Monday, April 24, 2023

Cartas a Pedro, novela de Janisset Rivero




Por Enrique Del Risco

De las cuatro razones que, según George Orwell, explicaban que alguien se dedicara al suplicio equívoco de la escritura al menos tres son notables en la novela Cartas a Pedro de la autora Janisset Rivero: el entusiasmo estético, el impulso histórico y el propósito político. Sobre todo ese impulso histórico que el escritor inglés definía como “el deseo de ver las cosas como son, de hallar cuál es la verdad, de almacenarla para su buen uso en la posteridad”. Del egoísmo puro y duro -que es la otra motivación fundamental que señala Orwell para escribir- no hablaré pues además de que no conozco lo suficiente a la autora que cualquiera que sea el tamaño de su ego lo ha sabido disimular lo suficiente como para que no se interponga en la lectura de su libro. En esto Rivero parece seguir al autor de 1984 cuando dice que “no se puede escribir nada legible a menos que uno aspire a una anulación constante de la propia personalidad” porque “La buena prosa es como el cristal de una ventana”.

La historia que nos cuenta Janisset es, en su inicio, la de un hombre, Alberto de la Fuente, antiguo ingeniero caído en desgracia por uno de esos traspiés de la decencia en un sistema escrupulosamente corrupto y que en el presente de la novela trabaja como empleado de limpieza en un hospital. Su drama y el de la novela empieza cuando una de las pacientes le pide que le guarde un paquete de cartas por unos días. Desde ese momento Alberto se ve acosado hasta la asfixia por el operativo que ha lanzado la policía política del país para recuperar aquellos documentos. Unas cartas que denuncian pasados crímenes y que amenazan con echar por tierra el cuidadoso borrado de memoria que el poder ha aplicado a uno de los episodios más oscuros de su pasado.

Este es el inicio del dispositivo narrativo que Janisset Rivero, conocida hasta ahora fundamentalmente como poeta y activista por los derechos humanos en Cuba, emplea para explicarnos el infierno particular que le ha tocado a los disidentes cubanos. Un infierno que, como el de Dante, consta de diferentes círculos en los que se ejercen dosis incrementadas del horror acorde con la gravedad de los pecados de desobediencia contra el régimen que se cometan. Es así como el exingeniero Alberto de la Fuente, castigado como auxiliar de limpieza en uno de los círculos más superficiales de aquel infierno, accede, en medio de la persecución que sufre, a las historias de víctimas recluidas en círculos más profundos y terribles: son las odiseas particulares de miembros de la resistencia bajo continua persecución, de familiares y seres allegados de los presos políticos y hasta de los propios presos. Las cartas que protege Alberto de la policía fueron las que años atrás escribiera Sarah, la mujer que se las dio a cuidar, a su entonces novio, el líder de la resistencia Pedro Luis Bencomo, muerto en una huelga de hambre con la que exigía el respeto de los derechos de los prisioneros.

La historia de un preso líder de la resistencia llamado Pedro Luis Bencomo que muere tras una huelga de hambre hace que cualquier lector medianamente enterado piense en el caso de Pedro Luis Boitel. Boitel fue un prisionero político anticastrista muerto tras 53 días de huelga de hambre el 25 de mayo de 1972, al año siguiente de haber cumplido la condena de diez años sin que lo liberaran. Pero a pesar de que el Bencomo de la novela Cartas a Pedro comparte no pocas características con Boitel -desde haber luchado contra la dictadura anterior hasta las elecciones que protagonizó por el liderazgo universitario contra el candidato oficial del castrismo- la autora insiste en no ubicar ni el lugar ni el tiempo en que se desarrolla la historia. Y sin embargo esta y otras referencias permitirían ubicar los acontecimientos que narra en Cuba entre la década del setenta y la del noventa.

Según nos informa el escritor William Navarrete en su prólogo a Cartas a Pedro “Janisset Rivero no ha deseado enfocar la historia en un contexto específico, a sabiendas que lo que ha sucedido en Cuba, su país natal, puede reproducirse, y de hecho se reproduce ya, en otros países del continente americano”. La novela, pues, se nos presenta como una distopía, o sea, una sociedad ficticia y terrible cuando en realidad puede reconocerse en ella hasta en los detalles más nimios la cotidianidad cubana. Porque lo que para otros lectores podría parecer distópico para el lector cubano se trata de puro costumbrismo. Tanta es la precisión con que describe Rivero su mundo “ficticio” que muchas veces se puede intuir hasta el barrio habanero en el que transcurren algunos de sus episodios.

Y aquí me van a permitir una breve digresión. Mientras leía las primeras páginas de este mundo “ficticio” que me era tan fácil de reconocer me pareció identificar una incongruencia. Es a la altura de la página 31 donde dice. “Era una tarde hermosa de mayo, hacía exactamente un año. El cementerio de la ciudad era inmenso y antiguo. Lena había estado varias veces allí, buscaba una tumba. Aquél día había conseguido al fin que un empleado del cementerio le diera los datos del lugar donde se encontraba”. Justo en ese momento detuve la lectura: había encontrado una inexactitud. Porque yo, que trabajé durante unos tres años como historiador de aquel cementerio conocí al empleado del archivo encargado de dar la ubicación de las tumbas. Jaime se llamaba. Precisamente en mi libro Nuestra hambre en La Habana lo describo

Muy blanco, rechoncho, bajo y calvo. Y sudoroso a pesar de que el archivo, por rarísima deferencia a la conservación de los papeles que alojaba, era favorecido por un sistema de aire acondicionado. Jaime estaba entre los pocos justos que —con independencia de su rango oficial— hacían funcionar aquel mundo en medio del caos que era cualquier institución cubana. De los pocos que entendían la función de cada una de las rutinas administrativas que se habían establecido desde siempre.

Y en un país donde prácticamente nada funciona excepto quizás la vigilancia, Jaime con sus viejos hábitos republicanos, era la eficiencia misma a la hora de facilitar la ubicación de las tumbas. Solo que unas líneas después descubro que Janisset ha sido -una vez más- exacta en su narración del ambiente pues la tumba que busca Lena, su personaje, es la de Pedro Luis Bencomo, el Boitel de ese mundo paralelo. Y recordé que cuando trabajaba en el archivo del cementerio puse nervioso a Jaime la vez que me dio por interesarme en ciertos mapas. Dichos planos correspondían a la zona del cementerio donde enterraban a los ejecutados por el régimen, tumbas que se preocupaban por mantener en secreto, aunque abarcaban una parte considerable de la necrópolis. Fue entonces que Jaime me contó de la vez que dio la dirección de la tumba de Pedro Luis Boitel a unas personas que se la pidieron: el pobre archivero del cementerio había terminado detenido durante semanas junto a los que se habían interesado por la tumba de Boitel. Desde entonces tenía mucho cuidado en no dar la dirección del mártir perseguido más allá de la muerte. Tal era el miedo que seguía inspirando la sombra de Boitel en la propia dictadura que lo había empujado a la muerte.

Hoy Boitel es recordado por un número creciente de compatriotas, aunque siguen siendo muchos a quienes el ocultamiento del pasado llevado a cabo durante décadas les ha impedido conocer la biografía de este y otros héroes de la reciente historia cubana. Seres cuyas vidas son un testimonio de que hubo quienes, pese al efecto devastador del régimen sobre la voluntad y la memoria del pueblo, se supieron sobreponer al miedo y la apatía para enfrentarse a sus verdugos. Cartas a Pedro sería un drama histórico si la historia no se siguiera repitiendo en Cuba y en otros países del continente. En el caso cubano mil cuarentaicinco personas permanecen desde hace 650 días en prisión por el único delito de manifestarse pacíficamente en contra del gobierno que ha secuestrado sus derechos por 64 años.

Cartas a Pedro no se trata sin embargo de un simple libro de denuncia. Como dije al principio, tres de los cuatro motivos que señalaba Orwell para escribir son bastante evidentes a lo largo de la historia. Porque Janisset Rivero no solo ha puesto su novela al servicio de un propósito político, o sea, el de “propiciar que el mundo avance en una dirección determinada” que en este caso es de la libertad y la democracia para su país y para otros caídos bajo regímenes parecidos; o al servicio del impulso histórico para preservar una realidad que durante décadas nos han querido ocultar. También a Janisset la domina en Cartas a Pedro el entusiasmo estético que la hace buscar belleza en los lugares más sorprendentes y terribles y de compartir su placer “ante el impacto de un sonido u otro, ante la firmeza de una buena prosa, ante el ritmo de un buen relato”. Ese entusiasmo estético es lo que hace que Cartas a Pedro no se detenga en la simple denuncia y convierta este peregrinaje por el horror totalitario en una trepidante novela de suspenso donde la policía es una dedicada agente del Mal y sus perseguidos, acosados y arrinconados, pero todavía capaces de amar, son la única oportunidad que le queda al Bien en aquella pobre isla.

 

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XVII

Por Guillermo A. Belt

El Consejo de Gobierno, presidido por el marqués de Santa Lucía, llega a la sabana de los Mangos de Baraguá donde Antonio Maceo ha concentrado a más de tres mil hombres para recibir a las autoridades civiles. El comandante Enrique Loynaz del Castillo, ahora miembro del Estado Mayor del general Maceo, describe el encuentro en su libro, Memorias de la guerra.

