Tuesday, June 20, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XXV

 Por Guillermo A. Belt

 

Tras separarse de Maceo en Matanzas el 10 de marzo de 1896, Máximo Gómez regresa a Las Villas. En Memorias de la guerra nos cuenta Enrique Loynaz del Castillo que los generales Maceo y Gómez habían librado 21 combates en La Habana y Matanzas en sólo un mes, al costo de las vidas de una nutrida lista de Jefes esclarecidos y de oficiales denodados.


Gómez se propone organizar un contingente de refuerzo a Maceo en las operaciones de Vueltabajo. Con este fin recaba la ayuda del Gobierno de la República en Armas, y lo hace enviando a Oriente a Serafín Sánchez, nombrado en abril en el cargo recién creado de Inspector General del Ejército, con instrucciones de solicitar “que el Gobierno me ponga en condiciones, no de resistir – pues de esa situación me atrevo a responder – sino de ofender y triunfar.” Al propio tiempo y en el mismo oficio al Secretario de la Guerra, general Carlos Roloff, lamenta que el Ejército Invasor haya sido “abandonado a su propia suerte y recursos.”

Comienza a darse un conflicto de autoridad entre el gobierno y el General en Jefe.

Dedicó el General en Jefe algunas semanas a la reorganización de las fuerzas de Las Villas, que exhaustas de parque se batían a la defensiva, incapacitadas de presentar grandes combates después del de Manajanabo sostenido por el general Serafín Sánchez, uno de los más reñidos de la guerra.

Empero las noticias que a diario le llegaban de Oriente y Camagüey impusieron al general Gómez la necesidad de trasladarse a aquella comarca, en la que ninguna operación militar se realizaba, a pesar de haberse recibido varias expediciones con armamento… Veía el General en Jefe usurpadas sus atribuciones y reaccionó enérgicamente. La dirección de la guerra había sido confiada a él, no al Gobierno.

Loynaz consigna detalles del conflicto, tan penosos que opto por omitirlos en este resumen que, junto con los anteriores en la serie de artículos, se basa en la aspiración de estimular interés en episodios de nuestra última guerra por la independencia. Pasemos, por tanto, a las primeras operaciones del general Calixto García luego de desembarcar el 24 de marzo en la playa de Maraví, a dos leguas de Baracoa, con dos mil rifles, dos cañones, un millón de tiros y una tonelada de dinamita. Si grande era tal refuerzo para la guerra por el armamento, aún más lo era por la presencia del general Calixto García. Iban a repetirse las épicas jornadas de la Guerra de los Diez Años, y a reverdecerse los laureles de Santa Rita, de Baire, de Jiguaní, de Guisa, de Holguín, de Melones, de tantas acciones famosas del gran guerrero de Holguín. Contaba ahora el general García cincuentisiete años…

El 1º de julio, en la jurisdicción de Holguín, libró la acción de Los Moscones, en la que batió durante tres horas con sólo su escolta de infantería y caballería – que no sumaba cien hombres – una columna de mil quinientos hombres con dos piezas de artillería. Después de la acción el general García pasó a acampar en la cercana Prefectura de Mala Noche.

Informado de la situación, Gómez resuelve pasar la trocha militar de Júcaro a Morón hacia Camagüey, cuya creciente desorganización amenazaba con la posibilidad de una catástrofe; porque los elementos españolizantes de las ciudades sólo necesitaban comunicaciones con el campo insurrecto para iniciar la desmoralización de nuestras fuerzas. El 26 de mayo la cruza y acampa en tierra camagüeyana.

El 9 de junio las tropas que había podido concentrar el general Gómez en el campamento de Lauretania ascendían a cuatrocientos cincuenta jinetes bien montados y cien infantes, núcleos de nuevas unidades en formación. Con ellas avanzó el Jefe del Ejército Libertador al ataque de la columna española del general Jiménez Castellanos, compuesta de dos mil hombres de las tres armas, que salía de operaciones en dirección del rio Najasa.

Adoptó el general Gómez una táctica que era una de sus predilectas: situarse sobre el rastro del enemigo y en aire de persecución trabar el combate. En las inmediaciones de Versalles interceptó el rastro de la columna y lo siguió inmediatamente, trocando en situación ventajosa de perseguidor la de perseguido que aspiraba a imponerle el general español.

A la vanguardia de las fuerzas cubanas iba un escuadrón al mando del teniente coronel Armando Sánchez Agramonte, a quien Gómez había dado orden de cargar al divisar al enemigo en marcha. Al cabo de tres horas de rastreo, cuando se divisa a la columna española ésta ya no está en marcha sino parapetada sobre escabrosa margen del rio Najasa que dominaba el camino. Sin detenerse cargó el teniente coronel Sánchez sobre la posición enemiga, ocupándola gracias al denuedo de la caballería camagüeyana, pero quedando herido su valeroso jefe, a tiempo que el avance iniciado se consolidaba con la intervención de la infantería oriental. Alrededor de la conquistada posición se generalizó rudo combate, indeciso toda la tarde.

Gómez acampa esa noche en una finca vecina, donde se establece el hospital de sangre para atender a los heridos. A las seis de la mañana del día siguiente ataca de nuevo. El combate se prolonga todo el día. Al caer la tarde se acampó en el mismo sitio del día anterior y continuó durante toda la noche el tiroteo sobre la columna para privarla de reposo. Al intermitente fuego de los cubanos replicaban nutridas cargas de fusilería.

Al amanecer del 11 – tercer día de combate – avanzó de nuevo el general Gómez con su escasa columna sobre la que tenía sitiada en el batey de Saratoga y se reanudó con mucha intensidad el fuego. No tardó en conocer que durante la noche había llegado de la ciudad de Camagüey – por solicitud apremiante del general Jiménez Castellanos – una columna de mil soldados en su auxilio, sumando ya tres mil los sitiados por el medio millar de insurrectos cubanos. No obstante pronto se pronunció en retirada la división enemiga que fue tiroteada en todo el trayecto a la ciudad por un destacamento de caballería al mando del teniente coronel Juan Manuel Bazán.

Así combatían los cubanos. La historia recoge este combate como la Batalla de Saratoga.

Sunday, June 18, 2023

Manuel Díaz Martínez: "Yo me moriré siendo un escritor cubano".

 


Como homenaje al recién fallecido poeta Manuel Díaz Martínez -muerto, como tantos otros, tras largos años de exilio- publicamos esta entrevista del 2002 en que el poeta recorre su obra y vida.

"Un breve rasguño en la solapa".

Entrevista con Manuel Díaz Martínez Ángeles Mateo del Pino y Javier Bello.

1. ¿Cuál es su proceso creativo: cómo se gesta su poesía, qué elementos la desencadenan, cómo se concretan éstos en la escritura y en qué plazos?

Los espiritistas, en Cuba, usan la expresión "estar en bóveda", o algo así, para designar el estado de gracia que les permite ponerse en contacto con los muertos. Lo primero para escribir un poema es estar en bóveda, pero en el caso de los poetas esta expresión designa el estado de gracia para ponerse en contacto con los vivos. A partir de esa disposición de ánimo privilegiada, el poema, que es lenguaje, va apareciendo, va reuniendo sus partes en un proceso que constituye, en los casos más luminosos, una sorpresa para el propio creador. En algunos poetas, este proceso es moroso. En mí suele producirse como un tiro a quemarropa.

2. ¿Cuáles son sus referentes poéticos y por cuáles son los autores por los que siente Ud. una especial predilección?

Parodiando a Valéry, diré que los poetas estamos hechos de poetas asimilados. ¡Yo estoy hecho de tantos! En el banquete de la poesía, he probado de casi todo lo servido. Eso me salva de servidumbres onerosas. No obstante, tengo santos de cabecera: Quevedo, Martí, Bécquer, Antonio Machado, León Felipe, Vallejo, Pessoa, Apollinaire, Eliseo Diego...

3. ¿Cree Ud. que su poesía ha recibido influencia de la poesía española, especialmente de Quevedo, Machado y Bécquer?

Sí, y decisiva.

