Sunday, February 28, 2021

Los Mecenas y Cuba

Por Alejandro González Acosta

Los españoles que venían “a hacer la América”, los llamados “indianos”, dejaron también una gran huella benéfica en la isla, agradecidos por la prosperidad que les brindaba una tierra hospitalaria y llena de oportunidades, que no tuvieron en sus lugares de origen:

El muy conocido Facundo Bacardí Massó (1813–1886), vinatero catalán, fundó en 1862 un negocio ronero que llegaría a ser un imperio global, e inició una estirpe que contribuirá al adelantamiento del país y su reconocimiento internacional. En una época cuando Cuba ya era conocida mundialmente por sus habanos, apareció el ron Bacardí, convirtiéndose ambos en sinónimos de su procedencia. Su hijo, Emilio Bacardí Moreau (1844–1922), ya nacido en Cuba, resultó un filántropo generoso y un escritor de gran mérito, primer Alcalde de Santiago de Cuba, luego Senador y donante del Museo Bacardí, que fue el primero formalmente público del país.

Pero el mecenazgo de los cubanos no sólo se traducía en el apoyo de personas y de instituciones en el país, sino que rebasaba las fronteras insulares. Tres grandes obras son prueba de lo anterior, en sitios tan emblemáticos para Cuba como París y Sevilla, y en fechas asombrosamente muy tempranas, considerando que la República de Cuba comenzó su andar independiente apenas en 1902:


Quienes todavía piensan que todos los aristócratas son parásitos improductivos demuestran no sólo injusticia sino gran ignorancia. Muchos no lo han sido y no lo son. El Instituto Hispano-Cubano de Estudios de Historia de América, en Sevilla, fue fundado en 1928 por el aristócrata cubano Rafael González Abreu y López Silvero (Cuba, 1864–Sevilla, 1933), primer y único Vizconde de Los Remedios (nombre del barrio de Triana donde se encuentra la institución), para celebrar la realización el siguiente año de la gran Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), y cuyo primer director fue el notable americanista José María Ots Capdequí. Esta Fundación sigue vigente y cumplirá su primer Centenario en 2028; su edificio está ubicado en un sitio muy significativo para la historia de España, América y el mundo, que es junto al llamado Puerto de las Mulas, de donde partió (y a donde regresó) la primera expedición que circunnavegó el planeta, comenzada por Fernando de Magallanes y culminada por Juan Sebastián Elcano. 

Frente al edificio, en un pequeño jardín enrejado, se encuentra una copia del busto de José Martí realizado por Juan José Sicre Vélez (1898-1974), el cual le da nombre a la plazoleta que recibe al visitante cruzando el Puente de Triana sobre el río Guadalquivir. Este centro ha sido el lugar de estudios notables, como los que allí realizó José María Chacón y Calvo, Conde de Casa Bayona y Señor de la Villa de Jaruco, quien trabajó asiduamente en sus fondos (junto con los del cercano Archivo General de Indias), entre otros eruditos cubanos.


Cuando André Honnorat, Ministro de Instrucción Pública de Francia, dispuso crear en 1920 una Cité Universitaire Internationale, acorde con el espíritu humanista y de concordia universal que se impuso después de la terrible Gran Guerra, varios países fueron invitados a participar en este hermoso empeño. Cuba mostró su interés de inmediato, y en 1929 firmó un Contrato de Fundación para establecer la Maison de Cuba, respaldada por la Fondation Rosa Abreu de Grancher, promovida por sus sobrinos Pierre y Rosalía “Lilita” Sánchez Abreu, hijos de Rosalía. Rosa era hermana de la más conocida Martha Abreu de Estévez, la patricia villaclareña que residió muchos años en París, y apoyó generosamente la causa de la independencia, y de Rosalía, la constructora de la residencia habanera hoy conocida como “Finca de los Monos”, pero que en realidad también fue el primer zoológico experimental a nivel mundial para el estudio de primates en observación controlada (también en eso Cuba fue pionera). 

Rosa había sido esposa del profesor Jacques Joseph Grancher, un gran científico que colaboró con Louis Pasteur en sus descubrimientos. Se encargó la construcción de esa residencia estudiantil al célebre arquitecto francés Albert Laprade, quien diseñó uno de los pabellones más hermosos y que durante mucho tiempo fue considerado el más lujoso de toda la Cité Universitaire, desde su inauguración en 1932. Remozado hace poco, continúa prestando servicio a estudiantes de todo el mundo, a pesar de los intentos que el régimen castrista realizó para expropiarlo, mediante las insistentes gestiones y presiones realizadas por los funcionarios oficiales Harold Gramatges y Alejo Carpentier, pero desde 1975 el gobierno francés cortó definitivamente esas pretensiones. 

Este no fue el único edificio dejado por la joven república cubana en el mundo: en 1929 abría sus puertas el hermoso Pabellón de Cuba en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, realizado por los grandes arquitectos cubanos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, y ejecutado por ingenieros militares cubanos, que actualmente alberga la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional de la Junta de Andalucía: contrastantemente, el Pabellón de Cuba inaugurado 63 años después durante la Exposición Internacional de Sevilla (1992) en la Isla de La Cartuja, resultaba vergonzosamente patético en comparación con el anterior, según comentaron muchos visitantes entonces. Por fortuna, este fue sólo una construcción efímera.

Quiero destacar que los tres proyectos culturales y patrióticos citados, la Maison Cuba de París, el Instituto Hispano-Cubano y el Pabellón de Cuba (estos dos en Sevilla), fueron realizados durante el gobierno del General Gerardo Machado Morales, y contaron con todo el apoyo oficial necesario a sus promotores, dispensado patrióticamente por el mismo mandatario elegido a quien alguien llamó “asno con garras”.

Otro generoso mecenas cubano, que ya mencioné, fue Joaquín Gumá y Herrera, Conde de Lagunillas, quien en 1956 legó al país su formidable colección de arte antiguo, única en América Latina, que es una joya del Museo Nacional de Bellas Artes, cuyas piezas selectas colectara personalmente por todo el mundo este gran estudioso y explorador cubano. Su esposa era Caridad López Serrano, hija del empresario José López Hernández, más conocido como “Pote” (por su origen cántabro), quien también fue un señalado mecenas, propietario de la entonces imprenta más moderna de la isla, La Casa del Timbre, y de la principal librería y luego editorial La Moderna Poesía, que al unirse con la Librería Cervantes formaron la poderosa empresa Cultural S.A., que promovió a muchos escritores y artistas cubanos.

Wednesday, February 24, 2021

La aristocracia de Cienfuegos: la Perla del Sur

Por Alejandro Gonzalez Acosta

También se otorgaban títulos nobiliarios por méritos y servicios civiles o administrativos, y no sólo por conquista sino además por colonización, como el caso de los Condes de Fernandina de Jagua, los De Clouet, a quienes me referí en otra ocasión[1]. Los fundadores de nuevos asentamientos, eran considerados empresarios progresistas e impulsores del desarrollo y el avance de la industria, y por tanto ostentaban méritos suficientes por sus servicios para formar parte de un estamento superior. Era un sistema organizado que funcionaba a partir de las acciones y las recompensas: nadie merecía nada automáticamente, sino que debía ganarlo con su esfuerzo y talento, en servicio del rey y de la corona, o lo que hoy llamamos la patria. 

Aunque la fundación de la ciudad de Cienfuegos fue tardía, como consecuencia de la cesión de la Luisiana, en poco tiempo alcanzó, por su ubicación estratégica y el ingenio de sus pobladores, un gran progreso y crecimiento. 