El general Maceo había formado en dos larguísimas filas, de más de un kilómetro, aquellas tropas bien armadas, y a la cabeza de ellas, bajo un pabellón de banderas, desenvainados los sables y presentadas las armas, adelantóse, erguido en blanco corcel y sombrero en mano, a recibir al Presidente del Consejo de Gobierno. Largo fue el abrazo de los Caudillos esclarecidos, Maceo y Cisneros, que cuando todo se hundía en el Zanjón, ellos, Maceo y Cisneros, en Baraguá y en la Cámara de Representantes, encendieron dos candelabros de gloria junto al cadáver de la República.

Maceo aprovecha el poco tiempo en Baraguá para perfeccionar la organización del Ejército Invasor, y el 22 de octubre de 1895 inicia la marcha a Occidente. Eran tres mil hombres. Delante tenían que avanzar entre doscientos mil soldados españoles.

El 7 y 8 de noviembre se dan los primeros combates de la invasión, en el campo de Guaramaná y en el Labado, respectivamente. En este último Maceo manda a formar a su Estado Mayor y su escolta. Loynaz del Castillo pide permiso para ir a la línea de fuego al mando del general José Manuel Capote, veterano de la Guerra de los Diez Años. Recorre a caballo la línea de infantes tendidos sobre un cañaveral recién cortado. En este como en el primer combate triunfan las fuerzas cubanas y el enemigo se retira.

Cuando terminó el combate ya tenía un nuevo y generoso amigo, que no tardó mucho en enviarme de regalo un caballo. Así logró Loynaz reponer el caballo enteramente cojo debido a las largas marchas, por el que Maceo le había llamado la atención cuando pasó frente a él, con palabras que años después recordaba nuestro autor:

Un jefe en un día de combate se desluce, se pone en ridículo. A las que respondió Loynaz: General, se desluce el caballo, el jinete nunca; le ruego me permita ir a la línea de fuego.

Una semana después veremos a Loynaz escribiendo la letra y tarareando la melodía del Himno Invasor. Copio a continuación lo publicado en este mismo blog en noviembre de 2020 dado que lo dicho por Loynaz del Castillo en su conferencia de 1943, citada textualmente, coincide con lo recogido en Memorias de la guerra.

Aniversario del Himno Invasor



Por Guillermo A. Belt

Es un viernes, al caer de la tarde del 15 de noviembre. Han pasado tres semanas desde el comienzo de la invasión en las sabanas de Baraguá aquel 22 de octubre de 1895, y una desde que las fuerzas de caballería aumentaron a 1,300 jinetes al ingresar a Camagüey, tras el cruce del Jobabo, límite con Oriente.

Las avanzadas vuelven con la noticia de haber encontrado una finca próxima. Se llama La Matilde, y ya tiene su historia de guerra, que los mambises conocen, sin saber que le tocará ser sede de otra más. Fue propiedad del padre de Amalia Simoni, y en ella vivió, dando a luz a su primer hijo, aquella camagüeyana que, arrestada por las tropas españolas durante la Guerra de los Diez Años y conminada a escribir a su esposo, el Mayor General Ignacio Agramonte, pidiéndole abandonar la lucha, contestó: “Primero me dejo cortar una mano antes que escribirle a mi esposo para que sea un traidor.”

Antonio Maceo decide acampar allí y lo hace en una arboleda de la finca, junto con su Estado Mayor, cediendo la casa al Consejo de Gobierno que lo acompaña en la marcha hacia Occidente. En medio de los preparativos del caso, se observa que en las paredes de la casa hay palabras ofensivas para los mambises, evidentemente escritas por los soldados españoles que habían ocupado la vivienda con anterioridad. Y en una ventana, unos versos, bajo la bandera española.

En este punto del relato, tengo el honor de dar la palabra al General de Brigada del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo.[i]

"A nadie habíasele ocurrido crear un himno para la tremenda campaña que iba a decidir la suerte de la Patria. Por mera casualidad, fue ocurrencia mía. El Ejército Invasor, al mando del general Maceo, acampó, en compañía de las fuerzas camagüeyanas, comandadas por el general José María Rodríguez (Mayía), en el gran potrero La Matilde, propiedad que fue del doctor Simoni, padre de dos admirables cubanas, Matilde, esposa del general Eduardo Agramonte Piña, y Amalia, la romántica y adorada compañera del general Ignacio Agramonte. Era el 15 de noviembre de 1895.

Respetuoso, en grado sumo, el general Maceo del Gobierno Civil de la República, asignó para alojamiento al Presidente Salvador Cisneros Betancourt, ilustre Marqués de Santa Lucía, y al Consejo de Gobierno por él presidido, la magnífica casa de vivienda de La Matilde, y él acampó en la arboleda inmediata, junto a los establos, en los que instaló su numeroso y brillante Estado Mayor, a las órdenes del ilustre general José Miró Argenter, y en cuyo alto Cuerpo, donde sabias enseñanzas recibíanse con la presencia del vencedor de Peralejo, y ejemplos temerarios, tuve uno de los más preciados privilegios de mi vida, la compañía de los otros ayudantes, Hugo Robert, Manuel Piedra, herido en la Batalla de Mal Tiempo y en otros campos de batalla, Miguel Varona, Emilio Bacardí, Peregrín Carulla, Mariano Sánchez Vaillant, Perucho Aguilera, Pérez Carbó, Pedro Echavarría, los Sauvanell, los hermanos Pilot, los hermanos Llorens, los hermanos Ivonet, los hermanos Mariano y Ramón Corona, Juan Maspons Franco, Alberto Boix, Rafael Ferrer, Adolfo Peña, Carlos Pastor, Arturo Bolívar, A. Sagebien, Salvador Pastor, Alfredo Jústiz, Ascensio y Armando Gómez, Rafael Peña y J. Muñoz y el insigne Carlos González Clavet , todos ellos, o muertos o heridos por la Patria. Aunque de las fuerzas, estaban siempre con nosotros alegrando el campamento, con sus dichos, los que fueron luego brillantes generales, entonces temerarios oficiales, Calixto García Enamorado, José Lara Miret, que tiene doce balazos por la libertad, Ángel Guardia, Enrique Céspedes, los Duchase y otros del heroico ejército oriental. Con nosotros, siempre deleitándonos con su ameno trato, el entonces teniente coronel Mario Menocal y los miembros del Consejo de Gobierno, Santiago García Cañizares, Rafael Portuondo, Severo Piña y José Clemente Vivanco.
Algunos amigos, apenas acampados, recorríamos la casa de La Matilde, y de paso alguna raspadura obteníamos de los miembros del Gobierno allí alojados.
Vimos en las paredes del edificio no pocos insultos que nos dejó el enemigo, allí acampado hasta nuestra aproximación, en vez de esperarnos para combatir. En una ventana, blanca y azul, algo distinto leímos: unos bellos versos, bajo el dibujo de una pirámide, coronada por española bandera. Quiso borrarla un compañero: me opuse y lo convencí de que las letras y las artes, bajo cualquier bandera, son patrimonio universal, ajeno a los conflictos de los hombres.
En ese momento, sobre la otra hoja de la misma ventana, pinté la adorada bandera de Cuba, y bajo su glorioso palio escribí estos versos, que me esfuerzo en recordar con la exactitud posible a casi medio siglo de distancia:

¡A las Villas valientes cubanos:
A Occidente nos manda el deber
De la Patria a arrojar los tiranos
¡A la carga: a morir o vencer!

De Martí la memoria adorada
nuestras vidas ofrenda al honor
y nos guía la fúlgida espada
de Maceo, el Caudillo Invasor.

Alzó Gómez su acero de gloria,
y trazada la ruta triunfal,
cada marcha será una victoria:
la victoria del Bien sobre el Mal.

¡Orientales heroicos, al frente:
Camagüey legendaria avanzad:
¡Villareños de honor, a Occidente,
por la Patria, por la Libertad!

De la guerra la antorcha sublime
en pavesas convierta el hogar;
porque Cuba se acaba, o redime,
incendiada de un mar a otro mar.

A la carga escuadrones volemos,
Que a degüello el clarín ordenó,
los machetes furiosos alcemos,
¡Muera el vil que a la Patria ultrajó!


Alguna que otra estrofa, innecesaria, escrita en aquella ventana, fue por mí suprimida, o modificada durante la campaña, por no avivar innecesarios odios.

En aquel ambiente patrio, caldeado al rojo, los versos de la Invasión, como en seguida los llamaron, fueron como reguero de pólvora…
La gran casa se colmó de oficiales y soldados que sacaban copias y agotaban el papel y la amabilidad del Gobierno. El Presidente Cisneros decidió mudarse. “No podemos con este gentío, trabajar. Tu himno nos desaloja”. ¡El himno estaba consagrado!
Aquel exitazo inesperado me animó a buscarle melodía apropiada al verso. Horas y horas de solitarios ensayos, fijaron en mi memoria la melodía, altiva y enardecedora.