4. ¿Considera que su poesía puede ser definida dentro del marco de una "poética conversacional"? ¿Cree que los rasgos de esa poética han disminuido o se han incrementado en su escritura con el paso del tiempo, especialmente en su poemario inédito Paso a nivel?

Los críticos, que son los que saben más de estas cosas, me han catalogado como poeta conversacional. Debo de seguir siéndolo, puesto que no he cambiado de poética. Si ser conversacional es pretender ser antirretórico, explícito, directo, transparente -en la medida en que una tentativa de comunicación poética puede serlo-, me parece que con el tiempo me he vuelto más conversacional, y también más escéptico e irónico, rasgos asociados al conversacionalismo. No sé por qué, quizás porque con el roce con el mundo cunden las desilusiones y la fatiga, los poetas tendemos a soltar lastre, a desnudarnos, a medida que nos internamos en la vida. El hiperbarroco Lezama es un buen ejemplo de ello.

5. ¿Cómo se vincula su poesía con la generación cubana del 50? ¿Cuáles son las semejanzas y diferencia que puedes establecer al respecto? ¿A qué autores sientes más cercanos?

La Generación del 50 es producto del clima revolucionario que se respiraba en Cuba en aquel infausto decenio, marcado por la dictadura de Fulgencio Batista y la guerra entre ésta y el movimiento insurreccional que terminó derrocándola e instaurando el régimen de Castro. Fue una generación que en su fase inicial, y casi en su totalidad, se identificó con la revolución y asumió, en lo político y en lo estético, la tarea de apoyarla. A la voluntad de servicio público desde la escritura se debió que la mayor parte de los miembros de la Generación renegaran de las tendencias que consideraban esteticistas y culteranas, de las cuales algunos de ellos provenían, y adoptaran una poética caracterizada, en la forma, por la sencillez y el desenfado - que se acentuarían en el conversacionalismo-, y, en el mensaje, por un humanismo de inspiración marxista. Yo participé en el entusiasmo por la revolución, incluso me identifiqué como un joven escritor marxista, pero mi poesía se mantuvo dentro de un lirismo erótico y de proyección existencial y metafísica hasta 1967, año en que termino mi poemario Vivir es eso, que algunos críticos han señalado como un libro emblemático del conversacionalismo cubano, corriente en la cual me siento muy próximo a Rafael Alcides y a Raúl Rivero, y, por supuesto, a Virgilio Piñera, maestro de todos nosotros.


6. ¿Cuál fue su relación con la generación precedente, la generación del grupo Orígenes, en el sentido poético, político y experiencial?

Menos con Justo Rodríguez Santos, Octavio Smith y el padre Ángel Gaztelu, a los que traté poco, he tenido muy buenas relaciones de amistad con los miembros del grupo Orígenes. Con Lezama y García Vega trabajé en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias. A Eliseo Diego le agradezco uno de los comentarios más estimulantes y hermosos que se han hecho de mi poesía. Mi vieja amistad con Cintio Vitier se estropeó cuando este hombre, tan lúcido para tantas cosas y tan ciego para lo que está pasando en Cuba, firmó una declaración de la Unión de Escritores en la cual se arrojaban acusaciones falsas y amenazantes, acompañadas de insultos barriobajeros, contra los intelectuales cubanos que suscribimos la Carta de los Diez, un manifiesto en que reclamábamos reformas democráticas al gobierno. Por cierto, su mujer, Fina García Marruz, la única voz femenina del origenismo, se negó a avalar con su firma aquella infamia, que fue la antesala de la represión que sufrimos luego y que determinó el exilio de la mayoría de nosotros. Yo empecé a leer a los origenistas cuando era un adolescente, cuando aún estudiaba el bachillerato y empezaba a escribir, y les agradeceré siempre las iluminaciones que me han aportado. Ellos son parte de mi cultura literaria. No me cabe duda de que Eliseo Diego y Gastón Baquero están en mi manera de sentir y trabajar la palabra.

7. ¿Cómo han afectado el espacio y el paisaje a su poesía? ¿En este sentido, percibe Ud. grandes diferencias entre su poesía escrita en Cuba y su poesía en el exilio? ¿Se puede hablar de una "poesía del exilio" en su obra?

Sí, hay una "poesía del exilio" en mi obra. Muestras de ella pueden verse en mis libros Memorias para el invierno, premiado y publicado en Canarias en 1995, y Paso a nivel, aún inédito, escrito enteramente en Las Palmas. No es poesía del exilio porque la haya escrito después que salí de Cuba, sino porque responde al estado de ánimo provocado por mi alejamiento de Cuba y a reflexiones sobre las causas y efectos de ese alejamiento. Me parece que esta poesía difiere en el tono, en el lenguaje y en la temática de la que yo estaba haciendo en mi país poco antes de salir de él, aunque el humor sarcástico que se encuentra en bastantes de mis textos "del exilio" tiene antecedentes en mi libro Vivir es eso, editado en La Habana en 1968.

8. ¿Cuáles son las principales claves de su obra poética y cómo el tiempo las ha modulado?

Como poeta, no doy claves, que son llaves, ni doy pistas. Lo mío es inquietar, incitar, conmover, emocionar, incluso irritar, dejando que el lector se convierta en el segundo autor de mis poemas.

9. ¿Qué vínculos ha establecido con la poesía española y canaria desde su salida de Cuba?

Mis vínculos con la poesía española vienen de lejos y han sido fecundos. Es posible que yo sea el más "ibérico" de los poetas cubanos de mi generación. Durante mi estada de casi un año en Cádiz, en 1991, ciudad en cuya Universidad dicté un curso sobre poesía cubana, me integré al grupo de poetas gaditanos relacionados con la Revista Atlántica de Poesía, entre los cuales tengo entrañables amigos, como Jesús Fernández Palacios, José Ramón Ripoll y Pilar Paz Pasamar, y al cual pertenecía el ya fallecido Fernando Quiñones, poeta y narrador a quien su amigo Borges admiraba y yo sigo admirando. En ese período estreché mis antiguos vínculos con Rafael Alberti y con José Agustín Goytisolo, que me visitó en Cádiz y a quien visité en Barcelona. El único poeta canario que yo había leído antes de llegar a Las Palmas era Manuel Padorno, un barroco deslumbrado por la luz atlántica de su isla (Gran Canaria), de lenguaje anárquico e imaginativo. Acaba de morir en Madrid. A su hermano, Eugenio, devoto de la cultura francesa, lo conocí y leí aquí, como a Lázaro Santana. Poetas cultos y refinados, al igual que el riguroso Andrés Sánchez Robayna, el más conocido fuera del archipiélago. Otros poetas isleños que descubrí aquí son el enigmático Luis Feria; José María Millares Sall, autor de "Liverpool", un texto referencial; y Natalia Sosa, autora de un bello libro titulado Septiembre. Debo añadir tambián a Pino Ojeda, a Javier Cabrera, a Teodoro Santana y a Juan Jiménez. Pero los poetas de los que más cerca me siento en Las Palmas, son los más jóvenes: Alicia Llarena, Tina Suárez Rojas, Pedro Flores, Federico Silva... Me parece que en ellos se incuba la deseable renovación de la poesía canaria.

10. ¿Cree Ud. que se han acrecentado el sarcasmo y la ironía en Paso a nivel? ¿Es éste un rasgo relacionado con su experiencia?

Paso a nivel es el libro de las decepciones y el escepticismo que llegan con los años. En él he querido hablar claro y ser franco, en primer lugar conmigo mismo. He seleccionado, para que lo presida, un verso de Pessoa que parece haber sido escrito para que yo lo usara de pórtico en este libro: "¡Y basta de comedias en mi alma!"

11. ¿Se siente aún representado por la recopilación poética de su obra, Alcándara, editada en Cuba en 1991? ¿Qué relación puede establecer entre este volumen y la antología aparecida en Madrid, por editorial Visor, en 1998, Señales de vida?

La antología Señales de vida es una continuación de Alcándara. En ella hay muchos poemas contenidos en ésta. Pero tiene, además, poemas pertenecientes a mi libro inédito.

12. ¿Qué libros suyos se encuentran actualmente en prensa? Háblenos de ellos.

