Sunday, December 29, 2019

José Martí y el triángulo [amoroso] de Nueva York*

Por Enrisco
Voy a hablar de José Martí. Prepárense. Cuando un cubano empieza a hablar de Martí no sabe cómo acabar. Para los cubanos el Apóstol de la Independencia sería como Messi para los argentinos si hubiera ganado un par de mundiales. Y eso que a Martí lo mataron en la primera escaramuza en que se vio. Pero Martí, además de patriota, era poeta. Escribía lo mismo a la patria, los niños, a las mujeres o a la mamá: sirve igual para una postal del día de los enamorados, el de las madres o el de Navidad. Un Dios con el añadido de la modestia, cualidad milagrosa para los cubanos. Por lo rara.
Martí pasó más tiempo de su vida adulta en Nueva York que en cualquier otra ciudad. Quince años. Nació en La Habana en 1853: partidario de la independencia cubana desde adolescente, lo encarcelan a los 16 por llamar traidor a un compañero enrolado en una fuerza paramilitar proespañola. Antes de los 17 lo destierran a España y tras rebotar por México y Centroamérica regresa a Cuba en 1878, meses después de concluir su primera y frustrada guerra de independencia. Martí llega casado y con la esposa embarazada pero como en la época no se veía bien que un hombre se entrenara en el cambio de pañales, Martí empieza a conspirar para una nueva guerra que estalla en agosto de 1879. Hasta que lo descubren. Lo vuelven a expulsar a España, pero al rato se escapa a Francia y de ahí embarca para Nueva York. Llega el 3 de enero de 1880 y se aloja en la casa de huéspedes de los esposos cubanos Marcos Mantilla y Carmen Miyares situada en 49 E 29 Street. El pintor colombiano Guillermo Collazo lo recomendó para colaborar con la publicación The Hour donde Martí publicó sus primeras impresiones del país donde “los que buscan honestamente trabajo encuentran siempre una mano generosa. Una buena idea siempre halla aquí terreno propicio, benigno, agradecido. Hay que ser inteligente; eso es todo”. Quince inviernos después dirá horrores, pero ahora es un recién llegado entusiasta. A la semana de llegar ya está en contacto con las organizaciones de exiliados. En marzo llega la esposa y el pequeño hijo de ambos. Martí conspira, pronuncia discursos y en octubre la esposa, Carmen Zayas Bazán, regresa a Cuba con Pepito. La historia oficial cuenta que quería que el marido se dedicara a mantenerla en vez de conspirar. Pero resulta que Carmen 2, la de la casa de huéspedes, estaba embarazada. Y Carmen 1 sospechaba que el responsable era Martí. Un infundio, seguramente. En noviembre nace la niña: Martí es el padrino cuando bautizan a María. Pero al crecer se parece mucho a Martí de joven. Y antes de morir Carmen 2 le cuenta a María que es hija del Apóstol Martí. Pasan los años y María Mantilla le cuenta a su hijo, César Romero, quien iba camino a convertirse en estrella de Hollywood, que su abuelo es el Messi de la independencia de Cuba. El actor debió sentirse como Clark Kent al descubrir que había nacido en Krypton. Años después Romero se convirtió en el Joker, la némesis de Batman en la serie de televisión. Pero debe ser mera coincidencia.
Con Carmen 1 y Pepito 2 en Cuba Martí tendría las manos libres para la magna tarea de liberar su país, pero para entonces la segunda guerra de independencia cubana ya había concluido con nueva derrota de los independentistas que en venganza le pusieron la Guerra Chiquita.
De pronto el futuro Apóstol de la independencia no sabía qué hacer: porque planear la independencia de un país es bastante menos complicado que hacer caber a dos Cármenes en una sola vida.

Publicado originalmente en Nuestra Voz.

Intelectuales franceses y Cuba: una historia de complicidad, desilusión e indiferencia*

POR JACOBO MACHOVER
En el principio era Gérard Philipe, y el mensajero de la revolución triunfante era Guevara, no el Che, sino Alfredo, el diabólico mentor de Fidel y de Raúl Castro, quien se iba a encargar del mejor instrumento de propaganda de los regímenes comunistas, el cine.
El actor francés, inolvidable intérprete del Cid en teatro, de innumerables papeles de aventurero, fue a Cuba con su esposa Anne después de haber trabajado en México en la que sería su última película, La fiebre sube al Pao, de Luis Buñuel. Se había comprometido a volverse el abanderado del nuevo Gobierno y a ser en la pantalla… Raúl Castro – Fidel iba a tener el rostro de… Marlon Brando.
Las negociaciones entre los enviados de Castro y los productores hollywoodenses fracasaron, y Gérard Philipe tuvo la mala suerte de morir, demasiado joven, a finales de 1959. Los encargados de la propaganda entendieron, sin embargo, que tenían en Francia, cuna de Robespierre, tan admirado por Fidel Castro, y del Terror revolucionario, una tierra de elección.