Precisamente en la próspera ciudad sureña de Cienfuegos se estableció una importante familia con numerosos vínculos nobiliarios: el patriarca fundador fue Tomás Terry y Adán o Adams (Caracas, 1808–París, 1886), llamado “El Creso cubano”, quien poseyó una de las fortunas más grandes del mundo en su momento, casado con Teresa Dorticós y Gómez de Leys, de la misma familia del que luego sería designado como “presidente” cubano Osvaldo Dorticós Torrado.

Una de sus hijas, María del Carmen, fue nombrada Marquesa de Perinat (1893), por la Regente María Cristina de Habsburgo en nombre de su hijo Alfonso XIII; una de sus nietas, Margherita (1884-1961), casó con Camillo Ruspoli, segundo Príncipe de Candriano; y una de sus tataranietas, Anne-Aymone Giscard d’Estaing (nacida Sauvage de Brantes), era la esposa de Valéry Giscard d’Estaing, expresidente de Francia (recientemente fallecido a los 94 años; por cierto, según se refiere, él era otro descendiente de Carlomagno, y tenía una estatura de 1,89 m.), y esta también es sobrina nieta del arquitecto, diseñador y decorador franco cubano José Emilio Terry-Dorticós y Sánchez (creador del llamado “Estilo Louis XIX”), quien formó con el excéntrico millonario mexicano Carlos de Beistegui e Yturbe y el escandaloso aristócrata español José Luis de Villalonga, el trío de calaveras más sofisticado y llamativo de su época en Europa, de donde salieron obras como el Baile del Siglo (Palazzo Lavia, Venecia, 1951), y el Penthouse más Hermoso del Mundo (Le Corbusier, París, 1931). Don Tomás Terry está enterrado en el cementerio parisino de Père-Lachaise en uno de los mausoleos más lujosos, y en la ciudad de Cienfuegos se conserva su hermosa estatua sedente, en el vestíbulo del Teatro Terry que él construyó y donde actuó en 1920 Enrico Caruso, entre otras grandes figuras mundiales.

Uno de sus bisnietos vivía todavía hacia la década 1980 en el Reparto Kohly, el Doctor Tomás Terry IV y García Montes, casado con Herminia Saladrigas y Paz, quien junto con unos buenos y divertidos amigos bohemios (Ernesto Bello, Rafael García y Richard Millán), urdieron en 1939 un gracioso capítulo de la picaresca criolla: el llamado “Cohete Postal Cubano”.

Para acallar las habladurías que despertaban las reuniones que sostenían periódicamente estos cuatro jóvenes con algunas amigas, y las grandes pachangas que se prolongaban hasta el amanecer, tuvieron la idea de decir “para salir del paso” que estaban realizando “un experimento científico”. Y como la mentira prendió y todo el mundo se interesó, entonces ya se vieron en la obligación de “inventar” un cohete para enviar la correspondencia en tiempo record desde La Habana hasta Matanzas.

Al principio lo llamaron “Cohete aéreo”, con un evidente pleonasmo, que luego rectificaron como “Cohete postal”. Contrataron entonces a un tal Antonio V. Funes como “cohetero” o “artificiero”, a quien pomposamente nombraron “profesor”, y continuaron la broma: hicieron tres “lanzamientos” de ensayo, los días 1, 3 y 8 de octubre de 1939, desde el Campo de Tiro del Campamento Militar de Columbia, y todos resultaron relativamente desastrosos según lo esperaban, así que cuando realizaron el definitivo, el 15 de octubre, no les tomó por sorpresa aquello que ya sospechaban: el cohete voló unos metros y se estrelló envuelto en llamas en el mismo terreno, ante la enardecida multitud que miraba expectante y levemente frustrada. 



Pero ellos ya habían cumplido su compromiso: poner a Cuba en la primera fila de unos pocos países que buscaban hacer más ágil el correo, como intentaron antes Alemania, Austria y Estados Unidos. Pero el “experimento”, aunque aeronáuticamente fallido, tuvo otra consecuencia importante: como los cuatro involucrados eran unos dedicados filatélicos, lograron realizar una emisión postal conmemorativa de su travesura, que es hoy muy apreciada, pues ese sello viene a ser, al tratarse de un cohete, “la primera estampilla mundial de astronáutica”: un ejemplar impecable (very fine en la jerga del ramo), o un sobre del primer día cancelado en buenas condiciones, hoy alcanza cifras de varios miles de dólares en las subastas.

Don Tomás Terry y García Montes dejó una obra muy interesante, digna de consulta: El correo aéreo en Cuba (La Habana, Ministerio de Comunicaciones, 1971, 289 pp.).

Emparentado con Tomás Terry Adam, su yerno fue el cubano Nicolás Salvador Acea y de los Ríos, próspero comerciante que casó a los 57 años con su hija Teresita Terry y Dorticós, quien le dijo un hijo, pero ella murió muy joven y él se volvió a matrimoniar. Ese vástago también murió en su adolescencia, y al finalmente enviudar, la segunda esposa de Acea, Francisca Tostes García, cumpliendo las disposiciones testamentarias de su marido, construyó el imponente Cementerio dedicado al nombre de Tomás Lorenzo Acea y Terry, inaugurado en 1926.

Fueron varias personas empeñadas activamente para que Cienfuegos, la cual contaba con un puerto de gran actividad en todo el Caribe, fuera llamada “La Perla del Sur” (aunque, con sus muy sólidas razones, el poeta Néstor Díaz de Villegas la considera “la ciudad más siniestra de Cuba”), como el ya mencionado Acea de los Ríos, impulsor del majestuoso cementerio que lleva el nombre de su hijo, y también el asturiano Acisclo del Valle Blanco (1865-1919), quien llegó de España a esa ciudad a los 17 años, junto con sus hermanos Modesto y Anastasio, y en pocos años amasó una gran fortuna. Don Acisclo fue el creador del Palacio Valle, una de las excentricidades arquitectónicas más sorprendentes y magníficas de la isla, y su constructor fue el mismo ingeniero del Cementerio Acea, Pablo Donato Carbonell Ferrer, también autor de otro notable edificio cienfueguero, el Palacio Ferrer.

La introducción de medios como el ferrocarril, el avance de la industria azucarera, y la construcción de hospicios y hospitales, eran obras meritorias que además de reportar grandes ganancias y ofrecer asistencia a la comunidad, granjeaban honores y prestigio, y producían también un múltiple beneficio social. Es decir, detrás de esos personajes que ostentaban títulos nobiliarios, había pruebas tangibles y servicios de enorme utilidad, que por deferencia podían ser transmisibles a sus descendientes: es decir, no todos los aristócratas criollos eran comerciantes de esclavos, como se ha vulgarizado y denigrado con gran ignorancia e injusticia, y muchos fueron personas comprometidas con la grandeza y el progreso de la patria.

Por supuesto que estos próceres fueron dueños de esclavos, como otros de su época: no podían ir contra su tiempo. Suponer lo contrario sería absurdo. Precisamente una de las ideas sensatas que dijo Carlos Marx fue que si Espartaco hubiera triunfado en su rebelión de gladiadores, no habría terminado con la esclavitud, sino se hubiera convertido en un esclavista más, sometiendo al yugo a los romanos vencidos. Aspirar a algo diferente es hundirse en la engañosa seducción de aquel filme sobre la vida del célebre luchador tracio, protagonizado por Kirk Douglas (Espartaco, Stanley Kubrick, 1960), y escrito por Dalton Trumbo, uno de aquellos “Diez de Hollywood” que al final de la historia se descubrió que sí era un comunista altamente operativo.

Tampoco su selectividad era por una estricta “pureza de sangre” blanca, porque varios de los titulados cubanos tenían algunas mezclas negroides, ciertos indicios de mestizaje, como los Ponce de León, los Condes de San Fernando de Peñalver, y los Marqueses de Esteban, que era un título pontificio sin reconocimiento oficial, cuyo último poseedor fue el “Marquesito de Esteban” (así llamado por sus muchas travesuras), hermano de Andrea Hortensia Ladislaa “Lilia” Esteban Hierro de Carpentier (1913-2008), esposa del célebre escritor cubano nacido en Suiza.