En prensa tengo mis memorias, Sólo un leve rasguño en la solapa, que las está editando la editorial AMG, de Logroño (La Rioja). La misma editorial está procesando una recopilación de mis sonetos. Por otra parte, la editorial Hiperión, de Madrid, ya está a punto de lanzar una antología titulada Poemas cubanos del siglo XX, en la que reuno los poemas cubanos de esa centuria que me gustan más.

13. ¿Cuál ha sido y es su labor periodística y qué importancia le concede?

Desde muy joven me gano la vida, en parte, como periodista, fundamentalmente como articulista. No sé cuántos miles de artículos habré escrito hasta el que puse ayer en correo. En Cuba fui jefe de la plana editorial y director del suplemento de cultura del diario Noticias de Hoy, y luego jefe de redacción, con Nicolás Guillén de director, de La Gaceta de Cuba, el periódico de la Unión de Escritores y Artistas. De este último cargo me separaron cuando, formando parte del jurado de poesía en el concurso de la Unión de 1967, voté por el libro de Heberto Padilla Fuera del juego. He colaborado en infinidad de periódicos y revistas cubanos y extranjeros. He escrito siempre sobre asuntos culturales y de política cubana e internacional. Aquí en España soy colaborador fijo del periódico canario La Provincia y he publicado en El País y en el ABC, de Madrid, y en el Diario de Cádiz. No sé si el periodismo es el mejor oficio del mundo, como piensa García Márquez, pero es el que más me gusta. Me ha obligado a mirar de frente a mi tiempo, algo que ha repercutido, creo que para bien, en mi poesía. En el ejercicio cotidiano del periodismo he aprendido a defenderme de las palabras que sobran, y a no decir "lo que acontece en la rua", sino "lo que pasa en la calle".

14. Ud. ha sido también un escritor de prosa. ¿Cuál ha sido su incursión en la narrativa?

Escribí ocho o nueve cuentos, todos fantásticos, casi todos brevísimos, hace muchísimos años. Los dos primeros me los publicó Virgilio Piñera, en 1959, en la revista Ciclón, que dirigían en La Habana él y José Rodríguez Feo. Uno de aquellos cuentos y otro posterior conocieron los honores de las antologías. No he escrito ninguno más. La redacción de mis memorias es el trabajo narrativo más ambicioso que he realizado.


15. ¿Qué significa para Ud. la frase "Un leve rasguño en la solapa"?

 "Sólo un leve rasguño en la solapa", frase con que titulo mis memorias, es el título y parte de un verso de un poema perteneciente a mi libro El carro de los mortales. La lectura del poema, incluido en mis memorias, permite comprender que ese verso significa la escasa importancia que concedo a las heridas que los rigores del mundo me han causado.

16. ¿Cuáles fueron las circunstancias que lo obligaron a salir de Cuba?

A mediados de 1991 firmé en La Habana, con otros colegas míos, un documento titulado Declaración de Intelectuales cubanos, más conocido como Carta de los Diez, en el que pedíamos al gobierno de Castro la adopción de una serie de medidas que considerábamos convenientes para mejorar en alguna medida la espantosa situación económica, política y social en que se encontraba y aún se encuentra nuestro país. El gobierno de Castro es una dictadura totalitaria y reaccionó reprimiéndonos por nuestra "deslealtad". Los firmantes del documento fuimos acusados en la prensa del régimen, la única que circula en la isla, de ser cómplices de la CIA, tras lo cual fuimos expulsados de nuestros trabajos y de las instituciones profesionales a que pertenecíamos. En un país donde si tropiezas con el poder (es decir, con Castro) tropiezas con tu sepultura, la vida se nos hizo imposible y, menos el poeta Raúl Rivero, que permanece en Cuba bajo acoso y sin poder salir, todos cogimos el camino del exilio.

17. ¿Cómo llega Ud. a España y luego a Canarias, donde ha permanecido alrededor de 10 años?

Salí al exilio, luego de vivir una interminable pesadilla en los laberintos administrativos y policiales del castrato, con 55 años, mala edad para semejante salto, que en mi caso fue un salto al vacío. Llegué a España con mi mujer y sin un céntimo. Nuestras dos hijas ya estaban fuera de la isla: una, Gabriela, en Santiago de Chile, donde encontró trabajo en la librería del Arzobispado, y la otra, Claudia, aquí en Las Palmas, donde hizo un master de ingeniería. Gracias a un seminario sobre poesía cubana que me organizó y pagó la Universidad de Cádiz, y a la generosidad de la Junta de Andalucía, que nos albergó en una residencia para la tercera edad, mi mujer y yo pudimos afrontar los primeros meses de nuestro exilio. Importantísimo fue para nosotros el apoyo, espiritual y material, que nos dieron nuestros amigos de Cádiz: los poetas Jesús Fernández Palacios, José Ramón Ripoll y Fernando Quiñones, el médico Javier Galiana, el empresario Juan Reyes, las profesoras Josefina Junquera (vicepresidenta, entonces, de la Diputación Provincial) y Concepción Reverte, y tantos más. Sin ellos, nuestra vida allí no hubiese sido lo feliz que fue a pesar de las circunstancias. En Cádiz estuve diez meses antes de viajar a Canarias, invitado por el profesor Mariano Chirivella a dar unas conferencias en la Universidad de Las Palmas. Luego de las conferencias, surgió la idea de hacer una revista universitaria de literatura y arte, cuyo proyecto me encargaron. Así nació Espejo de Paciencia -el título se lo dio la profesora Ángeles Mateo del Pino, que ahora me entrevista-, de la cual se publicaron, a trancas y barrancas -ésta es una historia agridulce que algún día contaré-, seis números, seis preciosos números en los que trabajé hasta de maquetador e ilustrador. Compartí la dirección de Espejo de Paciencia (título del poema que inicia la literatura en Cuba, escrito por el grancanario Silvestre de Balboa) con el catedrático chileno Osvaldo Rodríguez. La revista ha dejado de salir, espero que momentáneamente, víctima de la burocracia. En diciembre de este año se cumplirán diez años de mi arribo a Canarias. En ésta, mi isla de repuesto, como me dijo Hernán Loyola, vive y trabaja una de mis hijas. Aquí murieron mi mujer y mi padre. Aquí me quedaré, si el travieso azar no dispone otra cosa.

18. ¿Después de estos años de exilio, se siente Ud. todavía como un "escritor cubano", es decir, miembro de ese ambiente y partícipe de esa tradición?

Yo me moriré siendo un escritor cubano. De eso no me cabe la menor duda.

19. Como cubano, ¿cuál ha sido su relación con el rico panorama cultural de la Europa del Este y de la antigua Unión Soviética, desconocido casi íntegramente para Occidente durante más de medio siglo? ¿Cómo este "mundo" ha conformado su propia obra literaria?

Por las estrechas relaciones que durante décadas mantuvo Cuba con la Unión Soviética y el resto del ya desaparecido campo socialista europeo, los cubanos tuvimos la oportunidad de conocer de cerca la cultura de las naciones que componían esa vasta comunidad. Yo tuve un contacto muy directo con ese universo cultural, a veces in situ. Fui primer secretario de la embajada de Cuba en Bulgaria y viajé bastante por la Unión Soviética, Rumanía, Yugoslavia, Hungría y Checoslovaquia. Tuve amistad con escritores, académicos y artistas de estos países. Colaboré en publicaciones búlgaras, soviéticas, húngaras, rumanas, y trabajé en la versión al español de numerosísimos textos de autores del Este. El realismo socialista, ese horror inventado por Stalin y Zhdanov, del que hicieron cómplice al pobre Gorki, uniformó y mediatizó la producción artística y literaria en estos países bajo la égida soviética, pero no logró que en ellos desapareciera el talento ni que se eclipsara la riqueza cultural creada por sus pueblos a lo largo de siglos. Yo me sentí atraído por esta riqueza artística anterior al socialismo y también por los conflictos que éste creaba en la esfera de la cultura. Ambas "atracciones" dejaron huella en mí: a la primera corresponde mi largo poema La tierra de Saúd, publicado en 1966, inspirado en la poesía narrativa de los cantares de gesta eslavos, y, a la segunda, el incremento de mi experiencia política y mi radicalización a favor de la libertad de pensamiento y expresión.