Allí mandaron a uno de sus principales portavoces, el director del diario Revolución, aquel que había lanzado la « Operación Verdad » para justificar los fusilamientos masivos de supuestos « esbirros » y opositores: el futuro disidente y exiliado Carlos Franqui. Éste llevaba el encargo de convencer al príncipe de los filósofos, Jean-Paul Sartre, y a su compañera Simone de Beauvoir, de ir a Cuba para luego cantar las proezas del Comandante en jefe. Sartre cumplió, con creces. Se pasó un mes en la isla, en febrero y marzo de 1960.
Y luego escribió. Los 16 artículos publicados meses después y reagrupados bajo el título de Huracán sobre el azúcar constituyen una sarta de consignas repetidas hasta la saciedad, de elogios ditirámbicos a Fidel Castro y de consideraciones generales que reflejaban su ignorancia y sus abominaciones racistas contra Fulgencio Batista. Pero está también lo que no dice : las ejecuciones que él y Beauvoir presenciaron, invitados por el Che Guevara. « Nunca es muy linda una ejecución », confiaría Beauvoir en una entrevista. Así cuajaba la complicidad de esos grandes espíritus con la pequeñez de un sistema criminal: con un pacto de silencio. Dejarían de brindar su apoyo al castrismo diez años más tarde, en 1971, junto con otros escritores y artistas del mundo entero, a raíz del « caso Padilla ».
A partir de ese momento, la mayoría de los intelectuales dignos de ese nombre dejaron de brindarle su apoyo incondicional a la revolución, con excepción de un Gabriel García Márquez, un Julio Cortázar, o un Mario Benedetti y unos cuantos poetastros más.
Entonces hubo que ir a buscar, mucho más tarde, a gente de menor calado, allí donde se presentaran, en España con un Willy Toledo, en Estados Unidos con una Katy Perry, una Madonna, o con un Oliver Stone. El cineasta, guionista del Scarface de Brian de Palma, realizó dos documentales con Fidel Castro, Comandante Looking for Fidel. En este último, su admirado caudillo reanudaba con las prácticas que había implementado con Sartre y varios más: en una « conversación » con los tres jóvenes ejecutados durante la primavera negra de 2003, Castro los obligaba a reconocer la « justicia » de sus condenas a muerte. Stone parecía no haberse dado cuenta siquiera de la monstruosidad de su humillación ante sus cámaras, contraria a todas las leyes internacionales sobre los prisioneros.
Y en la cuna de la ceguera del pensamiento, Francia, ¿qué pasó desde aquellos primeros años de adhesión casi general? Por supuesto, los admiradores de Fidel Castro siguieron proliferando pero a un nivel menor. El caso más sonado es el del actor Gérard Depardieu, íntimo amigo, por otra parte, del gran demócrata Vladimir Putin y compinche de Kim Jong-un y otros de sus semejantes. Hay que señalar, como curiosidad, que Depardieu había firmado, en 1988, la carta redactada por el escritor Reinaldo Arenas y el pintor Jorge Camacho reclamando un plebiscito a favor de la democracia en Cuba. Pero más tarde, intentó hacer negocios (fallidos) en Cuba, buscando petróleo cerca de Guanabo, y posó en fotos, cocinando con su socio dictador. Sin embargo, no habló casi, ni escribió. El actor no tenía, claro está, la capacidad de conceptualización del filósofo precursor.
Depardieu fue, y sigue siendo, objeto de indignación y de burla. Igual que los políticos que han proclamado su simpatía por el Comandante. Entre ellos, hay que citar a la ex primera dama Danielle Mitterrand, la más enamorada, literalmente, de sus admiradoras, al ex ministro de Cultura Jack Lang, guía de Castro, en 1995, en el museo del Louvre frente a la « Mona Lisa », al « insumiso » Jean-Luc Mélenchon, vertiendo lágrimas públicamente el día de su muerte en 2016, a la ex ministra socialista Ségolène Royal, que duda que haya presos políticos en Cuba, y a su ex compañero y ex presidente François Hollande, que recibió a Raúl Castro con todos los honores y le devolvió la visita en 2019.
Pero todos ellos, al igual que la alcaldesa socialista de París Anne Hidalgo, quien ve en el Che Guevara un « héroe romántico », solamente provocan reacciones indignadas o sarcásticas por parte de los filósofos de nuestros tiempos, más cercanos al pensamiento de Albert Camus que al de Jean-Paul Sartre, como Bernard-Henri Lévy, Michel Onfray o Raphaël Enthoven. Todos ellos claman con fuerza que los Castro sólo deben ser considerados como unos tiranos y el Che como un asesino despiadado.
Han acabado por hacernos caso a los que hemos estado mostrando durante décadas los horrores del régimen, a pesar de los obstáculos, y escrito la verdad sobre sobre los mitos revolucionarios. Sin embargo, fuera del intermedio observado con los poetas, periodistas y activistas presos durante la primavera negra, sus tomas de posición no llegan hasta solidarizarse en forma duradera con los disidentes y los exiliados. Después de la complicidad y de la desilusión, prefieren refugiarse en una actitud más cómoda para ellos, que no implica ningún riesgo de equivocarse, como hace 60 años: la indiferencia hacia los cubanos libres, los que luchan por la libertad.