Enseguida me dirigí al general Maceo, mi compañero de cuarto y de peligros, en Costa Rica: “General, aquí le traigo un himno de guerra, que merecerá el gran nombre de usted: déjemelo tararear”.
“Pues bien”, me respondió el General. Y a medida que yo canturriaba los versos, la mirada se le animaba. Al terminar, en la estrofa evocadora de las trompetas de carga, puso sobre mi cabeza su mano mutilada por la gloria…
“Magnífico –dijo–. Yo no sé de música, para mí es un ruido, pero ésta me gusta. Será el Himno Invasor; sí, quítele mi nombre, y recorrerá en triunfo la República…”. Luego agregó: “Véame a Dositeo, para que mañana temprano lo ensaye la Banda”. “General –objeté– tiene que ser ahora mismo, porque mañana se me habrá olvidado esta tonada, como me ha pasado con otras”. “Pues bien, vaya ahora mismo y traiga a Dositeo”.
Era el capitán Dositeo Aguilera, el jefe de la pequeña banda del Ejército Invasor: agradable, inteligente y acogedor.

“Lo he llamado –le dijo el general– para que la Banda toque un himno de guerra, que le va a cantar el comandante Loynaz. Váyanse por ahí y siéntense en alguna piedra, donde nadie los moleste; trabajen, hasta que la Banda toque exactamente el Himno Invasor. Apúreme eso”.
En dos taburetes Dositeo y yo nos pusimos al trabajo. Apenas media hora habría, a mi juicio, transcurrido, y ya estaba completa en el pentagrama la melodía, que le fui tarareando en sus tres variaciones armónicas.
La volvió a tararear leyendo sus notas. La celebró, pero agregó: “No se me contraríe si le hago una pequeña corrección…”.

Interrumpí: “El General dijo que exactamente…”. “Sí, pero ni el General, ni usted saben nada de música. Con las notas de este primer compás, no hay voz que llegue a los últimos. Y un himno se hace para el canto. Así en voz baja, únicamente, puede usted tararearlo. La corrección es poca cosa, bajar el primer compás.
Déjeme esto a mí, que necesito ahora mismo empezar el verdadero trabajo, instrumentar esto: y con la prisa que quiere el General”.

Así nació, hace un siglo y cuarto, el Himno Invasor. Nadie mejor para contarlo que su autor, veterano de más de 60 combates, y de todos los de la invasión: La Reforma, Boca del Toro, El Quirro, Mal Tiempo, Santa Isabel, La Colmena, Coliseo, La Entrada, Calimete y El Estante. Y poeta, con inspiraciones musicales, por si fuera poco.


[i] Conferencia del General Loynaz del Castillo a la Sociedad de Artes y Letras Cubanas, en los salones de la Benemérita Casa de Maternidad y Beneficencia, La Habana, 12 de febrero de 1943.

Thursday, April 20, 2023

Lourdes Gil en la memoria

 

Por Felipe Lázaro

La muerte de la poeta cubana Lourdes Gil (La Habana, 1950 - Nueva York, 2023) me ha golpeado de manera rotunda. Falleció el pasado domingo 16 de abril en la Gran Manzana.

La conocí -personalmente-  en Nueva York, durante mi asistencia al evento OUTSIDE CUBA en Rutgers University (1989) y la posterior participación de Betania en la Feria del Libro Latinoamericano (1990 y 1991) organizada por la Universidad de Nueva York; aunque hacía años que nos escribíamos, quizás desde finales de la década de los años 70. Además,  recibía con puntualidad las revistas literarias cubanas Románica y Lyra, (fundada y dirigida por Lourdes y su inseparable amiga Iraida Iturralde) de las que era asiduo lector.

Desde entonces, han sido muchos años de amistad y de admiración, de mutuos proyectos literarios; siendo Lourdes una de las primeras poetas cubanas que publicaron en Betania.

En 1989, nuestra casa editora publicó su poemario Blanca Aldaba Preludia y  seleccioné poemas suyos para varios proyectos antológicos de mi autoría, como: Poetas Cubanos en Nueva York (1988) con prólogo del profesor José Olivio Jiménez, la antología bilingüe (Español/Inglés) Poetas cubanas en Nueva York / Cuban Women Poets in New York (1991) con prólogo de Perla Rozencvaig,  Poesía Cubana: La Isla Entera (1995) en colaboración con Bladimir Zamora y la antología crítica Indómitas al sol. Cinco poetas cubanas de Nueva York (2011) con prólogo de Odette Alonso Yodú y ensayos de Elena M. Martínez, Perla Rozencvaig y Mabel Cuesta, en coedición con el Centro Cultural Cubano de Nueva York.

Como un sencillo homenaje a su memoria, y a su obra poética, ofrecemos unos breves versos de su cosecha.

3 poemas de Lourdes Gil

Los escribanos (su oficio)

Primero yacen.
Luego se yerguen, inguinales.
Sobre eslabones incendiarios saltan
tocan, mas sus plantas esquivan los rescoldos.
No se entregan.
Componen el ritual sombrío y milenario
desde sus ojos de ciruela
tienden el pálpito en la horma.
Ellos son otros.
Para sí y para otros producen alfabetos
de punzadura cuneiforme en Braille.
¿Quién los lee?
La noche los sorprende siempre apretados a la tierra
laminando hirvientes de corojos
las palabras.
Añaden nudo sobre nudo al corazón
y van escalonando perdices enjugadas
en vino aromático a clavo y canela.
Finalmente
posan junto a la herética panoplia de sus versos
desprendidos de bolso y cabellera
como lo exige la tonsura.
Adosan los salobres lagrimales
desnudos ante la soldadesca
esa hostil esgrimadora de panojas.
Más todo lo devora un píloro secreto:
La Parusía, que engulle el escenario
las metáforas, las brevas
y disipa
la vorágine rotativa de la Tierra.

Finisterre

Quería preguntarte
si existen túneles entre las estrellas
si en tu noche total hay lapsos que engullen los relámpagos
si ves tábanos de luz.

Quería decirte que amanece
aunque te has ido
y que el asta violeta de Amaltea
hiere mi lengua embadurnándola
de mosto, sal caliente, hambre de dos.

Quería preguntarte, sobre todo,
si te alcanzó el diluvio de las piedras
el caos febril, la despedida,
la locura de Pound que ambos supimos era falsa.
Quería saber si tus oídos
abren su vuelo ante la curvatura del espacio
si alguna música te llega (Bach más que nada)
si te perturba el anillamiento de las aves.

Quería preguntarte tantas cosas.
Si sabes que el amor imita tus delirios
trastorna el orden de la vida, sus deleites
y en vano enciende cábalas y pozos y simientes.

Quería, finalmente, preguntarte
cómo haces
para que siempre seduzcan verbo y poesía
si desde donde ahora en libertad padeces
ver cómo se desliza tu barro incandescente
por las cálidas combas de mis manos.

La extranjera

a Amalia Peláez
y a Carmen, por supuesto.

Cada día se asoma a su jardín
de pájaros y helechos,
ensarta el reino
de lo visible a lo invisible.
Cada día fosforecen las ausencias
la ciudad se hace más dulce y mas distante.
Cada día es invierno y primavera
cada día es guerra y pacto venturoso.
Más allá del patio y los vitrales
trituran su mural.
Cada día Amelia se sumerge
en el raído mimbre de su silla.
Allá afuera
llueve a torrentes y triunfan las urracas.


Con la muerte de Lourdes Gil, otro poeta cubano muere en el exilio, lejos de la patria. Este año cumplía sus 62 años de destierro...

DESCANSA EN PAZ, amiga Lourdes...

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Lourdes Gil (1951-2023). Poeta, escritora y profesora cubana. Salió de Cuba en 1961 a los once años de edad.  Estudió Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de Fordham, en la Universidad Complutense de Madrid y en New York University, donde se doctoró   Codirigió (junto a Iraida Iturralde) las revistas literarias Románica (1975-1982) Lyra (1987-1990).
Obtuvo dos veces la Beca Cintas (1979 y 1991). Desde 2001 perteneció a la Junta Directiva del Centro Cultural Cubano de Nueva York, donde dirigió los Programa de Literatura y de Estudios Martianos.  Durante años fue profesora en Baruch College.

PoesíaNeumas (1977), Manuscrito de la niña ausente (1980) Vencido el fuego de la especie (1983), Blanca aldaba preludia (1989), Empieza la ciudad (1993), El cerco de las transfiguraciones (1996) y Anima vagula (2014).

Ensayo: Paisaje extrainsular, Bipolaridad de la cultura cubana. Ponencias del Primer Encuentro de Escritores de dentro y fuera de Cuba (Suecia, 1994) y Viajes por las zonas templadas: arte y literatura cubanos de la extrainsularidad (inédito).

Tuesday, April 18, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XVI

 Por Guillermo A. Belt

 

El primer importante acuerdo del Consejo de Gobierno fue trasladarse al Cuartel General de Maceo para recibir el juramento del Ejército de Oriente y obtener las impresiones de su Caudillo relativas a la trascendental campaña de la Invasión de Occidente, cuyo intento no era un secreto para nadie.

El 22 de septiembre de 1895 el presidente del gobierno recién instalado le comunica al General en Jefe Máximo Gómez el objetivo y urgencia de esta visita, nos cuenta Loynaz del Castillo en sus Memorias de la guerra, y Gómez responde con tanta eficiencia que ese mismo día se efectúa la primera jornada, acampando en La Cabeza, y luego continúa la marcha por varios días. En resumen, citando nuevamente al autor, El Consejo de Gobierno, convenientemente escoltado, atravesó sin novedad alguna los territorios de Las Tunas y Holguín, en dirección a la histórica sabana de los Mangos de Baraguá a donde le citara el general Maceo.