20. ¿Qué importancia le da Ud. a su labor como director de la revista Espejo de paciencia, desde que ésta apareció en Las Palmas de Gran Canaria, y ahora en la revista Encuentro de la cultura cubana, editada en Madrid?

Hoy Domingo, La Gaceta de Cuba y Espejo de Paciencia me han aportado lo que sé como editor de revistas. Sobre todo la última, en la que yo lo hacía todo. Me encanta hacer revistas. Me da placer lograr una página atractiva y divulgar un texto de calidad. Encuentro de la Cultura Cubana se edita en Madrid y la dirigimos el ensayista Rafael Rojas y yo. Considero que Encuentro, fundada hace seis años por el novelista Jesús Díaz, quien la dirigió hasta su muerte, ocurrida en mayo último, es la mejor publicación de su género hecha por cubanos en los últimos cien años. Es una revista concebida como un espacio democrático abierto al debate sobre el pasado, el presente y el futuro de Cuba. Su espectro editorial abarca la política, la historia, la economía, el arte, la literatura y los problemas sociales. Encuentro es muy odiada por la dictadura castrista, lo que revela que va por buen camino.

Wednesday, June 14, 2023

Un domingo en Cuba

 

De la misma manera en que la prensa norteamericana se había visto inundada de reportajes sobre la guerra hispano-americana, tras el fin de la guerra y el inicio de la ocupación aparecieron no pocos artículos que intentaban capturar el ambiente cotidiano de la isla. “Un domingo en Cienfuegos”. “Desfile de señoritas” podían ser los títulos de aquellos artículos cuyo objetivo principal era resumir la extrañeza ajena y demostrar por qué “ellos no son como nosotros”. Se resaltaban entonces las radicales diferencias raciales de la sociedad cubana, no ya por la mayor proporción de la población negra en la isla sino por su innegable influencia en la vida social y cultural de todo el país. Uno de los tantos síntomas -preocupantes para el observador norteamericano- era la detección de elementos africanos en la música cubana y en particular del danzón. A este se le describe como “el baile más extraño a este lado del Congo” en “armonía con la ardiente naturaleza de la población mitad española, mitad negra” en palabras de la reportera Fanny Brigham Ward.

El artículo “Un domingo en Cuba” reproducido en diversas publicaciones norteamericanas en los meses de mayo y abril de 1899 es ejemplar en ese sentido. Su autor, George Kennan (1845-1924) no es un reportero cualquiera. Tras explorar la Siberia durante dos años con vistas a instalar un telégrafo que conectara telegráficamente a Rusia con el continente americano a través del estrecho de Bering, Kennan se había convertido en conocido escritor de viajes y experto en tierras extrañas. Aparte de los centenares y artículos y conferencias sobre su experiencia siberiana que le dieron fama, Kennan publicó libros sobre los chechenos, sobre la guerra de Cuba y sobre la ruso-japonesa de 1905. Kennan, en el artículo que presentamos a continuación, no es demasiado original en sus observaciones pero justo por eso resume bastante bien los tópicos básicos que conformaban la visión norteamericana ante la isla recién “liberada”. Incluidas sus comentarios sobre el danzón. Por el interés que puede tener esta visión extrañada de un momento tan importante como poco estudiado de la historia y la cultura cubana, como es el de la ocupación, compartimos este artículo con ustedes en la magnífica traducción de nuestro colega Guillermo A. Belt. 


"Un domingo en Cuba"


Por George Kennan

(Traducción de Guillermo A. Belt) 


 

Pocas personas asistieron al oficio religioso pero todas fueron al baile en casa del sacerdote inmediatamente después 

Baracoa cuenta con unos 6,500 habitantes, la gran mayoría negros, mulatos, cuarterones o personas con alguna mezcla de sangre africana. La vestimenta de la gente común, aunque apropiada para el clima, no llama la atención ni se sale de lo corriente. Se ven pocos colores vivos, ni siquiera en los vestidos y sombreros de las mujeres; la mayoría de los hombres blancos usa el traje convencional del mundo civilizado, o bien el uniforme cubano de hilo marrón, en tanto que los negros más pobres llevan sólo burdas camisas y pantalones de algodón, de un color entre blancuzco y gris - la camisa por fuera del pantalón al estilo ruso – y sombrero de paja o guano, manchado por el sol y la lluvia.

El domingo siguiente a mi llegada a Baracoa era día de Año Nuevo, y pensando que en tal ocasión podría ver a buena parte de la población luciendo ropa de gala para ir a la iglesia, asistí esa mañana al oficio divino en un edificio viejo y en mal estado, parecido a un cobertizo, situado en el parque, unos pasos al este del Hotel Siglo Veinte. El interior del edificio estaba tan desprovisto de adorno y era tan chabacano como el abandono de su exterior me había hecho suponer. Contaba con el altar mayor habitual, cubierto de oropel y flores artificiales, detrás de la reja del presbiterio, de hierro fundido; unas pocas velas amarillas, aquí y allá, frente a cuadros de la Virgen, manchados de humo; una fuente de piedra, cerca de la puerta; cuadros chabacanos representando el vía crucis colgaban de las sucias paredes, y había media docena de bancos de madera sin pintar cerca del presbiterio, bajo el púlpito elevado. En general, esta iglesia por su amoblamiento y decoración sería un descrédito para una comunidad católica romana de 500 almas en un pueblo pequeño de los Estados Unidos. Sin embargo, era el único lugar para el culto en Baracoa, un pueblo con 6,500 habitantes.

Los feligreses eran una docena o más de muchachos negros y mulatos colgados de la reja del presbiterio, 75 o 100 mujeres de todos los tonos de piel, que traían sus propias sillas de mimbre así como delgadas alfombras o esteras para arrodillarse, y tal vez una docena de hombres y muchachos casi adultos, parados aquí y allá a lo largo de las paredes y alrededor de la puerta abierta de par en par.

El oficio lo ofreció un solo sacerdote, con un asistente que le alcanzaba sus hábitos y vestimentas, y un niño pequeño que balanceaba el incensario. En lo esencial no se diferenciaba de la liturgia romana en nuestras iglesias, con la excepción de emplear el latín y el español en lugar de latín e inglés. El coro, que ocupaba un lugar cerca del final de la reja del presbiterio, estaba compuesto por dos o tres voces masculinas sin cultivar, con el apoyo de un saxofón, un timbal, una gran trompeta de lata y una maraca. La música consistía en una serie de cantos lentos y melancólicos, de vez en cuando interrumpidos y animados por algo que sonaba como la marcha de una ópera cómica. Durante dos o tres minutos, a ratos, las voces cantaban penosamente al acompañamiento del saxofón y la trompeta, pero entonces toda la orquesta emprendía súbitamente la melodía más rápida y alegre de la marcha, con el tiempo bien marcado por las pulsaciones profundas del timbal y los sonidos agudos y cortantes de la maraca. Posteriormente supe que lo que yo había identificado erróneamente como la marcha de una ópera bufa era el himno nacional cubano, conocido como la “Bayamesa”; pero como no lo había oído nunca, desde luego que no lo reconocí.

El oficio religioso fue especialmente interesante para mí porque demostró la poca importancia que tiene la Iglesia en la vida cubana, y su influencia insignificante en la población del país. Del total de 6,500 habitantes de Baracoa, sólo 12 a 15 hombres y de 75 a 100 mujeres le dieron suficiente importancia a la Iglesia como para asistir a un importante oficio religioso un domingo por la mañana en el primer día del año nuevo.