*Publicado originalmente en el sitio de Radio Televisión Martí

La breve eternidad de Allen Ginsberg en La Habana*

Por Leandro Estupiñán
“Acabo de saber lo de Antón por un telegrama y una carta de Fernández Retamar. Aquí se da por seguro que la cosa es resultado de la visita de Allen Ginsberg; si así fuera, mal asunto.”, escribe desde París Julio Cortázar al escritor Guillermo Cabrera Infante el 13 de abril de 1965.
Lo del dramaturgo, poeta y novelista Antón Arrufat es historia: en 1960 fundó la revista Casa de las Américas junto al periodista y narrador Fausto Masó, ambos vinculados a Lunes de Revolución, desde donde también provenía el poeta Pablo Armando Fernández, unido a Casa a fines de 1961.
Cinco años después, Arrufat fue inesperadamente cesado de su gestión. Se encontraba en Europa y al volver la revista tendría director nuevo. En su favor quedaban no pocas ediciones memorables. En una de las últimas habían colocado un par de poemas (Definición y Envío) homoeróticos escritos por José Triana que parecen ser la causa de su destitución.
Pero, ¿qué tiene que ver la suspensión de Arrufat como director de la revista Casa y la visita de Ginsberg?
Era el año 1965, no lo olvides. Con la idea de “formar” a los jóvenes “descarriados” se habían creado en Camagüey las famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), los campos donde las autoridades políticas reconcentraban a los jóvenes distantes de la idea que sostenían del obsesionante tema del Hombre Nuevo.
Incluso, poco antes La Habana había vivido un gran operativo policial contra pederastas, prostitutas y proxenetas. Esa redada incluyó la detención del escritor Virgilio Piñera, por quien debieron interceder jerarcas del aparato ideológico y propagandístico como Edith García Buchaca, Carlos Rafael Rodríguez y Carlos Franqui.
Según le contó un amigo a Julio Cortázar, acabado de llegar a Cuba por invitación de Haydée Santamaría –y tal vez a sugerencia de Arrufat– para que formase parte del jurado en el Premio Casa, Allen Ginsberg, en medio de una conferencia de prensa, dejó sentado que, además de ser un intelectual crítico de la sociedad norteamericana era “maricón y chupapijas”, confesión sincera, clara y llana que, en cambio, dejó atónita a la audiencia de periodistas y miembros de la burocracia cultural allí presente.
Nicanor Parra, Miguel Grinberg y Allen Ginsberg, La Habana, 1965.
Tal vez desde ese momento comenzaran los problemas para un poeta, como Philip Roth, nacido en Newark. Tal vez lo tuvieran en la mira incluso desde antes. Porque Ginsberg no era un desconocido para los lectores cubanos.
De hecho, cinco años antes había sido publicado en otro sitio donde Arrufat ejecutaba uno de los roles principales.
En 1960 Lunes de Revolución incluyó fragmentos de sus poemas “América” y “Aullidos”, traducido este último como “Alarido” en un número dedicado a los creadores en los Estados Unidos y donde mucha gente conoció por primera vez eso de: He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura…, famoso inicio del poema publicado en 1956.
De tomar como criterio extendido entre los colaboradores del magazín las palabras de Cabrera Infante en su artículo “Los escritores versus U.S.A.”, Ginsberg era el “mejor de los poetas de la generación beat” y, lógicamente, un ente problemático para los más “pulcros” revolucionarios, pues, a pesar de que se sentía atraído por lo que pasaba en la Isla, emplazaba públicamente a las autoridades cubanas sobre tabúes todavía presentes como el consumo de la marihuana o la libertad sexual.
Por todo, esos burócratas poderosos, confabulados con la policía secreta y no tanto, observaban con atención al poeta, seguían sus pasos y estaban dispuestos a no dejarle pasar una.
Después de un concierto de cantautores del felling en el Teatro Amadeo Roldán los entonces muy jóvenes poetas cubanos José Mario Rodríguez y Manuel Ballagas, ambos del grupo El Puente, fueron arrestados solo por el delito de haber compartido con Ginsberg. Otra vez, en medio de una ceremonia de santería a la cual había sido llevado debido a sus búsquedas místicas, vio con sus propios ojos cómo la policía irrumpía abruptamente y daba por finalizada la sesión.
El visitante tampoco se cuidaba en las declaraciones. El colmo para sus vigilantes debieron ser ciertos comentarios relacionados con la sexualidad del Che, de Raúl y Fidel Castro. Él mismo contó en 1972 al periodista Allen Young como terminó todo aquello:
“Me encontraba en la habitación del hotel cuando tres silenciosos soldados uniformados entraron en compañía de un oficial. Este dijo que era el jefe de inmigración, que tenía que hacer mis maletas y que sería deportado en el próximo avión a Praga. Pregunté si habían informado a La Casa de las Américas y me contestaron que no, que ya habría tiempo de sobra. No me permitieron telefonear a La Casa, que era mi anfitriona, y me llevaron a la planta baja. En el vestíbulo, le grité a Nicanor Parra que estaba siendo deportado y que ellos debían ponerse en contacto con La Casa de las Américas y avisarles. Me llevaron en coche al aeropuerto. En el camino, pregunté por qué me deportaban. El oficial contestó: «Por quebrantar las leyes de Cuba». Y yo volví a preguntar: «¿Qué leyes?». Él dijo: «Pregúnteselo a usted mismo.”
Pie de foto escrito por el propio Allen Ginsberg (derecha): Miguel Grinberg, editor de Eco Contemporáneo, Buenos Aires, La Habana, Cuba antes que yo fuera deportado, en enero de 1965. Foto: nga.gov.
Diez años después del suceso, Allen Ginsberg integró una legendaria gira de Bob Dylan llamada Rolling Thunder. Aunque un libro del dramaturgo Sam Shepard hay escrito sobre el hecho, los detalles los conozco gracias a que Martin Scorsese estrenó este año lo que transita estéticamente entre el documental y el falso documental y donde el poeta tiene una notable importancia.
Es uno de los primeros rostros en aparecer, y en una de esas, con su amplia barba ya canosa, su calva notable y los pies recogidos como un monje budista de espaldas al mar cuenta los motivos de la expedición: “A Bob Dylan se le ocurrió hacer una gira, en la cual mostráramos a la comunidad lo bella que son nuestras vidas, lo bella que es la vida del poeta”.
Luego se le ve cantando, recitando poemas suyos a los que pone música la guitarra mientras le anima el grupo de amigos que, en espacios como su propio departamento, se iban reuniendo al caótico estilo de la Beat Generation.
Cuenta el poeta cubano José Mario Rodríguez que en aquel invierno habanero de 1965 Ginsberg cantaba todo el tiempo; en las guaguas y en las calles, que hacía música con un címbalo que le acompañaba y que, a veces, bailaba el baile de La Habana que había aprendido ya en su breve visita de 1953, cuando sentado en un banco del Parque de la Fraternidad, escribió versos como estos que ha traducido Rogelio Fabio Hurtado:
El café nocturno -4 am
Cuba Libre 20 c:
azulejos blancos cuadrados,
luces triangulares de neón la larga barra de madera al fondo,
una gran vidriera de exquisiteces
frente a la calle. En el centro los noctámbulos de la gran ciudad bebiendo.
Testimonios de este material disponible en Netflix descubren algo más de la personalidad de Ginsberg que ayuda entender por qué escandalizó tanto en la Cuba de mediados de los sesenta. “Somos como los peregrinos porque buscamos gobernar una nación, pero con intereses diferentes, pienso que Estados Unidos es el reino de la poesía”, dice.
Bob Dylan, en alguna ocasión, se refiere de esta manera al poeta: “Ver a Ginsberg era ver al Oráculo de Delfos. No le interesaba la riqueza material ni el poder político. Era su propio estilo el del rey, pero quería crear música”.
Según otros compañeros de viaje, llegado un momento crítico de la gira, a falta de recursos para mantener a la treintena de artistas, a Ginsberg y a su pareja, el poeta Peter Orlovski, le tocó cargar valijas. Vivían un momento de claro descalabro financiero, pero se imponía la experiencia del reencuentro, la aspiración colectiva de llegar a alguna parte, la necesidad de regenerarse con sus propias energías.
“Ustedes que vieron todo esto, tómennos como ejemplo, salgan y busquen su eternidad”, dijo el poeta Allen Ginsberg en 1975, diez años después de que lo echaran de La Habana, poco después de las 4 am.
*Poublicado originalmente en On Cuba