Loynaz se separa de la marcha para cumplir un encargo del presidente del Consejo de Gobierno. Tras cruzar el Cauto a nado por la pérdida de uno de los caballos, llega a Dos Ríos el 10 de octubre, reconoce el sitio de la muerte del Apóstol, señalado por el capitán y prefecto José Rosalía Pacheco, fanático adorador de Martí, levanta un acta y conforme a las instrucciones del presidente Cisneros la encerré en una media botella y la enterré bajo la cruz (preparada por Pacheco). Luego se adelanta por las márgenes del Cauto en camino al campamento de Maceo.

Recordemos que Loynaz y Maceo no se veían desde el atentado al general en Costa Rica, en el cual Loynaz mató al hombre que le disparó por la espalda a Maceo, evitando que lo rematara. Ahora, el reencuentro, descrito por Enrique Loynaz del Castillo:

Una mañana me dio el alto un centinela. Era la avanzada del general Maceo, en el campamento de Canasta. Informado el general de mi presencia en la avanzada, montó a caballo con algunos ayudantes para venir a mi encuentro. Al mutuo divisarnos, pie a tierra, corrimos a encontrarnos;un largo abrazo, nuevos abrazos; apenas podíamos hablar; juntos fuimos al campamento.

Esa misma noche se produciría un desencuentro entre el heroico guerrero y su joven admirador. Son bien conocidas las diferencias entre José Martí y Antonio Maceo sobre los poderes civil y militar durante la guerra, y afloran en el relato que hace Loynaz en su libro.  En este resumen recojo el incidente, sin comentarios, tal como lo recordó Loynaz.

A la hora de la cena me convidó – primera y única vez – el general Maceo. De sobremesa, a la luz de una vela de cera, con todo el Estado Mayor alrededor de nosotros, recordábamos el General y yo nuestra vida de Costa Rica, la expedición de Fernandina y las penosas marchas de los expedicionarios de Maceo luego de desembarcar en Duaba. Como era natural, hablamos de Martí; porque mi mente saturaba estaba de las emociones sentidas en la visita al campo de Dos Ríos, expresé mi angustia por la suerte futura de la República, privada de su artífice, sabio, austero y glorioso. El General me interrumpió:”Sí, es verdad que Martí era un gran abogado…¨

Sorprendido, interrumpí a mi vez a Maceo: ¨No, General, no un gran abogado. Martí es el primer estadista de América; es la cumbre del patriotismo y la posteridad ha de venerarlo como el libertador de la Patria; porque sin él, General, ni usted, ni Gómez, ni nadie hubiera podido reanudar la guerra, abandonada en el fracaso de 1885; porque sin dinero, sin respaldo de crédito entre las emigraciones decepcionadas, ninguna expedición trascendente podría haberse montado…Martí galvanizó al pueblo cubano, puso a trabajar para la Revolución los talleres del exilio, unió – corazón a corazón – a todos los desunidos: a usted con Máximo Gómez, a usted con Flor Crombet y con Serafín Sánchez; él levantó los corazones y echó a andar la Revolución.

Era el general Maceo hombre tan comedido y sereno que oyó hasta el final, sin interrumpirlas, estas justas observaciones. Cuando las terminé, púsose de pie y dijo: ¨Bueno, señores, ya es tarde; se ha tocado silencio y vamos a descansar.¨ Después, en el camino a nuestro rancho, me decía el colombiano, teniente coronel Gustavo Ortega: ¨Mi amigo, ¿que usted no es psicólogo? ¿que no veía usted la cara del general Maceo mientras hacía usted la apología de Martí? Mi amigo, esta noche ha jugado usted a esa carta su carrera militar y la ha perdido.¨

Concluye así Loynaz, ascendido a comandante después de la tertulia de aquella noche en el campamento de Canasta:

No sé. Es posible que tuviera razón el patriota colombiano; en aquella sobremesa me jugué y perdí el inicio de mi carrera militar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fallece Lourdes Gil*

El Centro Cultural Cubano de Nueva York se viste de luto y comunica con profundo dolor y tristeza el fallecimiento ayer, domingo 16 de abril, 2023, de Lourdes Gil. Prestigiosa intelectual, brillante poeta y ensayista, destacada profesora universitaria, martiana cabal y entrañable amiga

Natural de La Habana, Cuba, desde niña mostró cualidades de escritora, talento que siguió acendrándose durante sus años de estudiante en el Colegio del Apostolado y luego en high-school en los Estados Unidos tras abandonar la Isla en 1961 como parte del éxodo infantil Pedro Pan. Estudió literatura en St. Peter’s College, la Universitad Complutense de Madrid, New York University y Fordham University. Por más de dos décadas se desempeñó como profesora de Historia y Cultura Latinoamericana en Baruch College de la City University of New York, donde se estableció una beca en su nombre en reconocimiento a su larga y distinguida carrera académica. Co-dirigió las revistas literarias Romanica (1975-1982) y Lyra (1987-1990).

Su poesía ha sido ampliamente antalogada y sus ensayos sobre el arte y la literatura de la diáspora han sido incluidos en numerosas revistas y enciclopedias. Es autora de varias colecciones de poesía, incluyendo Neumas (1977), Manuscrito de la niña ausente (1979), Vencido el fuego de la especie (1983), Blanca aldaba preludia (1989), Empieza la ciudad (1993), El cerco de las transfiguraciones (1996) y Anima Vágula (2014); el libro de ensayos Viaje por las zonas templadas: arte y literatura cubanos de la extrainsularidad (de próxima aparición); y varios poemarios y colecciones de ensayos, aún inéditos. Su obra ha sido galardonada dos veces por la Beca Cintas, así como por otros premios literarios, incluyendo becas de la Ford Foundation y la Geraldine R. Dodge Foundation, y residencias como escritora invitada de Poetry Society of America, Virginia Center for the Creative Arts, Casa de Andrés Bello en Caracas, Venezuela, la US-Japan Foundation y otros reconocimientos.
 
Durante años sostuvo una larga colaboración con el Centro Cultural Cubano de Nueva York, donde desempeñó una labor invaluable como frecuente conferenciante, miembro de su junta directiva, asesora en los congresos anuales y directora del Programa de Literatura y del Programa de Estudios Martianos hasta 2021.
 
Falleció colmada de amor, junto a su adorado hijo, Gabriel Rodríguez, y rodeada de queridos amigos y estudiantes. Nuestro corazón se encoge con su partida, pero el mundo se ensancha con su huella. Que Dios la tenga en su Gloria.

Compartimos, en su honor, uno de sus poemas más recientes:
 
Lluvia de piedras
 
Los que ya no están me acompañan:
los de la sangre y el espíritu.
Hablan entre sí, cuchichean.
Desatan febriles mis entuertos,
me reconcilian con las plagas y el elíseo.
Trazan caminos que nunca he transitado,
los senderos ocultos a donde no llega el sol.
Vías secretas de señales telúricas,
árboles imponentes, majestades sonoras.
 
Se enrojece el cielo de la madrugada,
 
recupero la risa,
el silencio,
la divina gracia.

*Nota emitida por el Centro Cultural Cubano de Nueva York
 
 

Sunday, April 16, 2023

Morir de Isla y vivir de Exilios*

 

Octavio de la Suaré, Luis de la Paz y Héctor Santiago

Por Octavio Delasuaree**

                 

La reciente publicación del libro de cuentos, Morir de Isla y vivir de Exilios, del conocido dramaturgo y narrador Héctor Santiago, atrae la atención de inmediato con su muy sugestivo y apropiado título, y en especial, para todos aquellos que han sido forzados a abandonar el rincón natal y tratar de rehacer su vida en un lugar diferente, problemática común de nuestros tiempos modernos.

De su autor, Héctor Santiago, queremos primordialmente destacar que nació en La Habana y entre sus muchas credenciales cuenta con ser un distinguido dramaturgo, narrador, pintor, director escénico, actor, bailarín, coreógrafo y titiritero. Entre sus aportaciones dramáticas se incluyen El último vuelo de la paloma, Balada para tres muñecos tristes y Las noches de Madame Fru-frú. También tiene una novela a su haber llamada La memoria del agua y el don de poder expresarse clara y líricamente.

Para todo lector interesado en los drásticos cambios que han ocurrido en Cuba durante más de medio siglo, en estas narraciones Uds. hallarán un estudio abarcador y detallado del despotismo establecido contra su ciudadanía a partir de 1962 con la Declaración de La Habana. Este es a la vez un testimonio muy poderoso, emparentado con el ya clásico El presidio político en Cuba de José Martí, sobre los excesos de la tiranía, llámese Weyler o Castro, y sus inhumanos campos de concentración o UMAP.

Este volumen que estudiamos está compuesto de treinta y cuatro historias y se halla dividido en dos secciones. La primera es la más extensa y se concentra en lo que significa el mal vivir bajo un régimen totalitario, o como se lee en el rótulo, “Morir de Isla”, y, paradójicamente, a la vez estar forzado a abandonarla.