Alrededor de las 11 de la mañana se despidió a los pocos feligreses, y la mayoría de las muchachas junto con algunos hombres y toda la orquesta eclesiástica cruzaron la calle hasta la casa del cura, donde tendría lugar una fiesta bailable. Pensé que un baile a las 11 de la mañana, en casa de un sacerdote y con música a cargo del coro y la orquesta de la iglesia, sería un entretenimiento tan novedoso que justificaría mi incumplimiento del descanso dominical – si es que participar como espectador puede calificarse de tal incumplimiento – por lo que acepté la invitación del Dr. Lee Hardy y lo acompañé a ver el espectáculo. Quizás no era precisamente lo que se debe hacer un domingo por la mañana, pero como dijo el capitán Sigsbee cuando lo criticaron por asistir a una corrida de toros ese mismo día, “era mi deber evaluar el carácter y temperamento del pueblo”. Además, un baile dominical probablemente resultaría tan beneficioso para mí, incluso espiritualmente, como un oficio religioso ininteligible que consistió principalmente en una mascarada sacerdotal animada por la música de ópera bufa de un saxofón, un timbal, una maraca y una trompeta de lata.

Imagen de la catedral de Baracoa en 1911

Dada la concurrencia, el baile del cura era evidentemente mucho más popular que su oficio religioso. Había una multitud de espectadores interesados, de ambos géneros y todas las edades, así como de todas las tonalidades del color del chocolate, colocada frente a la puerta de la sala, abierta de par en par; cuando llegué la sala estaba repleta de hombres y mujeres jóvenes, marchando solemnemente en un círculo al compás de una guitarra cubana de tonos graves. En la sala del fondo, o comedor, el sacerdote, con la cara cubierta de sudor, fumaba un cigarrillo mientras abría botellas de cerveza y hablaba risueñamente con algunos de sus feligreses más viejos, cuyos días bailables habían llegado a su fin, si bien aún podían beber, fumar y mirar.

Como yo no tenía deseos de bailar pensé que debía estar con esta categoría de invitados. Por consiguiente, una vez que fui presentado al sacerdote y me refresqué con una botella de cerveza tibia, atendiendo a su urgente invitación, me senté detrás del timbal a ver el espectáculo. El primer baile fue un vals, con música de saxofón y trompeta y el ritmo marcado por el timbal y la maraca. El baile de los hombres y mujeres jóvenes me pareció rígido, torpe y sin gracia, pero la pista de baile estaba llena de gente, dándoles poco espacio para moverse libremente, y su solemnidad y torpeza pudo haberse debido a los esfuerzos que hacían para no tropezarse unos con otros.

Al final del vals hubo otra gran caminata en círculo. Inmediatamente después, la guitarra, el timbal, la maraca y el güiro comenzaron a tocar la música rara y bárbara del danzón cubano – un baile de vueltas algo parecido a un vals pero con más irregularidad de movimiento y un movimiento del cuerpo peculiar y voluptuoso, que recuerda la hoochee-koochee[1]y otras danzas orientales en el Midway Plaisance.[2] El danzón cubano se baila a veces de manera poco modesta, por no decir indecente, y en los bailes en pueblos de mayor tamaño en Cuba se suele bailar de tal manera que resultaría alarmante, si no chocante, para los más avezados asistentes a los bailes franceses anuales en Nueva York; pero en Baracoa no vi nada que me pareciera especialmente objetable. Me pareció que no era más que un vals de dos pasos, torpe e irregular, con el acompañamiento de una música extremadamente salvaje y peculiar.

En la música como en los movimientos del danzón es fácil advertir la influencia que ha tenido el negro en Cuba sobre el español. La música especialmente es tan indiscutiblemente africana como cualquier otra que podamos escuchar en la zona superior del Nilo, o en una selva en las riberas del Congo, con su ritmo extraño e irregular, el sonido cortante e intermitente de la maraca, las pulsaciones de la guitarra con su sonido grave, y el atronador sonido del timbal, rodando en sordina intermitentemente. No sé por qué se prefiere el danzón al vals, como ocurre en toda Cuba, a menos que se deba a que la música es más salvaje y apasionada, y a que el baile mismo está más a tono con la naturaleza ardiente y sensual de la población, mitad española y mitad negra.

Habiendo satisfecho mi curiosidad, salí de la casa del cura como al mediodía y me fui a casa, pero el baile allí continuó durante toda la tarde y noche, y los últimos sonidos que escuché esa noche antes de dormir fueron el peculiar chasquido de la maraca y el rumor distante del timbal.

 



[1] Bailes sugestivos, similares al baile del vientre, a mediados de la década de 1800.

[2] Parque en Chicago durante la exposición mundial de 1893 con exhibiciones de culturas de todo el mundo.

Monday, June 12, 2023

Martí y el danzón

Por Enrique Del Risco

      

A Jorge Ignacio Domínguez, quien me ha hecho volver a Martí


A los pueblos, como a la gente común, le gustan las simetrías. Y pensar, por ejemplo, que sus adalides políticos son a su vez adelantados estéticos y que las reivindicaciones sociales van de la mano con los atrevimientos culturales. Así hasta que se presta atención y se cae en que los próceres solían ser más conservadores que la media en sus gustos literarios o musicales. Pero entonces, cuando se trata de cubanos, aparece Martí, el primero entre todos en todo. El paladín de la independencia que a su vez tenía la última palabra en poesía modernista o pintura impresionista. Justo hasta que llegaba el momento del baile y entonces anotaba en una carta a un colaborador: “Tocan danzas en la casa mientras escribo, y me molesta: ¿quién tiene derecho todavía a tocar danzas?”

Pienso en esto al revisar el programa de una “Velada familiar en honor de la Señora Leonor Pérez de Martí” el 26 de diciembre de 1887 en Nueva York. Por íntima y familiar que fuera la velada el repertorio que se anuncia se muestra ambicioso. Los poemas que serían leídos procedían casi todos de autores cubanos: Juan Clemente Zenea, José Jacinto Milanés, Diego Vicente Tejera y hasta el propio José Martí. La sección musical sería en cambio más cosmopolita: canciones patrióticas norteamericanas, un trozo de zarzuela española, piezas de Donizetti, Gounod, Chopin. Por eso llama la atención que el colofón de la velada sea precisamente un danzón. Una pieza original compuesta por Beatriz Acosta de Tanco dedicada a la huésped de honor y madre del apóstol titulada, convenientemente, “La Leonora”.

Resulta curiosa la inclusión de un danzón en aquella velada familiar porque lo que es ahora el baile nacional no era visto en la isla como música para personas decentes que es con seguridad como se tenían a sí mismos los asistentes al homenaje a Doña Leonor. Allá en Cuba el danzón era visto con no poca reserva. El periodista Serafín Ramírez, a quien algunos consideran “el primer musicólogo cubano en el siglo XIX” o primer historiador de la música cubana”, no tenía empacho al referirse con repugnancia a ese “ritmo revoltoso y picante con que se acompaña esa degeneración de nuestra contradanza llamada danzón”. Y Ramírez insistía en que “todo lo que tiene de inconveniente y grotesco” no se debía a la sensualidad del baile sino a sus propios componentes musicales. “No es el danzón el que hay que corregir sino su música”.

Por las fechas en que se interpretaba “La Leonora” en honor de la madre de Martí las diatribas contra el danzón eran lugar común no solo en la prensa cubana. Narciso Gener Gonzales periodista norteamericano (e hijo del cubano Ambrosio José Gonzales, compañero de expediciones de Narciso López —con cuyo nombre bautizó a su hijo— y coronel sureño durante la Guerra Civil) describe así un baile en el Parque Central de La Habana en el último domingo de carnaval:

Cientos de mujeres, casi todas enmascaradas y casi todas de color, bailaban al son de una música fantástica —un vals nativo, lento y curioso, llamado danzón— con cientos de hombres blancos. De ninguna manera era una visión agradable; era algo repulsivo para las ideas sureñas; pero no demostraba otra cosa que [el hecho de que] los latinos exhiben las inmoralidades que los anglosajones suelen encubrir cuidadosamente. Las mujeres eran del bajo mundo, y los hombres, por regla general, eran obviamente quienes las mantenían; se encontraban en ese lugar público y hacían ostentación de sus relaciones en frente de los curiosos; era el lado sórdido del tejido social que se revela con una sangre fría propia de los latinos, quienes consideran hipócritas a sus vecinos del norte porque, teniendo los mismos vicios, se esfuerzan mucho por ocultarlos.