El esfuerzo y la gratitud*

Por Carlos Espinosa Domínguez 
La semana pasada escribí sobre el Lyceum, con motivo de cumplirse este año nueve décadas de que iniciara sus actividades. En aquellas líneas resumí lo que significó el notable aporte cultural y social de esa modélica institución. No tenía pensado, pues, volver sobre ese tema. Sin embargo, lo voy a hacer indirectamente para dar noticia de un libro que en aquel texto mencioné.
Su autor es Whigman Montoya Deler, y aunque nombre y apellido parezcan empeñados en desmentirlo, es cubano, santiaguero para más señas. Se graduó en Letras en la Universidad de Oriente, donde después realizó un master en Estudios Cubanos y del Caribe. Ha impartido clases en la Universidad de La Habana, así como en la de Taijin, China. En la actualidad reside en Texas. El libro del cual me voy a ocupar es El Lyceum y Lawn Tennis Club. Su huella en la cultura cubana (Unos & Otros Ediciones, Estados Unidos, 2017, 213 páginas), y se inscribe dentro del campo de investigación de su autor, que es el de la mujer en la Cuba republicana.
Pese a la importancia de la labor que realizó el Lyceum, a lo largo de casi cuatro décadas, la bibliografía existente sobre la misma es escasa. Me refiero, naturalmente, a estudios monográficos y libros. Artículos puntuales acerca de las actividades hay muchos en la prensa de la época, así como en la propia Revista Lyceum. Pero ese es, ya se sabe, un material al cual los lectores no tienen fácil acceso. Conviene anotar que en los últimos años se han escrito algunos estudios. Aunque no puede afirmar, por supuesto, que sean todos, quiero mencionar los de Luz Merino Acosta (“El Lyceum y Lawn Tennis y las artes plásticas cubanas”, Espacio Laical, n. 4, 2018) y Daylién Lazcano (“Lyceum Lawn Tennis Club y la Bibliotecología Cubana”, solo disponible en formato digital). El de Montoya Deler es el primer libro dedicado al tema, y eso ya es un mérito a reconocerle.
Como es de rigor, su autor revisó buena parte de las fuentes bibliográficas existentes, además de los documentos del Lyceum que se conservan en la Biblioteca Nacional José Martí y la Colección Herencia Cubana, de la Universidad de Miami. Asimismo, entrevistó a ocho mujeres (Cuca Rivero, Graziella Pogolotti, María Teresa Linares, Marta Arjona, Natalia Revuelta, Rita Longa, Onelia Hortensia Cabrera Lomo, Rosario Novoa), cuyos testimonios recoge en uno de los Anexos. Este bloque lo integran también una selección de cubiertas de programas de exposiciones y conciertos, otra de fotos, una lista de los conferencistas cubanos y extranjeros, otra con una relación de algunas de las instituciones con las cuales colaboró el Lyceum, una bibliografía y una guía de nombres de algunas de las personas mencionadas en el libro y que tuvieron vínculos con la institución.
El cuerpo central del libro lo constituyen los trece capítulos en los que el autor ha distribuido su análisis. En el primero, titulado “Vanguardia, Minorismo y feministas”, sitúa la fundación del Lyceum en el contexto cultural de la época. Apunta que en los primeros cincuenta años del siglo pasado, surgieron numerosas instituciones —Pro-Arte Musical, Nuestro Tiempo, Grupo de Renovación Musical, Institución Hispano-Cubana de Cultura, Orquesta de Cámara de La Habana, entre otras— que fueron una “muestra, por parte de la sociedad civil, de una voluntad colectiva de empresa y un propósito a favor de la nación”. Hace notar, por otro lado, que en la segunda década republicana la corrupción y el desorden imperaban en una sociedad, en la cual el individualismo era casi un lema. Eso hizo que “la conciencia cubana se vio precisada a buscar elementos de moral y ética”. De ahí el surgimiento de “sociedades que tenían el objetivo definido de levantar el espíritu público cubano para llevar a efecto reformas sociales que sirvieran al menos como paliativo a los problemas existentes”. A esa preocupación se sumó también el Lyceum, aunque desde una óptica sociocultural.
Inquietudes artísticas, humanistas, democráticas
En los dos capítulos siguientes, el autor revisa y valora la faena desarrollada por el Lyceum. Hace un sucinto recorrido histórico por los hechos más relevantes de su trayectoria, hasta que en marzo de 1968 se vio obligado a cesar sus actividades. A propósito de ello, Montoya Deler comenta: “En la Cuba posterior a 1959, la existencia de una política cultural centrada por el Estado y el cierre de las sociedades privadas, puso fin a un ciclo de casi cuarenta años”.
Al resumir la trascendencia del Lyceum en el panorama cubano, argumenta que se debió, entre otros aspectos, “al deseo de rescatar el patrimonio histórico cultural, a la conformación de una imagen histórica de las artes plásticas y decorativas, la música y la literatura por medio de exposiciones, conciertos y conferencias. Al logro de una conciencia nacional, americanista y al necesario equilibrio entre tradición y progreso, al trabajo en beneficio de la comunidad (el niño y el adolescente), a la superación de la mujer (…) a la decisión de participar en un feminismo donde la feminidad no fuera anulada, a la intención de sembrar entre sus socias inquietudes artísticas, humanistas, democráticas, pacifistas”.
En los capítulos restantes, el autor describe sucintamente el perfil del trabajo de las secciones con las cuales contaba el Lyceum: Exposiciones, Conferencias, Clases, Biblioteca, Asistencia Social. Dedica, asimismo, páginas a la Revista Lyceum, a otros proyectos culturales impulsados por la asociación y a su política nacional e internacional. Al ocuparse de este último aspecto, rescata algunos hechos escasamente conocidos. Uno es que en la década de los 30, algunas lyceístas fueron recluidas en las cárceles de Guanabacoa e Isla de Pinos, por orden del dictador Gerardo Machado. También fueron encarceladas Camila Henríquez Ureña, Carolina Poncet y otras mujeres por haber dado la bienvenida al dramaturgo Clifford Odetts, quien visitó la Isla en compañía de otros escritores norteamericanos y que estaba catalogado por las autoridades como comunista. Y entre las acciones en el campo de la política desplegada por las lyceístas de izquierda, Montoya Deler cita su contribución a la lucha armada que se libraba en la Sierra Maestra contra la tiranía de Batista, a través de la recogida de dinero y frazadas. “Era una tarea muy activa, definida y secreta, quizá de ahí que poco se conozca sobre ello”, comenta.
Un mérito que es justo reconocerle a su libro es la provechosa aportación informativa que contiene. La labor investigativa en las fuentes bibliográficas y documentales ha permitido a Montoya Deler rescatar una apreciable cantidad de acontecimientos y datos que ilustran, a la vez que la hacen patente, la importancia de la faena del Lyceum. Incorpora además un correcto análisis valorativo de la misma, y la sitúa adecuadamente en el contexto cultural en la cual se insertaba. Todo eso está escrito con concisión y fluidez narrativa, a través de una prosa directa y clara, alejado del estilo académico más farragoso y plúmbeo.
A propósito de la mención de su libro que hice en mi trabajo anterior, Montoya Deler, a quien este cronista no conoce, él me contactó a través de Facebook para agradecerme por ello. Me comentó además el escaso eco que su libro ha tenido. Con su autorización, reproduzco a continuación sus palabras: “Lamentablemente, acá en Miami el libro ha pasado inadvertido. Tres veces presentado a la Feria del Libro y tres veces rechazado. Desgraciadamente vivimos en un mundo de amiguísimos y enchufes y si no somos parte de eso, estaremos fuera siempre. Las ventas tampoco han sido nada buenas, por la poca difusión. Contábamos con una exlyceísta que aún vive, con sus influencias y contactos, pero nos ha dado la espalda. Así las cosas”.
Tristísimo e ingrato modo de acoger un libro que amerita otra recepción. Montoya Deler, lo he dicho ya, ha hecho una meritoria aportación al rescate de la labor realizada por el Lyceum, un esfuerzo que, como tantos otros realizados en Cuba antes de 1959, durante décadas se ha visto condenado al silencio y olvido. Merece, pues, nuestro agradecimiento. Y lo menos que podemos hacer es demostrárselo. Como dijo Voltaire, “la apreciación es algo maravilloso. Hace que lo que es excelente en otros nos pertenezca también”.