[1] “Los huesos de personajes históricos”, Cubaencuentro, cuatro partes, 9 al 12 de diciembre de 2019.

Tuesday, February 23, 2021

VI: La nobleza en Cuba

 

Por Alejandro González Acosta

En Cuba, la dignidad nobiliaria más antigua asentada en el país fue el Marquesado de Villalta o Villa Alta (creado por Carlos II en 1688), a favor del Alcalde de Sevilla Don Gonzalo de Herrera y Tapia, cuyos descendientes pasaron primero a Cartagena de Indias y luego a La Habana. Con el tiempo, el título fue declarado Vacante, luego Caduco y finalmente Rehabilitado por el rey Alfonso XIII en 1910, a favor de Gonzalo Vicente Ignacio Miguel José de las Mercedes de Herrera y Herrera, Cárdenas y Montalvo, como IX Marqués. Actualmente este título se encuentra vigente.

El primer Mayorazgo fue el de Recio, que fundó el castellano Antón Recio “El Mozo” (antes, había llegado a la isla su tío de igual nombre, conocido como Antón Recio “El Viejo”), y le sucedió su hijo “natural” Juan Recio, ya criollo y aparentemente mestizo con india, ambos entre los primeros pobladores de la Villa de San Cristóbal de La Habana. Sobre ellos informa el Conde de Jaruco:

Una de las figuras más interesantes de la historia de La Habana, es la de don Antón Recio y Castaño, natural de Castilla, que fue tronco inicial en Cuba de los Marqueses de la Real Proclamación. Ya aparece como vecino de la Villa en una relación de supervivientes que hizo el 10 de octubre de 1555, el capitán Francisco Pérez Borroto, Escribano Público y de Cabildo, en la que informaba a la Corte, de la población de La Habana había quedado reducida a treinta y seis vecinos, después del saqueo que recientemente le había hecho el pirata Jacques de Sores.

Por los cargos que ocupó don Antón en esta Villa, se deduce que era persona muy principal y de alguna cultura, pues en los libros de cabildo del Ayuntamiento consta, que en 1556 era Procurador general, y en 1558, Depositario y Regidor, por elección. Por fallecimiento del valiente don Juan de Lobera, adquirió el oficio que éste desempeñaba, de Regidor perpetuo del Ayuntamiento, el 24 de septiembre de 1569, y en el mismo año fue nombrado Regidor Tesorero de Cruzada. Por real título de 15 de diciembre de 1569, es la primera persona en La Habana que obtuvo el cargo de Depositario general a perpetuidad.

Antes de estas fechas no podemos saber si Recio desempeñó otros cargos, porque los libros de cabildo del Ayuntamiento de La Habana, anteriores a estos años, y en los cuales se hacían constar los nombramientos, fueron destruidos por los piratas en los anteriores saqueos que hicieron a esta Villa.

Recio fundó en el pueblo de Regla la fábrica de azúcar denominada “Guaicanamar” y era uno de los vecinos más poderosos y antiguos de La Habana, donde una calle lleva su nombre. Poseía muchas tierras y solares en la plaza de Armas, que era entonces el barrio aristocrático de la Villa, y en el pueblo de indios nombrado Guanabacoa, sus esclavos y ganados molestaban mucho a los indígenas, que constantemente se quejaban al gobernador de la Isla.

Don Antón no tuvo sucesión de su único matrimonio con doña Catalina Hernández, habiendo otorgado en unión de ella, el 11 de julio de 1570, ante el Escribano Francisco Pérez Borroto, una escritura por la cual vincularon y fundaron el primer mayorazgo de Cuba, a favor de don Juan Recio, hijo fuera de matrimonio de don Antón Recio y Castaño, tenido “siendo soltero y con mujer soltera”.

Fue aprobado este mayorazgo por Real cédula de dos de noviembre de 1570, siendo condición indispensable para disfrutarlo, anteponer el apellido Recio a cualquier otro. Falleció don Antón en La Habana en el mes de febrero de 1575. Su hijo:

Don Juan Recio, fue legitimado por Real provisión de 16 de noviembre de 1567, "para que pudiera tener, gozar y heredar todos y cualesquiera bienes que le fueran dejados en cualquier manera, y gozar de las honras, gracias, mercedes, franqueza y libertades de que gozan los que son de legítimo matrimonio".

Basado en documentos inéditos que existen en el Archivo General de Indias, en Sevilla, resulta que don Juan Recio, era hijo de don Antón Recio y Castaño, y de Cacanga, hija esta última del cacique indio de Guanabacoa, y también esto se corrobora por un informe dirigido a Su Majestad por el capitán Gabriel de Luján, Gobernador de la Isla de Cuba, y que fue publicado por la Academia de la Historia de Cuba.

También sabemos por un poder que otorgaron el La Habana el año 1587, doña Catalina Hernández, viuda de don Antón Recio y Castaño, y don Juan Recio, que este último tenía una hermana llamada María Recio (hija también de Antón y de indígena), que había fallecido en San Agustín de la Florida, dejando por heredero a su marido el capitán Gutiérrez de Miranda.[1]

De acuerdo con esto último, quizás el primer mayorazgo cubano también echó raíces en La Florida. Igualmente, como en otras regiones de América, donde los conquistadores tuvieron progenie con la nobleza autóctona (los Moctezuma y Cortés en México, o los De La Vega, Loyola y Borja con las ñustas incas), en Cuba también se fundieron desde su origen más remoto las dos fuentes originarias en la figura de Juan Recio, a quien podríamos considerar uno de los primeros mestizos documentados entre cacica habanera e hidalgo español.[2]

Los conquistadores primero se convirtieron en colonizadores, luego en encomenderos, establecieron sus mayorazgos como forma de perpetuar y garantizar la transmisión de sus propiedades, y más tarde obtuvieron títulos nobiliarios, que refrendaban y reforzaban su trayectoria individual, y aseguraban la conservación de su patrimonio familiar.


También hubo títulos con denominación cubana otorgados a importantes servidores de la Corona española, como antiguos Capitanes Generales y Gobernadores que habían desempeñado funciones en la isla: José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen fue nombrado por la reina Isabel II, Marqués de La Habana y Vizconde de Cuba en 1857; la misma reina concedió primero el título de Marqués de la Unión de Cuba (1840) -luego sustituido por el Ducado de la Unión de Cuba en 1847- a Miguel Tacón Rosique, y luego le agregó el de Marqués de Bayamo (1849) para sus primogénitos. Estos títulos continúan vigentes y activos. Pero también hubo títulos concedidos a nacidos en Cuba cuando aún era posesión española, como el Ducado de Mola post mortem otorgado por el entonces Jefe del Estado Español Generalísimo Francisco Franco Baamonde al General Emilio Mola Vidal (Placetas, 1887–Alcocero, 1937), muerto en un accidente aéreo en los primeros meses de la Guerra Civil Española.

Es interesante considerar que en la última edición del Libro de Oro de la Sociedad Habanera (Editores: Pablo Álvarez de Cañas y Joaquín de Posadas, La Habana, 1958), se relacionan 50 títulos nobiliarios vigentes en Cuba, pero varios correspondían al mismo tenutario.

Aunque sí hubo duques en México (el de Atrisco, 1708, y el de Regla, 1859), y en Perú (el de San Carlos, 1780, otorgado a un natural de Santiago de Chile), en Cuba (exceptuando el Ducado de la Torre, concedido a un español), el único “ducado” existente fue espurio: Ángel Alonso y Herrera Díez y Cárdenas (1877-1955), legítimamente titulado  Marqués de Tiedra  (título hoy caducado) por el rey Alfonso XIII (10 de octubre de 1924), por haber sido el fundador de la Sociedad de Beneficencia Castellana en La Habana, fue sorprendido por unos osados aventureros, los llamados “Señores Lascaris”, autonombrados “Príncipes de Bizancio”, con el título falso de Duque de Amblada, superchería que fue demostrada y denunciada en su momento, a pesar de lo cual su viuda, Leticia de Arriba y Alvaro, lo empleó y ostentó hasta su muerte.