No obstante, la decencia es, como se sabe, un concepto muy relativo. Lo que se consideraba vulgar en La Habana, en Nueva York podía considerarse cosa patriótica, muestra de la autoctonía más venerable. Por otra parte, ahora va siendo lugar común entre los que escriben sobre finales del siglo XIX afirmar que el danzón “se asociaba con los ideales libertarios de esos años”. El crítico Roberto González Echevarría ha afirmado que “al igual que el béisbol, y quizás aún más que este deporte, la música cubana y la aparición del danzón, desempeñaron un papel fundamental en la constitución de la conciencia nacional”. En otro momento González Echevarría nos dice que bailar “el danzón, gustar de una literatura estetizante y erótica, practicar el béisbol eran todas actividades modernas y contrarias al espíritu del régimen colonial”.

El gusto humano por la simetría ha hecho que los historiadores vean avanzar codo a codo el nacionalismo político y el musical cuando la realidad suele contradecirlos. El historiador Jesse E. Hoffnung-Garskof, autor del interesantísimo Migraciones Raciales La ciudad de Nueva York y la política revolucionaria en el Caribe español, 1850–1902 reconoce que “como periodistas que se ubicaban en al ámbito público” Rafael Serra, fundador de la “Sociedad Protectora de la Instrucción La Liga” para negros cubanos y puertorriqueños que funcionaría en Nueva York entre 1890 y 1895 y Martín Morúa Delgado, futuro presidente del senado de la república cubana “tenían que preocuparse por la reputación de las sociedades de color, ya que cualquier imagen negativa de ellas restaría valor a su defensa de la igualdad de derechos civiles y políticos. Por ello, acabaron adoptando una línea dura” contra el danzón. A pesar de todas las evidencias en sentido contrario Hoffnung-Garskof se siente tentado a imaginar que la actitud sombría de Serra fuera “solo una proyección pública, que también se permitiría de vez en cuando escuchar o tocar las palmas, cuando los vecinos tocaban y bailaban rumba en su barrio, que se reiría discretamente al escuchar las inteligentes alusiones y las referencias musicales a la sociedad Abakuá en las obras de Failde”. No obstante, el entusiasta historiador norteamericano debe reconocer que no tiene pruebas de que el comportamiento de Serra “en privado respecto a los bailes y la música difiriera de la severa opinión que hizo pública”.

Otra de las grandes figuras negras del independentismo, el periodista Juan Gualberto Gómez, también abominó públicamente de las “prácticas bárbaras” que representaban los bailes afrocubanos: “¿No es verdad que los bailes que las Sociedades de la clase de color han servido mucho para el progreso, la cultura y la moralidad de nuestra raza? … Nuestra juventud, en buena parte, se dedicaba a los juegos de ñáñigos, a los tangos, a los bailes inmorales de la cuna de Guanabacoa, y de los altos de Albizu … entonces se crearon las sociedades y sus bailes vinieron a representar un positivo progreso sobre los tangos y las contorsiones del ñañiguismo…”.

Por su parte, figuras definitorias del independentismo como los generales Antonio Maceo y Máximo Gómez parecían menos reacios a participar en los bailes populares. Si de Maceo se dice que era un buen bailador y no se hacía de rogar a la hora de demostrarlo Máximo Gómez da fe en varias entradas de su diario de campaña que no le disgustaba participar en los bailes a que lo convidaban en tiempos de guerra o de paz. En la Nochebuena de 1872 Gómez atesta que en Buenaventura los vecinos lo obsequiaron esa noche “con una cena y un baile que pasé divertido en compañía de aquella buena gente”. Y el 22 de septiembre de 1888 en Puerto Plata en su natal República Dominicana hace constar que fue “invitado a un gran baile donde conocí muchas más personas de ambos sexos”. No obstante, casi justo una década más tarde, el 24 de septiembre de 1898, conclusa la guerra por la intervención norteamericana Gómez expresa su disgusto “por la pena de ver separarse de mi lado a varios de mis ayudantes disgustados porque yo no acepté excesos de baile en mi propia tienda. Esto causó una impresión desagradable en todos, y constituyéndose cabeza de sedición Valdés Domínguez [el amigo de Martí, quien] arrastró en su locura hasta a Miguel Varona, el joven oficial más mimado del Estado Mayor”.

La inclinación —o no— por el baile dependía, como suele suceder, de la naturaleza de la persona en cuestión, aunque a nivel popular los cubanos solían distinguirse de los españoles por el gusto por ciertos bailes y ritmos autóctonos que las élites de uno y otro bando coincidían en despreciar por consideraciones racistas o clasistas. No en balde uno de los apodos despectivos con los que los cubanos se referían a los españoles era el de “patones” sinónimo local de ineptos para el baile. En cambio, los líderes cubanos, ya fuera por inclinación personal o porque en ellos el peso de la opinión pública era mayor, solían cuidarse de que su inclinación por los bailes populares no los hiciera parecer frívolos o indecentes.

Por otra parte, en el caso de las élites blancas criollas se puede apreciar el intento de homologar su racismo con el de las “naciones civilizadas” que, como Estados Unidos, le daban a este una justificación científica, darwiniana, antes que moral o clasista. El más conocido y feroz ataque público contra el danzón salió de la pluma del criollo Benjamín de Céspedes, plasmado en su libro La prostitución en la ciudad de La Habana. El mismo autor que un año más tarde describe el béisbol como “un pintoresco ensayo de democracia en sus formas más amables y sencillas” describe así los bailes habaneros:

Desde el modesto estrado hasta el amplio salón de la más encopetada sociedad pública, acuden todos confundidos y delirantes á remedar sin pudor ni decoro escenas sáficas de alcoba, bautizadas con los nombres de danza, danzón y Yambú. Músicos y compositores,—por lo general de la raza de color,—rotulan con el dicharacho más expresivo, recogida de la calle o del tugurio, sus abigarradas composiciones, cuyos ritmos son la expresión musical imitativa de escenas pornográficas, que los timbales fingen como redobles de deseos, que el ríspido sonsonete del guayo como titilaciones que exacerban la lujuria y que el clarinete y el cornetín, en su competencia estruendosa y disonante, parecen imitar las ansias, las suplicas y los esfuerzos del que lucha ardorosamente por la posesión amorosa.

No era De Céspedes, en lo político un representante de la reacción integrista. Todo lo contrario. Según el estudioso Jorge Ignacio Domínguez “De Céspedes, médico de familia acaudalada, había estudiado en Francia y España, era separatista, profesaba un criollismo ingenuo y extremista, y en sus ratos libres era presidente de la Liga Anticlerical de la Isla de Cuba”. Téngase en cuenta además que La prostitución en la ciudad de La Habana fue prologado por Enrique José Varona —el mismo que sustituiría a Martí al frente de Patria— quien comenta allí que “si Cuba participa imperfectamente de la cultura europea, en cambio ha recibido sin tasa el virus de su corrupción pestilente” y que en el libro se verá como efecto de la “colonización europea […] lo que han dejado las piaras de ganado negro, transportadas del África salvaje”. Salvaje como nos puede parecer el racismo de La prostitución en la ciudad de La Habana este libro fue percibido en su época antes que nada como ataque al régimen colonial. Al año siguiente el escritor integrista Pedro Giralt en un libro titulado El Amor y la Prostitución, Réplica a un libro del Dr. Céspedes denuncia al de De Céspedes como inspirado por “la musa histérica del criollismo exaltado”. A diferencia de lo que preferirían estudiosos como González Echevarría o Jesse E. Hoffnung-Garskof la realidad entonces como ahora no andaba muy interesada en las simetrías y hubo independentistas racistas, defensores del béisbol que despreciaban el danzón y antirracistas afrocubanos que consideraban el futuro baile nacional como indecente, salvaje y corruptor.

Como en casi todo, la actitud de Martí hacia el danzón en particular y hacia el baile en general es bastante más compleja —y documentada. El baile no parece haber sido lo suyo. En un poema poco conocido —lleno de lugares comunes y apenas notable por el ímpetu que el autor imprimía en todos sus escritos— Martí comienza exaltando la danza en lo que tiene de sensualidad (“¡Bella es la vida en mágico embeleso!”) para luego interrumpir el placer del baile con una pregunta “¿qué es esto con que mis pies tropiezan?/-¿Esto? Nada./ La honra de una mujer que se ha caído”.