Publicado originalmente en Cubaencuentro

Wednesday, December 25, 2019

"Extra, extra... 45 minutos Fidel sin hablar"

Esta de Prohías más que caricatura es leyenda. Todos alguna vez la habíamos "visto" de oídas. Casi todas las versiones la situaban en la portada de Zig Zag como un simple titular "Hace 15 minutos [o media hora] que Fidel no habla". Garrincha, otro gran caricaturista me precisa en parte el origen de la leyenda. Y tenía que ser Prohías. Agrega Garrincha, aunque sin precisar fecha, que fue publicada en el periódico El Mundo. Y por lo que se nota en la imagen se trata de una página interior. Y tiene sentido porque, como hemos visto antes, los días "revolucionarios" del caricaturista en Zig Zag fueron breves: un berrinche de Fidel Castro por una caricatura aparecida en la revista de humor provocó su expulsión del periódico en febrero de 1959. Disfrútenla. Extra, extra. (Y feliz navidad tengan todos).

Monday, December 23, 2019

Esteban Bellán, precursor de millonarios

Por Enrisco
Para apreciar el valor de las cosas hay que tomar distancia. Un par de metros o cien años. Depende. Imagínese, por ejemplo, que manda al hijo a estudiar a Nueva York con la esperanza que regrese hecho un profesional respetable pero al graduarse el muchacho le comunica que se va a quedar jugando a un jueguito que, por más que se lo expliquen, no entiende. Eso fue lo que le debió pasar al padre del primer latinoamericano que jugó béisbol profesionalmente. El primer hispanohablante que jugó en lo que después vendría a conocerse como una de las Ligas Mayores, esa fábrica de multimillonarios especializados en las complejísimas habilidades de tirar una pelotica y de golpearla con un palo.
Esteban Bellán nació en La Habana en 1849 y con trece años fue a estudiar a la actual Universidad de Fordham, en el Bronx. No era raro que lo enviaran a la futura cuna del hip hop. Siendo el de Fordham un colegio jesuita, se había convertido en destino habitual de los cubanitos y resto de latinoamericanos católicos. Esteban entró a la escuela junto con su hermano mayor, Domingo. Junto a ellos vivían en Nueva York su mamá (irlandesa de apellido Hart) y su hermana Rosa. Pero además de católica Fordham fue una de las dos primeras universidades en jugar un partido oficial de béisbol, tres años antes de llegar Esteban. Así que al terminar sus estudios en julio de 1868 ya había adquirido una incurable afición por pegarle a una pelota con un bate.
No sabemos cómo le sentó al padre de Bellán que su hijo se quedara en Nueva York jugueteando con palos y pelotas. De hecho no sabemos siquiera su nombre. O si la señora Hart para ese entonces ya era viuda. Pero quedarse jugando pelota en Nueva York no era mala idea. En parte porque estaba a punto de estallar en Cuba la guerra de independencia y —como se demostraría con el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina— fueron años en que ser joven y caminar por las calles de La Habana era una pésima combinación. Otra buena razón para quedarse fue que a Bellán empezaron a pagarle por apalear pelotas. Seis temporadas estuvo jugando para equipos del estado de Nueva York: primero los Unions of Morrisania, luego los Unions de Lansingburgh para después pasar a jugar la tercera base con los Troy Haymakers de la Nacional Association, antecesora directa de la actual National League, la más antigua de las Ligas Mayores.
En esos años el béisbol, sin acercarse a las millonadas de ahora, empezaba a ser un buen negocio. En 1874 el jugador mejor pagado ganaba dos veces y media por temporada lo que un norteamericano promedio en el año. Y en 1888 José Martí escribía: “muchos peloteadores de éstos reciben por sus dos meses de trabajo, más paga que un director de banco, o regente de universidad, o secretario de un departamento en Washington”.
Pero más que el de hacer dinero a Bellán le interesaba el negocio de ser pionero. En 1872 fue a Cuba para fundar el primer club de béisbol del país, el Habana. Y en 1874, ya de regreso definitivo a su país bateó tres jonrones en el primer partido oficial del béisbol cubano donde el Habana apabulló a Matanzas 51 a 9. Y gratis. Porque el béisbol cubano tardaría un cuarto de siglo en profesionalizarse. En 1878 fue fundador de la Liga Cubana de Baseball y mánager (y también cátcher) del equipo que ganó los primeros cinco campeonatos: el Habana.
Bellán viviría 82 años, exactamente hasta el 8 de agosto de 1932, sin sospechar que con el tiempo se convertiría en precursor de un montón de millonarios cubanos, dominicanos, venezolanos, panameños y boricuas. Morir para ver.