La segunda parte trata de la adaptación de un exiliado cubano que tiene que rehacer su vida en los Estados Unidos, sin poseer nada, mientras soñaba a diario con el posible regreso a la isla. Y como ya señalara un clásico que había sufrido similar separación del terruño querido: “La peor carga es existir sin poder vivir”, o dicho de otra forma, “Vivir de Exilios”.

Como el tiempo de que disponemos es limitado no podremos comentar sobre las 34 historias incluidas, así que hemos seleccionado solo 3 porque resumen vívidamente los avatares sufridos por todos sus personajes.

Pudiéramos seleccionar, por ejemplo, “Sin título”, sagaz ejemplo de la literatura del silencio ya señalada por Milan Kundera, donde se examina la denuncia del totalitarismo con solo 7 palabras y 3 números”: “Aquí se ha aplicado la Ley revolucionaria 349”. Punto. Con ella se alude al Decreto 349 de 2018 que restringe la libertad de creación. O sea, que ya no se puede escribir nada contra el castrismo, y ahora tampoco se permite pensar contra él.

Por supuesto, que todos tenemos en mente la Inquisición contra reformista en España y sabemos muy bien cómo terminó esa injusticia. De igual forma, tenemos “La última noche que NO pasé contigo”, donde el escritor hace alarde de su buen sentido del humor al presentar la función cultural de las posadas de barrio, escape para los obstáculos a los que están sometidos en la actualidad la pareja de enamorados. Cuando por fin logran estar solos caen rendidos de agotamiento del ajetreo constante por el que han sido sometidos. Y a la vez están conscientes de que hay no momento disponible para disfrutar su privacidad y así salen corriendo como bólidos para regresar a sus respetivos hogares sin siquiera besarse. Tal parece que el amar en Cuba tampoco es permitido.

O tal vez pudiéramos concentrarnos en el irónico “Sueños de agua”, sobre la famélica y desesperada familia que emprende la fuga de la isla soñando con la libertad de Miami y terminan todos sus miembros por servir de alimento a los tiburones al romperse su improvisada balsa.

En resumen, los dos asuntos principales de esta importante obra son, en primer lugar, la vigorosa denuncia contra los abusos del gobierno castrista contra sus ciudadanos, como los crímenes del pasado 11 de julio atestiguan. En segundo lugar, el firme propósito del artista por destrozar caducos y falsos mitos que aún persisten en la sociedad. Pasemos a revisarlos.

El primer cuento que elegimos es “¡Virgencita, que no me persigan las tataguas!”, en donde se describe una verdadera historia de amor, honor y responsabilidad, que tiene lugar bajo las más espantosas condiciones en que los seres humanos puedan hallarse. El relato comienza con la viuda del protagonista y su pequeña hija en el aeropuerto, preparándose para abandonar el país instigadas por el comité del barrio para apropiarse de su codiciada vivienda. El consternado esposo había sido forzado a alzarse contra las injusticias del despótico régimen y había sido fusilado. Resalta en esta escena inicial cómo ambas son objeto de una minuciosa pesquisa por parte de los esbirros de la aduana que hasta incluye hurgar en las partes privadas de las personas, y hasta en los niños. Mientras espera, la protagonista rememora la última visita al cementerio donde se suponía que se encontraban los restos de su esposo, siempre vigiladas en el trayecto de ida y vuelta por los vecinos o chivatos del barrio. Esta imagen le ofrece a nuestro innovador la oportunidad para introducir la nota simbólica en la historia, o sea, el poético empleo de las tataguas.

En breve, la leyenda sobre las tataguas narra que, en Cienfuegos, cuando los aborígenes la habitaban, una bella joven llamada Aipirí era la admiración de todos ya que bailaba y cantaba como nadie en todas las fiestas de su tribu. Un día, Aipirí encontró el amor en un joven siboney, se casaron y fundaron una familia de seis hijos. Al principio la joven se pasaba el día con su familia, pero un día se aburrió de todo y quiso volver a su vida de joven soltera y sin compromisos. Comentó a faltar a su casa y a dejar a sus hijos solos. Fue así que Mabuya, señor del mal, cansado de oír a los niños llorar y temiendo que, cuando crecieran, fueran tan impíos y crueles como él, en un rapto de ira los transformó en matas venenosas, arbustos de guao cuyas resinas y hojas producen al contacto llagas e hinchazones. Si Mabuya castigó en los hijos la falta de la madre, el espíritu del bien castigó a la causante del daño, transformando an Aipirí en tatagua, mariposa nocturna de cuerpo grueso y alas cortas conocida también como mariposa bruja. Según la leyenda, en Cuba se considera la visita de la tatagua como un presagio de muerte o el anuncio de un evento desagradable.


Sin embargo, como destaca el artista y está consciente el lector, la situación de Irma, la madre, en esta exposición, es por completo a la inversa, pues nuestra protagonista vive enamorada de su fallecido esposo, siempre cumple con sus responsabilidades y protege a su pequeña hija de la sociedad atemorizada, mecánica y de las tataguas o chivatos del barrio que las rodean. En este caso, el lector disfruta de la ironía de hallarnos ante un buen presagio, ya que madre e hija lograrán en breve escaparse de aquella pesadilla.

En esta narración observamos por igual cómo el autor hace alarde de un sinfín de recursos literarios como la ironía para enfatizar su empatía con las virtudes de los alienados y perseguidos, entre los que resaltan el símil (“Como un árbol desgajado comenzaron a irse los familiares y amigos”), la hipérbole (“El interrogatorio duró un mes”, “…usaban los tampones como bancos para sacar dólares y joyas”), la prosopopeya (“Ya que Palmarito, la villa, era sordomuda”, “se quejaba la tristeza de las cruces sin rezos”), el uso de letras simbólicas (“LCB: “La lucha contra Batista”, primero, “La lucha contra Bandidos”, ahora; “La Esfinge de Piedra); las repeticiones (“A ratos comprobando de reojo que ella y su sombra seguían allí…Seguía allí…Seguía allí…”); el tremendismo de Camilo José Cela mientras desenterraba y limpiaba los huesos del que creía había sido su esposo…; las clásicas canciones de Carlos Borges (Bodas negras), Rafael Hernández (Ahora seremos felices) y Agustín Lara (Noche de ronda), el cambio cronológico del presente al pasado y viceversa; los neologismos; los epítetos (“Las Villas La Cómplice”, “José, el Rápido”, “La Habana, La Horrenda”); el uso de símbolos numéricos (el # 9, el día en que madre e hija visitan el cementerio del esposo muerto, simboliza el idealismo, aquellos que vienen a ayudar; y en la numerología pitagórica el 9 simboliza el cierre de un ciclo y el comienzo de otro), repetición de verbos activos en asíndeton (“¡Que saltara, se agachara, abriera las nalgas y la labia!”), la historia de la fundación de Palmarito (“Don Gaspar de Suazo Campuzano, el fundador, un 18 de marzo del 1792, Año del Señor”), metáforas con anáfora (“El nueve de una mañana sin risas, el nueve cuando los ojos entreabrían miedosos las puertas y ventanas para verlas pasar…, el nueve que las volvía invisibles…); paradoja (“Sin mirar a los que aparentaban no mirarlas…”), metáforas con metonimias (“Los pasos de sus lutos”, “quitarles la identidad”, “afeitarse el pasado”, “imponiéndoles la nueva piel”); imágenes (“Partidos en dos,), “ella
podía irse sin ellos, él sin ellas, los dos sin la niña que necesitaba el permiso de Estado”), contrastes (“vendieron lo mucho pudiendo arreglarse con lo poco…”), sinécdoque (“Avivando las envidias que después se vestirían de verde olivo”, “Le vio los ojos inundados de verde, lomas, ríos…”); los anónimos reveladores (“José está enterrado en Palmarito en El Escambray. ¡Queme esta nota!”);
onomatopeya y aliteración en una sola palabra:(¡Siquitrilladoscontrarevolucionariosvende patriagusanos!), etc.

El segundo relato que nos interesa destacar es “En el país de los 
Patagones”, crítica acerba de todo el tiempo que han sufrido de pie las madres cubanas debido al racionamiento de alimentos que sufre la isla, donde ya no se produce casi nada. Si en el primer cuento se percibe la ironía en la horripilante realidad que enfrenta un matrimonio bajo el comunismo, en este segundo, el escritor emplea el sarcasmo para denunciar el sufrimiento de las madres cubanas en el símbolo de las colas o interminables filas de espera en busca de algún alimento para su familia, obligadas a mantenerse de pie horas
tras horas viendo cómo se le deforman las extremidades. Y la alegoría de La Charada China o bolita cubana le viene de perillas en esta narración.

La Bolita o Charada es el juego de azar más popular en Cuba y la mayoría de los jugadores busca experiencias místicas u oníricas que asumen como revelaciones y las transforman en códigos numéricos. Como Uds. saben, la Bolita o Charada Cubana es una tabla de números consecutivos del uno al cien, se juega desde 1873 bajo todos los gobiernos y en la década del ’90 se disparó otra vez su popularidad y se juega hasta la época actual. Las tele-emisoras de
onda corta, como Telemundo, Radio Martí, La Poderosa, Cash3 y Play4 de la lotería de la Florida contribuyen a su éxito.