La República de Cuba no hizo como México (curiosamente, varios de los firmantes del Acta de Independencia del Imperio Mexicano eran aristócratas), que prohibió bajo severas penas el uso de los títulos, sino que los toleró, según también ocurrió en Perú, donde incluso hoy tienen una sede social para sus reuniones: el Club de La Unión (fundado justamente el 10 de Octubre de 1868), que actualmente ocupa un formidable edificio, el Palacio de la Unión, en la Plaza Mayor de Lima, con unos espléndidos salones.  La nómina de títulos nobiliarios peruanos se ha incrementado recientemente, con el marquesado a título personal (por una vida), otorgado por Juan Carlos I al Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

El equivalente en Cuba de la agrupación peruana fue la Sociedad de Recreo Unión Club (1924), asentada en la famosa Casa de las Cariátides del Malecón habanero, hoy Centro Hispanoamericano de Cultura. Ambas agrupaciones tienen como referente el Casino de Madrid (1836), actualmente activo. En México, su homólogo más cercano fue el Jockey Club (fundado en 1881 a semejanza del de París, creado en 1750), situado en la célebre Casa de los Azulejos (antigua mansión de los Condes del Valle de Orizaba y hoy afamado Restaurante Sanborn’s), que cantó en versos y crónicas el poeta modernista Manuel Gutiérrez Nájera.

Aunque actualmente, en estos tiempos de numerosas democracias fallidas y abundantes repúblicas desacreditadas, los títulos de nobleza son mirados con burla o escepticismo como reliquias del pasado, se ignora que los así reconocidos fueron personas que en su momento contribuyeron de varias formas a la grandeza y prosperidad de sus países, mucho más que casi todos los políticos del presente, lo mismo como conquistadores y colonizadores, pero también como empresarios, hacendados, sabios, filántropos y artistas.

En las monarquías parlamentarias hoy suele agraciarse con títulos a presidentes y ministros de notable trayectoria, como el de Duque de Suárez que otorgó Juan Carlos I en 1981 a Adolfo Suárez González (1932-2014), “por la lealtad, patriotismo y abnegación demostradas en la transición española a la democracia”, tan estúpida y vilmente menospreciada por algunos ignorantes actualmente; o el de Marqués de Tena obsequiado por Alfonso XIII en 1929 a favor de Torcuato Luca de Tena y Álvarez Osorio (1861-1929), creador de importantes publicaciones como la revista Blanco y Negro y el diario ABC. Mucho antes, en Cuba, los propietarios del Diario de La Marina fueron ennoblecidos por Alfonso XIII con el título de Condes del Rivero (1919), en la persona de Nicolás Rivero y Muñiz (1849-1919). Debe recordarse que en ese periódico, decano de la prensa cubana y estigmatizado graciosamente como de “ultraderecha”, escribieron no sólo grandes personalidades como Gastón Baquero, Emilio Ballagas y Mariano Brull, sino autores de amplio diapasón ideológico y hasta comunistas activos y militantes, como Juan Marinello, Nicolás Guillén (“Ecos de una raza”), Salvador García Agüero y José Zacarías Tallet, dando pruebas de mejor talante democrático y respeto a la opinión diferente que los actuales “periódicos” de la isla.

En Cuba, varios criollos fueron reconocidos con títulos por los servicios y las empresas de sus antepasados, que impulsaron el desarrollo y el progreso del país, como el IV Conde de Pozos Dulces, Francisco de Frías y Jacott (con quien se extinguió el título); Miguel de Aldama y Alfonso (a quien se concedió el Marquesado de Santa Rosa del Río), y Francisco Vicente Aguilera, segundo y hasta ahora último Marqués de Santa Lucía (título creado en 1825 por Fernando VII para premiar a su padre por la fundación de la ciudad de Nuevitas). Ambos fueron desposeídos de ellos posteriormente, por colaborar con la causa independentista, traicionando su juramento previo de fidelidad a la monarquía.

Próceres de la independencia cubana, como Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte y varios más, procedían también de esa antigua aristocracia, aunque sin títulos, pero muy cercanamente vinculados con ellos. Curiosamente, el mismo Carlos Manuel de Céspedes, primer Presidente de la República de Cuba en Armas, quien como Napoleón Bonaparte era muy afecto a los uniformes y las condecoraciones[3], tuvo un interés muy manifiesto en documentar y establecer las raíces de su abolengo y su pertenencia a la nobleza española, para lo que entregó interesantes sumas de dinero, sobre lo cual han escrito amenamente dos escritores cubanos en Europa: desde París, el historiador y profesor Ferrán Núñez (“Céspedes nuestro que estás en los cielos”, Cubaencuentro, 22 de septiembre de 2016), fundador y director del blog Españoles en Cuba; y en Barcelona el arquitecto e historiador Carlos Ferrera Torres[4] con su delicioso artículo desacralizador “Una hidalguía comprada, una bandera compleja y un anexionista encubierto”, donde se reseñan las gestiones algo bovaristas del eximio prócer con un par de inescrupulosos turiferarios, llamados González Valez y su pretendido Diccionario Genealógico e Histórico, y Antonio Meca y su inexistente Los Linajes Nobles de Cuba. Ninguna de estas dos obras vio finalmente la luz, que sepamos.

Por lo que poco que he podido encontrar hasta ahora, el tal Antonio Meca debió ser un personaje de muy escasa importancia, a juzgar por la única mención muy fugaz que se hace de él en la Guía de Forasteros de la Isla de Cuba para el año 1873 (La Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General, 1873), como un funcionario menor, aunque quizás no deba desecharse el dato que también hallé, de que este apellido “Meca” es el de una familia aristocrática catalana muy importante, la de los Marqueses de Ciutadilla (Antonio de Meca y de Cardona fue uno de sus titulares en el siglo XVIII), en la ciudad de Cervera, donde por cierto Céspedes realizó sus estudios universitarios.

Si a lo anterior se agrega al madrugonazo que le propinó a su amigo Francisco Vicente Aguilera como verdadero organizador del alzamiento libertador, y su posterior destitución por nepotismo y autoritarismo, se va armando un perfil algo distante del habitual en los manuales y folletos patrióticos. Lo que llama mucho la atención, como señala Ferrera, es que estuviera interesado en esas cuestiones las cuales reforzaban su sólida ascendencia hispánica “por los cuatro costados”, apenas unos pocos meses antes del Grito de La Demajagua… Por otra parte, aunque era algo común para la época, esta familia Céspedes tuvo una especial inclinación hacia la endogamia, pues históricamente en cada generación había varios primos casados entre ellos, lo cual también aporta una idea de la noción que tenían de sí mismos como una selecta estirpe muy especial.



[1] Conde de San Juan de Jaruco, “Antón Recio”. Diario de La Marina, 11 de Agosto de 1946.

[2] Años antes, en la zona oriental de Baracoa donde fue Alcalde por poco tiempo, Hernán Cortés tuvo una hija llamada Catalina Pizarro con una india cubana, pero no consta que su madre fuera de una familia de caciques.

[3] Entre otros, el mismo Perucho Figueredo comentó ciertos “gestos napoleónicos” de Carlos Manuel, como su forma de presentarse teatralmente y su estudiada sonrisa dominadora.