Sunday, December 22, 2019

El esfuerzo y la gratitud*


Por Carlos Espinosa

La semana pasada escribí sobre el Lyceum, con motivo de cumplirse este año nueve décadas de que iniciara sus actividades. En aquellas líneas resumí lo que significó el notable aporte cultural y social de esa modélica institución. No tenía pensado, pues, volver sobre ese tema. Sin embargo, lo voy a hacer indirectamente para dar noticia de un libro que en aquel texto mencioné.
Su autor es Whigman Montoya Deler, y aunque nombre y apellido parezcan empeñados en desmentirlo, es cubano, santiaguero para más señas. Se graduó en Letras en la Universidad de Oriente, donde después realizó un master en Estudios Cubanos y del Caribe. Ha impartido clases en la Universidad de La Habana, así como en la de Taijin, China. En la actualidad reside en Texas. El libro del cual me voy a ocupar es El Lyceum y Lawn Tennis Club. Su huella en la cultura cubana (Unos & Otros Ediciones, Estados Unidos, 2017, 213 páginas), y se inscribe dentro del campo de investigación de su autor, que es el de la mujer en la Cuba republicana.
Pese a la importancia de la labor que realizó el Lyceum, a lo largo de casi cuatro décadas, la bibliografía existente sobre la misma es escasa. Me refiero, naturalmente, a estudios monográficos y libros. Artículos puntuales acerca de las actividades hay muchos en la prensa de la época, así como en la propia Revista Lyceum. Pero ese es, ya se sabe, un material al cual los lectores no tienen fácil acceso. Conviene anotar que en los últimos años se han escrito algunos estudios. Aunque no puede afirmar, por supuesto, que sean todos, quiero mencionar los de Luz Merino Acosta (“El Lyceum y Lawn Tennis y las artes plásticas cubanas”, Espacio Laical, n. 4, 2018) y Daylién Lazcano (“Lyceum Lawn Tennis Club y la Bibliotecología Cubana”, solo disponible en formato digital). El de Montoya Deler es el primer libro dedicado al tema, y eso ya es un mérito a reconocerle.
Como es de rigor, su autor revisó buena parte de las fuentes bibliográficas existentes, además de los documentos del Lyceum que se conservan en la Biblioteca Nacional José Martí y la Colección Herencia Cubana, de la Universidad de Miami. Asimismo, entrevistó a ocho mujeres (Cuca Rivero, Graziella Pogolotti, María Teresa Linares, Marta Arjona, Natalia Revuelta, Rita Longa, Onelia Hortensia Cabrera Lomo, Rosario Novoa), cuyos testimonios recoge en uno de los Anexos. Este bloque lo integran también una selección de cubiertas de programas de exposiciones y conciertos, otra de fotos, una lista de los conferencistas cubanos y extranjeros, otra con una relación de algunas de las instituciones con las cuales colaboró el Lyceum, una bibliografía y una guía de nombres de algunas de las personas mencionadas en el libro y que tuvieron vínculos con la institución.
El cuerpo central del libro lo constituyen los trece capítulos en los que el autor ha distribuido su análisis. En el primero, titulado “Vanguardia, Minorismo y feministas”, sitúa la fundación del Lyceum en el contexto cultural de la época. Apunta que en los primeros cincuenta años del siglo pasado, surgieron numerosas instituciones —Pro-Arte Musical, Nuestro Tiempo, Grupo de Renovación Musical, Institución Hispano-Cubana de Cultura, Orquesta de Cámara de La Habana, entre otras— que fueron una “muestra, por parte de la sociedad civil, de una voluntad colectiva de empresa y un propósito a favor de la nación”. Hace notar, por otro lado, que en la segunda década republicana la corrupción y el desorden imperaban en una sociedad, en la cual el individualismo era casi un lema. Eso hizo que “la conciencia cubana se vio precisada a buscar elementos de moral y ética”. De ahí el surgimiento de “sociedades que tenían el objetivo definido de levantar el espíritu público cubano para llevar a efecto reformas sociales que sirvieran al menos como paliativo a los problemas existentes”. A esa preocupación se sumó también el Lyceum, aunque desde una óptica sociocultural.
Inquietudes artísticas, humanistas, democráticas
En los dos capítulos siguientes, el autor revisa y valora la faena desarrollada por el Lyceum. Hace un sucinto recorrido histórico por los hechos más relevantes de su trayectoria, hasta que en marzo de 1968 se vio obligado a cesar sus actividades. A propósito de ello, Montoya Deler comenta: “En la Cuba posterior a 1959, la existencia de una política cultural centrada por el Estado y el cierre de las sociedades privadas, puso fin a un ciclo de casi cuarenta años”.
Al resumir la trascendencia del Lyceum en el panorama cubano, argumenta que se debió, entre otros aspectos, “al deseo de rescatar el patrimonio histórico cultural, a la conformación de una imagen histórica de las artes plásticas y decorativas, la música y la literatura por medio de exposiciones, conciertos y conferencias. Al logro de una conciencia nacional, americanista y al necesario equilibrio entre tradición y progreso, al trabajo en beneficio de la comunidad (el niño y el adolescente), a la superación de la mujer (…) a la decisión de participar en un feminismo donde la feminidad no fuera anulada, a la intención de sembrar entre sus socias inquietudes artísticas, humanistas, democráticas, pacifistas”.
En los capítulos restantes, el autor describe sucintamente el perfil del trabajo de las secciones con las cuales contaba el Lyceum: Exposiciones, Conferencias, Clases, Biblioteca, Asistencia Social. Dedica, asimismo, páginas a la Revista Lyceum, a otros proyectos culturales impulsados por la asociación y a su política nacional e internacional. Al ocuparse de este último aspecto, rescata algunos hechos escasamente conocidos. Uno es que en la década de los 30, algunas lyceístas fueron recluidas en las cárceles de Guanabacoa e Isla de Pinos, por orden del dictador Gerardo Machado. También fueron encarceladas Camila Henríquez Ureña, Carolina Poncet y otras mujeres por haber dado la bienvenida al dramaturgo Clifford Odetts, quien visitó la Isla en compañía de otros escritores norteamericanos y que estaba catalogado por las autoridades como comunista. Y entre las acciones en el campo de la política desplegada por las lyceístas de izquierda, Montoya Deler cita su contribución a la lucha armada que se libraba en la Sierra Maestra contra la tiranía de Batista, a través de la recogida de dinero y frazadas. “Era una tarea muy activa, definida y secreta, quizá de ahí que poco se conozca sobre ello”, comenta.
Un mérito que es justo reconocerle a su libro es la provechosa aportación informativa que contiene. La labor investigativa en las fuentes bibliográficas y documentales ha permitido a Montoya Deler rescatar una apreciable cantidad de acontecimientos y datos que ilustran, a la vez que la hacen patente, la importancia de la faena del Lyceum. Incorpora además un correcto análisis valorativo de la misma, y la sitúa adecuadamente en el contexto cultural en la cual se insertaba. Todo eso está escrito con concisión y fluidez narrativa, a través de una prosa directa y clara, alejado del estilo académico más farragoso y plúmbeo.
A propósito de la mención de su libro que hice en mi trabajo anterior, Montoya Deler, a quien este cronista no conoce, él me contactó a través de Facebook para agradecerme por ello. Me comentó además el escaso eco que su libro ha tenido. Con su autorización, reproduzco a continuación sus palabras: “Lamentablemente, acá en Miami el libro ha pasado inadvertido. Tres veces presentado a la Feria del Libro y tres veces rechazado. Desgraciadamente vivimos en un mundo de amiguísimos y enchufes y si no somos parte de eso, estaremos fuera siempre. Las ventas tampoco han sido nada buenas, por la poca difusión. Contábamos con una exlyceísta que aún vive, con sus influencias y contactos, pero nos ha dado la espalda. Así las cosas”.
Tristísimo e ingrato modo de acoger un libro que amerita otra recepción. Montoya Deler, lo he dicho ya, ha hecho una meritoria aportación al rescate de la labor realizada por el Lyceum, un esfuerzo que, como tantos otros realizados en Cuba antes de 1959, durante décadas se ha visto condenado al silencio y olvido. Merece, pues, nuestro agradecimiento. Y lo menos que podemos hacer es demostrárselo. Como dijo Voltaire, “la apreciación es algo maravilloso. Hace que lo que es excelente en otros nos pertenezca también”.