Con un estilo informal y a la vez poético, nos encontramos aquí por igual con otra extensa variedad de técnicas literarias explicativas de las diversas y extenuantes circunstancias por las que pasan los personajes, entre las que resaltan, en primer lugar, el lacerante sarcasmo (“Acariciándole los pies a la recién nacida, recordó el dicho: ¡Puede dormir de pie!, ¡Ciento nueve elefante!, “Trajo la estampa de San Luis Bertrán, el Médico del Espacio, con su oración…”, “Por los caminos del racionamiento de esas cuotas extras dependía la familia convirtiéndolos en privilegiados”); asimismo la hipérbole (“Su esposo Manito tenía la culpa por no haber alcanzado la meta de cincuenta frijoles por persona que sus jefes pregonaron y también de la vagancia de los pollos tardíos con los huevos”; “la cuota extra del pedazo de carne recibida por estar embarazada que sus trucos cocineros alargarían como si fuera una pierna de ternera”, “Según su cuenta- pensaba-… más o menos…Trescientos sesenta y
tantos días durante veintitrés años…¡Car…amba! ¡Eran once mil trescientos quince días de colas!”); epítetos (“Oriente La Infernal”, “La Isla Maldita”); metáforas (“Las colas eran su droga”, “Eran analfabetos de un mundo numerado”, “En el zoológico colero saber identificar el bestiario: las mandamases, las chusmas, las guapetonas, las pandilleras, las coladas, las estoicas y mudas Señoras rezagos de las República, la gusano sin miedo que se quejaba, la del trueque de direcciones de dónde comprar en bolsa negra, la que había presentado la salida del país, etc.”); los símiles (“como una grulla
pasando el cansancio de una pierna a la otra”, “las pataditas del bebé en la embarazada eran como si desde adentro la embistieran con un ariete”); prosopopeya (“Adaptada a la mordida del sol “, “Llegó el aceite a la bodega”); anáfora (“Dividida entre la hija y la colera, la madre y la colera, la esposa y la colera“); repetición de verbos acelerando la narración: (“El oficio de colera implicaba conocer sus técnicas: evitar la más mínima crítica, escuchar sorda los chismes, hablar y hablar para pasar la espera, el leve eco criticando sin criticar, culpando cualquier cosa menos a los que había que culpar”), etc.

Por supuesto, no podía faltar el buen humor del artífice que lo reserva para el meollo de la crónica en la numerología de la bolita y con especial atención a las necesidades y a la falta de alimentos para sobrevivir. Así se observa en la lotería del gobierno para la repartición de víveres: “Del cuarenta y tres (alacrán) al noventa y seis (mosquito grande)”,-ninguno sirve para comer; “Del cincuenta (policía), por si se protesta, al ochenta (médico)”, por los golpes de la represión policial; “La fatiga y el cansancio de las colas quebraron su cuerpo: “Se le hinchaban las piernas”, ¡Dieciséis (Funerales), “Le craqueaban las rodillas”. ¡Ciento doce! (mujer mala)”, “Las varices trazaban sus caminos”, ¡Cuarenta y nueve! (borracho), “Los pies se le desparramaban hinchándose” ¡Ciento veinte! (orinal), “Exprimiéndole la cintura ¡Doscientos nueve! (lengua), “Golpeándole los riñones” ¡Seis! (Jicotea, botella), (“Apuñalándole la espalda” 53 (Tragedia), Encorvándole los hombros 17 (Opio), “Agarrotándole el cuello”120 (cañón), etc.

“Por menores de diez años –continúa Santiago--, la cuota de carne para sus hijas Mariskel y Xanabris -comprendidas en el grupo del 15 al 25, o sea, entre el 15, perro (¿para comer?) y el 25, piedra fina o tomar sol, tampoco ningún alimento apetecible. El cuarto de pollo por la úlcera de Manito su esposo -del 41 (prisión o lagartija, a escoger) al 75, cine, para entretener el estómago con una película, o viento, o sea, nada.). El pedazo de hígado extra por la vejez de Petra su madre -del 76, humo, al 98, entierro. En resumen, “noche de banquete, gracias a la maternidad, la infancia, la dolencia y la vejez”, pero a la vez comenta sarcásticamente el artista: “Por los caminos del racionamiento de esas cuotas extras, dependía la familia convirtiéndolos en privilegiados…”. O sea, volvemos a la lucha de clases, se divide y se conquista, los privilegiados comen, el pueblo, no.

“Las colas eran su droga, le adormecían la conciencia, funcionaba por pura sobrevivencia, en un estado de hibernación que le permitía estar sin estar, adaptada a la mordida del sol con sus sudores, sacándole malos olores, sin anhelar la simpleza de una sombrilla, una silla portátil, un vaso de agua fría, un café que la revitalizara…Ocurriéndosele que si premiaban y homenajeaban a los Héroes Nacionales del Trabajo, ¿por qué no lo hacían con las Heroínas Nacionales de las Colas? ...

El tercer relato escogido de esta primera sección se titula “Ícaro”, y como su nombre indica a las claras, se refiere a la espectacular fuga de dos adolescentes escondidos en el recinto de las ruedas de un avión que volaba de La Habana a Madrid, huyendo atormentados de la prisión en que se ha convertido la isla de Cuba. Mas otra vez nuestro artista hace alarde de las muchas armas que utiliza en su afán por tergiversar el significado de los mitos y leyendas establecidos. El castigo del personaje mitológico que voló demasiado cerca del sol y como consecuencia se le derritió la cera que enlazaba y sostenía sus improvisadas alas fue el resultado de su complacencia y de su arrogancia por no querer escuchar los consejos de su padre. Sin embargo, en el caso de los dos jóvenes cubanos que emprenden esa insólita y peligrosa fuga, nuestro autor explica con lujo de detalles que en esta oportunidad los motivos de fuga se debieron al aburrimiento que los abrumaba y a la desesperación que sufrían por no hallar una solución posible a su trancado porvenir. Es más, en ningún momento hicieron a nadie partícipe de sus planes ni desoyeron consejo alguno tampoco. Y si por desgracia Jorge Pérez Blanco, de 16 años, pagó la heroica osadía con su vida a los escasos 16 años de vida, por otro lado, Armando Socarrás Ramírez, un año mayor que aquél, logró cantar victoria al lograr aterrizar en Madrid en el vuelo 904 de Iberia el 4 de junio de 1969, maltrecho, pero vivo. No fue menos que un milagro, indiscutiblemente, ya que de los 113 casos documentados de fuga similar entre 1947 y junio del 2015, todos ellos varones y menores de 30 años, 86 jóvenes perdieron la vida con un promedio de 76 por cierto fallecidos.

Después han seguido una multitud de casos con diversos resultados y no hace mucho tiempo 2 militares aterrizaron en Cayo Hueso con un planeador modificado al que le habían instalado un pequeño motor para así atravesar las 90 millas que separan Cuba de Cayo Hueso.

El ensayista detalla por igual algunos de los procedimientos utilizados en el relato que incluyen, entre otros, el cambio cronológico (el cuento comienza con los 2 jóvenes ya dentro del recinto de las ruedas del avión, y continúa con la preparación de la fuga); canciones populares (La paloma, de Rafael Alberti); paradojas (“participen en la vigilancia o los vigilamos”, “convertidos en unos jóvenes viejos”, “El que traía a los de tercera: los gusanos, que lo habían pagado de primera”); metáforas (“polizontes del ciento”, “los relojes al margen del poder estaban confiscados”, “Ellas les contagiaron con las bilis del mal vivir”); anáfora (“Y como nada se ansía tanto como lo que nos niegan, más que todo porque quien lo niega no lo explica, tanto más porque no logran convencernos, muchísimo más porque deseamos ser nosotros quien nos concedamos o neguemos las experiencias…”); epítetos (“La Habana La Espantosa”), y muchos más.

Por último, algunas de las características sobresalientes de la obra de Héctor Santiago necesarias de mencionar son su conocimiento de la mayoría de los conceptos y de las técnicas empleadas en el momento no solo en la dramaturgia, que es su especialidad, sino a la vez en la narrativa y hasta en poesía. En esta ficción, que como se ve desde ahora no solo contiene fábula, se observan cambio de voces en una misma narración, hincapié en múltiples individuos y en sus intenciones mientras se evitan los personajes reveladores y el narrador omnipresente, hay también acciones complejas que varían de escenario, atributos generales en los diferentes tipos de sujetos, pero con marcadas variaciones de región, empleo de simbólicas canciones populares, énfasis no en el resultado sino más bien en el por qué y sus causas, y muchas otras más. Y por, supuesto, todo con una estructura simple y abierta.

En resumen, esta destacada obra de arte de Héctor Santiago es una sonante denuncia de los desmanes cometidos por el gobierno castro comunista contra sus ciudadanos, un firme propósito de deshacer mitos ya en desuso, y todo escrito con una admirable y enérgica prosa de la mejor estirpe martiana.

*Santiago, Héctor. Morir de Isla y vivir de Exilios. Miami, FL: Editorial el ateje, 2021, 306 páginas.

 **Profesor Emérito William Paterson University 

Este trabajo fue leído en la Biblioteca Pública, West New York, NJ, el 15 de april 15, 2023

                                         

 

  

Friday, April 14, 2023

Este sábado en la biblioteca pública de West New York

 




CUANDO SALÍ DE CUBA: LOS NIÑOS CUBANOS DE MADRID

 

Centro Cultural Cubano de Nueva York
te invita al lanzamiento neoyorquino de


CUANDO SALÍ DE CUBA:


LOS NIÑOS CUBANOS

DE MADRID


por Remberto y María Pérez
Padre Camiñas recibiendo un grupo de niños a su llegada a Barajas.