En otros escritos y al igual que otros escritores citados antes, Martí asocia el baile a la corrupción del régimen colonial y celebra el aparente abandono del estereotipo del cubano bailador: “¡Se acabó el cubano bailarín, como tipo del cubano, y hay menos danza y vicio entre los hijos de Cuba, aunque no lo parezca así en esta ciudad o la otra, que en la mayoría de los pueblos del mundo!”. En buena parte de las escasas referencias de Martí al baile, este cuando no corrompe distrae de la magna tarea de liberar la patria. Es así como compara a unos tabaqueros fiesteros de Cayo Hueso con los que en una fábrica de Tampa trabajan el domingo para entregar sus honorarios a la causa. Por eso el periódico Patria opta por:

celebrar a los cubanos que después de trabajar toda la semana para sus casas, trabajaron: como muchas otras veces su día de descanso, su domingo, para el tesoro con que han de conseguir su honra de hombres y la de sus hermanos. Algún danzón, recién salido de quién sabe dónde, puede fisgar entre un coñac y otro, del codo, de su teniente, a esos “tabaqueros” del Cayo: Patria prefiere, desde el corazón, enviar su saludo a los tabaqueros de la casa de O’Halloran.

Pero Martí sabe que no puede ignorar la importancia del baile en el mundo que lo rodea. Por mucho que el patriota insista en su raro ascetismo mientras el escritor celebra el placer de las bellas artes, el baile está demasiado enraizado en la sociedad moderna, en la cultura cubana e incluso entre sus seres queridos, como para renunciar a él. Al comunicarse desde México en 1894 con su María Mantilla en Nueva York le anuncia un regalo: “¿A que no sabes qué te llevo? ‘Cuatro danzas’ lindas, de un señor de acá de México, [dedicadas] a las cuatro hijas de mi amigo Mercado”. A continuación, Martí describe el ambiente festivo con que lo han agasajado en casa de Manuel Mercado pero no puede contener la advertencia impertinente: “lo admirable aquí es el pudor de las mujeres, no como allá, que permiten a los hombres un trato demasiado cercano y feo. Esta es otra vida, María querida. Y hablan con sus amigos, con toda la libertad necesaria; pero a distancia, como debe estar el gusano de la flor. Es muy hermoso aquí el decoro de las mujeres. Cada una, por su decoro, parece una princesa”.

Tampoco en el ámbito patriótico Martí puede prescindir de la fiesta, como mismo la fiesta cubana puede prescindir del baile. El pueblo al que Martí pretende servirle de mesías disfruta demasiado de un buen danzón no ya para pedirle que renuncie a disfrutarlo sino para no usarlo como patriótico cebo. Por eso al anunciar en Patria una fiesta de “la honrada Sociedad de Beneficencia” afrocubana “La Igualdad”, el lunes 27 de junio de 1893 “en el parque de Sultzer, en la calle 126 y la Segunda Avenida” Martí insiste en anunciar al son de qué músicos se bailará como modo de garantizar la asistencia: “esta vez no habrá en el jardín palmo de tierra vacío, porque los profesores Hourruitiner y Duarte van a tocar la música de Cuba”.

Pero más allá del pragmatismo de no oponerse a que sus compatriotas se reúnan con el pretexto de divertirse Martí necesita distanciarse de los políticos al uso. Martí, además de comprobar la eficacia de la fiesta y el baile para convocar a los emigrados siente que debe exigirse un mínimo de coherencia. Ese que se ha llamado “hombre sincero de donde crece la palma” necesita un punto de comunión con el entusiasmo de sus compatriotas por un baile que no parece entender del todo. Quien ha hablado en “Nuestra América” de “los hombres naturales” que “han vencido a los letrados artificiales” debe demostrarse a sí mismo que no es un letrado artificial. Quien afirma que “el mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico” necesita convencerse que no es él ese criollo que solo se entusiasma con las bellas artes procedentes de Europa. Martí, tan exquisito en sus gustos musicales, necesita encontrar en la fiesta y la música de sus compatriotas un sentido trascendente para hacerla suya, íntima y, al mismo tiempo, útil para la patria futura. Aquellos que van a reunirse en la fiesta de “La Igualdad” son “nuestros hombres, y gozamos con verlos adelantar, y vencer, en el arte difícil de asociarse, que es el secreto único del bienestar de los pueblos, y la garantía única de mi libertad” comenta en el anuncio de la fiesta. Al mismo tiempo que anima a la asistencia, con esa famosa incapacidad martiana para tomarse algo a la ligera, Martí necesita asegurarse de que un baile no se reduce al goce efímero que experimenta quien se contonea con el ritmo de moda. Por eso cree sorprender en los bailadores, en el momento de comenzar a moverse al compás de las notas excitantes de un danzón, el mismo fervor que él le consagra a su labor de desterrado: “¡La danza más inquieta, en el destierro, se oye con religiosidad! Y antes de bailar, —como que se detiene el bailador a pensar un instante, como que saluda! Va a ser extraordinaria la concurrencia a la fiesta de “La Igualdad”, concluye.

 

Friday, June 9, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XXIV

 Por Guillermo A. Belt

 

El primer día del año 1896, al terminar el breve combate de El Estante, cumplía el general Serafín Sánchez la orden recibida del general Gómez de regresar a Las Villas para activar allí las operaciones, aprovechando la circunstancia de haber acudido a las provincias occidentales casi todo el ejército español.


Volvimos a cruzar el Hanábana cuya anchurosa corriente contemplé con melancolía recordando los dos cruces de los días álgidos de la Invasión. Dejábamos atrás la trágica Matanzas, acercándonos a la comarca inmortalizada por la victoria de Mal Tiempo. Por todas partes una quietud desconcertante, como si hubiera terminado la guerra.

El general Sánchez recorre el territorio dando órdenes de reclutamiento y concentración. Así logra organizar una nueva columna de unos dos mil hombres y al frente de ella marcha en dirección a Villaclara. Pronto comienzan las dificultades, descritas por el general Máximo Gómez en su Diario de campaña, que Enrique Loynaz del Castillo cita en las memorias que venimos rescatando.

Escribió el General en Jefe: “El Gobierno había nombrado para Las Villas y Occidente delegado con amplísimas facultades al Secretario del Interior (ni siquiera al de la Guerra) doctor Santiago García Cañizares, al que me encuentro hecho una autoridad terrible. Este hombre revestido de tan amplias y extraordinarias facultades lo centraliza todo, y ni Dios que hubiera sido militar le podía hacerse mover.”

Ante este nuevo conflicto entre la autoridad civil y la militar el general Gómez llama al Dr. García Cañizares a su cuartel general. “… y aunque al principio contestó a mi llamamiento con evasivas, al fin vino donde yo estaba, y la entrevista, que a su comienzo fue acalorada, terminó de feliz manera, pue él se convenció de los muchos trastornos que nos producían esas extralimitaciones, y que el mucho gobernar y legislar no era ni bueno ni práctico, dadas nuestras condiciones y manera de hacer la guerra. Nosotros, recuerdo que le dije, no le hacemos ningún daño a España con decretos, sino con hombres que sepan dar mucho machete.”

En la mañana del 8 de febrero, tras acampar la tarde anterior sobre los cerros de Manajanabo, Serafín Sánchez demostrará la veracidad de la afirmación de Máximo Gómez sobre cómo hacer daño al enemigo. Loynaz del Castillo describe el terreno: [los cerros son] pequeñas elevaciones ondulantes cubiertas de yerba de escasa altura, que afectaban la forma de un semicírculo extendido un kilómetro. Frente a esta línea semicircular extendíase un arroyo de márgenes pantanosas y a unos seiscientos metros de los cerros, siendo el terreno intermedio de potrero limpio y de suave pendiente. En ambos extremos de la línea de colinas se extendían montes ligeros.

Viendo las ventajas defensivas de la posición, el general Sánchez decide esperar al enemigo y presentar combate a la columna del general López Amor, calculada en 1,500 hombres o más.

