío, se podría creer en su sinceridad al asumir la bandera de defensora de la gente gay en Cuba. Ilusiones no tengo.
¿Qué has sacado en limpio de tu experiencia cubana? ¿En qué medida Adiós mi Habana te ayudó a arreglar cuentas con esa experiencia? 
Un tema poco tocado sobre el libro es cómo refleja mis relaciones con mi madre y padrastro. Escribir este libro ha sido un arreglo de cuentas personales que jamás pude tener cara a cara con ellos. Estoy infinitamente agradecida por haber tenido la oportunidad, aunque en circunstancias más que bizarre, de vivir en la bella Habana, por haber tenido mis amistades y amores en Cuba, por recibir allí una educación sólida, y por haber presenciado y vivido una parte única de la historia. El libro fue una especie de homenaje que quise rendir. Los horrores sufridos hablan por sí mismos. Por eso, allí están en el libro.
¿Y políticamente? Mi experiencia cubana me enseñó que no era comunista, según el plan familiar, sino un individuo liberal, amante de la libertad individual, además de la libertad de los pueblos, y enemiga de las tantas tiranías y tendencias fascistoides que sufre la humanidad. Como dijo Carla Bruni de sí misma al País Semanal en Madrid, “No soy una rebelde, solo una mujer libre”.