Un episodio casi olvidado de nuestra historia:

el éxodo de más de mil niños a Madrid 

entre 1966 y 1970, acogidos por

el fraile franciscano cubano

Antonio Camiñas 




MARTES 25 DE ABRIL, 2023

6 PM


¡Con el testimonio personal de

JOSÉ MOYA y DAMIÁN DE ARMAS


COLUMBIA UNIVERSITY
School of International & Public Affairs
Conference Room 802
Amsterdam Ave. @ 118th St., NYC



ENTRADA GRATIS

ESPACIO LIMITADO 

Tuesday, April 11, 2023

De la india cubana Luisa Gainsa, hace un siglo, al ADN recién probado en sus descendientes de hoy.

Después de leer algunos comentarios sobre el libro Cuba indígena, sus rostros y ADN.

Por Vicente Morín Aguado.

El universo mediático Cuba está reproduciendo la noticia de que, mediante pruebas de ADN, se ha confirmado, ¡al fin!, la supervivencia hasta el presente de los aborígenes cubanos existentes cuando Cristóbal Colón encontró la tierra que le hiciera exclamar nunca tan hermosa cosa vido. Se trata del libro Cuba indígena hoy, sus rostros y ADN, firmado por 5 autores, de los cuales 4 son científicos cubanos y el 5to un fotógrafo profesional español.

Parafraseando un decir popular, vamos a comentar “sin perder la ternura”, porque el libro amerita leerse, más allá de las escasas páginas necesarias para dar a conocer una prueba de ADN. La controversia asalta cuando constatamos que algunos reportes sobre el suceso hacen borrón a la historia anterior o la sitúan en un estatus neblinoso, “que no es lo mismo, pero es igual”, repitiendo el estribillo de una conocida canción, también parte del fraseo cubano.

Puede afirmarse sin lugar a dudas, y vamos a demostrarlo, que la supervivencia hasta el presente de los agroalfareros cubanos, taínos y siboneyes, es algo conocido y probado más allá de toda duda razonable, antes de la conquista científica sintetizada en las letras ADN.

Estos aborígenes pertenecen a la etnia arahuaca, igual es lícito escribir Arawak, aún viva en la amazonía. Sus ancestros emigraron a las Antillas unos mil años antes que nos visitara el Gran Almirante de la Mar Océana, y Cuba fue el final obligado de esta emigración sucesiva, al cerrar el gran arco de islas que conforman un mediterráneo tropical.

Sin ir tan atrás en el tiempo, que nos obligaría a entrar en archivos propios de especialistas, es mundialmente conocida la foto de la India Gainsa, tomada por el arqueólogo estadounidense Mark Reymond Harrington en 1919, durante su extenso periplo del oriente al occidente de la mayor insularidad caribeña, auspiciado por la Smithsonian Institution.



No es una foto aislada, Harrington tomó otras igual de elocuentes, pero la mirada desafiante de esta mujer, auténtica sobreviviente del holocausto indígena, es impactante. Las imágenes captadas por el arqueólogo nos muestran una familia, mujer indígena, esposo de origen ibérico, otros niños y no falta una canoa hecha con un tronco de palma real, anclada en la rivera del Toa, el río de mayor caudal en Cuba, columna vertebral de la única selva tropical clasificada como tal en nuestro país, convertida en el parque natural Alejandro de Humboldt. El pie de foto escrito por Harrington es argumento y reto desde hace un siglo: The canoe did not desappear. (La canoa no ha desaparecido)

Durante el pasado 2018, el Centro Latino asociado al Smithsonian, abrió una exposición dedicada a este pasado que se niega a desaparecer no solo en nuestro gran archipiélago tropical y, las fotos antes comentadas se exhibieron durante largo tiempo.

Los estudios del mencionado arqueólogo norteamericano fueron publicados inicialmente en un libro de obligada lectura para quiénes se interesan por el tema que nos ocupa, bajo el título de Cuba Before Columbus (1921) (Cuba antes de Colón), fue traducida al español bajo el cuidado del ilustre etnólogo cubano Fernando Ortiz, de prolífica labor, a quien paradójicamente, le debemos buena parte de la controversia que estamos tratando.

El portal web Cubaencuentro, dándole justa bienvenida a Cuba indígena hoy, sus rostros y ADN, reproduce una entrevista telefónica del reportero Carlos Olivares al novelista y considerado etnólogo Miguel Barnet, conocido por el multi editado testimonio Biografía de un cimarrón, traducido al inglés como Biography of a runaway slave.

Luego de una larga carrera matizada por cargos políticos designados por el gobierno cubano y su partido comunista, a los 82 años Barnet preside la Fundación Fernando Ortiz, creada bajo su iniciativa y con el aval de haber sido discípulo directo del sabio que le da nombre.



Tal vez sea la edad, pero asombra esta valoración suya sobre el libro que nos ocupa:

“Este libro explora en la pervivencia y herencia legada por los habitantes originarios del archipiélago cubano: tierras de los indios taínos, siboneyes y guanajatabeyes, de quienes sólo se refiere que dejaron alimentos como la malanga y la yuca. El más respetado etnógrafo cubano, Fernando Ortiz, afirmaba que los indios se extinguieron con la llegada española a principio del siglo XVI: este libro rompe con ese mito que ha imperado durante más de 500 años.”

Una deducción simple acorta la pervivencia de tal mito a menos de un siglo de historiografía. Aunque figuras de tanto prestigio intelectual como Ortiz, ejercieron influencia para mantener la aseveración absolutista de la “desaparición de los indios”, antes de escribir su prolífica obra, en su tiempo y ya en su ocaso existencial, la tesis de Don Fernando fue rebatida con argumentos convincentes.

Se especula que la negativa a una conclusión justa respecto a la indudable existencia de indios en la Cuba contemporánea, derivada de los testimonios del Harrington traducido y publicado en Cuba por Don Fernando, pretendía preservar la pasión predominante en sus estudios, el indudable y por entonces soslayado aporte africano a la cultura cubana.

Sin embargo, en pleno apogeo de su vida intelectual, el gran etnólogo debió leer en Bohemia, la revista número uno de Cuba, de gran difusión en Latinoamérica, un reportaje firmado por el entonces joven espeleólogo, recién graduado Dr. En filosofía por la Universidad de La Habana, Antonio Núñez Jiménez, quien tituló su noticia “Con los últimos indios de Cuba” -año 1949-, relatando la presencia de descendientes aborígenes claramente identificados en Yateras, La Caridad de los Indios y Punta de Maisí, actual provincia de Guantánamo, así como en Ocujal del Turquino y Bella Pluma, Sierra Maestra, provincia de Santiago de Cuba.

En 1962 Núñez Jiménez, capitán del ejército rebelde de Fidel Castro, fue nombrado por su Comandante en Jefe Presidente de la recién creada Academia de Ciencias de Cuba, una de cuyas oficinas ocupó Fernando Ortiz.

En este lugar, debió confrontar, ya anciano, con el Antropólogo Dr. Manuel Rivero de la Calle, profesor de la Universidad de La Habana quien llegara a presidir la cátedra correspondiente. Rivero de la Calle estudió a fondo una muestra de población aborigen superviviente en Yateras, municipio de la provincia de Guantánamo, demostrando con el apoyo de las técnicas entonces existentes, el indudable ancestro indígena arahuaco de estos cubanos.

Los resultados de su investigación, además de publicarse en revistas científicas, aparecen sintetizados para el lector general en la obra Las culturas aborígenes de Cuba (1966), de cuyo contenido cito:

“El grupo que conserva más puras sus características aborígenes y, a la vez el más numeroso, se encuentra viviendo en el municipio de Yateras, provincia de Guantánamo. Se ha calculado que más de 1000 personas de esta región presentan esas características, y en algunas son tan evidentes los rasgos de nuestros primitivos aborígenes que se les conoce con el nombre de "indios" y nadie tiene dudas de quiénes son estas personas.”

Sobre la valoración de esta investigación, escribió posteriormente otro especialista en la materia, José Barreiro, Smithsonian Scholar Emeritus, quien ha dirigido numerosos proyectos de esta institución centenaria, siendo fundador además de la Red de Pueblos Indígenas. Su pasión le llevó a Cuba, buscando el extremo por donde primero sale el sol en el país, lugar que recorrió con un guía excepcional, el antropólogo Alejandro Hartman, historiador de la Ciudad de Baracoa, uno de los 5 autores del libro que es noticia.

“El estudio biológico de Rivero, realizado en dos etapas -1964 y 1972-1973- se centró exclusivamente en certificar la composición racial en una muestra de 300 personas de origen indígena del municipio Yateras. Su metodología incluyó mediciones antropométricas y observaciones somastópicas (siguiendo el Programa Biológico Internacional), características serológicas y genealogías familiares.” (Sitio Web: Cultural & Survival. Indios en Cuba, 2 de marzo de 2010).