[4]  En Facebook: Carlos Ferrera, 2 de mayo de 2018. “La historia de Cuba, Sociedad Limitada. Carlos Manuel de Céspedes: ¿padrastro de la patria? Capítulo II”. También se ha referido a la personalidad de Céspedes el escritor y filósofo Armando de Armas en su libro Mitos del antiexilio (Miami, Ediciones El Almendro, 2007). Y puede consultarse además como respaldo el sólido estudio del catedrático valenciano José Antonio Piqueras Arenas, de la Universidad Jaume I: Sociedad civil y poder en Cuba (Madrid, Siglo XXI España Editores, 2005, 393 pp.)

Saturday, February 20, 2021

Los cubanos y la realeza

Por Alejandro González Acosta 
Algunos ciudadanos de la isla se han relacionado con monarquías, ya establecida la república independiente, como fueron en el siglo XX las dos cubanas Edelmira Sampedro y Robato (1906-1994, prima del escritor Jorge Mañach Robato), y Martha Esther Rocafort Altuzarra (1913-1993, emparentada con la familia de los notables intelectuales Carbonell), quienes pertenecieron fugazmente a la Casa Real española, lo cual es bastante conocido, pues ambas estuvieron casadas sucesivamente con el Conde de Covadonga, Alfonso de Borbón y Battenberg (1907-1938), primogénito y heredero natural de Alfonso XIII, quien recibió ese “título de consolación”, pues antes tuvo que renunciar en 1933 a su dignidad como Príncipe de Asturias y los derechos dinásticos a favor de su hermano menor Juan, aunque éste fue más identificado como Conde de Barcelona, abuelo del actual Felipe VI. Esto ocurrió tres años antes de la abdicación de su primo británico Eduardo VIII de Inglaterra (1936), al casarse con la norteamericana Wallis Simpson, y convertirse entonces ambos en los célebres y controvertidos Duques de Windsor.

Al parecer, ambos príncipes eran estériles, así que muy probablemente para algunos sus tan publicitadas cesiones “por amor”, fueron parte de un arreglo previo, conocidas sus limitaciones para aportar herederos. El español padecía de una severa hemofilia hereditaria, y además una torpe intervención urológica lo había dejado incapacitado sexualmente desde antes de casarse, y el británico, siendo muy joven, sufrió unas paperas mal atendidas, cuando era estudiante de la Academia Militar de Sandhurst, que lo inhabilitaron permanentemente.

Pero menos conocido y algo anterior es el caso de una cubana que virtualmente fue “reina de España”, como esposa del regente Duque de la Torre.



Antonia María Micaela Domínguez y Borrell (La Habana, 13 de junio de 1831 – Biarritz, 5 de enero de 1917), II Condesa de San Antonio, pertenecía a una de las más distinguidas familias de Trinidad, emparentada con el Marqués de Guáimaro. Con 19 años casó (29 de Septiembre de 1850) con su primo hermano, de casi 40, el militar y político español Francisco Serrano y Domínguez (1810-1885), favorito de la reina Isabel II, quien le concedió el título de Duque de la Torre (1862), con Grandeza de España, conocido en la corte madrileña como “El General Bonito”. Después de su boda, regresó a Cuba como esposa del Capitán General y Gobernador, desde septiembre de 1859 a enero de 1863. Al ser destronada la monarca, fue elegido por las Cortes Constituyentes como Regente del Reino de España, entre el 18 de Junio de 1869 y el 2 de Enero de 1871; por esto, su esposa fue la Primera Dama del Reino, equivalente a la dignidad de Reina, y con el tratamiento de Alteza. Por tanto, durante más de un año y medio, una cubana fue la virtual reina consorte española.

Mujer tan bella como altanera e intrigante, fue ambiciosa pero también generosa: entre otras obras caritativas, costeó de su peculio la Escuela de Párvulos de la Casa de Beneficencia de La Habana donde recibieron educación varias generaciones de niños cubanos desvalidos. El Emperador francés Napoleón III (quien al parecer sentía debilidad por las españolas, pues su mujer Eugenia de Guzmán, Condesa de Montijo y Marquesa de Teba, era granadina), también fue hechizado por la cubana. Antonia era de carácter fuerte y voluntarioso, así como carente de tacto y prudencia: se enfrentó al rey Amadeo I de Saboya y a su esposa María Victoria Dal Pozzo Della Cisterna, a la que desairó cuando le ofreció ser su Camarera Mayor, y además rechazó ser madrina de uno de los hijos de esta dama con apellidos tan hidráulicos. Pero por su parte, ella tuvo cinco hijos y les consiguió muy buenos matrimonios: uno de sus yernos fue el Conde de Santovenia, y otro, un acaudalado príncipe ruso. Murió en Biarritz, siendo muy amiga y vecina de la ya Ex Emperatriz Eugenia, y está enterrada en el panteón de su yerno ruso, con dos de sus hijas.

Tampoco es muy conocido que en Cuba vivió por un tiempo una supuesta hija natural del penúltimo rey lusitano, Carlos I de Portugal, que al parecer tuvo con una modista llamada María Amelia Laredó y Murça, y quien se hacía llamar María Pía de Sajonia Coburgo Gotha y Braganza (Lisboa, 1907–Verona, 1995). Ella tejió una complicada trama para sustentar su pretensión, aunque al parecer todo fue una falsedad. Pero el 16 de Junio de 1925 casó en París a los 18 años, con un rico hacendado camagüeyano, veinte años mayor que ella, Francisco Javier Bilbao y Batista, con quien tuvo una hija que después se metió a monja. Ese matrimonio duró poco, y ella todavía casó un par de veces más, protagonizando algunos escándalos; pero también se dedicó al periodismo con el seudónimo de Hilda de Toledano, y colaboró en varios periódicos españoles, como el ABC, trabajando para el cual vino a Cuba a entrevistar al Presidente Fulgencio Batista y Zaldívar, a quien le coqueteó abiertamente, pero él no pareció darse por aludido. Publicó numerosos libros y terminó adoptando a un joven para transmitirle sus supuestos “derechos dinásticos”: hace unos pocos años, este señor fue detenido con cargos de estafa y usurpación, por vender falsas dignidades, títulos nobiliarios apócrifos, pasaportes y hasta licencias de conducción ilegales.

Por diversas razones, Cuba fue un centro de confluencia de personajes llamativos y hasta simpáticos. Como ejemplo relativamente reciente, en un departamento del centrohabanero Edificio América vivía no hace mucho tiempo una señora que se hacía llamar Vizcondesa de Mendinueta, y decía pertenecer a la Casa de Beaumont, de los últimos reyes de Navarra. El actual tenutario del título desde 2018 es el Marqués de Eguaras, Emilio Drake y Canela, y no parece haber parentesco entre ambos.

Pero también hubo varios aristócratas cubanos famosos no sólo en Cuba, sino en otros países.

Un caso muy conocido es el de la aristócrata cubana (hoy la llamaríamos de la jet set internacional), María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo (La Habana, 5 de Febrero de 1789 – París, 31 de Marzo de 1852), hija del acaudalado Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, III Conde de San Juan de Jaruco y I Conde de Santa Cruz de Mopox, (1769-1807), y de la bella salonière María Teresa Montalvo y O’Farril (1771-1812), hija del Conde de Casa Montalvo. Ambos murieron muy jóvenes: de 37 el padre y 41 la madre. Mercedes fue (y sigue siendo) reconocida inapropiadamente como “Condesa de Merlín”, pues ese título no aparece registrado en ningún elenco de la nobleza francesa de su época[1]. Según ella misma escribió, Napoleón I prometió a su esposo la concesión de un título, pero al parecer esto nunca se realizó oficialmente.

En tres edificaciones de La Habana antigua se guarda la huella de sus pasos: en el Palacio paterno en la Plaza Vieja donde nació, en el Convento de Santa de Santa Clara donde fue internada y del cual se fugó, y en el Palacio materno frente a la bahía habanera donde residió durante su famosa visita en 1840.