Como de costumbre, encontramos en Memorias de la guerra mención de los preparativos y la descripción de la línea de combate. Por la madrugada enviáronse fuertes exploraciones y tiradores sobre la columna, en tanto que el general Sánchez situaba las fuerzas en línea de combate. A nuestra derecha el regimiento Honorato – la mejor caballería de Las Villas – con su jefe, el coronel Rosendo García; a continuación, el regimiento Victoria mandado por el teniente coronel Ángel Rodríguez; seguidamente la mitad de la escolta con el teniente Alpízar, a mis órdenes. Continuando en la misma dirección situó el resto de la escolta con el coronel Ruperto Pina, su valeroso jefe; al frente y a la izquierda desplegó la infantería del entonces coronel José Miguel Gómez, núcleo del nuevo regimiento, el “Máximo Gómez”.

A las diez de la mañana suenan los primeros disparos entre los exploradores cubanos y el enemigo que se acerca. Poco después la caballería española cruza el arroyo y se alinea. Loynaz (recordemos que es jefe del Estado Mayor) despliega el escuadrón de la escolta a su cargo y rompe el fuego; otro tanto hace el otro escuadrón mandado por Pina. Observando masas de infantería que cruzan el arroyo, Serafín Sánchez decide que la infantería de José Miguel Gómez ataque la retaguardia enemiga ejecutando un movimiento envolvente. El general Sánchez recorre sus líneas varias veces, indiferente al nutrido fuego de la fusilería enemiga.

Al cabo de dos horas de combate la infantería española inicia un decidido ataque sobre la posición de las fuerzas cubanas. Entonces el general Sánchez, que había estado aguardando por el sonido de disparos a retaguardia de los españoles, ordenó por medio de Loynaz que el coronel Rosendo García se lanzara a la carga. Estaba el coronel impaciente, mordiéndose el bigote y desenvainando el machete se lanzó a la carga con aquellos jinetes del Honorato, una tromba de acero entre la humareda del combate.

Loynaz ordena al teniente coronel Rodríguez cargar a la izquierda del regimiento Honorato. El general Sánchez va en busca del resto de su escolta para lanzarla a la carga también. Pero los jinetes cubanos se atascan en el pantano y no logran abrir una brecha en el muro de bayonetas españolas. Sánchez ordena el repliegue a las posiciones originales. Al aproximarme a aquellos valientes, encontré al coronel Rosendo García mal herido, y los cuatro comandantes de sus escuadrones muertos, y también el abanderado, teniente Cuní. El jefe del Victoria en el momento de recibir la orden era derribado de balazo mortal, y varios de sus oficiales.

Cuando se escuchan disparos a retaguardia de la columna española, al completarse el movimiento envolvente de la infantería de José Miguel Gómez, el general español ordena la retirada de sus tropas. Eran las dos de la tarde, escribe Loynaz. El combate había durado cuatro horas. En el campo de batalla fueron enterrados veinte muertos cubanos, mientras unos 75 heridos eran atendidos por el Dr. García Cañizares en un hospital cercano.

Después de un día de descanso continuó marcha el general Sánchez con su dolorosa caravana hasta llegar a las inmediaciones del Zaza donde al cuidado de distintos prefectos se repartieron los heridos.

En los cerros de Manajanabo quedó demostrado que Cuba tenía hombres que sabían dar mucho machete.

 

 

 

 

 

 

 

Tuesday, June 6, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XXIII

 




Por Guillermo A. Belt 

Las fuerzas cubanas obligadas a mantener su única ventaja sobre el enemigo, que era la celeridad insuperable de sus movimientos, apenas descansaron unas horas después de la tremenda jornada del 29 [de diciembre]. A las seis de la mañana del 30 se renovó la marcha en el mismo orden de los últimos días: a vanguardia el general Maceo, precedido en la extrema de alguna caballería villareña; a retaguardia, por donde nos amenazaba la columna de Suárez Valdés, el general Serafín Sánchez; en el centro, como siempre, el General en Jefe, su Estado Mayor y escolta.

Enrique Loynaz del Castillo relata los incidentes de la invasión a Occidente en los últimos días de 1895, antes de avistar las inmediaciones de la provincia habanera. En una frase resume esta etapa: Repetíase, como en las lomas del Quirro, y como sucederá más adelante, la situación descrita en un rasgo elocuente del general Máximo Gómez: “El enemigo en lugar de detenernos nos empuja.” Y agrega: Limitábanse las columnas perseguidoras a ocupar los campamentos que necesariamente dejábamos atrás.

El 31 de diciembre, al amanecer, la columna invasora marcha al sur, hacia Manjuarí en la ciénaga de Zapata donde hace alto para internar a sus heridos. Luego continúa marchando hasta la medianoche y tras recorrer catorce leguas acampa en El Estante, frente a una sabana pedregosa que se extendía hasta el lindero de la provincia de La Habana.

La madrugada del nuevo año trae una sorpresa nada agradable para Loynaz y un viejo amigo suyo. El general Maceo, con la aprobación del General en Jefe, dispuso que el general Serafín Sánchez, Jefe del 4º Cuerpo, regresara al territorio de Las Villas para activar en él las operaciones que disminuyeran la presión esperada contra el Ejército Invasor.

Loynaz no especula sobre el origen de esta decisión. Tampoco lo haremos aquí, si bien transcribo la opinión de nuestro autor sobre la inesperada medida. Contrario a lo que era de presumir, no hubo presión ninguna hasta el mismo término de la Invasión. Y más tarde, cuando fue necesario consolidar el dominio de las provincias invadidas, hubo de advertirse la falta del general denodado que aportó el contingente mayor a la campaña decisiva, y cuyo heroísmo – tan alto como sus virtudes – era uno de los pilares de la Revolución.

No hay mal que por bien no venga, dice el refrán. Por disposición inmediata del general Sánchez, me encargué de la jefatura del Estado Mayor del 4º Cuerpo de Ejército, a sus órdenes.

El general y amigo le había ofrecido este cargo desde que llegaron juntos a Las Villas, y aunque lo había aceptado con júbilo Loynaz decidió aplazar la toma de posesión mientras ambos acompañaran a Maceo en su marcha a Occidente.

Era hora de despedirse. Ahora me encaminé a su tienda de campaña para darle el abrazo de Año Nuevo. Sentí en este momento honda emoción; desfilaba en mis recuerdos el afecto que nos unió en el destierro y la escena trágica de Costa Rica borrando la preterición de que me hizo objeto el panegírico de Martí junto al vivac de Canasta. Y me regaló el General una botella de vino Jerez, y otra para el general Sánchez, de quien a poco se despedía en términos afectuosos, reiterándole que sólo la necesidad de operaciones en Las Villas le obligaba a desprenderse de sus grandes servicios.

Afuera, ante las tropas alineadas, la banda de música, dirigida por el capitán Dositeo Aguilera, estremecía el campamento con las vibrantes notas del Himno Invasor. Debieron escucharlo las tropas españolas del coronel Galbis, que en esos momentos aparecieron ante nuestras avanzadas.

Mientras situaba el general Maceo la infantería de los hermanos Ducasse, rodilla en tierra, decidió el general Sánchez participar en la acción al frente de su Estado Mayor y escolta, y de la escolta del general Luis de Feria, destinado también a acompañarnos, y las desplegó de modo que tomasen de flanco a la infantería española, que ya se veía avanzar, parapetada en una cerca de piedra y haciendo fuego por descargas; a tiempo que el general Gómez iba contra ella con alguna caballería.

El general Gómez impide al enemigo envolver la vanguardia, comprometida en audaz movimiento de flanqueo por Maceo. Languideció el fuego y a poco, terminado el combate, desde la posición del general Sánchez veíase en retirada la columna española, y en marcha hacia la provincia de La Habana el ejército de Gómez y Maceo.

En tanto, silenciosos y contrariados, emprendíamos el camino de Las Villas los acompañantes del general Serafín SánchezObedezco, obedeceré siempre, me decía el General Sánchez. Y ya no volvimos a ver al maravilloso caudillo de la Invasión, al homérico adalid de Baraguá, de Peralejo, de Mal Tiempo.