Se trata de un conjunto de técnicas antropométricas evaluativas del cuerpo humano en toda su manifestación visible que excede en detalles al presente artículo: Estatura, hombros y caderas, mandíbulas, narices, pilosidad de la piel, cabellera, epicanto, oblicuidad de los ojos, iris, arcos superciliares, regiones glúteas, pelvis, pies y piernas, y coloración de la piel. Los resultados fueron comparados con la numerosa colección de restos humanos correspondiente a nuestros aborígenes, otros testimonios y estudios conocidos de la población arahuaca actual.

Las conclusiones que hemos citado, se reproducen actualizadas en una segunda obra de tan importante autor, esta vez firmada junto al profesor de la Universidad de La Habana y arqueólogo, Ramón Dacal Moure. Hablo de Arqueología aborigen de Cuba, de la editorial dedicada a la juventud Gente Nueva, La Habana, 1984.

Volviendo a Barnet, resulta inexplicable, por lo obvio, su errado comentario en torno al legado indígena cuando dice “de quienes sólo se refiere que dejaron alimentos como la malanga y la yuca.” Dejaron muchísimo más, es penoso que siendo este señor el asiento número dos de la Academia cubana de la lengua, desconozca el aporte de más de 200 vocablos claramente tainos al idioma que hoy se habla en Cuba.

El profesor José Juan Arrom, cubano de Mayarí con cátedra en Yale, escribió durante sus 97 años de vida enjundiosos ensayos sobre la cultura taina, de los cuales señalo Mitología y artes prehispánicas de las Antillas (1975) Estudios de lexicología antillana (1980) y El murciélago y la lechuza en la cultura taína, editado con Manuel A. García Arévalo (1988).

Por si fuera poco, el entrevistado para Cubaencuentro no puede desconocer a un colega suyo que también tiene asiento en la Academia Cubana de la Lengua, Sergio Valdés Bernal, autor de un texto en dos volúmenes titulado Las lenguas indígenas de América y el español de Cuba (1991-1993).

Inclusive, sin repasar los libros enumerados, bastaría andar por los campos del país, apreciando herencias indias tales como el bohío, humilde casa campesina, los caneyes, construcción mayor, muy difundida en las instalaciones turísticas, los recipientes elaborados con la yagua, el pan de yuca llamado casabe por los taínos y, una larga lista donde ocupa lugar especial toda una tradición asociada a la palma real, árbol símbolo nacional.

¿Habló a la ligera el autor de Biografía de un cimarrón? ¿Descuido del entrevistador, igual de ausente a conocimientos tan populares?

A sus 82 años, Miguel Barnet ha causado vergüenza ajena cuando, por ejemplo, justificó y minimizó la responsabilidad de Fidel Castro en la represión sistemática de los homosexuales durante la década del sesenta.

En cuanto al mito de la desaparición de los aborígenes cubanos a mediados del siglo XVI, interpretando el hecho en la calidad de conclusión general, puede darse por válido si consideramos que de una población estimada por expertos en tal vez 200 mil individuos, sobrevivieron quizás 5 mil. El genocidio del 97 % de una población es un acto de exterminio, aunque lo extraordinario está en quienes sobrevivieron para con su presencia denunciarlo. La mirada de Luisa Gainsa condena para siempre lo que jamás debiera repetirse.

Por tanto, es altamente pernicioso y totalmente anti educativo conocer que el libro de texto básico para enseñar historia de Cuba, contiene el este párrafo:

“Una cultura que llevaba diez siglos de evolución en Cuba-su llegada el tiempo coincide con la invasión bárbara visigoda de España y el fin del imperio romano occidental-desapareció pocos años después de la llegada a América, a fines del siglo XV, de los descendientes de los visigodos, los españoles.” (Eduardo Torres Cuevas, Doctor en Ciencias Históricas, autor de Historia de Cuba en 3 tomos.)

Tal cultura y sus habitantes, definitivamente no desaparecieron, inspiran a otros novelistas de dignidad manifiesta, en especial menciono a Daína Chaviano, cuya última obra se titula Los hijos de la diosa Huracán. Precisamente el catedrático emérito de Yale, José Juan Arrom, ha afirmado que fue Huracán la primera palabra india incorporada regularmente a la lengua española.

Un doctor en ciencias históricas cubano, conoce de seguro la existencia de los llamados “pueblos de indios”, resultado del decreto real que en 1542 puso fin a las encomiendas, declarando a los nativos americanos súbditos del monarca español. Esta ley demoró una década en hacerse efectiva, momento en que según señalamos antes, unos pocos miles de indios sobrevivían en precaria existencia.

Entonces fueron creadas varias comunidades bajo los derechos dados por el rey, de ellas, un ejemplo fue recordado por el periodista Osviel Castro Medel en el segundo diario de mayor circulación del país, Juventud Rebelde, 24 de enero de 2011. Se trata de Jiguaní, fundado el 25 de enero de 1701 por el indio Miguel Rodríguez, con el apoyo de un cura llamado Andrés Jerez, según confirma el historiador de la localidad, Hugo Armas.

Otro capítulo de especial interés es el testimonio del Lugarteniente General del Ejército Libertador, de hecho su segundo Jefe, Antonio Maceo Grajales, citado por José Barreiro:

“Antonio Maceo ordena, utilizando la actividad de una india yerbera/médium, conocida como Cristina, lograr poner a los indios al lado de la causa mambisa e incluso se formará una unidad de combatientes indígenas en la zona de Maisí que ha pasado a la historia como Regimiento Hatuey, el cual participó en numerosas acciones hasta el fin de la Guerra de Independencia en 1898 y entre ellas los historiadores resaltan la importancia de la batalla de Sao del Indio.” (Sitio Web Cultural & Survival )

Volviendo al libro de reciente publicación, Cuba indígena hoy, sus rostros y ADN, el portal web No. 1 del rating en internet si de nuestro país se trata, CiberCuba, incluye una nota con la siguiente aseveración:

“En 2019 el fotógrafo español Héctor Garrido, uno de los impulsores del proyecto, comentó a la cadena SER que existían pruebas científicas de la existencia de descendientes directos de los taínos y causó revuelo al afirmar que no se extinguieron, tal y como han planteado los historiadores cubanos”

Es perdonable en términos de historiar, esta imprecisa opinión de un fotógrafo español a quien hemos de agradecer su indudable protagonismo en el proyecto que dio a la luz el libro, junto a otros materiales audiovisuales de indudable valor. Sin embargo, ni Fernando Ortiz, ni el Dr. Torres Cuevas, menos aún el novelista Miguel Barnet, componen juntos a “los historiadores cubanos.”

Hay una pléyade de cronistas del pasado nacional de imperecedera memoria, cuyas obras ocupan un espacio imposible de borrar con algunas simples declaraciones mediáticas.

Quien escribe habla con pleno conocimiento de causa, me encontré con el catedrático Arrom durante su visita a Cuba en 1980, participando de un productivo almuerzo cargado de enseñanzas, en Trinidad, durante la IV jornada de la Cultura Aborigen, bajo la dirección personal del Dr. Antonio Núñez Jiménez. Con este último participé en varias expediciones por las cavernas de nuestro hermoso cocodrilo verde.

Desde entonces colaboré con Rivero de la Calle y Ramón Dacal, de quiénes fui alumno de postgrado. Ejerciendo la responsabilidad de Director del Museo Municipal de Historia de la Isla de Pinos, mal llamada Isla de la Juventud, realizamos una excavación arqueológica dirigida por el propio Rivero, en Punta del este, litoral sur pinero, conocido por la existencia en sus cavernas marinas de la más notable muestra de arte rupestre de las Antillas.

Años después conocí en Baracoa a Alejandro Hartman, historiador de la ciudad primada de Cuba, durante la siguiente jornada arqueológica nacional (1985).

Entonces volví a mi niñez en aquellos parajes selváticos, únicos de su clase en nuestra patria, porque mis padres enseñaron allí durante un lustro de sus vidas a los niños montunos, abundaban entre ellos los de clara identidad india, junto al Duaba, cuya desembocadura sirvió de rada para el desembarco del Titán Maceo el 1ro de abril del glorioso año 1895.

Está de moda en las redes sociales la expresión cambiar el mundo, asociada a hechos y personas que supuesta o realmente, en algo o mucho han ejercido influencia en la globalizada vida actual. La frase, de tanto usarla, ha degenerado y deben reprobarse los excesos que oscurecen con sus olvidos la continuidad de los procesos históricos, además, porque “honrar honra”, bien lo dijo el Maestro de la ética política e intelectual, José Martí.

Cuenta José Barreiro, destacado activista por los derechos de los pueblos indígenas de nuestro planeta, que durante su visita a La Punta de Maisí, mientras discutía con su colega, el historiador Hartman, sobre el grado de autenticidad de aquella cultura aún viva, desde el asiento trasero del auto, el indio Pedro Hernández, habitante de una comunidad allí radicada, cuyo padre y abuelo guiaron a Núñez Jiménez y Mark Harrington respectivamente, les interrumpió diciéndoles:

"Pero estoy aquí, indios o descendientes, es lo mismo. Ellos, los viejos taínos, estaban aquí. Ahora, nosotros, mi generación, estamos aquí. No vivimos exactamente como ellos, pero todavía estamos aquí".

Desde hace al menos un siglo, Luisa Gainsa viene diciendo lo mismo.