Todavía entre algunos circula la leyenda que ella fue amante del Emperador Napoleón I, mas eso es falso: pero su bella madre, ya viuda, parece que sí tuvo relaciones con José Bonaparte, y hasta circuló en el Madrid de la época una copla procaz sobre esta liason, que comenzaba diciendo: “La Condesa tiene un tintero, donde moja la pluma José Primero…”

Su tío materno fue el General y Mariscal de Campo Gonzalo O’Farril y Herrera, Ministro de Guerra de Carlos IV y de José I, uno de los personajes más importantes del reinado napoleónico en España. Como quiera que fuera, eso le permitió a la joven Mercedes tener acceso a la corte del llamado “Pepe Botella” (aunque él no bebía), y a los más altos círculos de los “afrancesados”.

Célebre por su belleza, refinamiento y cultura, también fue una excelente cantante con un registro de voz muy hermoso, según aseguran quienes la escucharon. Escritora y viajera, fue poco considerada por su amante y además representante literario, el poeta, erudito y bibliotecario Philarète Chasles (1798-1873), algo más joven que ella. Fue un amor desdichado, pero tampoco -como se ha dicho injustamente- Chasles fue un mediocre holgazán aprovechado (siguiendo las despechadas palabras de la condesa), sino un correcto escritor, editor, traductor, poeta y aplicado bibliógrafo, un sabio prolífico, gran conocedor de los clásicos y de la literatura inglesa de su época, curador en la Biblioteca Mazarino, colaborador en la importante Revue des Deux Mondes, catedrático en el prestigioso Collége de France y Caballero de la Legión de Honor.

Se cuenta que en una de las veladas galantes de los “afrancesados” realizada en el Palacio de Liria el 30 de Mayo de 1798 -festividad de San Fernando y santo del Príncipe de Asturias, luego Fernando VII- la anfitriona Doña María del Pilar Teresa Cayetana Álvarez de Toledo y Silva, Duquesa de Aba, propuso un curioso certamen inspirado en los clásicos griegos, que fuera coordinado, coreografiado y hasta escenografiado por Francisco de Goya y Lucientes: las damas competirían para ver quién tenía los senos más perfectos, y los caballeros presentes serían los atentos y calificados jueces, entre ellos el Mariscal de Bernadotte, embajador francés hasta poco antes en Viena (donde se hizo buen amigo de Beethoven), entonces de paso por Madrid, y luego Príncipe de Pontecorvo, Ministro de la Guerra en 1799, y más tarde Rey de Suecia, quien contó el incidente en sus memorias[2]. Después de una rigurosa inspección de los árbitros, fueron elegidas la Duquesa de Osuna, la Condesa de Elda y la Condesa de Jaruco, cada una por la forma particularmente hermosa de sus bustos[3].










[1] Vid. Vizconde Albert Revérénd, Armoriale du Premier Empire. París, Au Bureau de L’Annuaire de la Noblesse, 1894-1897. El profesor Jorge Yviricu ha dedicado un estudio muy inteligente y documentado al asunto: “Los misterios de la condesa de Merlín” (La Habana Elegante, 2ª Época, Spring 2003). Nunca le fue confirmado el título prometido, y eso no resultó posible hasta cuando el menor de sus hijos llamado Gonzalve, logró que el Papa León XIII le concediera el título pontificio de Conde de Merlin, mucho después de morir su madre. Quizás, como atinadamente señala Yviricu, ese afán aristocratizante revelaba algo de bovarismo en la criolla.

[2] Jean Baptiste Bonaventure de Roquefort et Coupé de Saint-Donat, Memoires pour servir a l’histoire de Charles-XIX-Jean, roi de Suéde et de Norwége. Paris, Chez Plancher, 1820. 2 tomos.

[3] Julio Merino, “Así era una orgía de la Duquesa de Alba…” El Correo de España, 22 de Agosto de 2020.

Friday, February 19, 2021

Los títulos nobiliarios en Cuba

 Por Alejandro González Acosta

Al proclamarse en 1902, la República de Cuba tuvo una sabia política de conciliación y convivencia con los españoles. Quizás el gobierno de ocupación norteamericano pudo influir en esta razonable moderación, que sirvió también como una etapa de transición para apaciguar las tensiones entre ambos bandos, hasta poco antes empeñados en una cruenta y feroz guerra.

Contrariamente a otros países del continente en el momento de su independencia, en Cuba no sólo no se desterró a los españoles (en México hubo tres expulsiones de hispanos y de extranjeros en general, sólo en la primera mitad del siglo XIX), sino se estimuló, aunque con ciertas resistencias, que vinieran más inmigrantes europeos a establecerse en ella. Y, a pesar de ser una república, los títulos nobiliarios se mantuvieron, pero sin el reconocimiento oficial. Se podía ser cubano y tener un título, lo cual no ocurría en México, donde ostentar una dignidad nobiliaria era –y aún lo es legalmente- causa de pérdida de la nacionalidad y de la incautación de los bienes.

Así pues, en la Cuba todavía española, primero con las reformas de Mendizábal y finalmente con las de Madoz, los títulos fueron “desvinculados”, es decir, ya no incluían la propiedad de terrenos, como era en su origen feudal. Entonces se podía ser duque, conde o marqués, y no tener un patrimonio personal territorial aparejado con el título. Los bienes privados que poseían los aristócratas criollos eran sólo por ser individuos particulares, como cualquier ciudadano más.

Como se sabe, la población original que habitaba la isla de Cuba a la llegada del conquistador, resultó diezmada casi hasta el exterminio total. Entonces el territorio se repobló gradualmente con españoles deseosos de conseguir fortuna y bienestar, y con la importación de esclavos africanos para sustituir a los indígenas cercanos a la extinción. Aunque cierta historiografía logró imponer por demasiado tiempo la idea de que América fue colonizada sólo por “asesinos, ladrones, reclusos, prófugos”, y “otras gentes de cien mil raleas”, pero todas patibularias, lo cierto es que al Nuevo Mundo también vinieron numerosos miembros de familias aristocráticas hispanas, hidalgos, comerciantes y artesanos, atraídos por las oportunidades que brindaba un continente donde todo estaba por hacer.

Primero llegaron pobladores de las regiones correspondientes a la Corona de Castilla, y luego se fueron agregando de otras zonas españolas, como Aragón, Las Canarias y Las Baleares. Apellidos como los Cárdenas, junto con los Peñalver, Montalvo, Arango, Aldama, Morales, de la Cámara y Herrera, son históricamente de las familias antiguas más importantes en la isla[1], por su desempeño en la industria, la política, la administración, la banca, el comercio y la milicia, combatiendo lo mismo contra los piratas que otros enemigos agresores, como holandeses, franceses e ingleses, sosteniendo a su costa tropas y armamento, siempre al servicio del rey. Se ha calculado que son 33 las principales familias cubanas más antiguas que llegan al presente, con sus frecuentes enlaces entre ellas.[2]


Pero también tuvieron un papel importante en la cultura y la ciencia insulares, como fue el caso, por sólo citar un temprano ejemplo, del fraile José María Peñalver, considerado el primer proto-lexicógrafo en Cuba, y miembro de esa importante familia de la aristocracia criolla, nada menos que sobrino del poderoso Luis María Ignacio de Peñalver y de Cárdenas, Calvo de la Puerta y Sotolongo, Obispo de Nueva Orleans y de Guatemala, hijo del primer Conde de Santa María de Loreto y también sobrino del primer Marqués de Casa Peñalver.