*Publicado originalmente en Cubaencuentro.com

Prohías, Fidel y los bombines

 
A Arístide y Rebeca por la ayuda

Por Enrique Del Risco



Las historias del humor gráfico cubano suelen pasar por alto el incidente. O se refieren a él de manera tan sesgada que parece que se trata de mero mal entendido que el caricaturista Prohías decidió tomarse a la tremenda. En cambio su colega Arístide Pumariega ha sido bastante más claro en entrevistas que le han hecho al respecto:

“En el proceso revolucionario cubano el primero que sufrió la embestida de esa severa intolerancia del triunfante Fidel Castro fue Antonio Prohías, este increíble artista que a fines de la década de 1940 comenzó a trabajar como caricaturista en el periódico El Mundo y entre sus tiras cómicas se encontraba el increíble personaje El Hombre Siniestro, a fines de la década de 1950, era el presidente de la Asociación de Caricaturistas de Cuba. Cuando Castro fue con el primer gabinete de su gobierno a la Sierra Maestra a firmar la Reforma Agraria, Prohías hizo una caricatura que reflejaba al sequito como un grupo de bombines. Eso encolerizó a Castro a tal punto que Prohias debió marcharse a la carrera de Cuba hacia Estados Unidos”

Portada de Zig Zag de febrero de 1959
Hay varias imprecisiones al respecto que vale la pena aclarar: una es que la mencionada caricatura no fue publicó a raíz de la firma de la Ley de Reforma Agraria, ocurrida el 17 de mayo de 1959 sino unos meses antes, el 31 de enero. Y Prohías no se marchó de Cuba “a la carrera” sino quince meses más tarde “el día 1 de mayo de 1960, 3 días antes de que Castro aboliese por completo la libertad de prensa en Cuba”. Imprecisiones aparte Aristide acierta en lo fundamental. El caso de Prohías es, por lo prematuro y visceral, paradigmático en cuanto a la relación establecida entre Fidel Castro con el humor en particular y con la libertad de prensa en general.

Porque no se trató de una mera censura o de la persecución de un caricaturista, sino de establecer las pautas que se seguirían con cualquier discurso levemente crítico o satírico hacia el poder encarnado por el líder. Porque a apenas seis días de la publicación de la caricatura de marras el entonces flamante primer ministro aprovecha un discurso que da ante los trabajadores de la refinería de petróleo Shell para lanzar un ataque en toda regla contra el caricaturista. El propio Castro reconoce que está aprovechando “la circunstancia de que se está trasmitiendo este acto para tocar cuestiones que atañen no solo a los obreros de la Shell sino a todo el país”.