Así como en Europa y otras regiones del mundo, la aristocracia cubana fue un grupo de élite que reunía a los sujetos privilegiados más preparados, capaces y decididos, para emprender grandes propósitos de mejoramiento personal, lo cual se revirtió simultáneamente en el progreso y avance de sus posesiones, y formaron auténticos tejidos de intereses y obligaciones, estableciendo de este modo las primeras redes sociales, las cuales además se vinculaban familiar y consanguíneamente, por compadrazgo o matrimonio, logrando imponer gradualmente sus propósitos en las respectivas demarcaciones, de tal modo que fueron el núcleo básico, a pesar de su españolidad originaria -y quizá por lo mismo-, para cimentar las bases de las nuevas naciones, como el estamento criollo.

Precisamente por eso, en Cuba como en otras partes, es ese sector ilustrado y poderoso el primero y más determinado para avanzar hacia un proyecto de emancipación y soberanía. Las familias que fraguan desde sus comienzos la independencia, proceden de ese grupo social ya con una conciencia propia de su destino: los Agramonte, Agüero, Aldama, Arango, Armenteros, Calvo, Cárdenas, Céspedes, Cisneros, Delmonte, Herrera, Loynaz, Madam, Montalvo, Morales, O’Farrill, Oquendo, Peñalver y Quesada, son de las primeras familias asentadas en la isla, y habían formado con el tiempo, sus posesiones y generaciones sucesivas, una visión de futuro luego cristalizada en una incipiente conciencia nacional. Llevaban en ellos, como dijo un trovador, “luz de terratenientes y de revolución”.

Como escribió el Conde de Jaruco[3]:

Por su antigüedad en el territorio y por su importancia, pueden considerarse estas familias como las clásicas cubanas. Durante muchas generaciones fueron contribuyendo notablemente en todas las ramas de la actividad humana, al desarrollo y fomento de la Isla; fundaron pueblos y ciudades a su costo, desempeñaron los primeros cargos y gozaron de gran influencia con sus gobernadores. Por los méritos contraídos dentro del territorio cubano, muchas de ellas obtuvieron títulos nobiliarios, algunas con Grandeza de España, y otros con Señoríos, cuyas mercedes representan a través del tiempo el recuerdo de grandes servicios prestados en la Isla de Cuba; por lo cual, sus nombres se encuentran vinculados a la historia de la nación.

Gran parte de aquella prosperidad cubana se debió a la visión, el impulso y la determinación de ese sector, que con sus iniciativas animó la economía insular de forma admirable desde el siglo XVIII, primero como una factoría, un simple apostadero de servicios de aprovisionamiento y refacción para las flotas, pero más tarde con los dos cultivos que le dieron fama universal al país: la caña de azúcar y el tabaco, a los cuales se añadiría el café después de la Revolución de Haití. Fernando Ortiz (1881-1969) estudió de forma ejemplar en su Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940)[4], con su imprescindible prólogo original de Herminio Portell Vilá, el par de columnas fundacionales no sólo de la economía sino de la historia y la sociedad cubana, con dos modos diferentes y complementarios de pensar y entender el país. Esta obra, a pesar de que su autor modestamente la llamó “un juguete”, constituye uno de los momentos culminantes del pensamiento insular, y es referencia inexcusable para quienes pretendan comenzar a entender la constitución física y humana de Cuba. En sus páginas se encuentra, implícitamente, el papel desarrollado por esa aristocracia en la forja de la economía cubana y el progreso nacional.


Cinco años antes de la muerte de Ortiz, Manuel Moreno Fraginals (1920-2001), publicó la primera versión de su clásico El Ingenio. El complejo económico social cubano del azúcar (1964), donde expuso su tesis del “fracaso de la sacarocracia cubana” como clase social, libro sobre el que perceptivamente Javier Figueroa advierte “escrito en clave de tragedia”.[5] El régimen cubano –y especialmente Ernesto Che Guevara- acogieron con beneplácito esta obra desde el principio, que junto con sus muchos méritos, reforzaba indirectamente la estrategia oficial de desvirtuar el papel de la burguesía cubana en la formación de la conciencia y la grandeza nacional, y sugería la inevitabilidad de la revolución socialista, pero el mejor argumento para su contraste fue la monumental obra Cuba: Economía y Sociedad[6], de Leví Marrero Artiles (1911-1995), quien demostró el carácter fundacional y decisivo de la aristocracia y la ennoblecida burguesía cubana en el auge del país. Ya en el exilio, observo que el sabio Moreno Fraginals reconsideró sustantivamente su posición de 1964, al publicar su última gran obra, Cuba/España: España/ Cuba. Historia común[7], escrita ya en condiciones de plena soberanía intelectual, como él mismo reconoció. Creo que esa “sacarocracia” cumplió adecuadamente con su papel en la medida de sus posibilidades históricas concretas, más aún cuando el mismo Moreno reconoce que esta fue “la más sólida y brillante clase burguesa en América Latina”: no era aún, supongo, el momento de cantar “La Internacional” sino, en todo caso y a lo sumo, “La Marsellesa”.

Tal parece que según aquella posición, la consecuencia inmediata debió ser la independencia (incluso antes que la de las Trece Colonias Inglesas), y luego inevitablemente una etapa superior, que a la larga desembocaría en la Revolución Socialista, de acuerdo con el canon del determinismo fatalista del marxismo en su más perfecta ortodoxia, pasando por alto que el reformismo y luego el autonomismo, fueron también opciones tan sensatas como prácticas dentro de las posibilidades de la época, mucho antes que se ensayara el proyecto separatista, al cual se llegó sólo cuando hubo que desechar los programas anteriores. No advierto ningún fracaso ni traición de ese sector, pues ¿por qué y para qué habrían de buscar fundar otra nación si ya formaban parte de una? En realidad, ellos eran más próximos emocional e intelectualmente a los ilustrados españoles (de quienes eran homólogos), que al resto de los criollos: la traición y el fracaso de esa sacarocracia habría sido realizar algo diferente a lo que importaba sustancialmente para sus intereses.

En definitiva, entre algunos historiadores ha existido la inclinación a reescribir la historia como debió ser y no atender la que realmente fue, aplicando visiones teleológicas –en su origen profundamente aristotélicas y más cercanamente kantianas y hegelianas- alejadas de la lógica instrumental y partiendo de una supuesta eticidad, que no aplica en los fenómenos ampliamente sociales, siendo como es la ética una expresión individual y particular, a diferencia de la moral.

Se trataba de fortalecerse como clase, no necesariamente con un objetivo soberanista o emancipatorio, pasando por alto que los intereses nacionales empiezan por ser intereses particulares. Así pues, no percibo ningún fracaso en eso, sino el cumplimiento de una secuencia lógica coherente e históricamente determinada.

Genealogistas cubanos:

Los temas genealógicos cubanos no han tenido demasiados estudiosos, pero sí competentes. En primer lugar, Don Francisco Xavier de Santa Cruz y Mallén Santa Cruz y del Prado, VI Conde de Jaruco y de Santa Cruz de Mopox, (1889–1954), autor de la Historia de las Familias Cubanas, la nobleza cubana y sus orígenes, que se publicó en nueve volúmenes sucesivamente en La Habana y Miami, de entre 1940 a 1988. Aunque con algunas deficiencias documentales, sigue siendo una obra clásica de esa disciplina histórica en Cuba. Sin ser un historiador profesional ni tener una formación especializada, Jaruco (como se le conocía amistosamente) realizó constantes búsquedas en los entonces bastante precarios archivos cubanos y españoles, así como sostuvo una extensa red de corresponsales y colaboradores, a quienes apoyaba y financiaba de su peculio particular. Otros historiadores profesionales con adecuada formación académica, han revisado esta obra y realizado valiosos aportes y rectificaciones. Por estas circunstancias, en Cuba existió también una sólida tradición de aplicados estudiosos de la genealogía y la heráldica, pero durante el último medio siglo esta disciplina no se ha sostenido mucho en la isla, sino más en el exilio.


Entre 1945 y 1952 el Conde de Jaruco escribió regularmente la sección “Del pasado” en el Diario de La Marina. Mayra Sánchez-Johnson, Presidenta de la Cuban Genealogy Society, identificó 164 de estos artículos y publicó la relación de ellos en la Revista de esa sociedad, en Abril de 1988. Además del Conde de Jaruco, pueden mencionarse los trabajos generales de Joaquín de Posada y de Vega (Anuario de Familias Cubanas: 1965-1980); Rafael Nieto Cortadellas
(Genealogías habaneras, Madrid, Ediciones de la Revista Hidalguía - Instituto Luis de Salazar y Castro del CSIC, cuatro tomos: 1979-1996, con Prólogo de Vicente de Cadenas y Vicent; Dignidades nobiliarias  en Cuba, Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1953,  y Los Villa Urrutia: un linaje vasco en México y La Habana, 1951); Fermín Peraza Sarausa (Diccionario Biográfico Cubano, Gainsville, Florida, 1966); Leví Marrero (Cuba: isla abierta. Poblamiento y apellidos: Siglos XVI-XIX, Puerto Rico, Capiro, 1994); Juan Bruno Zayas de La Portilla (“La Isla de Cuba: conquistadores, pobladores y libertadores”, Herencia, Vol. 10, Nº 3, Otoño de 2004) su invaluable Orígenes. Compendio histórico-genealógico del linaje Zayas: descendencia del Infante Don Jaime de Aragón (Miami, Zayas Publishing, 2003,  2 volúmenes, 1264 pp.); o más regionales, como Enrique Orlando Lacalle Zauquest (1910–1993) con su monumental Cuatro siglos de historia de Bayamo (1ª edición: 1947; 1ª edición anotada, por Ludín Bernardo Fonseca García, Ediciones Bayamo, 2010), y de quien se mantiene inédito aún un rico archivo y epistolario; y entre los más recientes, Antonio Herrera-Vaillant, Félix Enrique Hurtado de Mendoza y Pola (1924-2016), Ex Marqués de San Juan de Rivera (su colección personal se conserva en la Green Library de la Florida International University), el Padre Juan Luis Sánchez, y Francisco Escobar Guio.

Aunque españoles, tampoco puede obviarse el voluminoso Diccionario Heráldico y Genealógico de apellidos españoles y americanos (Madrid, Imprenta de Antonio Marzo-Artes Gráficas, 1919-1963; 88 volúmenes, valerosamente continuado por Endika Mogrobejo), de los hermanos Alberto y Arturo García Carraffa, pues el vínculo sanguíneo cubano con su antigua metrópoli es inexcusable para identificar las raíces y orígenes familiares.

En el exilio funciona además el activo Cuban Genealogy Club of Miami (2001), que publica semestralmente la interesante revista Raíces de La Perla. También es muy valiosa por la profusa información que reúne una obra excepcional: La Enciclopedia de Cuba, escrita por varios autores coordinados por Gastón Baquero, y que fue un empeño editorial admirable de Vicente Báez[8] (también gestor de otra similar sobre Puerto Rico, en 15 volúmenes), como parte de la Colección Enciclopedia y Clásicos Cubanos, de las Ediciones Universal de Juan Manuel Salvat, publicada en 14 tomos en Miami entre 1973 y 1975.

Los estudiosos e interesados en la genealogía cubana, hoy se agrupan sobre todo en la página CUBAGENWEB (Cuban Genealogy Center. Resources for those searching for their Cuban roots), en línea desde 1996. Una fuente de investigación especializada es la Colección “Félix Enrique Hurtado de Mendoza” en la Green Library at Florida International University Specials Collections and University Archives.

Desde París, el investigador cubano exiliado William Navarrete (Blog: “Genealogía holguinera”) ha realizado puntuales pesquisas que cuentan entre sus frutos recientes el título Genealogía cubana. San Isidoro de Holguín (Miami, Aduana Vieja, 2015), en colaboración con María Dolores Espino, basado en una antigua compilación de 1735 sobre los fundadores y primeros pobladores de esa ciudad que tanto ha influido en los destinos nacionales.

Mucho más antigua que Holguín es la ciudad de San Salvador de Bayamo, fundada por Diego Velázquez en 1513, ella segunda villa en la isla; fue Enrique Hurtado de Mendoza quien dio noticia cercana de una pieza valiosa sobre sus fundadores en su estudio “Familias establecidas en Cuba desde el siglo XVI, que llegan al XXI por la línea agnada” (Revista Hidalguía, Madrid, Nºs 304-305, Mayo-Agosto de 2004), a propósito del Libro de las familias de Bayamo, que hubo desde el año de 1512 que comenzó su población hasta el de 1775..., del Capitán Pedro de Prado y Pardo, transcrito por el Ingeniero Alberto Ferrer Vaillant, manuscrito originalmente en la antigua Academia de la Historia de Cuba, y para esa fecha (2004) en el Archivo del Arzobispado de La Habana, el cual le sirvió al historiador bayamés Ludín Bernardo Fonseca García para publicar Las familias de Bayamo 1512-1775 (Bayamo, Ediciones Bayamo, 2012), editado, corregido y anotado por él.

Varias de estas familias próceres tienen sus orígenes en los primeros colonizadores de la isla: fundaron pueblos y ciudades, y crearon industrias e instituciones de beneficencia con positivo efecto social. Además, como era un sector ilustrado con abundantes contactos internacionales y recursos suficientes, formaron grandes acervos bibliográficos que luego fueron donados a las bibliotecas públicas, y se convirtieron en parte del patrimonio cultural de la nación, como la de Don José María Chacón y Calvo (1892-1969), VI Conde de Casa Bayona[9], legada a la Sociedad Económica de Amigos del País[10]. O también reunieron valiosas piezas artísticas, como la Colección de Arte Antiguo (Egipto-Grecia-Roma) que aportó en 1956 como depósito en comodato al Museo Nacional de Bellas Artes Don Joaquín Gumá y Herrera (1909-1980), VI Conde de Lagunillas y VIII Marqués de Casa Calvo, quizás la más valiosa de su género en América Latina. Ambos aristócratas cubanos fueron reconocidos eruditos y además generosos mecenas del país.



[1] Vid. Enrique Hurtado de Mendoza, “Familias establecidas en Cuba desde el Siglo XVI, que llegan al Siglo XXI por la línea agnada”. Revista Hidalguía, Nº 304-305, Año LI, Mayo - Agosto de 2004.

[2] Vid. Enrique Hurtado de Mendoza, Origen y desarrollo de la Élite cubana, Siglo XVI – Siglo XXI. Libro inédito. Green Library in Florida International University.

[3] En esta cita, se remite al Diario de la Marina del 7 de julio de 1946.

[4] La edición más reciente y actualizada es la de Cátedra (Madrid, 2002), preparada por Enrico Mario Santí.

[5] Javier Figueroa, «El Ingenio», un texto en clave de tragedia”, Cubaencuentro, 16 de septiembre, 2020.

[6] Comenzó a ser publicada en 1972 por Editorial San Juan, de Puerto Rico, y se terminó por la Editorial Playor de Madrid en 1992, con un total de 17 volúmenes.

[7] Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1995.

[8] Editor cubano fallecido en Puerto Rico. En algún momento, según me cuenta mi buen amigo Don Juan Manuel Salvat, también emprendió la Gran Enciclopedia Martiana, (Miami, Editorial Martiana, 14 tomos, 1978), asociado con el empresario Ramón Cernuda.

[9] El titular actual, después de varios reclamos finalmente resueltos, es el Dr. Eduardo Martínez Du Bouchet, IX Conde de Casa Bayona y X Marqués de Arcos. También tiene en proceso de revisión los títulos de Condes de Casa Peñalver y de Santa María de Loreto, y el de Marqués de Bellavista.

[10] Actualmente, Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo Valdor” de la Academia de Ciencias de Cuba.