Y al parecer una de las cuestiones que más le escocen es que hay “caricaturas casi continuas que están también llenas de mala intención y de mala fe”. “¡Dios nos libre de querer coartar el humorismo!” exclama para a seguidas pasar a las amenazas no muy veladas:

“yo no creo que nuestros artistas sean tan poco originales, yo no creo que nuestros artistas sean tan poco revolucionarios, que la única manera que tengan de divertir al pueblo sea haciéndole daño al pueblo, que la única manera que tengan de divertir al pueblo sea haciéndole daño a la Revolución, sembrando la intriga y sembrando la insidia contra la Revolución"




Para que no queden dudas y aunque Fidel Castro da una de las primeras muestras de ese estilo desdeñoso en que pocas veces se negaba a mencionar nombres de rivales, sobre todo si actúan a escala local alude a los “bombines” que lo acompañaban en la caricatura de Prohías. Los bombines como un viejo símbolo vernáculo del arribismo y el oportinismo: 

“me pintan a mí rodeado de bombines. Y yo me pregunto: ¿Dónde están los bombines?, porque no tengo ni escolta. Porque todo el mundo me ha visto cómo ando por las calles, todo el mundo me ha visto cómo ando por las calles casi solo a cualquier hora del día y de la noche”.

 Pero si se observa en detalle la caricatura conociendo lo suficiente al personaje con el que lidiamos podría pensarse que el ejército de señores de traje y bombín que lo sigue le molestó menos que la representación de su propia figura. 


Y es que ante las caras recelosas de los barbudos que lo acompañan la figura del propio Fidel aparece representada con un gesto de descuidada altivez que pudo despertar la rabia del representado. Rabia de no verse en estado de alerta máxima, de devoción máxima. De temer incluso que el caricaturista hubiese descubierto su juego: hacerse el desentendido mientras los verdaderos “bombines” del momento, los líderes del partido comunista, iban tomando posiciones en el gobierno a la sombra que constituyó Fidel Castro en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA).

Y entonces comienza el ataque en toda regla:


Los bombines que se los pinten a los que los tengan, que se los denuncien de frente a los que tengan bombines y se digan sus nombres, porque eso es lo cívico en el periodista, eso es lo digno en el periodista, eso es lo valiente en el periodista. Pero que no me pinten más bombines porque yo no ando rodeado de bombines, y conmigo no anda ningún bombín y yo no le he dado a nadie un cargo en el Estado. Es justo que lo aclare, porque si quieren pintar a otros con bombines que pinten al ministro que los tenga, pero que no cometan la vileza, la innobleza y la indecencia de venir a pintárselo al que no tiene porque eso no es honrado y eso no es de artista. Y si tienen tan poca imaginación, si tienen tan poco talento que no se pueden valer más que de la calumnia y de la intriga, que entonces no se llamen artistas, que entonces no escriban, que entonces no pinten; porque el artista debe ser para ayudar al pueblo con su talento, para ayudar al pueblo con la verdad, no con la calumnia y con la intriga.

Fidel no pierde la oportunidad de dar una de esas muestras de desprecio por el poder en que insistía por aquellos días afirmando que “Si creen que soy un dictador, que me lo digan para irme, señores”. Va del chantaje moral (“no importa que nos ataquen con los mismos derechos que hemos conquistado nosotros con tantos sacrificios”), a la amenaza con la destrucción de la imagen pública del acusado, con su ejecución moral: “no se olviden que nosotros también tenemos derecho a defendernos y que nosotros nunca aplicaremos la censura, pero aplicaremos algo que es peor que la censura, que es el anatema moral, la denuncia, la descaracterización ante el pueblo”.

No se trata de obligar al gobierno ejerza la censura sino de que el pueblo sea quien renuncie a leer a los herejes:

“Por lo tanto, el pueblo tiene también que castigar a los intrigantes y a los calumniadores, y la recomendación que yo les hago a los obreros de la Shell es precisamente el boicot […] El boicot que le recomiendo al pueblo es que no les presten ningún favor a los que desde ahora se les están viendo sus intenciones malévolas, sus intenciones cobardes y sus intenciones ruines. ¡Lo que le recomiendo al pueblo es que no los lean!”

Se trata de una pauta repetida luego tantas veces en los actos de repudio o las brigadas de respuesta rápita: ante cualquier manifestación opositora será el pueblo, no el gobierno el que se encargará de tomar la justicia por su mano.

Que el pueblo, que es inteligente; que el pueblo, que es despierto; que el pueblo, que es listo; que el pueblo, que sabe dónde están sus intereses y dónde están los intrigantes y los ruines y los enemigos de la Revolución que usan mil pretextos so capa de libertades —de libertades que debieran hacer un uso digno y patriótico de ellas—, que el pueblo se encargue de saber y de discernir quiénes son aquellos a los que no debe leer. ¡Ese será el castigo!

El gran líder imagina un castigo ejemplar. Que sea el desínteres del pueblo en lugar de la represión del gobierno lo que autoregulelo que circula entre este. O que al menos sea esa la apariencia.

Eso es peor que una censura, porque en la censura se quiere escribir, hay interés en lo que uno va a escribir y no lo dejan escribir. Y esto es peor, porque el individuo escribe, habla, y nadie le hace caso.

El discurso tiene lugar precisamente un viernes, el día anterior de la salida a la calle del semanario Zigzag. El pueblo ha sido debidamente informado del boicot que llevará a cabo justo al día siguiente. Imaginar que Fidel contaba solo con la voluntad popular para ahogar las voces disidentes sería conocerlo muy poco. Conocerlo mejor supone imaginar que el discurso es apenas la indicación de que una operación cuidadosamente coreografiada está en marcha y se prefija la manera en que esta deberá ser representada: como la espontánea reacción del pueblo ante el ataque a su líder. Nada que no hayan practicado antes Stalin o Goebbels.




Sobre los resultados del boicot solo he encontrado esta afirmación de Roger Reed: “Aun sin utilizar la censura convencional, las críticas a la publicación [Zigzag] hicieron disminuir las ventas de manera considerable cuando muchos vendedores de periódicos se negaron a ponerla a la venta”. De ahí podemos inferir que la coreografía más que ser confiada al público lector se ecntró en los canales de distribución. Y surtió efecto. De momento Prohías debió abandonar Zig- Zag. A la semana siguiente del discurso aparecía una nota en la propia publicación referida a una reunion en el hotel Habna Hilton entre la dirección del semanario y Fidel. Pese a la furia y la claridad de los ataques del viernes anterior el primer ministro afirmaría que “sus palabras no iban contra ningún periódico en particular sino que aludían a manifestaciones que se habían expresado de variados modos en diversos órganos y que consideraba su deber rebatir por el bien de la revolución”
Zig Zag Libre en el exilio febrero de 1963 con portada de Silvio